Tentaciones y secretos - Barbara Dunlop - E-Book
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Tentaciones y secretos E-Book

Barbara Dunlop

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Beschreibung

Estaba dispuesto a hacer lo posible por recuperar a su hijo. Después del instituto, T.J. Bauer y Sage habían seguido caminos distintos. Un asunto de vida o muerte volvió a reunir al empresario y a la mujer que había mantenido en secreto que tenía un hijo suyo. Pero T.J. no quería ser padre a tiempo parcial. El matrimonio era la única solución… hasta que el deseo reavivado por su esposa, que lo era solo de nombre, cambió radicalmente lo que estaba en juego.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Barbara Dunlop

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Tentaciones y secretos, n.º 154 - junio 2018

Título original: His Temptation, Her Secret

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited y Dreamstime.com. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-155-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Mientras los recién casados comenzaban a bailar en el lujoso Crystal Club de Beacon Hill, T.J. Bauer intentó apartar de su mente los recuerdos de su boda. Hacía más de dos años que Laura había muerto y había días en que aceptaba su pérdida con relativa serenidad. Sin embargo, había otros, como aquel, en que el dolor era intenso y la soledad le oprimía el pecho.

–¿Estás bien? –Caleb Watford se le acercó y le dio un whisky con un solo cubito de hielo, como a T.J. le gustaba.

–Muy bien.

–No seas mentiroso.

T.J. no tenía intención de ahondar en el asunto, así que indicó la pista de baile con un gesto de la cabeza.

–Matt es un tipo afortunado.

–Estoy de acuerdo.

–Se lanzó sin estar seguro –T.J. se obligó a no seguir pensando en Lauren y recordó la frenética proposición de matrimonio, sin tener el anillo de compromiso, que su buen amigo Matt Emerson había hecho a Tasha, cuando esta tenía las maletas a su lado porque estaba a punto de marcharse–. Creí que ella iba a rechazarlo.

–Al final, todo salió bien –Caleb sonrió.

T.J. lo imitó. Estaba verdaderamente contento de que su amigo hubiera encontrado el amor. Tasha era inteligente, hermosa y muy práctica. Era justamente lo que Matt necesitaba.

–Tú serás el siguiente –afirmó Caleb dando una palmada en el hombro a su amigo.

–No.

–Tienes que estar abierto a nuevas posibilidades.

–¿Tú remplazarías a Jules?

Caleb no contestó.

–Era justo lo que pensaba.

–Es fácil decir que no cuando la tengo frente a mí.

Los dos miraron a Jules, la esposa de Caleb. Estaba radiante tras el nacimiento de sus dos hijas gemelas, tres meses antes. En aquel momento se reía de algo que le había dicho Noah, su cuñado.

–Es duro –dijo T.J. esforzándose en expresar sus emociones en palabras. Le gustaban los hechos, no las emociones–. No es que no lo intente, pero siempre vuelvo a Lauren.

En el plano intelectual, T.J. sabía que Lauren no iba a regresar, así como que ella hubiera querido que él siguiera adelante. Pero ella había sido su único y verdadero amor y no se imaginaba a nadie ocupando su lugar.

–Date más tiempo –añadió Caleb.

–No me queda más remedio –comentó T.J. en tono irónico. El tiempo seguiría pasando lo quisiese o no.

La canción terminó y Matt y Tasha se acercaron a ellos sonriendo. La falda de tul de ella flotaba sobre el suelo. T.J. nunca pensó que vería a la mecánico de barcos vestida de novia.

–Baila con la novia –le dijo ella al tiempo que lo tomaba del brazo.

–Será un honor –contestó T.J. Era el padrino, por lo que sonrió y dejó el vaso, dispuesto a guardar sus melancólicos pensamientos para sí mismo.

–¿Va todo bien? –preguntó ella mientras entraban en la pista de baile. Otras parejas se les unieron y la pista se llenó rápidamente.

–De maravilla.

–He visto tu expresión mientras hablabas con Caleb. ¿Qué te pasa, T.J.?

–Nada. Bueno, una cosa: estoy un poco celoso de Matt.

–Menuda mentira.

–Mírate, Tasha. Todos los hombres que están aquí están celosos de él –ella negó con la cabeza al tiempo que se reía–. Salvo Caleb –añadió T.J.–. Y los demás hombres casados. Bueno, algunos de ellos.

–Eso sí que ha sido un piropo.

–Me he pasado un poco, ¿verdad? Lo que quiero decir es que estás radiante vestida de novia.

–Solo por poco tiempo.

Esa vez fue él quien rio.

–Apenas puedo respirar con el corsé, por no hablar de los zapatos de tacón. Si hay una emergencia y tenemos que salir corriendo, alguien me tendrá que llevar en brazos.

–Estoy seguro de que Matt lo hará muy gustoso.

Ella miró a su esposo, arrobada. T.J. sintió una punzada de envidia ante la devoción que se profesaban.

–Tu madre está encantada con esta boda tan elegante –afirmó.

–Estoy cumpliendo con mi deber de hija. Pero ya he prevenido a Matt de que esta va a ser la última vez que me verá con un vestido.

A T.J. le vibró el móvil en el bolsillo del esmoquin.

–Contesta –dijo ella.

–No hay nadie con quien tenga que hablar ahora.

–¿Y si es uno de tus inversores?

–Es sábado por la noche.

–En Australia es domingo por la mañana.

–Tampoco allí es un día laborable –T.J. no estaba dispuesto a interrumpir el banquete nupcial por negocios.

El teléfono dejó de vibrar.

–¿Lo ves? Ya ha parado –dijo él.

Pero volvió a vibrar.

–Debes contestar, T.J. –dijo ella dejando de bailar–. O, al menos, mira quién llama.

–Nadie más importante que Matt y tú –afirmó él empujándola suavemente para que bailara.

–Podría tratarse de una emergencia.

–Muy bien –T.J. no iba a ponerse a discutir con la novia en medio de la pista de baile. Sacó el móvil discretamente mientras seguían bailando. Se quedó sorprendido al ver que lo llamaban del hospital St. Bea’s de Seattle. Supuso que sería para pedirle una donación.

–¿Quién es?

–Llaman del hospital St. Bea’s.

–Puede ser que alguien haya sufrido un accidente –observó ella con expresión preocupada.

–No sé por qué iban a llevarlo allí.

Conocía a algunas personas en Seattle, pero la mayor parte de sus amigos se hallaba en Whiskey Bay y en Olympia, la ciudad más cercana. Y en ella no había nadie que fuera a llamarlo en caso de emergencia.

–Será mejor que llames –dijo Tasha al tiempo que lo agarraba del brazo para sacarlo de la pista–. No me tengas preocupada.

–De acuerdo –T.J. accedió, aunque no le hacía ninguna gracia que el baile se interrumpiera por él. Ella se apartó para darle intimidad. Él siguió andando hacia el vestíbulo, donde el sonido de la música no era tan fuerte. Pulsó la tecla de llamada.

–Hospital St. Bea’s, oncología –contestó una voz femenina.

¿Oncología? ¿Alguien tenía cáncer?

–Soy Travis Bauer. Me han llamado de este número.

–Si, señor Bauer. Le paso con la doctora Stannis.

T.J. esperó unos segundos sin saber si debía angustiarse o sentir curiosidad.

–¿Señor Bauer? Soy la doctora Shelley Stannis. Trabajo en la sección de trasplantes oncológicos.

–¿Se trata de una donación de médula? –preguntó T.J. Se le acababa de ocurrir, ya que estaba inscrito como donante.

–Sí. Gracias por llamar tan deprisa. Como es evidente, ya poseo información sobre usted por el registro. Tenemos a un niño con leucemia que es compatible con usted. Si puede venir a la consulta, querría hacerle unas pruebas.

–¿Cuántos años tiene?

–Nueve.

–¿Cuándo necesita que vaya? Estoy en Boston.

–Si fuera posible, señor Bauer, querríamos hacer las pruebas mañana. Como se imaginará, su madre está muy ansiosa y tiene la esperanza de que usted sea compatible con su hijo.

–Allí estaré. Y, por favor, llámeme T.J.

–Muchas gracias, T.J.

–De nada. Hasta mañana.

–¿Todo bien? –preguntó Matt, que se le había acercado.

–Muy bien, esperemos. Tal vez tenga que donar médula a un niño de nueve años en Seattle. Lamento tener que marcharme.

–¡Vete! –exclamó Matt–. Ve a salvarle la vida.

T.J. llamó a una empresa de alquiler de aviones que había utilizado tiempo atrás. No quería tener problemas con los billetes cuando un niño y su madre estaban esperándolo. Y podía permitirse el gasto. Había momentos en la vida en que era muy conveniente ser inmensamente rico.

 

 

Sage Costas recorrió el pasillo del hospital St. Bea’s con un nudo en el estómago mientras Eli, su hijo, se sometía a una serie de pruebas cuyo diagnóstico había sido un tipo de leucemia muy agresivo. Se preguntó cuánto estrés podía soportar el cuerpo humano sin desmoronarse.

Apenas había dormido aquella semana y no había pegado ojo la noche anterior. Se había obligado a ducharse esa mañana y a maquillarse levemente porque quería causar buena impresión. Le aterrorizaba la idea de que el donante se echara atrás.

Lo veía desde allí, por la ventana de la consulta, hablando con la doctora Stannis. Tenía que ser él. Se detuvo ante la puerta y tragó saliva. Había rogado con todas sus fuerzas que llegara ese momento. Había mucho en juego, y no estaba segura de poder resistir que el proceso no siguiera adelante.

Abrió la puerta y entró. La doctora se dirigió inmediatamente hacia ella.

–Hola, Sage.

El hombre se volvió y la miró desconcertado.

–¿Sage? ¿Eres tú? –preguntó avanzando hacia ella.

Sage sintió que la vista se le volvía borrosa.

–¿Sage? –la doctora la agarró del brazo.

La habitación comenzó a darle vueltas hasta que la vista se le aclaró.

Él seguía allí.

–Estoy bien –consiguió decir.

–¿Conoces a T.J. Bauer? –preguntó la doctora, claramente intrigada.

–Fuimos a la misma escuela de secundaria.

¿Cómo podía estar sucediendo aquello?

–¿Es tu hijo el que está enfermo? Lo siento, Sage –dijo T.J. A continuación frunció el ceño y ella se dio cuenta de que estaba haciendo cálculos.

–¿Ha dicho que tenía nueve años? –preguntó a la doctora.

–Sí.

–¿Y que probablemente yo sea un donante compatible?

Sage intentó tragar saliva, pero tenía la garganta tan seca como el papel de lija.

Los ojos de T.J. pasaron del azul a un gris tormentoso.

–¿Es hijo mío?

Lo único que pudo hacer Sage fue asentir.

La doctora se quedó inmóvil. El mundo se detuvo.

–Lo mejor será que nos sentemos –dijo la doctora apretando el brazo a Sage.

–¿Tengo un hijo? –preguntó T.J. con voz ronca–. ¿Te quedaste embarazada?

Sage intentó hablar, sin conseguirlo.

–¿Y no me lo dijiste?

–Sería mejor que nos… –intentó decir la doctora.

La amargura pudo con el miedo de Sage, que gritó:

–No merecías saberlo.

–Sage… –dijo la doctora en tono sorprendido.

Esta se dio cuenta inmediatamente de su error. La vida de Elis dependía de la buena voluntad del hombre que la había engañado y mentido y que se había aprovechado de su ingenuidad de adolescente para divertir a sus amigos. Lo odiaba, pero podía salvarle la vida a su hijo.

–Lo siento –dijo intentando parecer sincera. Al ver la expresión de T.J. se dio cuenta de que no lo había conseguido–. Por favor, no te desquites con Eli.

Él la miró atónito y masculló un juramento.

–Crees que haría daño a un niño, a mi propio hijo. ¿Crees que voy a tomar la decisión de donar influido por la ira? ¿Qué clase de hombre piensas que soy?

Ella no lo sabía. Sabía qué clase de adolescente había sido: egoísta y sin escrúpulos. No tenía motivos para suponer que hubiera cambiado.

–No lo sé.

–¿Cuándo estará segura de que soy compatible? –preguntó T.J. a la doctora.

–Dentro de unos días. Sin embargo, dada la relación genética, soy todavía más optimista.

–Ha sido un golpe de suerte –afirmó él.

–¿Estás segura de que estás bien? –preguntó la doctora a Sage mirándola a los ojos.

–Sí –T.J. iba ayudarlos. Ya se preocuparía después de lo demás. Lo único que importaba, de momento, era el trasplante de médula.

–Les dejo solos para que hablen –dijo la doctora antes de marcharse.

T.J. habló con furia contenida.

–No voy a preguntarte cómo pudiste hacer algo tan horroroso.

–¿Yo? Tú estabas allí y sabes perfectamente lo que pasó entre nosotros.

–Aquello fue la broma estúpida de un chaval ignorante. Hemos madurado desde entonces. Tú hace casi una década que lo sabes.

–Eras un idiota superficial y egoísta.

–No quiero pelearme contigo, Sage. Esta conversación puede esperar. Lo que ahora quiero es conocer a mi hijo.

Sage se tambaleó y se agarró a un sillón.

–No.

–¿Cómo que no? No puedes negarte.

–No puedes contárselo mientras esté tan enfermo –extendió el brazo hacia la puerta señalando el hospital–. No podemos esperar que asimile una noticia así en medio de todo esto.

T.J. pareció reflexionar sobre sus palabras. Su expresión se dulcificó.

–Tengo que conocerlo, Sage. No hace falta que le digamos que soy su padre, al menos ahora mismo. Pero quiero conocerlo. No estoy dispuesto a esperar ni un minuto más.

–De acuerdo.

–¿Se llama Eli?

–Sí, Eli Thomas Costas.

–Llévame a verlo –dijo él al tiempo que se dirigía a la puerta, la abría y la sostenía para que ella saliera.

 

 

–Un momento, un momento –dijo Matt a T.J.–. ¿Dices que tiene nueve años?

–Yo estaba en el instituto –contestó T.J. Había una cerveza en el brazo de su hamaca, en la azotea del edificio del puerto deportivo de Whiskey Bay, propiedad de Matt, pero no había bebido de ella.

–Entonces, fue antes de que conocieras a Lauren –observó Caleb.

–No engañé a Lauren –dijo T.J. en tono duro.

–Solo intento establecer el orden cronológico.

–Fue una aventura de una noche, en una fiesta del instituto. Bailamos.

T.J. no quería reconocer su participación en la broma que lo había impulsado a sacar a bailar a Sage Costas, la empollona de la clase. Al menos, mientras pudiera seguirlo ocultando.

–¿Y no te había contado lo del bebé? –preguntó Matt.

–Supongo que es una pregunta retórica –respondió T.J. Si Sage le hubiera hablado de Eli, hubiera removido cielo y tierra para relacionarse con él. Su propio padre se había marchado antes de que él naciera, y no estaba dispuesto a hacer lo mismo con un hijo suyo.

–¿Cómo es? –preguntó Caleb.

T.J. recordó al niño soñoliento acostado en la cama del hospital, demasiado cansado para hacer algo más que saludarlo.

–Es muy guapo.

–¿Como su padre? –preguntó Matt en broma.

T.J. mentiría si afirmaba no haber visto algo de él en Eli.

–Si tiene el cerebro de su madre, más vale que el mundo se ande con cuidado –Eli tenía una madre de una fantástica inteligencia.

–¿Cuándo vas a decírselo? –preguntó Matt.

–No lo sé –contestó T.J. al tiempo que decidía que ya era hora de tomar algo de alcohol. Levantó la cerveza y le dio un trago–. Supongo que cuando se sienta mejor. Dicen que los resultados de las pruebas tardarán un par de días. Tengo tres contratos que cerrar antes de volver a Seattle. Pase lo que pase, tanto si somos compatibles como si no, es mi hijo y va a recibir la mejor atención médica que se pueda pagar.

Pero el dinero no era lo único que necesitaba su hijo. T.J. no sabía lo que haría si no era un donante compatible. No podía ni imaginárselo.

–¿Hablaste con él? –preguntó Caleb.

–Solo un poco. Estaba atontado por la medicación. Sage me ha dicho que juega al béisbol.

–¿Has hablado con un abogado? –preguntó Matt.

–He hablado con tres –Tide Rush Investments, la empresa de T.J., tenía contratados los servicios de un abogado financiero, en cuyo bufete había abogados de familia.

–¿Y qué dicen?

–Que tengo posibilidades.

–¿Qué esperas conseguir? –preguntó Matt–. ¿Qué te ha ofrecido ella?

–Ella ha tenido la custodia durante nueve años. Yo la quiero los nueve años siguientes.

Caleb frunció el ceño.

–No puedes ponerte duro –comentó Matt.

–Un adolescente necesita a su padre. Yo hubiera dado cualquier cosa por tener a mi padre cuando tenía la edad de Eli –afirmó T.J. Tenía que recuperar el tiempo perdido, por lo que no iba a consentir que ni Sage ni nadie se lo impidieran.

–También necesita a su madre –apuntó Caleb.

–Tendrá derecho a verlo. Es más de lo que ella me ha concedido.

–¿Te trasladarías a Seattle?

–La escuela de Whiskey Bay es excelente, al igual que el hospital. Y la forma de vida es insuperable –no se imaginaba un lugar mejor para criar a un hijo.

–Los vecinos son estupendos –apuntó Caleb sonriendo.

–Y no es que no tenga sitio –observó T.J.

Lauren quería haber tenido muchos hijos, por lo que había diseñado una casa de seis dormitorios, con una zona enorme de juegos en el sótano para los días de lluvia y una habitación para la niñera encima del garaje. Estaba intentando quedarse embarazada cuando le diagnosticaron el cáncer de mama.

–No creo que vaya a ser tan sencillo –dijo Matt.

–Nada lo es. Sin embargo, soy un hombre resuelto y tengo muchos recursos.

–Es la madre de tu hijo.

–Y yo su padre, algo que ella ha pasado por alto.

–¿Sabes por qué no te lo dijo? –preguntó Caleb–. Podía haber recurrido a ti para pedirte dinero para mantenerlo. Sería lógico que te hubiera pedido ayuda.

T.J. sabía que la verdad acabaría por salir a la luz. Sus amigos eran astutos y lo apreciaban mucho, por lo que no se conformarían con explicaciones vagas. Así que decidió hablar.

–Me ha dicho que no me merecía saber que tenía un hijo.

–¿Por qué?

–Porque fue una broma.

Sus dos amigos lo miraron sin comprender.

–Fue en una fiesta de la escuela –a T.J. le rechinaron los dientes al recordarlo–. Un grupo de los chicos del equipo de fútbol sacamos un papel de un sombrero con el nombre de una chica. A mí me toco el de Sage.

–Supongo que no eran las chicas del grupo de animadoras del equipo –comentó Matt. Su tono reveló que T.J. lo había decepcionado.

–No, eran las empollonas, las cerebritos. Solo iba a ser un beso y un baile. Pero Sage…

Recordó el poder de las hormonas adolescentes. No supo qué había pasado. Sage era delgada, pelirroja y con pecas. Pero cuando la besó, ella le devolvió el beso y los dos se quedaron sin aliento. T.J. tenía el coche muy cerca y acabaron en el asiento trasero.

–El resto nos lo imaginamos –dijo Caleb.

–La busqué al día siguiente para disculparme, pero ella ya se había enterado de la broma. Estaba furiosa y me dio un puñetazo en el pecho. Me dijo que no quería volver a hablar conmigo.

–No es de extrañar –comentó Matt.

–Sé que me comporté de forma estúpida y cruel. Sin embargo, lo único que pretendía era besarla. Lo demás fue obra de los dos. Y ella me ha estado ocultando la existencia de mi hijo durante nueve años. No se pueden comparar las dos cosas.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Una semana más tarde, pocas horas después del trasplante, Sage esperaba hallar a T.J. acostado en su cama del hospital. Sin embargo, se había levantado y estaba poniéndose una camisa.

–¿Cómo es que estás levantado?

–La enfermera me acaba de quitar el suero.

–Pero estás recién operado.

–Lo sé.

–Estarás dolorido –Sage no entendía que se hubiera recuperado tan deprisa.

–Solo me duele la cadera, pero la doctora Stannis me ha dicho que se me pasará en unos días. Quedarme aquí no va a ayudarme.

–¿Puedes conducir? –Sage no sabía dónde se alojaba, pero quería asegurarse de que llegara bien al hotel. Era lo mínimo que podía hacer por quien había salvado a su hijo.

–No me han servido alcohol en el quirófano.

–Sabes a lo que me refiero. Debes de estar atontado.

–No demasiado –T.J. terminó de abotonarse la camisa.

–Siento haberte hecho pasar por esto –Sage se esforzó en contener la emoción–. Gracias, T.J.

Él la miró con dureza durante unos segundos.

–No tienes que dármelas. Es mi hijo. No me agradezcas que lo haya ayudado.

A ella le sería difícil acostumbrarse a eso. Había tenido a Eli para ella sola durante tanto tiempo que no concebía que otra persona pudiera entrar a formar parte de su relación.

–Necesito que lo entiendas, Sage.

–Tendrás que darme tiempo.

–Ya he perdido nueve años –T.J. descolgó una americana gris de una percha que había en la pared y se la puso.

A Sage le daba miedo preguntarle qué pensaba hacer. No quería hablar de eso.

–Eli está en observación por si hay señales de rechazo.

–¿Las ha habido? –preguntó él.

–Es demasiado pronto para saberlo. ¿Te vas a quedar a dormir en Seattle?

–Me quedaré todo el tiempo que haga falta –contestó él volviendo a mirarla con dureza.

–¿Que haga falta para qué?

Él le dio la espalda, marcó el código de apertura de una pequeña caja fuerte empotrada en la pared y sacó la cartera y las llaves. Se guardó la primera y se quedó con las llaves en la mano mientras se volvía de nuevo hacia ella.

–He estado pensando y quiero trasladar a Eli al hospital Highside.

–¿Qué? ¿Dónde?

–Está cerca de Whiskey Bay. Tiene todos los últimos…

–No.

–Escúchame.

Se había despertado en ella el instinto de protección de su hijo, así como un gran temor.

–No vas a llevarte a Eli de Seattle.

–Es el mejor sitio para él. Llevo años haciendo donaciones al Highside. Tiene los mejores médicos y la mejor tecnología. Eli estaría…

–St. Bea’s es un hospital excelente.

–Es público.

–¿Y qué?

–Pues que el personal está sobrecargado de trabajo y escaso de recursos.

–A Eli le han dado todo lo que necesita. Lo diagnosticaron y, además, te encontraron.

–Yo estaba en el registro de donantes. Cualquier hospital me hubiera hallado.

–No quiero que lo trasladen –necesitaba estar cerca de su hijo durante la convalecencia.

Whiskey Bay estaba a tres horas en coche. Había perdido tantas horas laborales las semanas anteriores que no podía tomarse muchas más. Su intención era trabajar el mayor número de horas posible mientras Eli se recuperaba.

–Dejará libre una cama para alguien que verdaderamente la necesite –apuntó T.J.

–Te he dicho que no.

–Soy su padre.

–No se le puede trasladar todavía –insistió Sage al darse cuenta de que el argumento médico era el mejor.

–No estoy hablando de hoy ni de mañana. Cuando haya recuperado las fuerzas, podemos alquilar un helicóptero. Tardaremos en llegar media hora como máximo.

–¿Vas a alquilar un helicóptero así como así?

–Es rápido y cómodo. Llevará personal médico a bordo.

–Costará una fortuna.

Él la miró sin comprender.

–Estamos hablando de mi hijo.

A ella le pareció que habían vuelto al instituto.

–Sigues siendo el hombre importante, ¿verdad? La estrella del atletismo, el tipo que conseguía todo lo que deseaba: becas, ayudas, las mejores fiestas y a todas las chicas.

–No voy a disculparme por tener una carrera universitaria.

Sage notó que un puñal le atravesaba el corazón. Ella había tenido que renunciar a innumerables becas para criar a Eli.

–He ganado dinero y voy a gastármelo en mi hijo –concluyó T.J.

–Tu hijo no lo necesita.

–¿Vas a enfrentarte a mí por este asunto?

Ella estaba a punto de responder afirmativamente cuando apareció la doctora Stannis, que miró de arriba abajo a T.J. y sonrió.