Rompe-cabezas - G.R. Clavero - E-Book

Rompe-cabezas E-Book

G.R. Clavero

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Beschreibung

"Rompe-cabezas" es una conexión de historias entre sí, como si cada ficha fuera uno de los cuentos y unidos entre ellos se formara una imagen que representa una sola vida. A través de cada "etapa" de esa vida, G.R.CLAVERO nos lleva a explorar el lado más oscuro de la mente humana, en donde el deseo y perversión se hacen conscientes y dan lugar al caos. Estos relatos materializan ese caos y lo que resulta varía desde venganzas atroces contra hermanas, búsqueda de identidades con padres y síndromes de Edipo no resueltos, hasta obsesiones con mujeres, maniquíes y muñecos que al parecer no son lo que parecen… El límite entre la cordura y la realidad se vuelve borroso a medida que avanzan las narraciones, en donde el lector se preguntará si todo no es más que la mera alucinación de un loco, o quizás no. Diez textos cargados de suspenso y locura, distribuidos a través de tres archivos, para que finalmente un detective novato neoyorquino intente develar el rostro de quién está detrás de un rompe-cabezas en el que él mismo tal vez sea otra pieza más.

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Seitenzahl: 194

Veröffentlichungsjahr: 2016

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G R CLAVERO

ROMPE-CABEZAS

Editorial Autores de Argentina

G.R.Clavero

Rompe-cabezas / G.R.Clavero. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2016.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-711-510-9

1. Antología de Cuentos. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail:[email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

Índice

Primer archivo

Mary

El corazón de mi padre

Stella

Segundo archivo

El Maniquí

El Espantapájaros

Los dos Muñecos

Tercer archivo

Eurekah

Ariadna

Rompe-cabezas

Folio extra

El sonámbulo perverso

Primer archivo

Mary

Caín dijo a Jehovah: —¡Grande es mi castigo para ser soportado!He aquí que me echas hoy de la faz de la tierra, y me esconderé de tu presencia. Seré errante y fugitivo en la tierra, y sucederá que cualquiera que me halle me matará.

Jehovah le respondió: —No será así. Cualquiera que mate a Caín será castigado siete veces. Entonces Jehovah puso una señal sobre Caín, para que no lo matase cualquiera que lo hallase.

(Génesis, (1:4:1 - 1:4:26))

Nunca fui (ni soy) una persona demasiado creyente, mucho menos supersticiosa, pero lo que relataré a continuación puso en jaque todo lo que yo creía que era lo acertado, mientras mis dudas afloraron como las flores en primavera. La superstición siempre ha estado flotando en la cultura popular, tanto es así que hasta hace no demasiado tiempo había gente que creía en curaciones milagrosas, gualichos y magia vudú, siendo que habían personas que se autoproclamaban «videntes» y lucraban con ello. Sin embargo, la sociedad avanzó y la ciencia refutó cada uno de los pocos mitos que quedaban en pie, llegando hasta el punto de que la iglesia ha tenido que aceptar diversas teorías científicos por el solo hecho de que son mucho más lógicas y empíricas que las fábulas existentes en la biblia. Si nos remontamos varios siglos hacia atrás, hasta hubo una época en que se creía que la gente estaba «poseída» cuando en realidad padecían enfermedades mentales que nadie en aquellos tiempo hubiera podido comprender. Como estos casos, hay muchos más, si queremos podemos agregar el caso de Galileo Galilei que tuvo que desdecirse de sus dichos de que la tierra no era el centro del universo debido a que recibió amenazas de muerte por parte de la Iglesia. Pese a esto, Galileo soltó una de las frases más reconocidas (y cuya veracidad es dudosa) hasta hoy día: «Eppur si muove».

Antes que nada, quiero aclarar que como dije, mi postura frente a lo místico o paranormal no es ni de un lado ni del otro, simplemente creo que ante un hecho aparentemente inexplicable, el ser humano debe considerar la duda como aptitud esencial para el pensar acertadamente. La mayor certeza que se puede tener es justamente la duda de lo que se dice, y más debe ser así en el ser humano, un ser con capacidades increíbles pero aún así limitadas y quién sabe si mucho más inferiores respecto a otras especies que anden vagando por el infinito universo allá afuera. El humano por naturaleza es curioso y esto nos ha llevado a las más grandes proezas de la humanidad (alunizaje en la luna), pero al mismo tiempo nos ha llevado a los mayores errores jamás cometidos (bombas atómicas, a pesar de la motivación bélica) ya que siempre el hombre quiere seguir avanzando pese a no saber qué hay más allá. Aquí se llega a un punto en que el deseo ferviente de lanzarse al vacío se hace latente y obsesivo, comparable con el salto de un suicida desde un puente alto y la terrible consecuencia que esto conllevará.

Ahora bien, ¿No hay que sacrificar siempre algo para lograr un conocimiento? ¿Acaso la muerte no es el mejor ejemplo de esto, ya que después de toda una vida la persona siente un pequeño pero poderoso deseo por saber qué hay más allá? En mi humilde opinión, yo pienso que sí, es más ¿No será la muerte el precio a pagar por la obtención del precioso conocimiento de saber qué hay al otro lado de la laguna? Algo así como el pago de una moneda para Caronte, el barquero que nos llevará hacia el «otro mundo». Sin dudas, perder la vida es un precio muy alto, pero ¿La recompensa no puede ser equivalente?

En el presente relato narraré lo que hizo que perdiera algo tan sobrevalorado en estos tiempos mecánicos y cíclicos: la cordura. Lo que obtuve como «premio» a cambio fue una irremediable y persecutoria «locura» que me acompañaría por el resto de mi corta pero ambivalente existencia en este mundo. Pero ¿A qué clase de locura me refiero? Bueno, yo sé que no estoy loco, pero lo que he dicho ha sido el modus operandi con que se maneja la gente que no comprende algo que está fuera de su alcance. Siempre las masas llamarán loco al solitario, ya que este no ha encontrado ningún oído que lo comprenda ya que se hallan tapados por auriculares, celulares o simplemente por la ignorancia que es el mayor de los males. Le llamarán loco por hablar solo, porque este comprendió que la charla más sincera es con uno mismo y en la soledad de la existencia, donde no hay un tercero que influya. Le llamarán loco solo porque ha sabido mirar más allá de la bruma de smog que no deja mirar el cielo en su esplendor, mientras que ha sabido trepar a una cumbre alejada y ha visto a sus compañeros hundidos en un sistema que les miente. En fin, la locura no es más que un estado que se obtiene a partir de la diferenciación y no comprensión del que sí pudo salir de la cueva y mirar el sol. Una visión distinta vista como un defecto.

Mary era su nombre... Ah , qué nostalgia me trae el recuerdo... Es increíble cómo los humanos vivimos mucho más en el pasado y futuro que en el presente, aunque esto es muy discutible, debido a que el presente no es más que una ilusión efímera que nos lleva a la deriva en el océano del tiempo. En fin, Mary el nombre de mi hermana mayor. En aquellos tiempos vivíamos en una casa de porte colonial, de dos plantas y con unos ventanales amplios en cada habitación que eran como las fosas nasales de la casona. Mi padre era un médico cardiólogo muy reconocido en el ámbito local y de alto prestigio, por lo que era muy respetado; mientras, mi madre era la típica ama de casa que se encarga de sus dos hijos y era algo así como la «guardiana» del hogar. En aquel contexto, yo siempre fui un excelente estudiante y en esa época me encontraba especialmente aficionado a la medicina, siendo que me había criado en la biblioteca de mi padre y desde temprana edad me había visto inmerso en aquellas aguas. Según lo descrito, podrán pensar que era la típica familia modelo clase burguesa, pero aún falta mencionar a Mary.

Nunca tuvimos una relación cercana ni “afectuosa”, sino por el contrario uno trataba de alejarse tanto como pudiera del otro. Parecíamos algo así como imanes pero el efecto contrario. Los recuerdos que reviven en mi cabeza de vez en cuando no la dejan bien parada, debido a que literalmente atormentó mi existencia infantil (o al menos lo que pudo). Siempre tejía elucubraciones a mis espaldas, como una maldita serpiente tramposa. Una vez recuerdo que poseía un muñeco de Spiderman, con el cual jugaba hasta el hartazgo, cuando un día sin previo aviso… lo destrozó con su pie en frente de mí. Otra anécdota (si puede llamarse así) fue en una tarde de helada, mientras me encontraba leyendo en el cuarto de invierno. Un pajarillo negro azabache se hallaba trémulo y al borde de la muerte en el jardín, cubierto por la escarcha helada que caía. Intenté tomarlo para guarecerlo bajo techo, pero… Mary me cogió de los brazos y me lanzó hacia adentro (cabe destacar que ella era casi tres años mayor que yo). A las pocas horas, el ave murió de frío.Es la ley de la vida, mencionó,cada uno obtiene lo que se merece al fin y al cabo. Cuánta razón tendría…

El carácter de Mary siempre fue complicado, desde sus inicios de pequeña era rebelde y no le gustaba seguir órdenes de mis padres, a quienes aborrecía en secreto y no les apreciaba en lo más mínimo. Como ya he dicho, conmigo no teníamos relación, sino que cada uno ignoraba al otro en un silencio que decía más que mil palabras. Con mi padre fuera de casa la mayoría del tiempo (trabajaba en un centro médico) mi madre tenía que ocuparse de sus dos hijos y esto fue un ingrediente más a sumar para delinear la personalidad que Mary conformaría a partir de allí. Mi madre se preocupaba demasiado de mí, ya sea porque era el menor o porque sinceramente había más empatía entre nosotros que con mi hermana. En fin, Mary veía que ni mi padre ni mi madre se preocupaban realmente por ella, es decir, no le regalaban lo más preciado en todo el universo: tiempo.

Pasaron los años y Mary creció, convirtiéndose en una adolescente rebelde con sus demonios internos dispuestos aposeerlaen cualquier momento. Mary comenzó a salir con tipos más grandes que ella, siendo muchos drogadictos y alcohólicos de esos que se montan en sus motos choperas y salen a la calle dispuestos a joder al mundo. Esto causó un gran enfado por parte de mi madre, que al enterarse la castigaba encerrándola en su habitación y se armaban unos desmadres que tiemblo de solo recordarlos. Yo escuchaba desde mi habitación, deseando que la contienda termine. Sin embargo, la cosa no se quedó ahí. La directora del colegio llamó un día enfurecida, debido a que Mary causaba peleas con sus compañeras y llegó a herir a una de ellas de gravedad, siendo encontrada esta desmayada en el baño. La decisión fue terminal: Mary fue expulsada y tendría que pasar el resto del semestre en su hogar. Este sería el principio del fin.

Todo ocurrió la primera noche. Me encontraba a punto de dormirme, leyendo ciertos libros de medicina y algunos otros de artes extrañas y místicas, cuando de pronto un fuerte grito proveniente del cuarto de Mary quebró el silencio en mil pedazos. Asustado, me incorporé rápidamente y me abrí paso al pasillo por donde venía el sonido. Un nuevo grito se hizo eco, mientras oía repiquetear las escaleras anunciando que mi madre ya subía a ver qué ocurría. La seguí con la mirada, mientras que ella cruzaba el umbral del cuarto y le decía a Mary que parara de una vez si no quería que la castigara de por vida. De pronto, luego de unos segundos, un súbito golpe llamó mi atención, mientras inmediatamente después los gritos de mi madre se hicieron oír pidiendo ayuda.

Sin pensarlo dos veces, corrí por el pasillo y me introduje de súbito en el cuarto, para luego observar la feroz escena que se estaba desarrollando. Mary tenía a mi madre asida por el cuello, asfixiándola con sus dos manos y apretando sus rodillas contra el pecho de su progenitora, ambas tiradas en el suelo. La baba caía de los labios de Mary y su cabello alborotado le ensuciaba el rostro que se dibujaba en una sonrisa macabra y diabólica.

De inmediato, me arrojé contra mi hermana y la tumbé de cara al suelo, doblando sus brazos por la espalda para impedirle el movimiento. Su fuerza era extraordinaria, ya que casi se libera y en una ocasión me lanzó un codazo que me partió el labio, sin embargo aguanté y no desistí. Acto seguido, casi mágicamente, como si de un trance se tratara, Mary se hundió en un letargo que la privó de cualquier energía hasta el momento demostrada.

A partir de aquella noche, mi madre y yo tratamos de dejar lo ocurrido en el más lejano de los olvidos, sin saber que ese era solo el comienzo. Mary comenzó a ser tratada por un psicólogo amigo de mi padre, quien también era muy reconocido en su campo y estaba dispuesto a tratar a la niña. Mi madre solo le contó que la muchacha estaba teniendo episodios de ira y rabia, además de relatarle en confidencia acerca de su expulsión y amoríos turbios. Varios días transcurrieron desde aquel episodio, siendo que el profesional iba a ver a Mary tres veces a la semana y al parecer no podía encontrar ningún rasgo de psicosis o nada parecido en la chica. Por otro lado, no se repitió otro altercado en el mes siguiente, por lo que mi madre se tranquilizó y creyó que había sido un hecho de violencia aislado. Despidió al psicólogo y le dijo que creía ver mejor a su hija. Nunca olvidaré las últimas palabras de aquel hombrecillo calvo y con un par de gafas que destilaban sabiduría:

- Disculpe mi atrevimiento, señora.- dijo el hombre, mientras cruzaba la puerta de salida.- Pero realmente no he notado nada extraño en Mary, es decir, está completamente lúcida y nunca mostró signos de violencia, ira o paranoia. Sin embargo...

- ¿Qué?- preguntó la mujer, curiosa.

- Bueno... algo en su mirada no me agradó... No sé cómo explicarlo, es que después de tantos años de hablar y estudiar el comportamiento de la gente tengo algo... instintivo. Es decir, su mirada no coincidía con sus palabras ni gesto facial, ella siempre sonreía al verme entrar y contestaba a todas mis preguntas, pero sus ojos me miraban siempre fijamente y hasta había momentos en que me miraba aletargada durante todo el tiempo en que hablábamos. Señora, no sé si Mary tiene un problema o no, lo que sí puedo aconsejarle es que tenga cuidado con ella. Esa mirada ya la he visto antes...

Así se despidieron el profesional y mi madre, mientras esta última, apesadumbrada, se tendió a llorar desconsoladamente y no salió de su habitación en todo el día. Aquella noche ocurriría el episodio que sería una bisagra en mi vida.

Ya habíamos cenado, mi madre se mostraba lo más entera posible, mientras unas marcas alargadas en sus pómulos delataban el llanto. Mi padre no se encontraba presente, ya que una vez más hacía guardia en el hospital y no llegaría hasta el nacimiento del día siguiente. La comida en el plato de mi madre no fue casi tocada, comiendo extremadamente poco, con la actitud cansina y mirada perdida de quien no puede encontrar salidas. A las doce de la noche (hora fatal) se desarrolló el segundo acto de una obra que ya había comenzado hacía un tiempo.

La aguja del reloj de pared se movía acompasada y solitaria, marcando un tic-tac que hipnotizaba el oído y arrastraba a sus otras dos compañeras en un círculo eterno del que no tendrían escape. Las ventanas se hallaban empañadas por la calefacción y fuera el clima era tempestuoso, relámpagos espectrales y rayos cortantes rasgaban los cielos en aquellos momentos. Yo sufría de cierto miedo a las tormentas cuando era niño, por lo que aún me quedaba algo de aquello y observaba obnubilado el desatar de la misma. De repente, sin previo aviso, se oyó un golpe estruendoso proveniente de la habitación de Mary. Su puerta se mantenía cerrada por las noches, debido a que mi madre temía porque la chica hiciera alguna locura, así que la cerraba mientras creía que esta ya se había dormido. Grave error. Un nuevo golpe rompió el silencio y me levanté, pero esta vez con algo distinto... sentía miedo. Una lluvia copiosa y violenta se desató en aquel instante y los truenos resonaban en las alturas; mientras, me acercaba a hurtadillas por el corredor, al tiempo que nuevos estallidos sonaban contra la puerta. Evidentemente, Mary intentaba salir por la fuerza. La puerta temblaba cada vez más, amenazando con tirarse abajo, ya que su estructura no era demasiado sólida. Lentamente, tomé la llave de plata que mi madre había dejado sobre la baranda de la escalera, para luego colocarme frente al picaporte y encajar el objeto. Giré.

El movimiento cesó. El sudor corría por mis sienes, cayendo por mi rostro y delatando el nerviosismo. Me daba pavor el solo pensar que Mary era capaz de provocar aquello, porque era imposible que tuviese la suficiente fuerza para hacerlo. Tomé el picaporte, dispuesto a abrir la puerta y enfrentarme a lo que sea que estuviese allí dentro, cuando... Un puño atravesó la puerta desde adentro y la mano famélica como una garra de arpía me tomó el cuello ¡Era el brazo de Mary! No podía soltarme, al tiempo que la respiración se me cortaba y podía ver uno de los ojos de Mary que me observaba agudo y oscuro desde el interior del cuarto donde tan solo una leve penumbra iluminaba. Las uñas de su raquítico miembro se clavaron en mi cuello, mientras sentía brotar la tibia sangre que ya caía raudamente por mi pecho. Su fuerza era increíble, con mis dos manos no podía librarme de sus dedos que me apretujaban como nudos bien atados. De pronto, como si no fuera poco, Mary me elevó unos centímetros sobre el suelo, desplegando una robustez extraordinaria. Comencé a ver borroso, el aire ya no ingresaba a mi cuerpo y en cualquier momento moriría asfixiado, allí, a manos de mi propia hermana. Mis brazos quedaron tendidos, ya no tenía fuerzas, estaba entregado. Lo último que recuerdo fue una mancha saliendo del lado derecho y atacando el brazo de Mary, a lo cual siguió un chillido de parte de ella y de ahí en más todo fue oscuridad.

Abrí los ojos. El sol matinal ingresaba por la ventana y rociaba el cuarto de fulgor amarillento, reconfortándome por dentro. Intenté incorporarme, seguro que lo de la noche anterior no había sido más que una pesadilla, cuando de súbito sentí un fuerte dolor en la zona gutural y al tocarme palpé unas vendas anchas que me cubrían la mayor parte del área ¿Qué habría sucedido? Lo intuía, pero no quería sacar falsas conclusiones. Me encaminé hacia el lugar donde habría ocurrido el incidente, cuando al abrir la puerta de mi habitación noté que varias voces venían de allí. Di unos pasos, confundido, cuando al llegar al umbral pertinente lo primero que veo es un agujero en la puerta de Mary, por donde fácilmente podría entrar una mano. Era real. Me asomé... lo que vi me llenó de pavor. Tres hombres vestidos de párrocos se hallaban alrededor de Mary, mientras uno recitaba líneas de un libro que parecía la Biblia y mi madre lloraba desconsolada a un lado.

Ingresé, mientras trataba de ver el rostro de Mary... Un cuerpo tendido se mostraba allí, atado de pies y manos a las cuatro patas de la cama, al tiempo que se movía frenéticamente y unos gruñidos que parecían provenir del mismísimo infierno turbaban la paz. Su rostro... manchas negras surcaban sus pómulos, ojos oscuros y amoratados, dientes amarillentos y con aspecto putrefacto. Era horrible. Al acercarme más, Mary giró de improviso su cabeza y me miró directamente. Una sonrisa sádica se dibujó en su cara y rió a carcajadas. Fue la risa más aterradora que oí jamás, ya que era grave y profusa, salida directamente de algún lugar infernal, parecía la risa de un demonio.

- ¡Jack!- dijo una voz.

El rostro de mi madre se mostró ante mí, con la luz y belleza que siempre lo caracterizaba.

- ¿Qué sucede?- pregunté, tratando de reponerme del enredado sueño.

- Mary... parece que anoche le ha sucedido algo... un doctor amigo de tu padre ha venido, ambos están ahora en la habitación de Mary... dice que es algo grave, muy grave... no le queda... mucho tiempo...

Me dirigí de inmediato a la habitación, cuando al entrar de pronto sentí un deja vú, seguramente por la situación de la pesadilla. Una seguridad indescriptible me inundó el alma al comprobar que la puerta se hallaba entera, sin marcas de ningún tipo. Efectivamente, mi padre y el otro médico se encontraban allí, mientras el segundo hablaba en voz baja con mi progenitor, en la esquina de la pieza. Pararon al verme entrar. Observé de reojo a Mary, mientras me daba cuenta de que su aspecto no era nada favorable. Es más, me dio terror. Manchas blancas asaltaban su piel a través de rostro, cuello y brazos hasta las manos; su cabello se veía sucio y desgastado, al tiempo que algunas zonas de su dermis se hallaban como desprendidas, casi como colgajos que poco a poco se desprendían de una forma horrorosa. El color de sus labios era lívido y en general era demacrado. Casi parecía una persona muerta, de no ser por el pecho que subía y bajaba tímidamente.

-No te acerques.- mencionó mi padre, con tono autoritario.- Aún no sabemos qué diablos tiene y podría ser contagioso. Como verás, no destila vida y podría seguir empeorando, así que es mejor que te mantengas apartado, niño.

- Sí, padre.- murmuré entre dientes, apretando los puños y tratando de mantener la calma.

El maldito nunca se había preocupado y ahora quería ser el “salvador”. A mí no me engañaba. Todo aquel tiempo él nunca había estado, mientras mi madre y yo habíamos batallado contra el problema de Mary en primera persona. Pero bueno, esto no viene al caso. En fin, me retiré con dolor por Mary, ya que al parecer sí sentía algo por ella después de todo.

-Cierra la puerta y no entres de nuevo.- dijo mi padre, a mis espaldas.

Cerré y alcancé a oír algo pegando el oído.

-No le queda mucho... es inminente.- dijo el doctor, apesadumbrado.

Aquello me fue suficiente, como el hecho de escuchar llorar a mi madre todo el resto del día. Diversos chaparrones se hicieron presente aquella jornada, mientras dentro de mi casa el reloj iba marcando las horas que mataban lentamente a Mary. De vez en cuando, algún quejido se deslizaba por debajo de la puerta, pero tenía que abstenerme y pasé la mayor parte del tiempo en mi alcoba, leyendo algún que otro libro para distraerme pero sin poder lograrlo. El comedor se transformó en una sala de espera, donde mi padre tomaba café tras café, mi madre lo preparaba y el doctor entraba y salía de la habitación de Mary. La tensión dominó el escenario. Un banco de neblina comenzó a formarse en las alturas, descendiendo poco a poco y colmando la ciudad. Eran alrededor de las ocho de la tarde cuando el médico llamado John bajó las escaleras de forma pesada y momentos después el llanto de mi madre se hizo sonar en todo el claustro. Algo había sucedido, ya que de inmediato mi padre y el ya mencionado profesional subieron rápidamente hacia la habitación de Mary.

- ¿Qué dice que ha sucedido?- había preguntado mi padre, golpeando la mesa con su puño.

- No lo sé, nunca antes había visto nada parecido...

- ¡Pero tú eres un doctor de los mejores, maldita sea, John!

- Lo sé, Richard... pero... su piel...

- ¿Qué pasa con ella?

- Se ha... se le está extirpando... tienes que verlo con tus propios ojos, sé que es difícil...

Eso había alcanzado a escuchar antes de que subieran al primer piso, mientras que ahora me acercaba lentamente por el pasillo y pegaba mi oído a la pared para escuchar qué sucedía allí adentro realmente. No podía creerlo.

- No... ¿qué es...- murmuró mi padre, con la voz quebrada.

- Ya te lo dije, Richard... quizás es algún tipo de enfermedad rara que le da a poca gente, lo ideal sería hacerle algunos estudios...

- No... parece que no le queda mucho...

- Tal vez sí, solo...

- ¡No le tocarás un maldito pelo! ¡Es mi hija y se quedará aquí!

- Richard...

- Lo siento, John... es que... parece como si... un mismísimo demonio la hubiese poseído...

- ¿No crees en esas cosas, verdad?- dijo John, con tono irónico.

- Maldición, es que... ¡Sólo mírala!

- ¡La estoy viendo, Richard, pero eso no soluciona nada! Mira...

- ¡Oye, papi... acércate!- se oyó la voz de Mary, pero esta vez sonaba más agudo de lo normal.

Me asomé al umbral y pude ver lo que sucedía.

-Hija...-susurró mi padre, mientras se inclinaba para oí mejor a Mary.

-Acércate... más... quiero.. decirte... algo...- decía la muchacha.

El hombre dispuso su oído cerca de la boca de Mary, despacio... hasta...

-¡AHHGGG!- gritó de pronto mi padre, tomándose la oreja que ya salpicaba sangre entre sus manos.