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El día que tu niño interior te vuelva a sonreír, ese día sabrás que retomaste el camino. Relatos fantásticos de historias reales es un recorrido para volver al camino de eso que todos fuimos y que después no escuchamos más. Cuando perdimos el rumbo a la mitad un día, una voz, como un hilo, apenas susurrando, nos quiere decir algo; y casi sin darnos cuenta comenzamos a prestarle atención y la seguimos. Este libro pretende que vuelvas, que vuelvas a aquellos lugares de los que nunca deberías haberte ido, de tus rincones, de esos que te alejaste con el humo que te vendieron. Pretende ser una guía, un mapa, las respuestas a todas tus preguntas, la memoria que perdiste. Y si resulta ser que eres de esos que, como yo, nunca se perdieron, bueno, entonces este libro te guiará para lo que sigue.
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Veröffentlichungsjahr: 2020
POLLIE FAR
RELATOS FANTÁSTICOS
DE HISTORIAS REALES
Editorial Autores de Argentina
Pollie Far
Relatos fantásticos de historias reales / Pollie Far. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: online
ISBN 978-987-87-0449-4
1. Cuentos. 2. Narrativa Argentina Contemporánea. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail: [email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723
Impreso en Argentina – Printed in Argentina
Los gigantes
Ese sábado era demasiado temprano para despegar desde las sábanas. Julián, presuroso, despertó a su hermana. Había una tarea importante aquella mañana y no podían demorarse.
Por aquéllos tiempos Mariana solía entregarse a los sueños en horas tempranas. Aún no sabía regalarse los encantos de los comienzos de los días. Sin embargo, Julián era su debilidad, razón por la cual, ella era capaz hasta de abandonar el descanso mañanero que su agitado mundo interno reclamaba de vez en cuando, si su hermano se lo pedía.
Sus once años eran de determinación. Pequeño aún, con su adultez encerrada en su metro cuarenta, anticipaba la fortaleza que le haría falta unos años después.
Desde que Mariana había migrado hacia otra ciudad no había mascotas en la casa. Las cosas habían cambiado entre la infancia de Mariana, que ya era una jovencita, y la de Julián, que discurría en aquel barrio que lo viera nacer.
En otro días, los árboles que como granaderos habitaban esa calle, habían presenciado silenciosamente cada logro de Mariana. Escoltaron a la niña la primera vez que supo ponerse los patines y vieron inmutables sus caídas. Cada una de ellas...y cada vez que, apoyada en sus manos, recayendo en ellas el peso de su cuerpo, suspirando casi de manera invisible y con una incipiente voluntad, volvía a erguirse, entera. Y aunque la vereda mostraba sus grietas y llenaba de obstáculos su deseo de deslizarse ligera sobre las ruedas naranjas, no descansó hasta lograrlo. Los escoltas la vieron levitar, casi despegarse del suelo, sobrevolando, con el viento de frente, sobreponiéndose a lo real...
Pero ya habían transcurrido muchos años de aquellas tardes. Sin embargo Mariana nunca dejó aquella costumbre. La de patinar sobre ruedas naranjas sí, la otra era parte de su vida.
Por estos días, los mismos árboles asistían a los juegos de Julián. Quizás él tenía una timidez similar a la de su hermana, pero menos solitaria. Era un niño que solía estar acompañado. Sus amigos hacían un festival del timbre todas las tardes, quizás porque ofrecía una compañía cálida que hacían de cualquier juego una aventura. Pero en su recóndito interior creo que navegaba en soledad, capitandeando mares que lo llevaban vaya a saber a dónde.
Su infancia no transitaba con las mieles de otras infancias, pero era una vida amena. Compartía su cuarto con su hermana tres años mayor; antes también con Mariana, pero ya hacía dos años que ella se había hecho camino en otros lugares. Su mamá, maestra, lo llevaba al colegio en el que trabajaba y, a fuerza de su mirada tibia, casi triste y de sus modos suaves, casi como susurros había logrado no ser simplemente “el hijo de la señorita”. Varios amigos y compañeros de juego coloreaban sus días que habían sido envueltos en un celofán azul opaco desde la separación de sus padres. No era que él buscara deliberadamente la popularidad, más bien era algo que venía sin que lo pretendiera. Era acogedor pasar tiempo a su lado. Aún no brillaba, no tanto, tal vez por aquél celofán azul opaco. Pero se empeñaba en sus tareas y en esos tiempos no era testarudez, más bien, era la tenacidad que como un esqueleto sostenía su mayor virtud.
No pretendía demasiadas cosas. Su padre vivía a tres cuadras, para no perderse las nimiedades que componían la sinfónica niñez de Julián ,para no perderse los detalles. No había exceso de nada en su vida, quizás de lo único que había por demás era amor, aunque claro está que ese es el único exceso que no provoca daño en los años pequeños.
Pero el deseo más pretencioso de Julián tomaría forma esa mañana de sábado...
Sobreponiéndose al alborotado despertar que su hermano le había regalado, Mariana abrió sus ojos encontrándose con una carita vivaz y pequeña. Tenía ese día Julián un brillo que la encandiló , y tanto fue así que la indiferencia a tal luz no era una opción aquel día, porque ese fue el día...
Julián sentía que solo le faltaba una mascota. ¿Cuántas más preocupaciones podrían desvelar a un niño de esa edad? Había conseguido los laureles del éxito al convencer a su madre para que la familia recibiera a un nuevo integrante que viniera a reemplazar al antiguo amigo imaginario quesolía tener. Ahora ya más grandecito, Inti había dejado de visitarlo y tal vez ahora sintió la necesidad de llenar de alguna manera el espacio vacío que su abstracto amigo había dejado en las tardes de juego.
Se había levantado muy temprano. Se vistió y emprendió solito el camino que iba de su casa al puesto de diarios. Buscó y buscó entre la tinta negra, buscó que las letras se ordenaran de manera tal que en alguna frase le aseguraran que su sueño ya era una realidad. Y encontró...encontró dos palabras que daban certeza a sus premoniciones: “Regalo gatitos”. La emoción invadió su cuerpecito de futbolista delantero, sus piernitas hacedoras de goles en la canchita se despegaban del suelo. Era perfecto, simplemente todo estaba dado. ¡Se regalaban gatitos! Animalitos que seguramente mamá aceptaría sin demasiados reparos y además estaba Mariana, su protectora. Si bien dentro de él ya se gestaba de a poco la idea de que podía lograr cada cosa que se propusiera, aún era temprano pensar esa idea como acabada; aún necesitaba más confianza, pero Mariana, Mariana lo completaba.
-¡¡Vamos Mari, despertate!! ¡¡Vamos!! Lo encontré, necesito que me lleves.
- ¿A dónde?- Un hilo de voz salía de Mariana que solo despertaba por la luz que irradiaba Julián y no por la que se filtraba por las hendijas de la persiana de su antiguo cuarto que miraba al sur.
No le dio demasiadas explicaciones, ella tampoco las necesitaba...como no las necesitaría nunca cuando se trataba de su hermano.
Era tal el entusiasmo de Julián que ella apresuró su despertar, alcanzando a ponerse alguna camiseta roja del día anterior y un jean y con sus rulos totalmente desbaratados por los sueños que había trenzado en su almohada la noche anterior, emprendieron la marcha en busca del sueño de Julián, que nada tenía que ver con los que Mariana dejaba reposando en su cama.
El lugar quedaba cerca pero para ellos era como darse a la aventura. Recorriendo apurados la cinta gris que yacía debajo de los árboles celestes florecidos que vigilaban su camino. Era primavera y aquella ruta conocía muy bien los pasos de los hermanos, era el mismo que durante años los llevaba hasta la casa del abuelo que ahora se asomaba entre las copas de los árboles florecidos de celeste velando con una ternura etérea los pasos de esos niños.
De repente...la casona se dejó ver. Muchas veces habían pasado por allí, pero nunca antes esas paredes les habían parecido tan inmensas, impetuosas y grises. Cada grieta en los muros asistía al nacimiento de algún hilo verde con savia que casi asfixiado se abría paso desde las entrañas de la casona en busca del sol. La madera de los molduras era tan antigua que guardaba los crujidos de todas las épocas habidas y... por haber. La reja que separaba ese gran monumento anacrónico de los hermanos que habían quedado anclados en el umbral tenía un óxido tan enraizado en sus hierros que hasta el olor podía sentirse.
Mariana tomó de la mano a su hermano, él se sujetó muy fuerte, como lo hacía siempre, Mariana completaba su confianza, siempre era así. Y era tan cálida ella en su hablar que Julián encontraba el pulso exacto de sus latidos cuando la escuchaba, quizás por eso siempre buscaba llenar sus oídos con las palabras de Mariana; de algún modo y cuando los monstruos atemorizaban, lo que ella le dijera funcionaba como un carruaje de retorno hacia él mismo.
Abrieron la reja y los chirridos resonaron casi al mismo tiempo que la bandada de hojas resecas que tapizaban el caminito zigzagueante que los llevaba hacia el portón, rodaron alrededor de ellos, como un remolino de ánimas que jugaban a sus pies.
Un gran llamador de bronce opaco adornaba el grueso portón que era un compendio de nudos y grietas. La puerta se abrió y una dulce y longeva señora con un vestido floreado que acopiaba todos los colores que le faltaban a la casona los hizo pasar. ¡Era la corte de los felinos! Reinaban allí todo tipo de mininos, grandes, pequeños, naciendo, muriendo... Algunos preferían como lugar de su ocioso reposo los sillones de pana verde inglés que decoraban el living, otros más expectantes por la llegada de aquellos extranjeros preferían mirar complacientes enredados en las escaleras de oscura madera añosa. Los más anfitriones y pequeños formaron una ronda alrededor de los visitantes que le recordaron a Mariana uno de sus juegos favoritos en su ya lejana infancia.
Atravesaron la casona de punta a punta hasta el desván siguiendo las flores del vestido de la anciana que parecían escaparse a medida que avanzaba cual miguitas de Hansel y Gretel. Tal vez era un truco para no perderse en aquel laberinto al que Mariana y Julián habían llegado de la mano. El desván era el final de aquella travesía, morada de una madre gatuna que amamantaba con una tibieza que transmitía leche y amor. Julián encontró entre tanto pelo, bigotes y ojos alargados al pequeño Benjamín, la anciana ya lo había bautizado así al momento de nacer por razones más que elocuentes.
Como una representación felina del ying y el yang, Benjamín era extremadamente más pequeño que sus hermanos y algo atrajo a Julián hacia la mirada del minúsculo gatito. Creo que por un instante entendieron ambos de que se trataba todo esto, y sin una sola duda que hiciera erizar su pelaje Benjamín eligió a Julián.
Mariana ya no recuerda el camino de regreso, ni como los dos solitos desandaron los pasos con Benjamín a cuestas. Pero sí recuerda que aquella fue la primera vez que Julián supo que todo es posible. Recuerda que fue la primera vez que Julián brilló con su propia luz porque había cosido su deseo y su voluntad componiendo un traje que luego vestiría en muchas ocasiones. Algo había cambiado ese día...
Ni Benjamín ni Julián fueron pequeñitos al crecer...fueron gigantes...
Ignacio y los titanes
A veces en el pueblo suceden cosas...
Dicen por ahí que los pueblos pequeños encierran secretos que luego se transforman en historias y más tarde en mitos. Un pueblo nunca te develará el origen de sus ficciones; todo su armado erige su arquitectura con el solo pretexto de velar los tesoros de sus memorias.
Los pueblos tienen colores, pero éste tenía uno solo, y con él basta para pincelar las largas tardes de verano que atestiguaron las crónicas de Ignacio.
Delgado por definición, coronaba su espigado cuerpo con algunos rizos incontrolables que el sol de su pueblo se encargaba de hacer brillar cuando se filtraba en el azabache de su melena. No era una característica que le agradara portar a Ignacio, pero lo distinguía de otros jóvenes que acarreaban peculiaridades un poco más universales.
Pocas palabras salían de Ignacio, sus amigos decían que siempre las justas. Escatimaba la expresión de su mundo silencioso que lo acompañaba todas las mañanas de camino a la escuela. Los límites del pueblo, que no llegaban mucho más allá de lo que Ignacio podía alcanzar con su vista de lince, no impedían que traspasara las postrimerías de su terruño.
Su mirada templada aún no destellaba dureza, pero se distinguía por una languidez que sólo lo abandonaba en ocasión de sus charlas con Ariel, quizás el único destinatario de sus ignotos pensamientos. Ariel caminaba por la vida con una cadencia un poco más agitada que la de Ignacio, quizás eso componía el círculo perfecto de su amistad.