Secreto siciliano - Jane Porter - E-Book

Secreto siciliano E-Book

Jane Porter

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Beschreibung

Aquel secreto puso fin a un sueño El devastadoramente atractivo Vittorio d'Severano era todo lo que Jillian Smith quería… hasta que descubrió su vida secreta y sus sueños de un final feliz quedaron olvidados. Con el corazón roto y muerta de miedo, Jill decidió desaparecer. Vitt volvió para reclamar al hijo que Jill había jurado esconderle y, por el niño, tuvo que aceptar el anillo de compromiso que le ofreció. ¿Pero qué clase de relación podía estar basada en secretos, mentiras… y un deseo imposible de reprimir?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Jane Porter. Todos los derechos reservados.

SECRETO SICILIANO, N.º 2146 - marzo 2012

Título original: A Dark Sicilian Secret

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-539-9

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

PAZ.

Al fin.

Jillian Smith respiró profundamente mientras caminaba al borde del acantilado frente al océano Pacífico, disfrutando del aire fresco, del maravilloso paisaje y de ese raro momento de libertad.

Las cosas empezaban a ir bien.

No había visto a los hombres de Vittorio en nueve meses y sabía que, si tenía cuidado, nunca la encontrarían allí, en aquel pequeño pueblo pesquero a unos kilómetros de Carmel, California.

Para empezar, no usaba el nombre que había usado hasta entonces: Jillian Smith. Tenía una nueva identidad, April Holliday, y un nuevo aspecto: rubia, bronceada, como si fuera nativa de California y no la morena de Detroit. Aunque Vitt no sabía que era de Detroit.

Y no debía saberlo nunca. Era imperativo que se alejase de Vittorio D’Severano, el padre de su hijo.

Vitt era una amenaza para ella y para Joe. Lo había amado, incluso había imaginado un futuro con él, solo para descubrir que no era el héroe que ella había creído, sino un hombre como su padre, un hombre que había hecho su fortuna con el crimen organizado.

Jillian se llevó una mano al corazón.

«Relájate», se dijo a sí misma. No había razón para tener miedo. Había dejado atrás el peligro, Vitt no sabía dónde estaba. Y no podía quitarle a su hijo.

Jillian se detuvo frente al acantilado para mirar el mar. Las olas eran muy altas aquel día y chocaban contra las oscuras rocas con fuerza. El mar parecía furioso, casi inconsolable, y por un momento ella se sintió de la misma forma.

Había amado a Vitt. O había creído amarlo. Solo habían estado juntos dos semanas, pero en ese tiempo había imaginado una vida con él. Había imaginado tantas posibilidades para ellos…

Pero entonces había descubierto la verdad: Vittorio no era un héroe, no era un príncipe azul, sino un villano aterrador.

Cuando empezaron a caer las primeras gotas de lluvia, Jillian apartó el largo cabello rubio de su cara con un gesto decidido. Tenía que dejar atrás el pasado y concentrarse en el presente y el futuro de Joe, su hijo. Y haría lo posible para que Joe tuviese todo lo que ella no había tenido: estabilidad, seguridad, un hogar feliz.

En aquel momento vivían en una casa de alquiler a unos cien metros de la carretera, en un tranquilo callejón sin salida. Había conseguido un buen trabajo en el Departamento de Marketing del hotel Highlands, uno de los más exclusivos del norte de California. Y lo mejor de todo: había encontrado una niñera estupenda. De hecho, Hannah estaba con su hijo en ese mismo instante.

La lluvia seguía cayendo y el viento sacudía su jersey, pero a Jillian no le importaba. No podía dejar de sonreír mientras miraba el mar y el interminable horizonte…

–¿Estás pensando en saltar, Jill? –escuchó una voz masculina tras ella.

La sonrisa de Jillian desapareció al reconocer el acento.

Vittorio.

No había escuchado su voz en un año, pero era imposible olvidarla. Ronca, viril, era una voz educada para dominarlo todo, para conquistarlo todo.

Vittorio Marcello D’Severano era una fuerza de la naturaleza, un ser humano que inspiraba miedo y admiración en los demás.

–Hay otras soluciones –siguió él.

Jillian dio un paso atrás, enviando una nube de piedrecillas sobre el borde del acantilado. El ruido que hacían al caer en la playa sonaba como los frenéticos latidos de su corazón.

Cuando por fin se sentía segura.

Cuando pensaba que estaba a salvo.

Increíble. Imposible.

–Ninguna que yo pudiese encontrar aceptable –dijo por fin, sin mirarlo a los ojos. Vittorio era un mago, un encantador de serpientes, y con una sonrisa podía obligarte a hacer cualquier cosa.

Era tan apuesto, tan poderoso.

–¿Eso es lo único que tienes que decir después de meses jugando al gato y al ratón?

La lluvia caía con fuerza, empapando su pelo y su jersey.

–Creo que ya nos lo hemos dicho todo, Vitt. No tenemos nada más que decirnos –replicó ella, desafiante, aunque le temblaban las piernas. Vittorio solo era un hombre, pero era capaz de destruirla y nadie podría detenerlo.

–Yo creo que sí. Empezando por una disculpa –insistió él.

Jillian irguió los hombros, mirando su cuello para no mirarlo a los ojos. Pero era imposible mirar su cuello, fuerte y bronceado, sin ver también la mandíbula cuadrada o los anchos hombros bajo la chaqueta oscura…

Seguía siendo imponente, un macho alfa. Nadie era más fuerte que él, nadie era más poderoso. Se había acostado con él unas horas después de conocerlo y eso era algo que no había hecho con nadie más. En realidad, era virgen cuando lo conoció, pero algo en Vitt había hecho que bajase la guardia. Con él se sentía a salvo… qué gran error.

–Si alguien debe una disculpa, eres tú.

–¿Yo?

–Me engañaste, Vittorio.

–Nunca.

–Y me has perseguido durante los últimos once meses –siguió ella, con voz temblorosa.

Vittorio se encogió de hombros.

–Tú decidiste escapar con mi hijo. ¿Qué otra cosa podía hacer?

–¡Imagino que te sientes orgulloso de controlar a niños y mujeres indefensas! –le espetó Jillian, levantando la voz.

–Tú no eres una mujer indefensa. Eres una de las mujeres más fuertes y más inteligentes que he conocido nunca… con la habilidad de una estafadora, además.

–Yo no soy una estafadora.

–¿Entonces por qué ese alias, April Holliday? ¿Y cómo has conseguido crearte una nueva personalidad? Para eso hacen falta dinero y contactos y has estado a punto de conseguir…

–He estado a punto –lo interrumpió ella–. Ésa es la cuestión, ¿no?

Vittorio volvió a encogerse de hombros.

–Ahora mismo, lo importante es resguardarnos de la lluvia.

–Puedes irte cuando quieras.

–No pienso ir a ningún sitio sin ti. Y no me gusta verte tan cerca del precipicio. Ven –Vittorio alargó una mano hacia ella–. Me preocupas.

Jillian no aceptó su mano, pero levantó la mirada y clavó los ojos en sus altos pómulos, en los sensuales labios…

–Y tú me das miedo –le dijo, apartando la mirada de esos labios que la habían besado por todas partes, explorando su cuerpo en detalle.

La había llevado al orgasmo con la boca, haciendo que se sintiera mortificada cuando gritó de placer. Nunca había imaginado un placer tan intenso o una sensación tan poderosa. No sabía que podía perder el control de ese modo. Claro que hasta entonces no conocía a Vittorio.

Pero le daba pánico. Porque en Bellagio, Vittorio había conseguido hacerla claudicar con una sola mirada. Un beso y había perdido su independencia.

–No digas tonterías –replicó él–. Saliste huyendo de mí y te llevaste a mi hijo. ¿Crees que eso es justo?

Jillian no podía responder porque estaba seduciéndola con su voz. Lo había hecho la primera vez que lo vio, en el vestíbulo del hotel de Estambul. Una presentación, una breve charla, una invitación a cenar… y había perdido al cabeza por completo.

Había pedido excedencia en su trabajo, se había mudado a la villa del lago Como con él, se había imaginado enamorada… algo en lo que nunca había creído hasta entonces. El amor romántico era una tontería destructiva y ella pensaba que nunca caería en esa trampa.

Pero entonces apareció Vitt y la cordura y el sentido común se fueron por la ventana.

Era muy peligroso y podía destruirla. A ella y a Joe.

Pero no, no le entregaría a Joe. No dejaría que Vitt lo convirtiese en un delincuente.

–Él no es siciliano, Vittorio. Es estadounidense y es mi hijo.

–Te he dejado en paz durante el último año, pero ahora es mi turno…

–¡No! –Jillian se clavó las uñas en las palmas de las manos, angustiada–. No voy a entregarte a mi hijo.

Prefería lanzarse por el acantilado antes de permitir que se quedase con Joe. Hannah sabía lo que debía hacer si algo le ocurría: llevar a Joe con Cynthia, su antigua compañera en la universidad de Bellevue, Washington. Cynthia había aceptado hacerse cargo del niño si le ocurría algo e incluso habían firmado los papeles ante un notario. Porque el ferviente deseo de Jillian era que su hijo creciera en una familia feliz, una familia normal. Una familia que no estuviera conectada con el crimen organizado.

Una familia distinta a la suya.

Y a la de Vittorio.

–Jill, dame la mano. La tierra está mojada y podrías resbalar.

–Si de ese modo puedo proteger a mi hijo, me da igual.

–¿Protegerlo de qué, cara?

Jillian tuvo que hacer un esfuerzo para no mirarlo a los ojos. La había engañado una vez, pero no volvería a hacerlo. Ahora era más sabia, más adulta. Y, sobre todo, era madre.

Podría haber evitado todo aquello de haber sabido quién era Vittorio cuando aceptó su invitación a cenar doce meses antes. Pero no lo sabía y lo había creído un príncipe azul.

La extravagante cena se había convertido en un romance de fantasía. Vittorio la hacía sentir tan bella, tan deseable que se había acostado con él sin pensarlo dos veces… y no la había decepcionado. Había sido un amante increíble e incluso ahora podía recordar lo que sintió esa primera noche… recordaba el peso de su cuerpo sobre ella, las sábanas de satén, el roce del vello de su torso. Lo recordaba sujetando sus brazos mientras entraba en ella, despacio al principio y luego con más fuerza, hasta hacerla perder la cabeza…

Vittorio conocía bien el cuerpo de una mujer y, durante dos maravillosas semanas, Jillian había imaginado que estaba enamorándose de él. Incluso había fantaseado con formar una familia.

Sí, a Vittorio lo llamaban a horas intempestivas, pero ella no había querido darle importancia a esas llamadas, diciéndose a sí misma que eran asuntos de negocios. Al fin y al cabo, era el presidente de una importante corporación.

Vittorio acababa de adquirir tres venerables hoteles de cinco estrellas en Europa del Este y Jillian había fantaseado con dejar su puesto en Turquía y ayudarlo a reformar y modernizar esos hoteles. Después de todo, ese era su trabajo. Había imaginado que viajaban juntos por todo el mundo, explorando, trabajando, haciendo el amor…

Y entonces, el día catorce, una empleada del servicio había roto esa ilusión al preguntarle:

–¿No le da miedo el mafioso?

Mafioso.

Esa palabra había helado la sangre en sus venas.

–¿Quién? –le había preguntado Jill, intentando disimular su nerviosismo.

–El señor D’Severano.

–Vittorio no es un mafioso.

–Sí lo es, lo sabe todo el mundo –había insistido la joven.

Y entonces todas las piezas habían caído en su sitio. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? El dinero de Vittorio, su lujoso estilo de vida, las extrañas llamadas a altas horas de la noche.

Angustiada, había entrado en Internet… para descubrir que la empleada tenía razón. Vittorio D’Severano, natural de Catania, Sicilia, era un hombre muy famoso. Famoso pero no por razones legales.

Jillian se había escapado esa misma tarde, llevándose solo el pasaporte y dejando atrás todo lo demás: la ropa, los zapatos, los abrigos… todo eso podía ser reemplazado. Pero la libertad, la seguridad, la cordura, eso no se podía reemplazar.

Después de hablar con el director del hotel para decirle que tenía que marcharse urgentemente había dejado atrás su apartamento, a sus amigos, todo. Se había esfumado, como si nunca hubiera existido.

Y ella sabía cómo hacerlo. Era algo que había aprendido a los doce años, cuando su familia entró en el Programa de Protección de Testigos por el gobierno estadounidense.

Desde los doce años era una impostora.

Jillian se convirtió en Heather Purcell en Banff, Canadá, y trabajó durante cuatro meses en el hotel Fairmont. Fue allí, en Alberta, donde descubrió que estaba embarazada.

–Tenías que saber que tarde o temprano te encontraría –dijo Vittorio, devolviéndola al presente–. Tenías que saber que yo iba a ganar.

Estaba atrapada, pensó Jillian, pero ella no era de las que se rendían. Llevaba toda su vida luchando y seguiría haciéndolo para proteger a su hijo de una vida que lo destruiría. Porque ella sabía que sería así; su propio padre había vivido esa vida, llevándolos a todos a ese infierno con él.

–Pero no has ganado –le dijo–. Porque no tienes al niño y no voy a decirte dónde está. Puedes matarme…

–¿Qué estás diciendo? Yo nunca te haría daño –la interrumpió Vittorio–. Eres la madre de mi hijo y, por lo tanto, algo muy valioso para mí.

–Hace once meses enviaste a tus matones a buscarme.

–Mis hombres no son matones y tú misma te convertiste en mi adversaria alejándote de mí, cara. Pero estoy dispuesto a olvidar nuestras diferencias por el bien de nuestro hijo así que, por favor, ven. No me gusta que estés tan cerca del borde. No es seguro.

–¿Y tú sí lo eres?

–Supongo que eso depende de lo que tú consideres «seguro». Pero no estoy interesado en semánticas, es hora de resguardarnos de la lluvia.

Alargó una mano para tomar la suya, pero Jillian no quería que la tocase y se apartó tan violentamente que perdió pie. Vittorio, bendecido con rápidos reflejos, la sujetó antes de que cayera por el acantilado y Jillian se agarró a él con todas sus fuerzas. Pero tembló al entrar en contacto con su cuerpo. Incluso empapado era grande, sólido, abrumador.

Por un momento imaginó que tal vez sentía algo por ella, que tal vez podrían encontrar la forma de criar juntos a Joe…

¿Estaba loca? ¿Había perdido la cabeza por completo?

Era imposible. No podía dejar que Vittorio educase a Joe, que lo convirtiese en un hombre como él.

–No voy a ser parte de tu vida –le dijo–. No puedo.

Vittorio alargó una mano para apartar el pelo de su cara y la caricia hizo que sintiera un escalofrío.

–¿Y qué hay de malo en mi vida?

–Tú lo sabes muy bien –respondió Jillian, pensando en su padre, en sus contactos con la mafia de Detroit y en las terribles consecuencias para toda la familia. Aunque nadie había pagado un precio tan alto como su hermana.

–Explícamelo.

–No puedo –murmuró ella, temblando.

–¿Por qué no?

Jillian se echó hacia atrás para mirarlo a los ojos. Un error porque su corazón se aceleró. Era tan hermoso… pero también era letal. Podría destruirla en un segundo y nadie lo detendría.

–Tú sabes quién eres. Sabes lo que haces. Vittorio esbozó una sonrisa.

–Parece que me has condenado sin juicio previo y sin darme la oportunidad de defenderme. Porque soy inocente, cara. No soy el hombre que tú imaginas.

–¿Niegas ser Vittorio D’Severano, el cabecilla de la familia D’Severano, de Catania?

–No niego quién soy y adoro a mi familia. ¿Pero por qué es un crimen ser un D’Severano?

–Hay páginas y páginas sobre tu familia en Internet. Y en ellas hablan sobre extorsiones, sobornos, estafas, corrupción…

–Todas las familias tienen sus secretos.

–¡La tuya tiene al menos cien!

Vittorio se puso serio entonces.

–No hables mal de mi familia –le advirtió–. Sí, somos sicilianos y nuestro árbol genealógico se remonta a cientos de años atrás… algo que tú no tienes, Jillian Smith.

Tenía razón, por supuesto. Ella no tenía antepasados famosos y nadie a quien recurrir, nadie que la protegiera. ¿Quién lucharía contra la mafia por ella? ¿Quién se atrevería a luchar contra Vittorio si ni siquiera el gobierno italiano era capaz de acabar con su familia?

Pero ella tenía que luchar porque no había otra opción. No iba a dejar que Vittorio se llevara a su hijo. Nunca, ni en un millón de años.

Y eso hizo que pusiera el pie en la realidad. ¿Qué estaba haciendo en sus brazos?

Jillian se apartó de golpe.

–Esto es Estados unidos, no Sicilia. Y yo no te pertenezco.

–¿Dónde vas?

–A seguir paseando. Tengo que hacer ejercicio.

–Iré contigo.

–No, por favor…

Pero Vittorio la siguió de todas formas.

Angustiada, dándole vueltas a la cabeza, Jillian intentaba evitar los charcos mientras buscaba una manera de librarse de él.

No había llevado el móvil y no podía llamar a Hannah para advertirle. Y tampoco había llevado dinero para tomar un taxi, de modo que siguió caminando bajo la lluvia, con Vittorio un paso por detrás.

–¿Hasta cuándo piensas seguir, Jill? –le preguntó él cuando llegaron a una intersección.

–Hasta que me canse.

La limusina negra que los seguía hizo un giro entonces, bloqueando el camino. Las puertas se abrieron y del coche salieron los hombres de Vittorio.

En otra situación, Jillian se habría reído. ¿Quién iba a imaginar que los guardaespaldas de Vittorio vestían como modelos italianos? Con esos trajes de chaqueta y esos caros zapatos italianos no pegaban allí. No pegarían en ningún sitio, pero Vittorio tenía que saberlo. Vittorio Marcello D’Severano lo controlaba todo.

Los guardaespaldas la miraban con interés profesional, esperando una señal de Vitt; una señal que aún no había hecho.

–Diles que se vayan –le pidió Jillian.

–No podemos estar caminando todo el día. Tenemos cosas que discutir, decisiones que tomar.

–¿Por ejemplo?

–La custodia de nuestro hijo.

–Es mi hijo.

–O en qué país va a vivir.

–En Estados Unidos. Este es su país.

–También es italiano –replicó Vitt–. Y también es hijo mío. No puedes negarme a mi hijo, Jill.

–Y tú tampoco puedes arrebatármelo.

–No tengo intención de hacerlo. Afortunadamente, cuento con buenos abogados y llevo varios meses trabajando en el asunto. Tengo aquí la documentación…

–¿Qué?

–Tú lo has tenido durante los primeros meses de su vida, ahora es mi turno.

–¿Qué estás diciendo?

–Vamos a compartir a nuestro hijo, Jill, o lo perderás por completo.

–¡Nunca!

–Si intentas evitar que lo vea, acudiré a los tribunales. Y si no apareces en el juicio, perderás la custodia.

Jillian lo miró, horrorizada.

–Eso no es verdad, lo estás inventando.

–Yo no te mentiría. No lo he hecho nunca. Si no te importa entrar conmigo en el coche, te mostraré los papeles.

Hacía que todo pareciera tan sencillo: entrar en el coche, mirar los papeles.

Él debía pensar que había olvidado lo poderoso que era. O lo seductor y atractivo que lo encontraba.

Si subía al coche con él, temía no volver a estar a salvo nunca más.

Jillian tragó saliva. Vittorio era alto e increíblemente apuesto, pero ella había sucumbido a algo más que su atractivo; se había enamorado de su mente. Era el hombre más inteligente que había conocido nunca y disfrutaba charlando con él más que con cualquier otra persona.

Vitt podía hablar de política, de economía, de historia, de arte, de ciencia. Había viajado mucho y era, evidentemente, muy rico. Era un hombre cálido, sensual y, salvo por las llamadas a horas intempestivas, siempre estaba disponible para ella. Como una cachorrita, ella se había enamorado. Y al volver a verlo tuvo que reconocer que nunca sería inmune.

–No confío en ti –le dijo, su voz llena de emoción.

–Ésa es la cuestión. Tu falta de confianza ha creado muchos problemas para los dos.

Jillian apartó la mirada.

–Quiero ver los papeles, pero no voy a subir a tu coche.

–Yo no quería que fuera así, cara, pero si insistes…

Vittorio subió al coche y sus guardaespaldas lo hicieron después. No iban a obligarla a subir, iban a dejarla en paz.

Pero eso era muy raro porque Vittorio no se rendía nunca. Si se marchaba, dejándola allí, era porque ya había ganado.