Sensualmente dulce - Yvonne Lindsay - E-Book
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Sensualmente dulce E-Book

YVONNE LINDSAY

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Beschreibung

Para el despiadado magnate Hunter Dolan no había nada tan delicioso como la venganza. Diez años después de haber vivido un apasionado romance con Lily Fontaine… y de que los Fontaine traicionaran a su familia, Hunter seguía resentido. Ahora, por fin, estaba a punto de destrozar el imperio de sus enemigos y conseguir la victoria. Llevarse a Lily a la cama era el más atractivo de sus planes; conseguir que aquella mujer le diera el hijo que tanto tiempo llevaba deseando sería el broche de oro de su venganza…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2008 Dolce Vita Trust. Todos los derechos reservados.

SENSUALMENTE DULCE, N.° 1582 - junio 2011.

Título original: Tycoon’s Valentine Vendetta.

Publicada originalmente por Silhouette ® Books Publicada en español en 2008

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Julia son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ es marca registrada por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-319-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Inhalt

Capitulo uno

Capitulo dos

Capitulo tres

Capitulo cuatro

Capitulo cinco

Capitulo seis

Capitulo siete

Capitulo ocho

Capitulo nueve

Capitulo diez

Capitulo once

Capitulo doce

Capitulo trece

Capitulo catorce

Capitulo quince

Promocion

Capítulo Uno

Fue como si un puñal helado hubiera atravesado cada célula del cuerpo de Lily. El finísimo vello de la nuca se le erizó por culpa de algo que no tenía nada que ver con la brisa vespertina del mar. Él estaba allí.

Siempre había sido así: aquella inmediata cercanía, aquella conexión instantánea. Acababa de volver a su hogar de Onemata, Nueva Zelanda, después de casi diez años... y al parecer casi nada había cambiado. La misma electricidad restallaba entre ellos. Sabía que tenía que enfrentarlo, que encararse con aquel fantasma de su pasado: un pasado del que había estado huyendo durante tanto tiempo que al final el círculo se había completado. Alzó la mirada, consciente de que en aquel momento se encontraba apenas a un par de metros.

Efectivamente, era él. Jack Dolan. Su primer amor. Y el último también.

Inconscientemente tensó los hombros mientras retiraba la manga del surtidor del depósito de su coche y volvía a colocarla en su sitio.

-Así que eres tú. Su voz parecía haber madurado: era más profunda, más vibrante que hacía diez años. Su sonido seguía conservando el poder de estremecerla, de provocarle escalofríos. Aunque, esa vez, la reacción fue distinta. Ambos habían cambiado.

Vio que se quitaba las gafas de sol, y deseó que no lo hubiera hecho. Habría preferido que mantuviera aquella barrera entre sus ojos y aquella mirada torva, tormentosa. Entrecerró los ojos por un momento, cegado por el sol veraniego. Unos ojos que tenían el color del ámbar líquido. Y que, por un segundo, la transportaron al pasado.

Lily tragó saliva; la garganta se le había secado de repente.

-No me esperaba verte así.

-¿Qué esperabas? -le preguntó Lily, levantando la cabeza.

Instantáneamente se dio cuenta de su error. Debería haberlo ignorado. Debería haberse limitado a llenar el depósito y marcharse.

-Desde luego no esperaba verte llenando tú misma el depósito de tu coche.

Lily cedió entonces a la provocación.

-Sí, son sorprendentes las cosas que pasan cuando uno se hace mayor, ¿verdad? Yo tampoco esperaba verte así -lanzó lo que esperaba fuera una burlona mirada a su traje caro, de marca, con sus elegantes zapatos italianos-. Recuerdo que antes solías ganarte algún dinero trabajando en la gasolinera. ¿Todavía te acuerdas de cómo se llena un depósito o ya te has olvidado?

Se la quedó mirando con expresión especulativa, y Lily gimió para sus adentros. ¿Cuándo aprendería a callarse la boca?

Dándole la espalda, entró en la tienda para pagar la factura. Durante todo el tiempo podía sentir su mirada taladrándole la espalda.

No sabía muy bien qué había esperado encontrar dentro, pero desde luego no aquel moderno mostrador, con los productos cuidadosamente expuestos. Aquella gasolinera había evolucionado. Ella no era la única que había cambiado desde su ignominiosa fuga de una población que había aprendido a odiar con cada fibra de su ser.

El siseo de las puertas automáticas a su espalda y un aroma a colonia cara confirmaron sus temores: la había seguido. Con una rápida sonrisa, aceptó el recibo que le entregó el dependiente y se volvió para marcharse.

Pero no pudo. Para entonces, Jack ya se había interpuesto en su camino.

-¿Qué te ha traído de vuelta, Lily?

-Nada en particular -respondió con el tono más tranquilo que fue capaz de forzar.

-¿Piensas quedarte mucho tiempo?

-El suficiente, Jack. No tengo ninguna prisa por volver a marcharme. ¿Satisfecho?

-Marcharte a toda prisa era una especialidad tuya, ¿recuerdas? Y en cuanto a lo de si estoy o no satisfecho...

Lily sintió que el corazón se le aceleraba. Sacó las gafas de sol del bolso, se las puso y se dirigió hacia el coche, pensando que allí estaría a salvo. Temblando, abrió la puerta y se sentó al volante.

Acababa de encender el motor y de meter una marcha cuando unos golpes en la ventanilla le hicieron dar un respingo.

Jack otra vez. ¿Qué pasaba ahora?

-¿Sí?

El corazón le dio un vuelco al verlo sonreír. Incluso después de tantos años, podía leer en su alma: sabía perfectamente lo mucho que le había irritado su comentario.

-Ha pasado mucho tiempo -murmuró-. No empecemos con mal pie. Me disculpo por lo que te dije antes. No quería molestarte en tu primer viaje de vuelta a casa.

-No pasa nada, Jack. No me lo he tomado a mal.

Seguía sin retirar la mano del coche, mientras Lily se moría de ganas de pisar el acelerador y salir a toda velocidad de allí. Mantuvo la mirada fija en sus dedos, como indicándole que la retirara de una vez. Tenía las manos grandes y anchas, de dedos largos, con las uñas bien manicuradas. Muy diferentes de las del aprendiz de mecánico que había conocido años atrás. Muy a su pesar, experimentó una punzada de nostalgia.

Volver a casa había sido un terrible error.

-Nos vemos, entonces -lo dijo con un tono de convicción. De certidumbre.

-Sí. Tenía los nudillos blancos de la fuerza con que estaba agarrando el volante. Aspiró hondo, obligándose a relajarse. Jack retiró por fin la mano y la alzó a manera de despedida. Y Lily salió por fin de la gasolinera.

Dudaba que lo volviera a ver pronto: no si podía evitarlo. Aunque, bien mirado, aquel temprano encuentro con Jack Dolan tenía sus ventajas: ya había pasado el trámite. Ahora sólo le quedaba enfrentarse con su padre... ah, y reconstruir su vida. Sonrió, triste. Si fuera tan sencillo de hacer como de decir...

Mientras atravesaba la población de la base de la península, fue advirtiendo los cambios: algunos eran sutiles, otros no tanto. Experimentó una sensación de extrañeza y familiaridad, que no pudo sino inquietarle. Aunque el principal motivo de su inquietud no era otro que su destino: la casa de playa de su padre, en la misma punta del dedo de tierra que daba su nombre a Onemata. No había vuelto a pisar aquella casa desde la noche en que su padre acabó con su historia de amor con Jack y la expulsó a Auckland. Desde entonces, nada deseosa de regresar, estuvo residiendo allí cerca de dos años, estudiando en la universidad y disfrutando del anonimato que proporcionaba vivir en la mayor ciudad de Nueva Zelanda, y no en un pueblo donde todo el mundo la conocía.

Un azaroso encuentro con un buscador de modelos la catapultó a las páginas de la revista Fashion Week y, posteriormente, a América. Volver a Onemata había sido lo último que se le había pasado por la cabeza. Pero en la vida de una siempre llega un momento en que hay que detenerse para hacer balance y asegurar el rumbo. Una sucesión de desafortunadas inversiones, además de una persistente mononucleosis que le imposibilitaba aceptar nuevos trabajos, habían precipitado aquel momento para Lily.

Jack se quedó mirando el coche de Lily mientras se alejaba por la calle mayor del pueblo.

¿Sabría acaso que la mayor parte de aquella población era suya? Lo dudaba.

Su cuerpo seguía irradiando calor, como consecuencia del incendio que se le había desatado por dentro nada más verla. Se había creído inmune después de tantos años, pero no. Su reacción ante Lily había sido tan instantánea e inmediata como el primer día que apareció en el instituto de Onemata.

Estaba más delgada que antes, de aspecto casi frágil. Y en sus ojos azul claro había visto un distanciamiento insólito, desconocido para él. Un distanciamiento que le había recordado a su padre y su dudosa ética profesional.

La promesa que se había hecho a sí mismo hacía años, y que lo había teledirigido a la cumbre de la elite empresarial australiana, resonó en su mente. La familia Fontaine nunca volvería a hacer daño alguno a sus seres queridos.

Se puso a planificar su siguiente movimiento. El regreso de Lily resultaba mucho más profético de lo que imaginaba. Durante los últimos años había ido adquiriendo todas y cada una de las propiedades que habían pertenecido a Charles Fontaine, y ahora se disponía a dar el golpe de gracia: la destrucción de Fontaine Compuware, el filón madre de su riqueza. Pero el colmo sería utilizar a Lily Fontaine como arma táctica en su campaña final...

Charles se lo había buscado, por supuesto. Y lo mismo su mentirosa hija.

***

Lily se sentó en las dunas, de espaldas a los focos que iluminaban el prado bien cuidado y el edificio de dos pisos de estilo español que su padre había levantado como monumento a su riqueza. Tenía la mirada fija en el reflejo de la luna en el espumoso mar, con las hambrientas olas que parecían devorar la costa con precisión militar.

Onemata tenía ese efecto sobre la gente: las devoraba y consumía. Lenta, inexorablemente.

Nada más entrar, abriendo la puerta con su vieja llave, había recibido una escueta nota manuscrita del ama de llaves, la señora Manson. Su padre, que se había entretenido en la oficina, le pedía que se pusiera cómoda y no lo esperara para cenar.

Había acogido con culpable alivio aquel inesperado retraso en su reunión. Un alivio al que siguió una punzada de dolor. Porque, evidentemente, su padre no había querido molestarse en estar en casa para cuando ella viniera.

La distancia generada por todos aquellos años de separación parecía haber desaparecido. Se había esfumado en un parpadeo. Se había jurado que nunca volvería, una promesa que se había hecho entre lágrimas después de que su padre la hubiera enviado a Auckland. De puertas afuera, si había ido a Auckland había sido para empezar sus estudios universitarios. Pero había habido algo más. Su padre lo había visto: se había enterado. Y eso le había avergonzado. Ella lo había avergonzado.

Si su padre la había obligado a marcharse, la culpa de que no hubiera querido volver la había tenido Jack Dolan. Durante las primeras semanas había esperado con todo su corazón que le devolviera las llamadas de teléfono, que buscara alguna manera de retomar el contacto con ella. Pero no lo había intentado ni una sola vez. En vez de su amor, había elegido el dinero de su padre. Su rechazo no había podido dolerle más.

Y ahora allí estaba. En casa. Para la mayor parte de la gente, aquella palabra de cuatro letras evocaba una sensación de calor, de seguridad. Pero no para ella.

Después de todos aquellos años de autoexilio, Lily seguía sin poder perdonarle a su padre la manera en que la había tratado, como si fuera una de sus empresas, algo que simplemente se solucionaba con dinero.

Charles Fontaine había sido el pilar de su vida. De niña, lo había adorado. Sí, había sido un hombre duro, implacable, intratable a veces, pero desde el divorcio de sus padres, cuando Lily sólo tenía cuatro años, él siempre había estado a su lado. Al contrario de su madre, que se había concentrado en fundar otra familia cortando todo lazo con ellos, sin el menor remordimiento. Su padre siempre había sido su roca, su principal asidero. Hasta que entró en la adolescencia y empezó a cuestionar sus órdenes. Hasta que empezó a salir con Jack.

Las amenazas y los gritos de su padre habían hecho posible que Lily proyectara aquella búsqueda de seguridad en aquel amor prohibido... Pero Jack, al final, la abandonó.

Inconscientemente, recogió un puñado de arena. El dolor seguía allí, enterrado muy adentro. Habían sido tan jóvenes... ¿demasiado jóvenes para enamorarse? ¿Para planificar un futuro? En aquel entonces, no lo había creído así.

Suspiró profundamente, poniendo freno a aquel rumbo de pensamientos. Desperdiciar el tiempo pensando en el pasado no llevaba a ningún sitio. Abrió la mano y la arena se escurrió entre sus dedos. A pesar de la humedad de la noche, parecía incapaz de abandonar aquella playa. El lugar la había atraído como un imán, el único lugar que le evocaba recuerdos felices. Por un instante se permitió evocarlos sin dolor... hasta que, firmemente, los devolvió al lugar al que pertenecían.

Las nubes se acumulaban en el cielo, oscureciendo el resplandor de la luna y envolviendo la playa en un manto de oscuridad. Era hora de volver. De enfrentarse a la realidad.

Una vez en la casa, se dirigió directamente al cuarto de baño y se desnudó. Sin detenerse a mirarse en el espejo, abrió el grifo del agua caliente y entró en la ducha. Con las manos apoyadas en la pared, dejó que el chorro le cayera en cascada sobre la nuca, los hombros, la espalda.

Cerró con fuerza los ojos y alzó la cabeza para recibir el agua en la cara. Estaba terriblemente cansada. Desde que su contable le comunicó la noticia del fracaso de su inversión financiera, apenas había dormido. Aquel negocio le había parecido tan seguro... Había invertido en él la mayor parte de sus ahorros: una operación supuestamente segura, que le habría reportado unos buenos beneficios. Unos beneficios con los que había estado contando desde que la enfermedad la obligó a salir del candelero de la moda y pasar a un segundo o tercer plano, en una situación de virtual desempleo. En su empeño por recuperar su antigua vida y hacer acto de presencia en los lugares adecuados, se había forjado una nueva imagen. Desgraciadamente aquella imagen de chica frívola y divertida se avenía mal con la de mujer elegante y sofisticada que prefería su casa de modas, con lo que no le renovaron el contrato. Como resultado, volver a «casa de papá» se había convertido en su último recurso.

A ciegas, recogió el frasco de gel y empezó a enjabonarse el cuerpo, disfrutando de la caricia de la espuma en la piel. Sus manos se detuvieron en sus caderas y en su vientre, donde apenas resultaban visibles unas finas estrías plateadas... y una explosión de dolor le arrancó un gemido. De cuando en cuando le sucedía. La pérdida del hijo que debió nacer... y, por encima de todo, el rechazo del que Jack los hizo víctimas a ambos.

Capítulo Dos

Lily cerró los ojos con fuerza para contener las lágrimas. Tenía que recuperarse, como lo había hecho antes cientos de veces. Para que el resto del mundo sólo viera a Lily Fontaine, ex modelo y antigua componente de la jet set.

Cerró el grifo y buscó la toalla. Después de secarse rápidamente y de envolverse en ella, bostezó. No había dormido nada durante el viaje en avión desde Los Ángeles y estaba empezando a sufrir los efectos. Su padre todavía no había vuelto. Parecía tener tantas ganas de recibir a su única hija como ella de volver.

Un fuerte golpe en la puerta principal le hizo dar un respingo. Se quitó la toalla para ponerse una bata de satén rosa y se ató el cinturón mientras se apresuraba a abrir. Una mirada al reloj de pared del abuelo le confirmó lo tarde que era. Esperaba que, quienquiera que fuera, no estuviera de humor para charlar demasiado. Se moría de ganas de acostarse.

Forzando una sonrisa, abrió la puerta.

-Oh, eres tú.

Su sonrisa murió en el instante en que descubrió a Jack. Vestida como iba únicamente con la bata, se sintió terriblemente vulnerable. Procuró cerrarse todo lo posible las solapas.

-¿Qué quieres? -le preguntó, estremecida de frío.

-Te vas a helar -y entró, obligándola a apartarse.

Si antes, en la gasolinera, había estado en desventaja, ahora era mucho peor. Jack se alzaba imponente ante ella. Su camisa de un blanco inmaculado enfatizaba aún más su bronceado. Siempre le había encantado aquella pie dorada, de color caramelo...

Se volvió para cerrar la puerta. Y el vestíbulo, que siempre le había parecido tan amplio y espacioso, pareció achicarse.

-¿No vas a invitarme a entrar? Lily soltó un resoplido de indignación. Evidentemente tenía intención de alargar la visita.

-Mira, Jack, ¿por qué no abrevias y me cuentas rápidamente lo que tengas que decirme? Mi avión de Los Ángeles sufrió un retraso y el trayecto desde Auckland me ha dejado absolutamente agotada. Me cuesta mantener los ojos abiertos.

-No te entretendré mucho tiempo.

Acto seguido atravesó el vestíbulo y se dirigió hacia la parte posterior de la casa, rumbo a la cocina y el salón contiguo. Lily no tuvo más opción que seguirlo por el pasillo.

Lily todavía no había visto los cambios. Su padre le había contado por teléfono lo que había hecho: derribar un par de paredes para ensanchar el salón. Había quedado una habitación perfecta, como salida de las páginas de una revista de decoración. En una esquina, una mesa llena de fotografías enmarcadas, la mayor parte de ella, y dos grandes sofás a ambos lados de una chimenea de piedra. Fueran cuales fueran las razones que había tenido su padre para crear un espacio tan cómodo y elegante a la vez, se notaba que apenas pasaba tiempo allí. Los sofás parecían nuevos. Incluso los posavasos de la mesa del café estaban recogidos.

Eludiéndolo, Lily fue a la cocina y puso a calentar agua.

-Ya que estás aquí, ¿quieres un café? -le preguntó mientras sacaba dos tazas y un frasco de café en polvo.

-Claro. Sin leche, gracias.

En eso no había cambiado, pensó Lily. El agua tardó una eternidad en empezar a hervir. Para entonces, Jack seguía sin decir nada y ella estaba hecha un manojo de nervios.

Al otro lado del salón, Jack alzó la mano para acariciar delicadamente las hojas de un helecho plantado en un colorido tiesto de cerámica. Lily se tensó de inmediato. Sus manos, sus dedos, sus labios, su boca... Siempre había sido tan tierno... Pero ya no lo era, se recordó. No había ternura alguna en el hombre que tenía delante.

-Entonces... ¿qué es lo que quieres, Jack?

Se volvió para mirarla, con una leve sonrisa, y por un instante Lily creyó distinguir un brillo de deseo en sus ojos dorados. Luego, con absoluta naturalidad, se desabotonó la chaqueta.

Una galería de prohibidas imágenes empezaron a desfilar por la mente de Lily. La de sus propios dedos acariciando el oscuro vello de su torso. Sus labios besándole la piel. El sabor de aquella piel cálida...

Se quedó sin aliento antes de que pudiera evitarlo. Se dijo que era el jet lag. Tenía que ser el jet lag.

Habían permanecido durante demasiado tiempo separados para que pudiera conservar aquel antiguo poder sobre ella. Lily se había pasado la mayor parte de aquellos diez años esforzándose por olvidarlo. Se había convertido en una mujer de mundo, versada en las complejidades de la vida social, en el fingimiento y el disimulo. Era absurdo que, por culpa de unos pocos recuerdos, se encendiera como una bombilla.

Al ver que se dirigía hacia ella, las piernas empezaron a temblarle. Se detuvo a sólo unos centímetros de distancia, pero esa vez Lily estaba decidida a quedarse donde estaba. Podía sentir el calor de su cuerpo, oler el aroma de su loción.

Y soltó un tembloroso suspiro cuando vio que alzaba lentamente una mano.

«Oh, no, por favor. No me toques otra vez», suplicó en silencio. El corazón se le había acelerado. Estaba ardiendo por dentro. Por mucho que temiera la sensación de su contacto, anhelaba volver a experimentarlo. Inconscientemente, empezó a acercarse a él...

Pero la mano se detuvo en el aire, vacilante, y volvió a caer.

-¿Qué te pasa, Lily? ¿Todavía te quedan ganas de explorar el lado oscuro?

Se tensó todavía más, si eso era posible. No podía dejarle traslucir lo mucho que le dolía aquella burla. Mientras estuvieron saliendo juntos, todas sus amistades se habían burlado de ella porque la familia de Jack había estado mal vista en el pueblo, y por tanto el hecho de salir con él desafiando la inequívoca desaprobación de su padre había sido como «explorar el lado oscuro».

-Tú ya no me conoces -le dijo con tono sorprendentemente tranquilo-. El tiempo cambia.

-Claro que cambia, pero la gente no. No de verdad. Por dentro. Soltó un suspiro y Lily sintió la caricia de su aliento en el cuello.

-Mira, olvidémonos del café. Dime de una vez lo que has venido a decirme y luego vete.

Jack se arrepintió en el instante de haberse acercado tanto a ella, pero su embriagador aroma lo mantuvo en aquel mismo sitio, sin moverse. Cerró los puños para evitar tocarla, tal fue el impulso que experimentó de acariciarle la cara nada más verla. A punto había estado de hacerlo y no podía arriesgarse de nuevo.

Vio que entreabría los labios y los sentidos se le nublaron con el irresistible anhelo de besarla. De saborearla de nuevo. De ver si seguía respondiendo como antes. De perderse en aquel cuerpo y descubrir... ¿qué?