Seduciendo al hombre equivocado - Espiando al millonario - Yvonne Lindsay - E-Book

Seduciendo al hombre equivocado - Espiando al millonario E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

Ómnibus Deseo 516 Seduciendo al hombre equivocado ¿Una sensual velada con su futuro ex o un escandaloso encuentro con el hermano gemelo de este? Honor Gould había empezado a tener dudas acerca de su compromiso con el heredero de la poderosa familia Richmond hasta aquella inesperada noche de pasión. Salvo que, en realidad, Honor no había pasado la noche con su prometido, sino con Logan Parker, ¡su gemelo desaparecido treinta años atrás! Con la repentina vuelta de Logan, el legado de los Richmond estaba en peligro. Y Honor estaba atrapada entre una promesa… y el hombre que le había robado el cuerpo y el corazón. Espiando al millonario Su futuro dependía de ganarse su confianza y no enamorarse de él. Tras haber sido falsamente acusada de malversación de fondos, Tami Wilson, para demostrar su inocencia, se vio forzada a espiar a su nuevo jefe, Keaton Richmond, el mismo hombre, tremendamente atractivo, que la había llevado a pasar unos días en plena naturaleza para un retiro corporativo… y que después la tentó a rendirse a la abrasadora química que bullía entre los dos. Pero ¿cómo podría seguir adelante con su plan si se enamoraba de él?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación

de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción

prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 516 - mayo 2023

 

© 2020 Yvonne Lindsay

Seduciendo al hombre equivocado

Título original: Seducing the Lost Heir

 

© 2021 Yvonne Lindsay

Espiando al millonario

Título original: Scandalizing the CEO

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2021

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta

edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto

de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con

personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o

situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por

Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas

con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de

Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos

los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-749-5

Índice

 

Créditos

 

Seduciendo al hombre equivocado

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

 

Espiando al millonario

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

 

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Solo se había tomado dos copas de champán, pero estaba empezando a sentirse algo aturdida. Sin lugar a duda, debía dejar de beber alcohol. Honor Gould había aprendido a la fuerza, observando a su madre, lo que ocurría cuando una pasaba de sentirse aturdida a estar borracha, y de estar borracha a tomar decisiones equivocadas y estúpidas.

El ruido en aquel bar de hotel de Seattle se había vuelto ensordecedor con la llegada de todos los delegados de la conferencia. A Honor siempre le sorprendía que, personas que eran tan profesionales durante las horas de trabajo, se volviesen tan caóticas cuando se relajaban. Ella no solía dejarse llevar, mucho menos, estando entre extraños. No, Honor tenía un plan y no pensaba emborracharse.

Uno de sus compañeros le ofreció otra copa de champán, pero ella la rechazó.

–No, gracias. Ya he bebido suficiente.

–Oh, venga. Tienes que celebrar que te han nombrado interiorista comercial del año –protestó él.

Honor aceptó la copa por hacerlo callar y la levantó a modo de brindis, pero no se la llevó a los labios.

–Gracias –le dijo, sonriendo a pesar de que en realidad se sentía molesta con la situación.

–Eso está mejor –le contestó él antes de darse media vuelta para marcharse.

Honor se apartó de la multitud y buscó un lugar tranquilo junto a la barra. Desde allí podría dedicarse a observar antes de subir a la habitación que había reservado en el mismo hotel, para asegurarse de que llegaría a tiempo a la ponencia que tenía que dar a primera hora del día siguiente, antes de ir a trabajar. Dudaba de que fuese a tener mucho público, ya que sus compañeros iban a preferir dormir hasta tarde después de aquella fiesta, pero no le importaba. En realidad, lo que más le interesaba era poder añadir aquella charla a su currículum. Tras salir de las cloacas en las que había vivido con su madre, Honor tenía claro que quería tener éxito. El premio que había recibido aquella noche, la charla que iba a dar al día siguiente eran pequeños pasos necesarios para alcanzar su meta. Para conseguir seguridad, confort, alternativas.

Dejó la copa de champán encima de la barra y pidió un agua con gas al camarero. Se la bebería y subiría a la habitación. Nadie la echaría en falta y podría dedicarse a repasar las notas para el día siguiente.

Estaba terminándose el agua cuando sintió un escalofrío. Se giró ligeramente y clavó la mirada en el hombre que acababa de llegar.

¿Keaton? ¿Qué hacía allí? ¿Había ido a darle una sorpresa?

No era posible. Su prometido no era una persona espontánea. Cuando ella le había contado que pasaría dos días en aquel hotel, se había limitado a asentir con desinterés y había seguido trabajando. Cuando lo había invitado a asistir a la cena en la que le darían el premio, él había comentado que ya tenía una cena de negocios que no podía cancelar. Y, no obstante, allí estaba, atravesando el bar y dirigiéndose hacia una mesa pequeña que había pegada a la pared.

Era un hombre guapo. Muy guapo. Pero siempre actuaba como si no fuese consciente de ello. Esa noche parecía cansado. Agotado. Se sentó en una silla y sonrió a la camarera que se le acababa de acercar. Honor se dio cuenta de que había estado tocándose sin darse cuenta el anillo de compromiso que llevaba en la mano izquierda, como hacía siempre que estaba nerviosa, y se obligó a parar.

Aquella noche Keaton estaba diferente. Tal vez fuese porque iba vestido demasiado de sport. Keaton Richmond siempre iba elegante, aunque fuese de pícnic, pero aquella chaqueta de cuero que llevaba puesta parecía muy usada. No se le había visto antes, aunque lo cierto era que no vivían juntos, así que no tenía por qué conocer todo su armario.

Lo vio levantar la vista y recorrer con los ojos la habitación. Miró hacia donde estaba ella, pero no detuvo la mirada, aunque después volvió. Honor le sonrió. Él tardó un instante antes de dedicarle una sonrisa de medio lado que la derritió. Honor se puso recta, pero él apartó la vista y se dedicó a leer la carta de comida y bebida que tenía delante.

Al parecer, estaba jugando, fingiendo que no la conocía. Honor no supo si sentirse molesta o intrigada. Tal vez Keaton la había escuchado la última vez que habían tenido una discusión acerca de su relación. Hacía meses que no tenían sexo y la última vez había sido más una válvula de escape que un acto de devoción. De hecho, ella había empezado a preguntarse si todos sus sueños de futuro podían estar en la línea floja.

Keaton se había mostrado evasivo cuando ella le había sugerido darle algo más de chispa a sus relaciones íntimas, incluso que empezasen a vivir juntos antes de la boda, para la que todavía no tenían fecha. Aquel limbo en el que estaba su relación había empezado a incomodarla. Llevaba trabajando con Keaton, en la empresa de la familia de este, cinco años; y dos saliendo con él. Se habían prometido hacía año y medio.

No había sido el romance del año, pero Honor se había dicho que ella no buscaba romances, después de haber sido testigo de la vida amorosa de su madre. No, en cuanto había empezado a trabajar en Richmond Developments había decidido llegar a lo más alto y, si para conseguirlo antes tenía que casarse con el hijo del jefe, estaba dispuesta a hacerlo. Además, no era que no respetase o que no le gustase Keaton. Solo tenían que avivar el fuego de su relación de vez en cuando.

Pero Keaton no solía jugar.

¿Por qué lo estaba haciendo en ese momento?

Se sintió tan intrigada que decidió seguirle la corriente para averiguar qué se proponía. La camarera dejó una cerveza en la mesa de Keaton. Eso también la sorprendió. Nunca lo había visto beber cerveza. Ni siquiera en verano. Observó cómo se la llevaba a los labios y daba largos sorbos. Observó el movimiento de los músculos de su garganta, vio el brillo de sus labios húmedos mientras dejaba el vaso en la mesa. Sintió deseo al verlo relamerse. Él levantó la vista. La miró a los ojos.

Pareció sorprenderle que siguiese con la mirada clavada en él y volvió a sonreír de medio lado. Honor sintió que se le erguían los pezones. Era la primera vez que lo deseaba así. Así que decidió dejar de jugar y entrar en acción. Tomó su bolso, sacó una de las dos tarjetas que le habían dado para abrir la puerta de la habitación y la guardó en su mano.

 

 

La mujer atravesó el bar. Llevaba un vestido negro de cóctel que se ceñía a su cintura y le sentaba como un guante. Logan observó cómo varias personas intentaban pararla para darle conversación, pero ella siguió avanzando con la vista clavada en él.

No había dormido desde que había salido de su ciudad, Auckland, en Nueva Zelanda, a las nueve de la noche del día anterior, ni durante el viaje en avión, de más de doce horas. Nada más llegar a Los Ángeles había tomado otro vuelo a Seattle. Y, una vez allí, había hecho lo posible por luchar contra el jet lag y había decidido pasear para intentar acostumbrarse a la nueva zona horaria. En esos momentos solo quería una cerveza, algo de comer y una cama. No quería hablar con nadie ni buscaba compañía, pero, al parecer, iba a tener compañía, la quisiese o no.

Y lo cierto era que se trataba de una mujer muy atractiva. Tenía el pelo rubio y largo, echado sobre un hombro, que caía por el pronunciado escote. El vestido era sofisticado y sexy, pero Logan pensó que preferiría verlo tirado en el suelo, en el suelo de su habitación.

Sacudió la cabeza. No, no, no. No había ido allí a eso. Había ido a averiguar su identidad, por penoso que sonase aquello. Era un hombre hecho y derecho de treinta y cuatro años, así que, si todavía no sabía quién era, tenía un grave problema. De hecho, había creído saber quién era hasta que había encontrado una caja en el fondo de un armario de su madre, después del funeral de esta, mientras vaciaba la casa para poder venderla.

Se sintió frustrado al pensar que había pasado toda su vida llamando mamá a Alison Parker cuando, en realidad, esta no había sido su madre. Así que allí estaba, en los Estados Unidos, dispuesto a encontrar a sus verdaderos padres, con la esperanza de que estos lo aceptasen.

Mientras soñaba despierto, la impresionante criatura, ataviada con un vestido negro, se había acercado más. Sintió su presencia antes de ser consciente de sus intenciones. La mujer le agarró la barbilla, él levantó el rostro y, para su sorpresa, recibió un beso.

Logan no respondió al principio, de hecho, la situación le parecía tan surrealista que tardó en reaccionar, pero entonces su instinto tomó las riendas. Cerró los ojos y se dejó llevar. Y sintió que todo desaparecía a su alrededor. Solo podía oír los latidos de su propio corazón. Solo podía oler el aroma especiado de aquel perfume femenino.

Entonces, se terminó. Sintió que ella se apartaba y abrió los ojos. Iba a hablar, pero la mujer apoyó un dedo en sus labios.

–No digas nada. Habitación 6035. Te espero allí en diez minutos.

Dicho aquello, le puso en la mano una tarjeta y se marchó. Él la observó hipnotizado mientras cruzaba el recibidor y se dirigía hacia los ascensores. Agarró con fuerza la tarjeta y se dijo que no iba a seguirla. No quería problemas. No quería que lo drogasen, robasen sus órganos y despertar en una bañera llena de hielo.

Aunque también podía ser la mejor noche de toda su vida.

Llegaron los sándwiches que había pedido y una segunda cerveza. Comió estos y dejó la cerveza. No quería más alcohol. Necesitaba tener la cabeza despejada. Se miró el reloj. Habían pasado diez minutos. Todavía podía sentir los labios de aquella mujer en los suyos. Sin darse cuenta de que acababa de tomar una decisión, dejó un puñado de billetes encima de la mesa y se dirigió hacia los ascensores.

Bajó en el sexto piso y avanzó por el pasillo. Dudó al llegar delante de la habitación 6035. Entonces, acercó la tarjeta al lector y la luz se puso en verde, entró. La habitación estaba poco iluminada, pero no le costó encontrar a la atractiva criatura que lo había besado en el bar y le había hecho perder el sentido común. ¿Qué estaba haciendo en la habitación de hotel de una extraña?

La mujer todavía llevaba el vestido, pero se había quitado los tacones.

–Me alegro de que hayas venido –le dijo, acercándose a él.

Lo abrazó por el cuello y se puso de puntillas para besarlo. Su embriagadora fragancia volvió a envolverlo, seduciendo sus sentidos y haciéndole pensar que aquello era buena idea. Logan sintió que le ardía la sangre en las venas. No podía desearla más.

La agarró por la cintura y la apretó contra su cuerpo. No sintió necesidad de hablar, no quiso estropear el momento. Profundizó el beso mientras ella enterraba los dedos en su pelo y le arañaba suavemente el cuero cabelludo.

Entonces, sintió que le quitaba la chaqueta y tiraba de su camisa. La ayudó y rompió el beso solo el tiempo necesario para sacarse la camisa por la cabeza. Sus labios volvieron a tocarse y él sintió la tela del vestido contra el pecho desnudo, pero no fue suficiente. Buscó a tientas la cremallera en la parte trasera. ¡Y la encontró! La agarró con dos dedos y la fue bajando muy despacio.

Logan apartó los labios de los de ella y se apartó para no perderse el momento de la revelación. La mujer se mostró cohibida al principio, como si, de repente, le diese vergüenza, pero luego la vio llevarse las manos a los hombros para dejar caer el vestido al suelo. Él contuvo la respiración al ver brillar su piel doraba bajo la tenue luz de la habitación de hotel. Los pechos henchidos descansaban en un sujetador negro, a juego con las braguitas, que se aferraban a las caderas, haciendo que sus piernas pareciesen kilométricas.

Logan tragó saliva porque se le había quedado la boca seca de repente y dio un paso al frente. Alargó las manos hacia ella y le preguntó.

–¿Puedo?

Ella sonrió y asintió suavemente. Logan no necesitó más. Acarició los pechos a través del sujetador de encaje. La mujer dio un grito ahogado y él la volvió a besar. Le bajó los tirantes del sujetador y bajó una copa. Le pellizcó el pezón erguido y la sintió temblar.

–¿Te gusta? –le preguntó en un susurro.

–Quiero más –le rogó ella.

Logan repitió el movimiento y después bajó la cabeza para tomar la punta rosada con los labios. Ella volvió a gemir y a estremecerse.

Él pasó la lengua por el pecho antes de mordérselo suavemente.

–Más –volvió a pedirle ella, sujetándole la cabeza con ambas manos como si no soportase la idea de que se apartase.

Aunque Logan no habría podido apartarse. Se sentía irremediablemente atraído hacia ella. Su olor, su sabor, sus gemidos, lo estaban volviendo loco. Tuvo la sensación de que estaba soñando y no quería despertarse. Aunque estaba seguro de que pronto volvería a la realidad. No obstante, por el momento iba a tomar lo que le ofrecían. Y él también iba a dar.

Logan la hizo retroceder hasta la cama y la tumbó en ella. Se colocó entre sus piernas y se desabrochó el cinturón antes de quitarse los zapatos a patadas y bajarse los pantalones y los calcetines. No quería quitarse los calzoncillos todavía. Estaba a punto de estallar y no quería perder aquella oportunidad. Para empezar, iba a asegurarse de que aquella misteriosa mujer disfrutase tanto como él.

Metió los dedos por debajo de sus braguitas y se las bajó por las largas piernas. El triángulo rubio oscuro que había entre sus piernas le resultó lo más sexy que había visto en mucho tiempo. Se tumbó sobre su cuerpo y le desabrochó el sujetador.

–¿Te han dicho ya lo deliciosamente bella que eres? –le preguntó, pasando la mano por un pecho antes de apretárselo con cuidado.

–Solo tú –respondió ella en un susurro ronco, cerrando los ojos mientras él le besaba los pechos.

Sintió que se retorcía debajo de él y deseó hacerla suya, pero pensó que quería hacer las cosas bien. Quería asegurarse de que ella disfrutase antes que él. Recorrió su abdomen con los labios y pasó la lengua por su ombligo antes de continuar bajando.

Se arrodilló en el suelo delante de la cama y se inclinó sobre ella. Aspiró el olor almizclado de su sexo y la deseó todavía más. Nunca había sido tan consciente de otro ser humano como lo era en esos momentos de aquella mujer. La acarició entre los muslos y notó que se apretaba contra él.

–¿Estás impaciente? –le preguntó en voz baja.

Logan apartó la mano y sopló sobre su cuerpo.

–Me estás torturando –gimoteó ella mientras Logan metía un dedo entre sus muslos.

–Pero te gusta, ¿verdad?

Entonces pasó la lengua por su clítoris.

Ella empezó a respirar más deprisa y Logan la miró. Tenía la cabeza apretada contra el colchón y una fina capa de sudor hacía que le brillase el pecho. Tenía la piel sonrojada y los pezones todavía más erguidos, si es que eso era posible.

Logan metió otro dedo en su interior y la acarició con la esperanza de hacerla llegar al clímax. Siguió acariciándola con la lengua y, entonces, cuando pensó que estaba a punto de romperse, cerró los labios alrededor de su clítoris y chupó con fuerza. Ella se retorció. Sus músculos internos se contrajeron, volviéndolo loco, pero esperó a que su cuerpo se quedase relajado antes de moverse.

–No sabía que supieses hacer eso –le dijo ella con satisfacción.

–Pues hay más.

Buscó un preservativo en el bolsillo de sus pantalones. Aunque fuese un tópico, le gustaba estar siempre preparado. Se bajó los calzoncillos y se lo colocó antes de ponerse en pie, agarrarle las rodillas con las manos y arrastrarla hasta el borde del colchón.

–¿Sigues bien? –le preguntó.

Estaba dispuesto a parar si ella no quería continuar.

–Nunca había estado mejor –le contestó–. Házmelo.

Él sonrió mientras se colocaba a la entrada de su cuerpo, que estaba húmedo después del orgasmo, así que no le costó entrar. Logan cerró los ojos y sintió cómo el cuerpo de ella se ajustaba a su erección.

–¿A qué estás esperando? –le preguntó ella, apretándolo con sus músculos internos.

–A eso –le dijo él, apartándose y volviendo a entrar.

En ese momento todo se volvió borroso; no había nada más en el mundo que sus cuerpos unidos de la manera más íntima en la que un hombre y una mujer podían estar unidos. Se movió en su interior y notó cómo ella se apretaba contra él. La oyó respirar con dificultad y sintió que se aferraba a sus hombros. Logan se obligó a abrir los ojos, se obligó a mirarla, a grabar su imagen, así, debajo de su cuerpo, tan perdida en él como él en ella.

Se dio cuenta de que volvía a tener el escote sonrojado y supo que estaba a punto de llegar al orgasmo otra vez. Tenía que verla ahogándose en aquel mar de placer antes de dejarse llevar por completo, pero al final llegaron al clímax a la vez.

Logan se dejó caer sobre su cuerpo e hizo que ambos se tumbasen de lado. Seguía dentro de ella, podía sentir sus cuerpos unidos, sus corazones latiendo a un ritmo perfecto mientras la sensación de placer empezaba a decaer y la realidad ocupaba de nuevo su lugar. La mujer le acarició el rostro y lo miró fijamente a los ojos.

–No sabía que pudiésemos estar así –le dijo–. Ha sido… no, tú has sido, somos perfectos.

–Ha sido perfecto, sí –admitió él.

Entonces le dio un beso profundo, lento. Era la primera vez que hacía algo así, pero ambos lo habían querido y lo cierto era que la experiencia había sido perfecta, sobre todo, siendo la primera vez que estaban juntos.

«La primera y la última», se recordó. Se apartó de su cuerpo y se quedaron allí tumbados mientras sus corazones y sus respiraciones volvían a la normalidad. Logan necesitaba asearse, así que se levantó de la cama y fue al cuarto de baño. Cuando volvió, se la encontró tapada con las sábanas y profundamente dormida. Aunque su instinto lo instó a volver a la cama con ella, supo que solo había sido un desahogo para ella.

Así que tomó su ropa y se vistió. Dejó la tarjeta de la habitación encima de la mesa y apagó la luz antes de salir de la habitación.

No volvería a verla jamás, pero tampoco la olvidaría ni olvidaría aquella noche mientras viviese.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Honor se despertó temprano a la mañana siguiente y se desperezó en la cama. Alargó la mano hacia Keaton y se sintió decepcionada, aunque no sorprendida, al no encontrarlo a su lado. Sonrió de oreja a oreja. La noche anterior había superado todas sus expectativas.

Cuando le había sugerido darle algo de vida a su relación, jamás había esperado que él se lo tomase tan en serio. De hecho, había tenido la sensación de que casi no la escuchaba. Keaton era así. Tranquilo, en ocasiones pedante y siempre en control de la situación. Había mantenido el control incluso la noche anterior, aunque, sin duda, había desempeñado un papel nuevo. Hasta entonces, el sexo entre ellos siempre había sido, como mucho, insustancial. Y poco frecuente. De hecho, Honor había empezado a temerse que Keaton quisiese romper su compromiso. Fingir que no la conocía había sido una idea brillante. De hecho, había acariciado su cuerpo como si hubiese sido la primera vez. Incluso se había esforzado en simular un acento extranjero en las pocas palabras que habían intercambiado.

Se pasó una mano por el pecho recordando cómo la había tocado él. Cómo le había excitado la aspereza de su barba en la piel. Keaton solía afeitarse dos veces al día y Honor se preguntó si, a partir de entonces, iba a empezar a relajarse un poco más. Tal vez la siguiente vez pudiese ser ella quien fingiese que no lo conocía.

Se echó a reír al imaginar las posibles situaciones en las que cumplir sus fantasías. Se retorció entre las sábanas y lamentó que Keaton no estuviese allí. La noche anterior había sido ella la que más había disfrutado, la siguiente vez sería él quien gozase de sus atenciones, le demostraría lo mucho que le agradecía que hubiese hecho aquel esfuerzo.

Giró la cabeza y miró el reloj digital que había sobre la mesita de noche. Tenía que ponerse en marcha si quería hacer su presentación. Se levantó de la cama y fue al cuarto de baño, sonrió al ver el envoltorio del preservativo en la basura. Abrió la ducha y se metió debajo del chorro sin esperar a que se calentase el agua. En esos momentos, necesitaba centrarse para la conferencia. Después, volvería al trabajo, a la normalidad. A Keaton.

Se sintió esperanzada. Ojalá que la noche anterior hubiese sido el inicio de algo nuevo para ambos.

Si sus peores temores se hubiesen hecho realidad y Keaton hubiese roto su compromiso, Honor sabía que lo que se habría esperado de ella era que se marchase de Richmond Developments. Por muchos años que hubiese trabajado allí. Douglas y Nancy Richmond eran muy leales a sus hijos, Keaton y Kristin. Lo daban todo por ellos y era evidente que Keaton iba a ocupar el puesto de su padre cuando este se jubilase, dos años más tarde. Y Honor tenía la esperanza de ascender también y ser su mano derecha.

La pobreza en la que había pasado su niñez había alimentado su ambición. Había visto cómo sus padres se destrozaban el uno al otro a base de infidelidades, y la desesperación y la culpabilidad de su madre cuando su padre se había marchado de casa. Por eso había aceptado la propuesta de matrimonio de Keaton, porque era una persona estable, con la que era imposible tener terribles discusiones. Su matrimonio se basaría en sus sueños y metas comunes, en su búsqueda del éxito y la seguridad.

Honor se había convencido de que era feliz con eso, de que era lo que siempre había querido, pero al ver que Keaton se mostraba reacio a fijar una fecha para la boda, había empezado a tener miedo y a sentir la misma inseguridad que de niña.

Salió de la ducha, se secó y buscó en su bolsa de aseo el anillo de compromiso que Keaton le había regalado varios meses antes. Incluso la proposición había sido apática y pragmática. Después, habían salido juntos a comprar el diamante y Keaton había buscado en él más una inversión que una declaración de amor. Honor llevaba con orgullo la joya porque era una demostración de lo lejos que había llegado en la vida.

Le costó un poco ponérselo y se preguntó por qué se lo había quitado nada más subir a la habitación, después de haberle dado la tarjeta de esta a Keaton.

En cualquier caso, la noche anterior era un buen augurio de su futuro juntos, pensó mientras se maquillaba, se recogía el pelo en un moño y se ponía un traje de pantalón color crema. Se miró por última vez al espejo y asintió.

En el ascensor, sacó el teléfono y le mandó un mensaje a Keaton: Ya te echo de menos. Estoy deseando volver a verte.

Sonrió mientras lo enviaba y volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo. No esperaba una respuesta. Aunque, después de la noche anterior, tal vez… Antes de entrar en la sala de conferencias comprobó de nuevo el teléfono. Nada. Se dijo que no debía sentirse decepcionada, sacó el ordenador portátil y abrió su presentación, pero no pudo evitar volver a comprobar si tenía mensajes.

Nada. Apartó el tema de su mente y se centró en comenzar con la exposición. Ya tendría tiempo de decirle a Keaton lo mucho que le había gustado la noche anterior cuando lo viese unas horas después en la oficina.

 

 

Logan cambió de postura en la cama y miró al techo. Maldijo el jet lag. Había intentado obligar a su cuerpo a adaptarse, pero seguía cansado y pensó que iba a necesitar al menos una semana para volver a sentirse normal.

Lo que no había sido normal era la noche anterior. En cierto modo, se sentía un poco decepcionado consigo mismo. Era la primera vez que utilizaba a una mujer por placer, sin conocerla. De hecho, no sabía ni su nombre, aunque sí sabía cómo hacerla enloquecer de deseo.

Se preguntó si volvería a encontrársela esa noche también. O esa misma mañana, en el vestíbulo del hotel. Estudió su reflejo en el espejo y sacudió la cabeza. Tenía mal aspecto.

Se dio una ducha, se afeitó y se vistió antes de salir a desayunar. Tenía un par de horas, como mucho, antes de hacer lo que había ido a hacer allí. Solo de pensarlo se le encogió el estómago y, de repente, ya no quiso desayunar. Enfrentarse a su madre biológica y a su padre iba a ser lo más duro que había hecho en su vida. Eran las personas que debían haberlo criado, con las que debía haber compartido los momentos más importantes de su vida.

¿Qué pensarían cuando supiesen que a él también le interesaba todo lo relacionado con la arquitectura? ¿Valorarían su ética en el trabajo y que hubiese levantado un negocio multimillonario comprando edificios antiguos y convirtiéndolos en viviendas ecológicas por toda Australasia?

Sin duda, le pedirían alguna prueba de que era quien afirmaba ser. Logan no era tonto. Había hecho sus pesquisas y sabía que Richmond Developments era una empresa de vanguardia, similar a la suya. Salvo que sus padres compraban edificios en lugares privilegiados, los demolían y construían de cero. Él prefería rendir homenaje al pasado histórico de las construcciones, conservar sus características especiales y, al mismo tiempo, modernizarlas. No, su familia no iba a recibirlo con los brazos abiertos. Dado que se dedicaban al mismo negocio, tal vez incluso sospechase de sus intenciones. Serían cautos, y harían bien. Tendrían que hacerse pruebas, pero al final se demostraría su relación. Y, entonces, ¿qué?

Se preguntó, y no por primera vez, si habría seguido el mismo camino de haber crecido allí en vez de hacerlo en Nueva Zelanda. ¿Había sabido Alison Parker lo que hacía al robarlo del hospital para criarlo ella sola? No debía de haber estado en su sano juicio. Había dado a luz a su propio hijo, muerto el mismo día que Logan y su hermano gemelo habían nacido. Y la pérdida debía de haberla trastornado. Después de su muerte, varios meses atrás, Logan había encontrado sus diarios y se había quedado conmocionado al leerlos.

No obstante, como madre, lo había hecho lo mejor que había podido. Cuando su marido había fallecido durante una peligrosa misión, ella había decidido marcharse de Estados Unidos y volver a Nueva Zelanda, su país natal, donde había criado a Logan como a cualquier niño local que hacía surf en verano y esquiaba en invierno. Y si alguien le había preguntado por qué no se parecía a sus primos, por qué él tenía el pelo rubio oscuro, la piel clara y los ojos grises, siempre habían explicado que se parecía a su padre. En cualquier caso, había sido de la familia y siempre se había sentido aceptado en ella.

No obstante, Logan siempre había tenido la sensación de que aquel no era su lugar. Y, al encontrar los diarios de su madre y la pulsera del hospital con su verdadero nombre, por fin había entendido el motivo. No le había contado a nadie cuál era el motivo real por el que viajaba a Estados Unidos. Todos pensaban que estaba allí para ampliar el negocio de Parker Construction. Y, tal vez, si todo salía bien, lo haría.

Enseguida se hizo la hora de ir a Richmond Developments. Después del paseo, Logan volvió al hotel a recoger su maletín y tomó un taxi en la puerta. Al llegar a Richmond Tower, comprobó su aspecto en los brillantes espejos del ascensor y lo dio por bueno. Llevaba en el maletín una copia de los diarios de Alison y de la pulsera del bebé. Había pedido ver a su padre biológico bajo el pretexto de hablar de una posible oportunidad de negocio con él. Y no era del todo mentira. Logan pensaba que a Richmond Developments le faltaba un importante nicho de mercado, que conservar edificios antiguos y su historia era el futuro porque todo el mundo necesitaba raíces, él, el primero.

Las puertas del ascensor se abrieron, dando paso a una elegante zona de recepción. Las dos mujeres que había delante del mostrador levantaron la vista y le sonrieron, aunque, al mismo tiempo, pareciesen confundidas. La más joven se puso en pie.

–¿Señor Richmond?

–Soy Logan Parker, he venido a ver al señor Douglas Richmond –respondió él en tono firme.

–Es usted el señor Parker –repitió ella.

La otra mujer tiró de su brazo y murmuró algo y la joven volvió a sonreír.

–Voy a avisar de su llegada.

Logan acababa de descubrir que su gemelo trabajaba en el negocio familiar. Había pensado que sería más sencillo reunirse con su padre allí, pero no se había parado a reflexionar acerca del efecto que tendría su imagen.

–Está aquí el señor Parker, que ha venido a ver al señor Richmond –dijo en voz baja–. Sí, señor, yo mismo lo acompañaré.

Se puso en pie y se acercó a Logan.

–Acompáñeme, señor Parker.

Este la siguió por un largo pasillo hasta llegar a unas puertas dobles. La recepcionista llamó con los nudillos antes de abrirlas.

–Está aquí el señor Parker, señor –anunció antes de girarse hacia Logan–. Adelante.

–Gracias.

Logan entró en el despacho y se sintió como si acabase de entrar en la guarida de un león. Puso los hombros rectos. Lo que ocurriese allí iba a determinar el curso del resto de su vida.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

El hombre mayor que había detrás del escritorio se puso en pie. Estaba bronceado, pero había palidecido ligeramente al verlo.

–¿Keaton? ¿Qué estás haciendo?

–No, señor, soy Logan Parker.

El otro hombre palideció todavía más.

–¿Quién demonios eres? –inquirió.

–Como le he dicho, soy Logan Parker. Aunque tal vez me recuerde por otro hombre –continuó él, acercándose más y tendiéndole la mano.

–¿Otro nombre? ¿Explíquese?

–Al nacer me llamaron Kane Douglas Richmond –le dijo él, intentando guardar la calma.

–Eso no es posible. Nuestro hijo desapareció hace más de treinta años, ¿verdad, Nancy?

Al entrar, Logan no se había dado cuenta de que había una mujer delante del ventanal, en una esquina. Se giró hacia ella y oyó como daba un grito ahogado.

–¿Kane? Douglas, ¿es posible…?

Las rodillas se le doblaron al estudiarlo con la mirada y tuvo que apoyarse en una silla para mantenerse en pie. Las lágrimas brotaron de sus ojos y empezó a temblar mientras le tendía una mano.

–Kane. Oh, Dios mío, Douglas, es él. Es nuestro niño, que vuelve con nosotros después de tanto tiempo.

Douglas Richmond salió de detrás del escritorio y ayudó a su esposa a sentarse en un sillón antes de volver a mirar a Logan.

–¿Qué significa esto? ¿Quién es usted? –lo interrogó.

–Señor, lo siento. Debí haberle advertido de quién era antes de venir, pero no estaba seguro de que fuese a aceptar recibirme si afirmaba ser el hijo que le robaron hace ya varias décadas.

–¿Y eso asegura ser?

–Douglas, ¿no lo ves? Es idéntico a Keaton –intervino Nancy, tomando la mano de su marido–. Tiene que ser Kane, nuestro hijo mayor.

Pero Douglas Richmond seguía sin estar convencido.

–Pensé que había solicitado esta reunión para hablar de negocios. ¿Qué quiere en realidad de nosotros?

–Así es –le respondió Logan–. Y sigo deseando hablar de negocios, pero antes me gustaría enseñarles algo. Entiendo que estén sorprendidos, yo me sentí igual cuando descubrí mi verdadera identidad.

Logan apoyó el maletín en una silla y lo abrió. Sacó las copias del diario y la pulsera identificativas del hospital y lo dejó todo encima del escritorio de su padre.

–Esto pertenecía a la mujer que me crio. Por favor, léanlo cuando puedan. Si prefieren, puedo dejárselas aquí y volver en otro momento.

Era evidente que sus padres estaban en estado de shock con su aparición. Él, también. Mirar a su padre era como entrar en una máquina del tiempo y verse con treinta años más. Y lo mismo con respecto a su madre. Tenía el mismo color de ojos que ella. A pesar de la tensión que había en el ambiente, Logan sintió que había una conexión entre ellos. No obstante, tal vez fuese un buen momento para marcharse y dejar que absorbiesen solos toda la información.

–Veo que mi llegada les ha desconcertado a los dos.

Dejó una tarjeta de visita encima de la mesa.

–Pueden llamarme por teléfono. Estaré en mi hotel, esperando la llamada.

Se dio la media vuelta y fue hacia la puerta.

–¡No, no te marches! –le gritó Nancy, poniéndose en pie.

Avanzó por el suelo enmoquetado hasta detenerse delante de él y alargó las manos hacia su rostro para tocarle las mejillas.

–Nancy, no puedes estar segura de que es él –le advirtió Douglas con cautela.

–No te atrevas a decirme que no reconozco a mi propio hijo –le replicó ella sin apartar la mirada de Logan ni un instante–. Es mi niño. Has crecido dentro de mí, yo te di a luz, te tuve en brazos, te di el pecho y, entonces, te llevaron, pero has vuelto con nosotros y nuestra familia vuelve a estar completa.

Logan no supo qué decir, pero su silencio no disuadió a Nancy.

–Douglas, llama a Keaton y a Kristin para que vengan. Tienen que conocerlo. Tienen que ver a su hermano.

Para sorpresa de Logan, su padre obedeció. Hizo dos llamadas en un momento.

–Siéntate, joven. Aunque no creo que tengamos que esperar mucho –le dijo después a regañadientes antes de volver a ocupar el sillón que había detrás del escritorio.

Logan se sentó y se mantuvo en silencio. Nancy se había cambiado al sillón que había a su lado. Ambos lo miraban casi sin parpadear, su madre, maravillada, su padre, con incredulidad. No habían pasado más de dos minutos cuando llamaron a la puerta y entró un hombre. Logan se puso en pie y se giró hacia él.

–¿Se puede saber qué ocurre? –preguntó su gemelo con gesto de sorpresa.

Eran idénticos.

–Keaton, quiero presentarte a tu hermano, Kane, aunque en realidad ahora se llama Logan Parker, ¿no? –dijo Nancy con voz temblorosa.

–No sé quién es este impostor, pero yo no tengo ningún hermano –comentó Keaton en tono firme.

Logan se sintió como si le hubiesen dado una patada en el estómago. Siempre había querido tener hermanos, toda su vida. Y después de haber descubierto que tenía dos, sintió que lo que más le importaba era que lo creyesen.

–Si te sirve de consuelo –le dijo Logan–, hasta hace muy poco tiempo yo tampoco sabía que tú existías.

Llamaron de nuevo a la puerta y entró una mujer joven, su hermana, a juzgar por su parecido a Nancy.

–¿Qué ocurre? ¿Quién es este? –inquirió esta.

–Kristin, es tu hermano –le explicó Nancy–. Tu otro hermano.

–No es posible. Está muerto.

–Lo cierto es que estoy vivo, muy vivo –comentó Logan.

–¿Cómo es posible? –preguntó Kristin–. Siempre me habíais dicho, desde pequeña, que había muerto.

–Lo que tu madre os ha dicho siempre es que lo habíamos perdido, el resto ha sido interpretación vuestra –admitió Douglas muy a su pesar–. Es evidente que el parecido es enorme…

–Pero eso no significa nada –insistió Keaton, acercándose más a Logan–. No sé quién eres, pero has tenido la osadía de venir aquí con esta historia. ¿Cuánto dinero quieres?

Logan resopló.

–¿Dinero? Tengo mucho dinero. Lo que no tengo es a mi familia.

–¿Y pretendes apropiarte de la nuestra? –inquirió Kristin.

Logan tomó la pulsera identificativa del hospital que había dejado sobre el escritorio de su padre.

–Si fuese un impostor, ¿tendría esto?

–Cualquiera podría falsificar eso.

Logan apretó los labios. Aquella no estaba siendo la cálida reunión familiar con la que había soñado.

–Mirad, haré lo que sea necesario para demostrar que soy quien digo ser –añadió, mirando a Keaton–. Decidme dónde y cuándo vamos a hacernos las pruebas de ADN y allí estaré.

–Te veo muy seguro de ti mismo –le contestó Keaton.

–No tengo la costumbre de mentir ni de engañar a nadie –respondió él con firmeza–. Mira, hasta que mi madre, o la mujer que me crio, falleció recientemente, siempre había pensado que ella y su difunto marido habían sido mis padres, aunque no me pareciese mucho a ninguno de los dos. Se habían conocido en la Antártida, donde él formaba parte de las fuerzas de apoyo estadounidenses y ella era enfermera, neozelandesa. Luego fueron a vivir a Estados Unidos y se casaron allí. Cuando ella falleció, encontré esto.

Gesticuló hacia las copias del diario.

–Y la pulsera identificativas.

Hizo una pausa antes de continuar.

–Que yo sepa, Alison Parker supo que su marido había fallecido durante una misión y se puso de parto, pero su hijo nació muerto. Supongo que fue tal el dolor que sintió, que perdió la cabeza. Así que, según ella misma escribió en el diario, aprovechó un cambio de turno de las enfermeras para entrar en la habitación donde estaban los bebés, sacarme de mi cuna y, escondido en su bolso de viaje, llevarme a su casa.

–Después viajó de Seattle a Los Ángeles, donde me sacó el pasaporte con el nombre de su hijo muerto en el consulado de Nueva Zelanda. Para ello la ayudaron los antiguos compañeros de su marido, que habían sabido que estaba embarazada y no dudaron en ningún momento de ella. Había llegado a Estados Unidos desde Nueva Zelanda con su apellido de soltera en el pasaporte, así que supongo que eso evitó que pudiesen encontrarla después.

Nancy se puso tensa en su sillón.

–Eso lo explica todo. Supongo que recordarás, Douglas, que la policía y el personal del hospital removieron cielo y tierra para encontrar al niño. Investigaron a todas las personas ingresadas, en especial, a una mujer que había perdido a su propio hijo, pero no la incluyeron en la investigación porque las cámaras de seguridad mostraban que no llevaba con ella ningún bebé, solo un bolso.

Tragó saliva.

–Y tú estabas en ese bolso.

A Logan no le había dado tiempo a responder cuando volvieron a llamar la puerta.

–Siento llegar tarde. Acabo de volver de…

Todas las cabezas se giraron hacia la recién llegada, a quien Logan reconoció de inmediato: su amante de la noche anterior. Aunque ya no era la criatura sensual y cariñosa que se había acercado a él, le había besado y le había invitado a subir a su habitación, sino una profesional fría y distante, con un enorme diamante en la mano izquierda.

Ella miró a su hermano y después a él, y Logan supo que se estaba dando cuenta de a quién se le había insinuado la noche anterior.

–¿Keaton? ¿Qué está pasando aquí?

Logan la vio atravesar el despacho y colocarse al lado de su hermano.

–Eso nos gustaría saber a todos. Este tipo asegura ser mi hermano gemelo.

 

 

Honor contuvo el impulso de salir huyendo. No era posible. No podía haber dos Keatons. Así que, al parecer, se había acostado con un extraño. Un extraño que era idéntico a su prometido, sí, pero, en cualquier caso, había engañado a Keaton. Y lo había engañado con su hermano.

Sintió náuseas, pero las contuvo. No podía ser. Ella siempre era fiel. Había sido testigo de lo que la infidelidad podía hacerle a una familia y se había prometido ser siempre fiel. No obstante, había cometido el mayor error de toda su vida.