Seis para no dormir - Stella Maris Pollini - E-Book

Seis para no dormir E-Book

Stella Maris Pollini

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Beschreibung

"Seis Para no Dormir" son los primeros seis cuentos de Stella Maris Pollini, una mujer nacida y criada en Quilmes, cuya principal fuente de inspiración para algunas de las historias en este libro fue el Cementerio Municipal de Quilmes. En cinco de estos cuentos el suspenso y lo sobrenatural son los principales protagonistas. La otra historia toma un rumbo diferente para llevar al lector a conocer a una mujer cuya vida entera cambia con una decisión increíble.

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Seitenzahl: 666

Veröffentlichungsjahr: 2014

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Seis para no dormir

Stella Maris Pollini

Editorial Autores de Argentina

Índice

AYUDAME Parte 1Capítulo ICapítulo IICapítulo IIICapítulo IVCapítulo VCapítulo VICapítulo VIICapítulo VIIICapítulo IXCapítulo XCapítulo XIParte 2Capítulo ICapítulo IICapítulo IIICapítulo IVCapítulo VCapítulo VICapítulo VIICapítulo VIIICapítulo IXCapítulo XCapítulo XICapítulo XIICapítulo XIIICapítulo XIVCapítulo XVEl DesenlaceParte 3El DesenlaceCapítulo ICapítulo IICapítulo IIICapítulo IVCapítulo VCapítulo VICapítulo VIICapítulo VIIICapítulo IXCapítulo XCapítulo XICapítulo XIICapítulo XIIICapítulo XIV¿DÓNDE ESTÁS ISABEL?SENTIMIENTOSCapítulo ICapítulo IICapítulo IIICapítulo IVCapítulo VCapítulo VICapítulo VIICapítulo VIIICapítulo XICapítulo XCapítulo XICapítulo XIICapítulo XIIICapítulo XIVCapítulo XVCapítulo XVICapítulo XVIICapítulo XVIIICapítulo XIXCapítulo XXCapítulo XXICapítulo XXIICapítulo XXIIICapítulo XXIVCapítulo XXVCapítulo XXVICapítulo XXVIICapítulo XXVIIICapítulo XXIXCapítulo XXXCapítulo XXXICapítulo XXXIICapítulo XXXIIICapítulo XXXIVCapítulo XXXVCapítulo XXXVICapítulo XXXVIICapítulo XXXVIIICapítulo XXXIXCapítulo XLCapítulo XLICapítulo XLIIUna noche de terrorRegresamosLa fuerza de la oscuridad

1

Pollini, Stella Maris

    Seis para no dormir. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2014.    

    E-Book.

    ISBN 978-987-711-183-5          

    1. Narrativa Argentina. 2.  Cuento. I. Título

    CDD A863

2

Agradecimientos y Dedicatoria

Mi amor infinito para Daniel, mi esposo, al que le agradezco el aliento que me dio para que me animara a plasmar en papel todas mis ideas. A Daniela, mi hija mayor, la que corrigió mis modos verbales y me sugirió cambios en algunos párrafos, y que con paciencia leyó y corrigió cada cuento. A Melina, mi hija menor, que cuando estaba en plena tarea realizándolos venía  de visita y le leía lo que iba escribiendo, mientras ella acariciaba a Roberto, que exigía mimos. Y a Roberto, por supuesto, mi pinscher miniatura, que es parte de ésta familia y el que más me extrañó mientras me dedicaba a escribir, acostumbrado a estar a mi lado, siguiéndome a todas partes o durmiendo una siesta en mis brazos. A todos ellos les agradezco por la paciencia infinita que me tuvieron mientras escribía estos cuentos cortos y por las horas que estuve sentada frente a la máquina dejándolos un poco abandonados.

Las ideas suelen atacarme en la noche, cuando me despierto sin motivo y no logro conciliar nuevamente el sueño. En esos momentos dejo que mi imaginación vague hasta que mi brújula apunta al norte y  me dice que hallé el camino. A una idea le agrego otra y otra, y voy dejando que mi imaginación se exprese, vuele por la oscuridad dando luz a una historia, y ya no vuelvo a dormir, espero deseosa darle forma al cuento y  expresarlo sobre el  papel. 

GRACIAS Daniel, Daniela, Melina y Roberto. Los nombro por el orden en que llegaron a mi vida pero no por eso menos importantes.  Los amo.

3

AYUDAME 

PARTE 1

4

Capítulo I

Lo recuerdo como si hubiera sido ayer. ¡Qué marzo tan caluroso el de ese año! Hacía que se derritiera la brea de la calle y el taco del zapato se te quedara pegado en ella. Detesto tanto el calor como el frío extremo, pero por sobre todo el calor agobiante.

Me llamo María, tengo cincuenta y tantos años y mi vida transcurre en uno de los tantos barrios de Quilmes. Vivo junto a mi esposo, Dan, y mis hijas Lore y Cata, sin olvidar por supuesto a Roberto, mi pinscher miniatura negro y fuego de 3 kilos. Él es mi más fiel compañero durante el día; está todo el tiempo siguiéndome, pegado a mis talones, a tal punto que debo tener cuidado de no darme vuelta rápidamente porque nos chocaríamos.

Esos días tan calurosos de aquel marzo lo afectaron también a él. Recuerdo que Roberto se tiraba en mi cama y miraba desde allí, sin moverse demasiado,  tratando de mantenerse fresco, sin siquiera pensar en salir a perseguir gorriones, tarea que lo apasiona. Lo sacaba a pasear temprano a la mañana y nuevamente al atardecer, cuando el sol no era tan abrazador.

Un día, en medio de uno de esos paseos matutinos que había comenzado como tantos otros, algo raro nos pasó. Roberto se detuvo de pronto sobre sus pasos, olfateó el aire y arremetió tirando de la correa con todas sus fuerzas para volver a casa. Al vernos regresar tan rápidamente mi esposo me miró intrigado.

“¿Qué pasó que volvieron tan rápido?” Me preguntó.

“Es que parece que Roberto vio al diablo,” le dije, sin poder ofrecerle otra explicación.

El perrito entró velozmente a la casa y se escondió bajo mi cama. Estuvo allí un rato y después, como si nada, salió.

Durante varios días Roberto repitió ese extraño comportamiento con frecuencia, a tal punto que me asustaba. Bueno no tanto, sólo lo encontraba raro porque no sabía cuál era la razón para tan inusual conducta en él.

Llevo una vida tranquila, no monótona, pero sí una rutina sin grandes sobresaltos: el quehacer de la casa, las compras diarias, y no más inconvenientes que un resfrío o una gripe algún que otro invierno, no más cosas que esas. No sabía lo afortunada que era hasta que sucedió algo realmente inexplicable, algo que hizo que se me helara la sangre en las venas, se me erizaran los bellos del brazo y que el corazón me latiera con tal fuerza que temía que saliera de mi pecho mientras retumbaba en mis oídos como golpes de tambor.

Entraba a casa apurada con la bolsa de las compras y directo a la heladera a tomar algo fresco, porque si bien el día no estaba tan caluroso como lo habían estado últimamente, la humedad esa mañana era aplastante. Parecían flotar gotas de agua en el aire y el sol, que por momentos se asomaba, hacía que se hiciera cada vez más pesado respirar.

Al terminar mi vaso de gaseosa, reparé que mi perrito no estaba sobre el almohadón con caritas de animales que tiene arriba del sillón del comedor. Me extrañó, ya que siempre que salgo de la casa el me espera en ese lugar y salta a saludarme ni bien regreso. Es un animalito muy cariñoso, y suele extrañarme cuando no estoy en casa, aunque sea por un breve lapso de tiempo, y tengo que sentarme unos minutos hasta que nos damos unos besitos y se tranquiliza.

Comencé a llamarlo, aunque sabía que no serviría de mucho: Roberto nunca viene cuando se le llama, él simplemente te mira desde el lugar donde se encuentre sin emitir sonido como diciendo, “estoy acá, ¿acaso no mes ves?”

Pero como no lo ubicaba por ninguna parte, insistí. Lo busqué por todos los rincones de la casa, primero por donde suele estar, luego en cualquier otro lugar, hasta que oí me gruñía desde debajo de mi cama.

“Roberto, ¿no saludás a mami?” Le pregunté.

Él respondió con otro gruñido.

“Bueno, si estás enojado ya se te va a pasar. Yo no hice nada para que te ofendas.”

Dejándolo con su enojo, otra cosa que no era ajena a su carácter, ya que solía enojarse sin motivos y luego desenojarse así como así, caminé hacia la cocina para guardar las compras. Pero antes fui a encender el televisor. Siempre sintonizo un canal de noticias mientras hago los quehaceres de la casa, y si algo me interesa hago una pausa y lo miro. Aunque últimamente no dan ganas de escuchar las noticias: robos, violaciones, asesinatos, son muy pocas las noticias que te levantan el ánimo; a decir verdad son contadas con los dedos de la mano, pero uno siempre tiene que estar informado.

Pulsé el botón de encendido y agarré el control remoto, y cuando estaba alejándome del aparato para sintonizar el canal correcto, ‘puf’ se apagó. Miré la tecla de la llave de luz en la pared, que tiene un ojito luminoso que parpadea para encontrarla en la oscuridad, y vi que estaba encendido. No se trataba de un corte de la energía eléctrica. Rogué entonces que no se hubiera descompuesto la TV, los arreglos electrónicos eran siempre costos y llevaban tiempo, tiempo que la familia tendría que pasar sin poder ver televisión.

Giré para volver a activar el aparato, pensando que tal vez el problema fuera que el botón de encendido no hubiera quedado bien posicionado. Me  acerqué nuevamente hasta el botón y entonces, antes de poder presionarlo nuevamente, vi el reflejo de un hombre en la pantalla oscura de la TV apagada. Salté hacia atrás, miré sobre mi hombro pensando que tal vez se hubiera metido un amigo de lo ajeno por la puerta que da al patio. Pero no había nadie allí. Estaba sola y ahora con un terrible dolor de cuello por haber girado tan rápido. Volví a girar hacia la pantalla del televisor y noté entonces que la figura no estaba detrás de mí, sino en el televisor apagado. Fue fugaz, sólo un instante más y desapareció.

“El  calor me está haciendo ver visiones.” Pensé.

Era lo más lógico.

5

Capítulo II

Me tomé un momento antes de seguir con mis quehaceres. Después de ese extraño suceso me sentía algo preocupada. Aunque tratara de minimizarlo, no podía evitar pensar en lo que había visto, y si en realidad lo había visto.

Lentamente me puse a acomodar la cocina. En eso apareció mi mascota, que al escucharme abrir y cerrar la heladera y las alacenas, vino en busca de alimento. Ya se le había pasado el enojo, cualquiera haya sido la razón por la que se había enojado. Le hice el almuerzo y así se fue pasando la mañana.

Mientras seguía con mis quehaceres, di varias miradas furtivas a la TV ahora encendida, pero no volví a ver nada raro en ella. Y así pasó la tarde sin otra aparición.

A la hora acostumbrada, volvió mi familia de trabajar, mi esposo y mis dos hijas. Les serví algo fresco y les preparé una picadita para engañar al estómago hasta la hora de la cena. No hice comentario alguno acerca de la aparición. No lo creí importante, o tal vez no lo creí conveniente.

Más tarde cenamos, y después de la cena miramos una película, a medias porque estábamos muy cansados, ya llevábamos varios días de calor consecutivos en los que dormir costaba trabajo a pesar de lo ventiladores de techo. Eran de esas noches en las que uno siente que las sábanas se pegan al cuerpo, el cabello se moja alrededor de la nuca y los perros que ladran a la luna toda la noche, sin dejarnos pegar un ojo.  Y al final, cuando empieza a doblegarnos el sueño, suena el detestable despertador anunciando: arriba, empieza otro maravilloso día  de calor.

A la mañana siguiente desayunamos juntos, como de costumbre, y cada uno partió para su trabajo, menos Roberto que dormía en el sillón cerca de la ventana, y yo que trabajo todo el día en casa.

Comencé por acomodar las camas, guardar la ropa que dejan por ahí en alguna silla, sobre todo mi hija menor: chinelas por acá, pijamas por allá, shampoo en el piso del baño, siempre algo en cada rincón.

Todas las mañanas arranco con el ritual del orden, y para eso recorro la casa una y otra vez. Circulo principalmente por el pasillo donde se encuentra la computadora familiar, que está en un pasillo ubicado en el centro de la casa. En realidad, más que un pasillo es una pequeña habitación donde dan las puertas del living, el comedor, los dormitorios, y el baño, es el paso obligado para ir de in lugar a otro de la casa. Cuando están las puertas abiertas es un lugar muy luminoso. Una de las paredes está ocupada por un espejo desde el suelo al techo rodeado de cuadritos y platos pintados a mano en ambos lados. La computadora está contra la pared opuesta.

Esa mañana, en uno de mis pasos por el pasillo mientras ponía todo en su lugar, vi caída en el suelo una gomita de las que se usan para atarse el cabello. Me agaché para recogerla y el sol que se refleja desde la ventana del comedor sobre el espejo se veía opacado en un costado por una figura. Levanté la cabeza y la miré. Era un muchacho delgado, de tez blanca, cabello rubio peinado hacia atrás, mojado o con gel; ojos muy claros, casi traslúcidos, pulcramente enfundado en un traje de los que se abotonan hasta el cuello, era un traje oscuro, podría decirse que era negro, y que hacía que su piel se viera más pálida todavía. De nariz fina, pómulos apenas rosados y labios, que sin ser finos no eran gruesos.

Allí estaba, no se movía. Parecía un póster. De repente fijó la vista en mí. Me miró directo a los ojos. Fue en ese momento que solté un grito ahogado. Pensé que en realidad no estaba en el espejo sino parado delante mío.

Corrí hacia el garaje, desde el pasillo y atravesando el comedor, y me quedé inmóvil al ver que la puerta de calle estaba cerrada con llave y pasador. La que da al fondo aún no había sido destrabada, estaba la puerta de vidrio repartido bajo llave y la reja con ambos candados puestos. Las ventanas, todas tienen rejas. Llegué a la conclusión entonces de que nadie pudo haber entrado a la casa sin haber forzado nada y ser escuchado en el proceso. ¿Lo habría visto realmente? Parecía muy real…

Sin saber que pensar, busqué a Roberto. Pasé rápidamente por el pasillo, sin ver al espejo. El perrito se había escondido nuevamente debajo de mi cama, su lugar preferido cuando está enojado. O asustado.

“¿Qué te pasa?” Le pregunté como si pudiera responderme. “¿Vos también lo viste, o te asusté con mi grito?”.

Logré sacarlo de su escondite con palabras dulces y salimos a dar un paseo para tranquilizarnos los dos. Al pasar por el pasillo nuevamente al salir de mi habitación no miré al espejo. Afuera, en la calle, todo estaba en calma. En mi barrio todos aún descansaban a esa hora de la mañana.

Luego, de regreso, abrí la puerta con cuidado y entré con Robertito lentamente. Lo primero que miré al entrar al comedor fue la TV, apagada y sin apariciones. Me asomé entonces al pasillo tratando de controlar mi ansiedad y el espejo, como de costumbre, reflejaba los rayitos de sol que se filtran por la ventana del comedor. Nada más.

No sabía que pensar, tanto calor y la falta de una buena noche de sueño me estarían nublando el juicio. No creo en cosas del más allá, sólo en lo que puedo ver y tocar – aunque a ésta la podía ver. Pensando así vinieron a mi mente  recuerdos de documentales sobre casas embrujadas, espíritus errantes, y todas esas cosas.

“No creo en eso,” me dije, “son sólo cuentos.”

6

Capítulo III

Me asustaba mirar la pantalla del televisor apagado o el espejo, pero a la vez, me atraía hacerlo. Quería saber quién era la persona que había visto reflejada en ellos, o qué querría; si mi visión era real o simplemente un producto de mi imaginación.

Los días siguientes hice los quehaceres a duras penas, tratando de tener la mente en otro lado. Guardé las cosas en los lugares equivocados que después no podía encontrar. Me reprochaba a mí misma por ser tan tonta y dejar que una estupidez, seguramente una alucinación por mirar tantas películas de terror, me estuviese afectando tanto.

Por miedo a volver a verlo mientras estaba sola, tapaba con una toalla la TV y con una sábana el espejo. Eso tenía que servirme, por lo menos cuando estaba sola. Antes de que llegara mi familia pondría todo en su lugar. ¿Cómo iba a explicarles semejante tontería? ‘Hay una aparición, o un fantasma en casa que se refleja en el espejo y la TV, y temo volver a verlo.’ Al decirlo me mirarían y se destornillarían de la risa en mi propia cara.

Para esa noche preparé una cena ligera y de postre helado, mucho helado. Y después de cenar salimos un rato al patio para tratar de disfrutar del leve alivio fresco que suelen traer las noches, y a lo lejos se veían relámpagos.

“¡Va a llover, por fin!” Dije con esperanzas.

Llevábamos más de un mes sin lluvias. Las plantas y el pasto pedían a gritos un buen chaparrón. Las regaba todos los días, pero con tanto calor no alcanzaba. Nos acostamos, o por lo menos yo, pensando que al día siguiente amaneceríamos con un día más fresco debido a la lluvia. Pero la tormenta nos esquivó. No cayó ni una sola gota. Otro día de calor, y como de costumbre, después del desayuno, cada uno rápido a lo suyo.

Comencé con las tareas diarias. Esta vez decidí no cubrir ni el espejo ni la TV. Me dije a mi misma que era una tontería hacerlo. Pasó el día y nada. No sabía si sentirme aliviada o molesta porque no hubiera aparecido. Qué tonta, si tanto miedo me causaba ¿por qué deseaba verlo?

“Por suerte mañana es sábado y estamos todos en casa.” Pensé.

Bueno ‘en casa’ era un decir, estábamos invitados a pasar el fin de semana  a la casa quinta de unos amigos, para descansar y pasarla bien. En la pileta se toleraría mejor el calor, Roberto tendría lugar de sobra para correr y descansar bajo los árboles, y yo podría despejarme y aclarar mi mente.

El lugar es precioso, ocupa media manzana rodeada con pared de bloques, con un portón automático y corredizo en la entrada; tiene además un quincho enorme. La casa es un chalet de dos plantas con living grandísimo, comedor-cocina y toilette, y en la planta alta cinco dormitorios y tres baños. Todo está rodeado por una frondosa arboleda llena de pájaros: calandrias, ruiseñores, bichos feos, gorriones, palomas monteras y hasta una bandada de loros muy ruidosa.

La pileta es de cemento y se encuentra en un claro del predio para que no le caigan las hojas de los árboles; hay reposeras alrededor, una casita con ducha, baño y un lugar para cambiarse.

Al mediodía del sábado comimos asado, y a la noche pizza a la parrilla. El domingo por la tarde tuvimos que emprender el regreso a casa; la quinta estaba a sólo 45 minutos por autopista. Esa noche encargamos unas empanadas para cenar mientras hacíamos zapping con el control remoto buscando algo entretenido en la tele  para ver,  y luego a dormir y a reponer fuerzas para empezar la semana.

Mi familia había tomado sus vacaciones hacía un par de meses, y ahora faltaba todo un año de trabajo para volver a tomarse otras. Así que no quedaba otra que conformarse con algún que otro fin de semana largo para poder descansar, y las invitaciones a la quinta de nuestros amigos siempre eran bienvenidas.

Además, el calor lo hacía todo más insoportable, pero el viaje al trabajo era lo más agotador de la rutina laboral para todos: viajando parados y aplastados como sardinas en una lata. Y si a eso le agregamos los desvíos por los cortes de calles, se hacía un combo de calamidades que hacían que uno cuente los días para cada oportunidad para descansar. Yo siempre trataba de mirar por TV el informe del tránsito para advertirle a mi familia con tiempo lo que ocurre a su alrededor, y facilitarles un poquito el regreso a casa.

7

Capítulo IV

Una mañana me levanté medio dormida cuando sonó el despertador. Tenía, como dicen, la almohada pegada. Pero no estaba tan dormida como para no verlo ahí en el espejo del pasillo. Me paré en seco ni bien salí de mi habitación y lo miré. Detrás venía mi esposo,

“¡Epa! ¿Qué pasa? Casi te atropello.”

Ya casi me había olvidado de haberlo visto, no pensaba siquiera en él, pero de pronto y sin previo aviso allí estaba otra vez.

“Nada, me pareció ver algo en el espejo.” Le dije tratando de no sonar preocupada. Obviamente, tampoco le dije que aún lo seguía viendo. Aún estaba allí, inmóvil, observándome, escrutándome con sus ojos celestes.

Dan miró y no vio nada. Contestó  que tal vez habría sido una mariposa de noche. Yo me quedé viendo a la Aparición de frente unos cuantos segundos. Luego, seguí a la cocina para preparar el desayuno, dejándolo en el espejo.

Cada uno fue alistándose para salir. Me asomé al pasillo, se estaba mirando al espejo una de mis hijas. No veía más que su propio reflejo, ya que si hubiese visto a la Aparición, su reacción habría sido otra. Pero yo si lo seguía viendo ahí, silenciosamente de pie.

Al quedar sola después de que todos se fueran, junté valor. Quería enfrentarlo. Pero cuando volví al espejo, él ya no estaba allí. Había desaparecido. ¿Sería una ilusión causada por mi cerebro?  Creí que lo mejor por el momento sería tapar el espejo y la TV una vez más. Hecho esto, me tomé una aspirina, ya que a esas alturas sentía un fuerte dolor de cabeza.

La preocupación me siguió todo el día. Llegó el momento de hablarlo con  alguien. Al primero que se lo confesaría sería a mi marido. Pensé: ¿cómo lo haría? No tenía idea de cómo podía encarar la conversación. Traté de ponerme en su lugar, todo era tan raro y no me imaginaba cuál sería su reacción. Pero a la noche hablaría con él.

Ese mismo día, llamó mi hermana. Recién terminaba de irse el plomero, ya eran casi las 18 hs. Se había roto la canilla del jardín y se iba mucha agua, además tenía que soldar un caño de la bajada desde el tanque, para lo que tuvo que vaciarlo; le llevó más tiempo de lo pensado “ya que si no está seco no  agarra la soldadura” me explicó.  Desagotó toda el agua y aguardó unos minutos, cuando se aseguró que no fluía más líquido comenzó con la soldadura, le llevó un buen rato terminar.  Es un señor de unos cincuenta y tantos años, muy buen plomero, de los que ya quedan pocos, y es por eso que tuve que esperarlo toda una semana para que viniera. Había sacado turno como si fuera para una consulta a un doctor. También así fueron sus honorarios…

La llamada de mi hermana no fue ni para saludar ni para saber como estábamos, como solíamos preguntarnos siempre al llamarnos. Entre llantos me dijo que mamá había fallecido. Me quedé petrificada, no me lo esperaba. La semana anterior, cuando la había visitado por última vez, estaba bien. Pero así son las cosas, impredecibles. Perdimos a papá hacía sólo 8 meses, y ahora también se nos había ido mamá. Casi no podía hablar. Ya estaba por llegar Dan, logré decirle que en cuanto llegaba saldríamos para allá de inmediato.

Ni bien terminada la conversación con mi hermana, les avisé de lo ocurrido a mis hijas. Una de ellas ya estaba de regreso en casa. La otra me estaba esperando en la clínica, tenía infección en una uña y había prometido acompañarla. Tuve que darle la mala noticia por teléfono, y luego tuvo que soportar sola que le punzaran la yema del dedo. La médica de guardia le pinchó varias veces el dedo sin que saliera pus, y le mandó antibióticos pidiéndole que acudiera a un cirujano, ya que lo mejor sería sacar la uña. Cuando regresara a casa yo no estaría para atenderla; la atendería Lore. A Cata le costaba caminar y ni hablar de calzarse.

No pasaron más de veinte minutos cuando sentí el auto que subía por la barranca del garaje. Salí y le hice señas a Dan para que no lo entrara a la casa y lo estacionara en la calle. Al entrar me saludó con un beso, como siempre, y preguntó si necesitaba que me llevara a algún lado.

“No, es que me avisó mi hermana que mi mamá sufrió un ataque y ahora descansa en paz.”

Me abrazó, me consoló y en un par de minutos salimos para allá.

Después de verla y de que me contara como había pasado, nos esperaba la triste tarea de hacer los trámites para disponer del cuerpo y llevarla a su descanso eterno. Todo se hace difícil cuando nos encontramos ante una situación así, no se está de ánimo para buscar un precio accesible, y que se pueda pagar. No contamos con ayuda, mi hermana se encuentra en estos momentos en una situación difícil, y la nuestra, sin ser mala, tampoco es la mejor.

8

Capítulo V

Cuando salimos de la casa de mis padres ya era de noche. Consultamos un par de casas mortuorias y nos decidimos por la misma que había realizado el servicio de mi padre.

Te enseñan ataúdes de todos los precios, diferentes tipos de servicio, debes acordar el tiempo de velación, todo por adelantado. Programan todo de tal forma que terminan con uno, y comienzan con otro. Para ellos es su trabajo, lo entiendo, pero para la persona que perdió a un ser querido, es un dolor único, incomparable.

Terminada esta parte de los trámites, al otro día debíamos contactarnos con la doctora de cabecera de mi mamá, porque tenía que llenar y firmar una planilla con sus datos, y la causa del deceso para entregarla a primera hora, o de lo contrario pospondrían el velatorio por veinticuatro horas.

Emprendimos el regreso a casa. Por el momento no podíamos hacer otra cosa. Sentada en el auto, venía con la mente en cualquier lado, mirando por la ventanilla, y de la nada apareció el joven, su reflejo surgió de pronto, igual que antes había ocurrido en casa. Me sobresalté, comencé a llorar y me angustié. Dan pensó que era por la pérdida de mi madre, trataba de calmarme, me decía cosas como, “fuiste una buena hija, su ciclo se había cumplido, por lo menos no sufrió.”

“No, no es eso.” Le dije angustiada.

Al ver la preocupación en su cara decidí que no era el momento oportuno para contarle todo lo que me venía pasando. Además, justo en ese momento tuvo que realizar una maniobra con el auto, delante había un terrible pozo, lo esquivó pero tuvo que volantear para no chocar con el colectivo que venía en sentido contrario. Por el momento la conversación quedó en el olvido.

Al llegar a casa lo primero que hice fue correr a ver a la pobre Cata. Fue la primera vez que la dejé sola ante una circunstancia así. Me sentí terrible al ver como tenía el dedo. Le pedí disculpas por no haber estado a su lado, lo tenía muy enrojecido y sentía que le latía con fuerza.

“Mamá no te preocupes, ya pasó, quedate tranquila.”

Había sido un largo día. Nos dimos un duchazo, para sacarnos el cansancio y relajarnos un poco. Las chicas prepararon la cena y lavaron los platos. Dejaron todo ordenado para que me fuera a dormir lo más rápido posible sabiendo que al día siguiente me esperaba un día terrible.

Me costó dormirme, y después de haberlo logrado desperté sobresaltada en medio de la noche.

“Muchos nervios,” me dije, “fue un día difícil.”

Me levanté despacio para no despertar a nadie, me serví un vaso con agua, me senté en el sillón junto a la ventana del comedor, frente al televisor desde donde podía ver la luna que se asomaba entre los árboles, me sentí mejor y empezaba a llegar nuevamente el sueño. Lo que no sabía es que no podría volver a la cama a dormir, no inmediatamente.

9

Capítulo VI

El televisor cobró vida. No se había encendido. Había vuelto la Aparición.

Lo miré, cansada, y le hablé por primera vez. Mi voz sonó ronca por el miedo, en un susurro le dije: “¿Por qué me seguís? No te conozco, ¿Sos un fantasma?”

Lo vi tratando de abrir la boca, pero no consiguió articular ninguna palabra, notaba el esfuerzo que hacía pero no emitió sonido alguno.

“Por favor,” le supliqué, “no me tortures más. ¿Realmente estás ahí?”

Con un nuevo intento logró que le saliera una sola palabra: “No.”

Trató de seguir hablando, pero al parecer por más que se esforzaba no lo lograba. Y luego, sin más, desapareció.

¿Tuve acaso contacto con alguien de otro mundo? ¿Vi un fantasma? No sabía que creer. He visto documentales donde hay personas que se dedican a grabar por medio de cámaras con audio y video actividades paranormales en casas ‘embrujadas’. Son ‘Caza fantasmas’, como en la película, sólo que esta gente asegura que lo hace en verdad. Los observan por las habitaciones, usan cámaras para grabar en la oscuridad, mostrando imágenes borrosas, con forma humana, desplazándose de un lado a otro, graban sus gritos, murmullos, conversaciones y los sonidos de las cosas que mueven como si fuera por voluntad propia. Es realmente espeluznante.

En ese momento entró mi esposo al comedor dónde aún me encontraba, encendió la luz, y al verme allí sentada sola en la oscuridad me preguntó por qué no lo había despertado. Me preguntó luego si podía sentarse a mi lado a hacerme compañía, si quería hablar escucharía, y si no, sólo permanecería ahí tomado de mi mano. Le agradecí su compañía con un beso en la mejilla.

“No te preocupes ya pasará. Tomará algo de tiempo.” Me dijo. “Mañana será un día duro es mejor que regresemos a la cama.”

Así lo hicimos, él se durmió casi instantáneamente, sentía su respiración profunda y tranquila. En cambio yo no pude conseguir dormir ni un rato. Vi por la persiana entreabierta entrar los primeros rayos de sol, esta vez fue Dan quien muy despacio se levantó primero, pensando que me encontraba dormida, y fue a la cocina para preparar el desayuno. Lo seguí, y me abrazó.

“Sentate, te preparo el desayuno.” Me dijo.

Luego entraron a la cocina mis dos hijas, y hasta mi perrito, que desayunó con nosotros. Después de tomar algo los tres avisaron a sus respectivos  trabajos que no asistirían, dando los motivos. Nos cambiamos, y salimos a despedir para siempre a mi madre.

Sólo unas pocas personas, ya casi nadie va a los velorios. Yo llevaba un modesto ramo de flores que deposité sobre el ataúd, ella siempre decía que aunque fuera una flor se debía poner sobre un ataúd, que era muestra de respeto. Ella no podría verlas pero allí estaban. Cumplí con ese deseo tan simple de realizar.

Tanto el viaje de ida al cementerio como el de vuelta los hicimos por autopista. Pocos autos la acompañaban, él día estaba hermoso, mucho sol. Veía como la gente se movilizaba yendo para todos lados, los árboles apenas moviéndose por la suave brisa, algún perro acalorado durmiendo bajo un sauce.

“El mundo sigue girando como si nada,” me dije. “No entiende de dolor, de angustia. Todo sigue su rutina.”

Llegamos después de un buen rato. Le dimos el último beso, y la dejamos sola como a todos los que parten para no volver. Que frágiles somos. Recibimos los saludos de familiares, vecinos y amigos que se habían acercado a despedirla. Todos expresaban cuanto la apreciaban y lamentaban lo sucedido. Finalmente partimos de regreso a casa. Yo estaba aturdida y a la vez agotada.

Al entrar a casa fui derecho al dormitorio, me recosté vestida como me encontraba y me dormí.

Cuando mi esposo me despertó ya era de noche.

“¿Por qué no te cambias y comes algo?” Me dijo.

“¿Qué hora es?” Le pregunté adormecida. “¿Cuánto hace que estoy durmiendo?”

“Unas seis horas, no deseaba molestarte pero tenés que comer algo y cambiarte de ropa, así estarás más cómoda.”

Todos en casa me atendían, mi esposo, Dan, preparaba la cena, lo ayudaban mis hijas, Lore y Cata, que ponían la mesa y servían la bebida. También le daban de comer a Roberto, que nos había extrañado mucho en nuestra ausencia. Dan preparó sandwiches y encargó empanadas. Roberto no entendía que pasaba, se acomodó sobre mis piernas y no quería bajarse.

Cenamos, charlamos un rato de cualquier cosa, nada en particular. Prendimos un ratito el televisor.

“¿No te molesta que miremos tele?” Me preguntaron.

“No, el respeto no pasa por ahí o por vestirse de negro, el respeto se demuestra en vida, lo demás es por el qué dirán y a mí no me importa lo que piensen los otros.” Les respondí.

Como de costumbre todas las películas eran repetidas. Elegimos una de las tantas y la miramos un rato, hasta que nos entró el sueño, dimos las buenas noches, sacamos al perrito para que haga sus necesidades y nos fuimos a dormir.

Desperté cuando sonó el despertador, sin Aparecidos o fantasmas esa mañana. No recordaba haber soñado siquiera. Me sentí descansada. Era viernes, último día laboral de la semana. Me dediqué a los quehaceres de la casa para pasar un sábado y domingo sin mucho  que hacer. Compré carne, carbón, lechuga y tomate. Ahora no le quedaría remedio a Dan, tendría que preparar asado para la familia.

Puse la mesa y sillones plegables afuera e hice una picadita para entretener al estómago mientras se cocinaba el asado. Si bien todavía persistía el calor, no estaba sofocante, soplaba un vientito agradable que hacía todo más soportable. La carne tiernísima, fue una cena  tranquila con sobremesa.

Lore salió con un grupo de amigas después de la cena y Cata se encontró con su novio más tarde. Dan y yo nos quedamos sentados en el patio un rato, disfrutando de la tranquilidad de estar solos.

“Tengo que preguntarte algo.” Me dijo después de unos momentos de silenciosa compañía.

“Decíme, te escucho.” Le dije.

“¿Qué fue lo que pasó en el auto la noche que falleció tu mamá, no toqué el tema antes porque no se dieron las circunstancias. Pero quedé preocupado. ¿Recordas lo que pasó?”

“Por supuesto,  te dije que no tenías idea de lo que me pasaba.”

“Explicame, por favor. ¿Acaso no te sentís cómoda a mi lado? ¿Hice o dije alguna cosa que te ofendiera?”

“Para nada.” Le dije y comprendí que interpretó mal mis palabras. “No mi amor, con vos está todo bien.” Le di un beso. “Pero sí tengo que contarte algo que me pasó un par de veces.”

No quería asustarlo, pero sabía que había llegado el momento de hablar y que ésta era la oportunidad que necesitaba para empezar. Respiré hondo y le conté sobre la Aparición, como lo había visto, donde, cuantas veces. Traté de no omitir detalles.

Callado, Dan me escuchó sin interrumpirme. Cuando terminé pensó unos minutos, como buscando las palabras exactas para expresarse. Aseguró estar sorprendido, no se imaginaba algo así. Me propuso tratar de estar conmigo si volvía a aparecer, pero como no tenía ni horario ni día, sería difícil, lo sabía.

“Creo que viste algo. No puedo explicarme qué, cómo, ni por qué.” Me dijo. “Si necesitas ayuda podemos consultarlo con alguien que sepa sobre cosas paranormales, o ver a un psicólogo. Sé que juntos vamos a encontrar una solución.”

Me sentí agradecida por tanto cariño y aliviada por haberme sacado una mochila tan pesada de mis espaldas al haber finalmente confesado lo que me había estado atormentando en los últimos días. Sabía que podía contar con Dan y que no tenía que sentirme sola la próxima vez.

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Capítulo VII

Pasaron unos días y todo seguía tranquilo. Pero el miércoles lo volví a ver. Limpiaba los vidrios de las ventanas que dan al jardín cuando se me apareció. Trataba de hablarme, salían de su boca palabras sueltas, las que lograba pronunciar con mucho esfuerzo.

“No… te… asustes.” Solo eso logró decirme.

Di un paso atrás, y él ya había desaparecido. Parecía no querer hacerme daño, pero yo le temía igual.

Le comenté el hecho a Dan cuando volvió de un largo día de trabajo. Últimamente llegar a casa era toda una proeza, calle cortadas, puentes tomados, marchas, todos reclaman algo. El pedir justicia y trabajo es un derecho de todos, pero no se puede molestar al que sí tiene que salir a trabajar y se pasa horas esperando abran un puente o se desocupe la autopista. Pero así son las cosas.

Lo comentamos también con mis hijas y los cuatro llegamos a la conclusión que debía pedir ayuda a un profesional. Creían lo que les decía, pero no en la Aparición. Lo atribuían a algún problema, ya sea físico o mental, como un caso de estrés o agotamiento.

Decidí empezar por tratar el lado mental, ya que todos los años me hago un chequeo físico y hacía ya unos meses lo había terminado el último con buenos resultados. Además me sentía como de costumbre, nada que me hiciera sospechar que algo estaba cambiando en mí.

Al día siguiente de hablar con mi familia pedí turno con una psicóloga que había atendido a una tía con depresión y la había ayudado mucho, y como no conocía a otra, decidí llamarla a ella.

El día de mi primera sesión con la psicóloga fui acompañada por Dan. Nos encontramos en el consultorio después de que él saliera algo más temprano de su trabajo. Yo había llegado unos minutos antes y la secretaria se tomó un momento para llenar una ficha con mis datos, ya que yo era una paciente nueva.

El consultorio estaba en una casa antigua y reciclada, con dos ventanas que daban a la calle y un zaguán con puerta de vidrio la que abrían con portero eléctrico al dar tu nombre. La sala de espera era agradable, pintada en tono rosa pastel con una guarda que dividía en dos hemisferios las paredes. Había unos sillones de cuero marrón, la alfombra era beige, las cortinas blancas con volados que se cruzaban, y en la pared mas retirada de la puerta se encontraba el escritorio que ocupaba su asistente, una señora de unos cuarenta y pico, muy bien arreglada que atendía el teléfono que sonaba de a ratos, daba turnos y pasaba llamadas. En ese mismo lugar atendían otros dos médicos, un neurólogo y un cardiólogo.

Me encontraba ojeando una revista cuando la doctora me llamó. Al entrar noté que me latía con fuerza el corazón, tenía que contarle todo a un extraño y no sabía si me creería. Ya había sido difícil contárselo a mi familia.

La doctora llevaba un trajecito color rosa viejo, aros de perlas, sus anteojos tenían armazón dorado y a pesar de sus tacos muy altos, aún era baja de estatura. Me tendió una mano con pulcra manicura y me invitó a sentarme. Le dije que mi esposo me había acompañado y que estaba afuera, en la sala de esperas, y le pregunté si podía pasar.

“Primero hablaremos nosotras y después lo dejaré entrar.” Me respondió.

Decidí ir directo al grano y le conté lo que me venía sucediendo, sin omitir detalles. Tomé un sorbo de agua que gentilmente me ofreció y sin interrumpirme dejó que finalice mi relato.

Cuando por fin terminé, escribió en su cuaderno, luego hizo una pausa y me miró. Cuando habló lo hizo pausadamente, su voz me tranquilizaba. Dijo que por supuesto creía en mi relato, y que necesitaríamos hablar más sobre el tema antes de llegar a una conclusión. Luego hizo pasar a Dan, lo saludó y lo invitó a sentarse. Le comentó que debíamos seguir viéndonos, pero que a la vez le gustaría que viera a un médico clínico para descartar cualquier problema que pudiera derivar en una alucinación. Dan estuvo de acuerdo, y luego de despedirnos volvimos a casa sin hablar demasiado durante el viaje de vuelta.

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Capítulo VIII

Al entrar al consultorio de la médica clínica, la médica de cabecera que me atendía en la clínica donde estoy afiliada, le entregué una nota de mi psicóloga, poniéndola al tanto de mi problema para que así supiera por cuales estudios comenzar.

Era un día feo, aun así el sanatorio estaba lleno, y como de costumbre la doctora iba atrasada con los turnos. Para empezar, había llegado una hora tarde y los pacientes se habían acumulado por docenas.

Me mandó un análisis de sangre completo, otro de orina, una radiografía de cráneo, un electroencefalograma y una resonancia magnética cerebral sin contraste. Creía que eso sería suficiente. Le conté a la doctora que cada dos meses veo al cardiólogo, que soy hipertensa y que además me hice un control ginecológico completo que todo había dado bien, lo cual ella corroboró con mi historia clínica.

Al salir del consultorio fui directo a casa y saqué los turnos correspondientes por teléfono. Conseguí realizarme los análisis de sangre y orina a primera hora de la mañana siguiente, y el electro me lo hicieron dos días después por la tarde. Para la resonancia tuve que esperar turno cinco días más. Ese fue el estudio más largo, duró unos veinte minutos. La máquina es muy ruidosa por lo que me entregaron tapones para los oídos ya que puede molestar el oído medio, según me explicó el técnico.

Al cabo de quince días tenía todos los resultados, reservé un turno y se los llevé a la doctora. No encontró nada malo. Se lo puso por escrito a la psicóloga en un informe y me lo dio para que yo se lo entregara.

“Clínicamente todo está bien, puede quedarse tranquila.” Me dijo.

Llegó el día y acompañada por mi hija Lore visité nuevamente a la psicóloga.

“Bien, vamos a tener que vernos una vez por semana.” Me dijo al revisar el informe de mi médica clínica. “La sesión dura más o menos cuarenta y cinco minutos. Empezaremos a trabajar directamente con el problema.”

“¿Cree que lo que digo es verdad? ¿Que lo que veo es real?” Le pregunte preocupada.

“Sí. Lo que tenemos que averiguar es por qué. Puede ser un recuerdo oculto en su subconsciente el que se proyecta en esa aparición, tal vez una persona que conscientemente no recuerda pero que ha conocido.” Me explicó. “No se preocupe llegaremos al meollo y sacaremos todo a la luz. Un consejo es que no esté todo el tiempo pensando en ello, continúe con su vida normalmente. Le daré un turno, ¿le queda bien el viernes próximo a las dieciocho horas?”

“No tengo problemas, aquí estaré.” Le dije, la saludé y me retiré.

En el viaje de regreso a casa venía conversando con Lore.

“¿Saldré adelante?, tengo miedo no poder.” Le confesé.

“Mamá, tenés que darle tiempo a la doctora.” Me respondió. “Primero debe saber si es o no un recuerdo. Tenés que entender que cuesta asimilar que sea algo sobrenatural. No dudo de lo que contás, pero a veces la imaginación puede engañarnos. Puede ser un joven que conociste siendo pequeña, algún conocido de la familia que sufrió algún accidente, no sé, tantas cosas. Puede que hayas leído alguna noticia, que lo hayas visto  en un artículo de una revista y te quedó grabado. ¿Por qué no te tranquilizás? Estás en manos de una profesional, dejá que haga su trabajo.”

Iban transcurriendo los días y lo veía a menudo. Trataba de comunicarse, de hablarme, pero yo, asustada, me iba de la habitación. Por un lado deseaba escucharlo y por el otro me aterrorizaba. Cada vez que se me aparecía temblaba

Uno a veces escucha de hechos así, pero siempre le pasan a otro, a un desconocido. Ahora viene a mi memoria lo ocurrido hace unos veinte años, más o menos, a un vecino ahora fallecido a quien se le presentó su nuera muerta. Era el día de la madre, iba con su pequeño nieto de tres años al cementerio, lo llevaba de la mano, en la otra tenía unas flores de su jardín, eran para la mamá de la criatura. Cuando estaba a dos cuadras del cementerio, sintió que lo llamaban, se dio vuelta para responder, y se quedó helado. Era su nuera, la madre del niño que se les acercó y mirando a su hijo, preguntó: “Qué hermosas flores, ¿son para mí?”

El pequeño sólo la miró sin decir nada. Al abuelo se le cayó el ramo de la mano, dio la vuelta y regresó a su casa rápidamente. Contó lo ocurrido a su familia, pero todos le decían que lo había imaginado.

Ahora sabía que decía la verdad. Y pensar que nadie le creyó. Ahora me estaba pasando lo mismo a mí, y nadie me creía. ¿Pero cómo podría demostrar que era verdad, que la Aparición existía, si sólo yo podía verla?

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Capítulo IX

El viernes fui a ver a la psicóloga, ésta vez me acompañó Cata. Seguimos desarrollando mi problema, contándole lo ocurrido en los últimos días. Le pedí que le dijera a mi hija que no hacía falta que me acompañaran cuando reservé un turno para el próximo viernes a la misma hora.

Esa misma noche los cuatro hablamos del asunto, todos me apoyaban.

“Si necesitás algo llamanos al trabajo, no hay problema, creemos en vos.” Me decían.

Eso me fortalecía, que me creyeran. Yo no estaba mintiendo, ni lo imaginaba, sí lo veía. Pero entendía que cada uno tenía que seguir con su vida.

Pasaba mis días sola en casa; había implementado una nueva táctica: Cuando se me aparecía salía al patio y permanecía un rato allí antes de volver a entrar. También opté por tener las cortinas corridas, para no encontrarlo en los vidrios de las ventanas.

Pero así y todo, con todos mis recaudos y con el tratamiento en marcha, las apariciones eran cada vez más frecuentes, y en diferentes lugares, hasta fuera de la casa. Me empecé a sentir mal, acosada. No me daba resultado el consejo de la doctora. Ignórelo, me sugería. ¿Pero cómo?

Viernes tras viernes fui al consultorio, conversábamos pero no llegábamos a ninguna conclusión. Yo no tenía idea de quién podía ser y me sentía cada vez mas confundida.

Un día hablándolo con Dan, me alentó a mirar viejas fotos.

“Hablalo con la familia, pude ser que alguien que vos no recordás y que por algún motivo te volvió a la mente de esta forma.”

El fin de semana visitamos a un par de tíos y después de charlar un rato y tomar unos mates les pregunté por un joven con la descripción de la Aparición. Pero ninguno recordaba a nadie con la descripción que les proporcioné. Por supuesto no hablé acerca del joven que veía sólo en reflejos, y sólo pregunté si recordaban a alguien con esa descripción porque lo había visto en una fotografía vieja en casa de la abuela hace ya tiempo, y me vino a la mente después de la muerte de mamá. Les dije que quería saber su nombre, a lo mejor se acordaban de alguien así, lo conocían.

“Creo haberlo visto en fotos de las que mandaban de Italia.” Intenté expandir mi búsqueda con ese comentario.

“Yo tengo algunas acá.” Dijo uno de mis tíos y se levantó a buscarlas en el modular.

Trajo unas cuantas, pero ninguna coincidía con la persona que yo les describía.

“Estás equivocada, ningún familiar nuestro se ajusta a esa descripción. ¿Estás segura que viste su foto en casa de la nona?”

“Lo que se dice segura no, pero casi.”

“Me temo que no lo recuerdo, lo siento, pero si encuentro alguna otra foto, y se parece a quien buscas te aviso.” Me prometió.

Luego, nos pusimos a charlar de cualquier otro tema, y momentos más tarde nos despedimos y les prometí que pasaría a saludarlos más seguido.

La recorrida por la familia no fue muy larga, la mayoría de mis parientes mayores ya habían fallecido. Tampoco mi hermana recordaba a un joven rubio, delgado y de ojos celestes. Cuando la interrogué, me dijo que como era más joven que yo, tenía menos recuerdos acerca de las fotos que le mandaban de Italia a la nona de los que yo podía tener.

“¿Y por qué es tan importante eso ahora, si se puede saber?”

“No, no es que sea importante, me acordé de su aspecto pero no de su nombre y pensé que tal vez te acordaras, nada más.”

Una mañana, se me apareció mientras me maquillaba. Salí del baño y a mis espaldas escuché su voz angustiada: “Por favor necesito que me escuches.”

Me tapé los oídos, no lo quería oír. Asustada y acorralada llamé por teléfono a mi psicóloga y se lo comenté de inmediato, necesitando a alguien con quien hablar. Pero ella seguía insistiendo con que lo ignore.

Llegué a pensar en mudarme, pero sinceramente no creía que fuera la solución. Últimamente lo había estado viendo fuera de la casa tan seguido como en ella. Como aquel mediodía en que fuimos a almorzar a un pequeño restaurante para celebrar nuestros 35 años de casados. Lo pasamos muy bien, pedimos rabas de entrada, a los dos nos encantan, después salmón a la gallega, que estaba riquísimo, y de postre helado almendrado. Todo iba perfecto, pero al salir lo vi en el vidrio espejado de la puerta del restaurant. Era una carga muy pesada de sobrellevar, cada día me sentía más débil. Me sentía asfixiada por esta visión.

Un viernes le dije a la psicóloga que ese sería el último día que la visitaba, ya que no encontraba solución a mi problema. No trató de convencerme de lo contrario. Salí y por supuesto no pedí un nuevo turno.

Después de un par de días, el primer lunes después de mi última sesión, la psicóloga lo llamó a mi esposo para pedir su autorización para internarme un par de días en una clínica de reposo. Sé que tuvo que insistirle mucho para convencerlo, le aseguró que si seguía alimentando esta fantasía, podía enloquecer, y que era necesario que entendiera que se trataba sólo de eso, de una fantasía. Lo puso entre la espada y la pared. Lo discutió con nuestras hijas y todos terminaron por acordar con la psicóloga, aunque sé que no era esa su idea de cómo lidiar con la situación. La doctora les explicó que probarían una internación de un par de días, para ver que se podía lograr de ese modo, ya que yo había decidido abandonar las sesiones.

Dan me comentó acerca de lo bueno que sería que aceptara ir un fin de semana y ver si la terapia de grupo me ayudaba más de lo que lo habían hecho mis sesiones. Me aseguraba que no me dejarían ahí más de dos días. Y yo me sentí impotente ante una situación en la que no me estaban dando más opción que aceptar.

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Capítulo X

Al principio me negué rotundamente a la idea de internarme por dos días en una institución psiquiátrica.

“¡No estoy enferma, no quiero separarme de ustedes, no dejes que se salga con la suya!”    

Puse a Dan, y a mí también, entre la espada y la pared. Él no quería llevarme contra mi voluntad y a la vez quería verme bien. Temía que la doctora tuviera razón, no podría soportar la culpa de no hacer nada para ayudarme. Y a mí, yo misma puse a mi familia en la situación incómoda de tener que convencerme de que necesitaba ayuda, y forzarme a aceptarla de ser necesario.

Hablamos del problema los cuatro.

“Así no podes seguir mamá, es sólo un par de días, te lo prometemos.” Me dijo Lore.

Yo pataleé y grité. No podía aceptar que lo que veía no era real. “Lo veo realmente, no lo invento, hasta Roberto se esconde cuando él aparece. El problema es que Roberto no puede hablar para contarlo.”

“¿No pensaste que a lo mejor lo asustás con tu proceder, y que en realidad no ve lo que vos crees ver?”

“No, yo estoy segura, él lo ve también.” Insistí tozudamente.

¿Qué me pasa? Lloraba y me angustiaba, me enojaba con quienes querían ayudarme. Pensé que quizás no era tan descabellado ir a la clínica. Dejaría tranquilos a los míos y me serviría para encontrar una salida a mi sofocante problema.

Después de hablar con la doctora, preparé un pequeño bolso con algo de ropa y otros artículos personales. Llevaba también una foto de los cinco. Antes de que me lleven les dije a todos cuanto los amaba, y les pedí que no permitieran que la doctora los convenza de dejarme más tiempo en ese lugar. Me lo prometieron, y sonreí, porque confío en ellos y sé que realmente lo harían así.

Ya en la clínica y después que se firmaran los papeles, quedé sola. Me llevaron a una habitación compartida. El baño estaba en el pasillo hacia la esquina de la derecha. Todo en el lugar era austero, limpio pero sin lujos ni adornos. Había rejas por todos lados y cámaras de vigilancia. El comedor era grande y al lado estaba la sala de esparcimiento, con televisor, sillones y algunos juegos  de mesa. En el jardín había algunas reposeras esparcidas por ahí.

Me sentía incómoda, fuera de lugar, deseaba dormir y despertar el día de regreso a casa. Después de unos momentos de estar allí, nos llamaron a todos por un sistema de parlantes para que fuéramos al primer piso, donde se encontraba un salón mediano con sillas colocadas en círculo. Nos encontramos con una doctora, la psicóloga  se presento y nos hizo sentar sin orden específico. Acto seguido se pidió a cada una de nosotras que dijera su nombre en voz alta.

“Bien, ¿quién quiere comenzar?”

Noté que no para todas era la primera vez. Cada una contó su problema: desengaños amorosos, peleas familiares, pérdida del trabajo, en fin un poco de todo. Pero ninguna había visto un fantasma. Cuando fue mi turno de hablar todas me miraban de modo extraño. Pienso que se consolaban pensando que ninguna estaba tan mal como yo.

Luego comenzó la ronda de preguntas entre nosotras y la profesional. La mayoría apuntaba a mí: ¿Cómo era mi fantasma? ¿Qué quería? Todo eso. Y yo pacientemente respondía que no tenía idea alguna y que por tal motivo me encontraba en ese lugar, buscando ayuda, una solución.

Así, entre la terapia, las comidas y los largos descansos transcurrieron los dos días. Y una vez concluido el tiempo pactado para mi estancia en ese lugar, preparé mis pertenencias y una auxiliar me llevó hasta el hall de entrada, donde por fin me reencontré con mi familia, que tal como me habían prometido, habían ido a buscarme. No permitieron que me dejaran ni un día más. Yo sabía que no era peligrosa para otras personas y tampoco para mí misma, y que no pertenecía a un lugar así, y lejos de los míos.

El día afuera estaba precioso, con un sol brillante y el cielo de un color azul intenso. El verde de los árboles me parecía más nítido, y si bien no estuve presa y  en la clínica podía salir al patio y caminar por el jardín a oler las flores, o sentarme en el césped, tener la libertad de ir a donde uno quiere cuando uno quiere lo hace todo muy diferente.

Me hablaban todos a la vez, ansiosos por saber cómo me había ido, y sobre todo si lo había vuelto a ver en el tiempo que pasé allí.

“Es un lugar de ayuda, pero no la que yo necesito, y no, no apareció.” Les dije.

Ya en casa mi ánimo mejoró, los había extrañado muchísimo. Roberto saltaba a mi alrededor, me ladraba y llamaba mi atención de todas las formas posibles.

“¡Te extrañé chiquito!” Le decía cuando lo alcé a upa. Y él no se quería bajar.

Me prepararon un asado, que es una de mis comidas favoritas. Estaban todos contentos de tenerme junto a ellos nuevamente. Esa noche Roberto durmió a mi lado en la cama, no se separaba ni un instante de mí, temiendo que volviera a irme sin previo aviso.

Yo los miraba una y otra vez, cuanta falta me hicieron esos dos días.

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Capítulo XI

De ahora en adelante lo haría a mi manera. Sé que en casa estaban optimistas porque no se me había aparecido nuevamente, pero lo mismo ya había pasado otras veces y yo no quería desilusionarlos advirtiéndoles que sin previo aviso, así como se había ido, la Aparición podría volver.

Pensé en afrontar lo que viniera sola. Esta vez no les contaría nada para no preocuparlos. En cuanto a las visitas a la psicóloga quedarían suspendidas, al menos por un tiempo, no tenía pensado regresar. Aunque Dan me pidió que lo pensara bien, me aseguró que respetarían mi decisión siempre y cuando me vieran mejorar.

Era martes después del almuerzo y el sol brillaba cuando salí a caminar sin rumbo. Era un hermoso comienzo de otoño con temperaturas agradables. No sé cuántas cuadras había caminado cuando de repente me encontré frente a una iglesia. A unas cuadras se veían pasar autos a toda velocidad y calculé que estaba cerca de la autopista. ¿Cómo había hecho para caminar tanto sin darme cuenta?

Estaba a punto de pegar la vuelta para regresar cuando justo en ese momento un cura, un hombre mayor, abría las puertas de madera talladas de la parroquia. Entré solo para descansar unos minutos. Me senté en la última fila y en silencio recorrí con la mirada los vitró de las ventanas; eras imágenes de diferentes santos. El altar estaba cubierto por un nylon, para protegerlo de la tierra mientras no se estaban oficiando misas, y mientras me quedé ahí sentada, el cura comenzó a quitarlo. Había dos grandes floreros, uno a cada lado del altar, que tenían rosas rojas y rosadas que se veían frescas. En el pasillo central, frente al altar, reposaba una canasta de mimbre para las donaciones.

El padre caminaba de un lado a otro y parecía estar disponiendo todo para una misa. Era temprano, pero como yo no acudía a la iglesia hacía ya muchos años, podía estar equivocada y tal vez se tratara de otra cosa. De repente reparó en mí, se acercó, y me preguntó si era familiar. Yo lo miré confundida ya que no sabía de qué me hablaba.

“¿De quién?” Le pregunté.

“Usted perdone.” Se disculpó. “Es que en media hora despido el alma de un hermano, y como nunca la vi por acá pensé… Lo siento, puede quedarse si lo desea. Sus ojos me dicen que está angustiada, y si pudiera esperarme, podríamos hablar un rato.”

“Se me hace tarde, debo regresar a casa.” Le agradecí mientras me levantaba.

“Vuelva cuando quiera, aquí la espero.”

Caminé lentamente de vuelta a casa. Abrí la puerta y entré, y lo primero que vi fue a la Aparición en la tele apagada del comedor. Esta vez no huí. Me planté delante de él y volvió a hablarme: “Ayúdame por favor.” Me pidió.

“No sé cómo. Decime qué necesitas.” Le dije.

Pero desapareció sin responderme.

Al día siguiente fui a visitar al párroco en aquella iglesia a la que había llegado por casualidad en mi caminata del día anterior. Estaba decidida a contarle todo al cura. Salí más tarde de casa, temí que temprano sus puertas estuvieran cerradas. Al llegar vi que salían unas personas de la misma, una señora mayor con una jovencita.