Sunkissed - Kasie West - E-Book

Sunkissed E-Book

Kasie West

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Beschreibung

El verano que cambiaría su vida para siempre Avery Young tiene diecisiete años y es una apasionada de la música, pero lo último que le apetece hacer es pasar el verano con sus padres y su hermana en un camping alejado de todo en el que, para colmo de males, ¡no hay internet! Por suerte, la tortura veraniega de Avery cambia gracias a Brooks, el apuesto y joven guitarrista que trabaja en el camping y que ama la música tanto como ella… ¡pero los empleados tienen tajantemente prohibido salir con los huéspedes! Avery se embarca en un viaje de autodescubrimiento y se propone probar cosas nuevas todos los días, pero cuando Brooks le ofrece participar en un festival de música, su gran pasión, Avery deberá superar sus miedos para descubrir quién quiere llegar a ser. Una novela dulce y veraniega de la autora best seller de P. D. Me gustas

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Sunkissed

El increíble verano de Avery

Kasie West

Traducción de Iris Mogollón

Contenido

Página de créditos
Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Agradecimientos
Sobre la autora

Página de créditos

Sunkissed

V.1: junio de 2022

Título original: Sunkissed

© Kasie West, 2021

© de la traducción, Iris Mogollón, 2022

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2022

Todos los derechos reservados.

Los derechos de traducción de esta obra se han gestionado a través de Taryn Fagerness Agency y Sandra Bruna Agencia Literaria, SL.

Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen de cubierta: Look Studio | Shutterstock

Corrección: Alexandre López

Publicado por Wonderbooks

C/ Aragó, 287, 2.º 1.ª

08009, Barcelona

www.wonderbooks.es

ISBN: 978-84-18509-36-0

THEMA: YFM

Conversión a ebook: Taller de los Libros

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

Sunkissed

El verano que cambiaría su vida para siempre

Avery Young tiene diecisiete años y es una apasionada de la música, pero lo último que le apetece hacer es pasar el verano con sus padres y su hermana en un camping alejado de todo en el que, para colmo de males, ¡no hay internet!

Por suerte, la tortura veraniega de Avery cambia gracias a Brooks, el apuesto y joven guitarrista que trabaja en el camping y que ama la música tanto como ella… ¡pero los empleados tienen tajantemente prohibido salir con los huéspedes! 

Avery se embarca en un viaje de autodescubrimiento y se propone probar cosas nuevas todos los días, pero cuando Brooks le ofrece participar en un festival de música, su gran pasión, Avery deberá superar sus miedos para descubrir quién quiere llegar a ser.

Una novela dulce y veraniega de la autora best seller de P. D. Me gustas

«Este verano, los lectores jóvenes de novela romántica estarán encantados de incluir Sunkissed en sus bolsas de playa.»

School Library Journal

«Kasie West da en el clavo al desarrollar la historia de amor entre Avery y Brooks. Una lectura dulce perfecta para el verano».

Kirkus Reviews

«La comedia romántica para el verano.»

VOYA

«Una historia para disfrutar del buen sabor del verano.»

Culturess

«Los libros de Kasie West son absolutamente reconfortantes: ¡románticos, ligeros y con una trama preciosa!»

Justine Magazine

«Una historia de amor dulce y seductora.»

RT Book Reviews

#wonderlove

A mi hermana mayor, Heather Garza. Siempre te he admirado (aunque seas la más bajita de la familia). ¡Te quiero!

Capítulo 1

Respiré, cerré los ojos y dejé que el cristal bañado por el sol me calentara mientras apoyaba la cabeza en la ventanilla del coche. Este iba a ser un verano perfecto. Si lo decía mil veces, se haría realidad. Después de todo lo que había pasado esa semana, necesitaba un buen verano. Papá me había dicho meses antes que era todo mío y estaba lista para reclamarlo.

En la parte delantera del coche, mis padres habían puesto la radio a un volumen apenas audible, pero podía distinguir una canción de Taylor Swift. Mis AirPods se habían quedado sin batería diez minutos antes, por lo que el resto de mi lista de reproducción para el viaje por carretera —Atrapada en el asiento trasero contigo— no servía para nada. Cuando sentía que empezaba a quedarme dormida, la voz de mi hermana sonó más alto de lo necesario a mi lado.

—Hola, seguidores. ¡Feliz verano! Estamos en la cuarta hora de nuestro viaje en coche y tenemos muchas ganas de llegar ya. ¡Saludad a mi hermana mayor, Avery!

Lauren tenía los codos apoyados en las almohadas que había entre nosotras y sostenía su teléfono, con la cámara mirando hacia mí. Detrás de su teléfono, hizo una súplica silenciosa como diciéndome: «Dame algo, cualquier cosa, aparte de tu típica cara de aburrimiento». Como la cara con la que nací era aburrida, hice el signo de la paz, y al parecer fue suficiente, porque volvió a dirigir la cámara hacia ella.

—Este año, nuestros padres nos llevarán a un bosque. ¿Estáis preparados para acompañarnos? —Apuntó con la cámara por la ventanilla del coche, y los altos pinos pasaron como un borrón.

«A un bosque» no era la manera exacta en que describiría al camping resort familiar de cuatro estrellas en el que pasaríamos el verano, pero la exageración es la clave de cualquier buen vídeo para las redes sociales. Sacudí el estuche de mis AirPods como si por ello fueran a cargarse más rápido. Necesitaba un poco de música para anular el ruido y despejar la cabeza.

—¿Habéis metido los bañadores en la maleta? —preguntó mamá, aunque si no lo habíamos hecho, ya no podíamos remediarlos, estábamos a cuatro horas de casa.

Lauren dejó caer la mano.

—Mamá, estaba grabando.

—Oh, lo siento —susurró mamá.

—Bueno, ya da igual.

—He oído que hay un enorme tobogán en este camping —dijo papá, como si fuera lo más emocionante que unas chicas de diecisiete y quince años pudieran oír—. Supergigante para superniños.

Se rio de su propia broma, y no pude evitar reírme también.

Lauren me miró con cara de «¿En serio?» y luego dijo:

—Pero también hay agua de verdad, ¿no?

—¿Agua de verdad? —preguntó mamá.

—¿Un lago o algo así?

—Sí, hay un lago y una piscina —respondió papá mientras tomaba una curva demasiado rápido que me empujó contra la puerta.

—No sé por qué no podemos ir al camping resort al que fuimos hace un par de años —se quejó Lauren—. Estaba más cerca y en las carreteras no hacía tanto viento.

—Porque este año es nuestra aventura épica —dijo papá—. El próximo verano Avery estará tan ocupada preparándose para la universidad que boicoteará las vacaciones familiares.

—Cierto —dije, y sonreí cuando mi madre se giró para asegurarse de que no debía ofenderse. Al ver mi cara, me dio una pequeña palmada en la pierna.

Mis padres tenían los veranos libres. Mi madre era profesora en la UCLA y mi padre enseñaba en sexto curso y era entrenador de baloncesto en secundaria. Así que la mayoría de los veranos, desde que tengo uso de razón, nos íbamos de «aventura». A veces era una cabaña en el lago o un Kampgrounds of America cerca de la playa. Y, casi siempre, sí que era una aventura. A veces incluso buena.

El teléfono vibró contra mi muslo en el asiento de al lado, y enseguida me tensé. No quería mirar. No quería leer más excusas. Intentaba empezar mi verano perfecto. Volvió a vibrar. Tomé aire y miré la pantalla. Como esperaba, era de mi mejor amiga, Shay:

Lo siento. No puedo pasar todo el verano sabiendo que estás enfadada conmigo. Fue un accidente.

No estaba segura de cómo alguien besa accidentalmente al exnovio de su mejor amiga. ¡Trent y yo solo habíamos roto un par de semanas antes! Incluso había pensado que podríamos arreglarlo. Ahora me preguntaba si Shay era, para empezar, la verdadera razón por la que habíamos roto. Era evidente que se gustaban. Me sentí estúpida por haber pensado que Trent y yo solo habíamos pasado por un mal momento y que lo solucionaríamos.

Apareció otro mensaje:

Fue un gran error. ¡Estábamos hablando de que te irías todo el verano y de lo mucho que te echaríamos de menos! Por favor, perdóname.

Dejé el teléfono, pantalla hacia abajo, en el asiento, como si los mensajes fueran a desaparecer por no verlos.

—¡Hola a todos! —dijo Lauren de nuevo a su cámara—. Es hora de nuestro viaje de verano a un bosque tupido. Árboles, lagos y emoción. Espero que estéis preparados para acompañarme. Saluda, Avery.

Estaba grabándome de nuevo. Podía sentir el escozor de mis ojos por los mensajes. Apreté los dientes y me obligué a controlar las lágrimas. Al final, miré a Lauren e inflé las mejillas como un pez globo, una criatura con un mecanismo de defensa que admiraba.

Ella bajó el teléfono y arqueó las cejas.

—¿Puedo publicar esto?

Sinceramente, no me importaba lo que sus cincuenta seguidores pensaran de mí. Bueno, en realidad sí que me importaba… y me odiaba por ello. Pero ella me miraba de esa forma suplicante de nuevo.

—Puedes publicarlo —suspiré.

—¡Gracias! —Sus ojos volvieron a su teléfono para ver el clip.

Volví a pensar en los mensajes que seguían en mi móvil.

Shay había sido mi mejor amiga desde el verano anterior a tercero de primaria, cuando se había autoproclamado tal a través de una valla. Se había mudado a la casa que estaba detrás de la nuestra y nos conocimos un día en que su pelota voló por encima de la valla y me dio directamente en la cabeza. Le devolví la pelota, y después de eso hablamos todos los días a través de una rendija durante semanas antes de convencer a nuestros padres de que nos dejaran pasar tiempo juntas. Y así fue como me sentí cuando me contó lo que había pasado con Trent: como si me hubiera dado un pelotazo en la cabeza de nuevo, sorprendida y humillada, pero sin el final feliz.

Mi padre tomó otra curva demasiado rápido.

—Uf —dijo Lauren, agarrándose el estómago—. Voy a vomitar.

Me acerqué más a la ventana. Lo último que necesitaba era un regazo lleno de vómito.

Mamá golpeó a papá en el brazo.

—Más despacio. —Luego se giró en su asiento—. ¿Necesitas una bolsa de plástico?

—¿No has tomado Dramamine? —pregunté.

—Sí, Avery, he tomado Dramamine. Pero obviamente no me está haciendo efecto.

—Solo era una pregunta —dije.

—No era una simple pregunta. Intentabas decir que había hecho algo mal.

Mi hermana y yo no éramos precisamente las mejores amigas, así que ella no tenía ni idea de mi semana de mierda o de los mensajes sin contestar que aguardaban en mi teléfono. Nadie lo sabía.

—Lo siento. No quería decir eso.

Capté la mirada de mi padre en el espejo retrovisor.

—Fuego y hielo —murmuró.

Durante los últimos dos años, papá nos llamaba a mi hermana y a mí «fuego y hielo». Éramos opuestas en casi todos los sentidos. Lauren era dramática y exagerada; yo era tranquila y me dejaba llevar. El aspecto de Lauren suplicaba que se le prestara atención. Era alta y fuerte, tenía un pelo rubio brillante y grandes ojos azules. Siempre parecía feliz, incluso cuando se comportaba como una gruñona. Yo, en cambio, era una de esas personas que tenía muchas mezclas. Tenía el pelo castaño y una constitución normal. Mi sonrisa era agradable, pero nada que atrajera las miradas. Me gustaban mis ojos. Eran de color avellana y podía decir mucho con ellos. Aunque éramos polos opuestos, no me gustaba el apodo (¿a quién le gustaría que la compararan con el hielo?). Pero quería a mi padre y sabía que le parecía bonito y divertido, así que hice lo que haría cualquier persona tranquila: ignorarlo.

—¡Para! ¡Para! —gritó Lauren mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad.

Mamá buscó algo junto a sus pies y papá giró el coche hacia la derecha y se detuvo en el arcén de tierra. Mamá sostuvo una bolsa de plástico en el aire justo cuando mi hermana abrió la puerta de golpe, salió y vomitó por todo el arcén con fuertes arcadas. Dramática con todo lo que hacía, incluso vomitando. Gimió, con las manos apoyadas en las rodillas mientras esperaba otra ronda.

Mamá se volvió hacia papá.

—No sé por qué tienes tanta prisa.

—Solo estoy conduciendo.

—Sabes que se marea cuando tomas las curvas así.

Bajé la mirada al teléfono, todavía sin saber cómo responder.

¡Genial!, tecleé.

Ahora podemos intercambiar impresiones y comprarle más cacao para los labios.

Borré el mensaje de inmediato. No era el momento de hacer un chiste malo.

No pasa nada, escribí esta vez.

Está todo bien.

Mi dedo se cernía sobre el botón de enviar. No me sentía «bien». Me sentía traicionada, enfadada, confundida y sola. Me sentía como si hubiera perdido a mi mejor amiga y a mi novio en la misma semana. Quería pasar de ella un tiempo. Pero odiaba sentirme así. No quería perderla. Cuanto antes la perdonara, antes podríamos superar esto.

El sonido apagado de la voz de mi hermana llamó mi atención. Con la espalda pegada a la ventana, grabó otro vídeo. No la oía, pero probablemente decía algo sobre vomitar. No entendía nada de sus vídeos.

Cerré los ojos y apreté el botón de enviar.

—¿Te encuentras bien? —preguntó mamá—. No estarás mal tú también, ¿no? Estás un poco pálida.

—¿Qué?

Mamá estudió mi cara.

—No, estoy bien. —¿Era esa mi palabra favorita del día?

La puerta se abrió de golpe y el teléfono de Lauren apareció primero.

—No hay cobertura —dijo mientras entraba en el coche.

—Eh —respondió mamá, que le entregó una botella de agua a Lauren—. Bueno, estamos en las montañas boscosas.

—Pero habrá cobertura en el camping, ¿verdad? —preguntó ella mientras cerraba la puerta y abrochaba el cinturón de seguridad.

—Un verano sin cobertura no sería el fin del mundo —dijo papá.

—¿Qué? —jadeó Lauren—. ¿Qué quieres decir? ¿Qué significa eso? —Cada pregunta sonaba más fuerte.

—Lo decía en la página web que os envié a las dos hace meses —dijo mamá—. Nada de wifi. Una oportunidad para desconectarse del mundo.

—¿De verdad crees que leímos eso? —respondió Lauren.

Mamá se encogió de hombros.

—A lo mejor así lo hacéis la próxima vez.

Cuando por fin entendí las palabras de mi hermana, se me encogió el pecho y mis ojos se deslizaron hacia el teléfono. Efectivamente, había un triángulo rojo al lado de mi mensaje. No se había enviado. Tal vez debería haberme alegrado de que la falta de cobertura cumpliera mi fugaz deseo de no dirigirle la palabra a Shay, pero, en cambio, me sentí peor.

—¡Tengo un canal que mantener! —se quejó Lauren—. ¡Mis seguidores cuentan conmigo! ¡Prometí un verano de actualizaciones! Esto es muy injusto. Tienes que avisarnos de estas cosas.

—Quizá esto sea lo mejor para las dos —dijo mamá, intercambiando una mirada con papá.

Deslicé los AirPods a medio cargar en los oídos y encendí la única lista de reproducción descargada: «Los emos también necesitan amor». La mayor parte de mi catálogo de canciones estaba almacenado en línea. Adiós a mi verano perfecto.

Capítulo 2

A pesar de que aparentemente el camping resort Bear Meadow era del siglo pasado, era bastante bonito. Enclavada entre los pinos había una enorme cabaña de varias plantas, un cálido faro de luz amarilla en la oscuridad. Detrás de ella, el cielo era un confeti de estrellas blancas. Podría acostumbrarme a un verano con estas vistas.

Papá estacionó en una plaza de aparcamiento frente a la cabaña.

—Ya hemos llegado. Coged vuestras cosas y vayamos a la recepción para que nos den la llave.

Mi hermana, por una vez, se quedó sin palabras mientras miraba por la ventana el edificio que teníamos delante. No duró mucho.

—Un lugar como este tiene que tener wifi… ¿no? —me preguntó en voz baja.

—O al menos un buzón de sugerencias —dije.

—¿Qué?

Fingí escribir en una nota:

—Por favor, pongan wifi. Gracias.

Suspiró y salió del coche.

Empujé la puerta y también salí para situarme junto a mis padres. El aire tenía el olor fuerte y penetrante de las agujas de pino, y un frío intenso me llevó a preguntarme si debería buscar una sudadera con capucha en la maleta.

—Qué frío —dijo Lauren desde el otro lado del coche—. ¿Hará este tiempo todo el verano?

—Justo después de que se ponga el sol —dijo papá—. ¿No os parece que todo esto es muy emocionante, chicas? —Me rodeó los hombros con el brazo.

—¡Piensa en el potencial! —dijo Lauren con voz profunda, citando lo que papá siempre decía al comienzo de cada viaje de verano. A veces me preguntaba si mi padre estaba más emocionado por lo que un viaje podría ser que por lo que de verdad terminaba siendo.

—Exacto —respondió—. Nuestro último verano juntos antes de que todo cambie.

—¿Vas a tener una nueva familia? —pregunté bromeando antes de que mi padre se pusiera demasiado serio. Todavía me quedaba un año entero de instituto antes de ir a la universidad. Además, si todo iba como estaba previsto, iría a la UCLA y probablemente viviría en casa. ¿Exactamente cuánto creía él que todo cambiaría? Tenía el presentimiento de que nada lo haría y no estaba segura de si debía sentirme aliviada o decepcionada por ello.

—Tal vez pueda cambiaros aquí por modelos más jóvenes. —Abrió el maletero.

Mamá le lanzó una mirada mientras apretaba la almohada contra su pecho.

—No me refería a ti —dijo—. Me refería a las niñas porque están creciendo y nos dejan.

—Sí, sí, buen intento —dijo mamá.

Descargamos el coche y subimos a duras penas por el camino pavimentado hasta las altas puertas de madera de la cabaña. Mi mochila estaba llena de deberes de verano para mis clases de otoño y la maleta estaba al máximo de su capacidad porque dos meses de viaje requerían mucha ropa. Papá abrió la puerta y todos entramos al interior.

El vestíbulo era tan bonito como el exterior. Un gran roble brotaba en el centro de la sala circular, y sus ramas se extendían hacia el tragaluz de arriba. Todo lo demás era de madera: los suelos, los escritorios, incluso el techo, casi como si hubiéramos entrado en un árbol.

La música llegaba desde un pasillo en el extremo opuesto de la sala.

Lauren se hundió en el banco que rodeaba el árbol mientras mi padre se dirigía al mostrador de registro, donde una chica que no parecía mucho mayor que yo estaba sentada y lista para ayudar. Una gran letra D adornaba su polo verde. ¿Sería su nombre o su inicial?

—¡Hola! Bienvenidos a Bear Meadow —dijo con una voz demasiado amable—. Apellido, por favor.

Dejé que la pesada mochila se deslizara por mi hombro y cayera al suelo junto a Lauren y abandoné la maleta allí también.

—Young —dijo papá.

—Bienvenidos, Young. —D tecleó algo en su ordenador y luego abrió un tríptico frente a mis padres—. Estamos aquí, en la cabaña principal. Aquí es donde está la marcha. Proyectamos películas los viernes por la noche. —Señaló la sala de la que procedía la música—. Y hay bingo los miércoles.

—Creo que el bingo podría interesarme —dijo papá.

D esbozó una amplia sonrisa.

—También tenemos clases de baile y manualidades. Básicamente, todos los días hay alguna actividad en este edificio.

—¡Eso es genial! —dijo mamá mientras movía las cejas hacia nosotras. Lauren puso los ojos en blanco.

—En la zona de césped que hay detrás de la cabaña se practican deportes: bádminton, voleibol y demás; y luego tenemos las pistas de tenis y la piscina.

—Hemos oído que tenéis un tobogán supergrande —dije, y mi padre me dedicó una sonrisa de complicidad.

—Así es. El más grande de California —respondió D con entusiasmo. Señaló el mapa de nuevo—. El comedor está en medio de las cabañas, ahí es donde comeréis.

—¿Todas las comidas? —preguntó Lauren.

D miró el ordenador.

—Vuestro paquete incluye dos comidas al día. Tenemos una pequeña tienda donde hay leche y cereales y demás para esa tercera comida.

Mientras D mostraba a mis padres el camino que llevaba a nuestra cabaña, las puertas se abrieron y entró una familia de cinco miembros. Dos de los niños empezaron inmediatamente a perseguirse alrededor del árbol, que en ese momento también nos incluía a Lauren y a mí, mientras gritaban sobre una cacería de Pie Grande. La mujer fue directamente a la máquina de café y se sirvió una taza.

—¡Chicos, dejad de correr! —gritó el hombre en tono brusco, y luego se puso en fila detrás de mis padres.

Lauren abrió el bolsillo delantero de su mochila y rebuscó.

—¿Noches de cine, manualidades y toboganes? —dijo a un volumen que solo yo pudiera oír—. ¿Es un campamento para niños pequeños? —Miró fijamente a los niños que, de hecho, no habían dejado de correr—. Presiento que no hay chicos de nuestra edad.

Este pensamiento no me decepcionó en lo más mínimo. Hacía exactamente tres días que había renunciado a los chicos. El «drama de chicos» en el que estaba metida me había dejado un mal sabor de boca. Un sabor que me preocupaba que perdurase todo el verano ahora que no tenía contacto con el mundo exterior.

Lauren sacó un largo cable de su bolso con un suspiro de alivio.

—Oh, Dios. Pensaba que me había olvidado esto.

—Menos mal que puedes mantener cargada tu carísima linterna.

—No he perdido la esperanza de tener wifi. E incluso si no hay, puedo grabar y hacer un vídeo recopilatorio al final del verano. Ya se me ocurrirá algo —dijo, como si todavía estuviera convenciéndose a sí misma.

Me pregunté si se me ocurriría algo, una manera de hablar con Shay para quitarme este mal sabor de boca y este peso de encima.

La música del pasillo volvió a llamar mi atención y me moví para ver de dónde venía. Solo había dado unos pocos pasos antes de que uno de los niños que corría alrededor del árbol y la mujer con su taza llena de café chocaran y la taza saliera volando. Observé cómo caía a cámara lenta. Su contenido atravesó el espacio que nos separaba y luego empapó toda la parte delantera de mi camiseta blanca. La taza aterrizó y rebotó tres veces en el suelo antes de deslizarse sobre la oscura madera y detenerse con mis Converse grises. Al principio no sentí el calor del líquido, pero luego la sensación de ardor se extendió por mi vientre. Tomé aire y me aparté la camiseta de la piel.

—¡Oh, Dios mío! —dijo D en voz alta desde detrás de mí.

—¡Chicos! —volvió a decir el hombre.

La mujer, ahora con las manos vacías, me miró fijamente y luego a la taza junto a mi pie, como si, de alguna manera, fuera culpa mía.

—Lo siento —me oí decir.

Mi madre había encontrado por arte de magia un rollo de papel de cocina en algún lugar y empezó a limpiar el suelo. Mi padre estaba ayudando a Lauren a apartar nuestro equipaje del charco que se expandía en el suelo. No estaba segura de cómo había llegado el café al suelo, dado que parecía que me había caído una cafetera entera en la ropa.

—¿Estás bien, Avery? —preguntó papá.

Para entonces, D se encontraba a mi lado.

—El baño está por aquí. Sígueme.

Y, sin mediar palabra, la seguí. Atravesamos el vestíbulo hasta el pasillo de donde venía la música. Ahora se oía más fuerte —¿era una película, una radio?—, pero, cuando pasamos por las puertas de las que obviamente procedía, no pude ver el interior. D continuó hasta el final del pasillo.

Una vez a salvo dentro del baño, me quité la camiseta, la arrojé sobre la encimera y observé mi piel. Estaba roja, pero no quemada. D agarró papel del montón de la encimera, lo mojó con agua fría y me lo dio. Presioné el papel húmedo contra mi vientre.

—¿Debería llamar a la enfermera? —preguntó.

—¿Qué? No. —Ya me sentía lo suficientemente ridícula—. Estoy bien.

—¿Estás segura?

—Me doy duchas muy calientes. Parece que mi piel se ha acostumbrado a situaciones como esta.

No se rio, tan solo recogió mi camiseta.

—Me encargaré de que laven esto y lo lleven a tu cabaña. —Salió del baño y la puerta se cerró.

Respiré hondo y aparté muy despacio el papel del estómago para echarle otro vistazo. El enrojecimiento ya estaba disminuyendo. Tiré el papel al cubo de la basura con adornos dorados y miré hacia la puerta.

Tal vez debería haberme dado cuenta antes de que estaba allí en sujetador, con la camiseta en posesión de una empleada ansiosa por complacer (o, probablemente, por no querer que los demande), y que estaba atrapada. Solté un pequeño gemido y giré en círculos. El cuarto de baño era bonito: tenía cabinas individuales con puertas completas, las encimeras eran de granito brillante y los apliques, de latón pulido. Incluso las paredes estaban decoradas. Pero no tenía lo único que necesitaba: una pila de camisetas extra tiradas por ahí.

Mientras reflexionaba acerca de cómo fabricar una con toallas de papel, la puerta se abrió de nuevo y D reapareció.

Respiré de alivio.

—¿Podrías pedirle a mis…?

Antes siquiera de terminar la frase, me tendió una camiseta azul.

—Aquí tienes.

—O podrías traerme exactamente lo que necesito.

Ella sonrió.

—¿Necesitas algo más?

—¿Café?

Dudó por un momento.

—Era una broma.

—Oh… —Soltó la peor risa de cortesía de la historia y se fue.

Desdoblé la camiseta y la levanté. En la espalda tenía el logotipo del camping resort Bear Meadow —un simpático oso frente a tres pinos— y en la parte delantera, la palabra «personal».

—Gracias a Dios por los empleados que no quieren que los demande —murmuré, y me la pasé por la cabeza.

Me apoyé un momento en la encimera y me miré en el espejo que había sobre el lavabo. Mi pelo castaño colgaba lacio sobre los hombros y mis ojos color avellana se veían cansados. ¿Era demasiado tarde para volver a casa?

Dejé escapar un gran suspiro. Sabía que mi casa no era una opción; aun así, una cama representaba una muy buena segunda opción, una que solo existía fuera de este baño. Me pasé los dedos por el pelo, me limpié un poco el rímel de debajo de los ojos y salí.

Esta vez, al pasar por las puertas donde antes había oído la música, me detuve y miré dentro.

La sala era un pequeño teatro con butacas frente al escenario. En ese momento, los asientos estaban oscuros y vacíos. Pero el escenario estaba iluminado y tres personas, rodeadas de instrumentos, hablaban entre ellas. Me pregunté qué eventos requerían un grupo en directo. ¿La noche del bingo?

—¿Te has perdido? —dijo una voz que me sobresaltó.

A mi derecha, detrás de la última fila de sillas de terciopelo rojo, había un chico en cuclillas junto a una funda de guitarra que estaba cerrando. Tenía el pelo largo y ondulado y unos ojos de un azul intenso que parecían ver a través de mí.

Casi di un paso atrás.

—Me has asustado.

Se puso en pie y, aunque era de estatura media, había algo en su postura o en su mirada segura o en cómo inclinaba la cabeza que dominaba el espacio.

—¿Eres nueva? —Su pregunta no sonó grosera, pero tampoco amistosa.

—Sí, acabo de llegar. —Un estruendo de platillos resonó en el teatro y vi al batería, un chico grande polinesio, de pie.

—¡Perdón! —gritó, y luego hizo un redoble con la batería y se rio.

—¿Estás…? ¿Esto es… un grupo? —pregunté al chico que estaba más cerca de mí.

Sus cejas se alzaron.

—Quiero decir, obviamente lo es, pero ¿por qué?

Una media sonrisa se dibujó finalmente en su rostro, iluminando sus ojos, y aquello lo hizo parecer más accesible. Si una media sonrisa hacía todo eso, me pregunté de qué era capaz una sonrisa completa.

—Sobre todo por, ya sabes…, la música —dijo.

Puse los ojos en blanco, pero también sonreí.

—¿La música? Qué poco original. Yo lo haría por las groupies… o por las drogas.

—Hace años que sé que soy un completo vendido —replicó.

Mi sonrisa se ensanchó. No pude evitarlo. Era la primera persona que hoy parecía entender mis chistes malos.

—Entonces, ¿dónde puede oírse esta música?

—Tocamos en la cena.

—¿Música en directo para la cena? Qué elegante.

—Lo mejor para nuestros huéspedes «con derechos».

Parpadeé sin estar segura de si su intención era lanzarme una indirecta o no. No, solo habíamos bromeado. Era una broma.

—Bueno, si la música no es un derecho humano, debería serlo.

—Estoy de acuerdo. —Levantó la funda de su guitarra.

—¡Brooks! ¿Vienes? —gritó otro compañero del grupo. Los tres se dirigían hacia la cortina negra del fondo del escenario.

Brooks levantó la mano hacia ellos, con los ojos todavía fijos en mí.

—¡Sí!

Su mano cayó a su costado.

—¿Y tú quién eres? —preguntó, dando a entender que el hecho de que lo llamaran por su nombre había contado como presentación.

Yo estaba más o menos de acuerdo.

—Avery.

—Avery. Tenemos ensayo casi todas las noches después de la cena. La próxima vez, ven un poco antes y dime qué te parece. —Y entonces la sonrisa completa que había estado esperando se apoderó de su cara. Y tenía razón, era mágica.

Hice un pequeño gesto con la cabeza.

Caminó varios pasos por delante de mí, por el pasillo, y luego se giró.

—¿Janelle te ha enseñado el lugar?

—Eh… no. —Señalé con el pulgar por encima del hombro—. D.

—Bien, entonces, bienvenida a Bear Meadow, donde tu sueldo será escaso y tu paciencia, casi inexistente.

—¿Qué? —dije confusa. Luego, con la misma rapidez, recordé lo que llevaba puesto: la camiseta del personal. Pensaba que yo trabajaba aquí.

Abrí la boca para corregirlo, pero, en su lugar, dije:

—Gracias.

¿Por qué había dicho eso? Dos razones me vinieron a la mente al instante: una, odiaba hacer que la gente se sintiera estúpida, y dos, él seguía con esa sonrisa mágica.

Trotó hacia el escenario y se situó junto a los otros chicos. Tiré de la parte inferior de la camiseta. Estúpida camiseta.

—Aquí estás —dijo Lauren desde detrás de mí—. Todo el mundo te está esperando. ¿Qué hacías? —Miró por encima de mi hombro, hacia el teatro, que ahora estaba completamente vacío.

—Nada. Ya voy.

De vuelta al vestíbulo, la madre que había derramado el café y su familia estaban en el mostrador escuchando a D, que los informaba acerca de todas las comodidades del camping. Mis padres me esperaban en la entrada con nuestro equipaje.

—¿Todo bien? —preguntó papá cuando reaparecí.

—Todo bien —dije.

—Deberías ir a cantarle las cuarenta a esa señora —dijo Lauren, entornando los ojos hacia el mostrador.

Negué con la cabeza.

—Creo que me he interpuesto en el camino del niño o algo así.

Era lo único que se me ocurría: que el niño había intentado evitarme. De lo contrario, la mujer no habría actuado como si fuera culpa mía, ¿verdad?

—Pero a lo mejor busco ese buzón de sugerencias. —Fingí escribir en un papel—. Más wifi, menos líquidos calientes.

Lauren dejó escapar un gran suspiro de impaciencia.

Papá me guiñó un ojo.

—Fuego y hielo.

—Claro —dije. «Déjalo pasar, Avery. Todo saldrá bien». 

Mamá me tendió varias llaves magnéticas.

—Veamos la que será nuestra casa durante los próximos meses.

Capítulo 3

—¡Que tengas un día maravilloso! —dijo la chica mientras utilizaba unas pinzas para servirme un panecillo integral en el plato. Era la hora de la cena y estábamos en el gran comedor, cenando en un bufé con aspecto de cafetería escolar. A diferencia de la gran cabaña y de nuestra cabaña familiar, que parecían recién construidas, el comedor era probablemente una reliquia del pasado del camping: falso techo, iluminación con fluorescentes y puertas con adornos de roble. Pero habían hecho un buen trabajo ocultando todo eso con mesas y sillas bonitas, y con grandes cuadros del lago y los bosques circundantes.

Después de instalarnos en nuestra cabaña la noche anterior, nos habíamos levantado esta mañana y habíamos pasado el día explorando el camping: la tienda, las pistas deportivas, el lago, la cabaña central… Mi padre nos había indicado todas las actividades que podíamos probar durante el verano. Y, aunque lo único que al final hicimos ese día fue jugar un partido de bádminton en familia, mi intención era pasar el resto de la noche leyendo en la cabaña.

—¿Lo puedes repetir para mi vídeo? —dijo Lauren al tiempo que levantaba su teléfono como si fuera una exigencia.

—¿Perdona? —preguntó la chica. La etiqueta con su nombre indicaba: «Tia».

—Lo de «que tengas un día maravilloso». Mientras me pones un panecillo en el plato. —Levantó su plato para que saliera en el vídeo.

—Lauren, no todo el mundo quiere ser un extra en tu película. —Me solidaricé con la mirada de impotencia de Tia.

Lauren hizo un gesto con la mano en mi dirección.

—No es una película. Tengo un canal. En realidad, son fragmentos de mi vida. Esto será parte de un montaje para el fin del verano. ¿Por favor?

—¡Claro! —dijo Tia con una sonrisa deslumbrante.

Supongo que no necesitaba mi ayuda. De todos modos, no es que nadie fuera a verlo. ¿Quién se interesaría por nuestra aburrida vida? Me dirigí al siguiente puesto, llené un plato con lechuga y tomates y luego lo empapé de salsa ranchera. Varias familias estaban sentadas en el comedor, cada una en su propia mesa circular. Mis padres me hicieron señas para que fuera a donde ya estaban comiendo.

Me senté en la silla que había frente a mi madre. El teléfono que tenía en el bolsillo se me clavó en la cadera, así que lo saqué y lo puse en la mesa junto a mi plato.

—Es mi música —dije cuando mamá miró el móvil como si no tuviera sentido llevarlo encima—. No voy a ponerla ahora, por supuesto. —Me gustaba escuchar música cuando caminaba por ahí. Era como tener una banda sonora para mi vida.

—De todas formas, no lo necesitas. Tienen música en directo durante la cena. —Giró la cabeza.

Mi corazón pareció detenerse. ¿Cómo había podido olvidarlo? Brooks y su grupo tocaban en la cena. Me hundí un poco más en la silla mientras pensaba una y otra vez en mi mentira de la noche anterior.

Justo cuando me di cuenta de que no oía la música, mamá se dio la vuelta y dijo:

—Deben de estar descansando o algo así. Estaban tocando cuando papá y yo hemos llegado.

En la esquina de la cafetería había un escenario improvisado con los instrumentos abandonados. Mi madre me bloqueaba la mayor parte de la vista.

—Hace un rato han anunciado un descanso de diez minutos —dijo papá.

Diez minutos. Podía comer en menos de diez minutos. Porque evitar a Brooks parecía la manera más madura de resolver este problema que yo misma había creado. Suspiré. ¿Igual que evitar a Shay antes de irnos? No, ya aclararía las cosas, pero ahora, en medio del comedor, no. Sobre todo, porque mi explicación sonaría a algo así como: «Bueno, estabas sonriendo, así que, ya ves, no pude aclarar lo de que no trabajo aquí».

—He añadido otra cosa a mi lista de cumpleaños —dijo Lauren mientras dejaba su plato en la mesa y se sentaba en el asiento de al lado—. Un estabilizador portátil para el móvil. Me ayudará con mis vídeos.

—Tu cumpleaños no es hasta dentro de cinco meses —dijo papá.

—Lo sé. Os estoy dando un montón de tiempo.

Sabía que mis padres, en especial mi padre, pensaban que su afición era solo eso, un pasatiempo. Pero la mayoría de las veces se callaban al respecto mientras redirigían su atención a otras cosas.

Mamá señaló un programa plastificado que estaba en el centro de la mesa.

—Si alguna de las dos está interesada, esta noche hay una charla motivacional en el anfiteatro inferior —dijo, en un ejemplo perfecto de redirección.

—¿Qué nos van a motivar a hacer? —pregunté.

Lauren abrió los brazos de par en par.

—Vivir una vida productiva sin internet.

—¿Tejer calcetines y hornear bizcochos de plátano? —pregunté con una sonrisa de suficiencia.

Mamá puso los ojos en blanco.

—¿En serio? ¿Así creéis que era la vida antes de internet?

—Seguro que también hacíais mapas de estrellas y escribíais poesía —dije.

Papá levantó el tenedor.

—De hecho, yo tuve una clase de astronomía un semestre en la universidad. —Volteó el programa para mirarlo—. No me sorprendería que ofrecieran observar las estrellas aquí… ¡Ajá! —Clavó su tenedor en el medio de la página y sus ojos se iluminaron—. Todos tus deseos cumplidos.

Sonreí al tiempo que miraba entre el tenedor de papá y su expresión bobalicona. Las estrellas de la noche anterior habían sido bastante asombrosas. Sería divertido aprender algo más que las constelaciones básicas.

Me metí un par de bocados de ensalada en la boca y me levanté.

—¿Ya has terminado? —preguntó papá.

Tragué.

—Sí, el bádminton de antes me ha dejado sin fuerzas. —Agarré el teléfono de la mesa.

Lauren se burló de la excusa poco convincente. Sonó el micrófono y me dejé caer de nuevo en el asiento lo más rápido posible. Eso no habían sido diez minutos. Ni siquiera cinco.

—No tienes que quedarte —dijo papá como si yo hubiera cambiado de opinión por su pregunta.

—No pasa nada, me iré cuando vosotros lo hagáis.

Lauren entrecerró los ojos y me miró con desconfianza, pero siguió comiendo.

La voz de Brooks sonó por el micrófono:

—Hemos vuelto, y os recordamos que aceptamos cualquier petición. Encontraréis la lista de canciones en la parte posterior del programa de cada mesa. —¿Era el cantante?

—Hola —dijo Lauren, con los ojos pegados al escenario, que, a diferencia de mí, obviamente podía ver con claridad. Me agaché un poco más y alcancé el programa al mismo tiempo que Lauren. Dejé que ella lo consultara primero.

—Hola, ¿qué? —preguntó mamá.

Lauren echó un vistazo rápido a la lista de canciones y me la pasó.

—Hola, grupo mono en medio del bosque. Me apunto. Avery, echa un vistazo. Vamos a pedir algo.

Ojeé la lista, que principalmente contenía canciones antiguas: los Beach Boys, Elvis, los Beatles, etcétera. Ninguna de ellas tenía el aire de música punk que había oído la noche anterior de pasada. Eché un vistazo detrás de mamá y vi cómo alguien que no era Brooks empezaba a cantar una canción de Billy Joel. Tenía una voz bonita, suave y con la cantidad justa de aspereza. Papá, que ahora también miraba al grupo, dijo:

—Son demasiado mayores para que te juntes con ellos.

—¿Cómo sabes cuántos años tienen? —preguntó Lauren.

No estaba segura de la edad de los demás, pero Brooks no parecía tan mayor. Más o menos de mi edad. Sin embargo, Lauren tenía quince años, así que entendía que mi padre dijera eso.

—Además —dijo mamá—, ellos trabajan aquí. Esto no es un camping de citas. Hay un montón de huéspedes con los que puedes enrollarte durante el verano.

Lauren casi escupió el agua que tenía en la boca por toda la mesa.

Sacudí la cabeza y susurré:

—Mamá, «enrollarse» significa «acostarse con alguien».

Ahora fue el turno de mamá de sorprenderse.

—¡Eso no es lo que quería decir!

—¿Cuándo ha cambiado el significado de eso? —preguntó papá.

Lauren se rio y luego miró con nostalgia su teléfono.

—Ojalá hubiera grabado la conversación.

—¿Alguna canción buena? —preguntó papá, señalando con la cabeza la lista que sostenía entre mis manos.

Se la pasé y luego deseé no haberlo hecho cuando mamá acercó su silla a la de papá y me dejó completamente expuesta. Me quedé quieta, pues sabía que el movimiento solo llamaría la atención. Ninguno de los miembros del grupo me miraba. El cantante, un chico blanco y enjuto con el pelo castaño alborotado, sostenía el soporte del micrófono con ambas manos mientras cantaba. Su cuerpo apenas se movía. Daba la impresión de que el musculoso chico polinesio de la batería habría preferido estar en cualquier otro lugar. El rubio teñido del bajo no apartaba la vista de la pared, donde, siguiendo su mirada, vi un reloj. Y la imponente presencia de Brooks que había notado la noche anterior era solo la mitad de poderosa. Parecía como si quisiera mezclarse con la pintura de la pared mientras estaba allí rasguñando su guitarra sin energía.

Me sorprendió, pero luego observé que el comedor estaba lleno de conversaciones, con el ruido de platos y risas, y que nadie prestaba mucha atención al grupo. Sería un público difícil para el que actuar. Como si hubiera percibido mi mirada, los ojos de Brooks se toparon con los míos.

«Mierda».

Esbocé una sonrisita y le dediqué un pequeño saludo. Cuando se fijó en la mesa y en mi familia, bajó las cejas. Quizá no me había reconocido. O tal vez trataba de ubicar mi nombre con la historia que conocía. No me devolvió la sonrisa, se limitó a mirar hacia otro lado.

Durante la siguiente media hora, mientras mis padres y Lauren mantenían una charla de la que yo fingía formar parte, aunque no la seguía en absoluto, intenté llamar su atención. Quería decirle «lo siento» o algo así. Pero no volvió a mirarme.

¿Estaba enfadado? ¿Por qué iba a estarlo? Ni siquiera nos conocíamos. No había sido más que un malentendido. Lo aclararía. La noche anterior, me había pillado con la guardia baja. Eso era todo lo que diría y, entonces, se arreglaría.

Así que cuando mis padres anunciaron que habían terminado y se levantaron para marcharse, con Lauren que también se puso de pie, dije:

—Voy a ver la zona de los postres.

—Vale, nos vemos en la cabaña —dijo papá.

Lauren señaló el escenario y le comentó algo a mi madre mientras se alejaban. Mi madre se limitó a negar con la cabeza.

Escuché tres canciones más de ritmo lento y tranquilas antes de que Brooks se inclinara hacia el micrófono y dijera:

—Esto ha sido todo. Gracias por ser tan buen público. Hasta mañana.

Aplaudí, pero nadie más lo hizo, por lo que dejé que mis manos volvieran a caer sobre la mesa. Luego vi cómo Brooks y los chicos recogían sus instrumentos y salían por una puerta situada en un lateral del escenario. Me puse en pie, miré por encima del hombro y los seguí. Los alcancé en la parte trasera del edificio, donde estaban cargando la batería y las guitarras en un remolque plano unido a un carrito de golf. Me detuve junto a la puerta trasera.

—Deberíamos poner un bote de propinas en el borde del escenario —dijo el batería—. Para complementar nuestros ingresos, ¿qué os parece? No me digáis que no es la mejor idea que habéis oído. —Extendió un bote imaginario—. Aceptamos billetes de cien, gente. O de cincuenta. Esos también nos valen. —Al decir eso, se rio a carcajadas.

El bajista se dio una palmada en el cuello, lo que me hizo consciente de los insectos, que danzaban en los últimos rayos de luz de la puesta de sol.

Brooks sacudió la cabeza.

—Ni siquiera nos aplauden, Kai. ¿Acaso crees que soltarían pasta?

—Vamos, ten algo de imaginación.

Brooks sacó una baqueta del bolsillo delantero de la camisa de Kai y fingió apuñalarlo en el estómago.

—¡Uf! —Kai se agarró el estómago y se tambaleó hacia delante—. Ian, Levi, salvadme. —Se acercó a los dos chicos que estaban allí, tan poco impresionados por esta actuación como por la del escenario.

—¿Cuántas piezas de la batería quedan dentro? —preguntó Brooks.