RAGNARÖK y el ocaso de los dioses - Xavier V. Alemany - E-Book

RAGNARÖK y el ocaso de los dioses E-Book

Xavier V. Alemany

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Beschreibung

Desde hace algún tiempo, Balder, hijo de Odín y de Frigg y el dios más bello y amado de todo Asgard, sufre horribles pesadillas en las que se ve a sí mismo en el mundo de los muertos. Temiendo que sean augurios, sus progenitores tratan por todos los medios de protegerle para lo cual cada uno de ellos emprende un viaje en el que descubrirán terribles secretos. Entre tanto, Loki, resentido por el feroz trato que los dioses han dado a su descendencia —la diosa de la muerte Hela, el lobo Fenrir y la gigantesca serpiente Jörmungand—, urde una venganza que tendrá terribles consecuencias.

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Seitenzahl: 157

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Índice

Genealogía de Loki y Odín

Dramatis personae

1. Sueños tenebrosos

2. El poder del muérdago

3. Viaje a Helheim

4. Una casa con cuatro puertas

5. El castigo de Loki

Galería de ilustraciones

Mundo Vikingo

Funerales para una nueva vida

Notas

© Aranzazu Serrano Lorenzo por el texto de la novela

© Juan Carlos Moreno por el texto de Mundo vikingo

© Juan Venegas por las ilustraciones de cubierta y de portadilla

© Esteban Alejo Sáenz de Tejada por las ilustraciones de interior

© 2019, RBA Coleccionables, S.A.U.

Diseño de cubierta: Tenllado Studio & Llorenç Martí

Diseño interior: Luz de la Mora

Fotografías: Manchester Art Gallery/Wikimedia Commons: 107; Archivo

RBA: 111; Alamy: 113; National Museum of Denmark/Flickr Commons: 114

Realización: EDITEC

Dirección narrativa: Marcos Jaén

Asesoría histórica: Laia San José Beltrán

© de esta edición: RBA Libros y Publicaciones, S. L. U., 2025

Avda. Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.

www.rbalibros.com

Primera edición en libro electrónico: septiembre de 2025

REF.: OBDO660

ISBN: 978-84-1098-554-4

Composición digital: www.acatia.es

Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Pueden dirigirse a Cedro (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesitan fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47). Todos los derechos reservados.

DRAMATIS PERSONAE

Dioses

BALDER — segundo hijo Odín y primogénito de Frigg. Balder es el dios de la paz y la luz, noble de carácter, elocuente y sabio, todos aprecian sus consejos. Es un hombre muy hermoso, de cabellos blancos y rostro resplandeciente. Vive en un palacio llamado Breidablick (amplio esplendor). Es padre de Forseti.

FORSETI — hijo de Balder, dios de la justicia y la verdad.

ODÍN — primero de los dioses, y señor de Asgard, también llamado Padre de Todos. Vigila el orden de la creación desde su trono Hlidskjalf, situado en el palacio de Valaskjalf. Tiene un gran número de hijos, entre ellos Balder, Tor, Hemrod y Váli.

THOR — dios guerrero que es el hijo primogénito de Odín Padre de Todos y de la giganta Jord; tiene su morada en el palacio de Bilskirnir, donde vive junto a su esposa, la bella Sif, la única capaz de apaciguar su temperamento explosivo.

LOKI — maestro de la mentira y del engaño, fue acogido por Odín en Asgard con la esperanza de que pudiera ayudar a los dioses con su ingenio.

VALI Y NARFI — hijos de Loki y de la valkiria Sigyn.

VÁLI — es hijo de Odín y la giganta Rind. Es un excelente arquero y se le considera divinidad de la luz eterna.

HERMOD — es el hijo menor de Odín y su esposa Frigg. Apodado «el veloz», es un dios mensajero que cabalga con celeridad para llevar encargos de Odín.

HEIMDALL — guardián del Bifrost, el puente del arcoíris que conecta Asgard con el resto de los mundos que penden del gran árbol Yggdrasil. Heimdall es hijo de las nueve madres, nueve hermanas doncellas del mar que le alumbraron entre todas, e hijo adoptivo de Odín.

KVASIR — es uno de los dioses más sabios de la mitología, fue creado a partir de la saliva de todos los dioses como acuerdo de paz tras la guerra que enfrentó a los dioses de Asgard y los dioses de Vanaheim.

Diosas

NANNA — mujer de Balder, hija de Nep y madre de Forseti.

FRIGG — esposa de Odín y gran señora de Asgard, donde ocupa un lugar preponderante. Es la diosa madre por excelencia, relacionada con la fertilidad conyugal, el hogar, la maternidad y el matrimonio.

SIGYN — esposa de Loki, su nombre significa «amiga de la victoria». Es una valkiria, una diosa ligada a la guerra, cuyo cometido es elegir a los héroes caídos en el campo de batalla y conducirlos a Asgard. Es madre de dos hijos, Vali y Narfi.

HELA — hija de Loki y la giganta Angrboda. Es la diosa de la muerte, reina del inframundo, un dominio oscuro y neblinoso, llamado Helheim a donde van a parar aquellos que han muerto de enfermedad, de vejez o de forma indigna.

—1—

Sueños tenebrosos

n los tiempos en los que regresaba de una batalla y caía rendido sobre el duro suelo, buscando sosiego para el cuerpo salpicado de sangre ajena y para el alma dolida por las vidas arrancadas por su mano, Balder soñaba con los campos de Breidablick1.

Nada serenaba más su alma que el recuerdo del sol bañando las extensiones de cereal que circundaban su morada y se perdían en el horizonte. Bajo su luz, todo quedaba impregnado por una tintura dorada, una pátina delicada que se prendía con las últimas luces del atardecer, cuando un intenso carmesí vestía el cielo y la tierra, tan vivo que sacudía el alma.

En esas dulces remembranzas, casi le parecía notar el tacto suave de las espigas jugando entre sus dedos, según se adentraba en un mar ondulante de oro que le susurraba al oído: «Balder, por fin has regresado…».

Entonces podía ver allí, entre las radiantes ondas, a Nanna, tan preciosa como el día en que la conoció, cuando solo era una doncella que se bañaba en una poza, ajena a los ojos furtivos que se habían quedado prendados de ella. Embargado por el deseo de volver a ver su piel desnuda, en sus sueños Balder la despojaba de su túnica y ella le acogía amorosa entre las espigas, mesaba sus cabellos blancos y besaba sus labios. Los dos se unían con el impaciente anhelo de quien espera el calor del día tras una noche larga y fría, recibiendo y dando caricias con hambriento ímpetu, y la cruel imposibilidad de saciarse.

Muchos inviernos habían transcurrido desde entonces. Balder ya no sentía la fogosidad de la juventud, ni el brío de antaño. Su espíritu no era tan puro y liviano, dar muerte a otros le pesaba demasiado.

Hacía mucho tiempo que ya no se había obligado a tomar las armas, ni se veía en la necesidad de buscar consuelo en el recuerdo de sus campos y del cálido recibimiento de su mujer. Su vida era apacible en Breidablick, tenía cuanto podía desear.

Pero una noche, aquel sueño de antaño regresó a él. Solo que no era exactamente el mismo sueño, Balder lo notó enseguida.

El esperado consuelo no alcanzaba su corazón maltrecho. El aire de las llanuras no era tan cálido ni las espigas tan doradas. Nanna tampoco era la misma. Una oscuridad velaba su mirada, no había felicidad en ella, sino una terrible congoja. Ella sonreía a pesar de todo, pero su sonrisa era vacía como un pozo que se ha secado. Algo se movía bajo sus mejillas, que ya no eran sonrosadas, sino pálidas como las de un muerto. Decenas, cientos de gusanos blancos reptaban, se retorcían y se alimentaban de su carne corrupta, y salían triunfantes por su piel rasgada cuando Balder posó uno de sus dedos sobre ella.

No solo se trataba de Nanna. El hedor a muerte también emanaba de su propio cuerpo. Sus manos blancas se habían vuelto viejas y agrietadas. La carne maloliente de sus dedos se desprendía a pedazos, dejando a la vista sus huesos descarnados. Su propio vientre se había convertido en un saco lleno de gusanos, Balder podía sentir el alocado movimiento en sus propias tripas. Se estaba pudriendo en vida.

Ajenos a su horror, los campos de cebada permanecían envueltos en calma, pero era una quietud tensa, insoportable. Balder alzó los ojos, desesperado, esperando alguna clase de ayuda imposible que nunca llegaría. El cielo ya no era azul, sino de un extraño tono ambarino, el aire estaba cargado, apenas se podía respirar. Era el preludio a una devastación universal.

Sus funestos presagios pronto se hicieron realidad: un destello fulgurante cruzó el firmamento de punta a punta, como si una espada de hoja llameante y proporciones cósmicas pretendiera rasgarlo. El viento se volvió de pronto muy caliente y el cielo se tornó incandescente como las brasas de una forja. Un segundo destello rasgó el firmamento, abriendo una fisura, y un huracán ardiente alcanzó la tierra. Balder sintió la bofetada ardiente en su rostro, las esbeltas espigas languidecieron, los campos se mustiaron. La tercera estocada fue la definitiva: la fisura se partió, abriendo los cielos, y una lengua de fuego barrió todo cuanto alcanzaba su vista, envolviendo en llamas el mundo entero y reduciéndolo a cenizas.

Embargado por el espanto, Balder se despertó en medio de la noche. Se encontró bañado en su propio sudor, con la frente fría y el corazón atenazado por una insoportable congoja.

—¿Te encuentras bien, amor mío?

Había despertado a Nanna, ella le había tomado de las manos, estaba temblando.

No había gusanos en su carne lozana, ni llamaradas en el cielo, ni ventiscas escarchadas. Su hogar seguía siendo tan puro y alegre como siempre: más allá de los ventanales abiertos de su alcoba, la luz de la luna llena resplandecía sobre los campos de cereal. Desde la intimidad de su lecho nupcial, todo permanecía en sosiego. Balder abrazó a su esposa, inmensamente aliviado. Cuánta paz le transmitía ella. Convertida ya en esposa y en madre, no había perdido un ápice de aquella belleza que inflamó su corazón en su juventud, un fuego que jamás se consumiría.

—No te preocupes, Nanna. Ha sido solo un mal sueño. Volvamos a dormir.

Ambos se abrazaron y, sintiéndose más tranquilo, Balder se quedó dormido de nuevo.

Esta vez, soñó que se encontraba caminando con Tor y Loki por los bosques de Alfheim, como solían hacer cuando a los tres los unía una gran amistad. La belleza natural de aquellos parajes era capaz de sobrecoger el corazón más duro, pero Loki permanecía sumido en un tenebroso mutismo, ajeno a toda hermosura. Caminaba en silencio, lo observaba todo en silencio.

Tampoco pronunció una sola palabra cuando fueron atacados.

Parecían bestias pardas, quizás una especie de trolls que no conocían2.Tor echó mano a Mjölnir y le arrancó la cabeza a uno de ellos de un solo mazazo, y entonces pudieron ver que no eran animales ni criaturas monstruosas. Se parecían a los elfos, solo que sus rasgos eran siniestros y su piel negra como la pez, una forma degenerada y corrupta de su estirpe.Tor se hizo cargo de ellos a su manera, muy a pesar de Balder. A él no le gustaba matar, pero tuvo que segar la garganta a más de uno.

En ese momento, la violencia desatada despertó en Loki algo que llevaba dormido mucho tiempo. Convocó su magia más destructiva y con ella destrozó a todos los seres que Tor no había aplastado con su martillo. Cuantas más criaturas llegaban, con mayor regocijo las recibía. Se bañó en su sangre en medio de una enloquecida risa. Se diría que el ardor del combate había exaltado la cólera reprimida, dando rienda suelta a sus instintos más bajos. Cuando el último de sus enemigos cayó abatido en medio de un amasijo de vísceras esparcidas, cierta calma regresó a su espíritu. Matar había sido para él un acto reparador.

—Ya no volverán a molestar a nadie —sentenció Loki.

Sus labios se habían torcido en una línea que dibujaba una feroz satisfacción, apenas colmada.

Balder volvió a despertarse.

Ahora, al mirar los campos ambarinos que empezaban a despertar ya no sentía sosiego alguno. Todavía veía a Loki, su tez pálida salpicada de rojo, su pelo salvaje, empapado, cayendo sin orden sobre sus hombros, agitados al ritmo de su respiración. Su sonrisa lúgubre…

Se levantó de la cama y se lavó la cara en una escudilla, haciendo un esfuerzo por apartar esas imágenes horribles de su mente.

Había quedado muy atrás aquel aciago banquete en la casa de Aegir que Loki interrumpió para insultar a todos los dioses. Los agravios fueron serios y desmedidos. En aquellos días, Odín le había arrebatado a sus hijos salvajes, los tres monstruos que concibió con Angrboda3. El Padre de Todos juró que así libraba al mundo de un grave peligro, pero a Loki no le convencieron sus palabras. Su discurso bien podría haberle costado la vida; algo que no pareció importarle demasiado, recordó Balder con tristeza.

Esa dolida enajenación fue lo que le movió a interceder por Loki entonces. Los dioses estaban dispuestos a castigarle, pero Balder les hizo ver que cualquier buen padre enloquecería al verse separado de sus hijos, especialmente cuando estos habían recibido un trato tan cruel. Logró aplacar a sus iguales y convencerles de que solo una mente trastornada por la pérdida conduciría a un dios a cometer semejante insensatez. Finalmente, la ofensa fue perdonada. Sin embargo, el perdón no fue mutuo.

Loki regresó al lugar que una vez fue su hogar, bajo el techo que había compartido con su esposa y con los dos hijos que engendró con ella. La digna valkiria le recibió sin muestra alguna de rechazo o de celos. Muchos creyeron que fue demasiado compasiva. Sus hijos no lo fueron tanto.Trataban de disimular el recelo y la aversión que les inspiraban sus hermanastros monstruosos, pero no pudieron engañar a Loki y aquello debió de recordarle el amor recibido de sus otros vástagos, ahondando una herida que aún estaba abierta.

El gran maestro del engaño se había resignado a regresar a su vida cotidiana en Asgard, pero su mirada estaba velada por un rencor que no lograba disimular. Balder notaba que el resentimiento se volvía más profundo cuando miraba en su dirección. En sus horas más desesperadas, Loki recurrió a su conocida gentileza para que intercediera por sus bastardos, pero él nada pudo hacer por evitar el destino que Odín había dispuesto para las desdichadas criaturas.

Loki no se lo había perdonado y su rechazo le pesaba demasiado. ¿Sería aquella la razón de sus terribles pesadillas?

Balder tuvo la esperanza de que los malos sueños no volvieran a perturbar su descanso. Pero a partir de aquel día las pesadillas se volvieron aún más terribles.

Su hijo Forseti acudió a pasar una temporada a Breidablick, y aquello fue una fuente de regocijo, pero ni siquiera esa alegría logró desterrar su malestar. El desasosiego volvía a visitarle mientras dormía, una noche tras otra. La visión del cielo en llamas se repetía siempre con el mismo sentido macabro, aunque los detalles cambiaban: a veces no era el fuego, sino un frío gélido el que envolvía al mundo y lo sembraba de locura, muerte y desolación. Otras noches, una certera flecha le traspasaba el pecho y le arrebataba el aliento en medio de insufribles estertores.

En las peores visiones, no era un campo de cereal lo que le rodeaba, sino ciénagas eternas bajo un cielo sin luna ni estrellas. Se veía a sí mismo vagando con las piernas hundidas en el cieno, la piel purulenta y la garganta plagada de llagas, a causa del aire envenenado. En esas ocasiones, no era su dulce esposa quien le recibía, sino una figura femenina alta y esbelta como un álamo sombrío, altiva como una reina. Al principio no podía reconocerla, pues un largo manto la cubría por completo. Tan solo sus cabellos oscuros asomaban bajo sus pliegues, y una mano como cincelada en el más puro mármol, que se alzaba ante él en un tétrico gesto de bienvenida.

Balder no necesitaba ver su rostro para saber que se trataba de la hija de Loki, convertida en soberana de la penumbra. Hela representaba todo lo opuesto a su ser: todo lo que en él era luz, en ella era oscuridad. Donde había bondad y compasión, en la diosa solo habitaban el odio y la crueldad. Si él respiraba vida, ella exhalaba muerte descarnada.

En esos sueños, la diosa de Helheim le hablaba con la voz más extraña que había escuchado nunca, suave como el vuelo de una golondrina, terrible como una tormenta en la montaña:

—Querido Balder. Cuánto tiempo he ansiado tu llegada.

Acompañando a sus palabras, su mano se abría a él, mitad exigencia, mitad súplica.

Balder quería alejarse de ella, pero una fuerza le empujaba a aceptar su ofrecimiento. Entonces vislumbraba su rostro y se sorprendía al encontrar una hermosura tan salvaje que le atrapaba el corazón, como una red atraparía a un pajarillo. Sobrecogido por su belleza, no tenía más remedio que ceder al impío deseo, buscar sus labios fríos, aceptar sus brazos hambrientos y yacer con ella en una unión perversa. Según el manto se deslizaba por sus hombros, se desvelaba su mitad cadavérica: el cuerpo al que se había unido en tal impúdico anhelo estaba putrefacto, como carcormido por una enfermedad mortal.

Balder se esforzaba en vano por desterrar esos sueños y al despertar, la luz del día le brindaba una tregua a su desaliento.Todo alivio era pasajero, pues las visiones habían anidado en lo más profundo de su ser y le habían infectado el ánimo. Ya apenas comía, no disfrutaba con el sol, ni con la compañía de su familia.

—Mi querido esposo, ¿qué es lo que te perturba? —le preguntaba Nanna, preocupada por su cambio de actitud.

—No es nada, mi amada. Todo está bien —la tranquilizaba Balder—. Son solo malos sueños, nada más.

Cuando Nanna estaba a su lado, todos los horrores de sus sueños le parecían estúpidos. Pero un día, al mirar hacia el oeste, vio que el cielo se nublaba en Breidablick. Nubes negras de tormenta amenazaban con engullir al carro del sol. Y un desagradable escalofrío le estremeció.

En aquella dirección, un grupo de mujeres se aproximaba por el camino entre los campos de cereal. Extrañado, Balder reconoció a su madre, Frigg, acompañada de sus doncellas. Ella residía en su palacio de Fensalir, que cada vez abandonaba menos; no solía hacer visitas de cortesía, ni siquiera a sus hijos.

—¿Qué razones habrán traído a mi madre hasta aquí? —se preguntó Balder.

—Sean las que sean, debemos recibir adecuadamente a la señora de Asgard —dijo Nanna, y se dispuso a organizar a sus sirvientes con el fin de disponer los preparativos para una huésped de honor.

Ajeno al alboroto que suscitaba la inesperada visita de Frigg, Balder se quedó en el sitio, a las puertas de su casa, con la mirada puesta en el camino y el corazón en un puño.

Sus peores temores se hicieron realidad al ver que su madre traía el rostro ojeroso y el gesto ensombrecido. Aquello le dijo más que cualquier parlamento. Solo le bastó cruzar una mirada con ella para saber que temía por la vida de su hijo, y que ese peligro era inminente.

Corrió a su encuentro y recibió a su madre con un estrecho abrazo, el más sentido que habían compartido nunca, embargados ambos por el mismo miedo.

—Sé lo que has soñado, hijo mío. Porque yo he soñado lo mismo —le dijo Frigg con la voz estrangulada por el desaliento.

—¿Cómo es posible, madre? —le preguntó Balder, sin poder disimular su turbación—. ¿Qué significan esos sueños?

Ella inspiró profundamente y le miró con la determinación de quien se sienta en el trono más alto y es capaz de ver más allá del horizonte y de las nieblas del tiempo. Nunca había habido mentiras entre madre e hijo. Frigg sabía que Balder era fuerte y que no le valdría más que la verdad.