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"El amor es fuego aventado por el aura de un suspiro; fuego que arde y centellea en los ojos del amante." Así exclama el joven Romeo la obra clásica de Shakespeare. La escena es la ciudad italiana de Verona. Aquí vive la rivalidad entre las dos familias Montesco y Capuleto. Romeo es un Montesco y Julieta una Capuleto, pero se conocen y se enamoran profundamente sin saber este detalle. De allí empieza un romance apasionado, pero clandestino, cuando el odio entre las dos familias amenaza el amor de los dos jóvenes. En "Romeo y Julieta" Shakespeare explora la pasión y locura del primer amor. El amor que no conoce límite y que suele ser imposible.
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Seitenzahl: 138
Veröffentlichungsjahr: 2020
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William Shakespeare
Saga
Romeo y JulietaOriginal titleRomeo and JulietCover art by brethdesign.dk Cover photos: Shutterstock Copyright © 1595, 2019 William Shakespeare and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726363913
1. e-book edition, 2019
Format: EPUB 2.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
En la hermosa Verona, donde colocamos nuestra escena, dos familias de igual nobleza, arrastradas por antiguos odios, se entregan a nuevas turbulencias, en que la sangre patricia mancha las patricias manos. De la raza fatal de estos dos enemigos vino al mundo, con hado funesto, una pareja amante, cuya infeliz, lastimosa ruina llevara también a la tumba las disensiones de sus parientes. El terrible episodio de su fatídico amor, la persistencia del encono de sus allegados al que sólo es capaz de poner término la extinción de su descendencia, va a ser durante las siguientes dos horas el asunto de nuestra representación.
Si nos prestáis atento oído, lo que falte aquí tratará de suplirlo nuestro esfuerzo.
(Verona. Una plaza pública.)
(Entran SANSÓN y GREGORIO, armados de espadas y broqueles.)
SANSÓN
Bajo mi palabra, Gregorio, no sufriremos que nos carguen.
GREGORIO
No, porque entonces seríamos cargadores.
SANSÓN
Quiero decir que si nos molestan echaremos fuera la tizona.
GREGORIO
Sí, mientras viváis echad el pescuezo fuera de la collera .
SANSÓN
Yo soy ligero de manos cuando se me provoca.
GREGORIO
Pero no se te provoca fácilmente a sentar la mano.
SANSÓN
La vista de uno de esos perros de la casa de Montagüe me transporta.
GREGORIO
Trasportarse es huir, ser valiente es aguardar a pie firme: por eso es que el trasportarte tú es ponerte en salvo.
SANSÓN
Un perro de la casa ésa me provocará a mantenerme en el puesto. Yo siempre tomaré la acera a todo individuo de ella, sea hombre o mujer.
GREGORIO
Eso prueba que eres un débil tuno, pues a la acera se arriman los débiles.
SANSÓN
Verdad; y por eso, siendo las mujeres las más febles vasijas, se las pega siempre a la acera. Así, pues, cuando en la acera me tropiece con algún Montagüe, le echo fuera, y si es mujer, la pego en ella.
GREGORIO
La contienda es entre nuestros amos, entre nosotros sus servidores.
SANSÓN
Es igual, quiero mostrarme tirano. Cuando me haya batido con los criados, seré cruel con las doncellas. Les quitaré la vida.
GREGORIO
¿La vida de las doncellas?
SANSÓN
Sí, la vida de las doncellas, o su... Tómalo en el sentido que quieras.
GREGORIO
En conciencia lo tomarán las que sientan el daño.
SANSÓN
Se lo haré sentir mientras tenga aliento y sabido es que soy hombre de gran nervio.
GREGORIO
Fortuna es que no seas pez; si lo fueras, serías un pobre arenque. Echa fuera el estoque; allí vienen dos de los Montagües .
(Entran ABRAHAM y BALTASAR.)
SANSÓN
Desnuda tengo la espada. Busca querella, detrás de ti iré yo.
GREGORIO
¡Cómo! ¿irte detrás y huir?
SANSÓN
No temas nada de mí.
GREGORIO
¡Temerte yo! No, por cierto.
SANSÓN Pongamos la razón de nuestro lado; dejémosles comenzar.
GREGORIO
Al pasar por su lado frunciré el ceño y que lo tomen como quieran.
SANSÓN
Di más bien como se atrevan. Voy a morderme el dedo pulgar al enfrentarme con ellos y un baldón les será si lo soportan.
ABRAHAM
¡Eh! ¿Os mordéis el pulgar para afrentarnos?
SANSÓN
Me muerdo el pulgar, señor.
ABRAHAM
¿Os lo mordéis, señor, para causarnos afrenta?
SANSÓN (aparte a GREGORIO.)
¿Estará la justicia de nuestra parte si respondo sí?
GREGORIO
No.
SANSÓN
No, señor, no me muerdo el pulgar para afrentaros; me lo muerdo, sí.
GREGORIO
¿Buscáis querella, señor?
ABRAHAM
¿Querella decís? No, señor.
SANSÓN
Pues si la buscáis, igual os soy: Sirvo a tan buen amo como vos.
ABRAHAM
No, mejor.
SANSÓN
En buen hora, señor.
(Aparece a lo lejos BENVOLIO.)
GREGORIO (aparte a SANSÓN.)
Di mejor. Ahí viene uno de los parientes de mi amo.
SANSÓN
Sí, mejor.
ABRAHAM
Mentís.
SANSÓN
Desenvainad, si sois hombres. -Gregorio, no olvides tu estocada maestra .
(Pelean.)
BENVOLIO (abatiendo sus aceros.)
¡Tened, insensatos! Envainad las espadas; no sabéis lo que hacéis.
(Entra TYBAL.)
TYBAL
¡Cómo! ¿Espada en mano entre esos gallinas? Vuélvete, Benvolio, mira por tu vida.
BENVOLIO
Lo que hago es apaciguar; torna tu espada a la vaina, o sírvete de ella para ayudarme a separar a esta gente.
TYBAL
¡Qué! ¡Desnudo el acero y hablas de paz! Odio esa palabra como odio al infierno, a todos los Montagües y a ti? Defiéndete, cobarde!
(Se baten.)
(Entran partidarios de las dos casas, que toman parte en la contienda; enseguida algunos ciudadanos armados de garrotes.)
PRIMER CIUDADANO
¡Garrotes, picas, partesanas! ¡Arrimad, derribadlos! ¡A tierra con los Capuletos! ¡A tierra con los Montagües!
(Entran, CAPULETO en traje de casa, y su esposa.)
CAPULETO ¡Qué ruido es éste! ¡Hola! Dadme mi espada de combate. LADY CAPULETO
¡Un palo, un palo! ¿Por qué pedís una espada?
CAPULETO
¡Mi espada digo! Ahí llega el viejo Montagüe que esgrime la suya desafiándome.
(Entran el vicio MONTAGÜE y LADY MONTAGÜE.)
MONTAGÜE
¡Tú, miserable Capuleto! -No me contengáis, dejadme en libertad.
LADY MONTAGÜE
No darás un solo paso para buscar un contrario.
(Entran el PRÍNCIPE y sus acompañantes.)
PRÍNCIPE
Súbditos rebeldes, enemigos de la paz, profanadores de ese acero que mancháis de sangre conciudadana -¿No quieren oír? ¡Eh, basta! hombres, bestias feroces que saciáis la sed de vuestra perniciosa rabia en rojos manantiales que brotan de vuestras venas, bajo pena de tortura, arrojad de las ensangrentadas manos esas inadecuadas armas y escuchad la sentencia de vuestro irritado Príncipe.
Tres discordias civiles, nacidas de una vana palabra, han, por tu causa, viejo Capuleto, por la tuya, Montagüe, turbado por tres veces el reposo de la ciudad y hecho que los antiguos habitantes de Verona, despojándose de sus graves vestiduras, empuñen en sus vetustas manos las viejas partesanas enmohecidas por la paz, para reprimir vuestro inveterado rencor. si volvéis en lo sucesivo a perturbar el reposo de la población, vuestras cabezas serán responsables de la violada tranquilidad. Por esta vez que esos otros se retiren. Vos, Capuleto, seguidme; vos, Montagüe, id esta tarde a la antigua residencia de Villafranca, ordinario asiento de nuestro Tribunal, para conocer nuestra ulterior decisión sobre el caso actual. Lo digo de nuevo, bajo pena de muerte, que todos se retiren.
(Vanse todos menos MONTAGÜE, LADY MONTAGÜE y BENVOLIO)
MONTAGÜE
¿Quién ha vuelto a despertar esta antigua querella? Habla, sobrino, ¿estabas presente cuando comenzó?
BENVOLIO
Los satélites de Capuleto y los vuestros estaban aquí batiéndose encarnizadamente antes de mi llegada: yo desenvainé para apartarlos: en tal momento se presenta el violento Tybal, espada en mano, lanzando a mi oído provocaciones al propio tiempo que blandía sobre su cabeza la espada, hendiendo el aire, que sin recibir el menor daño, lo befaba silbando. Mientras nos devolvíamos golpes y estocadas, iban llegando y entraban en contienda partidarios de uno y otro bando, hasta que vino el Príncipe y los separó.
LADY MONTAGÜE
¡Oh! ¿dónde está Romeo? -¿Le habéis visto hoy? Muy satisfecha estoy de que no se haya encontrado en esta refriega.
BENVOLIO
Señora, una hora antes que el bendecido sol comenzara a entrever las doradas puertas del Oriente, la inquietud de mi alma me llevó a discurrir por las cercanías, en las que, bajo la arboleda de sicomoros que se extiende al Oeste de la ciudad, apercibí, ya paseándose, a vuestro hijo. Dirigime hacia él; pero descubriome y se deslizó en la espesura del bosque: yo, juzgando de sus sentimientos por los míos, que nunca me absorben más que cuando más solo me hallo, di rienda a mi inclinación no contrariando la suya, y evité gustoso al que gustoso me evitaba a mí.
MONTAGÜE
Muchas albas se le ha visto en ese lugar aumentando con sus lágrimas el matinal rocío y haciendo las sombras más sombrías con sus ayes profundos . Mas, tan pronto como el sol, que todo lo alegra, comienza a descorrer, a la extremidad del Oriente, las densas cortinas del lecho de la Aurora, huyendo de sus rayos, mi triste hijo entra furtivamente en la casa, se aísla y enjaula en su aposento, cierra las ventanas, intercepta todo acceso al grato resplandor del día y se forma él propio una noche artificial. Esta disposición de ánimo le sera luctuosa y fatal si un buen consejo no hace, cesar la causa.
BENVOLIO
Mi noble tío, ¿conocéis vos esa causa?
MONTAGÜE
Ni la conozco ni he alcanzado que me la diga.
BENVOLIO
¿Habéis insistido de algún modo con él?
MONTAGÜE
Personalmente y por otros muchos amigos; pero él, solo confidente de sus pasiones, en su contra -no diré cuán veraz- es tan reservado, tan recogido en si mismo, tan insondable y difícil de escudriñar como el capullo roído por un destructor gusano antes de poder desplegar al aire sus tiernos pétalos y ofrecer sus encantos al sol . si nos fuera posible penetrar la causa de su melancolía, lo mismo que por conocerla nos afanarímos por remediarla.
(Aparece ROMEO, a cierta distancia.)
BENVOLIO
Mirad, allí viene: tened a bien alejaros. Conoceré su pesar o a mucho desaire me expondré.
MONTAGÜE
Ojalá que tu permanencia aquí te proporcione la gran dicha de oírle una confesión sincera. -Vamos, señora, retirémonos.
(MONTAGÜE y su esposa se retiran.)
BENVOLIO
Buenos días, primo.
ROMEO
¿Tan poco adelantado está el día?
BENVOLIO
Acaban de dar las nueve.
ROMEO
¡Infeliz de mí! Largas parecen las horas tristes. ¿No era mi padre el que tan deprisa se alejó de aquí?
BENVOLIO
Sí. -¿Qué pesar es el que alarga las horas de Romeo?
ROMEO
El de carecer de aquello cuya posesión las abreviaría.
BENVOLIO
¿Carencia de amor?
ROMEO
Sobra.
BENVOLIO
¿De amor?
ROMEO
De desdenes de la que amo.
BENVOLIO
¡Ay! ¡Que el amor, al parecer tan dulce, sea en la prueba tan tirano y tan cruel!
ROMEO
¡Ay! ¡que el amor, cuyos ojos están siempre vendados, halle sin ver la dirección de su blanco! ¿Dónde comeremos? ¡Oh, Dios! ¿qué refriega era ésta? Mas no me lo digáis, pues todo lo he oído. Mucho hay que luchar aquí con el odio, pero más con el amor. ¡Sí, amante odio! ¡Amor quimerista! ¡Todo, emanación de una nada preexistente! ¡futileza importante! ¡grave fruslería! ¡informe caos de ilusiones resplandecientes! ¡leve abrumamiento, diáfana intransparencia, fría lava, extenuante sanidad! ¡sueño siempre guardián, asunto en la esencia! -Tal cual eres yo te siento; yo, que en cuanto siento no hallo amor! ¿No te ríes?
BENVOLIO
No, primo, lloro mas bien.
ROMEO
¿Por qué, buen corazón?
BENVOLIO
De ver la pena que oprime tu alma.
ROMEO
¡Bah! El yerro de amor trae eso consigo. Mis propios dolores ya eran carga excesiva en mi pecho; para oprimirlo más, quieres aumentar mis pesares con los tuyos. La afección que me has mostrado añade nueva pena al exceso de mis penas. El amor es un humo formado por el vapor de los suspiros; alentado, un fuego que brilla en los ojos de los amantes; comprimido, un mar que alimentan sus lágrimas. ¿Qué más es? Una locura razonable al extremo, una hiel que sofoca, una dulzura que conserva. Adiós, primo.
BENVOLIO
Aguardad, quiero acompañaros; me ofendéis si me dejáis así.
ROMEO
¡Bah! Yo no doy razón de mí propio, no estoy aquí; éste no es Romeo; él está en otra parte.
BENVOLIO
Decidme seriamente, ¿quién es la persona a quien amáis?
ROMEO
¡Qué! ¿habré de llorar para decírtelo?
BENVOLIO
¿Llorar? ¡Oh! no; pero decidme en seriedad quién es .
ROMEO
Pide a un enfermo que haga gravemente su testamento. -¡Ah! ¡Tan cruel decir a uno que se halla en tan cruel estado! Seriamente, primo, amo a una mujer.
BENVOLIO
Di exactamente en el punto cuando supuse que amabais.
ROMEO
¡Excelente tirador! -Y la que amo es hermosa.
BENVOLIO
A un hermoso, excelente blanco, bello primo, se alcanza más fácilmente.
ROMEO
Bien, en este logro te equivocas: ella está fuera del alcance de las flechas de Cupido, tiene el espíritu de Diana y bien armada de una castidad a toda prueba, vive sin lesión del feble, infantil arco del amor. La que adoro no se deja importunar con amorosas propuestas, no consiente el encuentro de provocantes miradas ni abre su regazo al oro, seductor de los santos. ¡Oh! Ella es rica en belleza, pobre únicamente porque al morir mueren con ella sus encantos
BENVOLIO
¿Ha jurado, pues, permanecer virgen?
ROMEO
Lo ha jurado y con esa reserva ocasiona un daño inmenso; pues, con sus rigores, matando dé inanición la belleza, priva de ésta a toda la posteridad. Bella y discreta a lo sumo, es a lo sumo discretamente bella para merecer el cielo, haciendo mi desesperación.
Ha jurado no amar nunca y este juramento da la muerte, manteniendo la vida, al mortal que te habla ahora.
BENVOLIO
Sigue mi consejo, deséchala de tu pensamiento.
ROMEO
¡Oh! Dime de qué modo puedo cesar de pensar.
BENVOLIO
Devolviendo la libertad a tus ojos, deteniéndolos en otras beldades.
ROMEO
Ése sería el medio de que encomiara más sus gracias exquisitas. Esas dichosas máscaras que acarician las frentes de las bellas, aunque negras, nos traen a la mente la blancura que ocultan. El que de golpe ha cegado, no puede olvidar el inestimable tesoro de su ver perdido. Pon ante mí una mujer encantadora al extremo, ¿qué será su belleza sino una página en que podré leer el nombre de otra beldad más encantadora aún? Adiós, tú no puedes enseñarme a olvidar.
BENVOLIO
Yo adquiriré esa ciencia o moriré sin un ochavo. (Vanse.)
(Una calle.)
(Entran CAPULETO, PARIS y un CRIADO.)
CAPULETO
Y Montagüe está sujeto a lo mismo que yo, bajo pena igual; y no será difícil, en mi concepto, a dos personas de nuestros años el vivir en paz.
PARIS
Ambos gozáis de una honrosa reputación y es cosa deplorable que hayáis vivido enemistados tan largo tiempo. Pero tratando de lo presente, señor, ¿qué respondéis a mi demanda?
CAPULETO
Repetiré sólo lo que antes dije. Mi hija es aún extranjera en el mundo, todavía no ha pasado los catorce años; dejemos palidecer el orgullo de otros dos estíos antes de juzgarla a propósito para el matrimonio.
PARIS
Algunas más jóvenes que ella son ya madres felices.
CAPULETO
Y esas madres prematuras se marchitan demasiado pronto. La tierra ha engullido todas mis esperanzas, sólo me queda Julieta: ella es la afortunada heredera de mis bienes. Hacedla empero la corte, buen Paris, ganad su corazón, mi voluntad depende de la suya. si ella asiente, en su asentimiento irán envueltas mi aprobación y sincera conformidad. Esta noche tengo una fiesta, de uso tradicional en mi familia, para la cual he invitado a infinitas personas de mi aprecio; aumentad el número, seréis un amigo más y perfectamente recibido en la reunión. Contad con ver esta noche en mi pobre morada terrestres estrellas que eclipsan la claridad de los cielos . El placer que experimenta el ardoroso joven cuando abril, lleno de galas, avanza en pos del vacilante invierno, lo alcanzaréis esta noche en mi fiesta, al hallaros rodeado de esas frescas y tiernas vírgenes. Examinadlas todas, oídlas y dad la preferencia a la que tenga más mérito. Una de las que entre tantas veréis será mi hija, que aunque puede contarse entre ellas, no puede competir en estima. -Vaya, seguidme. -Anda, muchacho, échate a andar por la bella Verona, da con las personas cuyos nombres se hallan inscritos en esa lista (Le da un papel) y diles que la casa y el dueño están dispuestos para obsequiarlos.
(Vanse CAPULETO y PARIS.)
CRIADO