Seduciendo al hombre equivocado - Yvonne Lindsay - E-Book
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Seduciendo al hombre equivocado E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

¿Una sensual velada con su futuro ex o un escandaloso encuentro con el hermano gemelo de este? Honor Gould había empezado a tener dudas acerca de su compromiso con el heredero de la poderosa familia Richmond hasta aquella inesperada noche de pasión. Salvo que, en realidad, Honor no había pasado la noche con su prometido, sino con Logan Parker, ¡su gemelo desaparecido treinta años atrás! Con la repentina vuelta de Logan, el legado de los Richmond estaba en peligro. Y Honor estaba atrapada entre una promesa… y el hombre que le había robado el cuerpo y el corazón.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Dolce Vita Trust

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Seduciendo al hombre equivocado, n.º 2143 - diciembre 2020

Título original: Seducing the Lost Heir

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-204-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Solo se había tomado dos copas de champán, pero estaba empezando a sentirse algo aturdida. Sin lugar a duda, debía dejar de beber alcohol. Honor Gould había aprendido a la fuerza, observando a su madre, lo que ocurría cuando una pasaba de sentirse aturdida a estar borracha, y de estar borracha a tomar decisiones equivocadas y estúpidas.

El ruido en aquel bar de hotel de Seattle se había vuelto ensordecedor con la llegada de todos los delegados de la conferencia. A Honor siempre le sorprendía que, personas que eran tan profesionales durante las horas de trabajo, se volviesen tan caóticas cuando se relajaban. Ella no solía dejarse llevar, mucho menos, estando entre extraños. No, Honor tenía un plan y no pensaba emborracharse.

Uno de sus compañeros le ofreció otra copa de champán, pero ella la rechazó.

–No, gracias. Ya he bebido suficiente.

–Oh, venga. Tienes que celebrar que te han nombrado interiorista comercial del año –protestó él.

Honor aceptó la copa por hacerlo callar y la levantó a modo de brindis, pero no se la llevó a los labios.

–Gracias –le dijo, sonriendo a pesar de que en realidad se sentía molesta con la situación.

–Eso está mejor –le contestó él antes de darse media vuelta para marcharse.

Honor se apartó de la multitud y buscó un lugar tranquilo junto a la barra. Desde allí podría dedicarse a observar antes de subir a la habitación que había reservado en el mismo hotel, para asegurarse de que llegaría a tiempo a la ponencia que tenía que dar a primera hora del día siguiente, antes de ir a trabajar. Dudaba de que fuese a tener mucho público, ya que sus compañeros iban a preferir dormir hasta tarde después de aquella fiesta, pero no le importaba. En realidad, lo que más le interesaba era poder añadir aquella charla a su currículum. Tras salir de las cloacas en las que había vivido con su madre, Honor tenía claro que quería tener éxito. El premio que había recibido aquella noche, la charla que iba a dar al día siguiente eran pequeños pasos necesarios para alcanzar su meta. Para conseguir seguridad, confort, alternativas.

Dejó la copa de champán encima de la barra y pidió un agua con gas al camarero. Se la bebería y subiría a la habitación. Nadie la echaría en falta y podría dedicarse a repasar las notas para el día siguiente.

Estaba terminándose el agua cuando sintió un escalofrío. Se giró ligeramente y clavó la mirada en el hombre que acababa de llegar.

¿Keaton? ¿Qué hacía allí? ¿Había ido a darle una sorpresa?

No era posible. Su prometido no era una persona espontánea. Cuando ella le había contado que pasaría dos días en aquel hotel, se había limitado a asentir con desinterés y había seguido trabajando. Cuando lo había invitado a asistir a la cena en la que le darían el premio, él había comentado que ya tenía una cena de negocios que no podía cancelar. Y, no obstante, allí estaba, atravesando el bar y dirigiéndose hacia una mesa pequeña que había pegada a la pared.

Era un hombre guapo. Muy guapo. Pero siempre actuaba como si no fuese consciente de ello. Esa noche parecía cansado. Agotado. Se sentó en una silla y sonrió a la camarera que se le acababa de acercar. Honor se dio cuenta de que había estado tocándose sin darse cuenta el anillo de compromiso que llevaba en la mano izquierda, como hacía siempre que estaba nerviosa, y se obligó a parar.

Aquella noche Keaton estaba diferente. Tal vez fuese porque iba vestido demasiado de sport. Keaton Richmond siempre iba elegante, aunque fuese de pícnic, pero aquella chaqueta de cuero que llevaba puesta parecía muy usada. No se le había visto antes, aunque lo cierto era que no vivían juntos, así que no tenía por qué conocer todo su armario.

Lo vio levantar la vista y recorrer con los ojos la habitación. Miró hacia donde estaba ella, pero no detuvo la mirada, aunque después volvió. Honor le sonrió. Él tardó un instante antes de dedicarle una sonrisa de medio lado que la derritió. Honor se puso recta, pero él apartó la vista y se dedicó a leer la carta de comida y bebida que tenía delante.

Al parecer, estaba jugando, fingiendo que no la conocía. Honor no supo si sentirse molesta o intrigada. Tal vez Keaton la había escuchado la última vez que habían tenido una discusión acerca de su relación. Hacía meses que no tenían sexo y la última vez había sido más una válvula de escape que un acto de devoción. De hecho, ella había empezado a preguntarse si todos sus sueños de futuro podían estar en la línea floja.

Keaton se había mostrado evasivo cuando ella le había sugerido darle algo más de chispa a sus relaciones íntimas, incluso que empezasen a vivir juntos antes de la boda, para la que todavía no tenían fecha. Aquel limbo en el que estaba su relación había empezado a incomodarla. Llevaba trabajando con Keaton, en la empresa de la familia de este, cinco años; y dos saliendo con él. Se habían prometido hacía año y medio.

No había sido el romance del año, pero Honor se había dicho que ella no buscaba romances, después de haber sido testigo de la vida amorosa de su madre. No, en cuanto había empezado a trabajar en Richmond Developments había decidido llegar a lo más alto y, si para conseguirlo antes tenía que casarse con el hijo del jefe, estaba dispuesta a hacerlo. Además, no era que no respetase o que no le gustase Keaton. Solo tenían que avivar el fuego de su relación de vez en cuando.

Pero Keaton no solía jugar.

¿Por qué lo estaba haciendo en ese momento?

Se sintió tan intrigada que decidió seguirle la corriente para averiguar qué se proponía. La camarera dejó una cerveza en la mesa de Keaton. Eso también la sorprendió. Nunca lo había visto beber cerveza. Ni siquiera en verano. Observó cómo se la llevaba a los labios y daba largos sorbos. Observó el movimiento de los músculos de su garganta, vio el brillo de sus labios húmedos mientras dejaba el vaso en la mesa. Sintió deseo al verlo relamerse. Él levantó la vista. La miró a los ojos.

Pareció sorprenderle que siguiese con la mirada clavada en él y volvió a sonreír de medio lado. Honor sintió que se le erguían los pezones. Era la primera vez que lo deseaba así. Así que decidió dejar de jugar y entrar en acción. Tomó su bolso, sacó una de las dos tarjetas que le habían dado para abrir la puerta de la habitación y la guardó en su mano.

 

 

La mujer atravesó el bar. Llevaba un vestido negro de cóctel que se ceñía a su cintura y le sentaba como un guante. Logan observó cómo varias personas intentaban pararla para darle conversación, pero ella siguió avanzando con la vista clavada en él.

No había dormido desde que había salido de su ciudad, Auckland, en Nueva Zelanda, a las nueve de la noche del día anterior, ni durante el viaje en avión, de más de doce horas. Nada más llegar a Los Ángeles había tomado otro vuelo a Seattle. Y, una vez allí, había hecho lo posible por luchar contra el jet lag y había decidido pasear para intentar acostumbrarse a la nueva zona horaria. En esos momentos solo quería una cerveza, algo de comer y una cama. No quería hablar con nadie ni buscaba compañía, pero, al parecer, iba a tener compañía, la quisiese o no.

Y lo cierto era que se trataba de una mujer muy atractiva. Tenía el pelo rubio y largo, echado sobre un hombro, que caía por el pronunciado escote. El vestido era sofisticado y sexy, pero Logan pensó que preferiría verlo tirado en el suelo, en el suelo de su habitación.

Sacudió la cabeza. No, no, no. No había ido allí a eso. Había ido a averiguar su identidad, por penoso que sonase aquello. Era un hombre hecho y derecho de treinta y cuatro años, así que, si todavía no sabía quién era, tenía un grave problema. De hecho, había creído saber quién era hasta que había encontrado una caja en el fondo de un armario de su madre, después del funeral de esta, mientras vaciaba la casa para poder venderla.

Se sintió frustrado al pensar que había pasado toda su vida llamando mamá a Alison Parker cuando, en realidad, esta no había sido su madre. Así que allí estaba, en los Estados Unidos, dispuesto a encontrar a sus verdaderos padres, con la esperanza de que estos lo aceptasen.

Mientras soñaba despierto, la impresionante criatura, ataviada con un vestido negro, se había acercado más. Sintió su presencia antes de ser consciente de sus intenciones. La mujer le agarró la barbilla, él levantó el rostro y, para su sorpresa, recibió un beso.

Logan no respondió al principio, de hecho, la situación le parecía tan surrealista que tardó en reaccionar, pero entonces su instinto tomó las riendas. Cerró los ojos y se dejó llevar. Y sintió que todo desaparecía a su alrededor. Solo podía oír los latidos de su propio corazón. Solo podía oler el aroma especiado de aquel perfume femenino.

Entonces, se terminó. Sintió que ella se apartaba y abrió los ojos. Iba a hablar, pero la mujer apoyó un dedo en sus labios.

–No digas nada. Habitación 6035. Te espero allí en diez minutos.

Dicho aquello, le puso en la mano una tarjeta y se marchó. Él la observó hipnotizado mientras cruzaba el recibidor y se dirigía hacia los ascensores. Agarró con fuerza la tarjeta y se dijo que no iba a seguirla. No quería problemas. No quería que lo drogasen, robasen sus órganos y despertar en una bañera llena de hielo.

Aunque también podía ser la mejor noche de toda su vida.

Llegaron los sándwiches que había pedido y una segunda cerveza. Comió estos y dejó la cerveza. No quería más alcohol. Necesitaba tener la cabeza despejada. Se miró el reloj. Habían pasado diez minutos. Todavía podía sentir los labios de aquella mujer en los suyos. Sin darse cuenta de que acababa de tomar una decisión, dejó un puñado de billetes encima de la mesa y se dirigió hacia los ascensores.

Bajó en el sexto piso y avanzó por el pasillo. Dudó al llegar delante de la habitación 6035. Entonces, acercó la tarjeta al lector y la luz se puso en verde, entró. La habitación estaba poco iluminada, pero no le costó encontrar a la atractiva criatura que lo había besado en el bar y le había hecho perder el sentido común. ¿Qué estaba haciendo en la habitación de hotel de una extraña?

La mujer todavía llevaba el vestido, pero se había quitado los tacones.

–Me alegro de que hayas venido –le dijo, acercándose a él.

Lo abrazó por el cuello y se puso de puntillas para besarlo. Su embriagadora fragancia volvió a envolverlo, seduciendo sus sentidos y haciéndole pensar que aquello era buena idea. Logan sintió que le ardía la sangre en las venas. No podía desearla más.

La agarró por la cintura y la apretó contra su cuerpo. No sintió necesidad de hablar, no quiso estropear el momento. Profundizó el beso mientras ella enterraba los dedos en su pelo y le arañaba suavemente el cuero cabelludo.

Entonces, sintió que le quitaba la chaqueta y tiraba de su camisa. La ayudó y rompió el beso solo el tiempo necesario para sacarse la camisa por la cabeza. Sus labios volvieron a tocarse y él sintió la tela del vestido contra el pecho desnudo, pero no fue suficiente. Buscó a tientas la cremallera en la parte trasera. ¡Y la encontró! La agarró con dos dedos y la fue bajando muy despacio.

Logan apartó los labios de los de ella y se apartó para no perderse el momento de la revelación. La mujer se mostró cohibida al principio, como si, de repente, le diese vergüenza, pero luego la vio llevarse las manos a los hombros para dejar caer el vestido al suelo. Él contuvo la respiración al ver brillar su piel doraba bajo la tenue luz de la habitación de hotel. Los pechos henchidos descansaban en un sujetador negro, a juego con las braguitas, que se aferraban a las caderas, haciendo que sus piernas pareciesen kilométricas.

Logan tragó saliva porque se le había quedado la boca seca de repente y dio un paso al frente. Alargó las manos hacia ella y le preguntó.

–¿Puedo?

Ella sonrió y asintió suavemente. Logan no necesitó más. Acarició los pechos a través del sujetador de encaje. La mujer dio un grito ahogado y él la volvió a besar. Le bajó los tirantes del sujetador y bajó una copa. Le pellizcó el pezón erguido y la sintió temblar.

–¿Te gusta? –le preguntó en un susurro.

–Quiero más –le rogó ella.

Logan repitió el movimiento y después bajó la cabeza para tomar la punta rosada con los labios. Ella volvió a gemir y a estremecerse.

Él pasó la lengua por el pecho antes de mordérselo suavemente.

–Más –volvió a pedirle ella, sujetándole la cabeza con ambas manos como si no soportase la idea de que se apartase.

Aunque Logan no habría podido apartarse. Se sentía irremediablemente atraído hacia ella. Su olor, su sabor, sus gemidos, lo estaban volviendo loco. Tuvo la sensación de que estaba soñando y no quería despertarse. Aunque estaba seguro de que pronto volvería a la realidad. No obstante, por el momento iba a tomar lo que le ofrecían. Y él también iba a dar.

Logan la hizo retroceder hasta la cama y la tumbó en ella. Se colocó entre sus piernas y se desabrochó el cinturón antes de quitarse los zapatos a patadas y bajarse los pantalones y los calcetines. No quería quitarse los calzoncillos todavía. Estaba a punto de estallar y no quería perder aquella oportunidad. Para empezar, iba a asegurarse de que aquella misteriosa mujer disfrutase tanto como él.

Metió los dedos por debajo de sus braguitas y se las bajó por las largas piernas. El triángulo rubio oscuro que había entre sus piernas le resultó lo más sexy que había visto en mucho tiempo. Se tumbó sobre su cuerpo y le desabrochó el sujetador.

–¿Te han dicho ya lo deliciosamente bella que eres? –le preguntó, pasando la mano por un pecho antes de apretárselo con cuidado.

–Solo tú –respondió ella en un susurro ronco, cerrando los ojos mientras él le besaba los pechos.

Sintió que se retorcía debajo de él y deseó hacerla suya, pero pensó que quería hacer las cosas bien. Quería asegurarse de que ella disfrutase antes que él. Recorrió su abdomen con los labios y pasó la lengua por su ombligo antes de continuar bajando.

Se arrodilló en el suelo delante de la cama y se inclinó sobre ella. Aspiró el olor almizclado de su sexo y la deseó todavía más. Nunca había sido tan consciente de otro ser humano como lo era en esos momentos de aquella mujer. La acarició entre los muslos y notó que se apretaba contra él.

–¿Estás impaciente? –le preguntó en voz baja.

Logan apartó la mano y sopló sobre su cuerpo.

–Me estás torturando –gimoteó ella mientras Logan metía un dedo entre sus muslos.

–Pero te gusta, ¿verdad?

Entonces pasó la lengua por su clítoris.

Ella empezó a respirar más deprisa y Logan la miró. Tenía la cabeza apretada contra el colchón y una fina capa de sudor hacía que le brillase el pecho. Tenía la piel sonrojada y los pezones todavía más erguidos, si es que eso era posible.

Logan metió otro dedo en su interior y la acarició con la esperanza de hacerla llegar al clímax. Siguió acariciándola con la lengua y, entonces, cuando pensó que estaba a punto de romperse, cerró los labios alrededor de su clítoris y chupó con fuerza. Ella se retorció. Sus músculos internos se contrajeron, volviéndolo loco, pero esperó a que su cuerpo se quedase relajado antes de moverse.

–No sabía que supieses hacer eso –le dijo ella con satisfacción.

–Pues hay más.

Buscó un preservativo en el bolsillo de sus pantalones. Aunque fuese un tópico, le gustaba estar siempre preparado. Se bajó los calzoncillos y se lo colocó antes de ponerse en pie, agarrarle las rodillas con las manos y arrastrarla hasta el borde del colchón.

–¿Sigues bien? –le preguntó.

Estaba dispuesto a parar si ella no quería continuar.

–Nunca había estado mejor –le contestó–. Házmelo.

Él sonrió mientras se colocaba a la entrada de su cuerpo, que estaba húmedo después del orgasmo, así que no le costó entrar. Logan cerró los ojos y sintió cómo el cuerpo de ella se ajustaba a su erección.

–¿A qué estás esperando? –le preguntó ella, apretándolo con sus músculos internos.

–A eso –le dijo él, apartándose y volviendo a entrar.

En ese momento todo se volvió borroso; no había nada más en el mundo que sus cuerpos unidos de la manera más íntima en la que un hombre y una mujer podían estar unidos. Se movió en su interior y notó cómo ella se apretaba contra él. La oyó respirar con dificultad y sintió que se aferraba a sus hombros. Logan se obligó a abrir los ojos, se obligó a mirarla, a grabar su imagen, así, debajo de su cuerpo, tan perdida en él como él en ella.

Se dio cuenta de que volvía a tener el escote sonrojado y supo que estaba a punto de llegar al orgasmo otra vez. Tenía que verla ahogándose en aquel mar de placer antes de dejarse llevar por completo, pero al final llegaron al clímax a la vez.

Logan se dejó caer sobre su cuerpo e hizo que ambos se tumbasen de lado. Seguía dentro de ella, podía sentir sus cuerpos unidos, sus corazones latiendo a un ritmo perfecto mientras la sensación de placer empezaba a decaer y la realidad ocupaba de nuevo su lugar. La mujer le acarició el rostro y lo miró fijamente a los ojos.

–No sabía que pudiésemos estar así –le dijo–. Ha sido… no, tú has sido, somos perfectos.

–Ha sido perfecto, sí –admitió él.

Entonces le dio un beso profundo, lento. Era la primera vez que hacía algo así, pero ambos lo habían querido y lo cierto era que la experiencia había sido perfecta, sobre todo, siendo la primera vez que estaban juntos.

«La primera y la última», se recordó. Se apartó de su cuerpo y se quedaron allí tumbados mientras sus corazones y sus respiraciones volvían a la normalidad. Logan necesitaba asearse, así que se levantó de la cama y fue al cuarto de baño. Cuando volvió, se la encontró tapada con las sábanas y profundamente dormida. Aunque su instinto lo instó a volver a la cama con ella, supo que solo había sido un desahogo para ella.

Así que tomó su ropa y se vistió. Dejó la tarjeta de la habitación encima de la mesa y apagó la luz antes de salir de la habitación.

No volvería a verla jamás, pero tampoco la olvidaría ni olvidaría aquella noche mientras viviese.

Capítulo Dos