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Nadia se enamora de un chico que no pertenece a su círculo de amigos, ni es de su barrio. La encandila con su personalidad, aunque luego se encontrará con las dificultades que repercuten en su familia, amigos y allegados. Un amor prohibido con idas y vueltas que, para saber el final, tenés que adentrarte en sus páginas. La protagonista de esta novela bien podría ser tu hermana o una amiga. Diego Milesi, con un lenguaje cotidiano, el de la calle, nos acerca a una historia que nos hará emocionar, reír, nos sorprenderá a medida que avancemos en cada capítulo.
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Seitenzahl: 106
Veröffentlichungsjahr: 2023
DIEGO MILESI
Milesi, Diego ¡Salí del infierno! / Diego Milesi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-4448-3
1. Novelas. I. Título. CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
Agradecimientos
Prólogo
CAPÍTULO 1 - Todo bien
CAPÍTULO 2 - La verdad de la milanesa
CAPÍTULO 3 - Círculo vicioso
CAPÍTULO 4 - Doble vida
CAPÍTULO 5 - ¿Qué pasó?
CAPÍTULO 6 - Grito de auxilio
CAPÍTULO 7 - Cayó del cielo
CAPÍTULO 8 - Volvió la felicidad
CAPÍTULO 9 - Después del sol, viene la lluvia
CAPÍTULO 10 - El victimario juega a ser víctima
CAPÍTULO 11 - Cien años de perdón
CAPÍTULO 12 - Amigos y socios
CAPÍTULO 13 - Sí que sí
CAPÍTULO 14 - Llegó el día
CAPÍTULO 15 - Ahora sí
CAPÍTULO 16 - Todo bien (?)
CAPÍTULO 17 - Pájaro que come, vuela
CAPÍTULO 18 - El hondazo, 330 dólares
CAPÍTULO 19 - El juicio final
A todas las personas que sufren algún tipo de violencia de género o conocen alguien que la sufra. Quiero que sepan que los policías, los patrulleros, el 911, las fiscalías, los juzgados, en especial, las comisarías de la familia y la mujer están a su disposición las 24 horas del día.
Las artes y la delincuencia siempre
han florecido juntas.
–James Graham Ballard
A todos aquellos que me ayudaron a escribir este libro:
A Leonardo Toledo por su aporte en el vocabulario y guiones.
A Guillermo Quintana por contarme todo lo relacionado a lo policial.
A Julio Cesar Benitez por su ayuda a construir los sentimientos de los personajes e ideas brindadas.
A Alan Grunge por la portada.
A Juan Fernández por tantas anécdotas e historias compartidas.
A Alejandro Zarauza y Roberto Peláez mis profesores de la secundaria por sus consejos y corrección.
A la correctora Dámaris Pettersson por la asesoría y edición.
¿Qué es lo que se busca al leer una historia? Que sea interesante, novedosa, que despierte interés, que haya algo que sorprenda o tan solo despierte curiosidad. Son muchos los motivos, pero lo más difícil siempre es mantener al lector expectante de lo que vendrá. Mantener el interés es la clave.
En un comienzo cuando estaba en desarrollo la historia, Diego me contó de qué iba a tratar. Me hizo emocionar, me hizo reír, me hizo enojar, tenía muchas cosas que eran un sube y baja anímico y de aventuras. El reto era ponerlo todo eso en papel con la misma intensidad con la que lo contaba.
Al final lo consiguió, este libro es un viaje con idas y vueltas, no se puede leer una sola vez, es cuestión de volver por esos detalles que se resignifican con una segunda lectura. Juega con la falta de linealidad, va en curvas, sube en intensidades, escala a nivel de emociones tanto en los personajes como en el ritmo.
Una oración lleva a la siguiente, a un nuevo párrafo, una nueva hoja, un nuevo capítulo y cuando uno se da cuenta la historia ya cambió. Querés volver para entender cómo fue que pasó y al hacerlo, la historia vuelve a cambiar. No se detiene ahí, sigue y sigue hasta que de pronto en todo el clímax la historia se detiene. En ese momento aparecen las dudas y las preguntas, sentís que entendiste, pero que querés entenderlo todavía más, lo retomás del principio. Entendés nuevas cosas, nuevas emociones. El tiempo es lo único que no vas a sentir, es tan llevadera la lectura que parece que vas muy rápido. Eso es lo mejor, que querés saber más y ver cómo va a continuar.
Esta novela no escapa de la sensibilidad, se tocan temas difíciles y los personajes se sienten hasta en sus formas de actuar. A algunos los amarás, a otros los odiarás. No hay intermedios.
–Julio Benítez
Nadia es una chica de dieciocho años, robusta, alta, está en el último año del secundario. Es tranquila, hija de un matrimonio felizmente casado. Nadia tiene una hermana, Lidia, de veinticuatro años; siempre les decían que eran muy parecidas físicamente. Viven en Alsina, Lanús, al sur de CABA, tienen una vida tranquila. Nadia es lo que se suele decir una chica de familia. Nunca tuvo problemas de conducta, fue abanderada y siempre fue muy responsable. Su sueño es ser médica y trabajar para Médicos Sin Fronteras, su familia la apoya en este sueño, pero dicen que no tiene la personalidad para afrontar la miseria que sufre esa gente, de todos modos, le desean lo mejor. La vida de Nadia era salir de la escuela, jugar al básquet, tomar un jugo con las amigas, salir a caminar. Los fines de semana iba a algún parque, a algún bar de vez en cuando con sus compañeras del colegio que eran las mismas con quienes practicaba básquet.
Un día, su amiga Leila la invitó a su cumpleaños, al llegar estaban todas las compañeras de la escuela reunidas; la prima de Leila, Sabrina, una chica más grande que ellas, estaba embarazada. Se pusieron a bailar, a tomar alguna cerveza y Nadia se empezó a marear. De repente estaba bailando con un chico flaco, alto, de ojos celestes, reguetonero, de veinticuatro años y vestía unos pantalones grandes, zapatillas de básquet y remera larga. Ni él sabía cómo había llegado al cumpleaños. Al rato, Nadia se tuvo que sentar, ya que por la bebida y los mareos empezó a agitarse, entonces este simpático muchacho se ubicó al lado de ella y le dijo:
—Bailás muy bien.
—Gracias ‒contestó Nadia.
—Yo canto y bailo reggaetón, voy a estar “rankeao” en cualquier momento, le estoy dando duro al flow, mami.
—¿Qué? –le dijo Nadia riendo, sin entender nada.
—Soy el Daddy Yanqui de Argentina, mi representante está durmiendo la siesta, le voy a pegar un “voleo” en el culo, quiero despegar yo ‒dijo con tono enojado‒ ¿querés que te firme un autógrafo? ‒le preguntó cambiando la voz a un modo firme.
—Bueno, dale, dale, ja, ja, ja ‒respondió Nadia con una sonrisa en su rostro. Le dio un papel, le firmó y comentó:
—Saquémonos una foto, así decís que me conocés de antes, para cuando sea famoso. Nadia se empezó a reír con todas las ganas, buscó el celular y se sacaron una selfi. Este personaje tan simpático, se corrió la visera de la gorra para el costado, con la boca hizo la mueca como si estuviera dando un beso y con la mano levantó cuatro dedos, escondiendo el pulgar en la palma y juntando los dos del medio. Al terminar la foto, Nadia seguía riéndose como nunca, se quedaron charlando toda la noche.
Al día siguiente, Nadia se despertó en su casa, con recuerdos borrosos de la noche anterior, nunca se había emborrachado. Cuando miró el celular, vio que tenía mensaje de un número desconocido que decía:
Hola, Nadu, ¿cómo andás? Soy Duque.
Pero ¿ese es tu nombre de verdad?
No tengo nombre y ese nombre me lo dio la calle.
Él solo escribía endulzándole el oído con su vocabulario y su modo de hablar. Nadia se iba enganchando de a poco y cada vez se interesaba más en este personaje tan distinto, mientras le iba contestando tenía una sonrisa de oreja a oreja. Él le contaba cosas que nunca había escuchado, mientras a ella le brillaban los ojos y esperaba cada respuesta con mucha alegría e ilusión.
Nadia estaba sorprendida con que solo vivía de la música, él le mandó un audio:
—Espero despegar con la música y ser de lo mejor del reggaetón argentino.
Con cada mensaje que llegaba, más le brillaban los ojos a Nadia.
—Lamento haber nacido en Argentina y no en “Puelto Lico” ‒confesó Duque en otro audio y poniendo voz latina.
Nadia y Duque empezaron a tener citas, a verse más seguido, tomaban helados y a veces, en la plaza ella tomaba mates, mientras él, unas latitas de cerveza. Caminaban por la calle de la mano y con el correr de los días, Nadia se empezó a enamorar. Lo veía tan bueno, tan amable con todo el mundo. Era muy atento siempre le regalaba algún chocolate o una flor. Una vez hasta le llevó unas flores a su mamá. Ella solo se ponía contenta con él, se sentía muy segura a su lado; aunque Duque siempre la pasaba a buscar en una moto Honda Tornado negra sin patente, con los ojos dilatados y rojos y nunca llevaba casco. Pero estas cosas a Nadia no le importaban, casi ni las notaba, ella estaba encantada con él.
Una noche, los padres de Nadia estaban cenando. La mesa estaba puesta para tres, los dos padres tenían sus platos con restos de la cena, las botellas de agua estaban vacías, en la bandeja de comida quedaba un poco de comida y ellos estaban haciendo la sobremesa mientras charlaban y miraban un programa de televisión. Se hicieron las doce de la noche cuando Nadia entraba a la casa y el padre le dijo:
—Na, ¿todo bien? ¿Vas a comer?
—No, gracias, pa, no tengo hambre me voy a dormir.
Los padres se miraron preocupados, luego el papá comenzó a levantar la mesa.
Llegó el sábado, Duque invitó a Nadia a un cumpleaños, ella no sabía de quién era, pero solo iba porque Duque la había invitado. Nadia se puso linda, su mejor ropa, pero cuando llegaron al lugar, notó que para ella era un ambiente medio extraño. Por afuera, era un local, con persiana americana, la puerta estaba abierta y tuvieron que entrar agachándose. Por dentro era todo bastante sucio, bancos viejos, heladeras viejas, se oía la música tan alta que no se podía hablar Algunos estaban fumando marihuana, le llamó la atención que eran todos hombres, corría mucho alcohol. Saludaron a todos y se sentaron en un banquito, los dos juntos. Duque tomó cerveza toda la noche, no le habló a Nadia en ningún momento. Cada quince minutos decía que iba al baño y volvía con los ojos dilatados, tocándose la nariz y limpiándose los mocos. Así transcurrió toda la noche, y cuando comenzaba a salir el sol, se levantó y le gritó de muy mala manera:
—¡Vámonos!
Cuando Duque empezó a caminar, se chocó un par de sillas y una mesa. Al salir a la vereda, como pudo él encendió la moto y Nadia le dijo:
—Dejemos la moto, volvamos en un remis y mañana venimos a buscarla.
—¿Me estás diciendo borracho?
—Noooo, nada que ver, pero no podés manejar así ‒suspiró.
—Entonces ¿qué?
—Llamamos al chofer de la empresa de mi papá, llamamos un taxi, no sé, tengo miedo ‒comentó suavemente.
—¡Yo elijo cómo nos volvemos y usted cierra el "ortega"! ‒gritó Duque delante de los demás borrachos.
Nadia se quedó muda, con los ojos llenos de lágrimas y muerta de vergüenza se subió a la moto. Duque, se puso el casco en el codo y ella iba atrás. Arrancó y salió a toda velocidad mientras la moto tambaleaba él seguía acelerando, lo que producía que se moviera en zigzag.
Unas semanas después, Nadia volvió a su casa luego de salir con Duque. Cuando entró a la casa, los padres estaban sentados en el comedor esperándola, los saludó con un beso a cada uno y luego la madre con ternura y seriedad le dijo:
—Sentate, Na, sentate un ratito.
Nadia se sentó y vio que ambos estaban serios.
—¿Qué hacés con ese vago? ‒preguntó el papá.
—Nos estamos conociendo.
—¿Son novios?
—Sí, en realidad… no, pero andamos y nos estamos conociendo – contestó ella dudosa, tras unos segundos de silencio.
—¿Son o no son novios? ‒inquirió el padre autoritario y levantando la voz.
Nadia no contestó.
—¿No te das cuenta de cómo tiene los ojos? ¡Ni labura y tiene tantas motos! ‒exclamó la madre.
—Tiene representante, él le da la plata porque tiene una productora… ‒replicó Nadia, tratando de justificar a Duque.
—Na, no seas ilusa, nadie le da plata a un pobre diablo como ese, ¿no te das cuenta? ‒interrumpió la mamá.
—¿De qué? ‒dijo Nadia sorprendida luego de hacer silencio un minuto.
—Es un "chorizo", es un "rocho", un "bandolero" ‒agregó el padre haciendo con las manos señas de una pistola con su dedo pulgar e índice‒. Date cuenta nena.
—¡¿Qué?!
—Es un ladrón, anda robando, no es trigo limpio.
—Nada que ver, ¿cómo vas a decir eso? ‒refutó Nadia muy enojada y empezó a gritar‒¡Siempre pensando mal de todos, qué ganas de joder, cómo molestan!
—Nooo, mi amor, ¿cómo vas a decir así? Solo te queremos abrir los ojos.
—No me hinches las pelotas, ya sé qué quieren ustedes ‒respondió llorando y se levantó de la mesa.