Secretos de cama - Yvonne Lindsay - E-Book

Secretos de cama E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

El engaño de Mila podía destruir sus sueños y el futuro de su país... La princesa Mila estaba prometida con el príncipe Thierry, y aunque apenas se conocían pues solo se habían visto una vez años atrás, se había resignado a casarse con él para asegurar la continuidad de la paz en su reino. Un día tuvieron un encuentro fortuito y él no la reconoció, y Mila decidió aprovechar para hacerse pasar por otra persona para conocerlo mejor y seducirlo antes del día de la boda. La química que había entre ellos era innegable, pero Thierry valoraba el honor por encima de todo, y Mila le había engañado.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Dolce Vita Trust

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Secretos de cama, n.º 2103 - julio 2017

Título original: Arranged Marriage, Bedroom Secrets

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-039-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

–Angel, ¿esa no eres tú?

Mila, a quien todo el mundo allí, en Estados Unidos, conocía por el diminutivo de su segundo nombre, apartó un mechón de pelo negro de su rostro y levantó la vista, irritada, de las notas que estaba repasando en su cuaderno.

–¿Eh?

Su amiga y compañera de cuarto, Sally, que estaba viendo las noticias del corazón, señaló el televisor.

–Esa de ahí –respondió–. Eres tú, ¿no?

El corazón le dio un vuelco a Mila. En el programa que estaba viendo su amiga, y que se retransmitía en todo el país, estaban mostrando las espantosas fotos oficiales de su compromiso con el príncipe Thierry de Sylvain, siete años atrás. En ellas se la veía con dieciocho años, sobrepeso, aparato de dientes y un corte de pelo que se había hecho en un intento desesperado por parecer más sofisticada, aunque lo único que había logrado era parecer un payaso, pensó estremeciéndose.

–No me lo puedo creer… –murmuró Sally fijando su mirada en ella–. Esa eres tú hace unos años, ¿no? –insistió en un tono acusador, señalando de nuevo el televisor–. ¿Eres la princesa Mila Angelina de Erminia? ¿Es ese tu verdadero nombre?

De nada le serviría negarlo. Sally había descubierto su secreto. Milla contrajo el rostro y se limitó a agachar la cabeza, volviendo a las notas de su tesis, la tesis que seguramente no le permitirían que completara.

–¿Vas a casarte con un príncipe? –le preguntó Sally indignada.

Lo que no sabía era si le indignaba que estuviese comprometida con un príncipe o que le hubiese ocultado quién era durante todo ese tiempo. Suspiró y soltó el bolígrafo. Como procedía de un minúsculo reino europeo, había pasado desapercibida desde su llegada a Estados Unidos, siete años atrás, pero era evidente que le debía una explicación a su amiga.

Se conocían desde el primer año de universidad y, aunque al principio Sally se había mostrado algo sorprendida de que tuviera carabina, de que no tuviese citas, y de que cuando iba a algún sitio fuese acompañada de escoltas, nunca había cuestionado esos detalles porque era hija de un millonario y vivía, como ella, constreñida por normas.

Mila exhaló un pesado suspiro.

–Sí, soy Mila Angelina de Erminia, Y sí, estoy prometida a un príncipe.

–O sea que… ¿es verdad?, ¿eres una princesa?

Mila asintió y contuvo el aliento, esperando la reacción de su amiga. ¿Estaría enfadada con ella? ¿Perdería por aquello a la amiga a la que tanto apreciaba?

–Ahora mismo siento como si no te conociera, pero… ¡madre mía, qué pasada! –exclamó Sally.

Mila puso los ojos en blanco y se rio con alivio.

–Siempre tuve la sensación de que había cosas que no me contabas –murmuró Sally, yendo a sentarse en el sofá, junto a ella–. Bueno, háblame de él. ¿Cómo es?

–¿Quién?

Entonces fue Sally la que puso los ojos en blanco.

–El príncipe. ¿Quién va a ser? Venga, Angel, puedes contármelo; no se lo diré a nadie. Aunque, la verdad, me molesta que hayas estado ocultándome esto durante todos estos años.

Sally suavizó sus palabras con una sonrisa, pero era evidente que estaba dolida. ¿Cómo iba a explicarle que, a pesar de llevar años comprometida con el príncipe Thierry, apenas lo conocía? Solo se habían visto una vez: el día en que se habían conocido y se había hecho público el compromiso. Luego el único contacto que habían mantenido había sido por cartas de carácter formal enviadas por valija diplomática.

–La… la verdad es que no lo sé –admitió–. Pero lo he buscado en Google.

Su amiga se rio.

–No te imaginas lo raro que ha sonado eso. Es de locos… Es como en un cuento: una princesa prometida desde la niñez, bueno, en tu caso desde la adolescencia, a un príncipe de otro reino… –Sally suspiró y se llevó una mano al pecho–. Es tan romántico… ¿Y lo único que se te ocurre decir es que lo has buscado en Google?

–De romántico no tiene nada. Si me voy a casar con él es por el deber que tengo para con mi país y mi familia. Erminia y Sylvain han estado al borde de una guerra durante la última década. Se supone que mi unión con el príncipe Thierry unirá a nuestras naciones… aunque no es algo tan simple.

–Pero… ¿no te gustaría casarte por amor?

–¡Pues claro que me gustaría!

Mila bajó la vista y se quedó callada. Amor… Siempre había soñado con llegar a conocer el amor, pero desde la cuna la habían criado para servir a su país, y sabía que el deber no era algo que conjugase bien con el amor. En lo que se refería a su compromiso, nadie le había pedido su opinión. Se lo habían expuesto como una responsabilidad y, como tal, ella la había aceptado. ¿Qué otra cosa habría podido hacer?

Conocer al príncipe había sido una experiencia aterradora. Seis años mayor que ella, era culto, carismático, guapo y rebosaba confianza en sí mismo… todo lo contrario que ella. Y no se le había escapado la cara de consternación que había puesto, aunque hubiese disimulado de inmediato, cuando los habían presentado.

Cierto que entonces su aspecto había dejado mucho que desear, pero aún la hería en el orgullo pensar que no había estado a la altura de sus expectativas. Además, tampoco podría haber dicho al verla que había cambiado de idea y no quería casarse. Él, al igual que ella, no era más que un peón al servicio de los gobiernos de sus países en aquel plan que habían ideado para intentar aplacar la animosidad entre ambas naciones.

–¿Y por qué viniste a estudiar aquí? –inquirió Sally–. Si lo que se busca con vuestra unión es la paz, ¿por qué no se celebró la boda de inmediato?

Mila volvió a recordar la expresión del príncipe Thierry al verla. Aquella expresión había hecho que se diera cuenta de que, si quería llegar a ser para él algo más que una mera representación del deber hacia su pueblo, debería esforzarse para convertirse en su igual, empezando por mejorar su educación. Por suerte, su hermano Rocco, el rey de Erminia, había llegado a la misma conclusión que ella, y había dado su consentimiento cuando le había expuesto su plan de completar sus estudios en el extranjero.

–El acuerdo al que llegamos era que nos casaríamos el día en que cumpla los veinticinco.

–¡Pero eso es a finales del mes que viene!

–Lo sé.

–Si ni siquiera has acabado el doctorado…

Mila pensó en todos los sacrificios que había hecho hasta la fecha. No completar su tesis doctoral sería probablemente el más duro de todos. Aunque ante la insistencia de su hermano se había matriculado en algunas asignaturas sueltas de Ciencias Políticas, pero la carrera que había escogido había sido Ciencias Medioambientales. La razón era que se había enterado de que al príncipe Thierry le apasionaba todo lo que tuviera que ver con la naturaleza, y después de todos esos años de estudio a ella le había ocurrido lo mismo.

Le dolía pensar que tal vez no podría presentarse ante él con el título de doctora, pero tendría que apretar los puños y aceptarlo. No había planeado pasar tanto tiempo como estudiante, pero por su dislexia, los primeros años de universidad habían resultado más difíciles de lo que había esperado, y había tenido que repetir varias asignaturas.

–¡Madre mía, es guapísimo! –exclamó Sally, que había vuelto a centrar su atención en la pantalla.

Mila resopló mientras cerraba su cuaderno.

–A mí me lo vas a decir… –murmuró–. ¡Y eso que esas fotos son de hace siete años! Supongo que estará muy cambiado y…

–No, mira, estas imágenes son de ahora –la interrumpió Sally impaciente, agarrándola por el brazo con una mano y señalando con la otra–. Está en Nueva York, en esa cumbre medioambiental de la que nos habló el profesor Winslow hace unas semanas.

Mila giró la cabeza tan deprisa que le dio un latigazo en el cuello.

–¿Está aquí?, ¿en Estados Unidos? –preguntó aturdida, masajeándose el trapecio con la mano.

Fijó la mirada en la pantalla. Sí que estaba bastante cambiado, y aún más guapo, si es que eso era posible. El corazón le palpitó con fuerza y sintió que una mezcla de emociones contradictorias se agolpaba en su interior: miedo, deseo, melancolía…

–¿No sabías que iba a ir a Nueva York? –le preguntó su amiga.

Mila despegó los ojos de la pantalla y tuvo que hacer un esfuerzo para que pareciera que no le importaba.

–No, pero me da igual.

–¿Que te da igual? ¿Cómo que te da igual? –chilló Sally–. Ese tipo viaja miles de kilómetros para venir al país en el que llevas viviendo siete años… ¿y ni siquiera es capaz de llamar para decírtelo?

–Bueno, probablemente solo esté aquí en visita oficial y vaya a quedarse poco tiempo –replicó Mila–. Y seguro que tiene una agenda muy apretada. Además, yo estoy aquí, en Boston; no estamos precisamente a dos pasos –se encogió de hombros–. Y tampoco importa, la verdad. No falta nada para que nos veamos: nos casamos dentro de poco más de cuatro semanas.

La voz se le quebró al decir esas últimas palabras. Aunque intentara mostrarse indiferente, lo cierto era que sí le dolía. ¿Tanto le habría costado hacerle saber que iba a ir a Estados Unidos?

–Pues a mí me parece increíble que no vayáis a veros, ya que está aquí –continuó Sally, que no parecía dispuesta a dejarlo estar–. ¿En serio no quieres verle?

–Como te he dicho, lo más probable es que no tenga tiempo para que nos veamos –repuso Mila.

Prefería no entrar en lo que quería o no quería en lo tocante al príncipe Thierry. Había intentado convencerse muchas veces de que el amor a primera vista no era más que un invento de las películas y las escritoras de novelas rosas, pero desde el día en que se habían conocido no había podido dejar de pensar en él. ¿Podría ser amor?

–Bueno, pues si fuera mi prometido –apuntó Sally–, aunque no me hubiera dicho que venía, iría a verlo yo.

Mila se rio, y respondió como su amiga esperaría que respondiese:

–Ya, pues no es tu prometido, sino el mío, y no pienso compartirlo contigo.

Sally se rio también, y Mila volvió a girar la cabeza hacia el televisor. En ese momento estaban hablando de ella. La reportera estaba diciendo que se sabía que estaba estudiando en el extranjero, y especuló acerca de su paradero, que la Casa Real de Erminia había mantenido celosamente en secreto durante todos esos años. Claro que, si Sally la había reconocido al ver esas imágenes, ¿no la reconocerían también otras personas?

Confiaba en que nadie más estableciese la conexión entre ella y aquellas fotos del patito feo que había sido. Ya no era aquella chica apocada con una boca demasiado grande para su cara y mejillas y piernas regordetas. Porque por suerte, en algún momento entre los diecinueve y los veinte años, se había producido una transformación milagrosa en ella.

Había perdido los diez kilos que le sobraban, sus facciones se habían hecho más finas, la permanente que lucía en aquellas fotos ya solo era un recuerdo humillante, y por fin tenía la elegancia y la desenvoltura que le habían faltado en su adolescencia.

¿La encontraría atractiva ahora el que pronto sería su marido? Detestaba pensar que pudiera causarle rechazo, y más con lo atraída que se sentía ella por él.

Dentro de solo unas semanas regresaría a Erminia. Había llegado el momento de volver a echarse sobre los hombros el manto de responsabilidad que durante aquellos siete años había dejado a un lado, y asumir de nuevo su posición de princesa.

Aquel matrimonio era muy importante para Erminia y para Sylvain. La frágil paz entre ellos se había hecho añicos varias décadas atrás, a raíz del escandaloso idilio entre la reina de Sylvain, la madre del príncipe Thierry, y un diplomático de Erminia.

Cuando la reina y su amante habían perdido la vida en un terrible accidente de coche, los gobiernos de ambas naciones se habían acusado mutuamente, y la exhibición de fuerza militar por una y otra parte en la frontera había generado inquietud entre sus gentes.

Mila comprendía que se esperaba que su enlace con el príncipe Thierry fuera el comienzo de una alianza duradera entre Erminia y Sylvain, que pusiera fin a aquella tormenta diplomática, pero ella quería algo más que un matrimonio concertado. ¿Era desear demasiado que el príncipe pudiera llegar a amarla?

Mila alcanzó el mando a distancia y le quitó la voz al televisor, decidida a volver a su tarea, pero Sally aún no había dado el tema por zanjado.

–Deberías ir a Nueva York y encontrarte con él, plantarte en la puerta de la suite de su hotel y presentarte –la instó.

Mila soltó una risa amarga.

–Aunque consiguiera salir de Boston sin que se enteraran mi carabina y mis escoltas, no podría llegar hasta él porque sus guardaespaldas me lo impedirían. Es el príncipe heredero de Sylvain.

Sally puso los ojos en blanco.

–Y tú eres su prometida, ¡por amor de Dios! Seguro que sacaría tiempo para verte. Y en cuanto a Bernadette y los gorilas –dijo refiriéndose a su carabina y sus dos escoltas–, creo que podría ocurrírseme un modo de darles esquinazo… si estás dispuesta, claro está.

–No puedo hacer eso. Además, ¿y si mi hermano se enterara?

Sally no sabía que su hermano era el rey de Erminia, pero sí que había sido su tutor legal desde la muerte de sus padres, muchos años atrás.

–¿Y qué haría?, ¿castigarte sin salir? –se burló Sally–. ¡Vamos!, tienes casi veinticinco años y te has pasado los últimos siete aplicada a los estudios y tienes por delante toda una vida de cenas de estado mortalmente aburridas y actos oficiales. Tienes derecho a divertirte un poco, ¿no crees?

–En eso tienes razón –contestó Mila con una sonrisa traviesa–. ¿Qué sugieres?

–El profesor Winslow dijo que si queríamos podía conseguirnos entradas para la serie de charlas sobre sostenibilidad en la cumbre de Nueva York –respondió Sally–. ¿Por qué no aceptamos su oferta? La cumbre empieza mañana y hay una charla a la que podríamos… «asistir» –dijo entrecomillando la palabra con los dedos– pasado mañana. Nos alojaríamos en un hotel céntrico, cerca de donde se aloja el príncipe. Podríamos salir mañana por la tarde en el jet privado de mi padre. Si le digo que es por mis estudios no me pondrá ningún problema. Pediremos una suite de dos habitaciones: una con dos camas que compartiremos tú y yo, y otra para Bernie. Cuando hayamos hecho el check-in subimos a la suite, y una vez allí tú te sientes «indispuesta» –añadió entrecomillando de nuevo con los dedos–. Puedes decir que te duele mucho la cabeza y te acuestas. Bernie y yo nos quedaremos en el salón leyendo o viendo la televisión. Cuando pase una hora o así le diré que voy a salir a dar una vuelta y entraré un momento en la habitación con la excusa de ir a por mis gafas de sol o algo así. Y entonces será cuando hagamos el cambiazo: nos llevaremos una peluca rubia para que parezcas yo y un sombrero. Te pones mi ropa, yo me meto en la cama para que si entra Bernie crea que soy tú. Los chicos estarán montando guardia en el pasillo, pero cuando te vean salir también pensarán que soy yo. ¿Qué te parece?

–No se lo tragarán.

–Por intentarlo no perdemos nada, ¿no? Venga, Angel, ¿qué es lo peor que podría pasar?

Mila sopesó la idea. El plan de Sally parecía tan absurdo, y a la vez tan simple, que tal vez sí funcionara.

–Está bien; lo haremos.

No podía creerse que hubiera dicho eso, pero un cosquilleo de emoción la recorrió.

–¡Estupendo! –exclamó Sally, y añadió con una sonrisa perversa–: Esto va a ser divertido.

Capítulo Dos

 

Muerto… El rey había muerto… Larga vida al rey…

Ajeno al hermoso atardecer que estaba cayendo sobre la ciudad de Nueva York, Thierry, que aún estaba aturdido por la noticia, se paseaba arriba y abajo por la suite del hotel.

Ahora él era el rey de Sylvain y todos sus dominios, pues al haber exhalado su padre su último aliento, la corona había pasado automáticamente a él.

Una ráfaga de ira lo invadió. Su padre había tenido que morirse justo cuando él estaba fuera; no podía haber esperado a su regreso… Claro que era algo típico de él, andar siempre fastidiándolo. Hasta había insistido en que hiciera aquel viaje, sabiendo que estaba muriéndose. Quizá incluso lo hubiera hecho con toda la idea, porque sabía que no podría volver antes de su fallecimiento. Los arrebatos de emoción siempre lo habían incomodado.

Aunque habría sido difícil que se hubiese puesto sensible, teniendo en cuenta lo distante que su padre se había mostrado siempre con él, y cuando no estaba reprendiéndolo por la más mínima falta, se había encargado de recordarle a cada ocasión su deber para con su pueblo.

Sin embargo, más allá de la frustración y la ira que se agitaban dentro de él, Thierry sentía una honda pena, tal vez más por la relación padre-hijo que nunca habían llegado a tener que por los desencuentros entre ellos.

–¿Señor? –insistió su secretario, sacándolo de sus pensamientos–. ¿Hay algo que…?

–No –lo cortó Thierry antes de que pudiera volver a preguntarle si había algo que pudiera hacer por él.

Desde que habían recibido la noticia, todos los miembros de su personal, conscientes de que ya no servían al príncipe heredero, sino al nuevo rey, habían estado asfixiándolo en su empeño por mostrarse más serviciales que nunca. Se sentía como un león enjaulado allí dentro; tenía que salir, necesitaba respirar aire fresco y disfrutar de los pocos momentos de libertad que le quedaban antes de que la noticia saltara a los titulares de todo el mundo, cosa que ocurriría en solo unas horas. Se volvió hacia su secretario.

–Perdona, Pasquale. Es que esta noticia… aunque estábamos esperándola…

–Lo sé, señor. A todos nos ha impactado, a pesar de que sabíamos que era inminente.

Thierry asintió.

–Voy a salir –le dijo.

Su secretario puso cara de espanto.

–¡Pero, señor…!

–Pasquale, lo necesito. Necesito disfrutar de una última noche de libertad antes de que todo cambie.

Ya estaba empezando a sentir la presión de lo que sería su nueva vida. De pronto se sentía como si se hubiese convertido en Atlas, el titán de la mitología griega, con el peso del mundo sobre sus hombros.

–Está bien, siempre y cuando se lleve a sus guardaespaldas.

Thierry asintió, consciente de que eso no era negociable, aunque no era algo que le molestase, porque sus escoltas sabían ser discretos. Aparte del equipo de televisión que lo había pillado al llegar el día anterior al hotel, hasta ese momento ningún otro medio de comunicación había informado de su visita a los Estados Unidos.

En comparación con los otros jefes de estado que se habían reunido en la ciudad para acudir a la cumbre él no era más que un personaje real de poca monta, pero al día siguiente, para cuando la noticia de la muerte de su padre ocupase las portadas de los periódicos, eso habría cambiado. Solo esperaba que, para entonces, ya estuviese a bordo de su avión privado de regreso a Sylvain.

Se desanudó la corbata, se la quitó de un tirón y fue al dormitorio. Su anciano ayuda de cámara, Nico, que estaba allí sentado, hojeando un periódico, se levantó de inmediato.

–Nico, unos vaqueros y una camisa limpia, por favor.

–Enseguida, señor.

Minutos después, tras una ducha rápida, Thierry ya estaba vestido y esperando en el salón de la suite a sus guardaespaldas, listo para salir.

–Hace un poco de fresco, señor; necesitará esto –le dijo Nico, saliendo del dormitorio con una chaqueta informal colgada del brazo.

Le ayudó a ponérsela y le tendió unas gafas de sol y un gorro de lana.

–Nico, ¿querrás preparar mi equipaje para mañanas? –le pidió Thierry–. Creo que salimos a las ocho.

Adriano, el jefe de su equipo de escoltas, entró en la suite con sus tres hombres.

–Cuando quiera, señor.

Thierry le dio las gracias a Pasquale y a Nico con un asentimiento de cabeza y salieron.

–Hemos pensado que lo mejor sería utilizar la salida lateral del hotel, señor –le dijo Adriano, que iba a su lado, mientras avanzaban por el pasillo–. Así podremos evitar el vestíbulo. Además el servicio de seguridad del hotel ya ha rastreado las inmediaciones para asegurarse de que no hay paparazzi.

–Estupendo.

Se sentía como una oveja conducida por un grupo de perros pastores cuando llegaron a la planta baja y salieron del ascensor.

–Un poco de espacio, caballeros –les pidió en un tono firme, apretando el paso para ponerse solo al frente.

Sabía que no les haría mucha gracia, pero si iba por las calles con ellos rodeándolo, llamaría la atención y prefería parecer solo un transeúnte más.

 

 

–¡Que iba a ser divertido, dijo! –masculló Mila entre dientes mientras daba la sexta vuelta a la manzana que formaba el hotel.