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Siendo joven aún, y de esto ha transcurrido tanto tiempo que prefiero olvidar, oí contar en el pequeño pueblo rural del centro de la provincia de Buenos Aires donde transcurrió parte de mí niñez, una historia que quedó grabada en mí memoria con el celo con que se graban este tipo de historias en la mente de un niño. Crecí con la idea de que si algún me convertía en escritor, mi primera novela, trataría sobre esta historia. Sin embargo, incumplí mí promesa, pues antes de volcar esta historia en el papel, escribí otras novelas. Si la pregunta que se hace el lector que me honre con su lectura es porqué esta no resultó ser la trama de mí primer novela, la única respuesta que tengo es que quizás, fue por pudor…No lo sé.La cuestión es que hoy, me decidí a contarla o al menos intentar hacerlo asegurándoles con convicción, que en ella acontecen hechos verídicos que realmente, parecen de ficción aunque a fuerza de ser sincero, algún aderezo he agregado a fin de mejorar su sabor.Para no herir la memoria de quien fuera su principal protagonista ni la de su descendencia, aunque dudo que hoy sobreviva alguno de ellos, he cambiado los nombres y los lugares donde transcurrieron los hechos tanto en mi país, como la de aquella parte de la historia que transcurre en el norte de España, aunque los hechos, han ocurrido en lugares cercanos a los aquí nombrados. ¡Y aquí va la historia!
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Seitenzahl: 203
Veröffentlichungsjahr: 2014
Loholaberry, Ernesto Jorge Reparación. - 1a ed. - Don Torcuato : Autores de Argentina, 2014. E-Book. ISBN 978-987-711-087-6 1. Narrativa Argentina. I. Título
A las almas injustamente perdidas en las tinieblas del olvido.
El autor
Siendo joven aún, y de esto ha transcurrido tanto tiempo que prefiero olvidar, oí contar en el pequeño pueblo rural del centro de la provincia de Buenos Aires donde transcurrió parte de mí niñez, una historia que quedó grabada en mí memoria con el celo con que se graban este tipo de historias en la mente de un niño. Crecí con la idea de que si algún me convertía en escritor, mi primera novela, trataría sobre esta historia. Sin embargo, incumplí mí promesa, pues antes de volcar esta historia en el papel, escribí otras novelas. Si la pregunta que se hace el lector que me honre con su lectura es porqué esta no resultó ser la trama de mí primer novela, la única respuesta que tengo es que quizás, fue por pudor…No lo sé.
La cuestión es que hoy, me decidí a contarla o al menos intentar hacerlo asegurándoles con convicción, que en ella acontecen hechos verídicos que realmente, parecen de ficción aunque a fuerza de ser sincero, algún aderezo he agregado a fin de mejorar su sabor.
Para no herir la memoria de quien fuera su principal protagonista ni la de su descendencia, aunque dudo que hoy sobreviva alguno de ellos, he cambiado los nombres y los lugares donde transcurrieron los hechos tanto en mi país, como la de aquella parte de la historia que transcurre en el norte de España, aunque los hechos, han ocurrido en lugares cercanos a los aquí nombrados. ¡Y aquí va la historia!
EJL
Buenos Aires, enero del 2011
Quejosa y pegando bufidos cual toro salvaje de las pampas, La formación arribó a la estación cubriéndola por unos instantes con una densa mezcla de vapor y humo negro.
Al esfumar la suave brisa primaveral del mediodía la desagradable humareda, del interior de la modesta estación, una construcción de ladrillos rojos y techo verde acanalado a dos aguas; con extenso alero sostenido por cuatro delgadas columnas de hierro en los bordes del andén, apareció la figura del jefe de estación quien con paso presuroso, mientras encasquetaba firmemente su gorra jerárquica sobre la cabeza; enfiló sus pasos en dirección al guardatrén que en ese momento, con gesto solemne tras hacer sonar su silbato y agitar la farola que emitía una luz verdosa, con amable actitud ayudaba a descender al único pasajero de la formación.
La joven de esbelta figura, vestía una falda larga ligeramente entallada color gris perla, que dejaban al descubierto unos pies pequeños calzados con zapatos abotinados del mismo color. Completaba su vestimenta una chaqueta liviana del tipo cazadora en color crudo ceñida a la cintura por un largo cinturón de piel marrón.
Parada sobre el andén, dirigió su mirada a uno y otro lado con expresión inquieta mientras con su brazo derecho, sostenía con firmeza el ala de su sombrero deportivo Knox que el viento del mediodía pugnaba por arrebatarle de la cabeza.
- ¡María Eugenia…aquí estoy! – el joven que corría a su encuentro agitando su brazo en alto, vestía una holgada bombacha de campo marrón y calzaba sus pies con unas gastadas botas de caña acordoneada (1)
- ¡Manuel! - gritó con voz cantarina la joven mientras corría a su encuentro.
El joven, abrazó fuertemente contra su pecho a la joven mientras la hacía girar como un carrusel bajo la mirada adusta del jefe de estación, del guardatrén y de los tiznados maquinistas.
- ¡Che! (*) pibe (*), ayudame (*) a cargar esto – le gritó Manuel a un mozalbete que con rostro inexpresivo observaba la escena. Luego, mirando de soslayo a la joven con tono de reproche en la voz preguntó: -¿Por qué traés (*) tan poco equipaje?- y sin aguardar la respuesta mientras la ayudaba a subir a la calesa agregó:
- ¿Acaso te quedarás (*) poco tiempo?… – la joven antes de responder la pregunta ajustó su sombrero con un pañuelo de seda rosa mientras observaba el rostro del joven y luego con un cierto dejo de tristeza en la voz respondió:
- Sí Manuel, madre está cada día peor y padre no quiere dejarla sola- el joven sin responder tomó las riendas del carruaje y con un largo látigo azuzó a la bestia iniciando el carruaje su bamboleante marcha.
Luego de un prolongado silencio que ninguno de los dos se atrevió a romper, la joven giró su cabeza distraídamente en dirección a la estación de Mirapampa, la última estación del ferrocarril provincial del sud, y observó como la locomotora echando humo y vapor despegada de la formación, iniciaba una extraña danza por la trocha angosta para colocarse frente al hasta entonces vagón de cola para reiniciar el viaje de regreso.
- ¿Cómo está la «vasca» Manuel? – este con la mirada puesta en la huella del camino de tierra respondió:
- Todo lo bien que puede estarse al cumplir semejante cantidad de años querida,…Está cada vez más sorda, más ciega y prácticamente, poco se levanta de la cama.
- ¿Cómo es que no vino Teófilo en tú lugar, pues tú nunca vienes a recibirme?- preguntó la joven haciendo un mohín.
- El pobre Teófilo anda perdido como perro en cancha de bochas (2) él y la Juana su mujer, están atareadísimos con las chinitas preparando el convite- y mirándola de reojo agregó:
-…Para tu decepción, llegó…-dejando inconclusa la frase mientras sacaba pecho y hacía un movimiento envolvente sobre este.
- ¡Mi Dios!… ¿La tía Eufemia con su «procurador»?…. ¡Oh no!, esto es demasiada cruz para cargar yo sola. Dime Manuel: ¿el «procurador» tiene aún el signo del patacón sobre el iris?
El joven lanzó una carcajada y contestó:
-No lo sé solo tú has podido verlo en sus ojos – y ambos rieron de la ocurrencia.
- ¡Ahí la tenés (*)! - exclamó entusiasmado Manuel para luego agregar:
-Seguro que ya la habías (*) olvidado.
- ¡No digas eso Manuel! – exclamó con gesto ofendido la muchacha – hace… ¡Mi Dios! …¿Ya dos años?
- Ajá – fue la lacónica respuesta de Manuel.
- Bueno, después de todo: ¿cuánto hace que no venís a La Plata?- retrucó María Eugenia.
- Sabés (*) bien que desde la muerte del viejo, he tenido que encargarme de todo desde los pastos y el ganado, hasta de la peonada que es buena pero holgazana y hasta de los cuatreros aindiados que andan cada tanto por aquí- y luego de una pausa preguntó:
- A propósito ¿qué tal se han vendido tus pinturas en la ciudad?
- Por suerte muy bien, la «amuna» (3) me ha traído suerte ¿recuerdas que fue ella quien me alentó a pintar estos paisajes?
La amplia construcción de paredes encaladas que la pátina del tiempo y el musgo de la llanura húmeda se habían encargado de pintar aquí y allá en tonos verde y pardusco, tenía el típico techo a dos aguas de color rojo que se prolongaba más allá de su fachada sostenido por columnas de quebracho formando así una amplia galería en todo el perímetro de la casona. Largos bancos de rústica fabricación hechos con maderas de la región, invitaban a contemplar la dilatada llanura en los atardeceres estivales.
En rededor, varios ranchos servían de alojamiento para la peonada y otros, para establo, granero y cocina.
La luna llena iluminaba el lugar con opacada luz de plata mientras a la distancia, se oía el triste rasgueo de alguna vigüela (4) mientras una garganta enronquecida por la ginebra, lloraba una vidalita. (5)
Por momentos, la suave brisa nocturna traía el aroma de la carne asada.
- ¡Gracias por salvarme Manuel! – dijo riendo con su voz cantarina la joven mientras simulaba resistirse al esfuerzo que el joven hacía llevándola de la mano fuera de la casa.
- ¡Esa mujer es realmente insoportable!… ¡Y esos hijos!… ¡Y ese marido!
- ¿Y qué decís de cómo te miraba el Rodolfo Isaurralde primita?
- Es un baboso ¿viste la cara de su mujer? no le quitó la mirada de encima ni por un momento.
- ¿Y el «procurador»? que solo habla del precio de los granos y de la carne vacuna y que si se viene la guerra en Europa podría beneficiarlo enormemente pero, si el muy desgraciado no tiene una moneda… ¡Vive de la explotación de los pobres obreros de La Plata Cold Storage & Co. Swift por la comisión que recibe de algunos gringos para la cobranza de los alquileres exorbitantes por esas habitaciones de porquería llamados «conventillos» allá en Berisso!…
- ¡Debe ser un sujeto insoportable en el ambiente leguleyo de La Plata!
Luego de despatarrarse sobre uno de los troncos que hacía las veces de banco en tono implorante exclamó:
- Muero por fumar un cigarrillo Manuel – el joven extrajo de su bombacha un paquete de «negros» y con gesto de disculpa mientras se lo ofrecía exclamó:
- Por acá esto es lo único que se consigue.
- Prefiero morir con esto que escuchar a la hija del Coronel Iribarne aunque lo siento por la abuela, son momentos que en realidad debería estar compartiendo junto a ella – agregó con un dejo de culpa en la voz.
- Solo un rato más y volvemos al «matadero» – respondió Manuel.
Ambos jóvenes fumaban en silencio con la mirada perdida en la distancia. Una suave brisa produjo un estremecimiento en la muchacha que fue notado por Manuel.
- ¿Querés (*) entrar?
- No, no, estoy bien aquí.
- ¿Te traigo algún abrigo? – insistió el muchacho. La joven no contestó hasta que súbitamente preguntó:
- Decime Manuel ¿qué sabes del abuelo? – el joven lanzando una bocanada de humo contestó:
- Bueno, fue uno de los oficiales destacados del General Levalle (6) en la campaña del desierto dirigida por el «zorro» (7) y terminada esta, recibió como recompensa estas tierras que muy hábilmente a diferencia de otros compañeros de armas, supo explotar trabajando de sol a sol. Luego de quedar viudo, se casó con la «vasca »y se la trajo de Buenos Aires…
- ¡No Manuel!, no me refiero a Iribarne, además algo llegué a conocer de esa historia, sino a nuestro abuelo, el padre de tu padre y del mío – Con rostro sorprendido y un tanto vacilante Manuel respondió:
- La verdad, ni idea, ¿Pero qué bicho te picó que te interesás (*) en? …- La joven alzó la mano derecha y con un gesto como tratando de ahuyentar algo de su rostro exclamó con voz cansina:
- Nada importante e incorporándose agregó:
-Volvamos al «matadero».
- Bueno al menos no te has olvidado de montar prima – exclamó Manuel haciendo caracolear a su bayo tan pegado a la joven que la yegua montada por esta, nerviosa no paraba de dar cabezazos.
- Una vez que se aprende a montar nunca más se olvida Manuel pero si seguís haciendo esto vas a lograr que esta yegua me desmonte – contestó un tanto picada la muchacha para luego agregar en tono excitado señalando con su brazo extendido a la distancia:
- ¿Corremos una carrera hasta aquel monte «gaucho» y el que pierde limpia luego los caballos?
El rocío de la noche anterior había impregnado con un sutil perfume el prieto monte donde el sol al no poder horadarlo con sus rayos le daba al lugar una perenne sensación crepuscular. Ambos jóvenes sentados en silencio observaban distraídamente a los animales pastar en la hierba húmeda.
- ¡Manuel!, ¿seguís siendo el bruto escéptico de siempre? – el joven antes de responder la miró con gesto un tanto burlón y contestó:
- ¡Noo! … para nada, el «gauchaje» me ha convencido de la «luz mala» (8) que se la suele ver brillar en las noches en medio del campo. Dicen que no tenés que acercarte a ella porqué son ánimas en pena y te pueden «disgraciar». (*) El viejo Toribio, y también recuerdo que en otra oportunidad el Teófilo, ambos contaron que una noche yendo a campo traviesa, escucharon un sonido de cascos casi al unísono con el de sus monturas y cuando temerosos voltearon sus cabezas, vieron a una figura «emponchada» (9) toda de negro que torvamente con el «chambergo»(10) encasquetado hasta los ojos les seguía…¡Ah! y la del Coronel (que no es el abuelastro Iribarne) que errante por las noches busca a sus soldados muertos por el indio para seguir dándoles pelea…
- ¡Por Dios basta Manuel no se puede hablar contigo seriamente! El muchacho mirándola entre divertido y burlón en tono de disculpa agregó:
- Perdoná (*) prima pero que querés (*) que te diga cuando uno vive entre el «gauchaje» medio «aindiado», «mateando» (11) con ellos y de vez en cuando comiendo un asado con ginebra, se escuchan estas cosas y aunque no lo creas, debemos respetarlas pues después de todo, hacen a sus mitos, a sus leyendas- luego agregó en tono más serio:
- ¿Te pasa algo María Eugenia?, desde que llegaste te veo medio rara.
La joven miró al muchacho como evaluando la conveniencia de continuar y finalmente decidida le espetó:
- ¿Recuerdas la otra noche que te pregunté por el abuelo y vos comenzaste a hablarme de Iribarne y te interrumpí diciéndote que esa historia ya la conocía y que me refería al abuelo…abuelo?
- Si- Contestó Manuel con tono vacilante. Entonces la joven mientras hacía dibujos en el suelo con una ramita en forma de V sin mirarle continuó:
- La última vez que estuve aquí hace… ¿dos o tres años? no importa, pasé la última noche acostada junto a la «vasca» y aunque te resulte extraño, fue a su pedido. Ese día, la vieja con su parquedad habitual, me dijo:
«Dile a la Juana que esta noche prepare la pieza porque vais a dormir conmigo María Eugenia pues me imagino, que esta vez ha de pasar mucho tiempo antes de que vengáis a visitarme». Recuerdo que le conteste algo así como: «no abuela volveré pronto además quiero seguir pintando estos paisajes que me son entrañables». Entonces la vieja me interrumpió bruscamente sacudiendo su mano casi sobre mí rostro como apantallándome con aquel viejo abanico traído de su tierra y me dijo:
«No prometáis muchacha aquello que quizás no podáis cumplir»- la joven miró a Manuel y en tono de disculpa agregó:
- De verdad, siento no haber compartido entonces esta historia con vos, ni cuando te escribía desde la ciudad, pero ya comprenderás los motivos. Fue tal vez por el calor realmente agobiante de aquella noche, la víspera de mí partida, o tal vez porqué la «vasca» usaba su viejo abanico para apantallarnos ambas, que caí en un sopor húmedo y espeso que finalmente acabó en un sueño profundo – luego volviendo a fijar su mirada en los dibujos que hacía con su ramita en el suelo, continuó desgranando su historia:
- … Me hablaba de su pueblo describiendo los lugares de manera tan vívida que por momentos hasta me parecía hallarme caminando por sus callejuelas. Al cabo de esa acuarela, comenzó a hablarme del abuelo… ¡Si del abuelo! pero no recuerdo que lo mencionara como tal…
- ¿Pero cómo sabés (*) que era del abuelo entonces?- interrumpió Manuel
- Ahí está tal vez la razón por la que nunca te comenté nada pues ya el sueño me había vencido – respondió María Eugenia. Luego de un silencio en el que por momentos se oía el relincho de la yegua de la muchacha y el sonido del ramaje al ser sacudido por una suave brisa que por momentos dejaba filtrar tímidamente los últimos rayos del sol del atardecer la joven agregó enfática:
- ¡Pero antes de caer en ese estado soporífero creo haber tenido una visión que hasta hoy he procurado esclarecer con la intención de ser más clara contigo al contarte esta historia!
- ¿?
- ¡Vi, parado a los pies de la cama donde está el arcón que la vieja trajo de Europa, la figura patente de un hombre observándonos!
- ¡Por Dios mujer como pretendés (*) que…!- la joven pasó suavemente un brazo por los hombros del muchacho y continuó con voz serena:
- Es que siento que aquella presencia desde entonces me acompaña a punto tal, que en más de una oportunidad trabajando en el atelier que papá me instaló cerca de la catedral para tenerme cerca de casa según él, volvió a repetirse.
- ¿Que vistes María Eugenia?- preguntó Manuel con cierto temor en la voz.
- ¿Ver? Nada, pero si sentí algo inusual – luego con un ligero tono de reproche agregó:
- Te diré, el atelier que espero vengas a conocer algún día, es muy caluroso en verano. Un domingo de enero estaba trabajando en una acuarela de las agujas góticas de la catedral de las que tengo una excelente vista, cuando de repente, sentí una suave ráfaga a mí espalda. Giré mi cabeza pensando que había dejado la puerta abierta pero esta, estaba bien cerrada. En otra oportunidad, una lluvia que ya venía durando como una semana me tenía con el ánimo tan bajo que decidí irme de casa al estudio para pintar. Fue entonces, cuando hallándome abocada a la preparación de los pomos, trapos y pinceles y terminaba de limpiar la paleta, nuevamente volvió a repetirse aquella ráfaga a mí espalda con la diferencia que esta vez, de la mesita que tenía al costado del atril, dos pinceles acabaron en el piso.
-¿?
- … ¡Los pinceles en el suelo formaron una cruz!
- Sigo sin entender mujer – exclamó algo amoscado Manuel eso puede ocurrir por simple obra de la casualidad quizás si intentás (*) hacerlo adrede te pasás (*) la vida sin lograrlo y de pronto como en esa ocasión…
- ¡Es que los pinceles no cayeron al suelo!… sino que fueron «depositados» suavemente sobre el –lo interrumpió María Eugenia.
Hizo una pausa mientras quitaba su brazo de los hombros de Manuel y agregó:
- ¿Acaso quieres que siga? pues te aseguro que esas no fueron las únicas experiencias primo – el joven en silencio hizo un gesto negativo con la cabeza y mirando hacía la maraña formada por la copa de los árboles lacónicamente dijo:
- Creo conveniente regresar a las casas esta zona se pone peligrosa al atardecer.
- ¿?
- Muchos indios y gauchos matreros (12) aprovechan el lugar para refugiarse de las partidas de la ley.
- ¿Tuviste alguna experiencia fea con estos?
- Nosotros no gracias al «Tata Dios», pero tu admirador el Rodolfo Isaurralde sí, le quisieron «cuatrerear» (13) la caballada que cría para el fortín Olavarría.
Ambos jóvenes tomaron la huella al trote lento de sus cabalgaduras. De pronto, Manuel quien se había distanciado de María Eugenia, sofrenó la marcha y aguardó a que esta se colocara a la par. Cuando aquella así lo hizo, observó con extrañeza la forma en que el muchacho la observaba:
- ¿Ocurre algo Manuel?
Manuel titubeó por un instante para finalmente exclamar con su habitual tono jocoso:
- Te corro una carrera hasta la casona – Y dicho, esto emprendió el galope en dirección a la estancia dejando a María Eugenia a la zaga.
- Andá (*) a descansar un rato que yo limpio a los animales – ordenó Manuel.
La muchacha no se hizo rogar y con un gesto de su mano contestó con cierto alivio:
- La verdad es que estoy muerta seguramente es la falta de costumbre…Nos vemos en la cena Manuel – el joven mientras la miraba alejarse hizo una mueca murmurando para sí: «creo que ha sido mejor dejarlo ahí sin ahondar más»
María Eugenia se aproximaba ensimismada a la casona golpeándose suavemente con la fusta su bota derecha: «Me hubiera gustado contarle sobre el dibujo pero con incrédulos como Manuel es imposible hablar… “¿Habrá pensado que estoy medio loca?” »
-Señorita ¿le preparo el baño?- María Eugenia giró distraída su cabeza y exclamó:
- Gracias Juana me vendrá de maravillas.
Los jóvenes en silencio observaban ensimismados cada uno en sus pensamientos, la extraña danza que ejecutaba la negra locomotora para colocarse a la cabeza de la formación mientras de sus flancos brotaban nubes vaporosas. De pie en el extremo opuesto del andén, el jefe de estación enhiesto, luciendo su impecable uniforme, conversaba con el guardatrén de aspecto cansado.
- ¿Me escribirás cuándo llegués (*) María Eugenia?
- Por supuesto Manuel siempre lo hago ¿no es cierto?- el joven sin contestar se levantó del banco de madera y comenzó a preparar los bártulos de la joven. ¿Por qué tanta prisa Manuel?…Hasta que esa máquina se enganche falta tiempo – el joven mirando distraídamente hacía el lugar en que se encontraban los empleados ferroviarios respondió:
- Así te acomodás (*) tranquila. La verdad, sabés (*) que no me gustan las despedidas María.
Un brazo agitándose a través de la estrecha ventanilla de un vagón que inicia su perezosa marcha y un sombrero de ala ancha sacudido en alto desde un andén, eran imágenes repetidas de despedida como vanas promesas del pronto regreso.
Desde hora temprana, el intenso ir y venir del público y el ruido de los carros de los «changarines» (14) desplazándose de un lugar a otro, transportando equipajes por el andén, se confundió con el corto pitido emitido por la locomotora que hacía su ingreso a la estación. Una voz apagada anunciaba el arribo del tren procedente del Meridiano Quinto.
Sin poder evitar la ansiedad, María Eugenia corrió al encuentro del muchacho gritando a voz de cuello su nombre ante las miradas reprobatorias sino de asombro, de matronas y caballeros que se cruzaban a su paso.
- ¡Qué alegría verte Manuel!… ¿has viajado bien?
- Bueno, todo lo bien que se puede viajar con ese «traca, traca» martillándote los sesos María Eugenia.
- Vamos, busquemos un coche y vayamos directo a casa.
- No te imaginas Manuel lo que ha cambiado mi vida desde que murió mamá y luego papá – dijo la joven con voz quebrada por la emoción.
-Lo sé María Eugenia yo sentí lo mismo recientemente con mis viejos pero tal vez, las responsabilidades al tener que hacerme cargo del campo me ayudaron a paliar en parte el dolor - Manuel hizo una pausa y luego preguntó: – ¿Qué harás ahora? digo, la casa es muy grande para vos sola…Tu padre te ha dejado una buena renta…
-Quizás emprenda un largo viaje por Europa primo.
- ¿Ahora? con la guerra que dicen está por venirse, ¿estás loca?- exclamó el muchacho sin poder contenerse.
La joven lo miró detenidamente antes de responder y finalmente con voz firme agregó:
- Pienso ir a España y Portugal que seguramente permanecerán neutrales para dedicarme un tiempo a la pintura y al estudio del arte de la vieja Europa primo.
- ¿Y cuánto tiempo pensás (*) quedarte?
- Aún no lo sé con certeza pero no menos de uno a dos años.
Ambos guardaron silencio hasta que súbitamente Manuel exclamó golpeándose la frente con la palma de su mano derecha.
- ¡Ah!, casi lo olvidaba, cuando abra el baúl…Pues vengo a quedarme unos cuantos días para tu alegría, tengo algo para vos.
- Alegría doble exclamó la joven palmoteando sus manos, tu larga visita y lo que me traes.
María Eugenia miraba con gesto sorprendido la vieja caja de té que acababa de entregarle Manuel.
- ¿Sabes que contiene?- Manuel hizo un gesto negativo con su cabeza mientras fruncía sus labios:
- La «amuna» me lo entregó unos días antes de morir… ¿Te acordás (*) del cajón de su ropero que no dejaba que nadie lo abriera ni siquiera la Juana? Bueno una noche fui a su habitación para ver si necesitaba algo y me dijo que acercara una silla a su cama que quería charlar un rato conmigo- el joven hizo una pausa para tomar un mate y luego continuó: