Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Colección de sonetos del poeta español Lope de Vega presentes en sus obras de teatro. Lope alcanzó la absoluta maestría en este campo tras escribir más de 3.000 en toda su vida. -
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 284
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Lope de Vega
Saga
Sonetos en comedias, autos y entremeses
Copyright © 2003, 2020 Lope de Vega and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726618822
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com
Acto I, Doña Inés
Un pajarillo el niño Amor tenía
atado a un hilo de oro, y sus colores
miraba más contento, haciendo amores
en lenguaje de niño le decía.
Mas la fácil prisión rompiendo un día, 5
se fue con otros pájaros mayores.
Lloró el Amor, y díjole: «No llores
Venus, que a risa y no ha dolor movía.
Que también eres tú pájaro en mano
y te vas de la mano velozmente 10
ingrato al hilo de oro y a la mano.
¡Ay, Dios! Mi dulce pájaro, detente,
que si te vas será esperarte en vano,
tú por el aire y yo llorando ausente.»
Jornada I, Reguero
Dejaste, ingrata, divertida, en vano
caer de un arroyuelo en la corriente
este blanco papel que el diligente
cristal pensó que era tu blanca mano.
A ruego de mis celos, más humano, 5
me dio el papel, que de mi pecho ardiente
secó el calor, porque tu sol ausente
huyó al ocaso de su luz tirano.
Entre espumas hallé lo que tu pluma
a su pájaro escribe, y mis desvelos 10
quieren que celos de tu amor presuma.
Ya es fuego el agua, y no es milagro ¡oh, cielos!
si la madre de Amor nació de espuma,
que de ella salga tan ardientes celos.
Jornada II, Ricarda
¿A qué puede llegar mi desventura,
que aun no me dejan, Pedro de mis ojos,
licencia para dar tristes despojos
al sentimiento que en mis ojos dura?
Manda el poder que te aborrezca y jura 5
vengar en mis cuidados sus enojos;
que sabe que no hay bien para mis ojos
como adorar de tu alma la hermosura.
Piensa el poder quitarme, como es fuerte,
aquel amor que juntos profesamos; 10
mas con el alma quiero yo quererte.
Pedro, mi alma y yo te deseamos,
y los dos te queremos de tal suerte
que sola el alma y yo te idolatramos.
Acto III, Celia
Si Feliciano por amor suspira
y es alma de su pecho Dorotea,
¿qué intenta mi esperanza? ¿qué desea?
¿qué al alba nace y a la noche espira?
En vano creo que mis ojos mira 5
si el pensamiento en otra parte emplea,
pues no es razón que los engaños crea
de donde el conocerlos me retira.
Como el que se ha mirado en un espejo,
no deja de su rostro más despojos, 10
ni queda en el cristal la imagen de ellos.
Así, no quedo en él si de él me alejo,
pues luego que me aparto de sus ojos
huye la imagen que miraba en ellos.
Acto I, Juan
Oscuro laberinto, cárcel fuerte,
sepultura de vivos afligidos;
leona, cuyos bufos con bramidos
salen a luz, para vivir sin verte.
Sueño del tiempo, lazo de la muerte, 5
seso de locos, rienda de perdidos,
monstruo sin pies, cabeza sin oídos,
dado donde el favor pinta la suerte.
No hay desdichas que puedan igualarte,
si bien de la justicia eres el peso, 10
y para bien vivir, la mejor arte;
tanto, que el sol, con ser con tanto exceso
libre para salir de cualquier parte,
no quiere entrar en ti, por no estar preso.
Jornada II, Juan
Feroz león, la planta fiera en vano,
atravesada de la dura espina,
muestra al esclavo y a curarle inclina,
humilde, el inhumano al sabio humano.
Véele después salir en el romano 5
anfiteatro, que a morir camina,
y paga la piadosa medicina
rendido al pie que le curó la mano.
Pues si humilla un león tanta fiereza,
¿quién hay que corresponda con mal trato 10
a quien debe piedad, honra y nobleza?
Siendo un león de la amistad retrato,
corrida puede estar Naturaleza
el día que ha formado un hombre ingrato.
Jornada II, Fernando
Hoy el airado mar blancas arenas
escupe a los diamantes celestiales,
y mañana a la tierra, en sus umbrales,
conduce naves y derriba antenas.
Las canas fieras que, hoy de nieve, apenas 5
de las desnudas peñas dan señales,
mañana de jacintos orientales
bordan las capas, de esmeraldas llenas.
Esto, Lisena, tu rigor resiste,
pues todo está sujeto a la mudanza 10
cuando en su mano ser frágil consiste;
que lo que es hoy mortal desconfianza
y en desesperación el pecho viste,
puede vestir mañana de esperanza.
Acto II, Leonarda
Enamorado está mi pensamiento
de sí mismo, juzgándose empleado
en los mayores méritos que han dado
los Cielos a mortal merecimiento.
Ya vence mi temor mi atrevimiento, 5
que amor, de la disculpa confiado
está de no tener determinado
los accidentes, si perderme intento.
Cuán suave cosa es la esperanza
de un bien de amor, que lo sustenta firme, 10
en tanto que el dichoso efecto alcanza.
Bien puede la fortuna perseguirme,
que harán los Cielos de su ser mudanza
primero que yo pueda arrepentirme.
Pensamiento de amor mal empleado,
adónde conducís mis desatinos?
en la tierra por ásperos caminos,
y en el Cielo por temple siempre helado.
El pájaro celeste, descansado 5
yace en verdes laureles, o altos Pinos,
vosotros por los aires peregrinos
no halláis descanso a mi mortal cuidado.
Quéjase en la prisión de su enemigo
el cautivo de Argel a quien parezco, 10
el triste, el preso, el noble amigo.
Yo sola en tanto mal como padezco,
no me puedo quejar sino es conmigo,
no puedo remediarme y enmudezco.
Acto II, Leonarda
Veranse haciendo verde Primaveras
las nubes de colores revestidas,
las flores en el Cielo, y desasidas
las luces fijas de tu eterna Esfera.
El Sol en la mitad de tu carrera 5
las ruedas detendrá de oro vestidas,
y a cuantas cosas hoy infunde vidas
hará volver la confusión primera.
Verase el carro celestial sin guarda,
y desclavado de su cerco oblicuo, 10
andar la Luna perezosa, y tarda:
Amado un pobre, y despreciado un rico,
antes que de don Félix sea Leonarda,
y que deje de ser de Federico.
Acto III, Octavio
Quien dice que al amor engendra el trato,
débale al trato lo que amor no debe,
que la hermosura que no mata en breve,
sin alma y luz parecerá retrato.
En la imaginación siglos dilato 5
pocas horas de amor, que el cielo mueve;
que quien veneno tan hermoso bebe,
en no morir correspondiera ingrato.
El alma la belleza ilustra y dora;
que, aquesta el cielo, aquélla el Sol, retrata, 10
y si a matar se juntan basta una hora,
que es hermosura la que luego mata,
y costumbre de ver la que enamora
con largo tiempo a quien después la trata.
Acto I, Leonora
Subid sin miedo ¡ay, dulces pensamientos!
al mismo sol, pues la esperanza os guía;
que el pájaro, donde es pequeño el día,
dispone el vuelo a penetrar los vientos.
No os parezcan soberbios mis intentos 5
si la altura que veis os desconfía,
que quien tan altas pretensiones cría
sabrá sufrir más ásperos tormentos.
No os ofenda el caer por levantados;
hijos del alma sois, tan bien nacidos, 10
que estáis a hazañas tales obligados.
Yo quiero que perdáis por atrevidos,
pues no dirá que sois mal empleados
quien se burlare de que vais perdidos.
Acto I, Álvaro
Si se sustenta amor con esperanza,
materia de la forma de su fuego,
¿cómo a querer sin esperanza llego?
¿por dónde me engañó la confianza?
En tanto que el Amor el bien no alcanza 5
camina asido a la esperanza, y luego
ella le guía, y él, que siempre es ciego,
por donde le encamina se abalanza.
Sin duda es esperanza quien me guía,
pues que mi amor no admite desengaño, 10
y crece en sus desdenes mi porfía.
Que como en el temor de cualquier daño
hasta que el sol se pone todo es día,
también es esperanza nuestro engaño.
Acto I, Don Juan
¿A qué puede llegar un mal suceso
que exceda de la línea en que está el mío?
Pues yo no he respondido un desvarío,
o no tengo honra o me ha faltado el seso.
Para el silencio que en mi amor profeso 5
bien de las ocasiones me desvío.
Ya de todo remedio desconfío
con este loco inevitable exceso.
¡Oh, Amor! ¿Tercero yo de lo que adoro?
Pero si esta ocasión mudan los Cielos 10
mis esperanzas, pienso que mejoro.
Pues que poniendo en todos mil desvelos,
la puedo hablar, guardándole el decoro,
si cuando hablase amor callasen celos.
Acto II, Clara
Parte, dulce sirena, en mis oídos,
seguro de que Amor me lleva atada
al árbol de la nave que, cargada
de fe, lleva a tu puerto mis sentidos.
Buen viento, pensamientos bien nacidos, 5
que ya se ve la tierra deseada
de laureles y olivas coronada,
si los celajes son celos fingidos.
Alborótese el mar en perseguirme,
que a sus peñascos mi paciencia excede, 10
para que Amor el premio me confirme.
Todo se mude; la fortuna ruede;
que quien tiene la fe por árbol firme,
ni se puede anegar ni olvidar puede.
Acto I, Cervín
No siento ¡oh muerte! que a mi espalda vienes,
que es el morir común a los mortales,
el límite más cierto de los males,
y el principio más cierto de los bienes;
mas siento ¡oh vida! que quedarte tienes 5
con la luz de unos ojos celestiales,
a aquellos con que mira el cielo iguales,
de quien tan larga ausencia me previenes.
Una mujer me dio vida, y hoy muero
por otra ingrata, injusta y mentirosa, 10
que es animal de conocer tan fuerte,
que ya regala a quien burló primero,
y ya es cruel para quien fue piadosa,
que está en su mano nuestra vida y muerte.
Acto II, Reinaldos
Entre las armas del sangriento Marte,
entre los tafetanes que enarbola,
de la gente francesa y española,
entre el cristiano y bárbaro estandarte;
entre las lanzas de una y otra parte, 5
cuyo acero de sangre se arrebola,
Angélica, tu voz pudiera sola
hacer que de Paris mi espada parte.
Sigo tu luz, aunque por más distancia;
mas cuando a ti, cual mariposa, llego, 10
no me dan premio de mi amor tus cielos.
Y así, más enojado vuelvo a Francia,
porque es mirarse en un espejo un ciego,
seguir desdenes y obligar con celos.
Acto III, Rodamonte
Dejando el campo de Agramante, vengo
siguiendo a mi enemigo Mandricardo;
como albano león, cual tigre o pardo,
en el sustento apenas me detengo.
En estas esperanzas entretengo 5
la honra que cobrar tan presto aguardo,
aunque parezca al mundo que me tardo,
viendo el agravio y el valor que tengo.
No debe de ser culpado quien no alcanza,
si parece remiso en el castigo, 10
cuando le huye el enemigo airado;
pero sepa quien culpa mi tardanza,
que sólo con buscar al enemigo
cumple su obligación el agraviado.
Acto III, Caupolicán
Señor, si yo era bárbaro, no tengo
tanta culpa, en no haberos conocido,
Ya me han dicho lo que os he debido,
sin pies a vuestros pies clavados vengo.
Yo confieso que tarde me prevengo, 5
pero dicen que estando arrepentido
debo creer que en este día he nacido,
perdonadme, Señor, si me detengo.
Pasé adorando al Sol mis años tristes
contento de mirar sus rayos de oro, 10
pero ya sé que vos al Sol hicistes.
Mi edad pasada arrepentido lloro,
o Sol, autor del Sol, pues luz me distes,
con esa misma vuestro rayo adoro.
Acto II, Flérida
Si todas las espadas que en diez años
desnudó sobre el Troya el bando griego;
si de Roma abrasada todo el fuego,
si de España perdida tantos años,
si el toro de metal, si los extraños 5
caballos del gran Dionisio griego,
si el arco y flechas que no admiten ruego,
y del cobarde Ulises los engaños
me hiriesen, me abrasasen y afligiesen;
me atormentasen juntos y engañasen, 10
mostrando en mi flaqueza el poder suyo,
tengo por imposible que pudiesen,
si todos contra mí se conjurasen,
mudar mi amor y condenarme al tuyo.
Acto II, Rosardo
Pues si todas las lágrimas lloradas
por cuantas penas ha tenido el mundo;
si Jerjes otro ejército segundo
con sus fuegos, sus máquinas y espadas;
si todas las filípicas armadas 5
que pasan y sustenta el mar profundo;
si por tierra el valor de Segismundo,
que tiene tantas lunas eclipsadas,
me enterneciesen, contrastar pudiesen
eterna guerra, Flérida, no creas 10
que libertarte de mi Argel pudiesen.
Y para que mejor quien vence veas,
las obras hablen, las palabras cesen;
que es de cobardes las palabras feas.
Acto III, Flavia
Cansada barca, que a morir navega,
cárcel cruel y cautiverio largo
con que la muerte tiene puesto embargo
mientras el plazo de su deuda llega.
Confuso caos y Babilonia ciega, 5
pesada carga y temeroso cargo,
dulce al dichoso, al desdichado amargo,
que a uno excusa el morir y a otro le ruega.
¡Qué largas esperanzas son aquestas
con que vive la vida entretenida 10
con el alma en demandas y respuestas!
Dicen que hasta la muerte todo es vida.
Mejor dijeran muertes manifiestas
hasta que el alma en su lugar resida.
Acto II, Celia
Voy a la muerte huyendo de la vida,
dulce señora mía, de tal suerte
que la memoria de volver a verte,
desconfiado, la esperanza olvida.
Ya no es posible que consuelo pida 5
a tu crueldad, porque el rigor me advierte
que quien allá no pudo enternecerte,
¿qué podrá ausente y la ocasión perdida?
Esa joya te envío, no te espantes
de que, partiendo en lágrimas deshecho, 10
me retrate en firmezas semejantes.
Por ser el dios de Amor ponle en el pecho
por ver si puede Amor hecho en diamantes
romper un pecho de diamantes hecho.
Jornada II, Bamba
Sacó Dios del pesado cautiverio
su pueblo por el mar de los Gitanos,
florece a Aarón la vara entre sus manos
y Moisés ve en la zarza aquel misterio.
Dale a Josef el cetro y sacro imperio, 5
y líbrale de todo: sus hermanos:
saca a David de en medio de tiranos
y ensalza su favor al Hemisferio.
De qué me espanto yo, si puede tanto
tu mano poderosa y tu persona? 10
reparo que a mil míseros repara.
Solo me espanto yo, solo me espanto
de que goce por fuerte una corona
las flores venturosas de esta vara.
Acto I, Leucipe
Olas del mar furiosas me parecen
amor con tu ocasión mis pensamientos,
que a voluntad de los ligeros vientos
a un mismo tiempo como menguan crecen.
Si las divinas partes me enloquecen 5
de este Real sujeto, y van contentos
mis vencidos a verle, otros intentos
la casta fama, y la virtud me ofrecen.
Quiero, y resisto a brazos mi cuidado,
hago que la razón amor enfrene, 10
y no me aparto del sujeto amado.
Dudosa a serme la victoria viene,
que amar y resistir, es el estado
más riguroso que la vida tiene.
Acto I, Lela Fátima
Solicitad del bien de lo que se ama,
llaman amor, los que de amor entienden,
porque cuanto imaginan y pretenden,
es su aumento de vida, gloria y fama.
El gusto propio amarse así se llama, 5
los que esto intentan al amor ofenden,
los que el ajeno bien miran, y emprenden,
estos amor, de honesto amor inflama.
Si procuro mi gusto, a mí me quiero,
y si el ajeno tengo por más justo, 10
señal es que mi amor es verdadero.
Amar el propio bien, es gusto injusto,
que sólo quiere con amor sincero,
quien se aborrece por amar su gusto.
Acto I, Fernandillo
Iras de amor, estrellas enemigas,
leyes del gusto, fuerzas del deseo,
¿Adónde me lleváis? ¿Dónde me veo
al cabo de tan ásperas fatigas?
Y tú, cruel, que a tanto mal me obligas, 5
que lo estoy padeciendo y no lo creo,
porque me enlazas cuando no peleo,
y cuando me defiendo me desligas.
¿Dónde por tierra y mar llevas sujeto
un corazón tan flaco? Amor, advierte 10
que tienes de cobarde mal concepto.
¿Qué gloria esperas, si me das la muerte?
Mas ¡ay! que dijo bien aquel discreto,
que es sólo para amar la mujer fuerte.
Acto I, Bernardo
¡Oh, noche oscura! Alivio a los mortales
suele llamarte el que cansado viene,
pues descanso al trabajo le previene,
que en tus tinieblas hallan fin sus males.
Obeliscos y alcázares reales, 5
defensas que la industria humana tiene,
que, en ausencia del sol, su luz mantiene
el fuego, que le sirven de fanales,
ya pisarlos no quiero, ni deseo
tu luz, ¡oh sol! Detente en tu carrera, 10
que, pues mi honor igual a ti no veo,
y de un rey el enojo persevera
contra mi padre, que es su muerte creo
en noche os cura, es bien que su hijo muera.
Jornada III, Siralbo
Jacinta, alto sujeto de hermosura,
por quien se abrasa de Belardo el alma
en gentileza como verde palma,
que no en la condición áspera y dura;
Siralbo por el agua te conjura, 5
no del olvido y su espaciosa calma,
mas por la que llorando le desalma
y hasta la sangre de su pecho apura.
Conjúrote por esta lastimosa
historia de su vida y hechos raros, 10
vida que cuelga ya de tu cabello,
que salgas fuego tierna y amorosa
del cielo puro de tus ojos claros,
no como furia, mas como ángel bello.
Jornada III, Belardo
Querido manso mío, que viniste
por sal mil veces junto aquella roca,
y en mi grosera mano vuestra boca
y vuestra lengua de clavel pusiste.
¿Por qué montañas ásperas subiste 5
que tal selvatiquez el alma os toca?
¿qué furia os hizo condición tan loca,
que la memoria y la razón perdiste?
Paced la anacardina porque os vuelva
de ese cruel y interesable sueño, 10
y no bebáis el agua del olvido.
Aquí está vuestra vega, monte y selva;
yo soy vuestro pastor, y vos mi dueño,
vos mi ganado y yo vuestro perdido.
Jornada III, Nemoroso
Cayó la Troya de mi alma en tierra,
abrasada de aquella griega hermosa
por quien fui Paris cuando fue mi diosa,
y ahora el rey que despreció y destierra.
Mas como las reliquias dentro encierra 5
de la soberbia máquina famosa,
de la troyana reina victoriosa
renace el fuego y la pasada guerra.
Tuvieron dentro el alma inmortal vida
aquellas prendas que en su centro apoya, 10
mi ciego amor, sobre los otros ciego;
mas, ¡ay de mí!, que con estar rompida,
aun no puedo decir: «¡Aquí fue Troya!»
porque es lo que era en tierra, ahora en fuego.
Acto III, Julia
Porcia puede buscar ardiente fuego,
yerro Lucrecia, Dido espada, y Marno
reliquias dulces del traidor Troyano,
que al mar de Italia dio su llanto y ruego.
Iphis cordel, por Anaxarte ciego, 5
y por las amenazas del Romano,
veneno Sophonisua, y agua en vano,
Ero en la torre, y arrojarse luego
la punta al pecho y el aliento en calma,
Tisbe en la sangre mísera resbale 10
del que muriendo fue de amantes palma;
que a mí, ni fuego, ni cordel me vale,
pues un acto de amor degüella el alma,
y no hay cuchillo que al dolor se iguale.
Acto II, Blanca
Aquel verde botón, que lazo airoso
de esmeralda en prisión el clavel tiene,
cuando en rubís a desflorarse viene
llega a fuer de esperanza perezoso.
Y cuando a la prisión más espacioso 5
el ardiente pimpollo se detiene
con mayor detención galas previene,
y así naciendo tarde vive hermoso.
No os canséis de sufrir pecho abrasado,
que en el gusto mayor crédito ha sido 10
saber hacerte siempre deseado.
Y es ingenio en el bien ser detenido,
porque fea deuda en penas de esperado
para pagar en gozos de cumplido.
Acto I, Celio
¡Oh, santas soledades, cómo vemos
que sólo es sabio quien vivir os sabe
sin envidiar el oro de la nave
que besa de la tierra los extremos!
¡Oh, cuánto al Cielo aquellos le debemos, 5
que en parte de vivir un monte cabe,
si la muerte ha de abrir con igual llave
las puertas de las vidas que tenemos!
Aquí son estos prados los amigos;
las selvas, el palacio y la carroza, 10
y el silencio y verdad, los enemigos.
Dichoso el que descansa en pobre choza;
que no se logra el bien donde hay testigos,
ni en las ciudades la quietud se goza.
Acto II, Fabio
De la prisión del Etna se desata
hinchado Bóreas; Euro, Noto y Coro
desnudan la sabina; el verde loro,
al limbo el sol, la tierra al mar retrata.
La nieve por los campos se dilata, 5
que el año labrador llama tesoro,
y las eras que vieron parvas de oro
se quejan de sufrir montes de plata.
Perdiose el color verde; el conejuelo
cristales lame en vez de hierba, y muerde 10
el venado carámbanos de hielo.
Todo se trueca, se deshace y pierde;
está la tierra blanca y pardo el cielo,
y toda mi esperanza se está verde
Acto III, Celio
A jugar me senté con la fortuna
el bajo cobre de mis verdes prados
contra el oro que vi de sus ducados,
de cos caras, en fin, como la luna.
Eché una suerte sin pedir ninguna, 5
y con sólo un encuentro de tres dados
un rey me dio su pecho y sus Estados,
que a veces con los bienes importuna.
Pensé que de esta mano me vendría
la ganancia mayor que fue pensada; 10
pero, echando un azar la suerte mía,
tirose el oro la fortuna airada;
mas si me deja el cobre que tenía,
aunque he perdido, no he perdido nada.
Acto I, Ciro
Las altas luces, despeñado en ellas,
para que con sus rayos se confronte,
en el carro del Sol pisó Faetonte
con los diamantes de sus ruedas bellas.
Del fulgurante ardor formó querellas 5
del Eridano claro el horizonte,
viendo correr por el celeste monte
extraño sol, atropellando estrellas.
Así, mi dulce pensamiento honrado,
¿quién te podrá negar que al sol subiste, 10
aunque mueras de Filis abrasado?
Con gloria mueres si atrevido fuiste;
pues ya que no eres sol, has confirmado,
muerto en el cielo, que del sol naciste.
Jornada II, Juan
Una moza de cántaro y del río,
más limpia que la plata que en él lleva,
recién herrada de chinela nueva,
honor del delantal, reina del brío;
con manos de marfil, con señorío, 5
pues donde lava, dice amor que nieva,
es alma ilustre al pensamiento mío.
Por estrella, por fe, por accidente,
viéndola henchir el cántaro en despojos,
rendí la vida al brazo transparente. 10
Y, envidiosos del agua mis enojos,
dije: ¿por qué la coges de la fuente,
si la tienes más cerca de mis ojos?
Merob
Un despeñado arroyo, que campea
desde el Tabor, en cuya cumbre mana,
lanza de plata es, que corre ufana
a quebrarse en el mar de Galilea.
Mas tuerce el curso en que morir desea, 5
topando acaso en una roca anciana,
y en vez de hundirse entre la espuma cana,
sierpe argentada por la playa ondea.
Si al risco, que le estorba el parasismo,
grato se muestra hasta un raudal escaso, 10
tú que te precipitas de ti mismo,
no culpes, cuando corres al fracaso,
que te amenaza el mar de un ciego abismo,
que se te ponga Jonatás al paso.
Abner
Tiene el Líbano un árbol, planta rica
del saludable fruto trascendente,
cuya raíz, que en el sitio está pendiente,
echa fuera los brazos que rubrica.
Y una planta, que al fértil hombro aplica, 5
por no hacer su caída contingente,
le está besando el pie, que amargamente
de aromáticas lágrimas salpica.
Es el resabio en ti de un odio injusto,
la raíz que revienta mal sufrida; 10
Jonatás palma, si árbol tú, robusto;
pues a un tiempo aplicó con fe advertida,
la boca del respeto a tu pie augusto,
y a tu fruto la rama más florida.
Acto I, Celia
Quedó toda mujer, por ley divina,
sujeta al hombre, y fue de Dios sentencia.
Perdió la libertad, la inobediencia;
que a estar sin ella su belleza inclina.
Con esto, algunas veces determina 5
romper el yugo, de su culpa herencia,
y, con sutil ingenio y diligencia,
oprimir los ingenios imagina.
Tal vez rinde sus gustos y placeres,
¡oh, libertad!, para que más te asombres, 10
los hombres de más varios pareceres;
tal vez sus letras, armas y sus nombres,
que es el mayor blasón de las mujeres,
siendo sujetas, sujetar los hombres.
Acto II, Juan
Dígame quien lo sabe o quien lo entiende.
¿Qué camino, distancia o diferencia
hay entre amor y celos; o una ausencia
a dos cuerpos contrarios comprende?
Si el limpio amor de celos se defiende, 5
¿en qué tienen los dos correspondencia?
Si entre celos y amor hay competencia,
¿cuál de los dos ser el amor pretende?
Equívocos parecen, y es forzosa
la consecuencia, estando en sus desvelos; 10
crecer de amor la llama rigurosa.
Y aunque es juntar, con los abismos cielos,
a los celos y amor son una cosa,
o no ha de haber amor si faltan celos.
Acto I, El Rey
Qué extrañas, confesiones, qué desvelos,
causa en amor una pregunta muerta,
que como el alma está tan encubierta
sólo puede el temor contra los velos.
Igual hicieron el amor los cielos 5
y la primer sospecha descubierta
a no cerrarles el amor la puerta,
donde sale el valor, entran los celos.
Que poco la grandeza le aprovecha
a la sospecha del honor tirano, 10
si tiene el miedo la opinión deshecha?
Qué sirve el cetro en poderosa mano?
que poderle librar de una sospecha
no cabe en fuerzas del poder humano.
Acto II, Don Juan de Mendoza
A Sumo bien, o gloria inestimable
bien empleado y justo atrevimiento;
amor es Dios, en fin la prueba siento
en lo que quiere ser comunicable.
O fortuna inconstante, ahora estable 5
en la inquietud del mismo pensamiento,
si fueses en mis bienes firmamento
fábula ha sido el nombre de mudable.
O amor perdone tu real decoro
las dulces quejas, las infamias dichas 10
a tu grandeza que desde hoy adoro:
Prometa el eco a mis desdichas dichas,
que como se quilata en cobre, el oro,
se conoce el amor en las desdichas.
Acto III, Cafandra, prima del Rey
Hermosas plantas, árboles y flores,
que los rayos del Sol resplandecientes
mostraran con esmaltes diferentes,
y a quien la noche encubre los colores.
Dormidas aguas, que a los ruiseñores 5
enseñáis a cantar en las corrientes
de estas sonoras cristalinas fuentes,
que no os dirán hasta la Aurora amores.
Si sentís que la noche oscura, y fría
os prive de la luz cuya presencia 10
os causa tanta gloria, y alegría:
También duerme mi bien, tened paciencia,
que todo es noche, hasta que venga el día,
mas no la puede haber donde hay ausencia.
Acto I, Clarinda
Paredes altas, españoles muros,
que con ser de Paredes sois defensa,
más que la que tener España piensa
en los de piedra antiguos y seguros:
Las argamasas y los cantos duros 5
no pueden resistir tanto su ofensa,
como pared de fuerza tan inmensa
que va dorando el sol con rayos puros.
¡Ah paredes más altas que solía
Babilonia mirar su altiva piedra! 10
Sed los cimientos de la vida mía;
que si de estas paredes fuese hiedra,
no dudo que segura viviría;
que así quien bien se arrima crece y medra.
Acto III, Dorista
Que amor de ociosidad principio tiene,
y que en la ocupación anda templado,
he visto, Enrique mío, tu cuidado
después que en los palacios se entretiene.
Pues ya también que la fortuna viene 5
a levantarte a tan dichoso estado,
¿qué esperanza tendré de haberte amado,
que, de perderte, el justo miedo enfrene?
De verte en alto, mis sospechas crecen,
pues a cuantos levanta la fortuna, 10
el lugar en que estaban aborrecen.
Que si principios te han de dar alguna,
por no ver las memorias que te ofrecen,
ya no querrás tener de mí ninguna.
Acto III, Casandra
La más altiva y próspera victoria,
del enemigo la mayor venganza,
descanso en tierra, y no en la mar bonanza,
el fin más dulce en la más triste historia.
El triunfo, el arco, la opinión, la gloria 5
que espada o pluma, o buena dicha alcanza,
la posesión del bien tras la esperanza,
la mayor fama y la mayor memoria,
la hermosa paz después de los enojos,
el oro, el muro, el reino conquistado, 10
las banderas, las armas, los despojos,
no igualan al placer de Amor vengado,
que ve llorar unos ingratos ojos
arrepentidos del desdén pasado.
Jornada II, Don Félix
¡Bien haya, Amor, el tiempo que he vivido
cautiva el alma, esclava la memoria,
pues he llegado a la mayor victoria
que enriqueció jamás cualquier sentido!
No puedo yo decir que fue perdido, 5
pues para el fin de mi dichosa historia
mi dulce pena transformaste en gloria
con el laurel a tanto amor debido.
¡Amor, vencí! ¡Victoria! Aunque no alcanza
el alma libertad, pues más adora 10
el bien, de que jamás haré mudanza.
Mas hay de diferencia en tu decoro
que, si de hierro son en la esperanza,
son en la posesión prisiones de oro.
Jornada II, Roberto
Casarme quiere este tirano impío
sin decirme con quien; pero no crea
que menos que contigo, mi bien sea,
pues de tu calidad las prendas fío.
Yo he llorado por ti, dulce amor mío, 5
y pues que sólo el alma te desea,
declárate con él, para que vea
que no es mi inobediencia desvarío.
Dile que eres mi esposo, que en los plazos
de Amor siempre se escoge el más pequeño, 10
y te daré en albricias mil abrazos.
Que si no lo has de ser, mi fe te empeño,
que quiero más la muerte, que otros brazos,
y más la sepultura que otro dueño.
Acto I, Rosarda
Inquietud en el alma, que el sosiego
quita de noche, y el reposo al día;
hielo que abrasa cuando más enfría;
fuego de infierno, pues del alma es fuego;
indómito caballo, monstruo ciego, 5
que la razón a despeñarse guía;
temor cobarde, de sí mismo espía;
villano rico, a quien ensancha el ruego;
Amor desnudo y de dolor vestido,
tirano mercader de tus placeres, 10
que fías y ejecutas lo perdido:
que vea el mundo, con mi ejemplo, quieres
que quitar a los hombres el sentido
dejaste por disculpa a las mujeres.
Acto I, Beltrán
No estuvo Gerineldos en Sansueña
tan dulce por la dama Quintañona,
ni, por la bella infanta Palamona,
tan alegre Roldán en Fuentidueña;
ni Baltenebros en la pobre peña, 5
por su dama, tan blando de carona,
ni menos por los caños de Carmona
tan fuerte Baldovinos por su dueña,
como yo estoy por Beatriz; más linda
que un pie bien hecho con zapato nuevo; 10
más colorada que manzana o guinda.
Si yo la robo y en mis brazos llevo,
París a Elena en competencia rinda,
a Europa el toro, y a su Dafne, Febo
Acto II, Teodora
Con cuales ojos te miro, Teodora,
doctor de amor, esfinge de su enigma,
de su ley catedrático de prima,
que enseñas a querer quien ya te adora.
Si vences pleitos que el más sabio ignora, 5
¿qué mucho que tu ciencia en mí se imprima?
Tu discípulo soy, tu voz me anima
al alto grado de quererme ahora.
Repartir la injusticia en igual grado
es la definición más excelente; 10
luego es justicia amar al que es amado.
La ley de amor entiéndese igualmente
que siendo, Aurelio, tú tan gran letrado,
no has de darle sentido diferente.
Jornada III, Duque