'Recién enamorados de nuevo' y otros cuentos eróticos de Camille Bech - Camille Bech - E-Book

'Recién enamorados de nuevo' y otros cuentos eróticos de Camille Bech E-Book

Camille Bech

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  • Herausgeber: LUST
  • Kategorie: Erotik
  • Serie: LUST
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2021
Beschreibung

Entra al mundo de Camille Bech con esta colección de sus mejores historias de encuentros apasionados entre extraños y exploraciones explosivas de viejas relaciones.Sumérgete en estas historias:Recién enamorados de nuevoNochebuenaNadie como GaiaVivianUna vez, en un barMaliwanSeñora Alicia Tavares-

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Camille Bech

'Recién enamorados de nuevo' y otros cuentos eróticos de Camille Bech

LUST

'Recién enamorados de nuevo' y otros cuentos eróticos de Camille Bech

Translated by Javier Orozco

Cover image: Shutterstock

Copyright © 2021 Camille Bech and LUST, an imprint of SAGA Egmont, Copenhagen.

All rights reserved ISBN 9788726649062

 

1st ebook edition, 2021 Format: Epub 2.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

Nadie como Gaia

 

Mónica despertó con la suave brisa de verano que entraba por la ventana. Los sonidos de la ciudad revelaban que un nuevo día estaba en camino. Mónica sintió paz al pensar en el par de días libres por delante y reconoció un anhelo que rehusaba ignorar. Pateó el edredón hacia un lado, la brisa acarició su piel desnuda y se pasó las manos por sus voluptuosos senos. Un suave gemido inundó la habitación. Se empujó arqueando su espalda sobre las sábanas, cerrando los ojos y tocando sus curvas redondas y firmes.

Era bella y sensual, su cuerpo entero ardía con lascivia. Se quitó el largo cabello castaño del rostro, extendiéndolo como un abanico sobre el lino blanco. Su mano se encaminó hacia abajo, más allá de su ombligo. Jadeó con suavidad al doblar una pierna y dejarla caer hacia un lado. Sus pliegues eran totalmente suaves, se rasuraba cada tercer día, así la sombra de un vello incipiente no alcanzaba a surgir. Disfrutó de su tersa piel al explorarla con los dedos. Estaba mojada, se estiró para alcanzar el vibrador de la mesita de noche. Tenía forma de pene, lo acarició con sus labios y su lengua mientras metía un dedo entre sus labios.

Era hermoso. Tenía unas ganas terribles de un hombre, al menos de una verga, quería que le comieran el coño, abandonarse y disfrutar… Pudo oír el fluir de sus jugos escurriéndose por sus muslos, movió su regazo arriba y abajo, deslizando la réplica por su boca. Acarició el consolador con su lengua una vez más, antes de metérselo en el coño. Pensó en varios hombres, algunos con los que se había acostado y otros con los que quería hacerlo.

El consolador estaba una pulgada dentro cuando pensó en Marcus, un gambiano con quien se había acostado un par de semanas atrás. Él la había poseído, sus manos fuertes clamaban por ella y la sostuvo firmemente cuando Mónica finalmente alcanzó el clímax, en un orgasmo desgarrador por todo su cuerpo esbelto. Había sido fantástico, había disfrutado de Marcus. Repitieron el acto varias veces con éxito hasta que, en la madrugada, él dijo que necesitaba volver a casa con su esposa.

La información la sorprendió y le molestó un poco, quería verlo de nuevo, pero si estaba casado, no valía la pena arriesgarse a menos que quisiera salir lastimada. No había movido ni un dedo para verlo de nuevo, aunque él tampoco. Se sentía un poco decepcionada, sobre todo porque el encuentro anterior había sido glorioso.

Ella lo imaginó ahí, se metió el consolador empujando con fuerza y susurrando su nombre. Su mano trabajaba delicadamente, oía los fluidos cada vez que el consolador entraba y salía de su vulva húmeda. Giró para ponerse de lado y controlar el consolador desde atrás, moviéndose contra él. No tardaría mucho, los músculos de su vagina se contraían contra la réplica. Susurró su nombre en la almohada una vez más. Se movía salvajemente, sintió un zumbido en su clítoris y los músculos internos se tensaron aún más. Se puso sobre su vientre para sentarse, abriendo las piernas, estrujando sus senos y comenzó a cabalgar. Su regazo vibraba y su vagina pulsó violentamente con un orgasmo que liberó la lujuria acumulada.

 

Más tarde ese día, volviendo a casa del supermercado, vio a Marcus de lejos. Él iba por el otro lado de la calle con una mujer de aspecto africano —Mónica supuso que era la esposa— y dos niños pequeños. Ella caminó más lento mirando en su dirección. Creyó atrapar un dejo de reconocimiento en los ojos de Marcus y algo similar a una sonrisa en sus labios. Desvió su mirada y aceleró el paso. Algo ardía dentro de ella. Jamás había visto a Marcus antes de esa noche en el bar, apenas habían pasado unas ocho horas juntos, seis de esas usadas haciendo el amor. Aún así, sintió unos celos fervorosos contra la esposa.

A sus veintiocho años, había conocido a muchos hombres, había tenido muchos romances de una sola noche y generalmente no pensaba mucho en ello después del evento. Quizá esta vez lo hacía porque había sido su primera vez con un hombre negro y había sido distinto, a lo mejor un poco más sexy. A decir verdad, no encontraba las razones, pero fue un encuentro diferente. Mónica intentó clausurar las imágenes de la pequeña familia preparando la cena, pero los rostros continuaron brotando, inmiscuyéndose y aferrándose. La idea de Marcus bastaba para ponerla caliente, él había sido indescriptiblemente bello, la había tratado como una diva… como si fuese su mujer.

Ella había alcanzado a leer el apellido de Marcus en su carnet de conducir cuando su billetera se escapó de su bolsillo en la habitación. Decidió que lo buscaría en Facebook después de cenar, algo casi inocente… Él podría haber hecho lo mismo, Marcus había estado en el piso y seguramente leyó el nombre completo de Mónica en el timbre de la entrada.

Marcus: sólo había una persona con su apellido en Dinamarca. Él provenía de Gambia, de un lugar llamado Banjul, casado y con residencia en Copenhague. Su foto de perfil mostraba a los dos niños que ella había visto por la tarde en los lagos de la ciudad. Estaba segura de que había dado con él. Se puso a ponderar con detenimiento si sería una buena idea mandarle una solicitud de amistad. Optó mejor por enviarle un mensaje corto.

 

Hola, Marcus:

Fue agradable verte hoy, gracias por la noche anterior… fuiste encantador ;-)

Mónica

 

Apenas un par de minutos después llegó la respuesta, la abrió con el pulso acelerado. A lo mejor le diría secamente que lo dejara en paz. Apenas podía ver la pantalla cuando le dio clic al mensaje:

 

Hola, nena…

Yo también te vi, lucías fabulosa… He pensado mucho en ti, como sabes tengo familia y es difícil escaparme de casa.

Tal vez esté haciendo algo mal, pero quisiera verte de nuevo. Escríbeme, hermosa, quizá podamos hacerlo de alguna manera.

Besos,

Marcus

 

Un bochorno recorrió todo su cuerpo, sintió la humedad entre sus piernas, un mensaje había bastado para ponerla caliente. Deseaba solo una cosa: tocarlo de nuevo. Meditó su respuesta un poco, echarlo por la borda ya no era una opción, necesitaba hacerlo suyo, al menos una vez más.

 

Marcus… Pienso en ti día y noche, tengo ganas de estar contigo, pasa por mi casa cuando tengas la oportunidad… pronto, muy pronto…

 

El deseo ardía por sus ingles, apenas pensar en lo que podrían hacer juntos la puso casi a gemir y se pasó las manos por sus piernas.

 

Hermosa, ¿me das tu número de teléfono?... Realmente te deseo, envíame tu número y buscaré una manera ;-)

 

Ella tenía algunas reservas, sin embargo le envío el número inmediatamente; ahora solo quedaba esperar. Se duchó, la sensación ardiente se avivó entre sus piernas al estar bajo el agua, cerró sus ojos para dejar que el líquido refrescara su cuerpo sobrecalentado. Nada sería más oportuno que Marcus atravesando el umbral de su puerta en ese mismo instante. Estaba segura de que se correría incluso antes de que él la penetrara totalmente. Riéndose, cerró la llave y tomó una toalla.

Marcus era alto y musculoso, un hombre realmente apuesto. Suponía que rondaba los treinta y cinco. Mónica se derritió en sus manos fuertes y apenas pudo albergar su verga. Él la fue dilatando con cuidado y paciencia, dándole el tiempo necesario, antes de embestir su vulva húmeda con firmeza y avidez. Resultaba profundamente maravilloso, su cuerpo entero se deshacía por un encuentro más, a pesar de saber que alguien esperaba a Marcus en casa.

El teléfono sonó justo cuando acababa de colocar la toalla sobre su cabellera abundante. Sostuvo la respiración al escuchar esa voz profunda y melódica, su corazón latía tan violentamente que sospechó que Marcus podría escucharlo.

—¿Qué haces, preciosa?

—Acabo de ducharme —ella se sonrojó e inmediatamente se arrepintió de haberlo mencionado.

—¿Estás desnuda?

—Hmm… sí —susurró.

Él gimió suavemente, ella se sonrío.

—Ah, Mónica… ni me lo digas. ¿Puedo pasar por tu piso? Tengo tantas ganas de ti, nena.

—Sí, claro que puedes. Te he echado de menos.

Se sentía confundida al colgar, entró al baño con premura y se maquilló ligeramente. Al verse en el espejo notó que sus ojos marrones resplandecían. Los bucles de su largo cabello castaño envolvían sus hombros y sus voluptuosos senos, los pezones duros afloraban entre los rizos, erizados por lo que estaba por suceder. No alcanzó a hacer mucho más antes de que sonara el timbre, decidió abrir la puerta así, desnuda.

—Hola, Marcus —dijo frotándose amorosamente contra él tan pronto como cerró la puerta.

—Mónica, eres aún más bella de lo que recordaba. Eres maravillosa, nena.

Se acercó a ella y sus labios se unieron. La besó con ganas hasta soltar un gruñido, apretujando sus dedos en los glúteos pequeños. La empujó gentilmente hacia el dormitorio, guiándola hacia la orilla de la cama. Se abrió los vaqueros.

—Métetelo en la boca, nena.

Observó a Mónica. Ella mamaba y se excitaba más y más, mientras él veía cómo restregaba su vulva contra el colchón y daba gemiditos cuando soltaba el miembro para tomar un respiro. Él se sacó la playera y tomó la cabellera de Mónica para empujar más profundamente hacia la garganta, calentándose al sentir los sonidos y movimientos.

Marcus se retiró y le pidió a Mónica que se recostara para ver su vulva mientras él se desvestía. Se arrodilló en el suelo y jaló a Mónica hacia la orilla de la cama. Ella resopló sonoramente cuando la lengua acarició su clítoris, se apretó hacia él mientras era vigorosamente explorada por cada rincón de su coño suavemente afeitado. Era sensacional, su cuerpo entero temblaba de placer y la embriagó una insaciable lujuria por ese hombre negro y guapo que le comía el coño. Él puso una mano en el vientre de Mónica y lo acarició tiernamente, bajó la mano hacia el monte de Venus y presionó, haciéndola gemir con fuerza. Resultaba fantástico, ella no recordaba que fuese así con otros amantes y supo que eso no bastaría.

Él deslizó dos dedos dentro de ella y puso aún más presión en el monte de Venus, frotando vigorosamente. Ella gimió su nombre arrojando su vulva contra la mano; él detectó la pasión en los ojos de Mónica, brillando con deseo. La dejó terminar antes de acostarse junto a ella para besarla. Era tan hermosa y no podía esperar más para sentir su vagina tensándose en torno a su verga. Marcus había fantaseado muchas veces con este momento, susurrando el nombre de ella al masturbarse en la ducha.

—Mónica… déjame penetrarte, quiero sentirte…

Ella abrió sus piernas largas y esbeltas, besándolo apasionadamente. Él se colocó sobre ella rozando sus labios con su verga pesada y fabulosa. Observó a Mónica levantarse con el apoyo de sus brazos y le pidió que se acomodara para poder penetrarla. Ella gimió intensamente cuando él arremetió la verga entera hasta dentro, dolía un poco, pero se sentía tan bien… indescriptiblemente bien. La besó con ternura y empezó a moverse.

—¿Te lastima?

—Un poquito —susurró ella, pero seguía agitándose con excitación debajo de él.

—¿Está bien así?

—Sí, se siente delicioso.

Ella puso sus manos en los brazos de Marcus y lo miró directamente a los ojos. Era increíblemente apuesto y era obvio que disfrutaba tanto como ella. Él aceleró y ella lo enredó con sus piernas alrededor de su zona lumbar siguiendo sus ávidos movimientos. Él la besó y bajó el ritmo, susurrando que quería hacerlo con calma, no quería correrse aún. Se la sacó y le pidió que se pusiera a cuatro, quería ver su traserito redondo al penetrarla, sentir sus senos rebosantes al follársela.

Miró esas nalgas firmes y pequeñas al meter y sacar cuidadosamente su verga. El miembro resplandecía por los fluidos, tomó a Mónica de las caderas delgadas y aceleró el ritmo. Ella estaba tan cachonda que nada podía resultar demasiado salvaje, su regazo ardía de dolor y placer, no recordaba haber estado así de caliente en otros momentos. Marcus era increíble, él representaba algo especial para ella y no pudo negar que empezaba a enamorarse.

Ahora ella gruñía mientras esas manos grandes masajeaban sus pechos con apetito. Su clítoris zumbaba, se apoyó en sus codos y él tomó sus caderas firmemente de nuevo.

—¿Te gusta, preciosa?

—Sí… sí, Marcus… me encanta…

Se retorció frente a él mientras jadeaba e imploraba por más, era increíble. Él tenía ganas de pasar la noche entera con ella, aunque probablemente no sería una buena idea. Lo esperaban en casa, no era la primera vez que engañaba a su esposa, pero no solía hacerlo sin considerar a su familia. Se inclinó sobre Mónica y forzó su cabeza contra las sábanas para besar vorazmente su nuca.

—Ah, nena, lo tienes tan apretado… Sí, eso me gusta, así… ¿me puedo correr dentro?

—Sí... sí…

Sintió los dedos de Marcus apretando y sobando su clítoris, desatando temblores por todo su cuerpo. Sintió las sensaciones de un orgasmo que se acercaba. Ese hormigueo cálido previo a las increíbles contracciones, antes de la culminación. Supo que no podría contenerse cuando el orgasmo se apoderara de ella.

—Marcus… Marcus…

Él arremetió toda su verga hasta dentro mientras latía. No podía más y con un rugido disparó su esperma gozando de los ruidos que ella emitía al desatar su lujuria. Siguió moviéndose hasta que ella terminó y él vació su última gota.

 

Un día de la semana siguiente, mientras Mónica iba en bicicleta, vio a Marcus y a su familia en el parque. Sin saber bien por qué, se bajó de la bici y se sentó en un banco orientado hacia ellos. Los estuvo mirando. Una niña y un niño de alrededor de dos y cinco años, estimó ella. El niño era el mayor y se parecía mucho a Marcus.

La mujer de Marcus era pequeña, ligeramente rellenita y con un rostro hermoso, su cabello rizado iba trenzado con perlas y agarrado con una cinta. Tenía los senos grandes, incluso más prominentes que los de Mónica, y además su trasero era increíble. Parecía feliz. Sintió un aguijonazo de celos al ver a la mujer. Marcus era el hombre más fantástico que había conocido y sin dudas el amante más creativo y maravilloso. Estudió a la esposa preguntándose si se lo hacía a ella de la misma manera. Se sintió lastimada, no le gustaba que también se acostara con ella. Sabía que lo hacían bastante a menudo, él se lo confesó cuando ella se lo preguntó. «Estamos casados, Mónica… es de lo más natural». Él puso fin a la conversación con un beso exigente y no volvieron a tocar el tema. En lugar de hablar, él la empujó contra la barra de la cocina penetrándola sin aviso.

Mónica trataba de convencerse de que no era malvada, sin embargo, estaba enamorada y eso podía impulsar acciones similares.

 

Al volver a casa se apresuró a la computadora, lo extrañaba tanto que casi dolía. Apenas se veía con otras personas, quería estar disponible en cualquier momento por si acaso Marcus llamaba para preguntar si podía visitarla. Si lo encontrara ahora en el chat eso querría decir que no estaba acompañado. Marcus escribió el primer mensaje a los pocos minutos.

—Hola, guapa… ¿Cómo estás?

—Te extraño.

—Hmm… ¿Ya toca de nuevo, nena?

—Sí.

—¿Estás mojada?

—Claro… Siempre lo estoy cuando hablo contigo.

—¿Estás desnuda?

—No… aún no…

—Enciende la cámara hermosa.

Se lo pensó dos veces, pero estaba caliente y al final no le importó. Fue inevitable sonreír al ver a Marcus luciendo una sonrisa traviesa y jugando con los botones de sus vaqueros. Su pectoral estaba desnudo, ella estudió sus fuertes músculos susurrando que lo deseaba.

—Quítate la ropa, nena…

—Marcus… No estoy segura… ¿Y si tu esposa entra de pronto?

Se paró frente a la cámara y comenzó a desvestirse, él la observaba excitado.

—Eres maravillosa, nena.

—¿Estás caliente, Marcus?

—Sí, quisiera hacértelo ahora mismo.

—Marcus, muéstramelo…

Se abrió los pantalones y se sacó esa verga fascinante sobre el elástico de sus calzoncillos blancos. Era enorme, ella suspiró con fuerza moviéndose al borde de su asiento e inclinándose hacia atrás.

—La quiero, Marcus… Dámela toda…

Se agarró la verga y comenzó a masturbarse lentamente, ella lo observaba. Era fantástico, él gemía suavemente y ella sintió la humedad extendiéndose por su vulva. Llevó su mano a su coño, separó las piernas y se abrió los labios con dos dedos.

—Sí, nena… se ve tan rico, vamos… métete un dedo, nena…

—Marcus, me pones tan caliente…

—Mónica, ya casi me vengo… Eres deliciosa, tan deliciosa, nena…

—Déjame ver cómo te corres, Marcus…

Ella jugaba consigo misma mientras observaba cómo él se venía y rugía, con el esperma brotando entre sus dedos. Ella también estaba por venirse, se apretó contra el borde de la silla y con sus dedos siguió trabajando su vagina empapada. Cerró los ojos cuando su coño se contrajo y el orgasmo sacudió su esbelto cuerpo. Él la observó atentamente en la pantalla. Mónica era buena y estaba lejos de sentirse cansado de ella. Sin embargo, estaba casado y amaba a su esposa.

 

***

 

Marcus preparaba la cena cuando Gaia y los niños volvieron a casa una hora después. Compartían las labores caseras y cuidaban a los niños entre los dos. Así podían pasar más tiempo juntos y mientras ninguno tuviera otra obligación, eso le parecía bien. Al comer, él consideró visitar a Mónica, podría decir que se vería con un amigo. Cuando los niños se fueron, Gaia le dirigió una mirada y él supo que tenía planes específicos para el resto de la noche. Pudo leerlo en sus ojos, resplandecían de cierta manera cuando ella tenía ganas de follar. Esa promesa inevitablemente tuvo un efecto en él.

Gaia se puso de pie y antes de ponerse a ordenar la mesa, besó a Marcus en el cuello. Él empujó su silla para alejarse de la mesa y atrajo a Gaia, sentándola en su regazo. Pensó en lo afortunado que era de estar con ella.

—Te amo, Gaia.

La besó con fuerza. Ella devolvió el beso ávidamente con su lengua y labios.

—Voy a acostar a los niños. Luego nos tocará a nosotros, Marcus —se puso de pie y él sintió su pene empujando contra los pantalones.

Pensar en lo que ocurriría cuando los niños durmiesen fue suficiente para olvidarse de Mónica. Se puso a limpiar la cocina con gusto. No podía quitarle las manos de encima a Gaia y cuando ella se inclinó para limpiar la mesa, su trasero se levantó. Él descubrió que detrás del vestido delgado llevaba solamente sostén y bragas.

—Eres una tentación, Gaia… Ya no puedo esperar, cariño —la besó apasionadamente y le subió el vestido exponiendo sus atractivas nalgas redondas.

—Marcus, tenemos que esperar… Voy a ir a arroparlos, ¿de acuerdo?

Se tragó un gemido y permitió que el vestido regresara a su lugar. Sus senos eran enormes. Apenas podía esperar para montarla, poner su verga entre los pechos y frotarse mientras ella los apretaba. Gaia era una amante increíble. Jamás decía que no, nunca le negaba nada.

Una hora después, cuando los niños ya dormían, ella entró en el salón de estar. Iba desnuda y Marcus gimió suavemente al ver su voluptuoso cuerpo.

—Gaia, nena… ven aquí.

Él la puso sobre su regazo y la besó insaciablemente. Su verga se hinchaba bajo la presión del cuerpo desnudo. Le mamó los pezones con apetito y llevó una mano a la vulva. Olía a mujer y gimió fuerte al sentir lo mojada que estaba.

—Vamos.

Se puso de pie y lo tomó de la mano para dirigirlo a la alcoba. Ella se recostó en el centro de la amplia cama doble. En cuanto él se quitó la ropa, ella se puso a masturbarlo hasta endurecerlo, luego acomodó la verga entre sus voluptuosos senos, los apretó y él comenzó a moverse excitado.

—Gaia… Ah, son maravillosos, nena… Sí, eso me gusta…

Ella sintió sus jugos correr de sus labios a su ano, empujándose contra el colchón y gimiendo suavemente.

—Marcus… Chúpame, cómeme el coño mi amor…

Él se metió entre sus ingles, encontrando la ranura con su lengua. Ella chorreaba y él la lamió toda, hasta alcanzar su orificio más estrecho. Gaia pujaba y se retorcía contra él. Él metió una mano bajo sus nalgas redondas e insertó un dedo en el ano mientras chupaba el clítoris con sus labios. Luego se colocó de rodillas frente a ella, viendo cómo ella se metía la verga lentamente en su coño cálido y bien mojado, que emitía sonidos con cada embestida.

Sus enormes senos se sacudieron violentamente cuando él aceleró. Él gimió al verlos y subió las piernas de Gaia a sus hombros.

—Gaia… Ah… Juega con ellos, nena…