Sueños en una aguja - Julio Domínguez - E-Book

Sueños en una aguja E-Book

Julio Domínguez

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Beschreibung

Una aguja en el pajar y un sueño en una aguja. En el ojal de una aguja pueden pasar bueyes, pueden pasar hilos. Este libro es como un mundo dentro de ese ojal. Son un montón de sueños acumulados, empujados a través del ojal de una aguja. Tal vez se atasquen, tal vez pasen a través, tal vez hagan lugar a más sueños.

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Seitenzahl: 75

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Dominguez, Julio

Sueños en una aguja / Julio Dominguez. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-761-800-6

1. Narrativa Argentina. 2. Relatos. 3. Sueños. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Diseño de portada: Justo Echeverría

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

PRÓLOGO

Lo que sigue es una recopilación de relatos y cuentos que fui escribiendo desde los dieciséis años. Van desde el terror liso y llano hasta la fantasía más insolente. Espero sean de su agrado. Muchas gracias.

Julio Dominguez

EL SUEÑO DE AKKLA

Akkla despertó. Su mirada pasó de los ojos del muerto a los suyos propios que la miraban desde el espejo sobre la cómoda.

Dejó de gritar en cuanto pudo darse cuenta que lo estaba haciendo. Sentada, la realidad comenzó a hacerse eco dentro de ella.

La cama sobre la que estaba era mullida. Estaba desnuda y sus pechos se escondían detrás de un bosque de rizos. Una costra de sangre seca parecía pintada sobre su piel. Un amasijo de carne que otrora fuera un hombre yacía a su lado.

Los gritos se habían interrumpido.

Vio el aire condensarse en su aliento y descubrió que estaba temblando. Sus ojos se abrieron de par en par, volvieron a entrecerrarse. Trataba de controlarse, trataba de entender.

Un estertor llenó entonces su atención. Sus ojos derivaron hacia el cuerpo. Aún estaba vivo.

Tenía la garganta mordida, pero no desgarrada; a sus pómulos le faltaban pedazos; los labios estaban parcialmente arrancados y lo que quedaba de ellos colgaba inerte en torno a su boca, de la cual ahora un sonido gutural intentaba escaparse.

Buscó su mirada, acercó el rostro.

Su mirada fría de médico forense, de predador detallista.

Aspiró el vaho a muerte que lo rodeaba todo. Abrió los ojos y, con un movimiento rápido de su mano, rompió el esternón, extrajo el corazón palpitante.

Murió el corazón, murió el hombre y la escena perdió sentido.

El corazón del hombre cayó sobre el pecho como algo olvidado, rodó por un lado y se perdió en donde ya no importaba.

Se volvió a recostar de lado, su mirada se perdió en el vacío y se durmió otra vez.

El sueño aún no se esfumaba.

HOJARASCA

Cuando estaba llenando el vaso, Guzmán sintió esa débil hojarasca que caía sobre su cabeza. Entonces se levantó de la silla de hierro, sacó el arma que tenía sujeta al cinto y esperó a que cantara algún pájaro. Cualquiera. No era necesario que fuese un ruiseñor ni un zorzal. Solamente un pájaro, con un gorrión insulso sería suficiente.

Finalmente lo escuchó, tan patente y real que resultaba insoportable.

Entonces apuntó hacia la casa y disparó tres veces.

Las balas entraron por la ventana de la puerta trasera, dieron contra alguna pared, se sintió un siseo que fue aumentando en intensidad y la casa empezó a desinflarse.

Poco a poco, fue perdiendo su masa, los costados se hincharon, el dintel se cayó sobre sí mismo como un anciano que posara su mentón sobre el pecho.

La casa fue perdiendo volumen hasta quedar hecha un amasijo, allí desinflada sobre la grama.

Se guardó el arma en el cinto, Guzmán volvió a sentarse en la silla de hierro, puso una mano en su pera y siguió pensando.

Las hojas siguieron cayendo.

HISTORIA DE LOS PATOS

Y finalmente los patos atacaron. No voy a referir aquí las reiteradas veces que advertí sobre ello ni el descrédito que recibí en cada una de las ocasiones.

Mal que mal, es comprensible. Después de todo, la mayoría de la gente tiende a descreer que su pueblo va a ser invadido por patos de la noche a la mañana.

Pero así sucedió.

Llegaron por el río del norte, hordas y hordas de patos que se transformaron en miríadas, conformando posteriormente todo un ejército.

Comenzaron a salir del lago e invadieron los campos, las casas, la zona de los comercios. Atacaron las forrajeras, picotearon a los niños y los perros. Los gatos, que al principio habían ofrecido una resistencia heroica, terminaron también por huir despavoridos.

Con el tiempo la vida se tornó insoportable. Y fue un tiempo relativamente corto. Los patos no paraban de llegar y de acumularse. Al ser tantos, comenzaron a picotearse entre sí. Se tomaban el agua de las macetas, revolvían los sembrados, pisoteaban las flores del jardín y se comían todo grano que encontraban.

Los comercios capitularon, los dueños declararon quiebra y, poco a poco, decidieron migrar hacia tierras más prósperas. Esto también se hacía difícil, porque los patos dominaban las carreteras. La gente del pueblo no era violenta, pero algunas personas tuvieron que verse forzadas a embestir con sus tractores cuerpo tras cuerpo de pato hasta hacerse con la libertad.

Luego de que todos los comerciantes decidieran irse, la comida comenzó a escasear y quien no podía comprar maíz ni otro tipo de alimento tampoco tenía de donde sacarlo, porque los patos se lo comían todo.

Finalmente se armó un consejo de vecinos. El mismo se desarrolló en la plaza más grande, rodeado de patos, pues otra cosa era imposible. No sin cierta precaución y cierta paranoia (algunos hasta alcanzaron a hablar en voz baja) comenzamos a pensar el curso a seguir.

La estrategia terminó siendo bastante simple: Margarito y Enrique, que eran los que aún poseían vehículo sin gomas pinchadas, liderarían la caravana. Con las camionetas formarían una punta de flecha que albergaría a los habitantes que quedaban. Las camionetas irían a paso de hombre, de modo de no dejar a nadie atrás.

Germán, uno de los siete mecánicos de la zona las pondría a punto y facilitaría el acceso a la comisaría, donde estaban las armas. Un grupo de quince hombres defendería la caravana con lo que fuera que encontráramos en el arsenal. Claro que no fue mucho. Pero sí lo suficiente como para intentar una defensa un tanto modesta.

Así fue que comenzó nuestro adiós al pueblo. Ni bien tuvimos todo, partimos.

Al principio fue difícil organizarnos, pero una vez que la caravana estuvo formada, supimos que nada nos detendría, excepto la muerte, que es lo único que puede detener cualquier cosa.

Las camionetas arrancaron y comenzaron a pisar patos. Uno tras otro, fuimos escuchando los “crack” y los “cuash” de los huesos y de los mismos huesos cuando se juntaban con la carne. Al rato, el calor despedido por los cuerpos emplumados empezó a levantar un aroma a sangre y a pelo quemado.

Por supuesto, las cosas se pusieron horribles. Dado que lo que pisaban las ruedas luego lo pisábamos nosotros.

Las señoras empezaron a vomitar, los niños lloraban. Guillermo, que era un tipo de lo más duro, tuvo que matar a un pato de un escopetazo porque había agarrado a un chico de los dedos y no lo soltaba. Más tarde me confesaría su pena al tener que hacer tamaña bestialidad.

Era difícil seguirle el paso a la camioneta. Teníamos que detenernos a cada rato, tirar de una señora o de una hermana que había quedado en cuclillas presa del horror. Y los patos se interponían entre nosotros, se mezclaban entre sus hermanos muertos, se metían entre nuestras piernas.

El éxodo duró dieciocho horas.

La cantidad de patos por metro cuadrado empezó a mermar curiosamente hacia las afueras. Al parecer, los patos estaban más que nada interesados en el pueblo. Lo más impresionante es que seguían viniendo.

Una vez pasado lo peor (y sé que esto parece querer decir que lo peor duró poco pero no lo fue) pudimos ver como familias enteras de patos se acercaban en dirección al pueblo. Claro que ellos nos evitaban y nosotros, al no tener el camino bloqueado, no teníamos ya necesidad de pisarlos.

A partir del momento en que dejaron de haber cuerpos, todo fue mejor, nuestras mentes se tranquilizaron y nuestros corazones parecieron recuperar una parte de la paz. Nuestros pulmones respiraban aire puro después de cuatro meses y medio.

El pueblo entero se trasladó a la localidad vecina.

Yo vivo ahí ahora, con mi familia y unos amigos. Guillermo es propietario de una farmacia. Los mecánicos siguen siendo mecánicos. Los comerciantes no volvieron jamás.

El otro día sentí curiosidad. Volví sobre los pasos y eché un vistazo de lejos a nuestro viejo pueblo. Parece mentira, pero los patos siguen ahí. Después de dos años, hay algo que los sigue atrayendo.

CONJETURAS

Camilo se acercó al tejado y apuntó hacia Ramiro, que no le veía.

Ramiro fumaba un cigarrillo a medias y tal vez pensara en su hermana, que ese día se casaba con Antonio, el primo del almacenero del barrio.

De todos modos, Ramiro estaba muy lejos del barrio. No habría querido tener nada que ver con todo aquello. O tal vez sí pero en el fondo lo ocultaba, alejándose lo más posible.