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Se necesita ayuda desesperadamente Daniel Riverton era guapo y… un soltero empedernido. Comprometerse le parecía aterrador, pero había algo que consideraba aún más pavoroso: ¡los niños! Cuando su vecina Trixie Marsh le pidió ayuda con sus traviesas sobrinas gemelas, el instinto le dijo que se mantuviera alejado. Sin embargo, había algo en Trixie que le impedía negarse a su petición. Contra todo pronóstico, Daniel resultó tener un don natural con las gemelas y Trixie se sentía incapaz de apartar la vista de su salvador. ¿Podía ser Daniel lo que aquel hogar caótico necesitaba?
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Seitenzahl: 183
Veröffentlichungsjahr: 2015
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2014 Cara Colter
© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Soñar de nuevo, n.º 2577 - septiembre 2015
Título original: Rescued by the Millionaire
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-687-6827-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
DE HIJOS y de bienes, tu casa llenes.
Daniel Riverton se tumbó en el salón analizando con evidente desagrado aquel dicho. Siempre había oído mencionar aquella expresión con ternura, sobre todo a su madre que parecía seguir albergando la esperanza de que algún día le diera nietos.
Su madre. Veintidós mensajes de texto aquel día. ¿Quién demonios le había enseñado a enviar mensajes?
Es urgente. Por favor, llama. ¿Me estás evitando?
Al menos, aquellas pisadas de pies pequeños le estaban sirviendo para distraerse. Estaba claro que esa expresión no podía ser empleada con ternura por quien vivía debajo del apartamento 602 de Harrington Place. Llevaba soportándolas los últimos cuatro días, especialmente sobre las tres de la madrugada, una hora en la que los dueños de aquellos pies diminutos deberían estar en la cama, durmiendo.
Al parecer, el dueño de aquellos pequeños pies se había despertado a la misma hora que él había llegado después de un largo día evitando las llamadas de su madre y dirigiendo los negocios de su compañía, River’s Edge Enterprises. Después de catorce horas trabajando, había cenado algo ligero con amigos y había vuelto a casa deseando disfrutar de uno de los placeres más simples: dormir a pierna suelta.
A las dos de la madrugada había salido del dormitorio después de que aquel pequeño monstruo del piso de arriba se pusiera a saltar en una cama situada justo encima de su cabeza.
Pero aquellos pasos parecían haberlo seguido. Durante la última hora no habían parado de correr en círculos justo encima de su sofá.
La encargada del mantenimiento del edificio, la señora Bulittle, se había mostrado indiferente ante sus quejas.
–Sí, señor Riverton, es un edificio solo de adultos, pero se permiten visitas infantiles.
Lo había dicho como si el molesto fuera él, Daniel, la víctima de aquel ajetreo.
Por suerte, era su hogar solo temporalmente. El Harrington era un edificio antiguo, rodeado de lilas, situado en una zona muy demandada del suroeste de Calgary, justo al límite de la parte baja de Mount Royal.
Aquellos apartamentos de los años setenta habían sido reconvertidos en pisos. A pesar de la atrevida mejora que Kevin había hecho al edificio, resultaba más que evidente que nadie había pensado en insonorizar las paredes. Aunque ¿habría servido para algo ante semejante ajetreo?
A pesar de que empezaban a molestarle todos aquellos dichos, Daniel decidió añadir otro refrán a su lista: A caballo regalado no le mires el diente. Las tres de la madrugada era tan buen momento para hacer una recopilación de refranes como para mirarle los dientes a un caballo.
Había sido una suerte que su amigo, Kevin Wilson, dueño del apartamento 502, se fuera al extranjero durante tres meses a realizar un reportaje fotográfico coincidiendo con la reforma que Daniel estaba haciendo en su lujoso apartamento. A la vez, podía esquivar mejor a su madre.
Era dueño del edificio. Su apartamento estaba justo encima de su negocio y era la única persona que vivía en el inmueble, una circunstancia que valoraría todavía más cuando volviera a su casa.
Se había decidido a hacer la reforma mientras salía con Angelica, una decoradora. Ya entonces, ambos sabían que no tenían futuro como pareja. Llevaban una vida profesional muy ajetreada y ninguno de los dos tenía interés en tener hijos, pero sus diseños le habían gustado.
La reforma ya duraba varias semanas más de lo que había durado su relación. La ruptura había sido amistosa, como lo eran la mayoría de sus rupturas.
Al quejarse a la encargada de los ruidos del 602 por tercera vez, la señora Bulittle había resoplado.
–Ni que el señor Wilson no hubiera dado ninguna fiesta.
Daniel estaba seguro de haber advertido una nota de ironía en su voz. Al fin y al cabo, la señora Bulittle vivía en el apartamento 402, justo debajo del 502. No sería de extrañar que hubiera pasado más de una noche en blanco por el alboroto de alguna de las fiestas a las que Daniel había asistido en aquel mismo apartamento.
Kevin y él llevaban vidas envidiables. Eran unos treintañeros de éxito, sin ataduras y decididos a seguir así por mucho tiempo, para disgusto de sus respectivas madres.
Daniel, ¿dónde estás viviendo durante la reforma de tu apartamento? No doy contigo. ¿Es esta la manera de tratar a tu madre?
Le contestó que estaba bien, aunque muy ocupado.
Le encantaba comunicarse mediante mensajes. Podía poner la excusa de que necesitaba tranquilidad y no estar haciendo nada. Para mitigar la culpabilidad que sentía por estar evitándola, le mandó flores, agradeciendo a los astros que su matrimonio con Pierre la hubiera llevado hasta Montreal, en donde se sentía muy a gusto viviendo. De no ser así, habría acampado ante su oficina.
Kevin era un fotógrafo internacionalmente conocido y Daniel, la cabeza de River’s Edge. Su compañía se dedicaba al diseño de software y había desarrollado algunas de las mejores tecnologías usadas en los yacimientos petrolíferos de Alberta.
En los últimos años, Daniel había dirigido su ambición y olfato empresarial hacia el negocio inmobiliario, invirtiendo en empresas de nueva creación que consideraba que tenían potencial. Así que no estaba acostumbrado a recibir reprimendas de la encargada del mantenimiento de un edificio.
–Le daré el nombre y el teléfono de la inquilina. Hable directamente con ella –le dijo con satisfacción contenida.
La inquilina en cuestión se llamaba Patricia Marsh. La había llamado y había tenido que hablar a gritos para hacerse entender por el jaleo que se oía de fondo. Le había dado la impresión de que estaba agobiada y exhausta. La mujer se había deshecho en disculpas y le había explicado que sus sobrinas estaban de visita, que eran de Australia y que, por la diferencia horaria, les estaba costando ajustarse a la rutina.
Le había asegurado que no volvería a repetirse. Patricia Marsh tenía una de aquellas voces graves que habrían transmitido credulidad en alguien menos cansado que él. Daniel había terminado la conversación bruscamente, más por los insistentes y continuos mensajes de su madre que por la propia Patricia Marsh, pero qué le iba a hacer.
Tras cuatro días con sus cuatro noches, ninguna de sus promesas se había materializado, así que cada vez le importaba menos haber sido tan descortés.
De repente, todo estaba en calma en el apartamento de arriba y, en vez de alegrarse, Daniel se dio cuenta de que el dolor de cabeza era persistente y que sus hombros estaban contraídos por la tensión.
Todo parecía indicar que las pequeñas estaban tranquilas en aquel momento. Deseaba disfrutar del silencio y lo intentó. Cerró los ojos y trató de volver a dormirse.
Al día siguiente iba a cerrar el acuerdo con el señor Bentley. Meses de duro trabajo estaban a punto de dar su fruto. Tenía que estar despejado y centrado. Necesitaba descansar. Pero en vez de dormirse, empezó a sospechar de aquel silencio, como si fuera un soldado a la espera de que el fuego comenzara de nuevo.
Cinco minutos, diez, quince… Tras media hora de silencio, respiró hondo y empezó a dejarse llevar por la sensación de calma. La tensión de su frente empezó a desaparecer y sus hombros se fueron relajando.
Al día siguiente, se iría a un hotel hasta que las niñas se fueran. Conocía un pequeño y acogedor hotel al otro lado del río Bow. Tenía unas suites lujosas y confortables. Recordaba que había buenos senderos en Prince’s Island, así que podría correr por las mañanas antes de ir a la oficina.
Cerró los ojos. Ah, qué maravilla.
Trixie Marsh abrió los ojos y, por un momento, tuvo la agradable sensación de haber descansado. Pero enseguida se desvaneció.
Estaba muy oscuro en el apartamento. ¿Estaba sentada? Se sentía muy desorientada.
¡Las gemelas! No había dormido bien desde la llegada de sus sobrinas de cuatro años.
Si bien la idea de su hermana gemela Abby de dejarle a sus hijas le había causado cierta inquietud, a la vez se había sentido muy contenta de poder pasar tiempo con Molly y Pauline. Se había imaginado pintando con los dedos, jugando con plastilina, corriendo por el parque y contándoles cuentos para dormir. Trixie había pensado que el tiempo que pasara con las pequeñas sería un reflejo de la vida que siempre había soñado tener.
¡Pero qué equivocada estaba! La vida que siempre había querido tener era la vida que había tenido en su infancia, rodeada de familia y felicidad, con una sensación de seguridad y un sentido de unidad. Hasta que sus padres se habían matado en un accidente de tráfico el mismo año en que había acabado el instituto.
Desde entonces, parecía que cuanto más deseara lo que una vez había tenido, más lejos estaba de alcanzarlo.
Sus sobrinas preferían pintar con los dedos en la pared, en sus caras o en el gato y comerse la plastilina. Pasaban las noches en vela y el hombre que vivía en el apartamento debajo del suyo la había llamado para quejarse, con una voz tan sexy que la había dejado alterada.
–Ya está bien –se dijo en voz alta.
Se dio cuenta de que era de noche y de que su apartamento estaba en silencio. Tenía algo en la boca, como si su gato Freddy estuviera acurrucado junto a su cara. Hizo amago de apartarlo, pero no pudo.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que no podía mover los brazos ni las piernas. De repente, sintió un ataque de pánico y recordó.
–Tía, este es nuestro juego favorito y mamá nos deja jugar a él. Quédate sentada en la silla mientras Pauline y yo damos vueltas a tu alrededor con papel higiénico –le había dicho Molly.
Le había parecido un juego inofensivo, a la vez que tranquilo. Con lo que no contaba era con el efecto hipnótico que tendría ver a sus sobrinas dando vueltas en silencio a su alrededor. No se había dado cuenta de lo cansada que estaba y se había sentido aliviada de que jugaran sin armar alboroto.
Tampoco esperaba que tanto papel higiénico pudiera sujetar con tanta fuerza.
Tiró con fuerza de brazos y piernas. Estaba atada a la silla.
Un montón de posibilidades se le pasaron por la cabeza y ninguna de ellas tenía un final feliz. Iba a morir, lo sabía. Toda su vida pasó por delante de sus ojos: Abby y ella de niñas vistiendo siempre ropa igual, abriendo regalos bajo el árbol de Navidad, preparando galletas con su madre… y, de repente, aquellos golpes en la puerta. «Lo siento, ha habido un accidente».
Recordó también a Abby casándose y marchándose a vivir a Australia, y ella quedándose sola. Y cuando Miles, el único novio que había tenido, le había propuesto irse a vivir con él y no le había quedado otra opción. Tampoco la había tenido cuando la dejó.
Por un momento se lo imaginó irrumpiendo por la puerta, rescatándola, admitiendo sus errores y devolviéndole sus sueños.
Trixie parpadeó. Así había transcurrido toda su vida, como si fuera otra persona la que estuviera al mando de sus sueños y no hubiera tenido otra elección.
¿Iba a morir de la misma manera, como si estuviera desvalida? ¡No! Iba a luchar con todas sus fuerzas.
No solo ella estaba en peligro, sus sobrinas también. Todas podían morir allí si Trixie no actuaba rápidamente. Empezó a balancear la silla. ¡Bum!
Sonó como si hubiera habido una explosión justo encima de Daniel. Fuera lo que fuese que había caído al suelo, lo había hecho con tanta fuerza que los cristales de la lámpara de araña se movían, chocándose entre ellos. Daniel saltó del sofá, con el corazón latiéndole acelerado.
Esperó a que volvieran a oírse pisadas.
Nada.
El vello de la nuca se le erizó. Tenía la sensación de que algo malo había pasado en el apartamento de arriba.
Se detuvo un momento en la puerta para ponerse unos zapatos y salió corriendo de su apartamento, recorrió el pasillo y subió la escalera.
Ya delante de la puerta del apartamento 602, se preguntó qué estaba haciendo. Si tan seguro estaba de que algo malo había pasado, ¿por qué no llamaba al teléfono de emergencias?
Se quedó junto a la puerta, escuchando. Aquel silencio le resultaba inquietante. Llamó a la puerta y oyó aquellas pisadas infantiles, pero nada más. No se oyó ningún otro sonido, ninguna voz de adulto.
Volvió a llamar con más insistencia.
Después de largos segundos, volvió a oír las pisadas y luego el sonido del pomo al girar. La puerta se abrió unos centímetros, lo que permitía el cierre de cadena.
No parecía haber nadie. Hasta que miró hacia abajo.
Dos rostros idénticos y muy serios, llenos de churretes de lágrimas y lo que parecían restos de zumo, lo miraban.
–¿Está vuestra mamá?
–Mamá se ha ido.
Parecían a punto de cerrar la puerta.
–¡Tía! ¿Está vuestra tía Patricia?
–Nuestra tía se llama Trixie.
Empezaba a sentirse desesperado. Un sonido proveniente del apartamento, como si de unos gemidos se tratara, volvió a ponerle el vello de punta.
–Decidle a vuestra tía que venga –dijo, tratando de sonar autoritario, a la vez que amable.
Las pequeñas intercambiaron una mirada.
–Está muerta –dijo una de ellas.
–Abrid la puerta ahora mismo.
Fue a buscar el teléfono móvil que siempre llevaba en el bolsillo de la camisa, y se dio cuenta de que no llevaba camisa. Estaba en mitad del pasillo, vestido con unos pantalones de pijama y sus mejores zapatos.
No parecía precisamente la persona a la que unos niños deberían abrir la puerta.
–Por favor –añadió en tono dulce y sonrió.
Las pequeñas accedieron. Se sintió incómodo, consciente de lo vulnerables que eran los niños. Una de ellas le devolvió una sonrisa mientras la otra se ponía de puntillas para intentar alcanzar la cadena que impedía abrir la puerta.
–No llego.
–Apartaos –les ordenó–. Alejaos de la puerta.
Al oír las pisadas de aquellos pequeños pies supuso que le habían obedecido. O eso, o habían perdido interés y se había marchado a jugar. Arremetió con todas sus fuerzas contra la puerta y la cadena cedió. La puerta se abrió bruscamente y chocó estruendosamente con el armario de los abrigos. Daniel se encontró engullido por la oscuridad del apartamento.
Un enorme gato de pelo gris salió del armario, maullando indignado. Un velo blanco flotó en el aire tras el animal al doblar la esquina y desaparecer en uno de los dormitorios.
Daniel confiaba en que alguno de los vecinos hubiera oído el estruendo y hubiera llamado pidiendo ayuda.
–¿Patricia? ¿Patricia Marsh? Soy Daniel Riverton, su vecino de abajo.
Volvió a oír el lamento. La distribución del apartamento era la misma que la del de Kevin, así que supo orientarse para pasar por la cocina, recorrer un pequeño pasillo y entrar en el salón. A cada paso que daba, algo del suelo se le enredaba entre los pies.
Las niñas, evidentemente gemelas, se sentaron a oscuras en un sofá de estampado colorido junto a la ventana, y se quedaron mirando algo que tenían entre ellas.
–No os asustéis.
Una de ellas lo miró desafiante. En absoluto parecía asustada.
No sabía qué edad tendrían puesto que no estaba acostumbrado a tratar con niños, pero les calculaba unos cuatro o cinco años.
Iban vestidas con idénticos pijamas blancos y ahí terminaba toda apariencia de inocencia. Tenían el pelo negro, muy rizado, largo y enredado. Parecía como si se hubieran criado entre salvajes.
Como para confirmar aquella impresión, una de ellas levantó una mano llena de churretes como la cara y empezó a chupársela.
–¿Dónde está vuestra tía?
A pesar de que tenía la misma distribución que el apartamento de Kevin, Daniel empezó a sentirse desorientado ante aquel desorden. Parecía como si hubiera nevado dentro. Aquella cosa blanca estaba por todas partes, cubriendo el suelo y apilado en pequeños montones. Al fijarse, reconoció sobres hechos trizas entre aquel desorden.
Justo al salir del salón, en el comedor, en medio de aquel mar de sobres y papeles blancos, había una silla caída con una mujer atada a ella. De nuevo, la escena era tan surrealista, que se sintió aturdido al tratar de entender qué estaba pasando.
Daniel corrió y cayó de rodillas. Lo único que se veía entre aquellas capas blancas de papel higiénico eran los ojos más increíbles que había visto jamás, de un color azul intenso, y largas pestañas llenas de lágrimas que brillaban como diamantes.
Dijo en alto una palabra que estaba seguro que no debía haber dicho delante de las niñas, ni siquiera delante de unas que parecían un par de granujas sacados de Oliver Twist.
LO PRIMERO que Trixie Marsh vio fueron los zapatos. Le parecieron, sin ninguna duda, lo más bonito que había visto jamás y no porque fueran unos Berluti.
Trixie sabía de zapatos. Se había arrodillado ante miles de pares de zapatos masculinos de muy buena calidad para marcar el bajo de los pantalones cosidos artesanalmente en Bernard Brothers, el negocio de la familia de Miles y su anterior empleo, y uno de los establecimientos de ropa hecha a medida de más renombre en Calgary.
Daniel Riverton, al que hubiera reconocido por sus zapatos incluso si no se hubiera anunciado en la puerta, se agachó junto a ella.
¡Era increíble! ¡La realidad superaba la ficción! Había soñado con ser rescatada por Miles, pero aquello no tenía comparación.
Miles era un hombre corriente, todo lo contrario que Daniel Riverton. Nunca antes había tenido delante a alguien tan guapo. Sus ojos eran de un intenso color azul, como el de las aguas profundas del mar.
Era su expresión de preocupación, a la vez que el aire de tener la situación bajo control, lo que le había hecho suspirar de alivio, aunque se lo hubieran impedido las vendas que le cubrían la boca. Justo cuando había empezado a verse al borde de la muerte, había oído que llamaban a la puerta. Era como un cuento de hadas: un caballero rescatando a una dama en apuros.
–No llore, todo va a salir bien.
De nuevo, la sensación de estar aturdida se intensificó. Tenía una voz profunda y sexy, algo áspera. Y no porque supiera que era de uno de los empresarios más exitosos de Canadá.
Era solo porque había pasado la última media hora considerando todas las posibilidades del aprieto en el que se encontraba. Entonces, había aparecido él, su salvador, su caballero, su príncipe, y todos sus sentidos se habían puesto en alerta, haciendo que su voz le pareciera increíblemente sensual.
Allí caída, intentando contener las lágrimas, cubierta de la cabeza a los pies por aquel vendaje que la ataba a la silla volcada, Daniel Riverton la rodeó con sus brazos. Podía percibir su fresco olor a limpio y, a pesar de las capas de celulosa, sentía los fuertes músculos de sus brazos al rodearla con ellos. Sin apenas esfuerzo, la levantó.
Por un momento, Trixie tuvo que cerrar los ojos porque se sintió mareada. Cuando volvió a abrirlos, confió en tener una perspectiva más realista de su salvador.
Aquella primera impresión se hizo más intensa.
Era increíblemente guapo, lo que unido a la sensación que su roce le había provocado después de los momentos de angustia vivida, hacían que Daniel Riverton le pareciera irresistible.
–Por favor, deje de llorar. Estoy con usted.
De nuevo, sus palabras le parecieron las más bonitas que jamás había escuchado.
«Estoy con usted».
No había estado centrada desde la llegada de sus sobrinas. Incluso antes, ya estaba trastornada por la manera en que Miles había decidido salir de su vida.
Podía verlo con el ceño fruncido mirando las nuevas cortinas blancas que había puesto en la habitación, diciendo: «Esto no es lo que quiero».
¿Qué era lo que no quería? Trixie no había dejado de preguntárselo mientras había estado recogiendo sus cosas. ¡Eran solo unas cortinas!
Pero evidentemente, no había tenido nada que ver con las cortinas.
Así que Trixie estaba intentando acostumbrarse de nuevo a su vida de soltera, tratando de sacar adelante su negocio incipiente y sintiéndose tan sola como cuando sus padres murieron.
Pero esta vez, estaba decidida a tomarse su independencia como algo positivo.
–Estoy con usted –repitió Daniel.
Aquellas palabras suponían un bochornoso alivio para alguien decidido a ver su independencia como algo positivo.
Daniel puso su mano en su hombro momificado, e incluso a través de todas aquellas capas de papel higiénico, Trixie sintió la electricidad de su roce.
Asintió con la cabeza intentando contener las lágrimas, pero no pudo. Al ver a sus sobrinas sentadas en el sofá, se intensificaron. Las había puesto en peligro inconscientemente. ¡Vaya tía estaba hecha!
–Parece sacada de ese anuncio de los neumáticos –dijo él en tono jocoso.
Seguramente sus lágrimas lo estaban haciendo sentir incómodo.