Suelo natal - Horacio Quiroga - E-Book

Suelo natal E-Book

Horacio Quiroga

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Beschreibung

Suelo natal es un libro de texto orientado a la lectura, escrito por Horacio Quiroga en colaboración con el profesor Leonardo Gulsberg. Lo componen cincuenta textos en prosa destinados a la lectura de los alumnos de cuarto grado escolar. Entre ellos se cuentan también tres cuentos de Quiroga, más un intermedio compuesto de diferentes poemas. -

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Horacio Quiroga

Suelo natal

LIBRO DE LECTURA

Aprobado por el H. Consejo Nacional de Educación para 4ͦ. grado

ILUSTRACIONES DE MIGUEL PETRONE

Saga

Suelo natal

 

Copyright © 1931, 2021 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788726568141

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.

 

www.sagaegmont.com

Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

EL CONDOR

Alla en lo alto, a través de la atmósfera pura y glacial, el cóndor va, con las alas abiertas. Reina en la altura insondable como un monarca.

Su imperio es la altura inaccesible, el abismo sin fin del espacio. Reina en el silencio. A veces, tal vez llega hasta éste el lejano fragor de un alud.

Fuera de eso, nada. No hay allí más vida que la del cóndor, ni otro sonido que la potente vibración del aire en las rígidas plumas de sus alas.

Tan poderosa es la organización del cóndor para el vuelo, que nunca se le ve batir las alas, si no es para levantarse de tierra o bajar hasta ella.

No recuerda en nada el rápido batir de alas de los pájaros. Más que vuelo, es una navegación silenciosa por el espacio. Con las alas abiertas e inmóviles, el cóndor, invisible desde tierra, va planeando a través de la atmósfera helada, como un aeroplano vital.

Cruza sobre los valles hondísimos, bordea las blancas cimas de los Andes, prosigue su exploración de rapiña, dejando tras él, como una estela, el vibrante gemido de su vuelo.

Súbitamente, vuelve a tierra con fijeza su calva cabeza, y comienza a descender planeando en una gran espiral descendente. De nuevo, vuelve a recordar el vuelo del aeroplano.

¿Ha visto el cóndor o ha olfateado algo allá abajo? Ciertamente, puesto que se dirige a un guanaco muerto. Pero . . . ¿cómo desde seis mil metros de altura ha distinguido al animal, guarecido bajo una peña? Y si no ha podido verlo, ¿qué emanación misteriosa del cadáver ha impresionado su olfato, puesto que el guanaco acaba de morir?

Es este uno de los misterios de la vida de los buitres, a cuya familia pertenece el cóndor. El gran naturalista Carlos Darwin estudió el problema durante su permanencia entre nosotros, sin lograr aclararlo.

Esta gran ave que puede levantar fácilmente el vuelo con una cabra entre sus garras, se alimenta indistintamente de presas vivas o cadáveres descompuestos.

Se harta tan vorazmente de carne que por largas horas después no puede volar. Los cazadores de cóndores se aprovechan entonces de esta circunstancia para matarlos a palos.

A pesar de sus costumbres de buitre, nada agradables, el cóndor es una magnífica ave de rapiña, que se agiganta con la majestad de su vuelo.

Por ser muy perseguido a causa del daño que ocasiona en los ganados, el Gobierno de la nación ha prohibido su caza. Pero así y todo, si no se crean reservas en la cordillera que aseguren su existencia, dentro de muy poco la especie del cóndor se habrá extinguido en el país, y con él una de las glorias de nuestra fauna.

VIAJE EN AEROPLANO

“Tucumán, 8 de mayo de 1930.

Querido luis:

Acabo de descender del aeroplano en que hemos venido desde Buenos Aires, y me apresuro a contarte mis impresiones.

¡Qué encanto, Luis! ¡Qué maravilla de viaje! Figúrate que estás quieto en el aire, a ocho cuadras de altura, y que los montes, los campos y las ciudades van pasando allá abajo como figuritas pintadas.

No te exagero al decirte que todo: ríos, casas y personas mismas, parecen pequeños juguetes de color, vistos desde aquella gran altura. Viajábamos a 1000 metros de altura, y a una velocidad de 160 kilómetros por hora.

¡Qué velocidad! — dirás tú, Luis, recordando que el auto de papá, que corre a 100 kilómetros, nos parece que vuela sobre la carretera. Y sin embargo, desde el aeroplano mismo no se aprecia la gran velocidad a que éste marcha. Va tan alto, que la tierra y sus paisajes parecen deslizarse hacia atrás con lentitud.

¿Te acuerdas del rápido a Rosario, cuando lo veíamos cruzar a quince cuadras de nosotros, desde la estancia de tío Ricardo? Nos parecía que iba muy despacio, debido a la distancia a que se hallaba. Y sin embargo, corría a 80 kilómetros por hora. Lo mismo sucede con el aeroplano.

¿Quieres que te diga, Luis, lo que más me ha impresionado en mi viaje? Son dos cosas: Primero, lo inmenso que parece el aeroplano, solo en el aire, roncando y vibrando a impulso del motor. Segundo, la pequeñez de todo lo que se ve en la tierra. Todo allá abajo parece diminuto, como de juguete, pintado con bonitos colores.

Y otra cosa más, para concluir con esta carta. Nosotros creíamos que en aeroplano debía notarse bien el acto de despegarse de tierra cuando corre al principio para tomar vuelo. Pues bien, no; no se nota absolutamente nada. Crees que vas corriendo todavía sobre el suelo, y te hallas de pronto en plena atmósfera, balanceándote suavemente.

Bueno, querido Luis. Junto con ésta les envío a mamá y papá una larga carta. Pero he querido reservar para ti algunas impresiones sobre mi viaje en aeroplano, del que tanto habíamos hablado.

Recibe un fuerte abrazo de tu hermano.

Carlos”.

HISTORIA DE LA TIERRA

Cómo fué La Tierra antes de que el hombre la poblara.

 

Cuando el hombre aprendió a escribir, dejando documentos escritos de su vida, terminaron los tiempos llamados prehistóricos y comenzaron los tiempos históricos.

De lo que ha pasado antes en la raza humana, nada se sabe. No hace de esto más que ocho a diez mil años.

¡Qué infinito tiempo nos parecen estos diez mil años! Sin embargo, representan apenas un segundo en la vida de La Tierra, si se considera, según algunas teorías, que nuestro planeta tiene dos mil millones de años de edad. Y hace por lo menos setecientos millones de años que sobre La Tierra aparecieron los primeros animales.

Eran éstos monstruos gigantescos, muy distintos por lo general de los animales que conocemos hoy. Los lagartos, sobre todo, adquirieron proporciones inmensas.

Mucho después que estos reptiles, poblaron el planeta los mamíferos. Sin ser tan enormes como los lagartos, espantan asimismo sus proporciones. Nuestro país era frecuentadísimo por esos monstruos, muchos de los cuales eran grandes armadillos o peludos, tan altos algunos como un elefante.

Había también elefantes con cuatro cuernos y tigres con colmillos tan largos como espadas.

El aspecto y el clima de La Tierra antes de aparecer la vida, eran muy distintos de los de ahora. Muchas montañas actuales yacían entonces en el fondo del océano. Y se alzaban en cambio continentes que se hundieron para siempre bajo el mar.

La temperatura del aire era elevadísima. Ciertamente, el hombre no hubiera podido vivir, con aquel calor. Copiosísimas lluvias barrían el planeta, y los bosques de helechos cubrían las tierras. En nuestro país, casi toda la Patagonia yacía todavía bajo el mar.

Más tarde, en la cenagosa llanura que constituía el sur de la república, pulularon infinidad de monstruos herbívoros.

La Argentina es riquísima en restos de estos seres desaparecidos. En las barrancas del Paraná y otros ríos, pueden verse esqueletos de aquellos seres gigantescos, a simple vista.

Los museos de Historia Natural de la Capital y de La Plata, poseen las más ricas colecciones del mundo de estas reliquias del suelo natal.

 

Nota. — Primero aparecieron las plantas, que precisaron del sol, luego los animales, que necesitaron de las plantas, y por último el hombre.

Los primeros animales aparecieron en el agua.

EL VALOR DE UNA VIDA

Yo, ustedes, cualquiera de nosotros encuentra al caminar un animalito en el suelo: una langosta, una mariposa. Por poco que desviemos el pie, podemos evitar el pisarla. Nada nos cuesta hacerlo. Ni tenemos prisa ni nada nos urge.

Seguimos indiferentes el camino y aplastamos la mariposa.

¿Por qué? ¿No es esa mariposa un ser que siente y sufre como nosotros? Nada nos pasa porque aplastamos a la mariposita; pero muy distinto fué lo que aconteció a Vichnú, dios de una religión hindú, cuando aplastó un día a una inofensiva araña que cruzaba el camino.

Inmediatamente Vichnú compareció ante Brahma, dios supremo de esa religión, a dar cuenta de lo que había hecho.

Brahma colocó el diminuto cadáver de la araña en el platillo de una balanza, y esperó.

Vichnú sonrió, y cortándose el dedo meñique de la mano izquierda, lo colocó en el otro platillo, pensando con razón que el peso de su dedo bastaría y sobraría para compensar el de la pequeña araña.

Pero el platillo no bajó.

Vichnú sonrió de nuevo y colocó en el platillo su mano entera.

El platillo se mantuvo en alto.

Vichnú sonrió todavía, y tronchándose el brazo entero lo dejó caer en el platillo.

Pero ni aún así el platillo bajó.

Vichnú entonces dejó de sonreir, porque había comprendido el sacrificio que se le exigía. Y sólo cuando se puso él mismo en el platillo, cuando ofreció su vida y alma enteras para compensar su crimen, sólo entonces el platillo bajó y la balanza quedó equilibrada.

Porque ante la Madre Naturaleza, dice esa religión, todos somos iguales, y el precio de una vida sólo con otra vida se paga.

LOS ALUMNOS INGENIEROS

Todos sabemos que el Canal de Panamá tiene una importancia grandísima en el comercio del mundo. Pero no todos saben que ese canal es mucho más alto en el medio que en sus dos extremos. Tiene, como si dijéramos, una gran joroba en el centro.

¿Cómo las aguas no se precipitan entonces por las dos pendientes hacia el océano Atlántico, por un lado, y hacia el océano Pacífico, por el otro?

¿Cómo pueden los buques ascender cuesta arriba?

Esto lo ignoraban naturalmente los alumnos de segundo grado de una escuela de los territorios del sur.

Pero el maestro de esos niños, que en los días de fiesta solía pasear con sus alumnos por un arroyo cercano, les enseñaba muchas cosas jugando con ellos. Y así una tarde, mientras todos, grandes y chicos, jugaban descalzos en el arroyo, el maestro les enseñó a construir un canal al costado de una cascada del arroyo, para que los botecitos que colocaban en el agua antes de la cascada, pudieran entrar otra vez en el arroyo, sin naufragar en el salto.

Entre todos, pues, ayudándose mutuamente con ramitas y arena para levantar diques escalonados, y con tablitas para hacer las compuertas de esos diques, el maestro y sus tiernos alumnos construyeron un canal con diques sucesivos que iban subiendo y bajando de nivel, y por los cuales los botecitos subían y bajaban también, gracias a las puertas de esos diques que los ingenieros improvisados abrían y cerraban a tiempo.

Así, jugando y cantando como se hace todo trabajo que llena el alma, los alumnos de segundo grado de una escuela de territorio, aprendieron a construir esa obra maestra de ingeniería humana, que se llama un canal de alto nivel.

S. O. S.

Yo soy el naufragio! Vivo oculto en el misterio de los océanos. Son mi cuna la tempestad, las densas nieblas que descienden del Polo, los arrecifes erguidos como la muerte ante los navíos.

El horror y la desesperación me acompañan. ¡Yo soy el naufragio! Y ante mi presencia, los más poderosos buques se hunden en el insondable mar.

Nada se opone a mi lúgubre paso. El hombre ha dispuesto botes en los navíos para librarse de mis garras.

Yo hundo sus botes.

Ha inventado balsas especiales sobre el puente de los transatlánticos para salvar a los náufragos.

Yo deshago sus balsas.

El hombre estudia en vano las corrientes marinas y la marcha de los huracanes.

Yo malogro sus cálculos.

Surjo de improviso donde menos lo espera, y absorbo en mis fauces los vapores con todo su pasaje.

¡Soy invencible!. . . ¡Oh, no! ¡Ya no lo soy más! Algo ha inventado el hombre que quiebra mis embates y aplasta mi furor. Este algo no es una construcción gigantesca opuesta a mi furia. ¡Ojalá fuera así! ¡Yo la abatiría! ¡Oh, no! Son sólo tres letras, tres mayúsculas, que únicamente tienen significado en inglés.

Estas tres letras son:

S. O. S.

Nada más. ¡Pero qué inmenso y soberano es su poder! ¡Y cuán mezquino es mi aullido siniestro, al lado de su noble clamor!

Lanzadas desde el buque que yo sacudo entre mis garras, las tres letras van a lo lejos sobre la tempestad. Se alzan sobre los arrecifes. Traspasan la negra soledad del mar, y caen sobre los navíos, clamando angustiosamente:

Salvad nuestras almas

Esto es lo que significan las tres iniciales.