Ser infeliz - Franz Kafka - E-Book

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Franz kafka

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Beschreibung

Este libro reúne dos de los mejores cuentos de Kafka: Ser infeliz y Un médico rural. Ambos se desarrollan en un ambiente que torna más y más asfixiante a medida que los relatos avanzan y sus personajes toman cuerpo. Con estas historias, el lector se sumerge completamente en el mundo kafkiano, lleno de angustia, ambigüedad y de movimientos contradictorios en los que los límites se disuelven para aterrizar finalmente allí donde nada es seguro.

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Veröffentlichungsjahr: 2019

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Inhalt

Ser infeliz

Un médico rural

Ser infeliz

Cuando ya eso se había vuelto insoportable, en un atardecer de noviembre, y yo me deslizaba sobre la estrecha alfombra de mi habitación como en una pista, estremecido por el aspecto de la calle iluminada me di vuelta otra vez, y en lo profundo de la habitación, en el fondo del espejo, encontré no obstante un nuevo objetivo, y grité, solamente por oír el grito al que nada responde y al que nada le sustrae la fuerza de grito, que por lo tanto sube sin contrapeso y no puede cesar aunque enmudezca; entonces desde la pared se abrió la puerta hacia afuera así de rápido porque la prisa era, ciertamente, necesaria, e incluso vi los caballos de los coches abajo, en el pavimento. Se levantaron como potros que, habiendo expuesto los cuellos, se hubiesen enfurecido en la batalla.

Cual pequeño fantasma, corrió una niña desde el pasillo completamente oscuro, en el que todavía no alumbraba la lámpara, y se quedó en puntas de pie sobre una tabla del piso, se balanceaba levemente encandilada enseguida por la penumbra de la habitación, quiso ocultar rápidamente la cara entre las manos, pero de repente se calmó al mirar hacia la ventana, ante cuya cruz el vaho de la calle se inmovilizó por fin bajo la oscuridad. Apoyando el codo en la pared de la habitación, se quedó erguida ante la puerta abierta y dejó que la corriente de aire que venía desde afuera se moviera a lo largo de las articulaciones de los pies, también del cuello, también de las sienes. Miré un poco en esa dirección, después dije: “Buenas tardes”, y tomé mi chaqueta de la pantalla de la estufa, porque no quería estar allí parado, así, a medio vestir.

Durante un ratito mantuve la boca abierta para que la ansiedad me abandonara por la boca. Tenía la saliva pesada; en la cara me temblaban las pestañas. No me faltaba sino justamente esta visita, esperada por cierto. La niña estaba todavía parada contra la pared en el mismo lugar; apretaba la mano derecha contra ella, y, con las mejillas encendidas, no le molestaba que la pared pintada de blanco fuese ásperamente granulada y raspase las puntas de sus dedos. Le dije:

—¿Es a mí realmente a quién quiere ver? ¿No es un error? Nada más fácil que equivocarse en esta enorme casa. Yo me llamo así y asá; vivo en el tercer piso. ¿Soy yo a quién usted desea visitar?

—¡Calma, calma! —dijo la niña por sobre el hombro— ya todo está bien.

—Entonces entre un poco más. Yo querría cerrar la puerta.

—Acabo justamente de cerrar la puerta. No se moleste. Por sobre todo, tranquilícese.