Romance secreto - Rompiendo todas las normas - Brenda Jackson - E-Book

Romance secreto - Rompiendo todas las normas E-Book

BRENDA JACKSON

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Beschreibung

Romance secreto Había pasado un año desde que Jillian Novak había puesto fin a la relación, un año tras el cual el doctor Aidan Westmoreland seguía empeñado en recuperar a su amante. Él sabía que no tenían por qué mantener su romance en secreto, pero iba a tener que seguirla por todo el mundo para demostrárselo. Catorce días de crucero, solos Aidan, Jillian, el profundo mar azul… y una innegable pasión. Rompiendo todas las normas La primera norma de Bailey era no enamorarse nunca de un hombre que te llevara lejos de tu hogar. Entonces… ¿por qué se fue a Alaska detrás de Walker Rafferty? Pero no pasó mucho tiempo hasta que Bailey comprendió que su hogar estaba donde estuviera Walker, siempre que él estuviera dispuesto a recibir todo lo que tenía que ofrecerle.

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Seitenzahl: 330

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 240 - noviembre 2021

© 2014 Brenda Streater Jackson

Romance secreto

Título original: The Secret Affair

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

© 2015 Brenda Streater Jackson

Rompiendo todas las normas

Título original: Breaking Bailey’s Rules

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2015 y 2016

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com.

I.S.B.N.: 978-84-1375-972-2

Índice

Créditos

Índice

Romance secreto

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

Rompiendo todas las normas

Prólogo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Epílogo

Prólogo

Jillian Novak miró a su hermana por encima de la mesa sin poderse creer lo que acababa de oír. Dejó la copa de vino que estaba bebiendo.

–¿Qué quieres decir con que no vienes conmigo? Eso es una locura, Paige. ¿Necesito recordarte que fuiste tú quien planeó el viaje?

–No hace falta, Jill, pero entiende mi dilema –dijo Paige con voz apenada–. Conseguir un papel en una película de Steven Spielberg es un sueño hecho realidad. No puedes imaginar lo que sentí: alegría por ser la elegida y, un segundo después, decepción al saber que el rodaje empezaba la misma semana que tendría que ir de crucero contigo.

–Deja que adivine, la alegría fue mayor que la decepción, ¿verdad? –había anhelado ese crucero por el Mediterráneo por muchas razones, y no iba a realizarlo.

–Lo siento, Jill. Nunca has ido de crucero y sé que ocupa un lugar muy alto en tu lista de deseos.

La disculpa de Paige hizo que Jillian se sintiera aún peor. En su caso, ella habría hecho la misma elección que su hermana. Extendió el brazo sobre la mesa y le agarró la mano a Paige.

–Soy yo quien tendría que disculparse, Paige. Estaba pensando solo en mí. Tienes razón. Conseguir ese papel es un sueño hecho realidad y estarías loca si no lo aceptaras. Me alegro mucho por ti. Felicidades.

–Gracias –Paige esbozó una gran sonrisa–. Tenía muchas ganas de estar contigo en el crucero. Hace años que Pam, Nadia, tú y yo no pasamos tiempo juntas.

Nadia, en su último año de facultad, era su hermana menor. Tenía veintiún años, dos menos que Paige y cuatro menos que Jillian. Pamela, la mayor, tenía diez años más que Jillian. Pam había dejado Hollywood y su carrera de actriz para volver a Gamble y criarlas a las tres cuando su padre murió. Pam vivía en Dénver, estaba casada, tenía dos hijos y era directora de dos escuelas de interpretación, una en Dénver y otra en Gamble. Paige había seguido los pasos de Pam; era actriz y vivía en Los Ángeles.

Pam estaba tan ocupada que le habría sido imposible acompañarlas al crucero. Nadia, por su parte, estaba de exámenes finales. Jillian acababa de terminar sus estudios de Medicina y necesitaba esas dos semanas de crucero antes de iniciar la residencia. Pero había otra razón por la que anhelaba el crucero.

Aidan Westmoreland.

Resultaba difícil creer que hacía poco más de un año que había roto con él. Y cada vez que recordaba el motivo, le dolía el corazón. Necesitaba algo que la hiciera olvidar.

–¿Estás bien, Jill?

–Sí, ¿por qué lo preguntas? –forzó una sonrisa.

–Pareces estar a mil kilómetros de aquí. Te he notado rara desde que llegué a Nueva Orleans, como si te preocupara algo. ¿Va todo bien?

–Sí, todo va bien, Paige –Jillian hizo un gesto despreocupado. No quería que su hermana intentara sonsacarla.

–No sé –Paige no parecía convencida–. Tal vez debería olvidarme de la película e irme contigo.

–No seas tonta –Jillian alzó la copa y tomó un sorbo de vino–. Estás haciendo lo correcto. Además, no voy a hacer el crucero.

–¿Por qué no?

–No esperarás que vaya sin ti.

–Necesitas unas vacaciones antes de empezar la residencia.

–Por favor, Paige –Jillian puso los ojos en blanco–. ¿Qué iba a hacer yo sola en un crucero de dos semanas?

–Descansar, relajarte, disfrutar de las vistas, del océano y de la paz. Si tienes suerte, tal vez conozcas a algún soltero interesante.

–Los solteros no van de crucero solos –Jillian movió la cabeza–. Además, lo último que necesito ahora es un hombre en mi vida.

–Jill, no ha habido un hombre en tu vida desde que saliste con Cobb Grindstone el último año de instituto –Paige se rio–. Creo que lo que falta en tu vida es un hombre.

–Para nada, y menos con lo ocupada que estoy –refutó Jillian–. Y no veo que tú tengas a nadie especial.

–Por lo menos he tenido citas estos años. Tú no. O, si las has tenido, no me lo has dicho.

Jillian controló la expresión. Nunca le había contado a Paige su relación con Aidan, y teniendo en cuenta cómo había acabado, se alegraba de ello.

–¿Jill?

–¿Sí? –alzó la vista hacia su hermana.

–No me estarás guardando secretos, ¿verdad? –los labios de Paige se curvaron con una sonrisa.

Jillian sabía que Paige le acababa de dar la oportunidad perfecta para hablarle de su romance con Aidan, pero no estaba lista para ello. Un año después, el dolor seguía ahí. Lo último que Jillian necesitaba era que Paige la sonsacara.

–Sabes que en mi vida no hay un hombre por falta de tiempo. Estoy centrada en ser médico y nada más –Paige no tenía por qué saber que unos años antes había dejado que Aidan entrara en su vida y que había pagado caro ese error.

–Por eso deberías ir al crucero sin mí –dijo Paige–. Has trabajado duro y necesitas descansar y disfrutar. Cuando empieces con la residencia tendrás aún menos tiempo.

–Eso es verdad –dijo Jillian. –Pero…

–Nada de peros, Jillian.

Jillian conocía ese tono de voz. Y también que cuando Paige utilizaba su nombre completo, hablaba muy en serio.

–Si fuera al crucero sola me aburriría mucho. Son dos semanas.

–Dos semanas que necesitas. Y piensa en los sitios que verás: Barcelona, Francia, Roma, Grecia y Turquía –esa vez fue Paige quien le agarró la mano a Jillian–. Mira, Jill, a ti te pasa algo, lo percibo. Sea lo que sea, te está destrozando. Lo noté hace meses, la última vez que vine a visitarte –sonrió con ironía–. Puede que sí guardes secretos. Tal vez te ha gustado algún médico en la facultad y no me lo quieres contar. Uno que te ha deslumbrado tanto que no sabes manejar la intensidad de la relación. Si es así, lo entiendo. A veces, hay asuntos que preferimos solucionar a solas. Por eso creo que dos semanas en el mar te harán mucho bien.

Jillian tomó aire. Paige no sabía cuánto se había acercado a la verdad. Su problema se debía a un médico, pero no a uno que estudiara con ella.

En ese momento, la camarera llegó con la comida y Jillian agradeció la interrupción. Sabía que Paige no estaría contenta hasta que accediera a ir al crucero. Paige sabía que algo la inquietaba y solo era cuestión de tiempo que Pam y Nadia lo supieran también, si no lo sabían ya. Además, ya había pedido dos semanas libres. Si no se iba de crucero, la familia querría que pasase ese tiempo con ellos. No podía hacerlo, por si Aidan volvía a casa inesperadamente mientras ella estaba allí. Era la última persona a la que quería ver.

–¿Jill?

–De acuerdo, iré. Lo pasaré bien.

–Sí. Habrá muchas actividades y, si no te apetece hacer nada, también está bien –Paige sonrió–. Todo el mundo necesita dar un descanso a su mente de vez en cuando.

Jillian asintió. Su mente necesitaba reposo. Era la primera en admitir que había echado de menos a Aidan, sus apasionados mensajes de texto, los correos que le disparaban la adrenalina y las llamadas nocturnas que hacían que su cuerpo ardiera como una llama.

Pero eso había sido antes de saber la verdad. Lo único que quería era olvidarse de él. Suspiró profundamente. Paige tenía razón. Necesitaba ese crucero, así que iría sola.

El doctor Aidan Westmoreland entró en su piso y se quitó la bata. Se frotó el rostro y miró su reloj. Ya tendría que haber tenido noticias.

Cuando iba hacia la cocina, le sonó el teléfono móvil. Era la llamada que estaba esperando.

–¿Paige?

–Sí, soy yo.

–¿Va a ir? –preguntó, directo al grano. Esperó la respuesta con un nudo en el estómago.

–Sí, irá al crucero, Aidan. Jillian ni se imagina que sé que tuvisteis una relación.

Aidan tampoco había sabido que Paige estaba al tanto hasta que lo había visitado por sorpresa el mes anterior; lo había descubierto el año que Jillian entró en la facultad de Medicina. Aidan había vuelto a casa para la boda de su primo Riley, y Paige le había oído llamarla Jilly, con tono íntimo. Y durante el último año Paige también había percibido que a Jillian le preocupaba algo que no quería compartir con ella.

Paige había hablado con Ivy, la mejor amiga de Jillian, que también estaba preocupada por ella. Ivy le había contado lo ocurrido y por eso Paige había volado a Charlotte a enfrentarse con él. Hasta entonces, Aidan no había sabido la razón por la que Jillian había roto con él.

Cuando Paige le habló del crucero que Jillian y ella habían planeado y le sugirió la posibilidad de que Jillian fuera sola, él había aceptado sin dudar.

–Yo he hecho mi parte y el resto está en tu mano, Aidan. Espero que puedas convencer a Jill de la verdad –dijo Paige.

Momentos después, Aidan colgó y fue a la cocina a por una cerveza. Apoyado en el mostrador, tomó un largo trago. Dos semanas en el mar con Jillian iba a ser muy interesante. Pero pretendía que fueran más que eso.

Una sonrisa le curvó los labios. Para cuando acabara el crucero, Jillian no tendría ninguna duda de que era el único hombre para ella.

Tiró la lata vacía en la cesta de reciclaje y fue a la ducha. Mientras se desvestía, no pudo evitar recordar cómo había empezado su romance secreto con Jillian, hacía casi cuatro años.

Capítulo Uno

Cuatro años antes

¿Qué se siente al tener veintiún años?

Jillian se quedó sin aire cuando el largo cuerpo de Aidan Westmoreland ocupó el asiento que tenía enfrente. Solo entonces se dio cuenta de que todos los demás habían entrado. Aidan y ella eran los únicos que quedaban en el patio que daba al lago.

La fiesta de cumpleaños había sido una gran sorpresa. Y aún más que Aidan asistiera, dado que pasaba casi todo el tiempo en la facultad de Medicina. Como ella también estudiaba fuera, sus caminos rara vez se cruzaban. Aunque lo conocía desde hacía cuatro años, no recordaba haber tenido ninguna conversación con él.

–Lo mismo que ayer –respondió–. La edad no es más que un número. Nada importante.

Sintió un nudo en el estómago cuando él curvó los labios. Tenía una sonrisa fantástica, era un regalo para los ojos. Estaba loca por él.

Cualquiera lo estaría por un hombre tan sexy. Si no se caía en la trampa de sus labios, se caía en la de sus ojos, profundos, oscuros y penetrantes.

–¿No es más que un número? –riendo, se recostó en la silla y estiró las largas piernas–. Tal vez las mujeres piensen eso, los hombres no.

–¿Y por qué, Aidan? –preguntó ella alzando el vaso de limonada para tomar un sorbo. De repente, se sentía acalorada. Sabía que era la reacción de su cuerpo ante él. Hasta captaba su olor, delicioso y masculino.

–¿Estás segura de que soy Aidan y no Adrian? –inquirió él, alzando una ceja y esbozando una sonrisa ladina.

–Estoy segura –no tenía duda alguna. Pero sabía que él y su gemelo gastaban bromas a aquellos que no sabían distinguirlos.

Pero era Aidan, no Adrian, quien hacía que ciertas partes de su cuerpo llamearan.

–¿Y cómo estás tan segura? –se inclinó hacia ella, tanto que Jillian se perdió en sus ojos.

Se rumoreaba que era un seductor. Lo había visto en acción en varias bodas de los Westmoreland. Además, su hermano y él habían adquirido reputación de mujeriegos en Harvard. No la extrañaba que las mujeres cayeran a sus pies.

–Porque lo estoy –le contestó. No pensaba decir más al respecto.

No iba a confesar que desde que Dillon, antes de casarse con Pam, le había presentado a Aidan, se había enamoriscado de él. Entonces ella tenía solo diecisiete años, pero el problema era que sus sentimientos no habían cambiado.

–¿Por qué?

–¿Por qué, qué?

–¿Por qué estás tan segura? No lo has dicho.

Ella suspiró para sí, deseando que dejara el tema. Decidió darle cualquier excusa.

–Sonáis diferentes –alegó.

–Es raro que digas eso. La mayoría de la gente opina que nuestra voz es casi igual –esbozó otra sonrisa sexy, mostrando sus hoyuelos.

–Pues yo no –refutó ella, con las hormonas desatadas. Era la voz de Aidan la que acariciaba sus sentidos, la de Adrian no tenía ese efecto–. ¿Cómo te va en la facultad? –preguntó, para evitar que siguiera interrogándola.

Él empezó a contarle lo que la esperaba un año después. Desde la muerte de su madre, cuando Jillian tenía siete años, su sueño había sido convertirse en neurocirujana.

Aidan le habló del programa de residencia dual que pensaba realizar en los hospitales de Portland, en Maine; y Charlotte, en Carolina del Norte, cuando se graduara. Su sueño era convertirse en cardiólogo; la idea de ser médico le entusiasmaba y se le notaba en la voz. A ella aún le quedaba un curso de pregrado en la universidad de Wyoming antes de poder especializarse en Medicina.

Mientras él hablaba, ella asentía y lo escrutaba con discreción. Era un hombre más que guapo. Su voz, suave como la seda, tenía un tono grave que le aceleraba el pulso. Tenía la nariz aguileña, pómulos marcados, mandíbula esculpida y una boca tan sensual que era un placer mirarla.

–¿Has decidido a qué facultad de Medicina irás, Jillian?

Ella parpadeó e intentó concentrarse. Al verlo sonreír, se preguntó si se había dado cuenta de cómo lo observaba.

–Siempre he querido vivir en Nueva Orleans, así que trabajar en un hospital allí es mi primera opción –contestó.

–¿Y la segunda?

–No estoy segura –se encogió de hombros–. Supongo que Florida.

–¿Por qué?

–Nunca he estado en Florida –dijo ella, preguntándose por qué la estaba interrogando.

–Espero que esa no sea la única razón –rio él.

–Claro que no –dijo, a la defensiva–. Hay buenas facultades en Louisiana y en Florida.

–Es cierto –asintió él–. ¿Cuál es tu nota media?

–Buena. De hecho, más que buena. Estoy entre los primeros diez de la clase.

No había sido fácil conseguirlo. Había tenido que hacer muchos sacrificios, sobre todo en su vida social. Ni se acordaba de la última vez que había tenido una cita. Pero no le importaba. Pam estaba costeando gran parte de su educación y Jillian quería que se sintiera orgullosa de ella.

–¿Has empezado ya a preparar el examen de acceso y el proyecto?

–Es demasiado pronto.

–Nunca es demasiado pronto. Sugiero que empieces a prepararlos en tu tiempo libre.

–¿Tiempo libre? –ella sonrió–. ¿Qué es eso?

–Tiempo que tendrás que buscar, aunque no creas que lo tengas –soltó una risa suave y sexy que hizo que a ella se le acelerara el pulso–. Es esencial saber utilizar el tiempo, o te quemarás antes de empezar.

Ella sintió una punzada de resentimiento, que desechó. Le estaba dando un consejo porque ya había pasado por lo que ella tendría que pasar. Y, por lo que había oído, él iba a graduarse entre los primeros de su clase en Harvard, para luego iniciar un programa de residencia dual que era el sueño de cualquier estudiante de Medicina. Iba a tener la oportunidad de trabajar con los mejores cardiólogos de Estados Unidos.

–Gracias por el consejo, Aidan.

–De nada. Cuando estés lista para prepararlos, dímelo. Te ayudaré.

–¿En serio?

–Claro. Incluso si tengo que ir adonde estés.

Ella alzó una ceja. No lo imaginaba haciendo algo así. Harvard, en Boston, quedaba muy lejos de su universidad, en Laramie, Wyoming.

–Déjame tu teléfono un segundo.

–¿Por qué? –inquirió ella.

–Para que te grabe mi número.

Jillian tomó aire y se levantó para sacar el móvil del bolsillo de los vaqueros. Se lo dio, intentando ignorar el cosquilleo que le recorrió el cuerpo cuando sus manos se rozaron. Observó cómo tecleaba los números con dedos largos y fuertes, de cirujano. Y se preguntó cómo sería sentir esos dedos acariciándole la piel.

Momentos después, el sonido del móvil de él interrumpió sus pensamientos. Comprendió que se había llamado a sí mismo para grabarse el número de ella.

–Toma –dijo él, devolviéndole el móvil. Ahora tienes mi número y yo el tuyo.

–Sí –dijo ella, preguntándose si eso tenía algún significado oculto.

–Adrian y yo hemos quedado con Canyon y Stern en el pueblo para tomar unas copas y jugar al billar –se puso en pie, consultando el reloj–. Es hora de irme. Feliz cumpleaños, otra vez.

–Gracias, Aidan.

–De nada.

Él fue hacia la puerta y, una vez allí, se volvió para mirarla con sus asombrosos ojos oscuros. La intensidad de su mirada le provocó otra oleada de calor. Sintió… ¿pasión?, ¿química sexual?, ¿lujuria? Decidió que las tres cosas.

–¿Pasa algo? –le preguntó, cuando el silencio empezó a alargarse.

–No estoy seguro –dijo él, forzando una sonrisa. Entró en la casa y la dejó preguntándose qué había querido decir con eso.

«¿Por qué, de todas las mujeres del mundo, he tenido que sentirme atraído por Jillian Novak?».

Lo había notado por primera vez cuando los habían presentado, hacía cuatro años. Él tenía veintidós años y ella solo diecisiete, pero le había deslumbrado. Supo entonces que tenía que mantener las distancias. Y con veintiún años seguía teniendo la inocencia escrita en la cara. Por lo que había oído, ni siquiera tenía novio; prefería concentrarse en los estudios y renunciar al amor.

Aidan adoraba su vida, y en especial a su familia. Por eso no entendía por qué se permitía sentirse atraído por la hermana de Pam. No quería causarle problemas a Dillon.

Pam Novak era una joya, justo lo que Dillon necesitaba. Todos se habían quedado atónitos cuando Dillon había anunciado que había conocido a una mujer con la que quería casarse. A Aidan le había parecido una locura.

Dillon, más que nadie, tendría que haberlo sabido, dado que su primera esposa lo abandonó cuando él se negó a dejar a los cuatro miembros más jóvenes de la familia –Adrian, Aidan, Bane y Bailey– en manos de familias de acogida. Sin embargo, Aidan, sus hermanos y primos no habían tardado en descubrir que Pam era muy distinta

En opinión de Aidan, Pam era cuanto habían necesitado; valoraba la familia. Y lo había demostrado cuando dejó de lado su prometedora carrera de actriz para ocuparse de sus tres hermanas adolescentes cuando falleció su padre.

Los Westmoreland también habían sufrido muchos problemas familiares. Todo empezó cuando los padres de Aidan, junto con su tío y su tía, murieron en un accidente de avión, dejando a su primo Dillon a cargo de la familia, con el apoyo de Ramsey, el hermano mayor de Aidan. Dillon y Ramsey habían trabajado mucho y se habían sacrificado por mantener a la familia unida.

Los padres de Aidan tuvieron ocho hijos: cinco chicos –Ramsey; Zane; Derringer y los gemelos, Aidan y Adrian–; y tres chicas –Megan, Gemma y Bailey–. Por su parte, el tío Adam y la tía Clarisse tuvieron siete hijos: Dillon, Micah, Jason, Riley, Canyon, Stern y Brisbane.

No había sido fácil, especialmente porque Adrian, Aidan, Brisbane y Bailey eran menores de dieciséis. Además, habían sido los más rebeldes del grupo; se habían metido en tantos líos que el estado de Colorado ordenó que los entregaran a familias de acogida. Dillon apeló la decisión y ganó. Por suerte para los cuatro Westmoreland más jóvenes, Dillon sabía que sus actos de rebeldía eran su forma de superar el dolor por la pérdida de sus padres. En la actualidad, Aidan estudiaba Medicina; Adrian estaba haciendo el doctorado en Ingeniería; Bane se había unido a la Marina; y Bailey cursaba clases en la universidad local y trabajaba a tiempo parcial.

Aidan, a su pesar, volvió a pensar en Jillian. La fiesta de cumpleaños del día anterior había sido una sorpresa, y su mirada de asombro adorable. Cualquier duda acerca de su atracción por ella había quedado disipada al verla.

Ella salió al patio esperando una fiesta de despedida por su hermana Gemma, que se había casado con Callum e iba a trasladarse a Australia. Pero se encontró con una fiesta sorpresa para ella. Tras unas lágrimas de alegría, que a él le habría encantado lamer, abrazó a Paige y a Dillon por pensar en ella y en su vigésimo primer cumpleaños. Por lo que había oído, era la primera fiesta que Jillian celebraba desde su niñez.

Mientras todos corrían a felicitarla, él se había quedado atrás, observándola. Llevaba un vestido veraniego y ya no era la adolescente que había conocido cuatro años antes. Tenía la cara más llena y un cuerpo… Se preguntó de dónde habían salido esas curvas. Era baja comparada con él, que medía metro ochenta y siete. Ella, descalza, no debía de pasar del metro sesenta y dos. Y, aunque Pam no habría querido oírlo, era un auténtico bombón.

Iba a desearle feliz cumpleaños cuando le sonó el móvil y entró en la casa para contestar. Era un amigo que le había organizado una cita a ciegas el fin de semana siguiente.

Cuando regresó al patio, todos habían entrado para ver una película o jugar a las cartas y ella estaba sola. Estaba resplandeciente y olía de maravilla. Jillian Novak era un dulce para sus ojos, esos ojos que Dillon y Pam le sacarían ni no se controlaba.

Todos sabían lo protectora que era Pam con sus hermanas. Igual que todos sabían que Aidan no se tomaba a las mujeres en serio. Como él no pensaba cambiar, lo mejor que podía hacer los tres días que iba a estar en casa era mantener las distancias.

«Entonces, ¿por qué has grabado su teléfono y le has dado el tuyo?».

Se dijo que había sido un momento de locura, del que se arrepentía. Lo bueno era que dudaba de que ella lo llamara para pedirle ayuda y él,por su parte, evitaría ponerse en contacto con ella.

Era un buen plan y lo iba a cumplir. Lo fantástico sería poder dejar de pensar en ella. Miró la revista médica que, supuestamente, estaba leyendo, e intentó concentrarse en la lectura. Minutos después había leído un artículo interesante y se disponía a empezar otro.

–¿Podrías hacerme un gran favor?

Aidan alzó la vista para mirar a su hermana Bayley. Había sido la bebé de la familia Westmoreland, pero eso había cambiado desde que Dillon y Pam tenían un hijo, y su hermano, Ramsey, y su esposa Chloe, una hija.

–Depende de qué favor sea.

–Le prometí a Jill que iría a montar con ella y le enseñaría la parte de Westmoreland que no ha visto aún. Pero me han llamado del trabajo y necesito que la acompañes tú.

–Enséñasela otro día –dijo él, seguro de que ir a montar a caballo con Jillian no era buena idea.

–Ese era el plan, pero no he conseguido contactarla. Habíamos quedado en El Lago de Gemma, y sabes la poca cobertura que hay allí. Ya está esperándome.

–¿No puedes pedírselo a otra persona?

–Lo he hecho, pero todos están ocupados.

–¿Y yo no? –Aidan frunció el ceño.

–No como los demás –apuntó Bailey–. Estás leyendo una revista.

Él sabía que no serviría de nada decirle a Bailey que su lectura era importante. Se trataba de una investigación médica sobre el uso de ojos biónicos para recuperar la visión.

–Bueno, ¿lo harás?

–¿Seguro que no puede hacerlo nadie más? –cerró la revista y la dejó a un lado.

–Seguro. Y ella está deseando verlo todo. Ahora este es su hogar y…

–¿Su hogar? Está fuera, estudiando, casi todo el tiempo.

–También tú, Adrian, Stern y Canyon, y este sigue siendo vuestro hogar.

Decidió no discutir. A veces su hermana menor era capaz de leerlo como un libro abierto y no quería que lo hiciera en ese caso. No tardaría en adivinar que incluía un capítulo dedicado a Jillian.

–De acuerdo.

–Pon un poco de entusiasmo, ¿vale? Has sido bastante distante con Jillian y sus hermanas desde que Dillon se casó con Pam.

–Eso no es verdad.

–Sí que lo es. Deberías dedicar algo de tiempo a conocerlas. Ahora son parte de la familia. Además, tú y Jill vais a ser médicos algún día, así que tenéis un interés en común.

Él tenía la esperanza de que sus intereses comunes no fueran a más. Iba a centrarse en ello.

Capítulo Dos

Jillian oyó a un jinete acercarse y se dio la vuelta, utilizando la mano a modo de visera para protegerse del sol. Se dio cuenta de inmediato de que quien llegaba no era Bailey.

Cuando el corazón se le desbocó en el pecho, supo que era Aidan. Se preguntó qué hacía él allí y dónde estaba Bailey.

Jillian inspiró profundamente mientras Aidan y su caballo se acercaban. Intentó no fijarse en lo derecho que iba sobre la silla y en lo atractivo que estaba montado a caballo. Intentó no admirar, boquiabierta, lo bien que le quedaban el sombrero, la camisa, los vaqueros y las botas que lo convertían en la viva estampa de un vaquero.

–Aidan –dijo, echando la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara.

–Jillian –la saludó con la cabeza.

La expresión irritada y el tono cortante de su voz le hicieron pensar que estaba molesto por algo. Se preguntó si estaba en una zona de Westmoreland que estaba vetada por alguna razón.

–Estoy esperando a Bailey –dijo, a modo de explicación–. Vamos a dar una vuelta a caballo.

–Sí, esos eran tus planes.

–¿Eran? –ella enarcó una ceja.

–Bailey ha intentado localizarte, pero no tienes cobertura. La han llamado del trabajo y me ha pedido que ocupe su lugar.

–¿Su lugar?

–Sí, su lugar. Me ha dicho que querías visitar Tierra Westmoreland.

–Quería, pero…

–Pero ¿qué? –clavó en ella sus ojos oscuros.

Jillian se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros. No podía decirle que no estaba dispuesta a ir con él a ningún sitio. Apenas podía pasar unos minutos con él sin deshacerse, como estaba haciendo en ese momento. Sentía una bola de fuego en el estómago. Aidan Westmoreland era tan sexy que la llevaba al borde de la locura.

–¿Jillian?

–¿Sí? –parpadeó. El sonido de su voz era como una caricia para su piel.

–Pero ¿qué? ¿Tienes algún problema con que sustituya a Bailey?

Sin duda tenía un problema con que sustituyera a Bailey, pero no iba a reconocerlo.

–No, ningún problema –mintió sin parpadear–. Sin embargo, creo que tú sí. Sin duda tienes cosas mejores que hacer con tu tiempo.

–La verdad es que no –se encogió de hombros–. Además, es hora de que empecemos a conocernos mejor.

Ella se preguntó por qué sentía un cosquilleo por todo el cuerpo con solo oír sus palabras.

–¿Por qué tenemos que conocernos mejor?

Él se echó hacia atrás y ella no pudo evitar fijarse en los largos dedos que sujetaban las riendas. No podía evitar imaginarse esos mismos dedos acariciándole el pelo, los brazos, recorriendo su cuerpo desnudo. Contuvo un escalofrío.

–Hace cuatro años que Dillon se casó con Pam y todavía no sé mucho de ti y de tus hermanas –dijo él, poniendo fin a sus fantasías–. Somos familia, y los Westmoreland damos mucha importancia a eso. No he pasado suficiente tiempo en casa para conoceros a ti, a Paige y a Nadia.

Que nombrara a sus hermanas le restó importancia a la aseveración anterior. No se había referido solo a ella. Tendría que sentirse agradecida por eso, pero no lo estaba.

–Yo, por los estudios, tampoco he venido mucho, pero podemos conocernos en otro momento. No tiene por qué ser hoy –no estaba segura de poder soportar su cercanía. Hasta su viril aroma le parecía abrumador.

–Hoy es tan buen día como cualquier otro. Mañana vuelvo a Boston. Tal vez no volvamos a vernos hasta que vengamos a casa en Navidad. Mejor hacerlo ya y quitárnoslo de encima.

Ella tenía la sensación de que se sentía obligado a conocerla y eso la ofendía.

–No me hagas favores –le espetó. Sentía el pulso acelerado.

–¿Perdona? –parecía sorprendido.

–No tenemos que quitarnos nada de encima. Es obvio que Bailey te ha convencido para hacer algo que no deseas hacer. Puedo ver el resto de Tierra Westmoreland sola –dijo. Desató a la yegua y montó–. No necesito tu compañía, Aidan.

Él se cruzó de brazos sobre el pecho y, por la tensión de su mandíbula, Jillian supo que no le había gustado su comentario.

–Odio decirte esto, Jillian Novak, pero tendrás mi compañía la quieras o no.

Aidan clavó los ojos en los de Jillian y tuvo la sensación de que estaban librando una batalla. No sabía si de voluntad, deseo, pasión o lujuria. Se frotó el rostro. Prefería que no fuera ninguna de esas cosas, pero tenía la sensación de que, en ese momento, ambos luchaban por ganar. Era obvio que a Jillian no le gustaba que le dieran órdenes.

–Mira –dijo–, estamos perdiendo el tiempo. Tú quieres ver la tierra y yo no tengo nada mejor que hacer. Te pido disculpas si antes soné brusco, no pretendía darte la impresión de que me siento obligado a guiarte o a conocerte.

No tenía por qué decirle que Bailey le había pedido que fuera amable con Jillian y sus hermanas. Desde su punto de vista, siempre había sido cordial, y con eso bastaba. Acercarse demasiado a Jillian no era buena idea. Sin embargo, había sido él quien había sugerido que lo llamara si necesitaba ayuda para preparar los exámenes de acceso a la universidad. Un gran error.

Ella lo estudió un momento y él sintió algo extraño en la boca del estómago. Fue mucho más fuerte que la tensión que había experimentado en la entrepierna al verla subirse al caballo. Había tenido que inspirar con fuerza mientras luchaba contra el deseo sexual. Incluso en ese momento, con los bellos labios fruncidos en un mohín, hacía que ardiera por dentro. Sabía que se había metido bajo su piel, y también cómo sacársela del sistema.

Pero el modo de hacerlo no era una opción. No, si valoraba su vida.

–¿Estás seguro de esto?

Él no estaba seguro de nada que tuviera que ver con ella. Tal vez la razón de su atracción, además de su deslumbrante belleza, fuera que no la conocía demasiado bien. Tal vez cuando lo hiciera, descubriría que no le gustaba en absoluto.

–Sí, estoy seguro, vamos –dijo él, azuzando al caballo para que se acercara al de ella–. Hay mucho que ver, así que espero que sepas montar.

–No se me da mal –dijo ella con una sonrisa que realzó la carnosidad de su boca. Llevó a la yegua a medio galope y, segundos después, mientras él la miraba con admiración, hizo que saltara un arroyo.

Aidan rio para sí. No es que no se le diera mal, se le daba de maravilla.

Jillian bajó el ritmo y volvió la cabeza. Aidan había conseguido hacer el mismo salto que ella. Aunque la impresionó su destreza, no la sorprendió; Dillon siempre decía que todos sus hermanos y primos eran excelentes jinetes.

–Eres buena –dijo él, cuando llegó a su lado.

–Gracias –le sonrió–. Tú tampoco lo haces mal.

Él echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada que resonó en el aire y también en el cuerpo de ella. Lo había visto sonreír antes, pero nunca reírse con ganas.

–No, no lo hago mal. De hecho, durante un tiempo quise dedicarme a los rodeos.

–¿Dillon te hizo cambiar de opinión?

–No, él no habría hecho eso –movió la cabeza, sonriente–. Una de las normas de Dillon siempre fue que eligiéramos nuestros objetivos en la vida. Al menos, lo fue para todos menos para Bane.

Ella había oído la historia del primo de Aidan, Brisbane Westmoreland, a quien todos llamaban Bane. Sabía que Dillon había animado al menor de sus hermanos a hacerse militar. O eso, o acabar en la cárcel por los problemas que había causado. Bane había elegido unirse a la Marina. Jillian solo lo había visto dos veces en los cuatro años que Pam llevaba casada con Dillon.

–¿Y qué te hizo cambiar de opinión acerca de dedicarte al rodeo? –preguntó ella, poniendo a la yegua al paso.

–Mi hermano Derringer. Hizo el circuito de rodeos dos veranos, tras graduarse en el instituto. Tuvo una mala caída y nos dio a todos un susto de muerte. La idea de perder a otro miembro de la familia me hizo recuperar el sentido común; supe que no podía hacer que mi familia pasara por eso.

Ella asintió. Sabía que había perdido a sus padres y a sus tíos en un accidente de avión, lo que había dejado a Dillon, el mayor, a cargo de todos.

–Derringer y algunos de tus primos y hermanos son propietarios de un negocio de adiestramiento de caballos, ¿verdad?

–Sí, y va bien. No estaban hechos para trabajar en la empresa familiar, así que decidieron perseguir su sueño de dedicarse a los caballos. Intento ayudarlos siempre que vengo a casa, pero se apañan de maravilla sin mí. Varios de sus caballos han ganado premios importantes.

–Ramsey también renunció a su puesto de director ejecutivo, ¿verdad? –preguntó, refiriéndose a su hermano mayor.

–Sí. Ramsey se licenció en Agricultura y Economía. Siempre quiso dedicarse a criar ovejas, pero cuando mis padres, mi tío y mi tía murieron en el accidente, supo que Dillon necesitaría ayuda en Blue Ridge.

Jillian sabía que Administración de Fincas Blue Ridge era una importante empresa que el padre y el tío de Aidan habían creado años antes.

–Pero al final consiguió cumplir su sueño, ¿no?

–Sí –asintió Aidan–. Cuando Dillon lo convenció de que podía manejar la empresa sin él. El rancho de ovejas de Ramsey va muy bien.

A Jillian le gustaba Ramsey. De hecho, le gustaban todos los Westmoreland que había conocido. Cuando Pam se había casado con Dillon, la familia la había acogido, y a todas sus hermanas, con los brazos abiertos. Había descubierto que algunos eran más extrovertidos que otros, pero también que todos ellos estaban muy unidos.

–¿Cómo aprendiste a montar tan bien? –preguntó él.

–Por mi padre. Era fantástico. Opinaba que había cosas que debíamos aprender, y manejar un caballo era una de ellas –dijo Jillian, recordando el tiempo que había pasado con su padre y cuánto lo había disfrutado–. Supongo que vio potencial en mí, porque me envió a la escuela de equitación. Competí a nivel nacional hasta que él enfermó. Necesitábamos el dinero para pagar las facturas médicas y su tratamiento.

–¿Lamentas haberlo dejado?

–No –movió la cabeza–. Me gustaba, pero me importaba más que papá recibiera los mejores cuidados, a todas nos importaba eso más que nada –aseveró.

–Hemos llegado.

Ella miró alrededor y admiró las vistas. Dillon, el mayor, había heredado la casa principal y los trescientos acres que la rodeaban. Todos los demás, al cumplir los veinticinco años, recibían cien acres de tierra. La zona que visitaban tenía partes limpias y otras cubiertas de denso follaje. Pero lo que quitaba el aliento era la vía fluvial de agua que, al bifurcarse, daba lugar a un lago enorme. Lago Gemma, en honor a la bisabuela de Aidan.

–Esto es precioso. ¿Dónde estamos?

–En mi tierra. Refugio Aidan –repuso él, sonriente.

Ella decidió que Refugio Aidan le iba de maravilla. Se lo imaginaba construyendo su casa en esa tierra, cerca del agua. Aunque en ese momento parecía un vaquero, podría transformarse en capitán de barco sin esfuerzo.

–Refugio Aidan. Es un buen nombre. ¿Cómo se te ocurrió?

–No fue a mí. Se le ocurrió a Bailey. Ella nombró todas las parcelas de cien acres. Por ejemplo, la Red de Ramsey, la Mazmorra de Derringer, la Guarida de Zane, la Gema de Gemma y los Prados de Megan.

Jillian había visitado esas zonas y las fantásticas casas que habían construido en ellas. Algunas eran estilo rancho, de una planta, y otras eran mansiones con varias alturas.

–¿Cuándo piensas construir?

–Tardaré aún. Después de la facultad trabajaré y viviré fuera, porque la especialidad de cardiología requiere seis años de residencia.

–Pero, antes o después, este será tu hogar.

–Sí, Tierra Westmoreland siempre será mi hogar –afirmó él, pensativo.

Jillian siempre había creído que se establecería en Gamble, Wyoming, donde estaban sus amigos. Pero tras la boda de Pam y Dillon, todo había cambiado. Paige, Nadia y ella estaban muy unidas a su hermana mayor y habían decidido dejar Wyoming para vivir cerca de ella. Nadia cursaba el último año de instituto allí, en Colorado; y Paige estudiaba en la universidad de Los Ángeles.

–¿Y tú? ¿Piensas volver a Gamble, Jillian?

–No. Nadia, Paige y yo hablamos hace unas semanas y vamos a sugerirle a Pam que venda la casa. Creemos que no lo ha hecho aún para que sea parte de nuestra herencia.

–¿Y no queréis que lo sea?

–Ahora vemos Dénver como nuestro hogar. Al menos, Nadia y yo; Paige espera que su carrera de actriz despegue en Los Ángeles. Pam ya ha hecho mucho por nosotras y no queremos que siga costeando nuestros estudios y gastos, preferimos usar el dinero de la venta de la casa.

–Vamos a dar un paseo. Te enseñaré esto antes de llevarte a Cala Adrian –Aidan desmontó y ató su caballo a un árbol antes de ayudarla a ella.

En cuanto la tocó, Jillian sintió el despertar de cada uno de sus poros. A juzgar por su mirada, a Aidan le ocurría lo mismo. Era una sensación nueva y desconocida para Jillian. Su breve encuentro amoroso con Cobb Grindstone tras el baile de graduación del instituto había paliado su curiosidad, pero había dejado mucho que desear.

Cuando sus pies tocaron el suelo, oyó un gemido escapar de la garganta de Aidan. Entonces, resultó obvio que los había atrapado una atracción carnal tan intensa que quitaba el aire.

Sintió la presión de su mano en la cintura, y Aidan le posó la boca en la suya.