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Desde el anonimato más remoto hasta la desnudez de las emociones más personales, Relatos Anónimos pone al descubierto la huella desconocida de los relatos ignorados del mundo en el que vivimos absortos de su carácter recóndito y a la vez manifiesto. Sólo un lector ávido puede encontrar el eslabón faltante de este engranaje literario, sin caer en el riesgo de quitar el velo del anonimato de tu vida incógnita en el proscenio de la humanidad ya expoliada de sus sentimientos, sus razones, valores y su conciencia clandestina.
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Seitenzahl: 77
Veröffentlichungsjahr: 2018
guido carera
RELATOS
ANÓNIMOS
Editorial Autores de Argentina
Carera, Guido
Relatos anónimos / Guido Carera. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2018.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-761-352-0
1. Cuentos. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini
Dibujo: Ignacio Galdeano
Fotografía: Víctor Lugones
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
A los verdaderos amores de mi vida que conservo en el anonimato: Mi familia, mis mentores, mis mejores amigos, mis compañeros, mi pasado, presente y futuro. Eterna gratitud.
A Enzo David Pomi, cuyo anonimato resulta imposible, por quien “la acción es la dialéctica de la moral”.
Por ustedes, lectores anónimos, honro escribir.
“Toda obra de arte tiene un autor, pero cuando es perfecta, sin embargo, tiene algo de anónima. Imita el anonimato del arte divino. La belleza del mundo, por ejemplo, es muestra de un Dios a la vez personal e impersonal, y ni lo uno ni lo otro”.
- Simone Weil (1909-1943)
Estado de Locura
La junta médica estaba atrasada. La ausencia del médico psiquiatra impedía resolver el caso que la convocaba. El Instituto San Pantaleón contaba solamente con los dos médicos clínicos que se encontraban de turno. Ambos desconocían la historia clínica. En la mesa que los reunía, un manuscrito de caligrafía entendible y artesanal. El autor: el paciente. Nada más. Sorpresivo.
La ausencia de voluminosa papelería sobre el escritorio llevó al mancebo a interrogar por los mismos eyectado por la puerta. El provecto, cansado, en la carencia de compañía, tomó el manuscrito y leyó sin perturbar la tranquilidad del salón:
-Es un círculo vicioso. Siempre regresa al mismo punto de partida. Es un sistema perverso, tan cómodo y acomodaticio para la mediocridad, la hipocresía y la mentira desenfrenada. No hay lugar para la sinceridad ni para la dignidad; es lo primero que se arrebata y lo que desapercibidamente se vende. Sólo genera frutos para unos pocos, a cambio de arrebatar el futuro de unos cuantos. Se destruyen de la noche a la mañana. Es un sistema perverso. Y lo que vemos, es la simple fachada de lo que quieren que veamos. El chismerío entretiene, pero disipa la posibilidad de cualquier alma inquisidora. Nadie busca inquirir; nadie puede. Todos giran alrededor. Todos son sus satélites. Incluso quienes tienen la intención o dicen combatirlo. La confianza es una ilusa apuesta para jugar en la ruleta. La miseria humana tiene un valor negociable, todos quieren valerse de ella, mantenerla; generar un espectáculo digno del periodismo y del público. Lágrimas, muertes, pobrezas, inseguridades, injusticias, miserias, discursos y aplausos. Es un sistema perverso, vil y diabólico. Se alimenta de cualquier vicisitud, se nutre del pecado. Se moderniza. Se repite. Continúa. Su oscuridad nos obnubila su clara transparencia. La apariencia por sobre todo. Las soluciones, son la continuidad del problema. Se profundizan. Se adaptan. Se transforman. Evolucionan. Aplausos, críticas, sirenas, golpes, disparos, sirenas, golpes, disparos, críticas, aplausos. Un carnaval de máscaras venecianas. Una Venecia corrompida y corrosiva que se sumerge bajo las aguas putrefactas y fétidas de un río de excremento y contaminación humana. Un río que desemboca en un océano de desesperanzas, desilusiones y decepciones dibujadas. Repetición. Remanencia. Ancestrales males persisten acechando, destruyendo sueños, creando fantasías vulnerables, comerciables, consumibles, desechables, reciclables. No termina de pudrirse. No se degrada. Sus parásitos crían larvas. Se alimentan del coágulo. Del óxido de las estructuras. El enfermo es criminal. El asesino es autoridad. Comisión. Participación. Complicidad. Delito. Impunidad. Justicia. Perversa morbosidad adictiva. Es una gran ilusión. Es el Estado de las cosas. Es un círculo vicioso. Pero cuando se revela su verdad, se acaba el juego. Un camino con una sola dirección de ida, y ninguna de retorno. Sin retorno. Cada paso nos guía al callejón sin salida. Los ladrillos del muro nos invitan a seguir participando. Pero la mente es un martillo y nos invita a romperlo. La verdad se revela. Se acaba el juego. Game Over. Fin del juego. Se reinicia. Es un círculo vicioso. Es un sistema perverso. Es el Estado de las cosas. Fin del juego. El juego no se acaba. El juego no tiene fin. Se inicia. No se detiene. Continúa. Evoluciona. Es un sistema perverso. -
El galeno había encontrado la respuesta que necesitaba. No hacía falta mayor estudio para realizar el diagnóstico certero. La ausencia de sus colegas permitió hacer explicita su perplejidad. No había medicamento ni placebo para tratar la patología. No había a quién prescribírsela tampoco. El paciente no estaba enfermo, sólo padecía una enfermedad. El paciente debía irse por la puerta de salida. Al igual que todos.
Ningún médico volvió a la oficina. Una enfermera avisó al presente que el psiquiatra no llegaría. La junta se pospuso una vez más, para la semana siguiente, para ser nuevamente cancelada, por vicios de ausentismos y licencias. Así rige el sistema.
La despedida de un consumista
No atisbó lo que dejaba atrás. Entre la taza de café a medio beber y la medialuna intacta, una servilleta escrita, con ganas, relucía. Fue el mesero quien la descubrió, al confundirla con la propina que apenas ocultaba aquella tinta azul fresca e impregnada en el papel arrugado. Pareció no preocuparle la escasa suma de dinero; apenas comparable con el precio de un boleto de tren. Volvió a depositarlo en la mesa, vislumbrando en su rostro el asombro de lo inesperado. Sembró la intriga y coseché incertidumbre.
Aguardé su retiro en dirección hacia la cocina o su paso por otra mesa, para hacer de ella mi inquisitiva posesión. Evité la notoriedad, aparentando el disfrute de un madrugador sosiego. Mirando hacia la vidriera del bar, extendí mi mano en la dirección contraria, con la vergüenza de la mirada ajena. Cuando sentí su textura en el cobertizo de mi mano sobre la mesa ajena, como una mandíbula, la tomé en un cierre de tijera y la guardé en el primer bolsillo que logré encontrar. Nadie lo había notado. Una operación exitosa.
Bebí de un sorbo lo que quedaba de mi café con leche, reposé los catorce pesos a un costado de la mesa, busqué la mirada cómplice del mozo para indicarle el pago y mi ida.
Tenía un tesoro; no podía esperar a saber qué decía. Me retiré a paso avanzado. Ya cruzando por la esquina en dirección al refugio de la parada de colectivos, con seguridad lo volví a posar en mi mano y empecé a desarmar su embrollo hasta su legibilidad.
Las palabras allí escritas me devolvieron una sonrisa. Y no tardó en venir una carcajada. Lo enrollé y lo tiré hacia el cesto de basura. Miré hacia el cielo reflejado en los ventanales del imponente rascacielos, y lo contemplé, antes de subir al colectivo. ‘A dónde va’, me preguntó el chofer. No sé. El destino dirá.
- “Soy un consumista. Me aburrí de los personajes de mis historias. Me aburrí de mis historias. Busco nuevas. Me despido. Queda toda una nueva vida por consumir y la voy a disfrutar. ¡Adiós!”-
El vuelo de la libertad
Miró por la ventana y no se sorprendió. Detrás del vidrio empañado, el otoño. Ventoso, como es propio, frío y lluvioso. El sauce, teñido de canario, se dejaba danzar por el viento. Ya no anidaban aquellos pájaros de la primavera; aquellos zorzales de pechos anaranjados, que en brincos recorrían la inmensidad del jardín. Entre su mundo y el suyo, una ventana enrejada. De un lado, la vida. Del otro, la soledad. Su única coincidencia era la esencia de lo que se marchitaba. Era la muerte, en su andanza. El tiempo y el espacio, se sincronizaban. Aquel mundo externo, empezaba a asimilarse a la jaula cuyo prisionero considera su hogar. Ella contiene todo lo que define su mundana existencia; fracción por fracción. Salvo un elemento particular, desconocido hasta entonces.
Fue su ignorancia la que la hizo voltear su mirada; cautiva, ahora, de un encanto. Un pequeño cuadro colgado en la pared, le exigía su contemplación. Un paisaje de un vivo otoño, pintado al óleo, parecía revivir frente a sus ojos. Se sorprendió de su brillo jamás considerado. Le inquietaba el interrogante de su origen; su completa existencia desapercibida. Desde la distancia, una fuerza de atracción la atrapó. Una movilización involuntaria hacia la pintura, sin rastro de su autor. Perplejidad absoluta. El paisaje, reanimado. De él, las fuerzas vivas, invitaban a sus sensaciones. Sonidos, aromas, color en movimiento. Luz. Cálida. Brisa. Increíble. Sintió el aroma del otoño y la caricia del viento que hacía al vaivén de las hojas quebradizas de los plátanos. La luminosidad enmarcó su sonrisa. Cerró los ojos. Se dejó absorber por ella. La felicidad.
Aquel sol oleico cegaba su mirada. Ya no era necesario ver, sólo sentir. Sus pies no parecían sostenerse del concreto, sino que se asentaban en la humedad del rocío de un pastizal, en la textura de la tierra que espolvoreaba sus dedos inquietos. Empez