Sopa de ciruela - Katherine Mansfield - E-Book

Sopa de ciruela E-Book

Katherine Mansfield

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Gracias a las recientes investigaciones literarias, hoy tenemos acceso a los textos originales de Mansfield y podemos asegurar que no escribía diarios como nos hizo creer su marido, sino cuadernos en los que aparecen fragmentos de cuentos, borradores de cartas, recetas, listas de gastos, poemas, entradas de diario. La mayoría de estos textos inéditos en castellano aparecen por primera vez en Sopa de ciruela, traducidos directamente de las transcripciones de los más de cincuenta cuadernos que Mansfield dejó tras su muerte, a los que se suman una selección de cartas, textos encontrados en papeles sueltos, cuentos publicados en diversas revistas, apuntes de un viaje por el interior de Nueva Zelanda y algunas recetas de cocina. Sopa de ciruela se inspira en la comida como refugio, en la escritura como alimento vital; y la cuidada selección de estos textos nos permite conocer una faceta oculta e impostergable de la obra de Katherine Mansfield.

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SOPA DE CIRUELA

KATHERINE MANSFIELD

Después de otra inmersión en el bolso, la mujer sacó una barra de chocolate. ¡Chocolate! Hasta ese momento, nunca me había dado cuenta de que el chocolate se ofrece en tono juguetón. No es una comida solemne. Al parecer, se lo toma por algo disparatado. Pero ¿quién sabe?

 

Se suele recordar a Katherine Mansfield, autora consagrada del modernismo literario inglés, por su estrecho vínculo con la enfermedad, por su trágica y temprana muerte, por pasajes de sus diarios que en realidad no son tales, sino que fueron producto de la selección y edición que hizo su marido y albacea, John Middleton Murry.

Gracias a las recientes investigaciones literarias, hoy tenemos acceso a los textos originales de Mansfield y podemos asegurar que no escribía diarios como nos hizo creer su marido, sino cuadernos en los que aparecen fragmentos de cuentos, borradores de cartas, recetas, listas de gastos, poemas, entradas de diario. La mayoría de estos textos inéditos en castellano aparecen por primera vez en Sopa de ciruela, traducidos directamente de las transcripciones de los más de cincuenta cuadernos que Mansfield dejó tras su muerte, a los que se suman una selección de cartas, textos encontrados en papeles sueltos, cuentos publicados en diversas revistas, apuntes de un viaje por el interior de Nueva Zelanda y algunas recetas de cocina.

Sopa de ciruela se inspira en la comida como refugio, en la escritura como alimento vital; y la cuidada selección de estos textos nos permite conocer una faceta oculta e impostergable de la obra de Katherine Mansfield.

Sopa de ciruela

KATHERINE MANSFIELDTraducción, prólogo, selección y notas de Eleonora González Capria Ilustraciones de Josefina Schargorodsky

Índice

CubiertaSobre este libroPortadaPrólogoBibliografíaAgradecimientosEl hambreEl buen beberEn un caféLa escasezRecetas & retazosEn viajeEntre jardinesFuentesSobre la autoraPágina de legalesCréditos

PRÓLOGO

a Katherine Mansfield

 

Una introducción cualquiera a cualquier obra de Katherine Mansfield (1888-1923), autora consagrada del modernismo literario en lengua inglesa y figura canónica en su país de nacimiento, Nueva Zelanda, habría de comenzar por una justificación: por qué retraducir un clásico.

Pero, aunque este libro está hecho de textos de Mansfield, esa pregunta no necesita ni responderse, ni siquiera formularse, porque en realidad la gran mayoría de los materiales aquí compilados jamás fueron traducidos al castellano y muchos de los que sí se tradujeron y aún circulan se ofrecen en versiones censuradas, expurgadas, por razones que resultan cuando menos incomprensibles y cuestionables. Incluso la bibliografía que rodea a Mansfield es contradictoria por momentos, opaca, los prólogos escasean y los que están desprovistos de errores todavía más, mientras que las fuentes ofrecidas como respaldo son, en muchos casos, obsoletas.

Tratar de descifrar quién es Katherine Mansfield es una tarea ardua, por momentos imposible, siempre equívoca, aunque en este libro la busqué para que apareciera más íntegramente, para que se mostrara quizás más parecida a quien sea que fue.

SOPA DE CIRUELA

En 1911, vio la luz el primer libro de Katherine Mansfield. Se llamó En una pensión alemana y consiguió críticas favorables y varias reimpresiones antes de que su editor Charles Granville, alias Stephen Swift, se declarara en quiebra. Mansfield tenía entonces 23 años, ya había abandonado su Nueva Zelanda natal para instalarse en Inglaterra y llevaba tiempo publicando en revistas. De hecho, había publicado su cuento “Enna Blake” a los 9 años en la revista de su escuela y el propio En una pensión alemana había aparecido casi íntegramente en New Age a lo largo de los dos años precedentes.

Allá por 1911, el escritor W. L. George organizó una cena en su casa para celebrar la publicación. Entre los invitados, estaba John Middleton Murry (1889-1957). Mansfield y Murry aún no se conocían en persona, pero ella acababa de enviarle el relato “The Woman at the Store” y él se convertiría en su compañero, marido, interlocutor y editor de sus obras póstumas.

Entre las cuatro o cinco cartas que se conservan de 1911, Mansfield no hace referencia al evento, sino que es Murry quien, en su autobiografía (1936) y en la biografía de la autora que coescribió con Ruth Mantz (1933), evoca los sucesos de aquella velada: Mansfield llegó en taxi, con demora, vestida de gris, y en el menú se incluyó un plato típicamente alemán a modo de homenaje al libro. El plato en cuestión era sopa de ciruela.

No fueron muchos los libros que Mansfield vio materializados en vida, a decir verdad. Aunque contribuyó regularmente a The Native Companion, New Age, Rhythm, Signature, Athenaeum, Dial, London Mercury con viñetas, relatos, poemas, textos críticos y paródicos bajo el nombre de Katherine Mansfield y una miríada más de seudónimos, pasaron años hasta la aparición de las narraciones Preludio (1918) y Je ne parlais pas français (1919-1920), ambas delgadas plaquetas impresas y encuadernadas a mano por Hogarth Press y Heron Press respectivamente. Después vinieron los libros Felicidad y otros cuentos (1920) y Fiesta en el jardín y otros cuentos (1922).

Cuando se encontró con la muerte el 9 de enero de 1923, en el Instituto Gurdjieff para el Desarrollo Armónico del Hombre con sede en Fontainebleau, Francia, Mansfield tenía 34 años y había dejado atrás un total de cinco volúmenes.

SOPA DE PAN

Una recorrida veloz por la ficción de Mansfield llena los ojos de banquetes. Todo comienza con otra sopa, más precisamente, una sopa de pan, que se sirve en la primera línea del primer relato de aquel primer libro. De los huéspedes que en “Alemanes a la mesa” conversan sobre té, jamón, sardinas y vino, se puede viajar por la harina y el cacao hasta “Vida de Ma Parker”, por los helados y la limonada hasta “Día festivo”, por la fruta y la crema hasta “Un pepinillo al eneldo”. Pero la obra de Mansfield lleva la comida más allá del tema evidente, del escenario para la acción, incluso del carácter simbólico y a la vez revelador que pueden adoptar una pera o un peral en un cuento como “Felicidad”.

Basta, para eso, explorar otra zona de su escritura, bastante desatendida por cierto: la crítica. Entre abril de 1919 y diciembre de 1920, Mansfield escribió más de ciento veinte reseñas para Athenaeum y sopesó la obra de autoras y autores que trascendieron su época en mayor o menor medida, como H. G. Wells, Edith Wharton, D. H. Lawrence y Virginia Woolf. Allí es donde la comida empieza a desplegar nuevos matices, menos evidentes en la ficción.

En una reseña a La flecha de oro de Joseph Conrad (“A Backward Glance”, del 8 de agosto de 1919), por ejemplo, Mansfield divide a los novelistas entre quienes producen obras nuevas que son realmente nuevas y quienes nunca muestran signos de cambio sino que prefieren “llevar a sus lectores de excursión, por así decirlo, pero para hospedarlos siempre en el mismo hotel, donde conocen la cara de todos los meseros y cómo llegar hasta el baño y la forma de las tostadas que van a acompañar el queso”. De pronto, la escritura y la lectura adquieren la forma de una experiencia culinaria que alimenta la mente y los sentidos, o no.

SOPA DE HUESOS

Cuando Mansfield murió de tuberculosis en 1923, dejó su legado en manos de su marido, John Middleton Murry. Se habían casado en 1918, después de un largo tiempo compartido sin papeles hasta que el primer esposo de Mansfield, George Bowden, concretó el divorcio. Durante los años juntos, atravesaron las múltiples distancias requeridas por los cuidados de salud de Mansfield, que la llevaron a Francia, a Suiza o a otros rincones de Inglaterra, y las exigencias laborales de Murry, que por momentos lo anclaron en Londres. Podría decirse que formaron un sólido matrimonio de palabras, hecho ante todo de infinidad de cartas, intercambios literarios y lecturas mutuas, y que así seguiría incluso tras la muerte.

Gracias a la Ley de Propiedad Intelectual, Murry retuvo el control de toda la obra publicada de Mansfield por un período de cincuenta años, pero dispuso de su obra inédita a perpetuidad. En febrero de 1923, pocas semanas después del funeral de Mansfield, le escribió una carta a su agente literario J. B. Pinker con una propuesta de negocios. “Decidí publicar –decía Murry– un volumen que contenga todos los relatos y fragmentos de relatos escritos por mi esposa desde la publicación de ‘Fiesta en el jardín’. Será un volumen delgado y se venderá, según calculo, a £5/-. Se debe publicar lo antes posible, mientras su nombre y su fama aún estén frescos en la mente del público”.

Ya lo había hablado con el editor de Constable, y juntos habían diseñado un plan ambicioso. En 1923, comenzó la publicación póstuma en esa editorial: ese mismo año vieron la luz primero los poemas mayormente inéditos de Poems y luego los relatos El nido de la paloma y otros cuentos, a los cuales les siguió otro libro llamado Algo infantil y otros cuentos en 1924. Murry pronto volvió a editar En una pensión alemana en 1926, reedición a la que Mansfield se había negado en 1920, y en 1930 en Novelists and Novels recogió la producción crítica. Mientras tanto, vendió algunos cuadernos siguiendo necesidades financieras, que fueron adquiridos por los intermediarios Hamill & Barker y luego llegaron a manos de Mrs. Edison Dick de Chicago.

Murry también hizo arreglos para publicar un volumen titulado provisionalmente Journal & Sketches. Aunque estaba programado para 1924, no pudo cumplir con los plazos. Aparecieron extractos de los materiales en dos números de la Yale Review (1923) y en The Adelphi, pero la primera edición del Diario de Katherine Mansfield se realizó recién en 1927. Impreso en tapa dura, de color gris azulado con líneas violetas, enseguida se convirtió en un éxito. Entonces, Murry se embarcó en la publicación de casi todo lo que había dejado Mansfield: dos tomos de cartas The Letters of Katherine Mansfield (1928) y Katherine Mansfield’s Letters to John Middleton Murry (1951), además del Scrapbook of Katherine Mansfield (1937) y la “edición definitiva” del Journal of Katherine Mansfield (1954). El anteúltimo presentaba anotaciones, relatos y borradores, mientras que el último consistía en una edición revisada del diario de 1927 con, según afirmaba su editor, algunos pasajes ya incluidos en el Scrapbook y más textos inéditos.

Los contemporáneos que habían conocido a Mansfield vislumbraron, con palabras más o menos virulentas, lo que décadas después la académica Gerri Kimber daría en llamar “el mito de Mansfield”: la Mansfield retratada en los diarios y la correspondencia no se parecía en nada a la persona real, porque la persona real no era tan dulce ni tan angelical como aquellos papeles la hacían ver. Otras críticas apuntaron a la explotación que Murry estaba haciendo del legado de su esposa, alegando que sus intereses eran meramente financieros. Así, la figura de Murry, que antes fuera un prominente crítico y escritor, fue menguando hasta quedar desacreditada, al menos en Inglaterra. En otros países, como Francia, e incluso podríamos agregar en el ámbito hispanoparlante si consideramos las ediciones que circulan, este descrédito no tocó a Murry ni a Mansfield.

Pero el debate múltiple que se suscitó en la primera mitad del siglo XX fue, ante todo, ético y dirigido al acto de hacer públicos supuestos diarios privados. Es cierto, constatable en la correspondencia, lo que afirma Murry en el prólogo a los diarios de 1927: que Mansfield sí tuvo intenciones de publicar parte de sus cuadernos. También es cierto que, en el testamento del 14 de agosto de 1922, la autora no prohibía la publicación parcial de los materiales y daba pautas muy amplias para su uso: “deseo que se publique tan poco como sea posible y que se destruya y queme tanto como sea posible”.

Pero la publicación de los papeles privados sacudió al mundo literario inglés y apresuró a muchos a echar al fuego todo cuanto conservaban de Mansfield. Fue la autora Sylvia Lynd quien dio la sentencia final: Murry “estaba hirviendo los huesos de Katherine para hacer sopa”.1

LA MOSCA EN LA SOPA

En 1957, Murry falleció, no sin antes dejar instrucciones sobre cómo proceder con el legado de Mansfield: se debía ofrecer la correspondencia al Museo Británico primero y luego a la Biblioteca Alexander Turnbull de Nueva Zelanda por un monto de £1000, y poner en subasta los cuadernos. La Biblioteca Alexander Turnbull, gracias a la amable declinación de los británicos, pudo adquirir las cartas y luego, con ayuda del gobierno y donaciones, también se hizo de los demás materiales, aunque algunos lotes terminaron en la Biblioteca Newberry de Chicago, Estados Unidos. Por fin, podían estudiarse aquellos materiales velados que solo Murry había tenido la oportunidad de manipular, en los sentidos más y menos literales de la palabra.

Poco después, en 1959, Ian Gordon de la Universidad Victoria de Wellington realizó un estudio de la colección. Se asombró al descubrir que las ediciones de Murry procedían todas de la misma fuente manuscrita: una pila de papeles sueltos, cuadernos y diarios sin terminar. En 1989, concluiría que hasta el “diario definitivo” de 1954 era “un trabajo mal hecho” y “no más definitivo que un texto apócrifo”, y afirmaría que podía ponerse en cuestión que Mansfield fuera la única autora de ese volumen. En 1974, por su parte, Philip Waldron observó las divergencias entre los libros póstumos publicados por Murry y los materiales efectivamente disponibles, sus omisiones y redistribuciones: “la distorsión del texto editado por Murry ha distorsionado, en consecuencia, la personalidad de la propia escritora tal como la conocemos, y es incluso en parte responsable del mito que aún vive en Francia y la presenta como un personaje etéreo”. Los lectores y las lectoras, señala atinadamente Waldron, quizás ni siquiera sospecharan de lo que está mal en los diarios, considerando que se los llevó a creer que disponían de un texto “definitivo”.

Mansfield escribió muchas veces sobre moscas que caen en la leche o la tinta, pero nunca en la sopa. Sin embargo, sobre la controversia ética de la primera mitad del siglo XX, recayó una nueva en la segunda mitad: sobre el hecho consumado, no se trataba ya del acto de publicación de los materiales, sino de cómo fueron publicados. Es cierto que Murry no se propuso hacer una transcripción diplomática y que, tal vez, algunas de sus intervenciones hayan sido propias de las expectativas de edición y de lectura de la época, a las que quizás hubieran estado sujetos los textos de no haber quedado en la etapa de manuscrito. Pero las operaciones editoriales de Murry en los diarios de 1927 y 1954 cruzan esos límites y así incluyen el ocultamiento deliberado de la naturaleza de los materiales en su poder; la glosa de las entradas, como una presencia tutelar constante que interviene en el cuerpo del texto para aclarar tal o cual pasaje; la transformación del género en que debían inscribirse esas textualidades y algo aún más grave: la omisión no declarada de secciones en la correspondencia y en los diarios, es decir, la expurgación o la censura. Aquí está la auténtica mosca, ahí se la ve chapoteando en la sopa.

NO TODO ESTÁ BIEN

En 1977, C. K. Stead produjo otra selección de los materiales de Mansfield, Letters and Journals, aunque se basó en los diarios de 1954 y solo confrontó la correspondencia con los manuscritos. Su edición procede a partir del recorte extremo de los originales y en ocasiones se leen apenas párrafos tomados de esta o de aquella carta.

No fue hasta que la bibliotecaria Margaret Scott se abocó a las colecciones de Mansfield que se alcanzó una auténtica edición sin expurgaciones, y así llegaron también revelaciones varias. Entre 1970 y 1979, transcribió secciones de un diario que vieron la luz en The Turnbull Library Record. Después, a partir de 1984, publicó los cinco volúmenes de The Collected Letters of Katherine Mansfield, en colaboración con Vincent O’Sullivan, un aporte monumental y necesario. Finalmente, publicó una transcripción íntegra de los materiales existentes. Ese volumen gigantesco de 1997 se llamó The Katherine Mansfield Notebooks: Complete Edition. Sí, “cuadernos” y no “diarios” es la palabra clave. Y, a la luz de las nuevas ediciones, resultó posible volver sobre las ediciones de Murry. Conviene empezar por la totalidad.

Es famosa la entrada final de los diarios de 1927 y sus últimas frases, fechadas en octubre de 1922: “Me siento feliz, en el fondo. Todo está bien”. Una extensa nota editorial de Murry la clausura: “Con estas palabras el diario de Katherine Mansfield llega a un final acertado. Es así como jamás abandonó la convicción de que ‘Todo estaba bien’ […]”. Pero ¿a quién se debe atribuir la autoría de ese final? Sin duda, pertenece a Murry y no a Mansfield, quien siguió escribiendo a continuación entradas que su esposo tenía bien a la mano. En la narratividad que desarrollan la cronología y la fragmentariedad a lo largo de las páginas, esta decisión trastoca el sentido global de los diarios: no constituye sino la invención de un final feliz, que sabe ofrecer consuelo a los ojos de quien lee testimonios de una vida truncada por la enfermedad.

En los diarios de 1927, la cuestión no atañe solo a reordenamientos, incluido el fechado de numerosas entradas que no poseen datos en los manuscritos. Hay escisiones, sean recortes o amputaciones, que no son declaradas ni siquiera mediante la convención editorial bien conocida. La mayoría de las intervenciones de estas características, sea en la correspondencia como en las ediciones de los diarios, censuran aspectos mundanos o controversiales de Mansfield, o elementos que su esposo decidió preservar por razones personales: lo escatológico, amoroso y sexual, las referencias a algún amante, ciertas frases que podrían entenderse como críticas o tendrían el potencial de causar un escándalo, las alusiones al suicidio, aunque este catálogo no es total. En 1954, si bien se amplía el alcance de la selección, algunas de las censuras persisten. A veces, las omisiones son solo recortes que abarcan frases, oraciones o párrafos. Otras veces, como en el caso de 1915, hay amputaciones, donde días enteros se suprimen sin marca alguna. Un solo ejemplo de la edición de 1927 en comparación con la aquí presentada de algunos pasajes puede exponer mejor la dimensión de estas operaciones:

 

1915, EN LA EDICIÓN DE MURRY DE1927:

23 de enero. Volvió el viejo pica piedras. Una niebla densa y blanca llega al borde del campo.

 

1915, EN LA EDICIÓN DE SCOTT DE 1997:

23 SÁBADO. UNA CARTA. Sin cartas. Volvió el viejo pica piedras. Una niebla densa y blanca llega al borde del campo. Pasé horas esperando la correspondencia. Jack fue a Chesham. Yo no hice nada. Después del té, Rose salió & volvió con una carta y una fotografía. Subí & sentí que todo mi cuerpo iba en su búsqueda como si el sol hubiera llenado repentinamente el dormitorio de calidez y belleza. Me llamó “ma petite cherie”: mi queridita. Dios mío, sálvame de esta guerra y deja que nos veamos pronto. Hablé con Jack, mientras jugaba con los flecos de su lámpara. Pero se negó a tomárselo seriamente. Cenamos bien, el fuego ardió. Dejó de llover. Después me senté en un rinconcito junto al fuego sobre un almohadón negro y tuve un sueño. Puse su fotografía en la esquina del paisaje, apoyado contra una acacia, con las manos en los bolsillos.

 

Por último, un interrogante esencial surgió ante la diversidad de los materiales relevados por Scott: ¿acaso Mansfield había escrito un diario?

Anna Jackson (2001) se lo preguntó y dio con una respuesta ambivalente, aunque sin dejar de observar que Murry recorrió los materiales y eligió los textos más reconocibles como “entradas de diario” y no fragmentos de relatos o listas de libros.

Valérie Baisnée (2011) se lo planteó y afirmó, tras relevar el conocimiento que Mansfield tenía del género y su lectura del famoso diario de Marie Bashkirtseff, una artista rusa que murió de tuberculosis en 1844, que ya quedó asentado que los “diarios” (sus comillas) de Mansfield editados por Murry son ficciones biográficas, artefactos ensamblados: “El Diario no existe. Más bien, su práctica está diseminada en 46 cuadernos”.

Los cuadernos de Mansfield son exactamente eso, cuadernos y papeles, anotadores, en los que a veces se encuentra un intento fallido de llevar un diario, pero que en su mayoría están llenos de apuntes de toda clase, que van de recetas a cuentas, de relatos a citas, y a los que se suman impresiones, poemas, cartas sin mandar, borradores, dibujos. No hay allí una voluntad sostenida de documentar lo cotidiano en los términos que impone el género diario.

Quizás lo más absurdo de todo, por momentos irreconciliable, si nos guiamos por los sucesos que siguieron a la muerte de Mansfield, es que Murry sin duda quiso mantener viva la obra de su esposa y hasta su muerte se preguntó si había logrado hacerle honor. Mansfield continuó impregnando su cotidianeidad, afectó sus sucesivos matrimonios, y la tarea que se había propuesto lo llevó a relegar su propia carrera literaria.2 Hay un hecho objetivo e ineludible al menos, que hasta la propia Margaret Scott destaca: Murry transcribió los incontables manuscritos, a veces ilegibles, que Mansfield había dejado, y a eso dedicó el resto de su vida.

AL PIE DE LA LETRA

Tal como señala Scott, las ediciones póstumas producidas por Murry dieron la impresión al público de que Mansfield había llevado un diario y un álbum de misceláneas, a partir de los cuales se habrían originado las dos versiones de los diarios y el Scrapbook. Sin embargo, los cuadernos que Mansfield dejó, sin contar los que destruyó en vida, vienen en todas las formas y colores, al igual que los papeles sueltos.

Son 46 los pertenecientes a la Biblioteca Alexander Turnbull. A ese número se suman los 7 de la Biblioteca de Newberry, cientos de papeles y otros materiales que ahora están en el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas.

El Cuaderno #23, por ejemplo, mide 20 centímetros, tiene una cubierta de papel gris y lleva impresa una frase en la tapa: “The Monster Exercise Book”. También se detalla en letras de molde la cantidad de páginas, 80 a saber, y se ofrece espacio para completar cierta información. Allí, aparece registrado el día de inicio del cuaderno: 6 de marzo de 1914. No obstante, solo se completan unas pocas páginas en recto y luego lo único que persiste a continuación es una enorme mancha de tinta negra que aparece y reaparece en las hojas hasta difuminarse.

El Cuaderno #39 también mide 20 centímetros de alto, pero está encuadernado con piel negra, posee guardas ilustradas con hojas y flores, y consta de 74 folios. Los iniciales, escritos primero solo en recto y no en verso, en letra pequeña y prolija, registran citas diversas. Después, la escritura se transforma. Hacia el final la letra ondulante, casi ilegible, que vuelca el relato “Pearl Button” cubre todas las páginas, entre manchones negros y tachaduras. En la última página, que registra gastos en tinta azul, se vuelve al orden y la pequeñez.

Un cuaderno de poesía sin numerar de la colección de Texas tiene tapas de papel impresas. Allí, se lee: “The Giant Exercise Book”. Además, se especifican las 72 páginas que lo integran y se acompaña de líneas para que la dueña escriba su nombre. En sus páginas rayadas, hay poemas escritos a dos columnas a veces, luego a una sola, una entrada que reza “21 de agosto”, un dibujo pequeño con un cartel que dice: “¡Desesperación! ¡Desesperación!” y zonas en las cuales la letra es tan grande e informe que no alcanza a descifrarse y otras en las que la letra es tan diminuta que caben dos líneas ínfimas en el espacio que hay entre un renglón y otro.

El uso que Mansfield les dio a estos soportes es igual de dispar. Solía volver sobre cuadernos ya empezados para agregar anotaciones en diferentes momentos de su vida. En algunos, como el Cuaderno de Urewera, hay secciones en lápiz, aunque en la mayoría de sus registros prevalece la tinta azul o negra. Los contenidos oscilan sin previsión y las dataciones no son muy frecuentes, aunque a veces supo usar diarios o agendas que venían con fechas preestablecidas. En otros casos, la posesión del propio cuaderno fue objeto de disputa: así, los Cuadernos #13 y #17 pertenecían originalmente a Murry, pero fueron usurpados o compartidos.

En el Cuaderno #1, Mansfield registra una frase aislada: “Jamás seré capaz de cambiar mi letra”. Si bien tenía plena consciencia de los problemas de su caligrafía, quizás no haya anticipado las complejidades que le traería a la posteridad.

UN NOMBRE EN EL MUNDO

“Si imprime más de una de las ‘Viñetas’ en el número de noviembre, le ruego que no use el nombre K. M. Beauchamp. Es mi deseo que me lean solo como K. Mansfield o K. M.”, le escribió a Edwin James Brady, editor de la publicación australiana The Native Companion, en la carta del 11 de octubre de 1907.

Lo cierto es que, al nacer el domingo 14 de octubre de 1888 a las 8 de la mañana, quien hoy conocemos como Katherine Mansfield fue bautizada Kathleen Mansfield Beauchamp. Sin embargo, el juego constante de los nombres y los espejos aparece pronto en su vida privada y pública. Comienza en la infancia: así su hermana Charlotte Mary se convierte en Chaddie, pero también es Marie; su hermano Leslie Heron es Chummy, pero también Bogey, un apodo que después designará además a Murry. Kathleen Mansfield Beauchamp, hasta 1907, firma su correspondencia como Kass, Kassius, Kathleen y K. M. B., antes de transformarse en Katherine Mansfield. Aunque una cosa no quita la otra y sigue ensayando en los cuadernos nombres y más nombres que luego habrá de usar a lo largo de su vida.

En al menos una de sus publicaciones emplea las siguientes firmas: Lili Heron, The Tiger, Karl Mansfield, Julian Mark, Elizabeth Stanley, Boris Petrovsky, K. M., Kathleen Beauchamp, Kathleen M. Beauchamp, Katherine Mansfield, Matilda Berry, K. Mansfield, K. M. Beauchamp, Katherina Mansfield e incluso Mouche y Virginia, aunque la atribución de estas dos últimas producciones está sujeta a debate.

La proliferación casi abrumadora de sobrenombres en la correspondencia y los papeles privados es idéntica. Claro que son dos las personas que, por cercanía, por cotidianeidad, se ganan más apodos: Ida Constance Baker y John Middleton Murry.

El caso de Ida Baker (1888-1978), su amiga íntima y cuidadora constante, es, por lo menos, descorazonador. Mansfield y Baker se conocieron en 1903, en el Queen’s College de Londres, donde fueron pupilas. Fue Mansfield quien, pocos meses después del primer encuentro, le preguntó a Baker si quería ser su amiga. Ahora bien, cuando Baker estudiaba violín decidió empezar a usar el nombre de su madre, Katherine Moore, que había muerto ese mismo año. Pero, como Mansfield anhelaba el mismo seudónimo, le impuso una variación del nombre de su propio hermano Leslie Heron. Así fue como Ida Baker se convirtió en Lesley Moore o L. M. e incluso L. También recibió otros motes de preferencia. Fue Jones, “the FO” (“the Faithful One”, la Fiel), “the Rhodesian Mountain” (la Montaña de Rodesia, a veces, la Montaña a secas), “Aida” y también “the Albatross” (el Albatros), en una tensión entre el amor y el rechazo que solo puede comprenderse al reflexionar sobre una enfermedad que transforma el carácter y corroe los vínculos.

Murry, por su parte, fue el segundo Bogey y, ante todo, Jack, Jaggle, J. y M. Otra refracción se produce cuando la pareja adopta el seudónimo literario “The Two Tigers”, los Dos Tigres. A partir de derivaciones y juegos sonoros, aquella firma crea dos alias que serán fundamentales en los intercambios epistolares entre Mansfield y Murry: Tig y Wig, seudónimos que usarán indistintamente.

Pero no se trata solo de personas. Una revista puede cobrar vida cuando da nombre a un animal. Así Athenaeum, tan importante para Murry y Mansfield, se transforma en un gato muy amado. Un pulmón enfermo también recibe su propio mote: “wing” o “water wing” (digamos, “ala” o “aleta”) y curiosamente otro gato adorado, Wingley, recibe un nombre muy similar. Un sombrero compartido en pareja es apodado “Feltie” (“Fieltrín”) y un muñeco compañero de viajes y travesuras recibe por nombre Ribni, en honor al capitán Ribnikov del relato homónimo de Aleksandr Kuprin. Por último, están las casas o los proyectos de hogar: “The Ark” (El Arca, en Gower Street 3, Bloomsbury), la casa alquilada a Maynard Keynes que se ganó ese alias porque los inquilinos Mansfield, Murry, Dorothy Brett y Dora Carrington fueron mudándose de dos en dos; “The Elephant” (La Elefanta, en Portland Villas 2, Hampstead), esa casa gris que finalmente lograron compartir; y “The Heron” (a un tiempo La Garza y el segundo nombre del hermano de Mansfield), el lugar soñado de tiempos pacíficos que nunca se materializó como casa pero sí como efímera editorial. En el mundo de Mansfield las cosas y los animales, las palabras y las personas que son objeto de afecto se entretejen en una maraña de referencias cruzadas.

UNA LENGUA IMPROPIA

“No sé por qué escribo en este pidgin francés: quizás porque el inglés del comedor se me hace muy distante de cualquier lengua propia”, escribe Mansfield después de un párrafo entero en francés en la carta dirigida a Murry el 2 de junio de 1918 desde Cornualles. Si bien en este caso particular elige rehuir del inglés porque el comedor del hotel está repleto de ancianos de entre 65 y 84 años que probablemente hablen, además de cierto cronolecto, con las marcas dialectales que Mansfield se esmera por captar, el francés resulta omnipresente en los cuadernos y la correspondencia.

El cambio constante de código nos empuja del francés al inglés y viceversa: a veces se trata de un solo término aislado, otras veces de una frase, otras veces de oraciones y oraciones. Ya en los cuadernos de juventud el francés aparece como lengua en proceso de aprendizaje y las páginas del Cuaderno #29 preservan una serie de composiciones, que afirman, por ejemplo: “J’etudie la langue française et toutes ses particularités”. Además de escribir en esa lengua cartas íntegras y rudimentarias, como las que le dedica a Francis Carco, en otras, como la dirigida a Murry el 21 de marzo de 1915, el francés reemplaza al inglés incluso a la hora de leer la obra de Rudyard Kipling.

Pero más allá de sus estudios de francés y sus largas estancias en tierras francoparlantes, el dominio que Mansfield tiene de esta lengua no es magistral, algo que reconoce en la frase “ese pidgin francés”, que al vuelo podríamos traducir como “francés macarrónico”, “francés simplificado” o “francés poco académico”, entendiendo siempre que aquí “pidgin” no refiere estrictamente al complejo concepto lingüístico.

Resulta extraño, entonces, que a pesar de esa falta de dominio, de los tropiezos ortográficos o gramaticales, de las dificultades generales, Mansfield vuelva una y otra vez al francés, incluso cuando no se encuentra en Francia ni en Suiza, o no escribe relatos que se sitúan en esas coordenadas. Entonces, el idioma ajeno no proporciona un efecto de realidad, sino que más bien se presenta como una exhibición de saberes o quizás un exilio breve de la lengua natal. Más desconcertante todavía se revela esta práctica cuando nos enfrentamos a las opiniones que Mansfield tenía de los franceses (nada buenas, puedo anticipar) y que deja entrever en muchos de los textos aquí presentes.

LA COCINA DE LA SELECCIÓN &LA TRADUCCIÓN

Las secciones que forman Sopa de ciruela son siete, para la buena suerte: “El hambre” y “El buen beber”, que exploran las distintas maneras de experimentar y narrar la sed y la avidez; “En un café”, que recorre los textos y cartas que Mansfield escribió en torno a los cafés y, aún mejor, dentro de distintos cafés; “La escasez”, que retrata a la autora en medio de la Primera Guerra Mundial, la muerte de su hermano Leslie Heron y su relación con Francis Carco, ambos soldados; “Recetas & retazos”, que recoge algunos platos y preparaciones de los que Mansfield tomó nota; “En viaje”, que presenta la primera traducción íntegra a nuestra lengua del llamado Cuaderno de Urewera, los irregulares apuntes de viaje que Mansfield llevó en una excursión al interior de Nueva Zelanda; y, por último, “Entre jardines”, donde pervive el espíritu de “Fiesta en el jardín”.

A la hora de preparar este libro, trabajé con un archivo de fuentes primarias que superó las cuatro mil páginas. Afronté los cinco tomos de correspondencia transcriptos por O’Sullivan y Scott, los cuadernos completos editados por Scott, la más reciente versión del Cuaderno de Urewera de Plumridge y sumé debidamente las ediciones póstumas de Murry, indispensables para un análisis cabal, y los dos primeros tomos de la obra completa editada por la Universidad de Edimburgo, a cargo de O’Sullivan y Kimber.

Revisé manuscritos digitalizados cuando me fue posible para adentrarme en la materialidad de los escritos y, por supuesto, recorrí una enorme diversidad de fuentes secundarias. En esas fuentes primarias al cuidado de Scott, O’Sullivan, Kimber y Plumridge, detalladas más abajo, están basadas todas las traducciones aquí presentadas, con excepción de unas pocas: las recetas de los scones y el soufflé de naranja cuentan con mi propia transcripción, dado que fueron halladas con posterioridad en papeles sueltos y arrugados. El “Pudín a la Wingley” se conserva solo en los diarios de 1954 y se puede presumir entonces, que, como fuera el caso de otros papeles, se perdió, y de allí lo traduzco; por la misma razón “El almuerzo dominical”, “Sobre Pat” y “Otoños I”, también presentes solo en el Scrapbook, se toman de su edición impresa en Rhythm , Queen’s College Magazine y Signature, respectivamente.

Para abordar estos materiales, ante todo manuscritos, me permití normalizar parte de la puntuación, tal como hiciera Scott: la raya y los puntos suspensivos que Mansfield tiende a usar con múltiples propósitos se tradujeron por otros signos cuando fue necesario, aún más considerando que los puntos suspensivos pueden generar ambigüedades en castellano y que la raya posee usos contrastivos en ambas lenguas. Otras marcas, que exhiben la velocidad de las anotaciones, como el ámpersand y el signo más, se preservaron. El francés, macarrónico y con erratas, se mantuvo tal como supo usarlo su autora, sin rectificaciones ni enmiendas, pero sí se ofreció la cortesía de marcar su aparición en cursivas, aun cuando no figurara así, fuera por la naturalidad en su empleo o simplemente porque se trataba de textos manuscritos. Los corchetes con puntos suspensivos indican únicamente lagunas, es decir, zonas ilegibles del original, mientras que las palabras entre corchetes y con signos de interrogación marcan que la lectura de la transcriptora, sea Scott o Plumridge, es hipotética. En el Cuaderno de Urewera, las tachaduras señalan supresiones en el proceso de redacción o corrección.

En cuanto a los títulos, en su mayoría, los registros de Mansfield no llevaban nombre. No obstante, en sus ediciones, Murry a veces agregó un título propio o cambió el de los manuscritos: en esos casos, se coloca el título entre corchetes y se hacen las aclaraciones pertinentes en el apartado final de este libro. En otros casos, a falta de título original o acuñado, se reproduce el íncipit, siguiendo la convención establecida.

 

*

 

Sobre el eje que organiza mi selección, hay mucho y muy poco por decir. Es imposible recorrer más de cuatro mil páginas sin verse obligada a elegir un camino, uno entre muchos de los que se abren en la encrucijada. Este camino no es mejor ni peor que otros, desde ya, pero habla de mí tanto como de Mansfield.

Fue una carta a Ottoline Morrell del 16 de julio de 1918 la que me llevó a esta senda. Allí Mansfield escribe: “¿Qué puedo decir? Conozco sumamente bien la agonía de sentirse siempre enferma y el deseo, ese inmenso deseo, de tener apenas lo que todas las demás personas aceptan sin esfuerzo como propio: una buena salud, un cuerpo que no sea un enemigo”. Para quienes, por una razón u otra, conocemos de cuerpos que se resisten a alojarnos, que se perciben porque duelen, que no siempre funcionan, la comida puede volverse un espacio de felicidad y reconciliación. Entonces, ¿por qué retratar a la Mansfield enferma, tísica hasta el cansancio como se gusta tanto de recordar, a la joven escritora trágicamente muerta, si podía evocarla mejor devorando y desmigajando tortas y cartas con igual avidez, encontrando en una manzana la teoría entera de la creación artística, depositando en una tetera la crítica de un libro, incluso estirando las cuentas para darse pequeños agasajos? Por supuesto que la comida y la enfermedad se tocan, que las dietas ingentes de leche, naranjas y manteca resultaban fundamentales para sobrellevar la tuberculosis, según las prescripciones de la época. Pero así, de banquete, emocionada por una frutilla perfecta, soñando con milhojas voladoras, recuerdo a Mansfield más viva.

Huelga decir que este libro tiene una motivación tanto literaria como política y crítica: ofrecer a las lectoras y los lectores hispanoparlantes textos que están disponibles en inglés desde hace más de veinte años; restituir a Mansfield de cuerpo entero, incluso en su fragmentariedad, revocando sus zonas borradas y negadas tanto tiempo atrás.

 

ELEONORA GONZÁLEZ CAPRIA

Buenos Aires, mayo de 2022

1 Citada por Claire Tomalin en su biografía (1987), quien a su vez remite por fuente a Moira Lynd, hija de Sylvia y Robert Lynd.

2 La más reciente biografía sobre Mansfield pertenece a Kathleen Jones (2010) y dedica mucho espacio a analizar la vida de Murry tras la muerte de Mansfield.

BIBLIOGRAFÍA

FUENTES PRIMARIAS

Mansfield, Katherine, Poems, John Middleton Murry (ed.), Londres, Constable, 1923.

—, Journal of Katherine Mansfield, John Middleton Murry (ed.), Londres, Constable, 1927.

—, The Letters of Katherine Mansfield, John Middleton Murry (ed.), 2 vols., Nueva York, Knopf, 1929.

—, The Scrapbook of Katherine Mansfield, John Middleton Murry (ed.), Nueva York, Knopf, 1940.

—, Journal of Katherine Mansfield (edición definitiva), John Middleton Murry (ed.), Londres, Constable, 1954.

—, Letters and Journals of Katherine Mansfield: A Selection, C. K. Stead (ed.), Londres, Penguin, 1977.

—, The Collected Letters of Katherine Mansfield, Vincent O’Sullivan y Margaret Scott (eds.), 5 vols., Oxford, Oxford University Press, 1984-2008.

—, The Katherine Mansfield Complete Notebooks, Margaret Scott (ed.), Minnesota, University of Minnesota Press, 2002 [1997].

—, The Collected Fiction of Katherine Mansfield, Gerri Kimber y Vincent O’Sullivan (eds.), 2 vols., Edimburgo, Edinburgh University Press, 2012.

—, The Urewera Notebook, Anna Plumridge (ed.), Edimburgo, Edinburgh University Press, 2015.

FUENTES SECUNDARIAS

Alpers, Antony, Katherine Mansfield, A Biography, Nueva York, Knopf, 1953.

Baisnée, Valérie, “‘My Many Selves’: A Reassessment of Katherine Mansfield’s Journal”, en Janet Wilson et al. (eds.), Katherine Mansfield and Literary Modernism, Londres, Continuum, 2001.

Davidson, Claire et al. (eds.), Katherine Mansfield and Translation, Edimburgo, Edinburgh University Press, 2015.

Gordon, Ian, “The Editing of Katherine Mansfield’s Journal and Scrapbook”, Landfall, 13, n. 1, 1959.

—, “Katherine Mansfield in the Late Twentieth Century”, en The Fine Instrument, Paulette Michel y Michel Dupuis (eds.), Sydney, Dangaroo Press, 1989.

Jackson, Anna, “The Notebooks, Journal and Papers of Katherine Mansfield: Is Any of this her Diary?”, Journal of New Zealand Literature, 18-19, 2001.

Jones, Kathleen, Katherine Mansfield, The Story-teller, Auckland, Viking, 2010.

Kimber, Gerri, Katherine Mansfield: The View from France, Oxford, Peter Lang, 2008.

—, Katherine Mansfield. The Early Years, Edimburgo, Edinburgh University Press, 2016.

Mantz, Ruth Elvish y John Middleton Murry, The Life of Katherine Mansfield, Londres, Constable, 1933.

Martin, Todd (ed.), The Bloomsbury Handbook to Katherine Mansfield, Londres, Bloomsbury, 2021.

McDonnell, Jenny, Katherine Mansfield and the Modernist Marketplace, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2010.

Meyers, Jeffrey, Katherine Mansfield. A Biography, Londres, Hamish Hamilton, 1978.

—, “Murry’s Cult of Mansfield”, Journal of Modern Literature, v. 7, n. 1, 1979.

Norburn, Roger, A Katherine Mansfield Chronology, Basingstoke, Palgrave Macmillan, 2008.

Tomalin, Claire, Katherine Mansfield. A Secret Life, Londres, Viking, 1987.

Waldron, Philip, “Katherine Mansfield’s Journal”, Twentieth Century Literature, 20, 1974.

AGRADECIMIENTOS

A Übersetzerhaus Looren, la casa de traductores de Suiza, por abrigar este libro cuando apenas nacía.

A Eterna Cadencia y, especialmente, a mi editora, Virginia Ruano, por acompañar este proceso con infinita paciencia y creer en la tarea cuando hasta yo perdía la fe.

A Francisco Gorostiaga por sus revisiones y sus aportes, por los debates compartidos y por cuidar conmigo de este proyecto tan ambicioso y complejo.

[SOBRELA VARA DEAARÓN(1922), DE D. H. LAWRENCE]

Hay ciertas cosas del libro que no me gustan. Pero no son importantes, o no son parte sustancial. Parecen superficiales, incrustadas, se le aferran como caracoles al dorso de una hoja (y nada más), y quizás dejan atrás una fina huella plateada, un manchón, que produce el mismo rechazo que la falta de inteligencia. Pero aparte está la hoja, está el árbol, firmemente plantado, con raíces profundas y copa ancha, que crece majestuoso y lleno de vida en cada ramita. Todo el tiempo que pasé leyendo sentí que el libro me estaba alimentando.

[A LA ESPERA DEL ALMUERZO. MARZO]3

Tengo que dejar de pensar siempre en lo mismo. Todos mis pensamientos recaen en Chaddie:4 en nuestro reencuentro del lunes, en lo que diremos y qué cara tendremos. Me sigo preguntando qué voy a hacer si el barco llega de madrugada o si me asaltan mientras estoy en el muelle. Mil pensamientos diferentes. Y lo que dirá ella y si espera verme ahí. Esos pensamientos me dan vueltas por la cabeza, a toda velocidad, como endemoniados. Nunca se detienen. Y, además, también persiste el miedo de que por error no la vea. ¡Es imposible! Y qué haremos cuando nos encontremos. Es un pecado imperdonable el mío, porque debería estar escribiendo mi libro, y en cambio acá estoy haciendo de cuenta que escribo.

Es que me resulta muy pero muy difícil luchar contra todas estas ideas. Y las ganas de que llegue el mediodía con su omelette se me hacen insoportables. El hambre que siento va más allá de las palabras. Un omelette, un café caliente, una rebanada de pan con manteca y mermelada. Tengo ganas de llorar con solo pensarlo: nadie más que tú, inocente que me lees, eres testigo de que hoy salí de casa muy temprano. Antes de las ocho en punto, ya estaba en el pueblo con un filet5 en mano, haciendo las compras para el almuerzo y la cena. Y aunque llovía a cántaros, recorrí las calles y regresé a casa hecha una pecadora empedernida.

 

Porque los petits pois, que confiese es urgente,

costaban lo que el precio del pecado y menos no podría haber comprado.

Me tuve que llevar 200 gramos, y eso de ningún modo es suficiente.

Pelados y cocidos, por poco quedará solo un bocado.

Marca el viejo reloj: para las doce faltan veinte.

Parece hablar, burlar con picardía

el hambre y la genuina desazón que una siente

a punto de entregarse a fechorías.

¡Dime que faltan quince! ¡Que faltan diez, reloj,

con el típico ruido cansado que haces siempre

antes de dar la hora! ¡Pero no!

Como ya señalé frecuentemente,

los relojes son todos sordos… y este no oyó.

Gracias a mi accionar, va adelantado

sin que nadie sospeche para nada.

¡En realidad apenas han pasado

siete desde las once campanadas!

Jack ya se levantó y, en movimiento,

logró llegar nomás hasta el estante.

Es más, se acomodó. ¡Qué sufrimiento!

Aún me quedan quince por delante:

cuando el reloj por fin marque el momento,

quizás esté bien muerta y sepultada.

 

 

Más tarde

 

Al fin y al cabo, no estuvo nada mal. Me puse a trabajar y después disfrutamos de un banquete sin fin y ahora son las dos. (Según nuestro reloj). Así que voy a cortar con estas pavadas y dedicarme a escribir de verdad.

14 DE MARZO [DE 1910]

Un hambre casi desquiciada de trabajar me carcome. Es como si un gusano terrible & insidioso me royera & royera el corazón… me sobreviene una agonía horrenda & intolerable. Pienso que debería estar sola o morir, que es imperativo concebir & escribir un libro. Pero el desafío es que aún no tengo la libertad suficiente para concederme horas sin interrupción. Ah, qué condena esta, porque así podría escribir quelque chose que valiese la pena. Quiero trazar un Horizonte lejano: no es tan pero tan difícil, & sin duda yo podría hacerlo muy bien.

AMOR &CHAMPIÑONES

Ojalá se pudiera distinguir el amor verdadero del falso como se distinguen los champiñones de los hongos venenosos. En el caso de los champiñones, la cosa es muy simple: hay que salarlos bien, reservarlos y tener paciencia. Pero, en el caso del amor, apenas encontramos algo que se le parece en lo más mínimo, nos convencemos por completo no solo de que es un espécimen auténtico, sino quizás el único que ha quedado sin recolectar. Hace falta cruzarse con una enorme cantidad de hongos venenosos para comprender que la vida no es un champiñón interminable.

¡CUIDADO CON LA LLUVIA!

Ya entrada la noche, después de levantar los platos de la mesa, barrer de un soplido las migas que cayeron sobre el libro que estabas leyendo, encender la lámpara y acurrucarte frente al fuego, llega la hora de desconfiar de la lluvia.

VIVIR SOLA

Incluso si, por alguna casualidad espantosa, encontrara un pelo en el pan con miel… por lo menos, sería un pelo mío.

VIERNES 9 DE ABRIL DE 1920

Los Schiff6 vienen a tomar el té. Día frío y ventoso. Al otro lado de la ventana, las palmeras marchitas, la polvareda, la mujer con su velo negro. Mrs. D., que no sabe nada de Inglaterra: “Soy imperialista”. Jinnie en cama: “Me gustaría ser justa”. Connie se acuesta en el sillón y se pone a leer. Creo que es hora de que viva sola sola sola y de que los artistas no crucen la entrada. Todos los artistas se cortarían la oreja & la clavarían afuera, en la puerta, para que los demás fueran a gritarle.

SÁBADO: ESTA DICHA DE ESTAR SOLA

*

Sábado: Esta dicha de estar sola. ¿Qué es? Me siento tan alegre y en paz… toda la casa respira. El almuerzo está listo. Tengo huevos al plato, damascos y crema, grisines de queso y café negro. ¡Qué delicia! ¡Comida de bebé! Mamá comparte todo conmigo. Athenaeum7 se duerme & se despierta sobre el sillón del estudio. Come crema en una cuchara de plata y después se esconde bajo el volado del sillón & estira una patita para tocarme el dedo. Levanto las hojas secas de la planta que está en la gran maceta blanca & como no puedo evitar jugar con algo, llevo una naranja a mi dormitorio & la lanzo al aire & la atajo mientras camino de acá para allá…

 

 

*

Sábado. Pacífico y alegre. Toda la casa respira.

Athenaeum se duerme & se despierta sobre el sillón del estudio. A la hora del almuerzo, come de mi crema en una cuchara de plata, y después se esconde bajo el volado del sillón para jugar al “Atrapa la pata”. Levanto las hojas secas de la planta que está en la gran maceta blanca: están espolvoreadas de plata. No hay nadie en la casa, pero ¿de dónde sale ese murmullo lejano? En la escalera, hay diminutas manchas de oro, huellas diminutas…8

 

 

[A Dorothy Brett]

[Chalet Des Sapins, Montana-Sur-Sierre, Valais, Suiza]

[2 de noviembre de 1921]

 

 

Querida Brett:9

Apenas mandé mi carta llegó la tuya con las facturas por pagar. ¡Qué ángel fuiste con eso de buscar lana a lo largo y ancho! Te imagino yendo de tienda en tienda. En cuanto a los perros de Heads, deberías haberles dicho que dejaran de desovillarse la lana. Tengo una Detestable Debilidad porque es muy tarde y me comí a un hombre muy estúpido con el té: no puedo digerirlo. Está por sacar un libro sobre los georgianos & me dijo que, cuanto más “tramuda” fuera la historia que pudiera contarle, mejor. ¿Qué opinas de esa palabra? Me puso los pelos de punta. Una buena historia “tramuda”, por favor. Qué rara que es la gente.

El Gato Gordo10 está sentado sobre mis pies. “Gordo” ya no alcanza para describirlo. Debe pesar montones & montones de kilos. Y su hermoso manto negro se está poniendo blanco. Supongo que es para evitar que las montañas lo distingan. Duerme acá & de vez en cuando se me sube al pecho & me amasa suavemente con las patitas, sin dejar de cantar. Supongo que quiere ver si tengo la misma cara toda la noche. Me muero de ganas de sorprenderlo con disfraces geniales. M. lo llama “mi gato del desayuno”, porque comparten esa comida, los dos varones, juntos y a solas. M. a la mesa y Wingley sobre la mesa. Es tremendo el amor que se le puede prodigar a un animal. En las memorias que me dicta M. siempre se da el nombre de “Amoycriado”,11 en una sola palabra, yo me llamo “Abu Jaeger”,12 la Montaña13 siempre es la “Fomentainsiste” & por alguna razón se refiere a la criada como “La Sueca”. Le genera bastante desprecio.

Buenas noches. Te agradezco de nuevo. Vamos a estar ansiosos por ver la lana ahora. Estamos haciendo un edredón enorme: será como acostarse bajo un arcoíris. Con la calidez de mi amor,

Tig14

JOUR MAIGRE

Los miércoles por la mañana Mrs. Honey15 entra a mi dormitorio como de costumbre y levanta las persianas y abre los enormes ventanales. Deja entrar la luz danzarina y el rumor del mar, el rechinar de los botes anclados en la calle del embarcadero y el sonido de la podadora de césped, el aroma a lilas y pasto recién cortado, y el canto descarado del mismo mirlo de siempre.

Después se acerca a mi cama y me mira desde arriba, con una mano pegada al costado y arrugas en todo su rostro de vieja, como si tuviera que darme malas noticias y no encontrara el modo de hacerlo con tacto.

–Hoy no hay carne –me dice.

VIERNES 21 DE JUNIO DE 1918

¿Qué pasa con el día de hoy? Es flaco, blanco, como son blancas las cortinas de encaje, lleno de ruidos desagradables (por ejemplo, de gente que abre los cajones de alguna cómoda barata y después intenta cerrarlos). Toda la comida parece insípida e indigerible, todas las infusiones están tibias. Me veo espantosa, espantosa en el espejo… calva como un huevo… y me siento hinchada y toda la ropa me aprieta. Y todo está polvoriento, arenoso: las cenizas del cigarrillo se desmoronan y caen, las caléndulas sueltan sus pétalos sobre la mesa del tocador. En una de las casas cercanas alguien está tratando de afinar un piano de muy mala calidad.

Si yo tuviese un “hogar” y pudiera cerrar las cortinas, trabar la puerta, quemar algo dulce deprisa, recorrer en silencio mi propia habitación, observando las luces y las sombras, la situación sería tolerable, pero viviendo en una pensión resulta très difficile.

Unas pocas de sus enormidades.

 

1. Decidí faire les ongles de mes pieds avant mon petit déjeuner…16 y no lo hice, por pereza.

2. El café no estaba caliente, la panceta estaba salada y el plato demostraba que la habían freído en una sartén sucia.

3. No se me ocurrió ningún tema trivial para charlar con Mrs. Honey, que parecía silenciosa & ausente, ardiendo con una llama muy vacilante.

4. La carta donde John me contaba sus colosales tribulaciones, todas las cosas imposibles que debe hacer antes de poder tomarse vacaciones, me dejó indiferente. Era un poco desabrida, y sentí que la había leído con desapego, sin involucrarme.

5. Un impreciso dolor de estómago mientras me bañaba.

6. Nada para leer y demasiado lluvioso para salir.

7. Vino Anne17 & no llamó. Me dio la impresión de que está un poco harta de nuestra amistad por el momento.

8. Un almuerzo pésimo. Un risole duro y chiquito que no ayudó a las funciones corporales y unas grosellas muy aguadas. Desprecio muchísimo la cocina inglesa.

9. Salí a dar un paseo y me interceptaron el viento y la lluvia. Me dio mucho frío y me sentí muy infeliz.

10. El té no estaba caliente. No quería comer la tortita, pero igual me la comí. Fumé de más.

EL ÚLTIMO VIERNES

Hoy el mundo está por colapsar. Estoy esperando a J. y a L. Mientras tanto, coso igual que solía coser mi madre: con el corazón como motor de la aguja. ¡Un espanto! Pero ¿será que hay algo muchísimo más espantoso que podría convertirse en realidad poco a poco y es eso lo que me aterroriza tanto? En medio de esos pensamientos, miré por la ventana y vi a los obreros almorzando. Habían hecho una fogata y estaban sentados en un tablón apoyado entre dos barriles. Todos comían y fumaban y cortaban sándwiches.

 

 

[A J. M. Murry]

[The Gables, Cholesbury, Inglaterra]

[14 de mayo de 1913]

 

 

Querido Jack:

No recibí cartas tuyas hoy. Te voy a mandar las ilustraciones de Banks18 por la tarde. Con el cordel que traía la encomienda de Ida será suficiente. Si quieres carne (solo si quieres…, pero no… no necesariamente), tráete un poco cuando vengas, por favor, amor mío. Carne y té. Es todo lo que necesitamos. El día está muy gris aquí, otra vez, llovizna… y se oye un rugido sonoro entre los árboles. A la mañana entró un petirrojo a mi habitación. Lo atrapé. No parecía para nada asustado, pero se quedó quieto y muy tibio entre mis manos. Lo llevé hasta la ventana y no puedo poner en palabras la extraordinaria satisfacción que sentí cuando se alejó volando. Me da pena que no me hayas escrito. Cuento con recibir tus cartas por las mañanas y siempre me levanto temprano y espero la llegada del cartero. Sin ellas, el día es muy silencioso.

¿Quieres dar un paseo en coche mañana? Avísame con tiempo.

Adiós por hoy, mi amor.

Tig

OCTUBRE DE 1918

Es notable lo mucho que hay del hombre común en J. Por ejemplo, cuando esta noche no encontró toallas en su dormitorio, su indignación, su aire de agravio, sus ganas de tirar la casa abajo de un portazo, hasta su furia al verse obligado a buscar esas porquerías, todo fue exactamente lo que se habría esperado de su propio padre… Eso me hace pensar una vez más en la necesidad de separar al Artista del Hombre.

Lo mismo con su: “¿Por qué no está listo el almuerzo todavía?”, como si me bastara con mover la mano para que se apareciera el banquete. ¿Acaso no es prueba suficiente de lo feliz que J. habría sido con una ESPOSA de verdad?19

ROSE EAGLE

Fue increíble lo rápido que Rose Eagle olvidó los primeros catorce años de su vida. No parecían más que un sueño, del cual se despertó un día para descubrirse en la cocina de su “primer hogar”, sentada sobre su lata amarilla, con un extraño temblor en las manos y las piernas, y las mejillas ardiendo sonrojadas por la sangre caliente. Quizás la última ola de una tormenta marina había arrastrado a Rose y la lata amarilla dentro de la cocina de Mrs. Taylor, por la puerta de atrás, de tan desamparadas y ajenas que parecían las dos. Y entonces Rose movió la cabeza de un lado al otro como si experimentara por primera vez el silencio y la quietud…

Caía la tarde de un caluroso día de diciembre. El sol se colaba a través de los postigos cerrados y dibujaba un haz de rayos largos sobre el piso y sobre la fachada del tocador y sobre el calendario litúrgico donde un Jesús joven y soñador aparecía retratado con unos cuantos corderos. Frente a Rose estaba sentada Mrs. Taylor, cambiando al bebé que, inquieto sobre su regazo, movía las manos y hacía burbujas. Mrs. Taylor siguió hablándole a Rose con una voz vagamente cantarina. Sobre la repisa, el reloj marcaba claro su tictac, y al fondo de la cocina uno de los grifos repiqueteaba como dando pasos sigilosos.

“Sí, seniora” y “No, seniora”, respondía Rose Eagle a todo lo que le decía Mrs. Taylor.

–Compartirás la habitación con Reggie, Rose. Reggie es mi hijo mayor. Tiene cuatro años y acaba de empezar la escuela. Y ahora que estás acá, ya no tendré al bebé conmigo por las noches: no me deja dormir. ¿Estás acostumbrada a los bebés?

–¡Claro que sí, seniora!

–Hoy me faltan las fuerzas para indicarte cuáles son tus tareas –dijo Mrs. Taylor, mientras lánguidamente le prendía alfileres de gancho al bebé, que gorgoteaba.

Rose Eagle se puso de pie y se acercó a Mrs. Taylor.

–Deme al bebé –dijo Rose, y mientras enderezaba la espalda con el cuerpito tibio y gordo entre sus brazos, dejó de tener miedo. Ese bebé era para Rose Eagle lo que el plato de leche para el gato callejero. El acto de aceptación demostraba docilidad–. ¡Por favor! ¡Qué porte tiene! Como las plumas negras –observó Rose Eagle, mientras lo abrazaba.

Mrs. Taylor se puso de pie con las manos en la cabeza. Alta y delgada en su vestido de algodón lila, se corrió de la frente el montón de pelo negro, con ojos entreabiertos y labios temblorosos.

–¡Es cierto que no se la ve bien! –dijo Rose, disfrutando de la actuación–. Vaya a acostarse, seniora, que enseguida le llevo una taza de té. Me las ingeniaré lo más mejor que pueda.

Acompañó a la señora por el pasillo que daba a la cocina y hasta el más lujoso de los dormitorios.

–¡Acuéstese! ¡Sáquese los zapatos!

Mrs. Taylor se rindió, entre suspiros, y Rose Eagle regresó a la cocina caminando en puntas de pie.