Secretos de un soltero - Janice Maynard - E-Book

Secretos de un soltero E-Book

Janice Maynard

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Beschreibung

Entre los negocios y el placer. Para atrapar al espía que actuaba en la empresa de la familia, Zachary Stone necesitaba a un especialista de primera clase. Y, ni más ni menos, contrató a Frances Wickersham quien, cuando eran adolescentes, le suponía un desafío constante. Ahora, esa belleza de largas piernas desafiaba sus costumbres de playboy. Y ya que eran adultos, ¿pasarían por alto la innegable química que había entre ellos?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Janice Maynard

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Secretos de un soltero, n.º 191 - agosto 2021

Título original: Secrets of a Playboy

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-676-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

–Está prohibido el paso al público en esta planta.

Zachary Stone se enojó durante unos segundos. Tal vez debería añadir un código de acceso al ascensor. No era la primera vez que alguien pretendía estar donde no debía. El espacio de venta de Stone River Outdoors estaba en la planta baja, por lo que no había motivo alguno para que un cliente subiera a la séptima. Pero los seres humanos eras criaturas curiosas.

La mujer al otro extremo del pasillo se detuvo a contemplar una foto del Parque Nacional Acadia.

–Señora –dijo Zachary dirigiéndose hacia ella. La empresa había sido víctima de espionaje industrial en los años anteriores, así que debía ser precavido–. Señora, no puede estar aquí.

La mujer se volvió a mirarlo. Era alta y esbelta, con el cabello negro azabache y muy rizado.

Lo miraba fijamente con sus ojos de largas pestañas. Tenía el rostro pequeño y el mentón puntiagudo. Unas gafas de montura negra le daban un aire estudioso. Cuando Zachary se acercó más vio que el color casi lavanda de sus ojos no era habitual y recordó haber leído que la famosa actriz Elisabeth Taylor tenía ojos violetas. Los de aquella mujer eran entre color celeste y lavanda.

Su actitud era relajada y la evidente contrariedad de él no parecía afectarla.

Zachary volvió a advertirla.

–Por favor, vuelva abajo. No se permite el acceso a esta planta.

La mujer lo examinó de la cabeza a los pies.

–Tengo un cita.

«¡Qué voz!», pensó él. Su tono bajo y ronco le recordó lo mucho que hacía que no disfrutaba del sexo. Demasiado. Si el encuentro con una desconocida lo inquietaba de aquel modo, necesitaba acostarse con alguien.

–¿Una cita? –de pronto, las cosas comenzaron a encajar.

–Usted es…

Ella lo interrumpió.

–Frances Wickersham.

«¿Frances Wickersham?».

–En su correspondencia solo figuraba la inicial de su nombre.

Ella se encogió de hombros despreocupadamente.

–En mi trabajo, es mejor que los clientes no tengan prejuicios.

–Ah –se sintió fuera de juego, lo que le molestó aún más–. Vamos a mi despacho–. La condujo por el pasillo hasta el despacho que había heredado a la muerte de su padre. Cuando vivía, todas las decisiones se tomaban allí.

La decoración era muy tradicional, por lo que Zachary lo había remodelado por completo. La pintura era ahora más clara; los muebles, daneses; y el suelo, de parqué. Esperó a que la mujer se sentara y él lo hizo tras su escritorio.

–Gracias por venir –dijo tratando de recuperar el control de la situación.

–De nada –Frances Wickersham dejó el portafolios en la silla de al lado y se quitó la gabardina negra, clásica y cara, con gráciles movimientos. Debajo llevaba pantalones negros y una blusa de cachemir gris. Tenía largos dedos, en los que solo lucía un sencillo anillo de oro en el anular derecho.

Sin la gabardina, Zachary pudo contemplar sus femeninas curvas.

–Entonces –dijo–, ¿estamos de acuerdo en todas las condiciones?

Ella sonrió.

–He venido, ¿no? –abrió el portafolios y sacó un contrato–. Aquí consta todo aquello de lo que hemos hablado por correo electrónico. Me gustaría que usted y sus hermanos lo leyeran, al igual que su abogado. Suponiendo que todo les resulte satisfactorio, estoy dispuesta a empezar el lunes.

Zachary agarró el contrato y lo miró distraídamente antes de dejarlo a un lado. Se lo sabía de memoria. Por una elevada suma de dinero, Stone River Outdoors, la empresa familiar de material para actividades al aire libre, estaba a punto de contratar a una pirata informática profesional para que revisara los ordenadores de la empresa y comprobara si alguien les estaba robando dinero o diseños. Pensándolo con calma, parecía ridículo. Pero algo pasaba en la empresa.

Frances Wickersham observó el despacho y lo catalogó en silencio.

–Es bonito. Moderno, pero cálido. Tiene el prestigio de quienes piensan de manera no convencional.

Él sonrió, complacido por el elogio.

–¿Por qué supone que ha sido idea mía?

Ella dejó de observar a su alrededor y volvió a mirarlo.

–Usted siempre ha dicho que los escandinavos son unos genios. Y la tesis la hizo sobre el fundador de IKEA. Hubo una época en que quiso crear el mismo tipo de empresa, pero para el mercado del lujo. Pero supongo que se interpusieron sus compromisos familiares.

Él la miró asombrado al tiempo que se agarraba con fuerza a brazos de la silla.

–Perdone, ¿cómo dice?

Ella le sonrió con ironía.

–No te acuerdas de mí, ¿verdad, Zachary? Supongo que debería alegrarme. En aquel entonces era una adolescente confusa.

Él la contempló con la boca abierta.

–¿Frannie? ¿Eres tú?

 

 

Dos horas después, Zachary detuvo el coche delante de la hermosa casa de dos pisos de su hermano Quinten y se dijo que no estaba nervioso. Por supuesto que no.

Se había ofrecido a ir a buscar a Frances al hotel para llevarla a la cena, pero ella había declinado el ofrecimiento, de lo cual se alegraba. Debía hacerse a la idea de que Frances Wickersham era Frannie, su perdición adolescente.

Una rápida mirada al reloj le indicó que no podía seguir titubeando frente a la casa como un idiota. Por suerte, habría otras cuatro personas para ayudarle a mantener la conversación. Zachary no sabía qué decirle a Frannie, ahora que era adulta.

Pensándolo bien, pocas veces había conseguido derrotarla en ingenio cuando tenían catorce años, y menos ahora, con treinta años, él casi treinta y uno. Llevaban más de diez años sin verse, desde que terminaron los estudios en un prestigioso internado para estudiantes superdotados, donde él se había pasado cuatro años encarcelado, los más largos de su vida.

Frannie también estuvo allí, pero, a diferencia de él, no se pasó todo el tiempo tratando de escapar. Sinceramente, tenía el presentimiento de que a ella le gustaba el internado.

Se bajó del coche y se dirigió corriendo al porche. El mes de noviembre en Portland había comenzado con frío y lluvia. Katie, la esposa de Quin, le abrió la puerta antes de que llamara al timbre.

–Entra.

–¿Llego tarde? –la siguió por el pasillo hasta el comedor.

–La encargada del catering tiene a su hijo enfermo, así que le he dicho que no nos importaba comer inmediatamente.

Zachary contuvo el aliento. Frannie ya estaba allí y charlaba con su familia como si hiciera años que la conociera.

Ella alzó la vista y lo miró. ¿Eran imaginaciones de él la extraña conexión que acaba de experimentar? Miró a su alrededor para comprobar si alguien más se había dado cuenta. No lo parecía.

Se sentaron a la mesa y les sirvieron la ensalada.

–Supongo que ya habéis hecho las presentaciones –dijo Zachary.

Farrell asintió.

–En efecto, pero estábamos empezando, así que, si quieres, puedes rellenar lagunas, como, por ejemplo, por qué eres amigo de una pirata informática profesional.

–No exageres. Frannie y yo nos conocimos en la escuela secundaria. No sabía quién era cuando la contratamos.

Frannie le sonrió con ironía.

–Hace un momento me has llamado Frances.

–Lo siento. ¿Prefieres que te llame F. Wickersham?

Ella hizo una mueca.

–No me importa ser Frannie con la gente que conozco. Me siento a gusto.

Ivy, la prometida de Farrell, enarcó una ceja.

–No pasa nada porque Frances utilice la inicial de su nombre. Las mujeres, en terrenos dominados por los hombres, deben luchar para que se las reconozca. Yo, en su lugar, habría hecho lo mismo.

Quin se sirvió más salsa en la ensalada.

–Estoy impresionado, Frannie. Debes de ser muy inteligente. ¿Cómo te encontró Zachary?

–No la busqué a ella específicamente –protestó su hermano–. Hablé con un amigo de Washington y me dijo que era le mejor en su campo. Sigilosa, discreta y siempre con éxito. ¿Por qué no iba a contratar a semejante dechado de virtudes?

Frances sonrió con un leve aire de suficiencia.

–Debo reconocer que fue divertido sorprender a Zachary. Había seguido sus andanzas en la prensa sensacionalista. El mediano de los hermanos Stone con su inagotable provisión de mujeres del brazo y en la cama. Incluso en la escuela, donde el cociente intelectual era elevado, Zachary Stone era el rey. Todas las chicas lo querían y todos los chicos deseaban ser sus amigos.

–No todas las chicas –masculló Zachary.

–Un momento –dijo Farrell–. ¿No fue a Frannie a la que le dieron la beca en Oxford, en vez de a ti? ¡Menudo enfado tuviste!

–No entiendo por qué se molestó tanto –apuntó Frannie. Miró a Zachary de forma inquisitiva. ¿Querías de verdad estudiar en el extranjero?

–No –contestó él tratando de no parecer resentido–. Quería ir a una universidad donde pudiera pasármelo bien. Pero deseaba ganar esa maldita beca.

Todos rieron, menos él. Consiguió sonreír, aunque recordó lo que sintió a los diecisiete años al ser derrotado, de nuevo, por unas chica. Por la misma de siempre. Aunque el mundo lo considerara un soltero cotizado, muy masculino y resuelto, con Frannie siempre tuvo dudas sobre sí mismo.

–Pobre Zachary –dijo Farrell–. No quería ir a ese internado, pero nuestro padre insistió. Estaba tan impresionado por tener un hijo con un cociente intelectual de ciento setenta que quería que lo desafiaran.

–Y lo único que nuestro hermano quería –añadió Quin– era jugar al fútbol y salir con todas las chicas de Portland.

Zachary esperaba que la conversación cambiara de curso cuando les llevaran el primer plato, pero no fue así.

Katie continuó haciendo preguntas.

–¿Cómo de grande era la escuela, Frannie?

–No mucho. Nosotros éramos compañeros de laboratorio o hacíamos trabajos juntos.

–Ya basta de recuerdos –dijo Zachary con firmeza–. Frannie… Frances, ¿nos cuentas cómo vas a llevar la investigación en Stone River Outdoors?

–Claro –acabó de masticar y se limpió sus bonitos labios–. Comenzaré por los lugares donde es menos probable que haya problemas, como el departamento de ventas o los puestos básicos. Puedo revisarlos muy deprisa.

–¿Y nadie sabrá que estás husmeando? –preguntó Katie.

–No. Cerráis las oficinas a las cinco. Yo iré a las siete de la tarde y trabajaré hasta medianoche.

Zachary asintió.

–El único empleado que tiene que saberlo es el vigilante nocturno, que lleva veinticinco años trabajando en la empresa. Y ya hemos comprobado su historial. No hay nada que reprocharle.

–¿Y si nos equivocamos? –preguntó Farrell.

Frannie frunció el ceño.

–¿A qué te refieres?

–A que no tenemos pruebas de que nadie haya hecho nada. Dos de mis diseños aparecieron en el mercado cuando aún estaba trabajando en ellos. No eran muy buenos. Y cabe la posibilidad de que a dos personas se les ocurra la misma idea a la vez. Pero me preocupó, y he trasladado el laboratorio a mi casa de la costa norte hasta que estemos seguros.

Zachary miró a Frannie.

–Farrell es quien crea y desarrolla los productos. Katie dirige su departamento desde hace años y hace poco se casó con Quinten.

–Entonces, ¿debo buscar únicamente ideas robadas?

–No –contestó –Zachary–. Peor que eso. Nuestro padre murió en un sospechoso accidente de tráfico. Quinten estaba con él.

Frannie miró a Quin con los ojos como platos.

–¿De verdad?

–Sí. En el choque sufrí graves lesiones en la pierna. Pero ahora estoy muy bien y Katie se ocupa de que no me aparte del buen camino.

–¿Así que creéis que el accidente fue deliberado? –Frannie parecía perpleja–. ¿Por qué?

–No sabemos qué pensar –contestó Zachary. Pero que coincidiera con el robo de los diseños de Farrell nos ha puesto nerviosos. Nos alegraremos mucho si no encuentras nada, sinceramente. Contratarte es una póliza de seguros. Es un modo de protegernos.

–No os voy a salir barata. No quiero aceptar vuestro dinero con engaños. Aún no hemos firmado nada. Lo que me habéis contado podría ser una mera coincidencia.

Ivy rio bajito.

–Estoy segura de que los hermanos aprecian tu sinceridad, pero será un dinero bien empleado porque nos dará tranquilidad. Farrell y yo queremos casarnos en Navidad. Me sentiré mucho mejor si nos vamos de luna de miel y aquí todo se ha solucionado.

–¿Y los demás? –preguntó Frannie.

–Estoy de acuerdo –dijo Farrell.

Katie alzó la copa.

–Yo también.

–Y yo –Quin sonrió.

Frances se volvió hacia Zachary y lo miró fijamente.

–¿Y tú, Zachary?

 

 

Frannie lo miró tranquilamente disimulando que su mera presencia en el comedor la había vuelto a convertir en una adolescente con las hormonas revolucionadas. Se le había acelerado el pulso y tenía la boca seca. Zachary era a la vez el mismo chico que había conocido hacía mucho tiempo y otra persona distinta.

Su belleza había madurado, pero sus rasgos perfectos y deslumbrante sonrisa seguían dejándola con la boca abierta. No le sorprendía que con los años se hubiera ganado fama de playboy. Le gustaban las mujeres. Y él les gustaba a ellas.

Frannie debía estar alerta. El afecto residual que sentía por él era peligroso.

Había una motivo para que no tuviera pareja. Era más fácil así porque tenía menos probabilidades de que le partieran el corazón o hirieran sus sentimientos.

El espeso cabello castaño de Zachary brillaba a la luz de la araña. Su piel bronceada demostraba que pasaba tiempo al aire libre. Al igual que sus hermanos, era alto, delgado y atlético. En la escuela secundaria le hubiera gustado jugar al fútbol, pero, por desgracia, al internado para superdotados le interesaba más gastarse el dinero en microscopios y ordenadores que en equipamiento deportivo y campos de fútbol. Zachary se vio obligado a dar salida a su energía en deportes de interior.

Frannie se había distraído durante unos segundos, pero acabó por darse cuenta de que Zachary no le había respondido.

–Zachary, ¿estás de acuerdo?

No parecía seguro, lo cual no era bueno. Gastarse tanto dinero cuando uno de los socios de la empresa no estaba completamente seguro podía provocar conflictos. Su vacilación dolió a Frances.

Al final, asintió bruscamente.

–No creo que tengamos otra opción. Los dos años pasados han sido duros: las lesiones de Quinten, la muerte de nuestro padre y tener que aprender los tres a dirigir la empresa. No podemos arriesgarnos a perder lo que tanto trabajo nos ha costado preservar.

–Entonces, agotaré todas las posibilidades hasta que estemos seguros de que o Stone River Outdoors corre peligro o no tenéis nada que temer.

El tema de conversación cambió a partir de ese momento, lo que permitió a Frannie acabar de comer y observar la interacción entre los distintos miembros de la familia. Sabía bastante sobre ellos, ya que nunca aceptaba un trabajo hasta estar segura de a qué y a quién iba a enfrentarse. Uno de los aspectos de su trabajo era descubrir secretos. Y no se disculpaba por lo que sacaba a la luz.

Sabía que la familia Stone se parecía mucho a cualquier familia rica, con sus buenos y malos momentos. Había leído entusiastas elogios sobre la forma de esquiar de Quinten y las heridas que le obligaron a abandonar el esquí competitivo. Katie, su esposa, era una empleada leal de la empresa que se había enamorado del pequeño de los hermanos. Se habían casado a principios de ese año.

Frannie también sabía que Farrell había enviudado a los veintitantos años y había estado solo los ocho siguientes. Ivy Danby había aparecido en su vida hacía poco, con su bebé, y había persuadido al retraído inventor a darle una segunda oportunidad al amor.

Era curioso que no fuera tan fácil conseguir el perfil de Zachary, a pesar de las páginas y páginas que Frannie había encontrado sobre él en Internet y de que lo había conocido bien en otra época.

Zachary era un enigma. En la escuela era un alumno brillante, aunque no «aplicado», como señalaban los informes escolares. Poseía una aguda inteligencia, pero prefería ser famoso por sus payasadas y sus ganas de divertirse.

Aunque obtuvo una licenciatura en Harvard, no hizo el doctorado, bien para oponerse a los deseos de su padre o porque ya estaba harto del mundo académico.

Era lógico que ahora fuera director financiero de la empresa. Sus hermanos confiaban en su forma de manejar el dinero que entraba y salía. Sin embargo, Frannie creía que su trabajo no le resultaba excesivamente gratificante.

Zachary había viajado por todo el mundo. Aunque habría podido destacar en un deporte individual, como su hermano Quinten, siempre llevaba a cabo actividades en grupo, como explorar remotas zonas de los bosques amazónicos o hacer carreras de camellos en el Sáhara.

Era un hombre brillante y, para serlo, necesitaba estímulos.

Y luego estaban las mujeres, legiones de ellas. Su nombre iba unido a mujeres famosas, pero nunca había pensado en casarse. Aunque sus hermanos habían hallado el amor, el mediano de los Stone continuaba yendo solo por la vida.

Frannie no sabía qué pensar al respecto.

Un vez servidos el café y el postre, Katie dijo a la encargada del catering que podía irse a casa. Ivy se levantó y comenzó a recoger la mesa.

–Te ayudo a fregar, Katie.

–Yo también –dijo Frannie.

–No, eres nuestra invitada.

–Por favor –Frannie ladeó la cabeza hacia los tres hermanos que se habían puesto a hablar de fútbol–. Rescatadme

Las otras dos mujeres se echaron a reír y accedieron a que participara en lo que parecía ser un ritual femenino en aquella familia. Y Frannie estaba ansiosa de saber más cosas sobre el hombre del que se había enamorado en la adolescencia.

Cuando la cocina estuvo limpia y el lavaplatos funcionando, Frannie se apoyó en la encimera y sonrió.

–Contadme, ¿qué hay que hacer para domar a uno de los hermanos Stone?

Katie suspiró.

–No es para lo débiles de corazón. Trabajo para uno de ellos y me he casado con otro. Los crio su padre, lo cual te dará una pista sobre todo lo que quieres saber.

–Porque la madre murió joven, ¿verdad?

–Sí –Ivy asintió–. Los hermanos no tuvieron una influencia femenina en su infancia. Son arrogantes, obstinados e incapaces de aceptar limitaciones, pero pueden ser sorprendentemente tiernos, a pesar de toda esa testosterona de machos alfa.

–A veces son como gatitos –corroboró Katie–. Pero no hay que cometer el error de creer que puedes convencerles de que algo no es cierto, si creen lo contrario. Odian que los manipulen.

–Incluso de adolescente –dijo Frannie– Zachary tenía una increíble seguridad en sí mismo. Sinceramente, lo envidiaba. Tardé años en sentirme a gusto conmigo misma.

Ivy sonrió.

–Creo que no es fácil para una mujer que la consideren demasiado inteligente. Pero supongo que tenías amigas.

–Sí, pero la mayoría de mis amigos eran varones. Me imagino que se debía a que me gustaba más la ciencia, aunque no el deporte, que la moda o el maquillaje, para los cuales era una negada.

La puerta de la cocina se abrió y entró Zachary.

–No seas tan dura contigo misma, Frannie. Eras atractiva de una manera peculiar –sonrió a Katie e Ivy–. Tenía dos petos de pana que le quedaban grandes, uno verde y otro azul oscuro, y los combinaba con media docena de camisetas.

–¡Qué increíble que lo recuerdes! –exclamó Frannie.

–Pasamos mucho tiempo juntos, Bicho. Tengo una memoria excelente.

Katie enarcó una ceja

–¿Bicho?

Zachary sacó una cerveza de la nevera y la abrió.

–En la escuela Glenderry para niños superdotados, todos teníamos un apodo, yo incluido.

–No los elegíamos nosotros –añadió Frannie–. Otros alumnos, normalmente de cursos superiores, nos los ponían. Si eras un estudiante popular, como Zachary, el apodo no estaba tan mal. ¿Verdad, Stone Man?

–Hay bichos muy bonitos –afirmó Zachary.

Katie y Ivy miraron a Frannie con idéntica compasión.

–Seguro que odiabas ese apodo, Frannie –dijo Katie.

–Por supuesto –aunque oírselo decir a Zachary de forma despreocupada no estaba tan mal. Nunca lo había pronunciado con malicia.

–Pero mira en qué te has convertido –comentó Ivy–. Eres alta, preciosa, brillante y tienes mucho éxito. Nadie adivinaría que un idiota en la escuela te puso el apodo de Bicho.

Aunque Frannie no tenía muchas amigas íntimas, Ivy y Katie le caían bien. En otras circunstancias le hubiera gustado conocerlas mejor. Pero su profesión le dejaba poco tiempo para las relaciones sociales y, como viajaba constantemente, había aprendido a ser autosuficiente. En cuanto comenzara a trabajar en Stone River Outdoors, se sumergiría en su tarea. Era así como trabajaba mejor, concentrada exclusivamente en el rompecabezas que tenía delante.

–Gracias por el voto de confianza, Ivy. He progresado mucho desde aquella época. La mayor parte de la gente tiene malos recuerdos de la adolescencia. Los míos no lo son tanto. Fue mejor que acudir a una escuela pública normal y no poder estudiar todo lo que quisiera. En Glenderry no había límites.

–Me alegro de que Zachary y tú tuvierais esa oportunidad –afirmó Katie.

Zachary suspiró.

–Yo estaba sumido en un conflicto. La escuela era un lugar excelente para mí, pero luchaba contra esa realidad todos los días. Solo quería ser normal.

Frannie sonrió a los tres y a Quinten y Farrell, que acababan de entrar en la cocina.

–Vamos, Zachary –dijo–. Nunca fuiste normal.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Zachary no supo si sentirse insultado o alegre cuando todos se rieron de él.

–Muy gracioso –musitó.

Frannie se mordió el labio inferior intentando contener la risa.

–Lo siento, Zach, no he podido evitarlo.

Farrell hizo una mueca.

–¡Ostras!

–¿Qué pasa? –preguntó Frannie.

Quin le dio unas palmaditas en el hombro.

–No te preocupes, te protegeremos.

–Zachary detesta que lo llamen por el diminutivo de su nombre –dijo Katie.

–No puede ser –Frannie lo miró–. ¿Hablan en serio?

–En la universidad decidí que Zachary es más serio. Hace diez años que nadie me llama Zach.

–Vaya, lo siento.

–No pasa nada –dijo él llevándosela un momento al pasillo para hablar a solas–. Yo te he llamado Frannie, cuando es evidente que ahora eres Frances. Ya hemos madurado y somos personas serias. Pero sigo queriendo creer que aquella dulce chica continúa existiendo en tu interior. Me caía bien.

–Y a mí me caía bien Zach. Pero ¿no deberíamos dejar en paz el pasado si voy a trabajar en tu empresa?

–Somos viejos amigos, Frannie. Es cierto que no lo sabía al contratarte, pero ¿acaso importa? En aquella época compartimos muchas cosas. Glenderry contribuyó a convertirnos en lo que somos ahora.

–¿Te gusta la persona que eres? –preguntó ella con expresión cautelosa.

–Tal vez –contestó él de mala gana–. He tenido que tomar decisiones importantes en los dos últimos años. Mis hermanos me necesitaban.

–¿Así que has abandonado las citas en serie y los constantes viajes?

–Digámoslo así.

–¿Lo echas de menos?

–¿Cuál de las dos cosas? Ahora estoy en dique seco, si es lo que me preguntas.

Frannie comenzó a farfullar y dio marcha atrás.

–Tu vida amorosa no me concierne. Me voy al hotel –sacó el móvil para llamar a un taxi.

Zachary se lo quitó y lo levantó por encima de la cabeza.

–La Frannie que conocí era muy ahorradora. ¿Para qué vas a pagar para que te lleven, cuando yo puedo dejarte en el hotel de camino a casa? O, mejor aún…

–Mejor aún, ¿qué? –preguntó ella, sin siquiera intentar recuperar el móvil.

Él le dedico su sonrisa más tranquilizadora y encantadora.

–Podíamos parar a tomar algo. Me encantaría saber lo que has hecho desde la última vez que nos vimos.

Ella lo miró con recelo e interés a la vez.

–Podría estar bien. De acuerdo, Zach, te dejo que me lleves al hotel.

–Muy bien –le devolvió el teléfono–. Adoro a mi familia, pero no me importaría que nos marcháramos dentro de unos minutos, tras despedirnos.

Cuando volvieron a la cocina, los otros cuatro fingieron que no habían intentado oír lo que decían.

Frannie sonrió a Katie y Quin. Este le rodeaba la cintura con el brazo.

–Gracias por invitarme. La cena ha sido estupenda y estoy contenta de haberos conocido.

–El placer ha sido nuestro –afirmó Quin–. Tienes que volver, sobre todo porque parece que te quedarás en Portland un tiempo.

–Gracias, lo haré encantada –Frannie se volvió a Farrell e Ivy–. Enhorabuena por vuestra próxima boda. Creo que casarse en diciembre es bonito.

Ivy apoyó la cabeza en el hombro de Farrell.

–Si sigues aquí, espero que vengas.

–Te lo agradezco, pero no creo que esté trabajando aquí más de cuatro o cinco semanas. Espero irme de vacaciones al acabar. Después, en enero, tengo otro trabajo importante.

–Pues la invitación sigue en pie –contestó Ivy.