Sexo, mentiras y engaño - Barbara Dunlop - E-Book
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Sexo, mentiras y engaño E-Book

Barbara Dunlop

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Beschreibung

¿Haría lo que debía poniendo en peligro la relación con su jefe? Después de que su ex hubiera escrito un libro que lo revelaba todo sobre él, Shane Colborn se vio inmerso en una pesadilla mediática. Lo último que necesitaba era tener una aventura con otra mujer, sobre todo si esta trabajaba para él. Pero le resultaba imposible resistirse a Darci Rivers. La pasión entre ambos era intensa, pero también era grande el secreto que guardaba Darci. Estaba dispuesta a todo para descubrir un hecho que devolviera el buen nombre a su padre: un hecho que arruinaría la empresa de Shane y su relación con él, que era de las que solo sucedían una vez en la vida.

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Seitenzahl: 184

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Barbara Dunlop

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Sexo, mentiras y engaño, n.º 5535 - febrero 2017

Título original: Sex, Lies and the CEO

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situacionesson producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientosde negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcasregistradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y susfiliales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9325-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

—No contestes —gritó Darci Rivers corriendo por el suelo de parqué del ático, abarrotado de cosas.

—No va a ser él —dijo Jennifer Shelton mientras metía la mano en el bolso.

Darci se deslizó en calcetines alrededor de un montón de cajas de embalar al tiempo que el teléfono volvía a sonar.

—Es él.

—No es él —Jennifer miró la pantalla del móvil y, a continuación, a Darci—. Es él.

Darci arrebató con destreza el teléfono de las manos de su compañera de piso.

—No vas a darte por vencida.

—Claro que no —respondió Jennifer mirando el aparato con nostalgia.

—Para ti, está muerto —apuntó Darci al tiempo que reculaba a una prudente distancia.

—Tal vez, él esté…

—No lo está.

—No sabes lo que iba a decir.

Darci presionó una tecla para cancelar la llamada y se guardó el teléfono en el bolsillo delantero de los vaqueros.

—Ibas a decir que tal vez estuviera arrepentido.

Jennifer hizo un mohín.

—Puede que lo esté.

Darci se dirigió hacia la cocina de aquel espacio abierto. Una pared de cristal se extendía a un lado con vistas a Chicago. Dos claraboyas decoraban el alto techo y dos buhardillas cerraban cada extremo de la amplia y rectangular habitación.

El teléfono volvió a sonar.

Jennifer la siguió.

—Devuélvemelo.

Darci rodeó la isla central de la cocina.

—¿Qué me dijiste anoche?

—Podría ser un cliente.

—Si es un cliente, dejará un mensaje.

Eran casi las siete de la tarde de un martes. Aunque Darci y Jennifer se enorgullecían de estar fácilmente disponibles para los clientes en su página web, no se morirían por perder a un cliente.

—¿Qué clase de servicio al consumidor es ese?

Darci se sacó el teléfono del bolsillo para mirar la pantalla.

—Es él.

Canceló la llamada y se lo volvió a guardar.

—Podría haberle pasado algo —apuntó Jennifer dando un paso hacia ella.

—Claro que le ha pasado algo: se ha dado cuenta de que hablabas en serio.

Buscó en la encimera una caja en la que había escrito «botellero» y la abrió. Si recordara en qué caja estaban las copas…

Señaló una caja a Jeniffer.

—Mira en esa blanca.

—No puedes quedarte con mi móvil.

—Claro que puedo. Me hiciste jurar que lo haría.

—He cambiado de idea.

—No te puedes echar atrás.

—Esto es ridículo.

—Me dijiste, y cito textualmente, «no me dejes volver a hablar con ese canalla». Creo que las copas de vino están en la caja blanca.

Jennifer apretó los dientes.

Darci tiró de la caja para acercarla y le quitó la ancha cinta adhesiva.

—Te ha engañado, Jen.

—Estaba borracho.

—Va a volver a emborracharse y a engañarte. Ni siquiera sabes si ha sido la primera vez.

—Estoy bastante segura de…

—¿Bastante segura? ¿Te estás oyendo? Tienes que estar segura al cien por cien de que no lo había hecho antes y de que no lo volverá a hacer. En caso contrario, debes dejarlo.

—Eres muy idealista.

—Ajá —Darci había encontrado las copas. Sacó dos y las llevó al fregadero para aclararlas.

—Esas cosas no pueden saberse con total certeza.

—¿Te estás oyendo?

Se produjo un largo silencio antes de que Jennifer contestara.

—Me esfuerzo en no hacerlo.

Darci sonrió mientras sacudía las gotas de las copas.

—Así se habla.

Se volvió hacia la barra donde desayunaban y Jennifer se sentó en un taburete.

—Es tan…

—¿Egoísta?

—Guapo, era lo que estaba pensando —afirmó Jennifer distraídamente mientras abría la caja que estaba más cerca de ella.

—Un hombre tiene que tener algo más que unos buenos pectorales y un trasero prieto.

Jennifer se encogió de hombros y miró en el interior de la caja.

—Dime que tengo razón —dijo Darci.

—Tienes razón.

—Dilo como si lo creyeras de verdad.

Jennifer lanzó un profundo suspiro y sacó un montón de viejos álbumes de fotos.

—Lo digo en serio. ¿Me devuelves el móvil?

—No, pero puedes tomarte una copa de este merlot de diez dólares.

Ambas mujeres habían consumido juntas mucho vino barato. Eran amigas íntimas desde el instituto y habían conseguido una beca para estudiar Diseño Gráfico en la universidad de Columbia. Llevaban viviendo juntas cuatro años y compartían opiniones, chistes y secretos.

Darci hubiera dado la vida por su amiga, pero no por Ashton Watson.

Jennifer sentía debilidad por aquel hombre, persuasivo y encantador. Lo había abandonado tres veces en los cuatro meses anteriores, pero, cada vez, él, haciendo uso de toda su elocuencia, le había jurado que sería más considerado y menos egoísta. Y, cada vez, ella había vuelto con él.

Darci no estaba dispuesta a que volviera a suceder. Aquel hombre no sabía lo que era estar en pareja.

Jennifer sacó tres gruesos sobres de papel manila de la caja y los puso al lado de los álbumes.

—No tengo sed.

—Claro que sí —Darci empujó una de las copas al otro lado de la barra.

Jennifer rebuscó en la caja y sacó una cartera de cuero.

—¿Todo esto era de tu padre?

—Estaba en el cajón superior de la cómoda —Darci miró la pequeña colección de cosas de su padre—. Lo empaqueté cuando vacié su piso. Estaba demasiado emocionada para examinarlo ese día.

—¿Quieres que vuelva a guardarlo?

Darci sabía que no tenía sentido seguirlo posponiendo. Se sentó en el otro taburete y tomó un sorbo de vino para darse ánimo.

—Estoy lista. Ya han pasado tres meses.

Jennifer volvió a meter la mano en la caja y sacó una vieja caja de madera.

—¿Son puros?

—Solo fumaba cigarrillos.

—Parece muy vieja —Jennifer la olió—. Es madera de cedro.

Darci sentía más curiosidad que pesar. Echaba de menos a su padre todos los días. Estuvo enfermo y con dolores muchos meses antes de morir. Y aunque ella desconocía los detalles, sabía que había sufrido emocionalmente durante años, lo más probable desde que la madre de Darci se marchó cuando ella era un bebé. Comenzaba a aceptar que, por fin, estaba en paz.

Jennifer levantó la tapa.

Darci miró en su interior.

—Es dinero —dijo Jennifer.

El descubrimiento confundió a Darci.

—Son monedas —Jennifer agarró bolsitas de plástico llenas de monedas de oro y plata—. Parece una colección.

—Seguro que carecen de valor.

—¿Por qué lo crees?

—Durante años tuvo que esforzarse por llegar a fin de mes. No me gustaría que se hubiera privado de muchas cosas y hubiera ahorrado esas monedas para dejármelas.

—Seguía comprando whisky de malta.

Darci sonrió al recordarlo. Nacido y criado en Aberdeen, a Ian Rivers le encantaba el whisky.

—¿Qué es esto? —Jennifer extrajo un sobre doblado de debajo de las monedas. En el pliegue había una fotografía.

Darci la miró.

—Es mi padre, sin lugar a dudas.

Ian estaba de pie en un pequeño despacho, poco amueblado, con las manos apoyadas en un escritorio de madera. Darci dio la vuelta a la foto, pero no había nada escrito en el reverso.

Jennifer abrió el sobre, que no estaba sellado.

—Es una carta.

—¿Para mi padre?

Darci se preguntó si sería una carta de amor. Incluso pensó que sería de su madre, Alison, aunque no habían vuelto a saber nada de ella.

—Es de tu padre y está dirigida a un tal Dalton Colborn.

Hacía años que Darci no oía aquel nombre. Como no decía nada, Jennifer la miró.

—¿Lo conoces?

—No en persona. Era el dueño de Colborn Aerospace. Y fue socio de mi padre.

—¿Tu padre trabajó en Colborn Aerospace?

—Tenían juntos otra empresa, D&I Holdings. No sé mucho de ella. Dejaron de ser socios cuando yo era un bebé —Darci miró la foto—. Dalton y mi padre eran ingenieros. Juntos fundaron la empresa, pero parece que la cosa acabó muy mal. Recuerdo que mi padre se enfurecía al ver el nombre de su exsocio.

—Hay un sello de treinta y dos centavos en la carta. No se echó al correo.

El sobre no estaba cerrado.

—Léela —dijo Darci.

—¿Estás segura?

Darci dio un largo trago de vino.

—Estoy segura.

 

* * *

 

Shane Colborn mandó el libro de un empujón al otro lado del escritorio de madera de cerezo. Justin Massey, director del departamento jurídico de Colborn Aerospace, lo atrapó antes de que cayera al suelo.

—No se puede caer más bajo —dijo Shane.

Detestaba leer lo que se publicaba sobre él. Los artículos de negocios ya eran malos; los periódicos sensacionalistas, peores, pero, por fortuna, eran cortos; aquel libro era espantoso.

—No hay forma de evitar que se publique —dijo Justin. Bastante suerte hemos tenido de poder hacernos con este ejemplar —hizo una pausa—. ¿Cuánto de cierto hay en él?

Shane se esforzó en reprimir la ira que le enturbiaba las ideas.

—No lo sé. ¿Quieres una cifra? Un veinte, tal vez un treinta por ciento. Las fechas, los lugares y los hechos son exactos. Pero seguro que no hablo en la cama como un poeta del siglo XVIII.

Justin esbozó una sonrisa.

—Cállate —le ordenó Shane.

—No he abierto al boca.

Shane empujó hacia atrás el sillón y se levantó. En lugar de disminuir, su ira había aumentado.

—No flirteaba con otras mujeres cuando ella estaba presente. ¿Y tacaño? ¿Tacaño yo? Creo que esa mujer no miró una etiqueta durante todo el tiempo que estuvimos saliendo: limusinas, restaurantes, ropa, fiestas… Le regalé una pulsera de diamantes por su cumpleaños, el pasado mes de marzo.

Era un regalo que lamentaba. No le importaba el precio, pero los diamantes tenían algo íntimo, sobre todo cuando era una joya hecha por encargo. Pero Bianca había le hecho mohínes y lloriqueado hasta que él había cedido. Se alegraba de haberse librado de sus quejas.

—Me preocupa sobre todo el capítulo seis.

—¿Es en el que me acusa de espionaje industrial?

—A los clientes verdaderamente les da igual cómo te comportes en la cama. Pero sí les preocupa que les robes la propiedad intelectual.

—No lo estoy haciendo.

—Ya lo sé. No es a mí a quien debes convencer.

A Shane le tranquilizó que su abogado confiara en él. Señaló con la cabeza la portada del libro.

—¿Hay alguna forma de refutarlo?

—No, a menos que no te importe que se desate en los medios de comunicación una batalla entre lo que dice ella y lo que dices tú. Sabes que Bianca irá a todos los programas de entrevistas locales. Cualquier movimiento que lleves a cabo solo servirá para prolongar la historia.

—Así que debo mantenerme en silencio.

—Así es.

—¿Y dejar que crean que soy un cobarde?

—Diré a nuestros clientes que las acusaciones de espionaje industrial son ridículas. Si quieres, les puedo hablar de tu vida sexual.

—Muy gracioso.

—Intento serlo. ¿Has sabido algo de Gobrecht esta semana?

Shane negó con la cabeza.

Gobrecht Airlines tenía la oficina central en Berlín y se hallaba en la fase final de aprobar un contrato para la construcción de veinte aviones. El Colborn Aware 200 era el modelo favorito. Si Gobrecht se comprometía a comprárselos a Colborn Aerospace, era probable que Beaumont Airlines siguiera su ejemplo y les encargara un número mayor.

Justin retrocedió hacia la puerta del despacho.

—Tu perfil público siempre ha sido bueno para los negocios, pero, por favor, ¿podrías intentar no aparecer en los titulares durante un tiempo?

—Nunca he tratado de salir en ellos. Creí que Bianca estaba al tanto de la situación.

Se la habían presentado los Miller. Era hija de un buen amigo de la familia, por lo que Shane supuso que había crecido rodeada de gente rica e importante. No se le ocurrió que le gustara hacer confidencias en público ni, desde luego, que fuera a escribir un libro en el que supuestamente lo contaba todo acerca de él por dinero.

—Es imposible saber en quién se puede confiar —observó Justin.

—Yo confío en ti.

—Estoy obligado por contrato a ser fiable.

—Tal vez sea lo que deba hacer la próxima vez —Shane bromeaba solo a medias—. Que las mujeres con las que salga firmen un acuerdo de confidencialidad antes de pasar a la acción.

—Sería mejor que no salieras con nadie durante cierto tiempo.

—No parece muy divertido.

—Lee o haz algo que te distraiga.

—¿Como jugar al golf o pescar?

—No hay mucha pesca en Chicago y sus alrededores, pero puedes jugar al golf.

—Lo intenté una vez. Fue una experiencia horrible —Shane se estremeció al recordarlo.

—Ya sabes que lo importante no es la pelota, sino la conversación.

—La gente aburrida juega al golf.

Justin se detuvo al lado de la puerta cerrada.

—La gente poderosa juega al golf.

—Preferiría hacer submarinismo o tirar al blanco.

—Pues hazlo.

Shane se lo había planteado: un largo fin de semana en los cayos o en una cabaña rústica en Montana.

—Es difícil sacar tiempo para hacerlo.

—Ahora que no vas a salir con nadie, tendrás un montón.

—Hay reunión de la junta directiva el viernes. El miércoles por la mañana inauguro la nueva planta de R&D. El sábado por la noche soy el anfitrión de la fiesta en la mansión familiar para recaudar fondos para operaciones de salvamento. Y no voy a presentarme sin una mujer.

—Tendrás que hacerlo.

—No.

—Entonces, búscate a una acompañante segura —dijo Justin—. Llévate a tu prima.

—Madeline no va a ser mi acompañante. Sería lamentable. Y no quiero parecer lamentable en mi propia fiesta.

—No parecerás lamentable, sino astuto. El truco consiste en no ofrecer a los medios nada de lo que puedan hablar.

—¿No crees que dirán que salgo con mi prima?

—Dirán que Madeline y tú fuisteis unos anfitriones impecables y que Colborn recaudó cientos de miles de dólares para las operaciones de salvamento.

El instinto indicaba a Shane que debía oponerse, pero se obligó a reflexionar sobre ello. ¿Era una vía segura hacer de anfitrión con Madeline?

Sabía que ella lo haría por él. Era un encanto. ¿Evitaría así las críticas? Y lo más importante, ¿protegería su intimidad?

—Hay una fina línea entre aparecer acompañado en público y convertirse en un espectáculo para los medios —afirmó Justin.

—Y yo la he cruzado, ¿verdad?

—Bianca lo ha hecho por ti.

Shane capituló.

—Muy bien, llamaré a Madeline.

—Es una decisión acertada. Ya sabes que las mujeres con las que sales se acuestan con el personaje multimillonario y no con el hombre.

—Así la mansión familiar servirá para algo bueno.

La casa de Barrington Hills llevaba décadas en manos de su familia. Pero estaba a una hora de distancia del centro de la ciudad. ¿Y para qué necesitaba un soltero siete dormitorios?

Shane solía vivir en un ático de Lake Shore Drive, con tres dormitorios, unas vistas fantásticas y muy buenos restaurantes en la vecindad.

—Estoy seguro de que tu padre estaría orgulloso del uso que haces de la casa familiar.

Shane sonrió al recordarlo. Su padre había muerto trágicamente con su madre, seis años antes, en un accidente de barco, cuando Shane tenía veinticuatro años. Los echaba de menos. Y aunque Justin había hablado con sarcasmo, Dalton no hubiera tenido ningún problema con la vida amorosa de su hijo.

Shane oyó la voz de Ginger, su secretaria, por el interfono.

—Señor Colborn, le llama Hans Strutz, de Gobrecht Airlines.

Justin y Shane se miraron con cierta preocupación.

Shane pulsó el botón del interfono que había en el escritorio.

—Pásemelo.

—Muy bien. Línea uno.

—Gracias, Ginger —respiró hondo—. A ver si son buenas o malas noticias.

Justin agarró el picaporte de la puerta.

—Llámame cuando hayas acabado.

 

* * *

 

Darci estaba sentada en el banco de la parada de autobús, enfrente de la oficina central de Colborn Aerospace. El sol de junio brillaba.

La carta que su padre no había enviado le había supuesto una revelación. En ella, Ian explicaba su amargura, la rabia que sentía hacia Dalton Colborn y, probablemente, su afición por el whisky, que había ido aumentando con los años. En la carta acusaba a Dalton de haberle traicionado por haberle robado y haber patentado el diseño de una turbina de nueva generación.

Parecía que Ian y Dalton habían sido buenos amigos durante muchos años, hasta que la avaricia se apoderó del segundo y quiso quedarse con todo. En la carta, Ian lo amenazaba con demandarlo. Era evidente que quería dinero, pero también el reconocimiento profesional por su invento. Dalton recibió un prestigioso premio por la turbina, lo cual le otorgó fama, que se tradujo en riqueza y en un crecimiento vertiginoso de Colborn Aerospace. Mientras tanto, el matrimonio de Ian se deshizo y él cayó en una espiral de depresión y oscuridad.

La carta afirmaba que había pruebas irrefutables de la reclamación de Ian en los archivos de la empresa. Los esbozos originales de la turbina, con su firma, se hallaban ocultos en un lugar que solo él sabía. Pensaba iniciar una demanda judicial para obligar a Dalton a decir la verdad.

Pero Ian no envió la carta. Y Darci solo podía suponer las razones por las que su padre había cambiado de idea. Tal vez no quisiera proporcionar la información de la existencia de los dibujos originales a Dalton por miedo a que los hallara y los destruyera. Si era así, ¿por qué no había recurrido a un abogado? Tal vez lo hubiera hecho.

Darci pensó que nunca lo sabría.

Y allí estaba, mirando el edificio de Colborn Aerospace y preguntándose si las pruebas estarían en su interior. ¿Habría allí papeles juntando polvo que demostraban que su padre había sido un ingeniero brillante? ¿Cómo podría hacerse con ellos?

Observó a la gente que entraba y salía. Si entraba en el vestíbulo en aquel mismo momento, nadie la detendría, aunque probablemente hubiera encargados de la seguridad que no la permitirían ir mucho más allá. Podía preguntar por Shane Colborn, subir a verle y exigirle que mirara los archivos.

Pero eso sería una estupidez. Lo más probable era que Shane fuera tan egoísta y avaricioso como su padre. Si se enteraba de la existencia de pruebas de la falta de honradez de la familia, no iba a consentir que Darci las buscara, sino que lo haría él y las destruiría.

Era la hora de comer, y cientos de personas caminaban por el parque y las aceras.

Darci pensó que lo inteligente sería marcharse, olvidar la existencia de la carta y seguir con su vida.

Era viernes. Esa noche, Jennifer y ella iban a ir al Woodrow Club, donde habían quedado con unos amigos de la universidad para tomar unas copas y tal vez conocer a tipos simpáticos.

La empresa de diseño de webs que Jennifer y ella tenían crecía a un ritmo satisfactorio. Pensaban irse de vacaciones en julio a Nueva York. Habían reservado un hotel en Times Square y entradas para tres espectáculos. Sería fantástico.

Darci observó las puertas de cristal que conducían al vestíbulo de Colborn Aerospace al tiempo que especulaba sobre quién tendría acceso al sótano. Tal vez alguien que fuera a hacer una reparación. Podían alquilar un uniforme, comprar una caja de herramientas y fingir que era de la compañía telefónica o eléctrica.

Lo malo era que no distinguía un fusible de una resistencia.

¿Y si llevaba una pizzas?

Una mujer subió las escaleras hacia la puerta principal, se detuvo a alisarse la falda y pareció que se preparaba para algo antes de agarrar el picaporte. Parecía joven, nerviosa y tímida.

Darci dedujo que iba a una entrevista de trabajo.

Se irguió en el banco porque una idea inesperada se había abierto paso en su cerebro.

Solicitaría un puesto, trabajaría para Colborn. Era un plan brillante.

Capítulo Dos

 

En circunstancias normales, el sentimiento de culpa hubiera impedido a Darci colarse en una fiesta, sobre todo si se trataba de una a la que hubieran acudido las personas más importantes de Chicago. Pero, después de una semana trabajando en Colborn Aerospace, se había enterado de que los archivos más antiguos se hallaban en la mansión Colborn. Esa noche tendría la ocasión de echar un vistazo.

Había alquilado un vestido de seda de cuatro mil dólares, se había gastado una fortuna en unos brillantes zapatos de tacón y otra en peluquería y maquillaje en un salón de belleza. En su opinión, tenía un aspecto fabuloso. Nadie adivinaría que no era rica e influyente.

Lo que tenía que hacer era entrar.

Al final de la escalera semicircular un mayordomo comprobaba discretamente las invitaciones. Darci, a los pies de la misma, se preguntó cuál sería la mejor manera de abordarlo, pero no se atrevió a quedarse mucho rato allí por miedo a llamar la atención.

Una pareja de pelo cano pasó a su lado. La mujer llevaba un espectacular vestido azul con un broche de diamantes en el hombro. Darci tomó rápidamente una decisión y se puso a su lado.

—Ese broche es precioso —dijo mientras subían las escaleras.