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Karinne y Max llevaban dos años prometidos, pero todo a su alrededor parecía estar impidiendo que se casaran. Estaban tratando de disfrutar de una semana juntos en el Gran Cañón. Iban a ser unas últimas vacaciones antes de la boda, la oportunidad de disfrutar de un tiempo juntos y vivir una aventura. Pero esa aventura amenazaba con escapárseles de las manos. Sobre todo cuando la madre de Karinne, a quien esta siempre había creído muerta, apareció de repente con una petición que los dejó boquiabiertos. Era otro obstáculo más en su camino hacia el altar. Y, aunque Max y Karinne se querían, no sabían si eso era suficiente para una novia que cada vez parecía más reticente a la idea de casarse.
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Seitenzahl: 227
Veröffentlichungsjahr: 2013
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2011 Anne Marie Duquette. Todos los derechos reservados.
SÍ, QUIERO… O NO, N.º 19 - julio 2013
Título original: The Reluctant Bride
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3458-3
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
www.mtcolor.es
Su madre no podía estar viva. No podía creerlo.
En circunstancias normales, Karinne Cavanaugh estaría sonriendo mientras hacía las maletas para irse de vacaciones. Iba a visitar el Gran Cañón, uno de los parques naturales más espectaculares del mundo, y podría verlo con sus ojos de fotógrafa. Para variar, iba a poder dirigir su objetivo a algo que no fueran hombres jugando al fútbol o al béisbol. Sabía que iba a perderse en esa maravilla de paisaje en el mes de julio.
Además, iba a poder ver a su prometido, Max Hunter. Quedaban cuatro meses para su boda y quería ir a ver con él el hotel de Flagstaff donde iban a celebrar el banquete.
Max era guía de rafting y le había organizado un viaje por el río. Esa vez iba a pasar más días con él de lo que acostumbraba y esperaba que fuera una especie de anticipo de su luna de miel.
–Ya que vamos a casarnos, creo que debería entender un poco más en qué consiste tu trabajo –le había dicho ella mientras terminaba de convencerlo con un beso–. Será muy romántico.
–Deberías habérmelo dicho antes, ya tengo una reserva para esos días, Karinne –le advirtió Max sin poder resistirse a sus besos–. Pero si se echan para atrás, te llamo.
El tiempo, algo lluvioso, se había puesto de su lado. El cliente llamó para cancelar y Max le dijo que, si podía ir esa semana, podrían pasar algunos días juntos.
La empresa de Max era pequeña. Su hermano menor, Cory, y él eran los únicos empleados.
Afortunadamente, el jefe de Karinne aceptó que se fuera a pesar de haberle avisado de un día para otro.
Creía que tenía motivos para considerarse la mujer más afortunada del mundo, pero no estaba tan segura.
Su madre, a la que creía muerta, una mujer a la que apenas recordaba desde que desapareciera durante su infancia, parecía haber vuelto a la vida para atormentarla.
Mientras hacía fotos en un partido de béisbol, había encontrado una cara que le había resultado muy familiar entre la multitud del fondo. Ese hecho ya le había parecido raro y tomó varias fotografías de esa persona. Unos segundos más tarde, vio que la mujer se había ido.
Después, en su ordenador, pasó por alto las fotos del partido y empezó ampliando digitalmente las imágenes de la multitud. Vio en ellas a una mujer que podría ser Margot Cavanaugh. Estaba bastante más mayor de lo que la recordaba, pero ya habían pasado veinte años.
La policía les había dicho a su padre y a ella que había aparcado al lado del río Arizona y que había dejado una nota suicida en su coche. Después, había desaparecido por completo.
No habían encontrado su cuerpo para enterrarla. Esa misma tarde, una tremenda tormenta había golpeado con fuerza esa zona y el personal de rescate no había podido cubrir mucho terreno.
La madre de Jeff Cavanaugh, que era viuda, se había ido a vivir con su padre y con ella para poder cuidar de ellos. Fue entonces cuando se dio cuenta de que su vida había cambiado por completo, creció muy deprisa después de que desapareciera su madre.
Karinne creció al lado de la familia Hunter. Max, el hijo mayor, había sido su salvavidas. Sus padres casi nunca habían estado juntos en casa y, cuando lo estaban, discutían acaloradamente sobre cuál de los dos tenía una carrera fotográfica y los encargos más importantes. Los problemas matrimoniales de sus padres habían hecho que escapara a menudo a casa de los Hunter. Pero después de la muerte de su madre, un inquietante silencio había reemplazado las muchas discusiones que había habido en el pasado y fue entonces cuando necesitó más que nunca el refugio que le ofrecían sus vecinos.
Su padre empezó a trabajar menos horas y su abuela se quedó a vivir con ellos hasta que Karinne terminó el instituto. Después, se mudó a Florida.
Había heredado las cámaras de su madre y su don para la fotografía. Había ido a la universidad y conseguido un trabajo que le gustaba. Además, su vecino y amigo de toda la vida, Max Hunter, la quería tanto como ella a él. Creía que nada podía amargar su felicidad…
Al menos hasta que había visto a esa mujer que tanto se parecía a su madre. Había sucedido hacía ya un par de semanas. No le había dicho nada a su padre, pero sí había ido a hablar con la policía para decirles lo que había visto.
El detective con el que habló en la comisaría había estado de acuerdo con ella. La mujer de la fotografía se parecía a Margot.
–Me aseguraré de incluir estas fotos en nuestro sistema informático –le prometió–. Pero la desaparición de su madre es un caso cerrado. Consta como un suicidio por ahogamiento en el río. Yo que usted, señora Cavanaugh, no me haría demasiadas ilusiones.
–Pero no llegaron a encontrar su cuerpo. ¿Podría recomendarme un detective privado?
–No podemos hacerlo. Y, aunque pudiera, no se lo recomendaría. Sé que estas cosas son difíciles para la familia, pero han pasado muchos años. Si se tratara de mí, lo dejaría estar.
Karinne lo estaba intentando. Cuando volvió a casa, guardó las fotos.
Al día siguiente, había ido a hablar con un detective privado, pero este le dio el mismo consejo que el policía. Se negó a aceptar el caso y le advirtió que tuviera cuidado con otros que no tuvieran tantos escrúpulos como él.
Había pensado entonces que quizás estuviera exagerando y lo dejó estar hasta la semana anterior. Su padre, que había estado algo obsesionado con la mortalidad durante esos últimos años, le había preguntado qué le parecería si vendía la casa. La pregunta le había sorprendido y había contestado sin pensar.
–Pero entonces… Pero entonces mamá no podría encontrar…
Su padre se quedó boquiabierto.
–Karinne, ¿qué es lo que te pasa?
–La verdad es que no lo sé –le confesó ella sintiéndose un poco tonta.
Le mostró a su padre las fotos digitales. Fue un alivio ver que su padre la miraba y escuchaba con atención, no se rio de ella.
Se sentaron juntos en el sofá y la abrazó con cariño.
–Hay cierta semejanza –reconoció su padre–. Pero las fotos no son muy claras y tu madre está muerta. Me gustaría que hubieras hablado conmigo antes de ir a la policía.
–Te parece una locura, ¿no?
–No, cariño. Creo que es normal. Vas a casarte muy pronto y supongo que deseas que tu madre pudiera estar presente en ese día tan importante.
–¿Crees que es eso?
–Sí –repuso Jeff mientras acariciaba el pelo rubio de su hija–. Desde que te comprometiste, yo también he estado pensando mucho en eso, en cuánto le habría gustado a Margot ir a comprar contigo el vestido de novia, cómo sonreiría cuando te viera ir hacia la iglesia. Te quería tanto… –le dijo su padre con lágrimas en los ojos–. Pero no dejes que esos deseos echen a perder tu boda, Karinne. Ya lo has aplazado en dos ocasiones por culpa de mi salud. Max y tú tenéis un gran futuro por delante y tu madre estará allí en espíritu para bendecir vuestra unión.
–Gracias, papá –repuso ella abrazando a su padre.
Apenas había vuelto a pensar en ello hasta el día anterior, cuando recibió un paquete. Dentro había una sudadera rosa con el logotipo del parque nacional del Gran Cañón. Supuso que sería un regalo de su novio. Sonriendo, buscó una nota. Cuando la encontró, se quedó boquiabierta.
Quiero verte. Si sientes lo mismo, ponte esta sudadera durante el viaje. Con amor, mamá.
No era una mujer supersticiosa, pero sintió un escalofrío y se preguntó si sería una especie de presagio, una manera que tenía su subconsciente de decirle que aquello iba a darle muchos problemas. Se le pasó por la cabeza cancelar el viaje, pero quería visitar el hotel de la boda. Además, le parecía una cobardía hacerlo y no quería tener que decirle a Max por qué.
La sudadera seguía metida en la cómoda. No había vuelto a la policía ni le había hablado a nadie de ella. Creía que ese regalo no era una prueba fiable. El sello de correos era del Gran Cañón, pero el remitente no había escrito su dirección.
Temía que alguien le estuviera gastando una broma muy pesada o tratara de volverla loca.
No tenía paciencia para organizar su ropa y se limitó a meter ropa interior y algunas prendas más en su mochila. Estaba deseando ver a Max, sabía que entonces se sentiría mejor.
Alguien llamó a la puerta. Era Anita, su compañera de piso y la mujer de Cory.
Su marido trabajaba con Max en el norte de Arizona y Anita seguía allí. Vivía en el piso de lunes a viernes, los fines de semana los pasaba en el Gran Cañón con su marido. Llevaban casados solo un año y Anita había decidido mantener su trabajo actual hasta que pudieran ahorrar lo suficiente para comprarse su propia casa en el norte.
Karinne envidiaba a su amiga. Ella solía pasarse los fines de semana trabajando en eventos deportivos de todo tipo, le habría gustado poder pasar más tiempo con Max.
Llevaban ya dos años prometidos, pero apenas se veían. Por una razón u otra, habían tenido que posponer varias veces su boda. Ya habían cambiado la fecha en tres ocasiones.
–Llegas temprano. ¿Te has tomado la tarde libre? –le preguntó Karinne al verla.
Anita miró su mochila.
–¿Preparándote para tus minivacaciones?
Anita era una mujer expresiva y alegre. No se le pasó por alto lo seria que estaba.
–Sí, me voy mañana. ¿Qué te pasa?
–Me han despedido.
–¿Que te han despedido? –repitió Karinne.
–Sí. Increíble, ¿verdad?
Karinne apartó la mochila para que Anita pudiera sentarse en la cama.
–Pero, ¿qué ha pasado? Nadie con dos dedos de frente te despediría.
–En realidad, según nos han informado, se trata de un ajuste de plantilla. No soy la única a la que han despedido. Ya nos habían dicho que podía ocurrir, ¡pero llevo cinco años allí!
–¡Cuánto lo siento!
Anita trabajaba para una aerolínea regional. Tenía un título de contabilidad y había conseguido un trabajo que le encantaba en el departamento financiero de la compañía.
–A lo mejor puedes ayudarme a encontrar trabajo –le dijo Anita–. Tú no tienes que preocuparte, todas las empresas relacionadas con los deportes profesionales van bien.
Sabía que tenía razón. Karinne trabajaba como fotógrafa deportiva. Era algo bastante seguro. Incluso durante las recesiones, ni el béisbol ni el fútbol americano perdían el favor del público. Había conseguido hacerse un hueco en un mundo lleno de hombres. Todo el mundo admiraba su trabajo y su buen carácter.
–¿Qué voy a hacer? –murmuró Anita–. ¡Estoy en paro!
–Se te abrirá alguna puerta, ya verás –le aseguró Karinne.
–Sí, pero ¿cuándo? No va a ser fácil conseguir un trabajo tan bueno como este.
–Lo siento mucho –le dijo Karinne nuevo.
Anita se quedó mirando su mochila.
–Me sorprende que te tomes días libres cuando aún sigue la temporada de béisbol…
–Tengo que centrarme un poco más en la boda. Además, mi jefe me debe un montón de días de vacaciones. Si no los uso, voy a perderlos. Y a Max le han anulado una excursión de rafting.
–Me encantaría poder ir con vosotros, pero sé que necesitáis estar solos. Ahora tengo todo el tiempo del mundo… –repuso Anita muy compungida.
Karinne dudó un momento antes de decir nada. No quería herir los sentimientos de su amiga, pero casi nunca veía a Max y lo echaba mucho de menos. Llevaban meses sin estar juntos.
Cory y ella se conocían desde primaria. Habían ido juntos al colegio y sus familias vivían en la misma calle. A Anita no la había conocido hasta que tuvieron que compartir habitación en la residencia de la universidad. Poco tiempo después, Karinne le presentó a Cory y Anita se enamoró perdidamente de él.
–Si no te importa llevarme, podríamos separarnos en cuanto lleguemos. Yo me quedo con Cory en el piso –le sugirió Anita–. Si quieres, puedo ayudarte con los preparativos de la boda.
–Claro que puedes venir conmigo, y también a hacer rafting. Aunque sé que no te gusta el agua.
–No, pero me atrae la idea de hacer cualquier cosa que consiga levantarme el ánimo. Además, Cory me comentó que era mejor que fuéramos los cuatro en ese viaje por el río.
–¿Cuándo has hablado con él? –le preguntó Karinne sin entender nada.
–Hace unos días. Entonces aún estaba trabajando, así que le dije que no. Pero me acaba de llamar de nuevo hoy. Habían comprado provisiones para la excursión que ha sido cancelada y no quiere desperdiciar los productos perecederos.
–¡Ah! –exclamo Karinne.
–Si lo prefieres, no voy –se apresuró a decirle Anita–. Me puedo quedar en casa con Cory y actualizar mi currículum, revisar las ofertas de empleo, hacer algunos preparativos de la boda…
No le gustaba ver que estaba decepcionada. Se estaba dando cuenta de que esas vacaciones no iban a ser como las había planeado. Pensó en la sudadera rosa y se estremeció.
Creía que, si reaparecía un fantasma de su pasado, no estaría de más tener refuerzos en ese viaje. Y si Cory había invitado a su esposa para que fuera por el río con ellos, creía que ella no era nadie para negarse.
–Olvídate de los anuncios del periódico. Ya habrá tiempo para eso –le dijo Karinne–. Y haz la maleta, salimos para el Gran Cañón mañana por la mañana.
Zona alta. Pueblo del Gran Cañón, Arizona
No dejaba de llover de manera constante. Por algo los meteorólogos de Arizona la llamaban la estación de los monzones. El aire llegaba desde California y el Pacífico cargado de humedad y allí se encontraba con las Montañas Rocosas, se elevaba para cruzarlas y se juntaba después con el aire caliente del desierto. Se formaban grandes nubes que daban lugar a tormentas, violentos aguaceros, truenos y relámpagos.
Max Hunter miró por la ventana de la oficina. Siempre le había fascinado la fuerza del agua. Toda esa lluvia, encauzada correctamente, podría regar el desierto y saciar la sed de millones de plantas, animales y seres humanos. De otro modo, se limitaba únicamente a erosionar el cañón, como llevaba haciendo desde la Prehistoria.
El Colorado era uno de los tres ríos prehistóricos del país, junto con el río Verde de Utah y el Mississippi. Seguía tallando los enormes cañones con la tierra rojiza que arrastraba, de ahí procedía su nombre.
–Los turistas quieren sol. Si esto sigue así, van a tener que abrir las compuertas del embalse y no sabremos cómo estará el río para hacer rafting este fin de semana –murmuró Cory.
–Lo sé. Pero si no fuera por este clima, no podríamos haber invitado a las chicas –le recordó Max–. Aunque pensé que íbamos a estar Karinne y yo solos… –añadió algo molesto.
Era difícil mantener una relación a larga distancia y sabía que su matrimonio iba a ser también muy complicado. Por eso trataba de aprovechar al máximo el tiempo que podía pasar con ella.
Por desgracia, a Cory le pasaba lo mismo. Pero él ya se había casado con Anita y estaban ahorrando para comprarse una casa.
Karinne había estado posponiendo la fecha de la boda y él empezaba a cansarse. Había creído que ese viaje por el río les iba a servir para arreglar las cosas de una vez por todas. Su boda estaba prevista para noviembre, pero ya había cambiado de fecha otras veces, ya fuera por la salud de su padre o por su trabajo, y no las tenía todas consigo.
–La invité para aprovechar los alimentos perecederos, pero ya te he dicho que puedo quedarme aquí arriba con Anita si lo prefieres –le dijo su hermano.
–No, tienes razón. Tenemos provisiones suficientes y sería una tontería no usarlas.
Mientras Cory afinaba su guitarra, Max siguió junto a la ventana, contemplando el paisaje del cañón y su boscosa orilla.
Aunque los dos hermanos tenían un aspecto saludable y bronceado gracias a su trabajo al aire libre, no se parecían demasiado. Cory era rubio y de ojos azules, como su padre.
–Bueno, al menos compartiréis tienda –le dijo Co-ry–. No sé cómo vais a conseguir mantener un matrimonio viviendo el uno tan lejos del otro. Y de tener niños ni hablar, claro. Karinne no quiere renunciar a su trabajo y tú no puedes.
–Nos las arreglaremos. Igual que habéis hecho Anita y tú. La verdad es que siempre creí que Karinne querría tener hijos en cuanto nos casáramos –le confesó Max algo molesto–. Quería que su padre pudiera conocer a sus nietos antes de morir. Pero a este ritmo voy a ser un viejo canoso antes de que nos casemos. Y para entonces Jeff ya no estará.
–¿Aún querrías casarte con ella si hubiera cambiado de opinión? ¿Si no quisiera tener hijos?
–No lo sé.
Max siempre había encontrado mucha paz en ese paisaje del norte de Arizona, incluso cuando solo había sido un niño. Aunque, durante algún tiempo, odió la dureza de ese paisaje. Le ocurrió cuando desapareció Margot Cavanaugh en el desierto.
Margot se había presentado en casa de Max ese último día para ver a Karinne. Había visto algo extraño en ella y había decidido mentirle. Aunque había ocurrido cuando tenía solo diez años, lo recordaba con claridad.
–No, no sé dónde está Karinne –le había dicho a la mujer.
–¿Estás seguro? –había insistido Margot agarrándolo del brazo–. Me dijo que venía a tu casa.
–Pero ya se ha ido –había repuesto él apartándose de Margot.
La mujer salió de su casa y él cerró muy despacio la puerta. El extraño estado de ánimo de Margot y la agresividad con la que lo había tratado le dejó una sensación de inquietud que volvió a aferrarse a él cuando apareció la nota de suicidio que había dejado en el coche.
Aunque no se arrepentía de haberle mentido. La muerte de Margot había sido una tragedia, pero creía que quizás hubiera evitado que muriera también Karinne.
–No sé cómo pensáis tener hijos si ninguno de los dos quiere dejar su trabajo.
–Déjalo ya. ¡Ni siquiera estamos casados aún, Cory!
–Pero no conseguiréis que funcione si no os lo tomáis en serio. No puedes criar a tus hijos en el río y Karinne tampoco podrá llevárselos a los partidos. No conozco a nadie que lleve tanto tiempo comprometido como vosotros, pero seguís escondiendo la cabeza en la arena como un par de avestruces. Uno de los dos tiene que dejar el trabajo, Max.
–Supongo que Karinne se quedará en casa con ellos cuando tengamos hijos –le dijo Max.
–Pero ¿habéis hablado de ello? A lo mejor no está dispuesta a renunciar a su carrera. Tenéis que resolver ese tipo de cosas o vuestro matrimonio no funcionará.
–Gracias –le dijo con sarcasmo–. Ni siquiera nos hemos casado y ya nos estás divorciando.
–No lo hago yo, sino vosotros mismos –insistió Cory–. Ella sigue cuidando de su padre y tú estás esperando que aparezca de repente la madre de Karinne y lo eche todo a perder.
–No encontraron su cuerpo –le recordó–. Y Margot quería divorciarse, siempre estaban peleándose. La nota podría haber sido falsa. A lo mejor aprovechó la oportunidad para escapar. No quería ser esposa ni madre. Algunos decían que tenía además problemas con el juego.
–Bueno, ¿y qué pasa si Margot vuelve? No tienes nada que temer.
–Los dos estábamos en casa con Karinne el día que Margot desapareció, ¿no lo recuerdas? Mentí y le dije que no sabía dónde estaba su hija. ¿Qué voy a decirle a Karinne?
–Lo mismo que le dijiste a Jeff y a la policía cuando llegaron en busca de Margot. Que mamá estaba en casa de los vecinos, papá trabajando y que, cuando viste a Margot, hiciste lo que te pareció lo mejor en ese momento. No sé por qué no se lo has contado aún.
–Jeff me pidió que no lo hiciera, pero parece que voy a tener que hacerlo.
–¿Por qué? –le preguntó Cory.
Max hizo una pausa antes de confesarle por qué estaba tan preocupado.
–He estado recibiendo extrañas llamadas. Me ha pasado tres veces. La última, la mujer que llamaba me dijo que era Margot Cavanaugh y me pidió dinero para venir a ver a Karinne.
–¡No me lo puedo creer!
–Fui a la policía, pero no sirvió de nada. No volvió a llamar.
–Ahora ya no me extraña que hables mientras duermes –le dijo Cory.
–¡No me digas! ¿Otra vez?
–Sí, hablas de ese día, cuando Margot llamó a la puerta, Max. Uno de estos días, Karinne te podría escuchar mientras hablas en sueños.
–¿Qué es lo que digo?
–Lo mismo que solías decir siempre: «No se lo digas a Karinne».
Autopista interestatal 17. Al norte de Flagstaff, Arizona
–Bueno, al menos ya se ha secado la carretera –comentó Karinne mientras conducía.
Anita apagó la radio del coche. Habían estado escuchando los avisos de la estación meteorológica. Habían salido de Phoenix el día anterior, antes de que amaneciera, y habían conducido hasta Flagstaff, pero habían tenido que pasar la noche en un hotel por culpa de una fuerte tormenta que les había impedido seguir.
–Parece que esta tarde estará despejado –le dijo Anita.
–Eso espero. De otro modo, va a ser una caminata muy húmeda y difícil para bajar hasta el río.
–Es solo una excursión de un día –le recordó su amiga–. Un kilómetro y medio cuesta abajo.
–En línea recta sí, pero son veinte kilómetros de senderos y es la temporada de los monzones, ¿recuerdas? Nos vamos a mojar.
–Lo sé –murmuró Anita–. Pero no puede llover todo el tiempo. Quiero hacer fotos. Me he traído una cámara digital resistente al agua.
–Entonces, tendrás que dejarme que haga después copias –repuso Karinne sonriendo.
–¿No has traído cámara?
–¡No! ¿Qué dices? Necesito un descanso.
–Te estás volviendo loca con tanta fotografía de partidos, ¿no? –le preguntó Anita.
Karinne pensó en sus últimas fotos y en la mujer que le recordaba a su madre.
–No sabes hasta qué punto –le dijo–. Además, así podré pasar más tiempo con Max.
Siempre lo había querido. Recordaba muy bien cómo su amistad de la infancia se había transformado en amor y pasión.
–A mí también me apetece ver a Max –le dijo Anita–. Sale de la zona del cañón tan poco como Cory. A mi familia le habría gustado que me casara con alguien de la zona, pero no me puedo imaginar con nadie más que con Cory.
–Lo único bueno de haber perdido tu trabajo es que al menos podrás pasar más tiempo con él.
–Sí, estoy cansada de que vivamos cada uno en un sitio. Me encantaría encontrar trabajo en el norte. Los matrimonios no deberían pasar tanto tiempo separados.
Karinne no dijo nada. Max y ella también pensaban lo mismo, pero ninguno de los dos quería dejar sus respectivos trabajos.
Además, su padre tenía problemas de corazón y no tenía otra familia a su alrededor. Sentía la obligación de estar cerca de él. Tanto Karinne como su cardiólogo sabían que Jeff no tomaba su medicación con regularidad. Ya fuera por olvido o para mantener la atención de su hija, el resultado era el mismo.
–Oye, ¿dónde está tu anillo? –le preguntó Anita con curiosidad.
–Lo he dejado en casa. Me pareció que allí estaría más seguro.
En el último momento, había decidido quitárselo y meter en la mochila la sudadera rosa.
–Me parece raro verte sin él –le dijo su amiga–. Con vuestros trabajos, no sé siquiera por qué decidisteis comprometeros. Pero claro, como habéis sido novios casi desde la cuna…
–Bueno, no tanto. Pero hemos crecido y madurado juntos. Él es el hombre perfecto para mí, no hay otro. Supongo que no todos tienen la suerte de ser tan afortunados como Cory y tú, que parece que habéis conseguido ser felices a pesar de estar a tantos kilómetros de distancia.
–No es una situación ideal –le dijo Anita–. Pero estoy contenta. Aunque sé que seríamos mucho más felices si pudiera estar con él todo el tiempo.
–A mí me pasa lo mismo.
Estaban en un punto muerto en su relación. Hacía mucho que no hablaban de cuál de los dos iba a dejar su trabajo para que pudieran vivir juntos. Le gustaba que a Max le apasionara tanto su trabajo, pero a ella le pasaba lo mismo. Además, creía que su padre tenía una salud demasiado delicada para mudarse a otro sitio.
Aún recordaba la discusión que habían tenido cuando pospuso la boda por tercera vez.
–Estás utilizando a tu padre como excusa, Karinne. Con sus problemas de corazón, debería estar en una residencia con atención médica –le había dicho él.
–¡Pero estaría muy triste en un hogar de ancianos!
–Tendría una vida más plena y saludable de la que tiene en estos momentos. Podríamos buscar uno cerca de nuestra casa. Y, antes de que me digas lo contrario, no está demasiado enfermo para mudarse a otro sitio. Lo que pasa es que no quiere salir de su casa. Pero sabes que ha llegado la hora de tomar una decisión en ese sentido.
–¿Te gustaría a ti tener que salir de tu casa?
–No. Pero, si tuviera que hacerlo, lo haría. Cory y yo hemos trabajado muy duro para que la empresa sea rentable, no podemos tirarlo todo por la borda. No estoy tratando de ser insensible, Karinne. Pero Cory y yo tenemos que ganarnos la vida para poder mantener a nuestras familias. Además, tú eras la que querías que Jeff llegara a conocer a sus nietos –le había recordado Max.
Esa última discusión le había hecho darse cuenta de que necesitaba tomarse unos días libres y pasar más tiempo con Max.
–Por fin voy a poder verlo –le dijo a Anita.
–Me alegra que no te importara que viniera contigo. Pero, si necesitáis estar solos, dímelo. Supongo que, con la boda tan cerca, tendréis mucho de lo que hablar. Hablando de bodas, ¿por qué crees que tu padre no se ha vuelto a casar después de tanto tiempo?
–Mi padre no puede volver a casarse porque…
Había estado a punto de decirle que no podía porque aún estaba casado.
–Porque es demasiado mayor –se apresuró a decir Karinne.
–Pensé que no te importaría que lo hiciera.