Te enamorarás de mí - Marion Lennox - E-Book

Te enamorarás de mí E-Book

MARION LENNOX

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Beschreibung

¿El padre y el marido perfecto? ¿Qué podía ofrecer Bay Beach, un pequeño pueblo australiano, a un abogado ambicioso de ciudad como Nick Daniels? Bueno, en primer lugar, Shanni MacDonald, una hermosa mujer por la que se sintió muy atraído a primera vista. En segundo lugar, el pequeño y vulnerable Harry, un niño de tres años, que vivía en una casa de acogida y estaba deseando recibir cariño. Nick desconfiaba del compromiso y del amor, pero Harry y Shanni habían decidido que él era el hombre que necesitaban. Lo único que tenían que hacer era convencerlo.

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Seitenzahl: 201

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2000 Marion Lennox

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Te enamorarás de mí, n.º 2576 - agosto 2015

Título original: A Child in Need

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicado en español en 2001

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-6826-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

MI MUJER ideal…

–Sí, Nick. Seguro que si te plantearas casarte, tendrías un modelo de mujer ideal en esa cabeza tuya tan calculadora.

–¡Ja!

–Imagínate que tu carrera dependiera de ello que, de verdad, necesitaras una esposa ¿Quién sería?

Era viernes por la noche, y los compañeros de bufete de Nick lo tenían acorralado.

Nick fingió estar pensándoselo para seguirles la broma, porque no entraba en su cabeza que lo que le estaban planteando pudiera ir en serio.

–De acuerdo. Si tuviera que casarme, la mujer que elegiría sin duda sería independiente. Yo no necesito una esposa, así que ella no debería necesitar un marido.

Sus compañeros soltaron unas risitas burlonas e intensificaron el interrogatorio.

–Así que independiente. Ya nos lo imaginábamos. Muy bien, ¿Qué más?

Nick pensó que aquello era una estupidez, porque el matrimonio no entraba, en modo alguno, en sus planes, pero siguió adelante con la broma.

–Por supuesto tendría que ser alta y guapa.

–Ya, ya, cómo no –sus amigos pusieron los ojos en blanco–. Igual que una modelo de pasarela.

–Una esposa que pudiera exhibir con orgullo. Después de todo, es la única razón por la que necesitaría casarme.

–¿También inteligente?

–Desde luego. Con una buena carrera profesional. Abogado o médico. Que tuviera su propia vida.

–¿Rica?

–Sí. ¡No tengo la más mínima intención de mantener a ninguna mujer!

–Me parece que estás pidiendo demasiado.

–Esas son las cosas que le pido a la vida: dinero, posición social y viajes. ¿Es que hay algo más importante?

–¿Y qué hay de los hijos? –le preguntaron sus amigos con curiosidad.

–¿Estáis bromeando? ¡De eso, ni hablar!

–Nos lo imaginábamos. Bueno, entonces, alta, guapa, inteligente, independiente y rica –resumieron sus colegas–. Una mujer que no quiera ninguna atadura. Fría, como el hielo. ¿Alguien como tú?

–¿Yo soy frío? –preguntó Nick, aunque ya conocía la respuesta.

Nick Daniels sabía muy bien que era frío. Siempre se guardaba mucho de exteriorizar sus emociones, de implicarse con nadie. No había vuelto a hacerlo desde que pasara por aquello…

La conversación le parecía ridícula, porque no pensaba casarse nunca.

 

–¿Ya te ha pedido John que te cases con él?

Shanni McDonald se echó a reír y se encogió de hombros. Se había establecido una extraña amistad entre ella, directora de una guardería a sus veintisiete años, aunque aparentaba dieciséis, y Marg, su ayudante, ya en la cincuentena. A pesar de la diferencia de edad, ambas se compenetraban de maravilla en el trabajo pero, tal vez, era esa madurez la que hacía que Marg no se andara con rodeos a la hora de preguntar las cosas.

–Todavía no –respondió Shanni.

–Estoy segura de que lo hará, y tú aceptarás, porque debe de ser tu hombre ideal.

–Supongo que sí.

–¿No es lo que siempre habías deseado? –le preguntó Marg–. Vive aquí, y no tiene ninguna intención de marcharse. Le gustan los animales y los niños. Es un hombre hogareño, amante de la vida en el campo. Tiene espacio en sus establos para albergar a una docena de caballos y en su casa para media docena de niños. Vuestras familias se caen bien. Todo encaja. John te puede dar cuanto necesitas.

–Sí, supongo que sí –respondió, tratando de que no se le notara que no estaba tan segura de ello.

Pero Marg tenía la suficiente experiencia de la vida, como para darse cuenta de que pasaba algo.

–Entonces, ¿qué es lo que ocurre?

Shanni se encogió de hombros.

–Nada. Supongo… Cuando me pida que me case con él seré la mujer más feliz de este mundo. Después de todo, es mi media naranja. ¿Dónde iba a encontrar una pareja mejor que John?

Capítulo 1

 

EL HOMBRE que podría interferir con los planes de boda de Shanni, no estaba hablando de matrimonio, en aquel momento. Nick tenía otras cosas en la cabeza, más importantes para él que una esposa que no deseaba.

–No quiero ser magistrado en Hicksville. No deseo irme a ciento cincuenta kilómetros de este lugar… Entonces, ¿qué demonios hago aquí?

Nick Daniels se hacía estas preguntas, pero conocía muy bien las respuestas. Tenía una sola ambición: convertirse en juez de la Corte Suprema, y para ello, el primer paso era ejercer antes como juez en un pueblo durante dos años.

–Si quieres el trabajo fácil, tienes que hacer el duro primero –le había dicho el jefe del despacho de abogados para el que trabajaba–. Hay una plaza como magistrado en un pueblecito costero, a cuatro horas de Melbourne. No estás casado, ni tienes hijos, así que nada te ata aquí. Trabaja duro muchacho, y veremos lo que podemos hacer.

–¿Cuánto tiempo? –había preguntado Nick, desolado.

–Dos años.

–¡Dos años!

–Nunca se sabe –comentó Abe Barry, divertido, mientras miraba a su inteligente subordinado. Era consciente de que si no se libraba de él, lo antes posible, se arriesgaba a que le arrebatara el puesto de jefe del bufete, el día menos pensado–. A lo mejor disfrutas de la vida tranquila de pueblo, y decides quedarte allí toda la vida.

–¡Ni soñarlo!

–Ya sabes que para conseguir lo que deseas, solo hay un medio –le dijo su jefe con frialdad–. Vete al campo y demuéstranos de qué estás hecho.

–¡De qué estoy hecho…! –Nick, apretó el volante de su deportivo, hasta que los nudillos se le pusieron blancos–. ¡Magistrado en Bay Beach! ¡Es como una pesadilla!

Acostumbrado a llevar casos criminales importantes, a partir de aquel momento se imaginaba llevando infracciones de tráfico, multas por pesca ilegal, y poco más, en un pueblo que no tenía más de mil habitantes.

No se hacía a la idea. Al fin y al cabo no sabía nada de agricultura, ni pesca, y por lo tanto no se sentía capacitado para juzgar los delitos relacionados con ellas.

Dos años de magistrado en un pueblo… ¡Dos años de purgatorio!

Todavía estaba refunfuñando cuando, al rodear el cabo, empezó a ver las casitas blancas de Bay Beach brillando bajo el sol matinal Seis barcos entraban en el puerto en aquel momento, y Nick pensó que debía tratarse de la flota local, porque desde luego, un pueblo perdido como aquel no podía tener más barcos.

–Me voy a volver loco –refunfuñó, mientras la brisa marina acariciaba su rostro, aunque él no se diera cuenta. Estaba tan bronceado que no se había preocupado de ponerse protección, y llevaba el cabello tan engominado, que la brisa marina no conseguía moverle un pelo –aspiró y arrugó su nariz aquilina, mostrando desagrado–. Olía a sal y a excremento de vaca. Sin duda, él prefería los olores de la contaminación urbana.

A la entrada del pueblo vio una gasolinera y paró en ella. Necesitaba echar gasolina, así que aquel era un buen momento, De aquel modo retrasaría su entrada en semejante poblacho. Paró delante de uno de los surtidores, miró con despreocupación al joven que estaba echando gasolina a su lado, y su vida cambió para siempre.

 

–Tengo que ir al baño.

Shanni suspiró al oír a Hugh de tan solo tres años. Era viernes por la mañana y, por fortuna, acababa una semana que le había parecido interminable.

–Marg, ¿puedes llevar a Hugh al baño?

Marg era la ayudante de Shanni en la guardería. Estaba preparando leche y fruta para los niños, y ya había tenido que dejar lo que estaba haciendo cuatro veces durante la lectura para llevar a alguno al baño. Sin embargo, sin perder la calma, sonrió y tomó la mano de Hugh.

–Muy bien, Hugh, vamos. Pero tenemos que darnos prisa, para no perdernos esa historia tan interesante.

–La señorita MacDonald siempre nos lee historias interesantes –dijo Hugh–. Se las cuento a mi padre, y me dice que ojalá sucedieran historias así por aquí.

–Me parece que no sería muy conveniente para la paz de nuestro pueblo que hubiera piratas –dijo Shanni, pensativa–. ¿Qué os parece niños? ¿Os gustaría que un pirata de verdad entrara por la ventana de vuestra habitación?

–O-h-h no…

Shanni se dispuso a continuar con su lectura, pero antes no pudo evitar pensar que, si bien un pirata sería demasiado peligroso, no le importaba que sucediera algo inusual en el pueblo. ¡Bay Beach era demasiado tranquilo!

De repente, la imagen de su John apareció ante sus ojos, tan plácido e imperturbable como las vacas que criaba en su granja. Shanni sabía que se casarían pronto. En cuanto él consiguiera reunir el dinero suficiente como para iniciar la construcción de una casa. Estaba todo absolutamente planeado.

–Tal vez un pirata pequeño –murmuró para sí–, y se puso otra vez a leer.

 

Era Len Harris.

Nick se dio cuenta en cuanto lo vio. Y estaban a tan solo unos pasos de distancia, el uno del otro. Hacía unos meses, Elsbeth, la ayudante de Nick en el despacho se había encargado del caso de Len como abogado de oficio, y le había pedido consejo.

–Es la novena vez que lo detienen y solo tiene dieciséis años. Probablemente no llegue a ser juzgado por ser menor de edad –había dicho Elsbeth.

–Emplea tu talento en otro asunto más provechoso –le había aconsejado Nick, tras echar un vistazo a los documentos que hablaban del caso–. No tardará en estar en libertad condicional.

Sus predicciones debían de haberse cumplido, porque allí lo tenía a su lado, mirándolo desafiante y sin asomo de miedo en sus ojos. Estaba claro que lo había reconocido, porque soltó un juramento, y tras tirar la manguera de la gasolina, todavía vertiendo líquido, se puso al volante del Mercedes que conducía que, seguramente, había robado, y salió a toda velocidad de la gasolinera.

 

–Harry, ¿no quieres oír esta historia de piratas? –antes de regresar a su lectura, Shanni, trató otra vez de atraer la atención de Harry. Tenía tres años, como el resto de su clase, pero a él lo habían maltratado en su casa y había entrado en la guardería tras ser separado de su cruel familia, e incorporado a una de las cuatro casas de acogida que funcionaban en el pueblo.

–No estás obligada a admitirlo en tu guardería, si crees que no puedes hacerte cargo de él –le habían dicho las asistentes sociales pero, por supuesto, lo había admitido. ¿Cómo no iba a hacerlo? Harry habría ablandado hasta el más duro de los corazones.

Tenía escayolada una pierna, para curarle una fractura mal soldada en el pasado, y era tan menudo que parecía demasiado grande para él.

Era muy pequeño, y estaba muy asustado, así que se pasaba la mayor parte del tiempo debajo de una mesa, y si Shanni o cualquier otra persona trataba de sacarlo de allí, daba patadas y gritaba hasta que le dejaban otra vez tranquilo. Llevaba un mes en la guardería y Shanni no había conseguido ganarse su confianza.

Pero seguía intentándolo.

–Es un libro muy emocionante –dijo a Harry, pero el niño la miró con desconfianza y no se movió de su refugio. Los demás niños estaban esperando, así que Shanni suspiró y siguió leyendo. Piratas. Piratas y problemas.

 

–¿Policía? Les habla Nick Daniels, el nuevo magistrado –gritó Nick, desde su móvil, al volante de su deportivo–. Un menor se dirige al pueblo, conduciendo un Mercedes gris. Tiene dieciséis años y ha infringido la libertad condicional. Se va a buscar un problema conduciendo de la manera en que lo está haciendo. Le estoy siguiendo a una distancia prudencial para que no se dé cuenta. Ha girado a la izquierda en dirección a la costa. Está… ¡No!

 

***

 

Shanni leyó en voz alta:

 

–Entregadme el tesoro –gritó el pirata, blandiendo el cuchillo sobre su cabeza con fiereza.

–No eres un pirata muy amable que se diga –dijo la señorita Mary, frunciendo el ceño–. ¿Acaso no te ha enseñado tu madre a pedir las cosas por favor?

Dirty Dick les volvió a amenazar con el cuchillo.

–Dije todo el tesoro…

 

Se oyó el ruido de un fuerte choque, y un Mercedes gris se llevó por delante la valla de la guardería, quedando con el morro pegado a las ventanas de la sala donde Shanni se encontraba leyendo. La impresión hizo que se le cayera el libro de las manos.

 

–Ha chocado –informó Nick, que todavía estaba en contacto con la policía por medio de su móvil de manos libres–. ¡Dios mío, pero si es una guardería! Voy para allá. No deje que se acerque ningún agente. Es capaz de hacer alguna estupidez… –pero antes de terminar su frase, empezó a oír el ruido de las sirenas a lo lejos, y se dio cuenta de que era demasiado tarde. Len también las oiría, y si conseguía salir del coche, ¿qué haría?

De repente, Nick lo vio todo claro. Se apresuró a dejar el coche y echó a correr.

 

***

 

–Niños, no os mováis. Marg, quédate con ellos –Marg había irrumpido en la sala al oír el estruendo y contemplaba lo ocurrido fuera, a través de los cristales rotos–. Llama a la policía y a los bomberos –Shanni veía salir humo del motor y le preocupaba que el conductor estuviera atrapado.

Corrió hacia la puerta, pero al llegar, se detuvo en seco, al ver salir de entre los amasijos del coche a un joven de unos dieciséis años, muy delgado, vistiendo unos vaqueros rotos y una camiseta raída; con el pelo largo cayéndole sobre los ojos. Tenía un corte en la frente, y se tambaleó al dar sus primeros pasos.

Shanni abrió la puerta, y entonces vio lo que llevaba en la mano. Él también la vio a ella y levantó la mano, apuntándole al corazón con un revólver.

–¿Qué demo…? –empezó a decir Shanni, antes de que la interrumpieran.

–No te muevas, ni hagas ninguna estupidez.

Era la voz autoritaria de un hombre, que Shanni, petrificada por el miedo, vio aparecer detrás del Mercedes.

Era completamente diferente al muchacho. Unos treinta años, vestido con una camisa de lino, unos pantalones de sport muy elegantes y una corbata que, seguramente, costaba el salario mensual de un profesor de guardería. Alto, sobre uno noventa, muy bronceado y de ojos oscuros. Pelo negro, engominado, y rostro muy masculino. Sí… muy, muy masculino…

En pocas palabras, parecía un hombre fuerte y muy acostumbrado a mandar.

–Len, no hagas ninguna estupidez –gritó, con firmeza–. Estás herido. Deposita el arma en el suelo y déjanos ayudarte.

–Tú… –gritó Len, al darse la vuelta y ver al hombre–. Tú y la otra estúpida abogada querías encerrarme. Pues ni soñéis que voy a volver al reformatorio –volvió a apuntar a Shanni con el revólver y le temblaron las manos–. Entra –después se volvió a Nick–. Tú también, y si intentas algo, me cargo a la señorita.

No les quedó más remedio que obedecer.

 

A partir de aquel momento, en la guardería hubo veinticinco niños y una profesora que no daban crédito a sus ojos, Nick, Shanni, y Len.

–¡En fila… En fila contra la pared! –gritó Len, nervioso al oír el sonido de las sirenas cada vez más cerca–. ¡Todo el mundo!

–Deja a los niños sobre las colchonetas –le pidió Shanni, con tanta firmeza en la voz que Len la miró con curiosidad. No era una mujer histérica quien le hablaba, sino una chica menuda, con el pelo rubio y rizado que le caía sobre los hombros, ojos azules y pecas en la cara. Vestía pantalones vaqueros y una camiseta más grande de su talla, llena de pintura. Aparentaba no más de dieciséis años, pero su voz mostraba la seguridad y firmeza de una profesora experimentada–. Nos sentaremos en las colchonetas con los niños, y así podrás apuntarnos a todos con tu arma sin que se asusten los críos.

Len respiró profundamente. En realidad él no era más que un niño.

–Muy… muy bien –dijo, con el revólver temblándole en la mano. Fuera cesaron las sirenas y se oyó correr a gente–. Tú –dijo, dirigiéndose a Nick–, sal a la puerta y diles…

–¿El qué? –preguntó Nick, tratando de sonar más calmado de lo que estaba en realidad. Miedo, armas y unos niños tan pequeños. No faltaba nada para que aquello pudiera convertirse en una verdadera pesadilla.

–Diles que no entren, o mataré a alguien.

–Iré… –le dijo, dirigiéndose a la puerta.

–¡No! –el miedo le hacía cambiar de opinión con rapidez.

–Si quieres que les dé el mensaje lo antes posible, tengo que salir –le dijo Nick, con calma–. No puedo hablarles desde aquí.

–¡Si entran, mataré a los niños!

–Comprendido, pero tengo que salir a decírselo o entrarán –miró con desesperación a Shanni, esperando que debajo de aquella mata de rizos hubiera un cerebro. Después miró a Len, esforzándose en que su voz sonara lo más tranquila posible–. Si te colocas detrás de mí, puedes estar apuntándome mientras hablo.

–Yo…

–Hay que darse prisa, o entrarán, Len.

–¡No! –el muchacho estaba muerto de miedo y movía continuamente el revólver, apuntando a todo el mundo. Los niños lo miraban con los ojos muy abiertos y en completo silencio. De repente, pareció decidirse–. Venga, sal. Me pondré detrás de ti –dijo a Nick–, y te apuntaré con el revólver. Vosotros no os mováis o lo mataré.

Tras decir eso, empujó a Nick hacia la salida, con el revólver en su espalda.

 

Se oían sirenas por todos los sitios, y Nick se preguntó cuántos policías tendrían en aquel pueblo. De todos modos el ruido los beneficiaba, si es que la profesora era un poco inteligente… Nick suplicó en silencio que al menos tuviera una neurona.

 

***

 

Claro que la tenía. Shanni sabía perfectamente lo que debía hacer.

El muchacho había amenazado con disparar al desconocido si se movían, pero a ella lo que más le preocupaban eran los niños. En cuanto Len y su rehén salieron, Shanni envió un mensaje silencioso a Marg con los ojos: «salgamos de aquí».

Sin embargo, tenía que arriesgarse a hablar un poco.

–¡Quiero silencio absoluto! –susurró a los niños, desde la colchoneta, para que sus ojos estuvieran a la altura de los de los críos, y pudiera transmitirles tranquilidad–. Es un juego de piratas, como el que acabamos de leer. Tenéis que quedaros quietos hasta que yo os toque en el hombro. Entonces, echáis a correr todo lo rápido que podáis en dirección a Marg. Pero no debéis decir ninguna palabra, porque de lo contrario Dirty Dick os pillará.

Dicho esto se levantó y casi empujó a Marg, que todavía no había reaccionado, hacia la puerta. Después tocó a Hugh, que estaba de pie con su ayudante.

–Vamos, Hugh, te toca a ti. Ahora Louise. ¡Corre! ¡Ahora, Mary! ¡Sam! ¡Tony! Deprisa. Buenos chicos. Salid y Marg os salvará de las garras del malvado Dirty Dick.

 

Nick respiró profundamente. Vio policías avanzar hacia ellos por todas partes y se dio cuenta de que tenía que conseguir que se detuvieran. De algún modo tenía que hacerse oír.

–¡Deténganse ahora mismo!

Los policías se detuvieron en seco, pero enseguida se dio cuenta, horrorizado, de que algunos de ellos llevaban el arma en la mano. Tenía que actuar con rapidez.

–Soy Nick Daniels, y detrás de mí está Len Harris. Len se ha escapado del reformatorio en el que estaba por atraco a mano armada. Me está apuntando con una pistola, y me matará, si se acercan más.

Estaba tratando de dar la mayor cantidad de información posible en el poco tiempo que tenía, y así dejar tiempo a Shanni para que sacara a los niños.

–No te dije que les contaras quién soy –le dijo Len, apretándole el revólver en la espalda hasta hacerle daño–. Diles… Solo diles… Como den un paso más, te mataré.

La policía se había parado en seco al oír a Nick.

–Si dan un paso más, me matará –repitió Nick.

–Y no bromeo –gritó Len, apretando más el arma contra la espalda de Nick–. Ahora, volvamos dentro. ¡Vamos!

Nick aparentaba estar calmado, pero gotas de sudor corrían por su frente.

Por suerte, la policía había comprendido el mensaje.

–De acuerdo, retrocederemos –dijo uno de los policías, levantando una mano para indicar a los otros que iban detrás que retrocedieran–. ¿Qué es lo que quiere?

–Todavía no lo sé –gritó Len–. Tengo que pensarlo. Déjenme tiempo, y recuerden que tengo a un montón de niños ahí dentro.

–¡No toque a esos niños! –gritó uno de los policías que se encontraban en primera línea. Nick lo miró. Andaría por los treinta, por lo que había muchas posibilidades de que uno de los niños fuera suyo.

–¡Venga, dentro! –volvió a decir Len, apretando el arma de nuevo contra la espalda de Nick–. No nos sigan. Eso es lo único que les pido, por el momento.

–Le estoy diciendo que deje salir a alguno de los niños –gritó Nick a la policía, mientras Len le obligaba a entrar–. No los puede tener a todos ahí encerrados. Díganle que tengo razón –continuó, tratando desesperadamente de ganar tiempo. La atención de Len estaba centrada en la policía, mientras que dentro, tal vez…

Seguramente la guardería tendría una puerta trasera, y la profesora no podía ser tan estúpida como para quedarse esperando a que regresara aquel muchacho loco. Tenía que darle tiempo.

–No puedes mantener encerrados a veinticinco rehenes –gritó el policía, confirmando las palabras de Nick, que al ver lo bien que conocía aquel hombre la guardería se dio cuenta de que debía tener a alguien querido dentro. Mejor, así no acometerían ninguna operación de rescate arriesgada.

Por el rabillo del ojo Nick trató de ver si los niños estaban saliendo, y le pareció notar un ligero movimiento a sus espaldas.

–No voy a dejar que salga ninguno –gritó Len–, y si se acercan los mataré a todos. Uno a uno –gritó Len, metiendo a Nick dentro a la fuerza.

A primera vista, Nick pensó que la profesora los había sacado a todos porque no veía a ningún niño pero, de repente, se dio cuenta de que debajo de una de las mesas había alguien, y se le encogió el corazón.

Len gritó con rabia, al ver que sus rehenes habían desaparecido, y en ese momento Shanni se dio la vuelta. En sus brazos llevaba a un niño diminuto.

 

–Deberías haberte marchado.

–Sí, y dejar a Harry.

Había transcurrido ya una hora y se encontraban sentados contra una pared, lo más lejos de todas las puertas que Len había podido colocarlos. Len estaba frente a ellos, mirando al exterior por entre las cortinas. De vez en cuando se volvía a mirar a sus rehenes. Ya parecía más calmado, porque había habido un momento en que Nick había temido por la vida de la muchacha, ya que desde el momento en que había salido de debajo de la mesa se había enfrentado al adolescente armado.

–No sé quién eres, ni lo que estás haciendo, pero no necesitas a veinticinco niños. Me tienes a mí, a este hombre, y a un niño –le dijo con el mentón levantado, desafiante, y, aparentemente, sin miedo–. Y si haces daño a Harry –apretó al niño contra sí–, solo te quedará un rehén, porque tendrás que matarme a mí también –por la determinación que había en su voz, Len se dio perfecta cuenta de que haría lo que decía.

Nick la miró boquiabierto. Estaba muy hermosa. Nunca había visto a nadie tan valiente. Aquella mujer lo dejaba sin respiración. Y lo que había conseguido… Veinticuatro niños habían podido reunirse con sus padres. Tan solo uno permanecía como rehén. Un pobre niño, de apenas tres años de edad, con una pierna escayolada, que estaba sentado en el regazo de Shanni con los ojos muy abiertos y sin decir palabra.

–¿Por qué no sacó también a Harry? –preguntó Nick, mirando al niño.

–No me dio tiempo. Estaba debajo de la mesa.

Nick se dio cuenta de la nota de acusación que había en su voz.

–¿Me culpa de esto?