Sueno en el pabellon rojo - Cao Xueqin - E-Book

Sueno en el pabellon rojo E-Book

Cao Xueqin

0,0
1,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Sueño en el Pabellón Rojo es el gran clásico de la literatura china, «la novela más famosa de una literatura casi tres veces milenaria», como afirmó Borges, un libro imperecedero. El bello y trágico relato de los desvelos amorosos de Jia Baoyu y Lin Daiyu en la China del siglo XVIII, en el crepúsculo de un esplendor feudal que ya no es más que un sueño, no sólo constituye un abanico de todas las pasiones humanas, en el que se entremezclan dulzura y crueldad, sino que es a la vez una crónica deslumbrante de los claroscuros de la sociedad y la cultura de la China imperial. «Cada palabra me ha costado una gota de sangre», afirmó Cao Xueqin. Desde que la novela comenzara a circular en China en copias manuscritas que se vendían en ferias y mercados tras la muerte de Cao Xueqin, cuando éste contaba apenas cuarenta años y se hallaba en la miseria, Sueño en el Pabellón Rojo se ha convertido en una de las obras fundamentales de la literatura universal.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Sueño en el Pabellón Rojo es el gran clásico de la literatura china, «la novela más famosa de una literatura casi tres veces milenaria», como afirmó Borges, un libro imperecedero. El bello y trágico relato de los desvelos amorosos de Jia Baoyu y Lin Daiyu en la China del siglo XVIII, en el crepúsculo de un esplendor feudal que ya no es más que un sueño, no sólo constituye un abanico de todas las pasiones humanas, en el que se entremezclan dulzura y crueldad, sino que es a la vez una crónica deslumbrante de los claroscuros de la sociedad y la cultura de la China imperial. «Cada palabra me ha costado una gota de sangre», afirmó Cao Xueqin. Desde que la novela comenzara a circular en China en copias manuscritas que se vendían en ferias y mercados tras la muerte de Cao Xueqin, cuando éste contaba apenas cuarenta años y se hallaba en la miseria, Sueño en el Pabellón Rojo se ha convertido en una de las obras fundamentales de la literatura universal.

Cao Xueqin

Sueño en el pabellón rojo

Memorias de una roca

Título original: 紅樓夢 (Hóng Lóu Mèng)

Cao Xueqin, 1791

INTRODUCCIÓN

En la segunda mitad del siglo XVIII, durante el reinado del emperador Qianlong, de la dinastía Qing, se difundía en China una novela inacabada de ochenta capítulos con el título de Memorias de una roca. La obra, que se vendía en forma de copias manuscritas en ferias y mercados —a veces a precios muy altos—, narraba los desvelos amorosos de dos excéntricos personajes, Jia Baoyu y Lin Daiyu, sobre el telón de fondo del declive de una familia de aristócratas, los Jia, moradores de las mansiones Ning y Rong. El autor de la obra, Cao Xueqin, hijo él mismo de una familia rica caída en desgracia, había muerto en la miseria en torno a 1763 a la edad aproximada de cuarenta años. La novela se imprimió por primera vez en 1791 con el nuevo título de Sueño en el Pabellón Rojo (Hongloumeng) y un total de ciento veinte capítulos, después de que Cheng Weiyuan y Gao E declarasen haber encontrado en manos de un trapero cuarenta nuevos capítulos correspondientes a la conclusión. Para entonces, treinta años después de la muerte de su autor, Sueño en el Pabellón Rojo ya gozaba de una popularidad enorme, y las peripecias de sus protagonistas habían corrido como la pólvora entre aristócratas, funcionarios y gente común.

En la historia de la literatura china, Sueño en el Pabellón Rojo es considerada la cumbre de la literatura de la dinastía Qing, y una de las cimas más altas de la novela clásica. Su importancia en la cultura china es tan grande que incluso ha llegado a desarrollarse una disciplina propia, hongxue («rosología»), dedicada al análisis exhaustivo de la obra, y son famosísimas las versiones para radio, cine y televisión. Colmada de información sobre la vida cotidiana de la nobleza, sobre los símbolos culturales que la informaban, y sobre el misterioso día a día en los aposentos interiores de palacios y mansiones —reservados exclusivamente a las mujeres—, la obra ha sido llamada «enciclopedia de las postrimerías de la sociedad feudal» por la cantidad de datos que contiene: hábitos cotidianos, costumbres sexuales, secretos de todo tipo, confabulaciones domésticas de mayor o menor entidad, libros «buenos» que se exponen con orgullo y otros «malos» que se ocultan sobre los baldaquines de las camas, maldades tremendas y bondades inauditas, maneras de ocupar el ocio, supersticiones, adagios para ilustrar el buen camino, medicinas, comidas y bebidas, telas y vestidos de todas las clases, música, pintura y poesía, crítica literaria, objetos decorativos, ritos… el inventario de temas en Sueño en el Pabellón Rojo es interminable, hasta el punto de que la expresión «Es inútil leer todos los libros clásicos si no se sabe disertar sobre Hongloumeng», se ha convertido en un lugar común desde hace más de doscientos años. A través de la descripción del clan de los Jia y de sus poderosos parientes, así como de las múltiples intrigas entrelazadas en su seno, la obra resulta la pintura pormenorizada de una sociedad eminentemente ritual; de una nobleza decadente, de sus contradicciones y de los valores neoconfucianos imperantes —para nosotros de cierto sabor estoico— que en la novela son constantemente puestos en tela de juicio con gran escándalo de la mayoría de los personajes, firmemente sujetos a la ideología oficial del Estado.

Prohibida durante mucho tiempo —aunque nunca dejó de circular clandestinamente—, esta novela conoció un notable resurgimiento en el siglo XX amparada por la admiración que por ella sentía Mao Zedong, quien la consideraba sin rodeos uno de los orgullos de China, junto a la extensión de su territorio, la riqueza de sus recursos, su enorme población y la antigüedad de su historia. Por su parte, el novelista Lu Xun había afirmado años antes: «… Es un ejemplar raro entre las novelas chinas. Su rasgo característico reside en la audacia con que se relatan las cosas; estrictamente de acuerdo con los hechos, sin tapujos. Sus personajes están retratados como corresponde a su realidad y son completamente diferentes de los de las novelas anteriores […] En una palabra, con la aparición de Sueño en el Pabellón Rojo se rompen el pensamiento y la manera de escribir convencionales. Lo delicado y lo sentimental de esta obra es de importancia secundaria». En eso estaba de acuerdo con la opinión del reverendo Vanidad de Vanidades, en el capítulo I, quien al encontrar la obra percibió que «… aunque el tema principal era el amor, se trataba sencillamente de una crónica de acontecimientos reales». Sin embargo, como veremos más adelante, es precisamente el hecho de que el amor sea el tema principal lo que convierte esta novela en una de las grandes obras maestras del realismo y de la crítica social.

En definitiva, para la literatura china hay un antes y un después marcado por la aparición de la obra de Cao Xueqin, que, «con palabras falsas y en lengua vulgar», describe los innumerables y complejos fenómenos de la vida social, desde los estratos nobles hasta los ambientes de la gente común, configurando un retrato de la realidad de aquella época, y utilizando para ello todos los registros del lenguaje, desde los más elevados hasta los más vulgares.

Sueño en el Pabellón Rojo se compuso aproximadamente en la primera mitad del siglo XVIII, durante el reinado de Qianlong (1735-1796), de la dinastía Qing (1644-1911). El autor, Cao Xueqin, vivió en la fase de bonanza que en la novela se define como «un reinado próspero y duradero en el que el mundo está en paz», a partir de que los manchúes conquistasen las planicies centrales Han al sur de la Gran Muralla e hicieran de Pekín la capital de su imperio. Durante este período de cien años en el que reinaron cuatro emperadores (Shunzhi, Kangxi, Yongzheng y Qianlong), se logró la reunificación del Estado y se rechazaron las agresiones de la Rusia zarista. El emperador Kangxi (1661-1722) suspendió la ocupación de las tierras por parte de los aristócratas manchúes, redujo los impuestos, fomentó la roturación de eriales, impulsó la construcción de obras hidráulicas y abolió la prohibición del intercambio comercial marítimo. La economía urbana, con el comercio y la artesanía como centro, experimentó un desarrollo considerable. En particular, las ciudades de Suzhou y Yangzhou —en las que los antepasados de Cao Xueqin se habían encargado, por delegación del emperador, de administrar la fabricación de tejidos de seda— prosperaron notablemente, y el intercambio comercial entre China y varios países capitalistas occidentales creció de forma constante.

Más tarde, los reinados de Yongzheng (1722-1735) y Qianlong (1735-1796) constituyeron una era de prosperidad sin precedentes, aunque en el país persistiera el estado de cosas descrito en la obra: «… las cosechas se habían malogrado a causa de las inundaciones y la sequía, los bandidos bullían por la región apoderándose de los arrozales sin dar respiro a la población, y las expediciones punitivas de las tropas del gobierno no hacían sino empeorar las cosas…». No obstante, incluso Kangxi y Qianlong —monarcas que han pasado a la historia de China como dotados de gran talento y amplia visión—, adoptaron y aplicaron por la fuerza políticas conservadoras en todos los terrenos. A pesar de lograr un cierto grado de desarrollo productivo, la idea motriz de dichas políticas siguió siendo la consolidación de la pequeña economía campesina, la limitación del desarrollo de la producción mercantil, y el aislamiento del resto del mundo, todo lo cual indujo a la imposición del neoconfucianismo como ideología del Estado, ideología que venía expandiéndose ya desde la dinastía Ming (1368-1644). Se trataba de doctrinas que «actualizaban» el confucianismo, que había sido el credo oficial en China hasta el siglo VII, integrándole pensamientos y creencias budistas. El neoconfucianismo estaba destinado a perpetuarse hasta principios del siglo XX mediante la práctica del rígido sistema de exámenes imperiales, continuamente criticado por Baoyu en la novela.

La filosofía neoconfuciana, que duraba ya cientos de años, tuvo enfrente una corriente contraria que ejerció gran influencia en el arte y la literatura. Dai Zhen, contemporáneo de Cao Xueqin, desafió el poderío de la ideología dominante poniendo de manifiesto que el neoconfucianismo destruía a los seres humanos con su control absoluto sobre la vida de la gente, y subrayando que la filosofía debía basarse en los deseos, parte integrante de la experiencia humana, lo que en la práctica suponía, entre otras cosas, convertir el amor libremente elegido —negado por el neoconfucianismo—, en una de las trincheras dentro de ese campo de batalla ideológico. Esto tuvo en esa época una materialización inmediata en la literatura, con el precedente de El pabellón de las peonías, de Tang Xianzu (1550-1616), dramaturgo de la dinastía Ming, que tiene el amor como tema central. La obra de Tang Xianzu es continuamente citada en la novela de Cao Xueqin junto a una anterior, Historia del ala oeste, de Wang Shifu (s. XIII). Las reacciones a la lectura de estas dos obras, a caballo entre lo erótico y lo subversivo, son el origen de varias de las escenas más conocidas de Sueño en el Pabellón Rojo. Durante la dinastía Qing, incluso en el libro Extraños cuentos de Liaozhai, escrito por Pu Songling (1640-1715) en su vejez, se dedica gran espacio a reflejar la injusticia del sistema de matrimonio acordado por intereses familiares, y a retratar los amores apasionados de jóvenes que se han sacudido el yugo de la moral imperante. Como ellos, Sueño en el Pabellón Rojo se opone a las normas de la moral al conceder libertad sentimental a los protagonistas, que, a cambio, viven bajo una terrible tensión entre sus propios impulsos y la asfixiante atmósfera neoconfuciana, que lo predetermina todo.

Es comprensible, pues, que el amor como tema central, mezclado con la descripción de la decadencia de la familia Jia —ejemplo de familia noble y rica a la sombra del emperador, como la del propio autor—, diera como resultado un texto letal, absolutamente diferente a todo lo visto y leído anteriormente. «Abriendo de par en par las puertas de su corazón», lo que hizo Cao Xueqin fue levantar los cerrojos de los lujosos portones de las mansiones aristocráticas y reducir la altura de sus muros, de modo que todo el mundo pudo asomarse a los espacios hasta entonces misteriosos e inaccesibles de la clase dominante, y a los acontecimientos que en ellos tenían lugar.

El autor se llamaba Cao Zhan. El nombre con el que ha pasado a la posteridad, Xueqin, era en realidad un sobrenombre de cortesía, marca de respeto muy utilizada en la China clásica. Se conocen abundantes materiales sobre la historia de su familia, pero pocos, sin embargo, sobre él. Sólo en algunos poemas de los hermanos Duncheng y Dunmin, de la familia Aisin Gioros, y de Zhang Yiquan, quienes fueron amigos suyos, se desvela su extraordinario talento literario y artístico y la actitud crítica que mantuvo hacia su época. Podemos intuir el carácter de Xueqin a través de estos versos de Dunmin:

Es difícil encontrar tantísimo orgullo,

y es extraordinaria su roca incorruptible.

Se emborrachó. Blandiendo libre su pincel

divino, digno de un gigante, expresó

todo el conflicto que cabe en su corazón.

Por esos textos también sabemos que, tras la ruina de su familia, Cao Xueqin llevó una vida miserable; que cuando escribió la obra se había establecido en las colinas del oeste de Pekín, y que para subsistir vendía pinturas, aunque, a pesar de su desgracia y de las altas retribuciones que le ofrecían, nunca pintó para aquellos que despreciaba, ni aceptó las invitaciones de la Academia Imperial de Pintura, manteniéndose en ello inflexible.

Pintor, novelista, extraordinario poeta (como se aprecia en la multitud de composiciones de Hongloumeng), calígrafo, músico e incluso notable constructor de cometas (arte sobre el que llegó a redactar un manual), Cao escribió su novela en las peores condiciones materiales. En el primer capitulo de la obra describe orgullosamente su hogar como «una choza con techo de paja y ventanas de estera, horno de arcilla y lecho de lianas». En tal ambiente de pobreza, completamente alejado de lo bucólico y del lujo de su juventud, persistió durante diez años en la creación, corrigiendo la obra y redactándola cinco veces sucesivas, según expone en el capítulo I, haciéndose pasar por un simple revisor.

Que Xueqin, destinado por su origen a «reparar la bóveda celeste» (es decir, a formar parte de la élite dirigente del país), se viera finalmente convertido en una roca sin inteligencia, incapaz de prosperar en la vida, fue una tragedia propia de la época; ni fue el primer caso, ni sería el último, pero él conseguiría elevar ese fracaso a la categoría de arte mediante la redacción de sus Memorias de una roca. Poseedor de extraordinarias dotes artísticas, murió pobre y enfermo alrededor de los cuarenta años —cuando al parecer acababa de casarse—, sin haber terminado el manuscrito. Frente a los suntuosos funerales de la novela, los gastos de su entierro fueron pobremente costeados por algunos amigos del escritor.

Sus antepasados, originalmente de la nacionalidad han, se asimilaron a la etnia manchú en la comunidad de Baiqi («Bandera Blanca»), y más tarde se convirtieron en sirvientes personales de la familia Aisin Gioros, fundadora de la dinastía Qing, y la siguieron en su marcha hacia el sur de la Gran Muralla. Poco a poco fueron promovidos a cargos de funcionarios y confidentes imperiales. Desde la época del bisabuelo de Xueqin, Cao Xi, los miembros de la familia fueron sucediéndose durante más de sesenta años en Suzhou y Yuanzhou como comisionados de la administración imperial de la fabricación de tejidos de seda. No era un cargo muy importante, pero se ejercía al sur del río Changjiang, zona floreciente, y estaba destinado exclusivamente a los confidentes del emperador. Dado que la esposa de Cao Xi había sido nodriza del emperador Kangxi, y que el propio Cao Yin, abuelo de Xueqin, había sido compañero de estudios de aquél, la sede de la administración regida por los Cao fue designada como residencia imperial durante los seis viajes de inspección del emperador al sur del río Changjiang. Esas visitas —un enorme privilegio— dejaron una profunda huella en la familia, rastreable en la novela con motivo de la visita de la consorte imperial, y en las quejas de uno de los personajes, Xifeng, por haber nacido demasiado tarde para contemplar la magnificencia de las visitas imperiales de la que se hacen lenguas los mayores del clan. Por su parte, Cao Yin, el abuelo de Xueqin, era un erudito notable que acogió como huéspedes de honor a muchos letrados y dramaturgos célebres, lo que sin duda hubo de ejercer gran influencia en nuestro autor y contribuir a asentar las bases para la futura creación de su obra. Por último, las relaciones políticas y económicas de los Cao con la familia imperial debieron proporcionar a Xueqin experiencias singulares y múltiples materiales volcados posteriormente en su novela.

Los sesenta años de la comisión de la familia Cao al sur del río Changjiang comprendieron el período del reinado de Kangxi —en cuya última época surgieron grandes conflictos por el trono en el interior de la aristocracia—, y los primeros años del reinado de su hijo Yongzheng, quien, una vez alcanzado el trono, aplicó contra los opositores una política represiva implacable, haciendo ejecutar y encarcelar a sus rivales, y a aquellos que se habían comprometido con facciones rivales en la lucha por el poder. Ejecutó o desterró a los ministros y esclavos allegados a sus adversarios, e incluso los confidentes de su padre llegaron a ser blanco de la represión. Esa rivalidad entre aristócratas duró hasta los tiempos de Qianlong. Las destituciones, los embargos de bienes o su confiscación, así como los destierros, operaron bruscos cambios en la ya inestable situación política. Precisamente a raíz de esas disputas políticas comenzó la decadencia de la familia de los Cao.

Xueqin nació cuando todavía no había comenzado ese declive. En su adolescencia, su tío Fu, el último comisionado de la familia Cao en la administración de la fabricación de sedas, fue destituido por el emperador Yongzheng, viéndose obligado a regresar a Pekín y sufrir la confiscación de sus bienes. En los tiempos de Qianlong, la familia Cao sufrió otros cambios devastadores que pusieron fin a la vida lujosa de Xueqin como hijo de familia rica y noble hasta conducirlo a la miseria. A través de la experiencia del largo declive familiar, nuestro autor logró profundizar en su comprensión de la sociedad feudal. En la descripción de la decadencia de las mansiones Rong y Ning, utilizó esa experiencia para forjar a los más de cuatrocientos personajes de Sueño en el Pabellón Rojo basándolos en personajes reales y dotándolos de perfiles inconfundibles, independientemente de su importancia en la trama, que sin duda hubieron de resultar muy cercanos a los lectores de su tiempo.

En la novela, las mansiones Rong y Ning, que hacen continua gala de opulencia y boato, son un reflejo del círculo de la nobleza en la corte imperial Qing. En ellas prima el lujo, el oropel y el despilfarro. En el pequeño reino de las dos mansiones, recorridas incesantemente por centenares de habitantes, el trajín cotidiano de la casa gira en torno a la búsqueda de placeres de los señores. Comen manjares exquisitos, son atendidos por infinidad de sirvientes y hay servicios exclusivos en todos los aspectos, incluso para una acción tan trivial como lavarse la cara. Obviamente, los enormes gastos se costean con el fruto de la explotación extrema de los campesinos incluso en años de mala cosecha. Para comprenderlo, basta leer en el capítulo LIII la lista de productos entregados en concepto de renta al jefe de la mansión Ning. Cuando los ingresos procedentes de la explotación de los campesinos no alcanzan para cubrir el creciente dispendio, los señores se ven obligados a empeñar y vender sus pertenencias y piden préstamos para soportar los gastos familiares manteniendo las apariencias exigibles a una familia noble, culta y rica, «a los pies del emperador», dando lugar incluso a que, en el mayor de los secretos, algunos miembros de la familia, como Xifeng, tengan que dedicarse a la innoble ocupación de la usura o el tráfico de influencias.

Por otra parte, la inestabilidad política fuera de las murallas de las dos mansiones, acorde con la incertidumbre creada por la represión del emperador Yongzheng, alarma a menudo a los jefes del clan; de vez en cuando, una atmósfera de terror e inquietud, y el presagio de que «hasta el festín más grande se acaba», atenazan a la familia. Las relaciones entre las cuatro familias de la novela funcionan de acuerdo con el principio citado en el capítulo IV: «Tocar a una es tocar a todas; honrar a una es honrar a todas». Se ayudan y se encubren, aunque en su interior existan también contradicciones complejas: los miembros de los cuatro clanes prefieren los matrimonios dentro de las familias para consolidar los lazos de ayuda mutua, pero los casamientos entre parientes dan como resultado la aparición en su seno de grupos diferentes que libran continuas disputas por la administración de los asuntos familiares y por la herencia de los hijos de esposas y concubinas.

Contando sólo a los personajes con nombre propio, en Sueño en el Pabellón Rojo aparecen más de cuatrocientos. A pesar de ser numerosos y diferentes, de toda condición y oficio, están descritos de manera enérgica y vívida, son «de carne y hueso» y tienen un carácter bien definido que impide confundirlos, aunque se les presente con pocas palabras. De entre todos los personajes, son dos los que se sitúan en el eje argumental de la obra: Jia Baoyu, marcado por lo extraordinario ya desde su nacimiento, puesto que llegó al mundo con un jade en la boca, y su delicada prima Lin Daiyu.

Las circunstancias novelescas en que vive Jia Baoyu están marcadas por la contradicción entre el rigor paterno y el cariño y la condescendencia de su abuela. Según Jia Zheng, su padre, hay que educar a Baoyu —a golpes, incluso— hasta convertirlo en un cortesano leal, un hijo respetuoso, un hombre afamado y un letrado excelente antes de llegar a funcionario; en una palabra, se espera de él que se convierta en una persona digna de heredar la fortuna ancestral y de conseguir las mercedes imperiales como depositario de las virtudes de sus antepasados. En cuanto a la Anciana Dama, su abuela, aunque admite lo conveniente de los deseos de Jia Zheng, necesita que su adorado nieto la entretenga en su vejez. Por eso impone que, contra todas las normas, Baoyu viva a su lado en los aposentos de las mujeres, escapando al control paterno; ese deseo de la anciana está además refrendado por Yuanchun, la consorte imperial, lo que termina de hacerlo incontestable. Este privilegio de Baoyu, el de ser el único hombre con permiso para vivir entre mujeres, hace de las descripciones de la misteriosa vida cotidiana en los cuartos interiores una fuente de información de primera mano que hubo de constituir sin duda uno de los factores de su éxito inmediato. Por otra parte, le permite entender y apreciar las doctrinas «heterodoxas» a través de la lectura de obras tales como Historia del ala oeste y El pabellón de las peonías, ya citadas, que fomentan su carácter rebelde e inflexible.

Jia Baoyu vive en un lugar idílico: el jardín de la Vista Sublime, un reino de muchachas. Allí, aparte de Jia Baoyu, sólo viven numerosas jóvenes: por un lado, muchas doncellas en situación deplorable, sufriendo malos tratos y humillaciones, y por otro, las señoritas nobles, cuyos destinos están a merced de la conveniencia de sus familias. No debe olvidarse que uno de los primeros títulos de esta novela, tal como se relata en el capítulo I, fue Las doce bellezas de Jinling, y que una de sus líneas argumentales es el destino trágico de las doce muchachas de familia noble que comparten con Jia Baoyu la bucólica vida en el jardín, y a quienes, en el capítulo V, está dedicado el grupo de canciones («Sueño en el Pabellón Rojo») que acabará dando título definitivo a la novela. Las jovencitas, con sus impulsos juveniles, sus alegrías y sus tristezas, constituyen, en el conjunto de la obra, un contraste violento con el yugo de las doctrinas confucianas, las normas de la moral, la lucha por la conquista de un rango oficial, el saqueo de riquezas, la corrupción y la abyección de los señores. Jia Baoyu, en consecuencia, extrae una conclusión completamente contraria a los principios morales imperantes: «… Es en las muchachas en quienes se concentran las más finas esencias de la naturaleza, siendo los hombres sólo desperdicios y escoria». Esta rara observación de Jia Baoyu lo conduce por un camino alejado de la ortodoxia, que se manifiesta en diferentes aspectos: rechazo a su pertenencia a una familia noble y rica pero carente de «libertad»; desdén por los funcionarios, el rango oficial y la fortuna, despreciando a los que estudian para prosperar, a los que llama «viles gusanos en busca de carrera»; crítica del ensayo en ocho partes (la forma impuesta para disertar sobre los libros canónicos en los concursos oficiales) al que califica de instrumento ridículo; burla de los dogmas formulados por los neoconfucianos de la dinastía Song, reclamando, a menudo de manera airada, respeto a la individualidad; puesta en tela de juicio de la autoridad religiosa…

Lin Daiyu, aunque de carácter diferente al de Baoyu y con experiencias distintas en la vida, tiene similitudes con él en ingenio, ideas y sentimientos. Está lejos de ser una «mujer virtuosa», que según el código ético al uso equivale a una «mujer sin talento». Al contrario, ella posee en alto grado un talento que la aristocracia no necesita, y en cambio carece de las virtudes, docilidad y moderación, que exigen las normas morales al uso y de las que, en cambio, disfruta en grado sumo su «rival» Xue Baochai, muchacha igualmente dotada de talento y grandes conocimientos, pero consciente de que son «inservibles» en las mujeres. «Deberíamos limitamos a las labores domésticas. Y, si en algún caso contamos con una educación elemental, deberíamos elegir libros apropiados. Si nos dejamos influenciar por esos libros heterodoxos pronto veremos nuestra naturaleza y nuestros sentimientos irremediablemente corrompidos», le dice Baochai a Daiyu en el capítulo XLII, advirtiéndole contra los gustos incorrectos en literatura. La dialéctica entre ambas muchachas es otra de las líneas argumentales de la novela. Daiyu manifiesta a menudo su inteligencia de una manera agresiva. La moral confuciana establece el principio de que el matrimonio de los jóvenes lo deciden los padres según los intereses familiares, pero Daiyu, desdeñando este principio, elige ella misma a su amado. Actuando en sentido contrario a las «mujeres virtuosas», Daiyu jamás trata de persuadir a Baoyu para que se esfuerce por obtener un rango oficial y fortuna; al contrario, compartiendo su impulso, desdeña el afán de los funcionarios.

Obviamente, una muchacha como Daiyu no es grata a los jefes de la familia Jia y, dentro de ella, sólo puede aspirar a ser una confidente del rebelde Baoyu. Sin embargo, ella, aunque hija de familia noble, sufre la opresión más que él. A su condición de mujer se une que la adversidad de perder a sus padres la obliga a vivir sin remedio en la mansión Rong bajo el amparo de su abuela materna. Es su amor por Baoyu, fruto de una amistad fomentada desde la niñez, el que la ayuda a resistir con fuerza las presiones y los prejuicios del mundo que la rodea, y el que la convierte en protagonista de esta tragedia a pesar de su tristeza y su frágil salud. Debido a sus experiencias como huérfana, a su sensibilidad y a su inconfesable amor, Daiyu sufre intensamente en el corto período que pasa en la casa de los Jia. Su aspecto triste y su carácter sombrío son consecuencia de la atmósfera que impone la moral reinante. Manifiesta su tristeza comparándose con las flores:

Trescientos sesenta días al año amenazan sin piedad

la daga del viento y el sable de la escarcha,

¿cuánto tiempo fresca y bella vivirá una flor

si cae de un golpe, se la lleva el viento y no se vuelve a encontrar?

Incapaz de adaptarse a las circunstancias como Baochai, no oculta su agresividad emocional. Sus palabras agudas, su temperamento, sus intereses nada vulgares y su pensamiento absolutamente original en la composición de poemas, son sus armas en la lucha contra el «casamiento del oro y el jade», metáfora del matrimonio predestinado por los intereses familiares. Abrumada por el ambiente impuro, no quiere resignarse:

Quisiera tener alas y emprender el vuelo

con los pétalos hasta el fin del mundo.

¿Pero quién sabe si allí existe

una tumba donde enterrar fragancias?

Mejor en bolsas de seda recoger sus restos de aroma

y en la limpia tierra, como una tumba, sepultarlos.

Pues puros partirán como puros llegaron:

sin dejarse cubrir por el sucio fango.

La descripción compleja y refinada de los amores de Baoyu y Daiyu es uno de los aspectos más bellos de Sueño en el Pabellón Rojo.

Sólo los primeros ochenta capítulos fueron escritos con seguridad por Cao Xueqin. Las anotaciones del manuscrito señalan la existencia y pérdida de fragmentos de capítulos posteriores a esos ochenta. Según Cheng Weiyuan, quien dijo haberlos encontrado entre papeles de desecho y en manos de un trapero, los últimos cuarenta también son originales de Cao Xueqin. Pero los especialistas contemporáneos debaten acerca de qué capítulos o fragmentos, de los cuarenta últimos, pertenecen a la mano de Xueqin, mientras otros afirman con rotundidad que fueron escritos directamente por Cheng Weiyuan y Gao E, o por Gao E como resultado del encargo de aquél.

En estos cuarenta últimos capítulos, los destinos de las doce bellezas de Jinling corresponden, en general, a los propósitos manifestados en las canciones del capítulo V. En cierto sentido, se desarrolla de manera creadora la trama de la tragedia de los amores entre Jia Baoyu y Lin Daiyu. Pero se dedican tres capítulos —XCVI, XCVII y XCVIII— a un relato incisivo y vivido de cómo los jefes de la mansión Rong, ante el problema matrimonial, hacen grandes esfuerzos para destruir los amores de Baoyu y Daiyu, lo cual no parece corresponder quizás al propósito de Cao. Además, algunos fragmentos tienen un matiz místico más acusado que en los primeros cuarenta capítulos escritos por Xueqin. Todos estos sucesos demuestran que, aunque los autores de los últimos cuarenta capítulos mantienen una actitud crítica con respecto al código ético feudal al describir la confiscación de la mansión Rong, sin embargo no hablan de lo inevitable de la ruina de las cuatro familias nobles durante la decadencia económica y las luchas políticas. Al contrario, dedican extensas páginas a relatar cómo las dos mansiones, por gracia del emperador, recobran cargos, honores y riqueza, contradiciendo así la trama trabajosamente urdida por Cao Xueqin al referirse a las postrimerías de la sociedad feudal y debilitando en buena medida sus críticas.

NOTA Y AGRADECIMIENTO

La historia de esta edición arranca a mediados de los años ochenta del siglo pasado, cuando la Casa Editorial en Lenguas Extranjeras de Pekín (Tu Xi) —ya extinta—, puso a disposición de la Universidad de Granada una primera versión en español inédita del clásico Hongloumeng (Sueño en el Pabellón Rojo), cuyo origen era la traducción inglesa. A partir de esta versión, un equipo formado por Zhao Zhenjiang y José Antonio García Sánchez, al que después se incorporaría Alicia Relinque Eleta, procedió a traducir de nuevo, revisar y anotar la edición que la Editorial Universidad de Granada —dirigida a lo largo de esos años por Manuel Barrios Aguilera y Rafael G. Peinado—, publicó entre 1988 y 2005, y que ahora, reconsiderada en algunos de sus aspectos, es asumida por Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. Para su elaboración se utilizaron las ediciones chinas Hongloumeng, Shanghai guji, Shanghai, 1988, y Hongloumeng, Renminwenxue, Pekín, 1983, además de la edición inglesa de Yang Xianyi y Gladys Chang (A dream of red mansions, Foreign Languages P, Beijing, 1978), y la edición francesa traducida por Li Tche-Houa y Jacqueline Alézaïs (Le Rêve dans le Pavillon Rouge, Gallimard, 1981).

Sin el empeño imprescindible de Juan Francisco García Casanova, Pedro San Ginés Aguilar y Juan Mata Anaya, esta edición nunca hubiera sido posible. Además del empeño, Ángela Olalla Real regaló generosamente tiempo, indicaciones, discusiones, lecturas y muchísima paciencia. Durante los años invertidos en su elaboración, por los borradores de Sueño en el Pabellón Rojo se paseó la mirada de muchos amigos que dejaron acertadas sugerencias en el texto y, con ellas, su huella. Algunos de ellos, por desgracia, se marcharon para siempre; es el caso de Javier Jurado Molina, Javier Egea y Ángel González, de cuyo interés por la obra se beneficiaron muchos de los versos que la jalonan. Revisiones sucesivas, correcciones oportunas y aprecio por la novela de Cao Xueqin derrocharon Zheng Quan Zhang, José Tito Rojo, que se interesó por la información botánica además de por los poemas, y los colegiales del Carmen de la Victoria de la Universidad de Granada, jóvenes brillantes con la voluntad resuelta de los letrados, que compartieron las vicisitudes del Pabellón entre los años 1987 y 1990. Es igualmente de agradecer el apoyo de Yang Xianyi, traductor de la obra al inglés; Hu Wenbin, secretario general de la Asociación de Estudios sobre Hongloumeng; Zhang Zhiya, consejero cultural de la embajada china en España entre 1986 y 1990; Li Xifan y Liu Danzhai, autores respectivamente del prólogo y las ilustraciones de la edición granadina; y Fan Ye, director del Instituto Confucio de Granada.

Por último, este esfuerzo colectivo está dedicado a la memoria de Duan Rouchuan, mujer sabia y generosa que, si viera este Pabellón Rojo, pondría en su cara la gran sonrisa que tanto seguimos echando de menos.

CAPÍTULO I

En sueños, Zhen Shiyin ve el Jade de las

Comunicaciones Trascendentales.

En la miseria, Jia Yucun se enamora de una

flor del gineceo.

Así empieza el capítulo que abre esta novela. Su autor, que ha vivido largo tiempo entre sueños e ilusiones, admite que al emprender la escritura de estas Memorias de una roca[1] ocultó los verdaderos hechos de su vida detrás de la ficción de un jade al que llama «de las Comunicaciones Trascendentales»; por eso el primer nombre que emplea para un personaje es el de Zhen Shiyin[2].

Pero ¿cuáles son los hechos recogidos en este libro y quiénes son los personajes?

El autor declara:

Habiendo fracasado en todo cuanto emprendí en este mundo atareado y polvoriento, vine en recordar a todas las muchachas que antaño me rodearon. Entonces, como un trueno, me asaltó la idea de que cada una de ellas me había superado en conducta y raciocinio. ¿Cómo yo, orgulloso de mi condición de varón, podía ser menos que una mujer? Pero ya la vergüenza estaba de sobra y el arrepentimiento era inútil. Sí, realmente no había nada que hacer.

En ese momento decidí divulgar de qué manera, cubierto de sedas y delicadamente atendido por el favor imperial gracias a los méritos de mis antepasados, contravine la bondad de mis padres y los buenos consejos de maestros y amigos hasta disipar la mitad de mi vida sin haber aprendido un solo oficio. No puedo eludir mi responsabilidad, pero tampoco permitiré que, por culpa de mis errores o el deseo de ocultar mis defectos, se desvanezcan en el olvido aquellas adorables muchachas que conocí. Que hoy viva humildemente en una choza con techo de paja y ventanas de estera, horno de arcilla y lecho de lianas, no ha de impedir que abra de par en par las puertas de mi corazón. La brisa matinal, el rocío nocturno, los sauces en el umbral y las flores de mi patio me animan a tomar el pincel; y, aunque no sean grandes mi instrucción y mis talentos literarios, poco importará que escriba esta historia con palabras falsas y en lengua vulgar si ha de servir para dejar testimonio de todas esas jóvenes adorables, Por eso he llamado a mi segundo personaje Jia Yucun[3].

En este capítulo, las palabras «sueño» e «ilusión» que utilizo sirven para alertar la vista del lector, al mismo tiempo que dotan de sentido mi obra.

¿Saben ustedes, dignos lectores, cómo nació este libro? Su origen puede parecerles fantástico, pero no duden que, si se acercan a él con ánimo dispuesto, descubrirán que su lectura encierra mucho interés y puede ser de gran provecho. Permítanme explicárselo de manera que no quede en ustedes sombra de duda sobre el particular.

Cuando la diosa Nüwa necesitó rocas para reparar la bóveda celeste[4] acudió al Acantilado de lo Insondable, en la Montaña de la Inmensa Soledad, con la intención de fundir treinta y seis mil quinientos y un bloques de piedra, cada uno de doce zhang[5] de altura y veinticuatro de superficie sobre el suelo, de los que sólo empleó treinta y seis mil quinientos. El sobrante lo abandonó al pie del Pico de la Cresta. Azul. Aunque parezca extraño, aquella roca, después de ser templada por el fuego, había cobrado una esencia trascendental. Como el destino de las demás fue servir para remozar la bóveda celeste y sólo ella había sido desechada para tan alto menester, día y noche los pasaba en lamentaciones, desconsolada y llena de vergüenza.

La roca al pie del Pico de la Cresta Azul.

Anónimo de la dinastía Qing (edición de 1791).

Cierto día, mientras la roca se lamentaba de su suerte, vio venir a lo lejos a dos monjes, uno budista y otro taoísta, de porte imponente y apariencia distinguida. Se le acercaron y allí mismo se sentaron a conversar. Hablaron primero de montañas entre nubes, mares de bruma, dioses e ilusiones taoístas; luego, de las glorias y riquezas de los hombres. Al oír sus palabras, la roca se turbó con el profundó deseo de conocer ese mundo de los hombres y disfrutar ella también del placer y la felicidad. Se compadeció de sí misma por su rudeza y, sin poderse contener, habló en la lengua del género humano. Dijo al bonzo y al taoísta:

—Maestros, disculpad a este torpe discípulo que apenas es digno de saludaros. Me maravillan las glorias y riquezas de ese mundo del cual os he oído hablar. Mi cuerpo es áspero pero mi alma tiene algo trascendental, y como cuando os veo con vuestros hábitos entiendo que no sois gente ordinaria, sino con talento para salvar al mundo y virtud para procurar beneficios a la humanidad, os suplico que seáis bondadosos conmigo y me permitáis descender a ese mundo, donde pueda disfrutar algunos años de riquezas y placeres. Os quedaría agradecido eternamente por este inmenso favor.

—¡Bonitas palabras! —El bonzo y el taoísta sonrieron—. Es verdad que en el mundo de los hombres existen alegrías, pero también es cierto que no son eternas. Se dice que, allí, en la belleza se esconde el defecto, y que sólo se consigue el objetivo perseguido después de vencer muchos obstáculos. Además, en un santiamén nace del placer la tristeza, y todo, personas y cosas, se esfumará un día convirtiéndose en un sueño e ingresando en el vacío. No ir sería más sensato por tu parte.

Pero la roca estaba decidida y continuó con sus ruegos. Ambos inmortales supieron que sería imposible convencerla, así que suspiraron resignados:

—Siempre que uno permanece inmóvil mucho tiempo acaba deseando el movimiento, y todo lo que existe nace de la Nada. Puesto que tanto insistes conocerás esos placeres, pero no te arrepientas cuando las cosas te vayan mal.

—¡No me arrepentiré! —exclamó la roca.

—Tu alma es inteligente pero tu cuerpo es áspero, y además careces de algún valor extraordinario —prosiguió el bonzo—; por eso tendrás que prosperar en el mundo de los hombres haciendo un enorme esfuerzo. Ahora te ayudaré con la magia del budismo. Cuando termine el kalpa[6] retornarás a tu forma natural para poner fin a este proceso. ¿Estás de acuerdo?

La roca asintió, profundamente agradecida. Entonces el bonzo recitó ciertas fórmulas de encantamiento y puso en práctica toda su magia, de modo que redujo la roca gigante a un simple trozo de jade no más grande que un colgante de abanico; y poniéndolo sobre la palma de su mano le dijo sonriendo:

—Tienes la apariencia de un objeto precioso, pero todavía careces de auténtico valor. Te grabaré encima algunos caracteres para que la gente perciba de un simple vistazo que eres algo especial; entonces podremos llevarte a algún reino civilizado y próspero, a una familia culta de rango, a un lugar donde abunden las flores y los sauces, a un hogar de placer y de lujo donde te puedas establecer cómodamente…

La roca no cabía en sí de gozo.

—Maestros, ¿cuáles son esos dones maravillosos que me concederéis? ¿Y dónde pensáis llevarme?

—No preguntes —le advirtió el bonzo—. Ya lo sabrás a su debido tiempo.

Dicho lo cual se guardó el jade en la manga[7] y emprendió la marcha con el taoísta, pero se ignora en qué dirección.

Pasados quién sabe cuántos siglos y kalpas, otro taoísta conocido como el reverendo Vanidad de Vanidades llegó, en su búsqueda del Dao[8] y la Inmortalidad, hasta la Montaña de la Inmensa Soledad, el Acantilado de lo Insondable y el pie del Pico de la Cresta Azul. Sus ojos se posaron sobre la antigua inscripción todavía discernible de una enorme roca, y la leyó entera. Era un relato del rechazo sufrido por aquella piedra cuando se hizo la reparación del cielo, así como de su transformación en un jade y su posterior traslado al mundo de los hombres por el budista del Espacio Infinito y el taoísta del Tiempo Interminable; de las alegrías y tristezas, encuentros y despedidas, tratos cálidos y fríos que allí había experimentado. Detrás había un poema budista:

Indigno de ser parte del cielo,

¡tantos años en vano pasé en la tierra…!

Aquí se narra mi vida en los dos mundos,

¿a quién pediré que la divulgue?

Luego aparecía el nombre de la región donde la roca había ido a parar, el lugar exacto de su encarnación y la relación de sus aventuras, incluidos triviales asuntos familiares y versos livianos compuestos para aliviar las horas de ocio. No obstante, no figuraban los nombres de la dinastía, del año y del país, de modo que Vanidad de Vanidades concluyó:

—Hermano Roca, considero que la historia en ti grabada tiene cierto encanto y merecería alguna difusión; sin embargo observo que no figuran la dinastía ni el año, ni se encuentran referencias a ministros dignos y leales ni a cómo manejaron el gobierno y la moral pública. Sólo aparecen unas cuantas muchachas singulares en pasión y en locura, en pequeños dones o intrascendentes virtudes, pero incomparables en cualquier caso con aquellas damas de gran talento que fueron Ban Zhao y Cai Yan[9]. Aunque la transcribiera no sería del interés de nadie.

—Maestro, ¿cómo puede ser tan implacable? —protestó la roca—. Si la fecha no aparece bastaría con situar esta historia en las dinastías Han o Tang[10], pero ya que ése es un tópico común a todas las novelas, una manera de evitarlo sería transcribir sencillamente mis propios sentimientos y peripecias. ¿Qué necesidad hay de señalar tal o cual fecha precisa? Además, los lectores comunes prefieren la literatura liviana a los libros de Estado. Ya hay demasiadas obras que contienen anécdotas vilipendiosas contra soberanos o ministros, calumnias sobre las esposas o hijos de los demás, descripciones licenciosas y violentas… ¡Y son todavía peores esos escritos lujuriosos de la escuela de la brisa y la luz de luna que corrompen a los jóvenes con el veneno de su asquerosa tinta[11]! En cuanto a las novelas galantes, aparecen a montones siendo todas iguales y ninguna deja de frisar la impudicia, llenas como están de alusiones a jóvenes apuestos y talentosos y a muchachas bellas y refinadas de la historia; no obstante, para poder insertar sus propios poemas, el autor inventa héroes y heroínas manidos frente al inevitable villano intrigante, como aquellos pérfidos bufones de las obras de teatro… En esas novelas, llenas de contrasentidos y ridículamente engoladas, incluso las criadas acaban hablando con pedantes palabras sin sentido. ¡Eran mejores aquellas muchachas que yo mismo conocí en mis días de juventud! No me atrevería a ponerlas por encima de todos los personajes de anteriores obras, pero la historia de cada una puede servir para disipar el tedio y las preocupaciones, y los pocos versitos que he intercalado pueden provocar alguna que otra sonrisa y añadir gusto al vino… En cuanto a las escenas de despedidas tristes y jubilosos encuentros, de prosperidad y decadencia, todas son puntualmente ciertas y no han sufrido la más pequeña modificación para producir alguna sensación especial o apartarse de la verdad. En estos tiempos, la preocupación cotidiana de los pobres es comer y vestir, mientras los ricos no tienen hartura: ocupan su ocio en aventuras galantes, en acumular riquezas o en complicarlo todo. ¿Qué tiempo les queda a unos y a otros para leer tratados políticos y morales? Ni quiero que la gente se maraville con mi historia ni exijo que la lean por placer; sólo espero que les sirva para distraerse sentados en torno al licor y los manjares, o en el curso de alguna huida de las tribulaciones terrenales. Dedicando su atención a esta obra y no a otras vanas actividades podrán quizás ahorrar sus energías y prolongar sus vidas, librándose del daño que producen las disputas y rencillas o la aburrida persecución de lo ilusorio. Además, este relato ofrece a los lectores algo nuevo, distinto a esos trillados y rancios revoltijos de despedidas y súbitos encuentros, repletos de talentudos eruditos y adorables muchachas: Cao Zijian, Zhuo Wenjun, Hongniang, Xiaoyu[12] y los demás. ¿No le parece, Maestro?

El bonzo tiñoso y el taoista cojo.

Anónimo de la dinastía Qing (edición de 1791).

El reverendo Vanidad de Vanidades consideró sus palabras y volvió a leer cuidadosamente estas Memorias de una roca. Descubrió que contenían condenas a la traición y críticas a la adulación y al mal, y que no habían sido escritas para pasar la censura de los tiempos; pero en todo lo concerniente a las correctas relaciones entre los hombres y al encomio de actos virtuosos superaba a otros libros repletos de voluminosas descripciones de príncipes benefactores, ministros benévolos, padres complacientes e hijos henchidos de amor filial. Aunque el tema principal era el amor, se trataba sencillamente de una crónica de acontecimientos reales superior a aquellas falsas obras envilecidas que tratan de citas licenciosas y aventuras disolutas. Y, en fin, como no abordaba en absoluto acontecimientos de actualidad transcribió de principio a fin lo grabado y se lo llevó para buscar quien lo editara.

A partir de entonces el taoísta Vanidad de Vanidades percibió que todos los fenómenos del mundo nacen de lo vacío y despiertan la pasión, y como él convirtió la pasión en los fenómenos y desde los fenómenos percibió lo vacío[13], se cambió el nombre por el de «monje Apasionado». Modificó también el título de la obra por el de Crónica del monje Apasionado.

Kong Meixi, de Donglu[14], sugirió otro título: Precioso espejo de la Brisa y la Luna. Más tarde, Cao Xueqin pasó diez años en su pabellón de Luto por el Rojo revisando la obra y redactándola cinco veces sucesivas. La dividió en capítulos, a cada uno de ellos puso un encabezamiento y designó el libro con el título definitivo de Las doce bellezas de Jinling[15]. Luego añadió la siguiente estrofa:

Un reguero de lágrimas tristes,

páginas llenas de palabras absurdas.

Dicen que su autor está loco,

¿pero quién leerá su escondida amargura?

Ahora que tenemos claro el origen de la historia, veamos lo que había grabado sobre la roca.

Hace mucho tiempo la tierra entró en declive por el sudeste, y en aquel lugar había una ciudad llamada Guau[16]. El barrio de la puerta Chang de Gusu era uno de los más elegantes, ricos y bellos del mundo de los hombres. Al otro lado de la puerta se encontraba la calle de los Diez Lis[17], en la que venía a desembocar el pasaje de la Humanidad y la Pureza; allí había un viejo templo muy pequeño conocido, por su forma, como templo de la Calabaza. Cerca vivía Zhen Fei, cuyo nombre social era Shiyin. Su esposa, nacida Feng, era una mujer virtuosa y digna con un fuerte sentido de la moral y la decencia. Aunque ni muy rica ni muy noble, su familia era muy respetada en aquella localidad.

Zhen Shiyin era un hombre tranquilo y sencillo. En lugar de afanarse por la riqueza o el rango disfrutaba cultivando flores, sembrando bambúes, bebiendo vino o escribiendo poemas. Disponía de su tiempo casi como un inmortal, pero una cosa le faltaba: había cumplido más de cincuenta años sin un hijo varón; sólo tenía una hija de tres años llamada Yinglian.

Cierto agobiante día de verano, mientras se encontraba leyendo en su estudio, dejó caer Zhen Shiyin el libro de sus manos y, apoyando la cabeza en el escritorio, se quedó profundamente dormido. En sueños viajó a un lugar desconocido donde divisó a un monje budista y a otro taoísta que se aproximaban enfrascados en una animada charla. Oyó que el taoísta preguntaba al bonzo:

—¿Dónde piensas llevar ese estúpido objeto?

—Ten paciencia. El telón está a punto de alzarse para un drama de amor, pero hay actores que aún no han cobrado vida. Voy a colocar este estúpido objeto entre ellos para que viva la experiencia que desea.

—Así que otra tanda de amorosos pecadores se dispone a un nuevo drama a través de la reencarnación… —comentó el taoísta—. ¿En dónde tendrá lugar la representación?

—Es una historia entretenida. Nunca habrás oído una cosa igual. Al oeste, sobre las márgenes del Río Sagrado, junto a la Roca de las Tres Encarnaciones[18], crecía una planta de Perlas Bermejas regada cada día con dulce rocío por el jardinero Shenying, del palacio del Jade Rojo. Con el paso de los meses y los años la planta de Perlas Bermejas bebió las esencias del cielo y de la tierra y el alimento de la lluvia y el rocío hasta despojarse de su naturaleza vegetal y adquirir forma humana, si bien sólo la de una muchacha. Se pasaba los días vagando más allá de la Esfera del Dolor de la Despedida, saciando su hambre con el fruto del Amor Secreto y aplacando su sed en el Mar de la Pena Rebosante. Como no podía corresponder a las atenciones que le prodigaba el jardinero, anidaba en sus entrañas un sentimiento de ternura infinita que la obsesionaba. Precisamente en esos días, aprovechando la paz y la prosperidad de la dinastía reinante, Shenying deseó cobrar forma humana para poder visitar el mundo de los hombres. Formuló su deseo a la diosa del Desencanto, que vio una oportunidad para que Perla Bermeja pudiera saldar su deuda de gratitud. «Él me dio dulce rocío —dijo Perla Bermeja—, pero yo no tengo agua para compensar su bondad. Si baja al mundo de los hombres me gustaría acompañarlo; así podré saldar mi deuda derramando por él las lágrimas de toda una vida.» Esto indujo a muchos otros espíritus amorosos que no habían expiado sus pecados a ir con ellos y participar también en ese drama.

—Extraño asunto —comentó el taoísta—, nunca había oído hablar del pago de una deuda en lágrimas. Imagino que este relato será más fino y detallado que las vulgares historias de brisa y luz de luna.

—En los viejos relatos sólo se aportan unos pocos rasgos sobre las vidas de los personajes mediante algunos poemas —dijo el bonzo—, pero nunca se exponen los detalles íntimos de la vida familiar o las comidas cotidianas. Además, la mayor parte de las historias de brisa y luz de luna se ocupan de citas secretas y fugas, y nunca han expresado el verdadero amor entre un joven y una muchacha. Estoy seguro de que cuando esos espíritus desciendan a la tierra veremos locos de amor, enloquecidos por el deseo carnal, gente sensata, mentecatos e individuos indignos distintos a los de obras anteriores.

—¿Por qué no aprovechamos nosotros también esta oportunidad para bajar y liberar a unos cuantos de los sufrimientos que les esperan? Sería una buena acción.

—Precisamente venía pensándolo. Pero antes debemos llevar este estúpido objeto al palacio de la diosa del Desencanto para entregárselo. En cuanto todas las almas soñadoras bajen al mundo de los hombres podremos hacerlo nosotros, pero hasta ahora sólo ha bajado la mitad.

—En ese caso estoy listo para acompañarte —dijo el taoísta.

Zhen Shiyin había oído cada palabra de aquella conversación, pero ignoraba qué podría ser ese «estúpido objeto» al que se referían, de manera que no pudo resistir la tentación de averiguarlo y acudió a ellos con una reverencia.

—¡Saludos, maestros inmortales! —dijo con una sonrisa, y apenas hubieron devuelto el saludo prosiguió—: Esta oportunidad de escuchar su conversación sobre causas y efectos ha sido extraordinaria, pero soy demasiado torpe para comprenderla; si pueden ilustrarme un poco sobre el particular prometo escuchar atentamente, pues percibo que su sabiduría puede procurarme la salvación.

Ambos inmortales sonrieron.

—Se trata de un misterio que no podemos divulgar. Cuando llegue el momento piensa en nosotros. Quizás entonces consigas escapar de las llamas.

Al oírlo, Shiyin supo que no debía insistir más.

—Sé que no debo inmiscuirme en un misterio —dijo—, pero al menos podrían enseñarme el estúpido objeto que acaban de mencionar.

—Si quieres saber de qué se trata, tu destino es verlo una sola vez —dijo el bonzo sacándose de la manga un bellísimo fragmento de jade traslúcido y entregándoselo a Shiyin.

En el anverso tenía grabadas las palabras «Jade Precioso de las Comunicaciones Trascendentales». Antes de que Shiyin pudiera observar con atención unas líneas de caracteres más pequeños grabados en el reverso, el budista se lo arrancó de las manos diciendo:

—Hemos llegado a la Tierra de la Ilusión.

Y, acompañado por el taoísta, pasó a través de un arco de piedra que mostraba la siguiente inscripción: «Tierra de la Ilusión del Gran Vacío». Sobre ambas columnas, en perfecta simetría:

Cuando se toma lo falso por verdadero, lo verdadero se torna

falso; cuando de la nada surge el ser, el ser permanece nada.

Shiyin quiso seguirlos, pero oyó de repente un pavoroso estrépito, como si las montañas se desplomaran o la tierra se resquebrajara. Despertó con un grito y miró en torno suyo. Allí estaba el sol brillando sobre las hojas de los plátanos. El sueño se había esfumado.

En ese momento se acercó la nodriza con Yinglian en brazos, y Shiyin pensó que su hija estaba más bella y adorable cada día. La tomó en brazos y la apretó contra su pecho, jugó con ella unos momentos y luego la llevó a la puerta para que viera pasar un cortejo que en ese momento desfilaba. Ya se disponía a entrar cuando, desde el otro lado de la calle, vio acercarse a un bonzo y a un taoísta riendo y platicando mientras gesticulaban como locos. El budista iba descalzo y tenía la cabeza tiñosa; el taoísta cojeaba y llevaba el cabello revuelto. Al llegar a la puerta de Shiyin, viendo a la niña, el bonzo prorrumpió en lamentos:

—¡Ay, señor! ¿Qué hace en sus brazos esa criatura de triste destino? ¡Será la desgracia de sus padres!

Pensando que el hombre desvariaba, Shiyin lo ignoró.

—¡Entréguemela! —gritó entonces el budista—. ¡Entréguemela!

Shiyin perdió la paciencia, apretó con más fuerza a la niña y se dispuso a entrar en su casa. El monje, señalándola con el dedo, dejó escapar una rugiente carcajada y recitó:

Me río de ti: quieres cuidar a esa tierna criatura

que habrá de ser un nenúfar sepultado por la nieve.

Cuídate de lo que llega: la fiesta de los Faroles:

evanescencia del humo cuando la llama se apaga[19].

Shiyin lo oyó claramente y quedó pensativo, como si todo aquello le recordara algo. Justo cuando iba a preguntar la procedencia de ambos, el taoísta le dijo al bonzo:

—Aquí se separan nuestros caminos; cada uno debe ocuparse de sus propios asuntos. Te espero dentro de tres kalpas en el monte de Beimang[20]; juntos podremos ir hasta la Tierra de la Ilusión para decirle a la diosa del Desencanto que la deuda está saldada.

—Muy bien —asintió el budista.

Y ambos se desvanecieron sin dejar rastro.

Fue entonces cuando Shiyin comprendió que no eran simples mortales, y lamentó no haberles prestado la debida atención. Sus lastimosas cavilaciones fueron interrumpidas por la llegada de un letrado pobre que vivía en las proximidades, en el templo de la Calabaza. Tenía por apellido Jia, y su nombre era Hua; su nombre social, Shifei, y Yucun era su seudónimo literario. Era el último de una estirpe de eruditos y funcionarios oriunda de Huzhou[21]. Sus padres, que habían consumido el patrimonio familiar, murieron dejándolo solo en el mundo. Puesto que nada ganaba quedándose en casa encaminó sus pasos a la capital con la esperanza de lograr una posición y restaurar su fortuna. Hacía dos años que había llegado, y cuando hubo gastado todo su dinero decidió mudarse al templo, donde se ganaba precariamente la vida trabajando como pendolista. De ahí que Shiyin lo viera con frecuencia.

Tras saludar a Shiyin le preguntó:

—¿Qué mira parado en la puerta, señor? ¿Algo que ocurre en la calle?

—Nada. Mi hijita lloraba, de manera que la saqué a jugar. Has llegado justo a tiempo, porque estaba empezando a aburrirme. Entra y ayúdame a pasar este largo día de verano.

Ordenó a un criado que se llevara a la niña y condujo a Yucun a su estudio, donde un muchacho sirvió el té. Apenas habían intercambiado algunos comentarios cuando entró un sirviente para anunciar la llegada de un tal señor Yan.

Shiyin se excusó diciendo:

—Disculpa mi descortesía. ¿Te molestaría esperarme unos minutos?

—Nada de formalismos, estimado amigo —dijo Yucun incorporándose—, soy un invitado habitual en su casa y no me importa esperar.

Cuando Shiyin salió del cuarto, Yucun se dedicó a hojear algunos libros hasta que oyó a alguien toser en el jardín. Se acercó a la ventana y vio a una joven sirvienta recogiendo flores; tenía los ojos brillantes y las cejas llenas de gracia, y, aunque no era propiamente una belleza, su gran encanto hizo que Yucun la contemplara absorto. Cuando se disponía a marcharse con sus flores, la sirvienta levantó de pronto la mirada y vio a un hombre que, aunque mal vestido, era apuesto, con un rostro abierto de labios firmes, cejas como cimitarras, ojos como estrellas, nariz recta y mejillas agradablemente curvadas. Se volvió pensando: «A pesar de sus harapos es un hombre de buen porte. Debe tratarse de Jia Yucun, del que mi señor habla todo el día y al que con gusto ayudaría si se le presentase la ocasión. Sí, ciertamente debe tratarse de él, nuestra familia no tiene otros amigos pobres. Con razón dice mi señor que es el tipo de hombre que no permanecerá mucho tiempo en su situación». No pudo resistir la tentación de volver a mirarlo un par de veces, lo que llenó de júbilo a Yucun, quien pensó que la muchacha se había prendado de él y que tenía buen juicio y era una de las pocas personas que podían apreciar su valor más allá de su mísero aspecto.

En ese momento volvió el sirviente e informó a Yucun de que el inesperado visitante se quedaría a cenar, lo que hacía inútil su espera. Se marchó por un corredor que conducía hasta la puerta lateral. Cuando también se hubo marchado el señor Yan, Shiyin no volvió a llamar a Yucun.

Llegó la fiesta del Medio Otoño[22] y, tras la cena familiar, Shiyin hizo colocar otra mesa en su estudio y fue paseando bajo la luz de la luna hasta el templo para invitar a Yucun.

Desde aquel día en que la doncella de los Zhen se volvió para mirarlo, Yucun se complacía pensando en su aprecio y le dedicaba sus pensamientos constantemente. Contemplando la luna llena, volvió a evocarla e improvisó el siguiente poema:

No sé si ocurrirá lo que deseo;

a menudo me toma la tristeza.

Me frunce el ceño la melancolía,

pues volvió su camino para verme.

Sombra soy en el viento, y me pregunto

si ella será quien me acompañe siempre.

Si viene a tocarme la luz de la luna,

que lleve mi amor a su pabellón.

Cuando lo hubo recitado, Yucun se revolvió el cabello y, suspirando al pensar en lo mucho que faltaba para poder ver realizadas sus ambiciones, declamó el siguiente pareado:

El jade del cofre quiere un buen precio alcanzar,

el alfiler del joyero muy alto espera volar[23].

Shiyin, que llegaba en ese preciso momento, lo oyó con claridad y, bromeando, le dijo:

—Veo que tienes grandes ambiciones, hermano Yucun.

—Nada de eso, no aspiro a tanto —respondió Yucun algo incómodo—. Simplemente recitaba versos antiguos. ¿A qué se debe el placer de esta visita?

—Esta noche es el Medio Otoño, comúnmente conocido como la fiesta de la Reunión, y pensé que te sentirías muy solo en este templo. En mi humilde casa tengo un poco de vino y me pregunto si aceptarías compartirlo conmigo.

Yucun no necesitaba mayor aliento:

—Oh señor, su bondad conmigo es excesiva. Nada me gustaría más.

Y se encaminaron hacia el patio delantero, frente al estudio de Shiyin. Pronto terminaron con el té y pasaron a catar vinos y degustar platos selectos. Primero bebieron pausadamente, pero con la charla fueron elevándose sus espíritus y se volvieron audaces. De todas las casas del vecindario llegaban sonidos de flautas y cuerdas, y por todas partes se oían canciones. Y, sobre todo ello, la luna brillaba en todo su esplendor. Copa tras copa, fue creciendo la alegría de los dos hombres.

Yucun, casi borracho, no pudo contener su euforia e improvisó un cuarteto a la luna:

El día quince la luna llena

baña con luz pura las balaustradas de jade.

Cuando surca los cielos su luminosa esfera,

alzan su mirada los hombres de la tierra.

—¡Excelente! No creo que dure siempre tu actual pobreza. Estos versos tan buenos auguran un rápido progreso. Pronto estarás caminando sobre nubes. Permíteme felicitarte —exclamó Shiyin llenando otra copa.