Renacimiento - Arturo Gómez - E-Book

Renacimiento E-Book

Arturo Gómez

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Beschreibung

La derrota y desánimo que sufrió nuestro joven héroe se ha convertido en la mayor lección durante su corta vida, la cual está llena de experiencias que cualquiera dudaría en tener. De ello comienza a darse cuenta Diago, quien con su corazón lleno de sueños y esperanzas se embarca en una aventura aún más grande de lo que alguna vez haya pensado o imaginado. Encontrará nuevos amigos y conocerá el amor para descubrir que en él radica la fuerza de los hombres; para de esa forma enfrentar al enemigo que sigue creciendo en poder y maldad, por lo que el naciente caballero está determinado a no dejarse derrotar por más formidables que parezcan los obstáculos que se le presentan. Librará intensas batallas hasta que logre descubrir quién es el verdadero enemigo, el cual se esconde en sus múltiples formas y servidores, por lo que deberá desenmascararlo y derrotarlo antes de que éste se apodere de él.

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RENACIMIENTO

EL CABALLERO Y LA PRINCESA

Segundo Acto

Arturo Gómez

© 2012 Bubok Publishing S.L.

1ª edición

ISBN: 978-84-686-6636-5

Impreso en España / Printed in Spain

Impreso por Bubok

Índice

Una larga travesía

Un guerrero ha llegado

Momento de decisión

La confrontación al miedo

Liberación

El silencio

Tiempo de cosecha

Los Juegos Reales

La antigua carta

La pequeña expedición

Castillos de arena

La terrible verdad

El comienzo de una nueva guerra

La defensa del Reino

Un inesperado giro del destino

La esperanza no morirá

Las últimas instrucciones

CAPÍTULO QUINCE

Una larga travesía

Ahora me encontraba en un punto todavía más alto y escarpado sin posibilidad alguna de bajar, a veces atravesaba grietas, otras veces rocas y campos de nieve a través de los paisajes más increíbles que nunca antes alguien haya visto o escuchado, así me sentía yo, como el primer hombre en poner un pié en esas montañas. Casi no había nubes en el cielo y el viento era muy tranquilo, le daba gracias a mi Dios por permitirme seguir con un día tan espléndido.

Durante el trayecto me detenía a descansar poco, comía algo de carne seca, luego algo de pan y en lugar de agua comía nieve para quietarme la sed. Ya para el atardecer, después de caminar por sobre las cumbres, comencé a buscar un camino para bajar, hasta que finalmente encontré una rampa de nieve. Me senté y baje deslizándome hasta el fondo de ese profundo cañón. Cuando el último rayo de sol dejó de iluminar a las montañas, había descendido hasta el límite de la nieve y ahí comencé a buscar un nuevo refugio, donde afortunadamente encontré debajo de una roca el escondite perfecto.

Esta vez no necesitaría prender una fogata y podría guardar la madera para cuando la necesitara. Me quité mi pesado equipaje, coloqué piedras a la entrada para poder protegerme del viento o también de alguna criatura salvaje que quisiera entrar. Cuando terminé de comer, me dispuse a seguir leyendo el libro mágico, pero también reparé y continué escribiendo en mi libro durante esa larga noche. Ahora con mi magia podía iluminar sin mayor esfuerzo toda esta pequeña cueva.

Así transcurrió la segunda noche, extrañando a mis amigos perdidos y soportando con frío las penumbras de las alturas. Dormí un poco y nuevamente alisté mis cosas para salir al amanecer siguiendo todo el cañón, que de acuerdo a lo que había estudiado en los mapas que me mostró el libro mágico debía seguirlo hasta su final. Algunos manchones de nieve se atravesaban a mi paso, y las cabras monteses observaban mis pasos torpes por aquellos terrenos en donde ellas vivían. Seguramente era el primer hombre que veían. Aquello parecía un desierto, completamente desolado y gris, pero con una belleza incomparable a pesar de que solo había roca y arena. A veces se veían musgos y líquenes pero ninguna planta verde.

No quería seguir bajando más porque sabía que tendría que subir otra montaña, ya que el final del cañón se aproximaba y después de esto seguirían los campos de nieve. Parecía que llevaba un buen paso, y estaba seguro que de seguir así, en menos de diez días cruzaría la cordillera. Estaba bastante motivado y ahora nadie me perseguía, era imposible que alguien me pudiera encontrar aquí.

Al anochecer llegué al final del camino, una montaña inmensa se levantaba frente a mí y tendría que subirla, pero no quería pasar la noche hasta arriba, así que mejor decidí buscar refugio entre las rocas, antes de llegar a la nieve. Cuando anocheció me encontraba en una hendidura en las paredes, fue ahí donde dejé mis cosas y me apresuré a apilar piedras a mí alrededor para protegerme nuevamente del viento y de los peligros, que afortunadamente hasta ahora no me había encontrado con alguna criatura salvaje.

Las noches transcurrían rápido, entre el estudio y el cansancio, el tiempo parecía volar. Me estaba acostumbrando a la altura y todavía me quedaba comida, esperaba poder cazar algo más adelante cuando se me terminara. Las estrellas se veían muy claras y me preguntaba ¿en cual de ellas se habrá convertido Rijks? El creía que eso ocurría al morir, yo por mi parte rezaba por su eterno descanso y que estuviera con Dios en el paraíso.

Así llegó el tercer día de travesía, con nuevos retos y nuevas montañas para subir. Desde abajo me las arreglaba para encontrar el camino adecuado y no llegar a barrancos difíciles de subir o a precipicios imposibles de cruzar. Sin embargo este día era diferente, ahora soplaba mucho más viento y algunas nubes tapaban el sol, pero no era nada para preocuparse, es más, creo que sin tanto sol me desgastaba menos.

Al llegar a la cima, me di cuenta que no había avanzado mucho, pues desde esta montaña podía ver el punto donde había iniciado de mi viaje y hacia adelante solo se veían más montañas, pero esta vez tendría que caminar por las alturas ya que no había forma de bajar.

Seguí mi travesía completamente solo y me protegía del sol usando un gorro sobre la cabeza, el cual parecía que se me iba a ir volando ya que el viento estaba soplando con mucha fuerza en la cima y no había como protegerse de él. Las nubes pasaban rápidamente y a lo que más miedo le tenía era cruzar sobre la nieve porque sabía que debajo de esa capa blanca había grietas ocultas en la cuales podía caer, pero no tenía otra alternativa, así que procuraba caminar con cuidado y muy cerca de las rocas.

Cuando me sentía exhausto, me detenía con más frecuencia ya que la altura me estaba afectando. Abajo podía caminar sin descanso durante un día entero, pero aquí arriba, con este aire tan delgado, debía descansar a cada rato. No estaba avanzando a la velocidad que quería y eso no me gustaba porque significaba que tendría que pasar la noche aquí en la cima de ésta cordillera. Había realizado varios intentos de bajar pero no pude encontrar una ruta segura, así que caminé hasta que oscureció completamente y busqué, como siempre, una grieta entre las rocas para esconderme.

Como en esos terrenos el hielo y viento desgastan todas las superficies, fácilmente encontré un lugar que se adaptaba a mis necesidades, lo único malo era el frío, el cual ya era intenso. A lo lejos se veía como los rayos saltaban de una nube a otra sin que pudiera escucharse algo. Me descolgué las mochilas, me quité las espadas y coloqué la madera lista para encender la fogata, la cual prendería cuando ya no pudiera aguantar el frío. A media noche se escuchaba como silbaba el viento y se colaba por todos lados, así que tenía que permanecer agachado y protegido con todo lo que encontraba a mí alrededor. La fogata que finalmente encendí apenas era suficiente para calentarme, pero no quería usar toda la madera ya que seguramente no encontraría más.

Cociné un poco de carne, la cual ya prácticamente se me había acabado. Solo quedaba algo de pan duro, semillas y dulces. Mi situación era ahora muy precaria, casi sin comida y combustible, no podría pasar una noche más en un lugar tan alto, debía bajar a como diera lugar antes de la siguiente noche. Conforme transcurría el tiempo y para ahorrar madera, me conformé con acercarme al carbón caliente y debido a toda ésta situación incómoda, no pude dormir como yo hubiera querido ya que me despertaba continuamente y era prácticamente imposible conciliar el sueño, además que me dolía la cabeza como nunca antes.

La noche se me hizo demasiado larga y casi interminable, esta vez no pude estudiar ni escribir pero afortunadamente siempre había un amanecer y cuando ocurrió, salí a echar un vistazo con mucho cuidado. Tenía la curiosidad de saber dónde me encontraba exactamente y al revisar los alrededores, me di cuenta que estaba en la orilla de un barranco no muy alto y en el fondo se veía nieve y glaciares. Arriba de mi había rocas y hielo, pero lo que me llamaba la atención es que hacia el horizonte todas las partes bajas estaban cubiertas por una espesa capa de nubes, de las cuales solo los picos más altos sobresalían. Parecía un gran lago blanco lo que yo observaba desde las montañas. Fijé mi rumbo y al meterme a mi refugio temporal, guardé mis cosas y cuando estuve listo volví a reanudar la marcha.

Esta vez no había comido mucho porque no me sentía bien del estómago, prefería comer poco a poco y no de una sola vez, afortunadamente ese dolor de cabeza que me aquejaba ya casi había desaparecido. El agua no era mucho problema, constantemente comía nieve, pero me enfriaba mucho cada vez que hacía eso, además que ahora el viento soplaba con mucha mayor fuerza y las nubes comenzaban a subir. Para medio día casi no se veía nada, estaba caminando sin rumbo hacia donde yo creía debía ser el final de mi viaje.

Ya siendo muy tarde, las nubes desaparecieron y pude ver que estaba llegando al final del camino pues frente a mí se encontraban los campos de nieve y desde arriba de esta montaña, admiré el valle central, el cual era tan ancho que las montañas del otro lado se veían muy lejanas, pero de entre todas ellas, una era la que más sobresalía. Era la más alta y grande, el punto más elevado de estas cordilleras y de la cual se aseguraba que no había punto más alto en todas estas tierras. Ahí contaban las leyendas que era donde el cielo se unía con la tierra y que ningún hombre se le permitía acercarse y mucho menos subir, pero de acuerdo a los mapas, esa era la única forma de cruzar del otro lado.

Las otras montañas eran prácticamente imposibles de subir debido a que eran paredes verticales y el paso por las montañas estaba cerrado, así que tal como me dijo el abuelo, la única forma de cruzar era a través de dicha montaña.

Todas esas leyendas eran parte verdad y parte imaginación de aquellos que las habían escrito hace incontables generaciones. Sabía que debía tener cuidado, ahora que parecía que estaba a mitad de camino no retrocedería y no me daría por vencido, pero al buscar un lugar por donde bajar, no encontré ninguno. Lo mejor que encontré fue una pared de rocas y hielo por donde me podría sujetar para bajar.

Sabía que sin cuerdas sería muy peligroso y difícil, pero aun así lo haría. Poco a poco y con muchos trabajos comencé el descenso con el sol ocultándose, pero había partes en las que me quedaba atascado y tenía que volver a subir y cambiarme de sección. Cuando bajé a la primera parte de la pared ya estaba oscureciendo, los últimos rayos de sol iluminaban las montañas y yo tenía que darme prisa.

Caminé hacia el siguiente barranco, pero a mitad de camino algo llamó mi atención, un bulto cubierto de polvo sobresalía de entre la nieve y rocas. Al acercarme me di cuenta que era una capucha de viaje y cuando la desenterré pude ver que adentro resguardaba el cuerpo momificado de un viajero. Ya no me espantaban los muertos y no es que me hubiera vuelto insensible, sino que después de lo que me había pasado, esto solo era un despojo de ropa y huesos.

Al observarlo bien, las piernas y el cráneo estaban rotos, las manos también y parecía ser que se había caído desde lo alto. Estaba muy duro y tieso, si lo movía se podría romper, pero lo que me llamaba la atención eran sus vestimentas. Se veían finas y bien equipado para una travesía como ésta, desgraciadamente había sufrido un accidente mortal. En sus muñecas llevaba unos brazaletes como los míos y del cuello colgaba una cadena dorada muy bonita. En su dedo índice llevaba un anillo dorado con inscripciones antiguas. Parecía ser que era un caballero ¿pero de qué época?

Busqué entre sus ropas congeladas y hallé dentro de un estuche de cuero una carta perfectamente guardada dentro de un rollo, la abrí y con cuidado lo desenrollé para no romperlo. Leí cuidadosamente y tal como lo sospeché, éste era un mensajero, era un caballero de la orden de los dragones que llevaba una carta del Rey Exhaldor hacia el vecino Reino de Rush, en la cual pedía apoyo para la familia real, la cual corría grave peligro así como todo el reino.

Decidí llevarme la carta para entregarla yo mismo pero también me llevé su anillo como signo de autenticidad. Algo que noté fue que este caballero no llevaba armas. Como se me hizo extraño, busqué a su alrededor hasta que encontré su espada y un arco con una aljaba llena de flechas a unos pasos de él, pero enterrados por polvo y piedras.

La espada no la usaría, se la dejaría a aquel caballero con el cual me sentía muy ligado. Me llevaría su arco, el cual era casi de mi tamaño, también me llevaría el conjunto de flechas, las cuales también eran bastante pesadas. A pesar de que el abuelo no nos había instruido en el arte de la arquería, al menos nos había enseñado a usar el arco y a disparar flechas. También me llevaría la vaina de su espada, la cual me serviría para guardar mi más preciado tesoro. Sus brazaletes se los dejé puestos y me acordé que el día en que había comprado los míos fue porque el abuelo me convenció de llevármelos porque él sabía perfectamente lo que eran y lo que significaban, ya después le regalé uno de ellos a Rijks.

Como acto final, llevé el cuerpo a la pared y lo acosté colocándole su espada sobre de él y lo cubrí con rocas. Era lo mínimo que podía hacer por aquel caballero que había encontrado la muerte de una forma tan infortunada. Solo esperaba y rogaba al cielo que no encontrara yo la muerte de la misma manera.

Ahora que había recogido nuevas armas, mi carga era más pesada y aun así debía continuar bajando por aquella pared, la cual era aún más grande y escarpada, pero después de esta sección siguió una gran rampa de rocas y arena por la que podría descender muy fácilmente.

Ya era muy oscuro cuando llegué hasta el fondeo del valle donde no había nada de nieve, y más bien había mucha arena y polvo. La luna era lo único que me iluminaba y el ambiente se sentía muy seco. Busqué refugio debajo de una roca, como lo solía hacer en estas montañas.

Esta vez lo que encontré era más bien una cueva pequeña, en donde había filtraciones de agua. Era ideal para descansar así que sin dudarlo dejé todas mis cosas en el suelo y llené mi ánfora con el goteo constante y bebí toda la que pude, después la volví a llenarla ya que tenía que limpiarme la cara.

Los labios los tenía partidos, mis mejillas y nariz estaban muy resecas, al punto que me estaban sangrando. Las palmas de las manos y mis nudillos estaban muy mal, la piel estaba muy rasgada y sangraban continuamente, tampoco quería ver mis pies los cuales me ardían mucho, pero los tendría que revisar para ver que no tuviera heridas de consideración.

Con trabajos me quité las botas y al descubrir mis pies, estaban todos ampollados, sangrando y sucios, por lo que tuve que lavarlos y vendarlos con pedazos de ropa. Me lavé también la cara y las manos, además olía muy mal; pues ya eran muchos días de no asearme, pero a nadie molestaría con mi olor, así que me puse a averiguar en el libro mágico todo acerca de la orden de los caballeros para ver si lograba descubrir la identidad de aquel hombre.

Leí mucho sobre sus códigos de vida los cuales eran admirables. Si alguien lograra vivir de esa forma, seguramente podría ser un santo. Básicamente el abuelo nos había resumido ese código en todas sus enseñanzas pero aquí estaba todo escrito y eran varios libros los cuales tendría que leer, estudiar y aprender.

Al amanecer del quinto día, los vientos soplaban fuertemente y se levantaba mucho polvo. Mientras observaba y caminaba alrededor de mi refugio me preguntaba ¿por qué llamarían a este lugar “los campos de nieve”, si esto era un desierto frío?

Con esa pregunta en mi cabeza me desayuné el último paquete de comida que me quedaba y esperaba poder cazar algún animal el día de hoy, así que no me preocupé, pues después de todo ahora tenía un arco junto con sus flechas y se me facilitaría cazar lo que yo quisiera.

Lo primero que tenía que hace era practicar un poco, pues de todas las armas que sabía manejar, el arco precisamente no había sido la que más usábamos, así que lo limpié, lo reparé con el hilo que encontré dentro de la aljaba y me puse a practicar, no sin antes leer las instrucciones sobre cacería con arco en el libro.

Debo decir que resultaba difícil disparar las flechas con un arma tan vieja y dañada. Mis disparos no me salían con fuerza ni con precisión, pero con un poco de práctica se facilitaría la cacería. Cuando juzgué que podría cazar algo con las flechas, alisté mis cosas y me dispuse a cruzar el valle árido. La gran montaña estaba enfrente y se veía bastante cercana, pero sabía que la perspectiva me engañaba y ésta montaña se encontraba todavía muy retirada.

Frente a mí se extendían inmensos campos de rocas grises y grietas, pero cubiertos de arena, por lo que tendría que ser muy cuidadoso al caminar. Ahora con suficientes provisiones de agua caminaría sin mayor dificultad, únicamente el viento y polvo me producirían molestias, pero no eran nada comparados con la fatiga que se sentía hasta arriba de las montañas.

Todavía siendo muy de mañana, las nubes ocultaron al sol y parecía que iniciaría una tormenta, pero era muy extraño ya que al juzgar por el panorama, no había caído una sola gota de agua aquí en mucho tiempo, todo era polvo y nada de nieve, pero aun así hacía mucho frío y el sol era muy quemante. Seguramente nadie antes había estado aquí, porque de lo contrario, lo hubieran llamado el “gran desierto central”, o al menos así lo hubiera llamado yo.

Poco a poco había menos polvo hasta que parecía que el suelo ya no estaba recto y empezaba a subir. El suelo rocoso era resbaloso y lleno de grietas de las que me debía cuidar, también se escuchaba cómo crujían las piedras y a veces me espantaba, pero yo era el único ser vivo en esos terrenos. Ahora que quería que saliera algún roedor o algún pájaro, no había nada. Durante todo el camino en los días anteriores, los veía a lo lejos y cuando más los necesitaba, no estaban aquí.

La pendiente de subida no era muy inclinada, pero sí era desgastante y aún más, cuando pasó el medio día. Ya tenía mucha hambre, así que comí de los dulces que me quedaban, los cuales los guardé para emergencias como ésta. Había veces que las nubes tapaban toda la visibilidad y otras veces desaparecían y me dejaban ver la inmensidad de este valle.

Cuando ya estaba muy alto me di cuenta que sobre lo que había estado caminando todo éste día no eran rocas sino hielo, eran glaciares cubiertos por una capa de polvo. El lento avanzar del hielo era lo que generaba esos ruidos que a veces se escuchaban lejanos y otras veces muy cercanos.

Todos estos ríos de hielo se alimentaban de las montañas que estaban enfrente, por eso ningún animal se atrevía a cruzar por estos parajes, era demasiado peligroso e inútil. Seguí mi camino y el frío cada vez era más intenso, las nubes se habían tornado demasiado oscuras y el viento que soplaba con fuerza casi huracanada apenas me dejaba ver. En cualquier momento comenzaría la tormenta y no tenía donde protegerme, por lo que seguí avanzando hasta que todo el paisaje se tornó blanco.

Para donde volteara ya no se veían las montañas, solo sabía que tenía que seguir de frente y subir. Al atardecer llegó la tormenta e infinidad de rayos cruzaban el cielo y los truenos se escuchaban en todas direcciones. Parecía que me partirían en mil pedazos, pero aun así no me detuve. El viento soplaba a una velocidad increíble y el hielo junto con la nieve que se desprendía del suelo me golpeaba con fuerza en la cara.

Sin ninguna protección y sin alguna referencia para guiarme me perdería en esta tempestad. Tampoco podía hacer un agujero en el suelo por que la capa de nieve era muy fina y el hielo era tan duro como piedra; debía continuar, reuniría todas mis fuerzas para no caer. Estaba seguro que no faltaba mucho para llegar a las montañas.

Yo sabía que no era muy tarde, lo que ocurría era que las nubes habían ocultado al sol desde hace mucho tiempo, pero aun así cada vez era más difícil mi andar. No me di cuenta el momento en que realmente empezó a nevar. Solo sé que en un principio había pequeños granos de hielo y ahora eran grandes copos de nieve volando en forma horizontal, se metían por toda mi ropa y me estaban mojando, creo que había escogido un mal momento para cruzar el valle.

Solo daba unos cuantos pasos y me tenía que detener porque de lo contrario podía salir volando por los aires. Me sujetaba con fuerza al bastón, el cual era los remanentes del báculo y también me aferraba del arco, con los cuales me ayudaba a caminar. Había momentos en los que me quedaba dormido, pero despertaba rápidamente. Estaba soñando despierto, esto se estaba volviendo una pesadilla de la que no podía despertar. Estaba demasiado cansado y hambriento, mis fuerzas estaban llegando a su límite, parecía un alma en pena caminando en el valle de los muertos.

—No me daré por vencido, Dios no me permitió llegar tan lejos como para abandonarme aquí —mi mente se llenaba de cosas imaginarias y divagaba sin cesar.

Me quedé de pie respirando profundamente e inclinado hacia adelante, aferrado fuertemente del bastón de madera. Solo necesitaba descansar unos momentos más, después abriría los ojos y daría otro paso más.

Cuando abrí nuevamente los ojos había pasado mucho más tiempo. Mis pies comenzaban a enterrarse en la nieve y estaban entumecidos, las manos ya no las sentía y sin darme cuenta estaba perdiendo los sentidos.

—Escudo —dije débilmente con mi último aliento.

Esto era lo único que podía hacer, al menos funcionaría y me mantendría lejos de la tormenta. Por unos breves instantes ya no sentía que se estrellara la nieve contra mi cara, una calma y una paz me decían que ya no luchara más, todo estaría bien.

—Dios mío, ayúdame, ¿acaso éste es el día de mi partida? —parecía como si me pudiera ver a mi mismo aún de pie luchando por no caer, como un punto en medio de la nada que se negaba a desaparecer.

Todo estaba oscuro, escuchaba voces llamándome y no sabía de quienes eran. Yo no quería seguirlas, me quedaría aquí cuidando aquella espiga azotada por el viento en este lugar donde ya no sentía nada.

Hasta después de mucho tiempo, una voz que al principio se escuchaba muy lejana me hizo una pregunta:

—Diego, ¿qué haces?

—Estoy cuidando esta espiga. De todo el campo que tenía cultivado, ésta es la última que queda.

—El viento es muy fuerte, no puedes hacer nada por ella, mejor acompáñame, quiero mostrarte algo.

—Pero el viento la arrancará de raíz, no la voy a dejar.

—No te preocupes, no permitiremos que le pase nada, no temas y ven conmigo.

— ¿A donde me quieres llevar?

—Ven y lo verás.

—Está bien, pero prométeme que regresaremos.

—Eso depende de ti.

— ¿Quién eres? ¿Qué me quieres enseñar?

—Yo solo soy un mensajero, vengo a decirte que no te des por vencido, muchos me han pedido por ti, tus amigos, tu hermano, tu papá y tu mamá.

— ¡Que alegría! ¿Puedo ir a saludarlos y decirles que estoy bien? Hace mucho que no los veo.

—No debieras ir hacia ellos, pues si vas ahora, no podrás venir comigo. Como ves, todo depende de ti.

— ¿Eres acaso un ángel? Eso es lo que debes ser, un mensajero de Dios.

—Prefiero que me llames mensajero.

—Está bien mensajero, ahora dime ¿por qué no puedo ver a mis padres y regresar otra vez a este reino? Le hice una promesa Rijks y al abuelo.

—Mi pequeño Diego, nunca debiste haber venido a este lugar. Tienes tan pocos motivos para no seguir creyendo y sin embargo permaneces firme.

—Yo no decidí venir aquí, creo que un compañero tuyo me dejó del otro lado de las montañas.

—Aún no puedo decirte lo que ocurrió, pero de hecho, el paraíso era lo que nuestro Señor tenía preparado para ti.

—Pero creí que esto era el paraíso…, es maravilloso este lugar.

—Por eso no intervenimos. Sé que al principio fue un poco difícil, pero lo has hecho muy bien. Dios no desea hacerte padecer un dolor innecesario, Él ha estado muy pendiente de ti, ¿y sabes una cosa?

—No, dime por favor.

—Él te ama mucho, por eso me ha enviado, para llevarte de regreso a casa.

— ¿A casa…? No entiendo.

—Sí, a casa.

—Pero mi casa estaba aquí, ¿o te refieres a que regreso finalmente con mis papás? ¿O acaso regreso a la casa del Padre?

—Regresas a la casa del Padre, hay muchos que te esperan allá.

—Lo sé, pero… antes quiero que me respondas algo.

— ¿Qué quieres saber?

—Este lugar ¿qué es entonces?

—Eres muy curioso Diego, siempre ansioso de más conocimiento. Ya te pareces a tu amigo Rijks.

— ¿Conoces a Rijks?

—Si, tanto como te conozco a ti.

—Creí que no volvería a saber de él, seguramente haz de traer muchos mensajes de su parte.

—De hecho, todos los mensajes son iguales: Que no te des por vencido.

—Pero si regreso a casa del Padre sería darse por vencido, todo por lo que luchamos aquí sería en vano.

—Así es Diego, este lugar esta reservado para aquel que cree poder salvarse sin ayuda de Dios.

— ¡Cómo es posible eso! Entonces esto es un infierno, el lugar donde no está Dios es el infierno, ¿qué hago aquí? ¿Qué hice para estar aquí? ¿Acaso hay alguien que logre ser justo ante los ojos de Dios?

—Lo que te debe sorprender es el inmenso amor de nuestro Señor, que puede otorgarte un sin fin de oportunidades, tantas veces como las que tú puedas perdonarte. Como te dije, tú no debías estar aquí y a eso he venido. Ya cumpliste tu misión, lograste entender lo que pocos han logrado hacer.

—Pero acaso, ¿habrá alguien que pueda salvarse si no le conocen?

—Te sorprenderá saber que aún entre los que se decían creyentes también han terminado en un lugar como este, en donde no hay Dios que les estorbe y puedan usar todo aquello en lo que prefieran creer que los pueda salvar.

—Ahora entiendo por qué hay tanto dolor y sufrimiento en este lugar.

—No estés tan seguro de ello, no juzgues tan a la ligera. Entonces Diego, ¿estás listo para regresar con Dios?

—Realmente quiero ir con Él, pero me estás dando a escoger, es decir, de las tres opciones que tengo ¿puedo escoger la que yo más quiera?

—Así es Diego. Si escoges regresar con tus papás, no recordarás lo que has vivido aquí, incluso padecerás bastante, pero llevarías mucha alegría de regreso. Por el contrario, si decides quedarte aquí y cumplir tu promesa hecha a tus amigos, un camino muy difícil te habrá de esperar, pero te advierto que en ninguna de las dos primeras opciones que elijas te habrás ganado el paraíso, todo depende de cómo decidas terminar de vivir tu vida. Las tentaciones y dificultades serán muchas, más fuertes de lo que te imaginas.

—Pero hasta ahora las he vencido muy bien.

—No del todo Diego y lo sabes.

—Tienes razón, si no hubiera pecado seguiría con mis padres, entonces ¿por qué tenemos libertad si somos tan débiles?

—Porque la vida es hermosa, es el don más maravillosos que otorga Dios. La libertad bien empleada junto con el amor es lo que te hace trascender.

—Ama y haz lo que quieras.

— ¿Acaso actuaste con amor? ¿O acaso querías que bajara a detenerte cuando estabas en la fiesta con tus amigos? Dime entonces ¿dónde habría quedado tu libertad? En algo tienes razón Diego, el malvado termina consumiéndose a sí mismo y es tan soberbio que no se atreve a reconocer sus errores y pedirle perdón al dueño de la vida. No es que Él quiera que te humilles, sino que medites sobre el mal que te has causado a ti mismo y a tus hermanos. La soberbia es uno de los pecados más destructivos, el creerte más que los demás, el que todos te deban de alabar y que debas poseerlo todo y a todos sin necesitar de los demás, ni siquiera de Dios…

—Señor mío, soy un pecador, vuelve tus ojos a mí, a tu humilde siervo, amado padre mío.

—Diego, levántate que has hallado gracia ante sus ojos. A pesar de todo Él ya te había perdonado, pues su amor y misericordia son infinitos.

—Ya quiero ir con Dios, pero antes debo terminar mi misión aquí en estas tierras, estoy seguro que pronto iré a su casa, después de todo mi vida es como un suspiro, un abrir y cerrar de ojos para Él.

—Diego, no tienes necesidad de hacer este sacrificio tan grande y no intentaré convencerte. Ya sabes qué es lo que debes hacer, son las mismas reglas que ya conoces.

—No decepcionaré a mis padres, ni al abuelo, ni a Rijks y tampoco a ti, es una promesa que también le hago a Dios, nunca me alejaré de su camino.

—Que así sea.

—Gracias por venir, mensajero de mi Señor.

—Espera Diego, falta que os de la bendición Divina, ponte de rodillas e inclina la cabeza.

—Que Dios te ilumine con su gracia y proteja tu cuerpo y alma con su amor infinito, guárdalo libre de pecado y otórgale fortaleza para vencer todos los obstáculos, amor para con los demás y fe para confiar siempre en Él.

—Amén.

Parecía que estaba en el cielo, una paz infinita reinaba en mí y todo el dolor que sentía dentro de mí había desaparecido, de no ser por la nieve que se me metía por el cuello no hubiera despertado tan rápido. Seguía de rodillas y con la cara recostada sobre un gran montículo de nieve.

Levanté la cara y al abrir los ojos, me di cuenta que el sol brillaba con fuerza en este nuevo amanecer y las nubes junto con el viento habían desaparecido, ahora podría continuar mi camino sin los contratiempos del día anterior. Me incorporé y al voltear a mi izquierda, estaba una gran liebre de las nieves observándome fijamente.

Rápidamente tomé el arco junto con una flecha, la coloqué en posición y estiré la cuerda. La liebre no se movía, únicamente me miraba atentamente y no sentía miedo por mí. Apunté en su dirección y disparé la flecha, la cual salió rumbo al blanco y en instantes atravesó al pobre animal. Era como si hubiera sido puesto ahí por alguien como un regalo para mí. En ese momento recordé parte de ese sueño tan hermoso que tuve y agradecí al cielo por este presente. Caminé lentamente hacia el animal y lo recogí de la nieve. No tenía donde cocinarlo, no había rocas a la redonda y la única madera que tenía era el báculo, unas cuántas astillas y las flechas.

Con cuidado empecé a desollarlo y al terminar, le atravesé una flecha a todo lo largo y partí el bastón en pequeños pedazos colocándolos sobre la piel del borrego la cual estaba humedecida por la nieve. Me moría de hambre y sin dudarlo le prendí fuego.

Lentamente le daba vueltas hasta que se consumió la madera y tuve que apagarlo para que no se siguiera maltratando la piel. Comí hasta llenarme aunque no tuviera un buen sabor, ya que unas partes estuban muy secas y otras crudas, al final me acabé la mitad. La piel blanca de la liebre me la llevé y los restos los guardé con nieve para conservarlos.

Saciado mi apetito, reanudé el camino. Las montañas estaban todavía lejos, pero si me apresuraba, para el atardecer llegaría a su base. Al voltear hacia atrás no reconocía nada, solo se veía un color blanco infinito, parecía que se habían borrado las montañas de las que provenía.

Mientras caminaba iba pensando e intentando hacer memoria sobre el sueño que había tenido. Era extraño, debí haberme congelado en esa tormenta y no fue así. Debió haberme protegido un ángel, eso debió haber sido, porque recuerdo que estuve hablando mucho tiempo con una persona y no recuerdo quien era y tampoco toda la conversación que sostuve.

Caminé sin cesar intentando recordar pero no lograba ver más detalles, solo sé que era un lugar completamente negro y vacío, sin arriba o abajo, donde un hombre alto y de apariencia joven me hablaba sobre mis padres y amigos, recuerdo que mencionó algo de Rijks y que venía a llevarme, pero le dije que no, que cumpliría mi promesa y después desperté, ¿pero qué más hablé con él?

Ahora sentía mucha paz, mi odio había desaparecido y ya no sentía ese deseo de venganza, ¿entonces qué hacía aquí? Juré vengarme por lo que nos habían hecho, pero ahora era diferente, lucharía por los ideales y restauraría el orden en este lugar.

Sabía que eso era muy ambicioso, pero debía hacerlo, alguien tenía que hacer algo por toda esta gente.

“No tienes por qué hacer esto”, recodé esas palabras, pero al final quien quiera que haya sido, accedió, respetó mi decisión y hasta me bendijo con su mano dirigiéndola primero desde la frente al corazón y de los hombros al centro de mi pecho.

Necesitaba descansar un poco, pues tanta concentración me estaba mareando, así que me detuve para tomar agua y continué.

Al atardecer del sexto día, llegué finalmente a las montañas. Éstas eran aún más grandes que las anteriores y más escarpadas. Los bloques de hielo eran del tamaño de una casa y no había forma de subirlos ya que eran muy verticales con sus paredes, lisas y resbalosas. Los únicos lugares por donde se podría subir estaban repletos de glaciares y grietas, además junto a las rocas tampoco había paso. Desde un punto elevado me quedé observando y estudiando la ruta que debería seguir, pero no encontraba ninguna. Creo que si quería subir, tendría que caminar por los glaciares y arriesgarme por ese camino tan difícil.

Bajé de la roca en la que me encontraba y al llegar a la base, un riachuelo de agua se abría paso por el hielo, lo tallaba y le esculpía formas caprichosas dando muchas vueltas. Lo seguí con mi vista y llegó un momento en el que vi que toda esta agua salía de una pequeña cueva en el fondo del glaciar.

Tenía que llegar hasta ahí, así que saqué mis dos espadas y lentamente descendí al fondo clavándolas con cuidado. Una vez abajo, me percaté que la cueva era muy pequeña, así que si quería entrar tendría que caminar agachado.

Sabía que era muy larga porque no se veía nada y además, alcanzaba a percibir un olor a azufre, por lo que supuse que debían ser los restos de un volcán. El aire aquí adentro no era tan frío comparado con lo que se sentía afuera, además de que ya no soplaba viento. Conforme me adentraba se hacía cada vez más oscuro hasta que tuve que iluminar la cueva, la cual, en su primera parte era muy angosta y chica. A veces tenía que arrastrarme por el suelo rocoso y otras veces pasaba por cámaras muy altas y amplias.

Este lugar era increíble, los tonos azules del hielo eran hipnotizantes, sobre todo saber que estaba debajo de un glaciar. Como estaba sobre una ladera, la pendiente comenzaba a hacerse más pesada; así como el olor y la temperatura aumentaban. El espacio por el que caminaba era más y más grande, tanto que ya no alcanzaba a ver el techo o las paredes aunque las iluminara con mucha mayor fuerza. Lo único que tenía que hacer era seguir aquel riachuelo del cual no me atrevía a beber ni una sola gota.

Había partes en las que tenía que escalar la roca y continuar subiendo dentro de una completa oscuridad, pues a pesar de que solo veía mis pasos, a mí alrededor no se vislumbraba nada. Llegó un punto en el que me tuve que empezar a quitar poco a poco los abrigos porque el calor era insoportable hasta que finalmente llegué a una plataforma dentro de la cual se generaban gases y vapor de agua. Lo que me llamaba la atención era que si dejaba de iluminar con magia, una oscuridad total se apoderaba del lugar.

No podía permanecer mucho tiempo aquí, así que busqué una salida, un lugar por donde debiera escapar todo ese calor. Lo único que tendría que hacer era seguir las corrientes de aire.

Para ese momento ya había perdido la sensación del tiempo, no sabía si era de día o de noche o si nevaba o el sol brillaba. Al seguir subiendo, la temperatura comenzó a disminuir y había grandes cantidades de pequeñas cuevas, dentro de las cuales podría escoger alguna y quedarme a descansar. Ya tenía mucha hambre y estaba cansado, así que me quedé en una cámara que fuera lo suficientemente cómoda, grande y con una pequeña entrada.

Ahí dejé mis cosas y me dispuse a comer la carne de aquel regalo del cielo. Todavía era mucha comida, al menos para tres días más si la sabía administrar. Después dormí mucho tiempo, pues era la primera noche cómoda que pasaba y la aproveché.

Me desperté hasta que tuve suficientes fuerzas y lo que creía era el séptimo día, me dije a mi mismo que sería mi último dentro de esta cueva. Cargando nuevamente todas mis pertenencias salí de mi pequeña cámara y seguí subiendo. Parecía que nunca terminaría la oscuridad hasta que poco a poco la luz se comenzaba a filtrar por la gruesa capa de hielo traslúcida. A la salida de la cueva, el frío nuevamente reinaba en esas altas montañas y como fui previsor, antes de salir me cubrí perfectamente.

La nieve formaba una capa muy gruesa, pero en esta ocasión, sí se podía caminar sobre ella sin hundirse tanto, además que no estaba solidificada, por lo que no me resbalaba. Yo esperaba una capa de hielo tan dura como la roca pero afortunadamente la tormenta de hace dos días me facilitaría el camino. Aun así debía escalar junto a las rocas y de ves en cuando subir a través de ellas aferrándome con mis dedos y otras veces haciendo equilibrio, mientras admiraba los profundos acantilados cubiertos de una blancura deslumbrante.

La vista desde este lugar en el que me encontraba era espectacular. Los glaciares eran impresionantes, llenos de grietas y su color blanco era cegador. Realmente las montañas de esta parte de la cordillera eran las más altas. A pesar de que había logrado subir sin necesidad de internarme en el hielo, apenas había alcanzado las faldas altas de la montaña. Los campos de nieve se veían interminables y muy lejos en el horizonte se veían las montañas desde donde provenía.

Ya pasaba de medio día y no me daría tiempo de subir hasta la cumbre. Parecía que se alzaban hasta el cielo y sus grandes paredes grises, junto con el hielo que se acumulaba en cualquier saliente y cada pendiente, harían que se me dificulta mucho encontrar una ruta por donde subir.

Necesitaba una estrategia diferente para poder cruzar la cordillera. Por lo que sabía de las grandes expediciones, tendría que establecer varios campamentos y subir por etapas, así que lo que quedaba del día de hoy lo aprovecharía para subir las mochilas y dejarlas arriba, después regresaría y pasaría la noche nuevamente en la cueva y al día siguiente, antes del amanecer subiría hasta la cima, costara lo que me costara. No me podía dar el lujo de permanecer más días aquí, la comida se me acabaría otra vez, no tenía más madera para quemar y notaba que mis pantalones se me resbalaban de la cintura. Estaba muy delgado y no tendría otra oportunidad para subir porque me debilitaría aún más y si comenzaba otra tormenta tendría que bajar a los campos de nieve a buscar más comida.

Empecé a subir por las rocas y otras veces por rampas de hielo y nieve. El viento soplaba con una fuerza muy constante y si me quitaba las protecciones de las manos, se me congelarían en tan solo unos instantes. Mi cara la traía envuelta con ropa que me sobraba y el gorro lo tenía amarrado a la cabeza. Para cuando llegué a una plataforma elevada, la cual era relativamente plana y estable, el sol comenzaba a ocultarse. Este lugar parecía ser la mitad del camino, así que me apresuré a caminar hacia una gran roca para dejar parte de mi equipaje.

Este lugar era tan desolado que nadie se lo podría llevar, ni animales ni aves, por lo que dejé la mochila donde guardaba mi ropa, el arco y las flechas. Lo único que llevé de regreso conmigo fueron las espadas y la mochila de los libros junto con la comida. Bajé rápidamente, cuidando de dejar señales a lo largo del camino para que pudiera subir sin problemas y ya avanzada la anoche estuve de regreso en la cueva, internándome lo suficiente como para no sentir frío.

La luz que emitía con los restos del báculo era la magia que más apreciaba en estos momentos ya que con ella me podía guiar a través de la ocuridad. Al lleguar a la cámara donde había pernoctado la noche anterior, leí un poco en el libro mágico y escribí en mi libro para registrar mis vivencias, pensamientos, deseos y sobre todo ese sueño tan extraño que tuve. Una vez que comenzaba a escribir, no me podía parar, realmente me apasionaba y solo hasta que se me cerraban los ojos me detuve y dormí profundamente.

Lo que me despertó fue el hambre, ya que el día anterior casi no había probado alimento y ahora me sentía débil, así que comí lo que quedaba de aquel animal congelado y guardé un poco para el camino. No sabía si ya era de día, así que cuando me sentí fuerte, guardé los libros y me quedé viendo el libro de las profecías y recordé las palabras del abuelo: “sabes qué hacer con ellos”.

Era claro que el libro mágico me lo debía quedar y estudiar, pero el otro libro…, hacía tanto tiempo que lo había abierto y desde entonces lo había querido volver a abrir. La curiosidad era demasiada pero sabía que no debía hacerlo porque una vez que comienzas a ver, no puedes detenerte a menos que alguien te ayude o esperar a que termine la visión.

La tentación era muy grande y ya lo tenía en mis manos, lo único que tenía que hacer era abrirlo, después de todo, este libro había salvado mi vida protegiéndome de las flechas. Sin dudarlo más, lo saqué y abrí en la primera hoja, colocándolo sobre mis piernas cruzadas. Encendí la luz y pude ver que la escritura era muy artística y el idioma antiguo me cautivaba “Para todos aquellos que desean conocer su destino, el de los otros y la última verdad”.

Pasé a la segunda hoja y esta vez toda ella estaba en blanco. Era extraño, así que pase a la tercera y a la cuarta. Mi corazón latía con fuerza y de una forma acelerada. Todo estaba en blanco, así que pasé las hojas y lo dejé abierto como a la mitad aproximadamente y me quedé viendo fijamente las dos hojas. No ocurría nada, ni siquiera había algo escrito y me pregunté ¿acaso no tengo futuro? Y dije con voz fuerte en forma de orden:

—Muéstrame a mi discípulo más fuerte.

Por más que me fijaba no aparecía nada. Me acercaba a las hojas, volteaba el libro de cabeza y nada ocurría. Ya con más tranquilidad llegué a pensar que no funcionaba debido al frío, hasta que ya casi cuando lo iba a cerrar, una imagen borrosa comenzó a dibujarse muy lentamente.

Primero se comenzó a distinguir un árbol y atrás de él aparecieron unas montañas desconocidas. Entonces me percaté que había una persona sentada, la cual llevaba una espada en su espalda. No lo alcanzaba a reconocer porque estaba todo en blanco y negro, pero poco a poco empezó a notarse las sombras en tonos grises y el sol comenzaba a salir. Lentamente comenzaron a moverse las imágenes y el guerrero se levantó, caminó hacia el valle y desde arriba observó a un gran ejército. Todo el paisaje se veía tan pequeño, como si lo estuviera viendo de lejos, pero alcanzaba a escuchar la agitación y las aclamaciones de los soldados. El día era azul y sin viento, las montañas no tenían vegetación, sin embargo el valle era muy verde y fértil. Las aves volaban por el cielo e incontables hombres comenzaban la marchar en dirección del dragón.

Estaba paralizado, no podía ni parpadear, con trabajos podía mover mi mano derecha, pero no lograba darle la vuelta a la hoja. Los dragones volaban por el cielo y las armaduras de tantos soldados brillaban con el sol. El guerrero de cabellera dorada como el oro no estaba solo, pues otros dos caballeros magníficos lo acompañaban hasta que finalmente un dragón descendió y se posó frente a ellos. Era grandioso e imponente y con sus alas extendidas rugió con una fuerza descomunal. Sentía el viento, percibía su calor, los tenía frente a mis ojos, casi podía tocarlos y aunque yo los veía de espaldas, el dragón me veía directamente a mí. Ya no quería ver nada más, volteé la cabeza, pero mis ojos querían seguir viendo aquellas imágenes impactantes a todo color. Hice un esfuerzo adicional e intenté cubrir la mirada, mi respiración también estaba muy agitada y por más que intentaba, a través de mis dedos se filtraban las imágenes. Al final, terminé gritando del esfuerzo y aventé el libro hacia las rocas.

Estaba sudando y demasiado agitado. Esas imágenes se habían quedado profundamente grabadas en mi mente, pero me resistí a ver quién era mi discípulo justo antes de poderlo ver de frente.

Este libro era muy peligroso y debía deshacerme de él, lo dejaría abandonado en este lugar tan remoto y desolado.

—Seguro nadie lo va a encontrar aquí.

¡Qué difícil es esto! Deshacerme del libro era casi imposible, tal como me lo había dicho el abuelo, pero lo tenía que hacer, así que no lo dejaría al alcance de cualquiera, lo cerraría para siempre con un hechizo y lo enterraría para después ponerle rocas encima.

Lo levanté del suelo y cerré, le coloqué el candado y pronuncié las palabras mágicas:

Viento de la montaña, espíritus del hielo,

impidan la apertura de este tesoro,

rayo eterno, destruye a aquel que intente retenerlo.

Tomé mis pertenencias y conjuré a mi magia para destruir la cámara, asegurándome de enterrar ese terrible tesosoro que podría significar la perdición. El último hechizo que el abuelo nos mostró era muy poderoso, por eso había decidido usarlo, pero el techo de hielo comenzó a desquebrajarse y tuve que escapar corriendo. Apenas tuve tiempo de salir con vida.

Al voltear, una gran avalancha se deslizaba hacia las faldas de la montaña. Sin querer había destruido toda esa cueva de hielo junto con todas sus bellezas ocultas. Cuando todo terminó, el sol comenzaba a salir; menos mal que tendría todo el día para llegar hasta arriba y ahora sin tanto peso, llegaría aún más rápido.

Nuevamente era un día muy claro y sin mucho viento, debía aprovechar esta ventana de buen tiempo y exceder mis límites, debía superar las fuerzas de un hombre. Con paso firme y constante llegué a la plataforma de hielo y corrí hasta la roca donde había dejado la otra mochila y al recogerla, me encaminé hacia la rampa de nieve que me llevaría cerca de la cumbre.

Estaba en máxima concentración para no caer y debía enfocarme completamente en lo que estaba haciendo, cualquier distracción sería mortal porque la ruta que había trazado estaba demasiada empinada. A medio día llegué al final de la rampa de nieve y con desesperación, me percaté que la cumbre estaba todavía muy lejos, ahora tendría que escalar entre roca y hielo.

Constantemente comía los últimos trozos de carne que había cortado y bebía del agua, la cual la guardaba junto a mi pecho para mantenerla caliente. Estaba subiendo a un paso avasallador, nada debía detenerme, pero ya casi al final de esas rocas me sentía exhausto, la altura me estaba afectando. Creo que esta vez estaba más alto que nunca porque todas las otras montañas se veían muy chicas, incluso las que estaban al otro lado del valle.

No tenía tiempo que perder, debía continuar y me enfilé rumbo a la cumbre, la cual parecía de fácil acceso, solo había que subir por una gran lengua de hielo y nieve entre las rocas y justo arriba estaba la cima.

Me apoyaba con el arco y con la espada, la cual estaba dentro de su vaina. La nieve cada vez era más dura y si seguía así, al final todo sería hielo y no podría seguir avanzando. El día comenzaba a dar paso a la tarde y el sol me pegaba a mis espaldas.

—Ya casi llego…, ya casi llego —pensaba en esas tres palabras y me las repetía constantemente.

—Detrás de esto me esperan los valles verdes y una nueva vida más tranquila —mi mente divagaba nuevamente y me comenzaba a perder en mis pensamientos.

— ¡No…! Debo detener mis fantasías, enfócate en el camino, un paso a la vez Diago —mi imaginación comenzaba a desvariar incrementando el peligro porque perdería la concentración y podría caer sin esperanza alguna de sobrevivir.

Ya casi hasta el final, todo era hielo sólido, no podía regresar y tampoco continuar. Así que me acerqué lo más posible a las rocas y subí a través de ellas hasta llegar a lo que parecía ser la cumbre, ya que desde abajo no se veía nada más, solo el vacío en un color casi negro. Apenas podía levantar mis brazos para continuar escalando, pero no podía detenerme ni regresar. Era algo que debía hacer si quería sobrevivir a esta travesía.

Las nubes estaban demasiado abajo y parecía que nunca podrían subir. A juzgar por el hielo que cubría las superficies, no había caído nieve en mucho tiempo ya que se habían formado agujas y su color cada vez era más grisáceo y sucio.

Al llegar, con las piernas temblando y mi corazón a punto de estallar, me percaté con una gran desilusión que me faltaba otra pendiente no muy inclinada y más bien parecía una larga loma de arena, roca y hielo.

Debía llegar a la cima antes de que se pusiera el sol. Continué haciendo un último esfuerzo con todos los músculos del cuerpo, prácticamente ya estaba subiendo con los brazos porque mis piernas ya no me respondían y me apoyaba fuertemente con los dos bastones. Solo faltaba un poco más, pero tenía que descansar después de dar únicamente cinco pasos. Debía ser paciente, si seguía así llegaría antes del anochecer.

Afortunadamente el viento también me pegaba en la espalda y parecía que me empujaba para que pudiera llegar a mi destino. Cada paso era doloroso y mi cabeza me dolía mucho, parecía que con cada latido iba a explotar, hasta que finalmente comencé a ver poco a poco el horizonte hasta que ya no hubo más arriba, no había nada más que subir.

La arena de la cumbre era gris y solo una fina capa de pequeños cristales de hielo cubría el suelo. Una gran sombra proyectaba mi figura y se perdía en el infinito, me di la vuelta para ver al sol rojizo, el cual se estaba ocultando tras de mí. Todas las montañas estaban de un color rojo intenso y cuando me di vuelta para observar con mayor detenimiento lo que había más allá de las cordilleras, vi todo oscuro. Al parecer abajo ya había anochecido y solo se veían las montañas más cercanas, las cuales eran demasiado pequeñas y verdes. Aún más abajo, las nubes cubrían a las montañas más pequeñas y ya no se veía nada más, solo oscuridad, excepto en unas nubes al horizonte, las cuales estaban de un color plateado. Era el amanecer de la luna, tan bonito como el del sol.

—La luna, siempre llena y puntual con su cita de cada noche —y dicho esto, me descolgué las dos mochilas y coloqué como diez piedras, una encima de la otra y saqué la pequeña espada de madera de Rijks.

Enterré con fuerza la punta y la rodeé con las rocas. Enterrada de esa forma parecía una cruz, una cruz que para mí, simbolizaría el eterno descanso de mi mejor amigo, mi hermano. También representaría el recuerdo del abuelo y todos los caídos, mi querida Elidia ¿qué habría ocurrido con ella y su familia? Sería una señal de esperanza y gratitud hacia Dios por haberme permitido cruzar toda esta cordillera, en este lugar, lo más alto en el cielo, desde donde me sentía yo más cerca de Él.

Con los últimos rayos comencé a bajar, lo cual se veía fácil, únicamente bajar, bajar y bajar sin acantilados, rocas y obstáculos que impidieran mi descenso por esa pendiente la cual cada vez se inclinaba más. La nieve comenzó nuevamente a aparecer hasta que me senté y me deslicé por toda la pendiente en medio de esa oscuridad, interrumpida únicamente por la luz plateada de la luna.

Estaba bajando muy rápido sobre esa nieve tan suave. Finalmente era tan gruesa la capa que comenzaron los glaciares; inmensas grietas y paredes de hielo se veían a los lados y yo bajaba despreocupado, como si el camino no se fuera a terminar frente a mí.

La verdad es que estaba tan cansado que decidí correr el riesgo, después de todo, había tanta nieve que si llegaba a caer no me lastimaría. Continué bajando y ya me sentía todo mojado, pero ésta vez no tenía sueño, era mucha la emoción que sentía por haber realizado tan grandiosa hazaña y no me detendría hasta que pudiera llegar al límite donde la nieve se derrite y no me importaba si amanecía nuevamente, era ahora o nunca.

Cuando finalmente empecé a pegarme con las piedras, comprendí que había llegado hasta abajo. La luna se ocultaba detrás de las montañas y la oscuridad de la noche me rodeaba. Ahora solo tenía que encontrar un refugio para dormir, pero por más que buscaba no encontraba nada. La montaña se partía en varias barrancas y tendría que escoger alguna de ellas, además que ya no había luz de luna que iluminara mi camino. Aunque eso no era problema, pero a la distancia ya no podía ver nada.

Decidí bajar por la que parecía ser la barranca más grande, en poco tiempo el suelo arenoso y rocoso dieron lugar a los pastos. Como no encontraba donde descansar me subí a una piedra y sobre de ella me dormí. Ahí estaría a salvo de cualquier animal que estuviera tan hambriento como yo.

Casi inmediatamente caí dormido, solo me tapé con todo lo que encontré en la mochila. Era increíble, pero incluso esa roca tan dura me parecía muy cómoda. En ocho días crucé la cordillera y en este noveno día llegaría hasta abajo.

El sol que me empezaba a calentar fue lo que me despertó. Ya la mañana estaba avanzada, pero no me sentía bien, el cuerpo me dolía, la cabeza me punzaba cada vez más y el hambre que sentía parecía que perforaría mi estómago.

Me destapé y al sentarme, le eché un vistazo a las montañas al final de la cañada. Eran las montañas donde se encontraban los bosques nebulosos, era una neblina que cubría las faldas de esas montañas tan pequeñas comparadas con lo que estaba atrás de mí, así que me di la vuelta para admirar la montaña más alta de todas.

Desde aquí se veía inmensa, era completamente blanca y parecía imposible de subir desde este lugar en el que me encontraba observandola. Dejé mis cosas ahí para solo llevarme la espada legendaria y el arco junto con las flechas. Bebí toda el agua que me sobraba y me dispuse a cazar mi alimento. Lo primero que encontré fueron huevos de aves los cuales comí inmediatamente, después cacé dos gallinas silvestres y regresé a la roca para llevarme todas mis cosas.

Conforme bajaba, el calor se incrementaba y empezaba a sudar. Toda la cara me ardía y también las manos y pies, así que me empecé a quitar la ropa abrigadora hasta que me sentí cómodo y ligero. Los pastos dieron lugar a los árboles hasta que llegué a un lago de aguas cristalinas.

Me había salvado, finalmente me había salvado y por fin podía ver el color verde que tanto extrañaba. Junté suficiente leña, le prendí fuego y cociné a las dos gallinas. No dejé nada de ellas y al terminar fui al agua a revisarme, pues me sentía muy lastimado.

Con trabajos me quité toda la ropa y lo que descubrí no me gustó nada. Podía contar todos mis huesos, las venas estaban saltadas, tenía raspones y cortadas por todo el cuerpo. Al verme reflejado en el agua, mi cara estaba ensangrentada, llena de costras y muy sucia. No me reconocía a mi mismo, la nariz estaba chueca, junto con mis mejillas y labios, los cuales estaban negros. Mi rostro estaba desfigurado.

El hielo me había dejado así y si no hacía algo se infectarían la heridas. Me metí al agua y con cuidado lavé todo mi cuerpo tan dañado. El agua fría me haría mucho bien a pesar de ese intenso ardor generalizado en todas las partes de mi ser, desde la punta de mis dedos del pie hasta la cabeza. Seguía exhausto y en la orilla lodosa me acosté boca arriba sobre el barro tibio y me dormí otra vez. Aunque yo sabía que no debía hacer eso, estaba seguro que me despertaría si un peligro se acercaba.

Al final no ocurrió nada y cuando desperté, me levanté, me puse a lavar mis ropas y a buscar hierbas medicinales, las cuales abundaban en estos lugares. Preparé la pócima más poderosa, me la unté en todo el cuerpo y me dispuse a pasar una noche más. Junté toda la madera que pude para mantener el fuego prendido durante toda la noche.

Aquí había abundante comida, la escasez y sufrimiento habían pasado, la temperatura era muy agradable y no le temía a nada, a pesar de que sabía que había animales salvajes que estaban intentando comerme. No les daría ese gusto, yo había cambiado y el miedo nunca más se apoderaría de mí.

A la mañana siguiente, muy temprano con el sol apenas saliendo, me levanté y fui al agua a lavarme. Al llegar a la orilla, doblé mis rodillas y me puse en cuclillas acercándome lo más posible al agua para poder ver mi rostro. Seguía muy negro pero ya no me dolía, las otras cortadas y mis pies habían sanado, aun así me metí al agua y me lavé completamente.

Grandes pedazos de costras y piel muerta se me caían hasta que al final quedé completamente limpio, como si nada hubiera ocurrido. Después de revisarme y admirarme por la curación casi milagrosa, salí del agua y me vestí con la ropa más ligera, toda la demás la guardaría en las mochilas.

Este lugar me encantaba, podría quedarme a vivir aquí para siempre, pero bueno, esto solo era un decir porque debía llegar al Reino de Rush y ver al Rey para advertirle lo que estaba ocurriendo. Si corría como el viento llegaría hasta abajo el día de hoy, después de todo, estas montañas eran muy parecidas a las del otro lado.

Terminando el desayuno, apagué el fuego cubriéndolo con tierra y comencé a correr con la espada legendaria en mis manos, pues debía practicar todo el tiempo que pudiera. Yo ya era un caballero y debía ser el mejor, pues llevaba todos sus signos. En poco tiempo comencé a descender hasta donde comenzaba la neblina y sin pensarlo más me interné en lo profundo del bosque. Todos mis sentidos estaban totalmente alerta, nada me podría tomar por sorpresa ya que de cierta forma, sabía lo que estaba por ocurrir, los animales me temían y los más grandes no me podían alcanzar.

La neblina era cada vez más espesa hasta que en poco tiempo ya no veía más allá de la longitud de mis brazos extendidos. Tuve que disminuir la velocidad porque podría estrellarme contra un árbol o caer en un barranco. En este lugar no había caminos y yo era el que los inventaba. Con la espada cortaba ramas, arbustos, pequeños árboles, raíces y lianas. Si las montañas no me habían detenido, un montón de árboles no lo harían.

A veces llovía y otras veces soplaba algo de viento, pero conforme bajaba más, se tornaba más oscuro y frío, hasta que llegué al fondo de un cañón. Era un callejón sin salida, tendría que subir la siguiente montaña, pero ya había oscurecido, por lo que decidí subirme a un árbol y pasar la noche ahí. Se escuchaban ruidos extraños y pasos debajo de mi árbol, pero no les prestaba atención porque estaba más interesante el libro mágico.

Lo que no me gustó fue cuando se me ocurrió preguntar por éste bosque. El libro decía “todo aquel insensato que se atreviese a cruzar las nubes eternas, se perderá en el hechizo que rodea a este lugar sin escape, donde será presa de las criaturas más temibles”.

Cerré el libro y pensé que esto deben ser tonterías, lo mismo decían de las cordilleras y de la montaña más alta, pero lo había logrado. Por eso, de la misma forma saldría de esto, pero tomaría en cuenta las advertencias. Medité durante gran parte de la noche para poder ver el camino que seguiría y estar consciente de los peligros que me acechaban.

A la mañana siguiente, sabía que me estaban esperando un par de depredadores, pero esta vez yo los sorprendería, no podían ser peores que los grosos así que me colgué mis cosas y de un solo salto bajé del árbol e inmediatamente desenfundé las espadas gemelas para luchar contra ellos.

Eran un par de lobos solitarios gigantes, los cuales no tendrían oportunidad contra mí. Su aspecto era grisáceo y muy peludo, eran casi de mi tamaño y sus gruñidos eran muy feroces, pero no les mostré miedo alguno.

Luché contra ellos sin retroceder y como no se daban por vencidos, terminé cortándoles las patas y sus hocicos, hasta que al partir con mi magia al más pequeño por la mitad, el otro retrocedió asustado. Si lo dejaba con vida me seguiría todo el camino hasta que me descuidara en algún momento y aprovecharía para atacarme.