Sabor a tentación - Cat Schield - E-Book
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Sabor a tentación E-Book

Cat Schield

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Beschreibung

¿Estaba incluido el amor en el menú? A Harper Fontaine solo le interesaba una cosa en la vida: dirigir el imperio hotelero de su familia, y no estaba dispuesta a que Ashton Croft, el famoso cocinero, estropeara la inauguración del nuevo restaurante de su hotel de Las Vegas. Conseguir que el aventurero cocinero cumpliera con sus obligaciones ya era difícil, pero apagar la llama de la incontrolable pasión que les consumía acabó resultando imposible. Aunque Ashton había recorrido todo el mundo, nunca había conocido a una mujer tan deliciosa como Harper. Y lo que sucedía en Las Vegas se quedaba en Las Vegas…

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Seitenzahl: 166

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2014 Catherine Schield

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Sabor a tentación, n.º 2028 - marzo 2015

Título original: A Taste of Temptation

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5810-7

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Publicidad

Capítulo Uno

 

Tan pronto como Harper Fontaine salió de su animado casino y entró en su moderno y nuevo restaurante, miró al lado de la puerta para ver si había o no una bolsa de cuero negra con ruedas: la bolsa de supervivencia de Ashton Croft, como ella la llamaba. La odiaba, por representar lo que no soportaba del famoso chef: su tendencia a aparecer sin avisar y su gusto por la aventura.

Pero quería que la bolsa estuviera allí porque eso significaría que Ashton había venido a hacer la entrevista al candidato para el puesto de jefe de cocina. Faltaban solo dos semanas para la inauguración de Batouri, ya con retraso, y que había hecho que Harper se cuestionara la decisión de pedir a un chef famoso de la televisión que se encargara de la preparación del restaurante de su hotel.

Pero a pesar de que la gran inauguración estaba dando publicidad al hotel, Fontaine Ciel, los niveles de estrés a los que se estaban viendo todos sometidos eran casi insoportables. Carlo Perrault, el gerente del restaurante, llevaba dos meses sin dormir y cada vez se encontraba más irritado. Ella, por su parte, había empezado a padecer serios dolores de cabeza.

Con la prolongación del rodaje de El Cocinero Errante en Indonesia, las dificultades para trabajar con él habían aumentado. Habían tenido que retrasar la inauguración de Batouri dos veces debido a los viajes de Ashton para filmar episodios de la popular serie televisiva.

Pero Harper se negaba a posponer una vez más la inauguración de Batouri. Los suelos estaban acabados. Las arañas de cristal colgaban de los techos e iluminaban las blancas servilletas y las copas de cristal sobre las superficies negras de las mesas. Hacía diez días que los pintores habían acabado la pintura dorada metálica de las tres columnas en el centro del comedor.

Solo faltaban dos cosas para que Batouri pudiera abrir, dos piezas claves: el jefe de cocina y un menú. Y al comprobar que la bolsa de Ashton no estaba en el lugar que acostumbraba a dejarla, parecía que el menú iba a tener que esperar.

Harper se miró el reloj. Eran exactamente las cuatro de la tarde. Para asegurarse de que llegara a tiempo, le había dicho a Ashton que había citado al candidato a jefe de cocina a las tres. No estaba acostumbrada a recurrir a esa clase de trucos, pero ya no sabía qué hacer con el famoso chef.

Llamó a su secretaria y Mary contestó la llamada inmediatamente.

–¿Ha llamado Ashton Croft para decir que se iba a retrasar? –preguntó Harper sin preámbulos.

–No.

–Y su avión llegaba a Las Vegas a la una, ¿no?

–Sí.

Dos semanas antes Ashton le había prometido que, a partir de ese día, se centraría por completo en Batouri. No debería haberse fiado de él.

–Gracias, Mary. Avísame si sabes algo de él.

–Lo haré –Harper estaba a punto de colgar cuando Mary dijo algo que llamó su atención–: … En tu despacho.

Carlo Perrault salió de la cocina bufando. El gerente del restaurante, de cuarenta y seis años de edad, daba señales de estrés.

–Tenemos un problema.

–Perdona, Mary, ¿quién has dicho que está en mi despacho?

–Tu madre.

–¿Mi madre? –consciente de la presencia de Carlo, Harper se volvió de espaldas a él–. ¿Te ha dicho qué está haciendo en Las Vegas?

–No, pero parece disgustada.

–¿Disgustada solo? –preguntó Harper irónica.

Penélope Fontaine no habría abandonado su elegante casa en Boca Ratón para ir a verla de no tratarse de algo serio. Y de ser así, ¿por qué había acudido a ella? Normalmente, cuando tenía algún problema, Penélope acudía a su suegro, Henry Fontaine.

–Te he oído decir que solo fuma cuando está nerviosa –dijo Mary–. Acaba de encender un segundo cigarrillo.

–¿Que está fumando en mi despacho? Estaré ahí en cinco minutos.

–No puedes marcharte –protestó Carlo–. Croft ha empezado a entrevistar al cocinero sin ti.

–Genial –murmuró ella–. ¿Cuánto tiempo lleva ahí?

–El suficiente para probar todo lo que Cole, el cocinero, ha preparado –la expresión de Carlo fue suficiente para indicarle que aquella entrevista llevaba el mismo camino que las siete anteriores.

–Mary, me parece que voy a tardar un rato en poder ir. Instala a mi madre en una habitación del hotel y dile que iré a verla cuando termine aquí.

Harper colgó el teléfono y se volvió hacia Carlo.

–Esta vez, si vuelve a estropearlo todo, te juro que le mato.

Carlo asintió comprensivo.

La discusión de los dos hombres le llegó a los oídos antes de llegar a la zona de cocina.

–Estas vieiras a la plancha están perfectamente cocinadas –protestó uno de los hombres–. Y a la salsa no le falta sal.

–Evidentemente, su paladar es aún peor que su habilidad para cocinar.

A Harper le dio un súbito dolor de cabeza en el momento en que oyó la segunda voz. Ashton Croft llevaba dos meses entrevistando a candidatos para ocupar el puesto de jefe de cocina y los había rechazado a todos.

Como de costumbre, clavó los ojos inmediatamente en Ashton, cuya presencia dominaba la estancia: alto y con los fuertes brazos cruzados, miraba furioso a Cole.

Ashton había comido cosas que a Harper le revolvían el estómago solo de pensarlo, sus aventuras la asustaban y la cautivaban a vez.

Con un esfuerzo, Harper apartó los ojos de él, los clavó en el otro cocinero y se dispuso a entrar en escena.

–Buenas tardes, caballeros –dijo Harper con tranquilidad y autoridad. Quería a Dilon Cole de jefe de cocina de Batouri. Era un excelente cocinero y, además, tenía dotes de mando y organización–. ¿Qué tal va todo?

–Prueba esto –le ordenó Ashton empujando un plato hacia ella sin quitarle el ojo de encima a Cole–. Dime si está a la altura de Batouri.

Harper se negó a obedecer.

–¿Puedo hablar contigo un momento en privado? –le preguntó a Ashton.

–¿No puedes dejarlo para más tarde? –inquirió Ashton sin dejar de mirar a Cole.

–No.

La negativa sonó alta y clara, y consiguió atraer la atención de Ashton, que le clavó los ojos azules, despertándole una oleada de deseo sexual.

Harper se maldijo a sí misma por permitir que el atractivo físico de ese hombre y su evidente virilidad le afectaran de esa manera.

Tuvo que recordarse que Ashton era una persona poco fiable y al que no le importaba la forma en que sus acciones repercutían en los que le rodeaban. Su papel de deslumbrante aventurero en televisión lo cumplía a la perfección, pero dejaba mucho que desear en lo tocante su trabajo en el lanzamiento del nuevo restaurante.

Con los labios apretados, Asthon asintió.

–Discúlpenos un momento –le dijo Ashton a Cole, y salió de la cocina con Harper para ir al comedor–. Bueno, ¿qué es eso tan importante que tienes que decirme?

–El restaurante abre dentro de dos semanas.

–Sí, ya lo sé.

–La inauguración no se va a volver a posponer.

–También lo sé.

–¡Necesitamos un jefe de cocina!

–Yo me encargaré de la cocina.

Pero Harper no le creyó.

–Necesito a alguien que se encargue del día a día de la cocina, alguien que esté aquí siempre.

Ashton asintió, percatándose de las intenciones de ella.

–Quieres que contrate a Cole. Es eso, ¿verdad?

–La última vez que estuve en Chicago fui a su restaurante y la comida era excelente. Estaba ilusionada con probar lo que ha hecho hoy.

–No te has perdido gran cosa.

Harper se lo quedó mirando. Ese día veía algo diferente en el comportamiento de Ashton. Era como si quisiera crear problemas donde realmente no los había.

–¿Te pasa algo? –preguntó Harper de repente.

Ashton pareció vacilar unos momentos.

–No, nada. ¿Por qué?

–Porque, para empezar, has llegado a tu hora.

–En realidad, he llegado con una hora de antelación.

Harper guardó silencio y luego suspiró.

–En fin, lo único que sé es que has rechazado a siete candidatos para el puesto de jefe de cocina.

Ashton arqueó las cejas.

–¿Y?

–Necesito contratar a un jefe de cocina. En mi opinión, Cole es la persona perfecta.

–No has probado sus entremeses –en lo relativo a la comida, Ashton era un genio, por lo que no le sorprendía que no encontrara a nadie apto para su exigente paladar–. Les faltaba algo.

–Tiene experiencia y sabría llevar la cocina de la forma como yo quiero…

Pero Asthon la interrumpió:

–Cuando acudiste a mí para que te ayudara a montar un restaurante, dejé muy claro que, en lo referente a lo creativo, yo tenía la última palabra.

–En lo referente a lo creativo, pero esto tiene que ver con la organización de la cocina –y por eso era por lo que estaba decidida a imponer su voluntad.

–La cocina es el lugar en el que se produce la magia.

–No creo que se vaya a producir ninguna magia sin un menú y sin un jefe de cocina para organizar al personal.

Harper sintió una punzada de dolor en la cabeza y parpadeó.

–Todo estará listo para el día de la inauguración –declaró Ashton con absoluta confianza en sus palabras.

–Pero…

–Confía en mí –la profunda voz de Ashton, tomándola por sorpresa, acalló sus protestas.

–Confío en ti –respondió, pero no era eso lo que había querido decir.

Sin embargo, sabía que era verdad. Podían tener diferentes ideas de cómo conseguir algo, pero Ashton le había demostrado sobradamente que era tan capaz como ella de alcanzar los objetivos que se proponía. En el fondo, sabía que él lograría elaborar un menú que se ganara la admiración tanto de los clientes como de los críticos.

Lo que le sacaba de quicio era la idea de que dejara las cosas para el último momento.

 

 

Desde que se conocían, hacía ya nueve meses, Harper no había mostrado ningún interés en él más que como cocinero. Acosado por ataques de lujuria respecto a aquella mujer de negocios, pero sin querer que nada interfiriese en su relación profesional, había ignorado a sus hormonas y había mantenido el trato con ella estrictamente a nivel de trabajo.

Sin embargo, según se aproximaba el día de la inauguración del restaurante, más difícil le resultaba no verla como la atractiva, aunque demasiado seria, mujer que Harper era.

Le exasperaba no ser capaz de aceptar que Harper no estuviera interesada en él. Estaba en Las Vegas, un lugar plagado de mujeres dispuestas a pasar un buen rato, perfecto para un trotamundos como él.

Al principio del proyecto, le había atraído la idea de introducirse en el mercado de Las Vegas. Sin embargo, había comprendido demasiado tarde lo difícil que era comunicar sus ideas. Había exigido cambios que habían irritado a los diseñadores del restaurante y que, a la par, habían ralentizado el proyecto. Obligado a viajar por su trabajo en televisión, no había podido supervisar el proceso y había descubierto muchas deficiencias.

Para colmo de males, se había visto retenido en Indonesia debido a problemas de rodaje a causa del mal tiempo.

–¿Qué te parece si le digo a Cole que lo sentimos pero que no podemos contratarle y después te preparo algo exquisito? Podrías contarme lo que tanto te preocupa mientras comemos.

–Lo que me preocupa es no tener un jefe de cocina.

–Debe haber algo más. Estás de muy mal humor.

–No estoy de mal humor. Y no tengo tiempo de comer contigo.

–Hace cinco minutos estabas dispuesta a sentarte y a probar todo lo que Cole ha preparado –Ashton se cruzó de brazos y la miró con solemnidad–. Así que no me queda más remedio que preguntarte qué es lo que no te gusta de mi comida.

–No se trata de tu comida. Comí en Turinos cuando estabas allí de chef y tus creaciones me parecieron extraordinarias. No es posible que creas que te he contratado para la inauguración de mi restaurante sin que me guste tu forma de cocinar, ¿no?

–En ese caso, ¿es porque no te gusto yo? –Ashton alzó una mano previendo la negativa de ella–. Sé que a algunos les resulta difícil trabajar conmigo.

Harper respiró hondo y soltó despacio el aire.

–Es imposible trabajar contigo, pero creo que el resultado final valdrá la pena. A pesar de lo que te he insultado para mis adentros.

Ashton sonrió.

–¿Me has insultado?

–Pero nunca delante de nadie.

–Sí, claro.

–¿Qué quieres decir?

–Que eres demasiado señora como para perder los estribos.

–¿Qué tiene de malo ser una señora?

Ashton sabía que la estaba picando. Al principio de conocerla, la había provocado. Pero Harper era demasiado profesional para picar el anzuelo y él, al final, había parado. Pero esta conversación era diferente. Parecía como si Harper se hubiera despojado de su máscara y se estuviera mostrando tal como era en realidad.

–Nada, solo que no pareces divertirte mucho.

Ashton había averiguado algunas cosas sobre Harper. Estaba enterado de la pugna que tenía con sus hermanastras por el control del negocio de la familia. Harper tenía un gran éxito profesional, pero no se dormía en los laureles, al igual que él.

–Me divierto mucho con el éxito de mi hotel. Y, además, mira quién fue a hablar. Tú, que te pasas la vida entre rodajes o dirigiendo tus restaurantes.

–No voy a negar que estoy bastante ocupado, pero también disfruto con lo que hago –Ashton ladeó la cabeza–. ¿Y tú?

–Me gusta mi trabajo. No lo haría si no me divirtiera –pero detrás de la vehemencia de las palabras de Harper había duda.

–No es posible que centres toda tu vida en el trabajo –dijo él–. ¿No hay algo que quieras hacer y que todavía no has hecho?

–Hablas como si lo sacrificara todo por mi trabajo.

La verdad era que él no había dicho nada semejante, pero el hecho de que Harper diera esa interpretación a sus palabras era sumamente significativo.

–Todo el mundo sueña con hacer algo diferente, quizá alguna locura, en un momento de su vida.

–Estoy de acuerdo.

–En ese caso, dime qué te gustaría hacer.

–No te entiendo.

–Vamos, confiesa. Dime lo primero que te venga a la cabeza.

Con gesto de exasperación, Harper arrugó el ceño y contestó:

–Me gustaría ir en camello por el desierto y dormir en una tienda de campaña.

–¿En serio? –Ashton se echó a reír–. Admito que no esperaba una cosa así de ti. Creía que ibas a decir…

Pero se interrumpió. Llevaban nueve meses trabajando juntos y sabía muy poco de ella.

–¿Qué creías que iba a decir? –preguntó ella. Y a sus ojos castaños asomó una chispa de curiosidad.

–No lo sé, la verdad. No te imagino tomando un avión a París para ir de compras o tumbada al sol en un yate –Harper no era una mujer frívola–. Quizá… ¿una visita a un museo?

A Harper no pareció hacerle mucha gracia la sugerencia.

–Estoy algo cansada de que la gente me eche en cara que soy demasiado seria.

Evidentemente ese era un punto flaco de Harper.

–¿Quién es todo el mundo?

–Mi familia. Mis antiguas compañeras de colegio. No sé, pero a mí no me parece que la vida sea un juego.

–Tampoco es solo trabajo –respondió Ashton.

–¡Vaya, habló el que nunca trabaja! –exclamó Harper sin poder contener la irritación.

–¡Qué sorpresa, estás sacando las uñas!

Harper se lo quedó mirando consternada.

–Yo no he sacado las uñas.

–Eso es porque no has visto la cara que has puesto.

–Está bien, confieso que estoy algo estresada. Pero, para que lo sepas, no es fácil trabajar contigo.

–Quizá no sea fácil trabajar conmigo –concedió Ashton–. Pero cuando quieras divertirte un poco, llámame.

Harper se lo quedó mirando con las cejas arqueadas y la boca abierta. La invitación no había sido, en principio, una insinuación sexual; pero al ver la chispa de esperanza que había asomado a los ojos chocolate de ella, su percepción de la situación cambió radicalmente.

–No tengo tiempo…

–Para divertirte –concluyó él–. Sí, lo sé, lo has dicho.

En la adolescencia, Ashton se había juntado con delincuentes. Aprender a interpretar hasta la mínima expresión le había ayudado a sobrevivir. El hecho de que no hubiera notado antes que Harper era, en el fondo, una mujer sumamente apasionada, solo demostraba lo falto de práctica que estaba.

Había llegado el momento de despertar y prestar atención.

Harper se aclaró la garganta.

–Volviendo a Cole…

–Le contrataré a cambio de que aceptes salir una noche conmigo –ahora sí estaba coqueteando.

Harper se llevó las manos a las caderas e hizo una mueca.

–Hace cinco minutos no querías saber nada de él.

–Hace cinco minutos no sabía las ganas que tienes de correr una aventura.

–Estoy encantada de estar donde estoy.

–Teniendo en cuenta que uno de tus sueños es ir en camello por el desierto y dormir en una tienda de campaña, no puedes pedirme que me crea que estás satisfecha con la vida que llevas.

–No es uno de mis sueños, solo algo que se me ha ocurrido de repente. Me había acordado de uno de los episodios de tu programa de televisión.

–¿Ves mi programa con asiduidad?

–Antes de entrar en negocios con una persona, hago averiguaciones.

Cosa de sentido común, pero él esperaba que no se tratara solo de eso.

–¿Y tus averiguaciones incluían ver episodios de El Cocinero Errante? Me sorprende que no te interesara más averiguar el estado de mis finanzas o cómo me van los otros cuatro restaurantes que dirijo.

–He hecho ambas cosas. Y también hablé con algunos de tus empleados y con varios miembros del equipo de tu programa. Como ya he dicho, hago bien mi trabajo.

Era evidente que Harper sabía más de él que él de ella. Y eso le molestaba.

–En ese caso, deberías saber que cuando digo que contrataré a alguien que te guste a ti, lo haré.

–A cambio de una noche conmigo –le recordó ella en voz baja.

–Te he invitado a salir, nada más –Ashton no puedo evitar una carcajada–. Estás equivocada si piensas que me puedes comprar con el sexo.

Harper enrojeció al instante.

–No he querido decir eso –protestó ella.

–Yo creo que sí, que ha sido un desliz freudiano –insistió Ashton–. Me deseas, lo que pasa es que no te atreves a admitirlo.

–Lo único que quiero es que contrates a un jefe de cocina y que le enseñes a cocinar como quieres que lo haga con el fin de no tener que preocuparme de nada cuando te vayas.

Harper había recurrido a la exasperación, pero no le engañaba.

–La oferta sigue en pie. Acepta salir conmigo una tarde y contrato a Cole.

–¿Por qué quieres pasar una tarde conmigo? –preguntó ella confusa.

–Porque creo que te interesará probar los platos que he pensado para el restaurante.

–¿Y eso es todo?

–Naturalmente.

Harper le miró en silencio unos segundos antes de responder:

–Contrata a Cole. Necesitas un jefe de cocina competente mientras te dedicas a representar tu papel de famoso –tras esas palabras, Harper giró sobre sus talones, se acercó a la bolsa de él y la agarró–. Me quedo con esto a modo de garantía.

Y Harper echó a andar, alejándose de él, llevándose sus ropas. Él la siguió con la mirada.

–Le contrataré –prometió Ashton–. Y vas a pasar una tarde conmigo.

–Probando los platos que prepares –respondió ella andando y sin volver la cabeza.

–Voy a hacer que te resulte una noche inolvidable.