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Los ensayos científicos de Goethe son mucho menos conocidos que sus obras poéticas y literarias, pero suscitan un interés fundamental no sólo por la valoración que la crítica científica contemporánea ha hecho de ellos, sino también porque evidencian analogías esenciales con el conjunto de su obra literaria. De hecho, en la investigación sobre la naturaleza que Goethe lleva a cabo a lo largo de casi toda su vida están las claves para penetrar en los secretos más profundos de la personalidad de las grandes figuras de su mundo poético y literario. Entre los temas que desarrollan los textos que aquí se ofrecen destacan el de la formación y transformación de las naturalezas orgánicas; las relaciones estructurales entre ciencia y arte; la configuración del método morfológico, y una concepción de la ciencia que, en contraste con la de Newton, expresa un pensamiento filosófico que habrá de influir poderosamente en los románticos y en autores como Schopenhauer y Nietzsche..
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Veröffentlichungsjahr: 2019
Goethe
TEORÍA DE LA NATURALEZA
Traducido por Carola Tognetti
ISBN 978-88-3295-235-3
Greenbooks editore
Edición digital
Marzo 2019
www.greenbooks-editore.com
FORMACIÓN Y TRANSFORMACIÓN DE LAS NATURALEZAS ORGÁNICAS
INTRODUCCIÓN AL OBJETO
PREMISA AL CONTENIDO
HISTORIA DE MIS ESTUDIOS BOTÁNICOS
PROCEDENCIA DEL ENSAYO SOBRE LA METAMORFOSIS DE LAS PLANTAS
LA METAMORFOSIS DE LAS PLANTAS
I. DE LAS HOJAS SEMINALES
II. FORMACIÓN DE LAS HOJAS DELTALLO DE NUDO A NUDO
III. TRANSICIÓN A LA FLORACIÓN
IV. FORMACIÓN DEL CÁLIZ
V. FORMACIÓN DE LA COROLA
VI. FORMACIÓN DE LOS ESTAMBRES
VII. NÉCTARES
VIII. ALGO MÁS SOBRE LOS ESTAMBRES
IX. FORMACIÓN DEL ESTILO
X. SOBRE LOS FRUTOS
XI. DE LOS ENVOLTORIOS INMEDIATOS DE LA SEMILLA
XII. MIRADA RETROSPECTIVA Y TRANSICIÓN
XIII. DE LAS YEMAS Y SU DESARROLLO
XIV. FORMACIÓN DE LAS FLORES Y DE LOS FRUTOS COMPUESTOS
XV. LA ROSA PROLÍFERA
XVI. EL CLAVEL PROLÍFERO
XVII. LA TEORÍA DE LINNEO SOBRE LA ANTICIPACIÓN
XVIII. RECAPITULACIÓN
FORTUNA DEL MANUSCRITO
DESCUBRIMIENTO DE UN PRECURSOR EXCELENTE
GASPAR FRIEDRICH WOLFF SOBRE LA FORMACIÓN DE LAS PLANTAS
ALGUNAS OBSERVACIONES
UN AFORTUNADO ACONTECIMIENTO
TRABAJOS PREVIOS A UNA FISIOLO- GÍA DE LAS PLANTAS
I. CONCEPTOS PARA UNA FISIOLOGÍA
II. CONSIDERACIONES SOBRE LA MORFOLOGÍA EN GENERAL
TRABAJOS PRELIMINARES SOBRE LA MORFOLOGÍA
I
II
III
TRABAJOS POSTERIORES Y RECOPILACIONES
SEGUNDA PARTE: TEORÍA GENERAL DE LA NATURALEZA
TEORÍA DE LA NATURALEZA
RESPUESTA
EL EXPERIMENTO COMO MEDIADOR ENTRE OBJETO Y SUJETO
OBSERVAR Y ORDENAR
SOBRE LOS SÍMBOLOS
EN QUÉ MEDIDA LA IDEA DE QUE LA BELLEZA ES PERFECCIÓN EN LA LIBERTAD PUEDE SER APLICADA A LAS NATURALEZAS ORGÁNICAS
EL FENÓMENO PURO
POLARIDAD
INVITACIÓN A LA BENEVOLENCIA
INFLUENCIA DE LA NUEVA FILOSOFÍA
JUICIO INTUITIVO
IMPULSO DE FORMACIÓN
REFLEXIONES Y RESIGNACIONES
LLAMAMIENTO AMIGABLE
METEOROS EN EL CIELO LITERARIO
INVENTAR Y DESCUBRIR
PROBLEMA FÍSICO-QUÍMICOMECÁNICO
PROBLEMAS
PETICIÓN SIGNIFICATIVA POR UNA PALABRA INTELIGENTE
ERNST STIEDENROTH: PSICOLOGÍA PARA LA EXPLICACIÓN DE LOS FENÓMENOS ANÍMICOS
SOBRE LA MATEMÁTICA Y SU ABUSO
I. D'ALEMBERT
II. «TRAITÉ DE PHYSIQUE PAR DESPRETZ», LE GLOBE, N.° 104, P. 325
III. DEL CABALLERO CICCOLINI DE ROMA AL BARÓN VON ZACH DE GÉNOVA
PLUTARCO FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA
LA NATURALEZA
EXPLICACIÓN DEL ENSAYO AFORÍSTICO «LA NATURALEZA»
ANÁLISIS Y SÍNTESIS
EFECTOS FÍSICOS
Cuando el hombre, inducido a una viva observación, comienza a mantener una lucha con la naturaleza, siente ante todo el impulso irrefrenable de someter a sí mismo los objetos. Sin embargo, muy pronto éstos se le imponen con tal fuerza que siente cuán razonable sea reconocer su poder y respetar su acción. Apenas se convenza de este influjo recíproco, caerá en la cuenta de un doble infinito: por parte de los objetos, la multiplicidad del ser, del devenir y de las relaciones que se entrecruzan de un modo viviente; por parte de él mismo, la posibilidad de un perfeccionamiento ilimitado en la medida en que sea capaz de adaptar, tanto su sensibilidad como su juicio, a formas siempre nuevas de recepción y de reacción. Esto le proporciona un goce elevado, y decidiría la fortuna de su vida si obstáculos internos y externos no se opusiesen al bello transcurso de ésta hasta su culminación. Los años, que primero daban, luego empiezan a tomar; uno se contenta, en su medida, con lo adquirido, y se disfruta tanto más en silencio cuanto que, en lo exterior, es rara una participación sincera, pura y estimulante. ¡Qué pocos se sienten entusiasmados con lo que aparece sólo al espíritu! Los sentidos, el sentimiento, la pasión ejercen sobre nosotros un poder mucho mayor, y con razón, pues hemos nacido, no para observar y meditar, sino para vivir1.
1 Ésta es una idea muy repetida por Goethe. Aparece, por ejemplo, en la recensión que hace de las ideas de Alexander von Humboldt sobre los caracteres fisiognómicos de los vegetales, en el año 1806: «Pasamos por el reino del saber, de la ciencia, sólo para volver mejor equipados a la vida.» También en una carta del 28 de septiembre de
1770 a Hezler, se lee: «Como la primera mirada física,
Desgraciadamente, también en aquellos que se ocupan del conocimiento y del saber encontramos un interés más escaso del deseable. Para el intelectual, para el que afirma lo individual, para quien observa y distingue con cuidado, en cierto modo es algo de peso lo que viene de una idea y a ella reconduce. A su modo, él está en su laberinto como en casa, sin andar preocupado por un hilo que lo conduzca de una parte a la otra con mayor rapidez; y un metal que no está acuñado, o que fuera incontable, podría llegar a ser para él una posesión fastidiosa. Por el contrario, quien se encuentra en un punto de vista superior, desprecia con facilidad lo individual ytampoco la primera mirada moral sobre el mundo aporta a nuestro entendimiento o a nuestro corazón una impresión distinta; se ve antes de saber que se ha hecho, y es sólo mucho después cuando se aprende a reconocer lo que se ve.»
congrega en una universalidad mortífera lo que tiene una vida propia. [1]
En este conflicto nos encontramos desde hace mucho tiempo. Por ello, muchas cosas han sido hechas y muchas otras destruidas; y yo no cedería a la tentación de entregar mis puntos de vista sobre la naturaleza al océano de las opiniones, en una frágil barquichuela, si no hubiese sentido, en la hora del peligro tan recientemente pasada [2], cuánto valor tienen para nosotros los papeles en los que, más tempranamente, decidimos registrar una parte de nuestro ser.
Pero la que con brío juvenil más veces yo soñara como una obra, surge sólo como un esbozo, como una recopilación fragmentaria, y actúa y luce como lo que es.
¡Y cuánto más tendría que decir para recomendar a la buena voluntad de mis contemporáneos estos vetustos bosquejos de los que, sin embargo, algunas partes en concreto están más o menos desarrolladas! Pero muchas cosas que aún se podrían decir, irán siendo introducidas mejor en el transcurso de la empresa.
Cuando reparamos en los objetos de la naturaleza, y en particular en los vivientes, deseamos tener una visión de conjunto de su ser y de su actuar, y creemos que podemos lograr mejor ese conocimiento mediante la descomposición de sus partes; en realidad, también este camino es apropiado para llevarnos a eso. Pues que la Química y la Anatomía han contribuido a la comprensión de la naturaleza, no hacen falta muchas palabras a los amigos del saber para traerlo a su memoria.
Pero estos esfuerzos analíticos, llevados siempre adelante, comportan también muchas desventajas. Lo que primeramente es un ser vivo se descompone en elementos, sin que sea posible después recomponerlo ni devolverle nuevamente la vida. Esto vale para muchos cuerpos inorgánicos, no digamos ya para los orgánicos.
Por eso, en los hombres de ciencia de todos los tiempos se ha hecho sentir también ese impulso a conocer las formaciones vivientes en cuanto tales, a comprender en sus mutuas relaciones las partes externas y tangibles considerándolas como indicaciones de su interior, y así dominar la totalidad mediante la intuición. Acerca de cómo esta aspiración científica se relaciona íntimamente con el impulso artístico e imitativo, es algo sobre lo que no vamos a insistir ahora.
Se encuentran, pues, en el devenir del arte, del saber y de la ciencia muchos intentos de desarrollar y fundamentar una doctrina que nosotros llamaremos Morfología. Bajo cuántas formas aparecen tales intentos, es algo de lo que hablaremos en la parte histórica [1].
El idioma alemán tiene la palabra Gestalt (forma) para designar la complejidad existente de un ser real. Pero en este término, el lenguaje abstrae, de lo que es móvil, un todo análogo y lo tija en su carácter como algo establecido y acabado. Sin embargo, si consideramos todas las formas, en particular las orgánicas, no encontramos en ninguna parte formas subsistentes, o sea, formas que no se muevan porque hayan alcanzado ya su perfección, sino que todas fluctúan en un continuo devenir. Por eso nuestro idioma utiliza la palabra Bildung (formación) para designar, tanto lo que ya se ha producido, como lo que está en vías de producirse.
Así pues, puesto que queremos introducir una Morfólogía, no debemos hablar de formas, y si usamos esta palabra será pensando sólo en una idea, en una noción o en algo que se fija en la experiencia sólo durante un momento.
Lo ya formado pronto se verá de nuevo transformado, y si queremos alcanzar una intuición viviente de la naturaleza, tenemos que mantenernos flexibles y en movimiento, según el ejemplo mismo que ella nos da.
Si descomponemos un cuerpo en sus partes según el modo de proceder de la Anatomía, y dividimos nuevamente estas partes en aquello en lo que se dejan descomponer, podemos alcanzar esos principios a los que se ha dado en llamar partes similares. Ahora no vamos a hablar de ellos, sino que vamos a centrar nuestra atención en una máxima sobre el organismo que expondremos como sigue: «Todo ser viviente no es un ser individual, sino una pluralidad». Y aun cuando se nos muestre como individuo, sigue siendo una reunión de seres vivientes y autónomos, que son iguales según la idea o según el lugar, pero que, en la apariencia, pueden llegar a ser, tanto iguales o análogos, como desiguales o diferentes. Estos seres están, en parte, originariamente ya unidos, y, en parte, se reúnen ellos; luego se separan, y de nuevo vuelven a buscarse, generando así una producción infinita en todas las direcciones y en todas las modalidades.
Cuanto más imperfecta es la criatura, tanto más estas partes son iguales entre sí o
análogas, y tanto más se asemejan al todo. Cuanto más perfecta sea la criatura, tanto más diferentes serán, en cambio, las partes entre sí. En el primer caso, el todo es más o menos igual a las partes; en el segundo, el todo es diferente de las partes. Cuanto más semejantes son las partes entre sí, tanto menos subordinadas están las unas a las otras. La subordinación de las partes es señal de una criatura más perfecta.
Puesto que en todas las fórmulas generales, por muy meditadas que estén, hay siempre algo de inaferrable para quien no sabe aplicarlas y proporcionarles los ejemplos necesarios, queremos, desde el principio, dar algunos de tales ejemplos, ya que todo nuestro trabajo estará dedicado a la explicitación y a la ampliación de estas ideas y de estas máximas.
Que una planta, o un árbol, que se nos presentan como seres individuales, se compongan de meras particularidades internamente iguales y análogas entre sí y respecto al todo, es algo de lo que no cabe la menor duda; piénsese tan sólo en las plantas que se reproducen por acodadura. La yema de la última variedad de un árbol frutal echa una rama que, a su vez, produce cantidad de yemas iguales. Y de modo parecido tiene lugar la reproducción mediante semillas. Ésta no es más que el desarrollo de una multitud de individuos iguales a partir del seno de la plantamadre.
Se puede ver así que el misterio de la reproducción por semillas se descubre en aquella máxima; y obsérvese y piénsese al respecto que la semilla misma, que parece presentarse como una unidad individual, es ya una reunión de seres iguales y análogos. Comúnmente se toma el haba como ejemplar más claro de la germinación. Tómese un haba antes de que germine, o sea, cuando aún está completamente envuelta, y, una vez abierta, encontraremos primeramente los dos cotiledones, que sin razón alguna suelen compararse con la placenta; en realidad, estos cotiledones son dos verdaderas hojas sólo que aún atrofiadas y como llenas de harina, pero que llegan a verdear al aire y a la luz. A continuación veremos como una plumilla, que, en realidad, es una pareja de hojas desarrolladas y capaces de posteriores desarrollos. Si se considera además que dentro de cada pecíolo se esconde una yema no en acto, sino en potencia-, se reconocerá que aquella semilla, simple en apariencia, constituye una reunión de más individualidades, que se pueden llamar idealmente iguales y empíricamente análogas.
Pues bien, que lo que es idealmente igual pueda aparecer empíricamente como igual o como análogo, tanto como completamente desigual y diferente, es en lo que consiste esa vida de la naturaleza, llena de movimiento, que tratamos de ilustrar en estas páginas. Citaremos, para mayor claridad, un ejemplo sacado del nivel más inferior del reino animal. Hay infusorios que se mueven, ante nuestros ojos, en un medio húmedo, con movimientos bastante simples, pero que, apenas se les deja en seco, estallan y se esparcen en una multitud de corpúsculos en los que, probablemente, se habrían dividido también en el medio húmedo siguiendo un proceso natural. De este modo, los infusorios producen una descendencia sin fin [2]. Por el momento, esto puede ser suficiente, ya que, en una presentación más completa, este aspecto habrá de ser tratado de nuevo.
Si tomamos plantas y animales en su estado más incompleto apenas pueden distinguirse entre sí. Un punto de vida fijo, móvil o semimóvil es cuanto apenas resulta observable por nuestros sentidos. Si estos primeros principios -que pueden determinarse en una o en otra dirección- llegan a convertirse en planta en virtud de la luz, o en animal en virtud de la oscuridad, es algo que no somos capaces de precisar, aunque observaciones y analogías al respecto no faltan [3]. Podemos decir, pues, que las criaturas que van emergiendo poco a poco de una afinidad casi indistinguible como plantas o como animales se perfeccionan en dos direcciones opuestas, de modo que la planta lo hace como árbol rígido y de larga vida, mientras que el animal se ennoblece en la más elevada movilidad y libertad humanas.
La gemación y la proliferación son, una vez más, dos principios fundamentales del organismo, procedentes de aquel teorema de la coexistencia de numerosos seres iguales y análogos, que simplemente lo ponen de manifiesto de un modo doble. Trataremos de seguir estas dos vías a través de todo el mundo orgánico, para alcanzar y ordenar muchos seres de la manera más intuitiva posible.
Observando el tipo vegetal, enseguida situamos en él un arriba y un abajo. La parte inferior está constituida por la raíz, cuya acción se desarrolla en la tierra y pertenece a la humedad y la oscuridad, mientras, en sentido diametralmente inverso, el tallo, el tronco o lo que ocupe su lugar, se levanta hacia el cielo, el aire y la luz.
Cuando observamos esta maravilla y el modo en que se produce, aprendemos a mirar más de cerca, encontrándonos con otro importante principio fundamental del organismo: que ninguna vida puede prosperar sobre la superficie y exteriorizar por sí misma su fuerza productiva; la energía de la vida necesita de un envoltorio que la proteja contra los rigores de los elementos externos, ya sea el agua, el aire o la luz, defendiendo su delicada existencia de modo que ésta pueda llegar a cumplir lo que específicamente corresponde a su interioridad. Este envoltorio puede aparecer como corteza, como piel o como concha, pero todo lo que ha de tomar vida, todo lo que ha de actuar de manera viviente, debe estar a cubierto. Y todo lo que está vuelto al exterior, poco a poco, precozmente, va hacia la descomposición y hacia la muerte. Las cortezas de los árboles, las membranas de los insectos, los pelos y las plumas de los animales, incluso la piel del hombre, son envoltorios que permanentemente se pierden, son eliminados y abandonados a la no-vida. Pero detrás de ellos siempre se forman nuevos envoltorios, y bajo éstos la vida, más superficial o más profunda, va tejiendo su trama creadora.
De la presente recopilación sólo ha sido impreso con anterioridad el ensayo La metamorfosis de las plantas, que apareció él solo en 1790, teniendo una acogida fría y hasta hostil. Este rechazo era, no obstante, algo completamente natural: la doctrina del eneapsulamiento, así como la noción de preformación7 y el desarrollo sucesivo de lo que existe desde
7 Según la teoría de la preformación, todo nuevo ser está contenido, ya en el óvulo (ovulistas), ya en el espermatozoide (espermatistas), antes de la fecundación. Se niega, pues, la idea de generación propiamente dicha. Para los espermatistas, el papel de la hembra se limita a proporcionar al embrión las condiciones para su desarrollo, mientras que para los ovulistas, el macho tan sólo pone en marcha el proceso evolutivo. En cualquier caso, no hay producidn de un ser nuevo, sino despliegue de un individuo ya constituido en todos sus órganos, que se encuentra replegado sobre sí mismo en el volumen mínimo del embrión: «Las plantas y los animales son ingenerables e imperecederos [...1, proceden de semillas preformadas y, por consiguiente, de la transformación de seres vivientes preexistentes. Hay pequeños animales en el semen de los grandes que, mediante la concepción, adquieren un entorno nuevo que se apropian y en el que pueden nutrirse y crecer para salir a un teatro más grande» (W. Leibniz, Los principios de la naturaleza y de la gracia, trad. casi. M. García Morente, Porrúa, México, 1977, p. 64). El correlato necesario de esta teoría de la preformación es la del eneapsulamiento múltiple. Si todo ser vivo está previamente contenido en la semilla de otro ser vivo en un estado microscópicamente reducido, deberá, a su vez, contender otros seres preformados aún más reducidos, y así hasta el infinito, de modo que en el ovario de la primera mujer o en las vesículas seminales del primer hombre debían estar encapsuladas unas dentro de otras todas las generaciones que han constituido y constituirán la raza humana. Es importante la observación de la relación de estas teorías, en cuanto a su credibilidad y defensa por parte de quienes las profesaban, con el impacto producido por la aplicación del microscopio en biología y anatomía: el mundo de lo infinitamente pequeño hace su aparición, poniendo en circulación la existencia de realidades que, por su pequeñez, no podemos captar a simple vista o ni siquiera con el microscopio. Cfr., para más detalle, F. Moiso, «Preformazione ed epigenesi nell'etá goethiana», en V. los tiempos de Adán, se habían apoderado de las mentes en general, incluso de las mejores. Linneo, con la fuerza de su talento, había impuesto un rumbo, tan determinante como decisivo, a un modo de representación de incidencia especial en lo referente a la formación de las plantas, que parecía concordar muy bien con la mentalidad de la época. Mi honesto esfuerzo quedó, en consecuencia, sin ningún efecto. Pero yo, contento por haber encontrado un hilo conductor en mi camino solitario y silencioso, observé todavía más atentamente la relación, la acción recíproca entre los fenómenos normales y los anormales. Observé lo que la sola experiencia me proporcionaba generosamente, y dediqué un verano entero a una serie de experimentos que debían enseñarme cómo, mediante un Verra, 11 problema del vivente ira Settecento e Ottocento. Aspetti filosofici, biologici e medici, Istituto della Enciclopedia Italiana, Roma, 1992. exceso de alimento, se impide la fructificación, y cómo, mediante la escasez de alimento, se acelera. Aproveché la ocasión de disponer de un invernadero, que podía iluminar u oscurecer a voluntad, para aprender a conocer la acción de la luz sobre las plantas; los fenómenos de la decoloración me ocuparon preferentemente, así como experimentos con discos de cristal coloreado.Y como hubiese adquirido suficiente habilidad para juzgar, en muchos casos, las variaciones y transformaciones orgánicas del mundo vegetal, así como para reconocer y derivar de ellas la sucesión de las formas, quise conocer también más de cerca las metamorfosis de los insectos [1].
Nadie negaba esto: que el ciclo vital de estos seres es una transformación continua, que se puede ver con los ojos y tocar con las manos. Mi más temprana experiencia de largos años con la cría del gusano de seda, constituía un conocimiento que todavía conservaba; y lo amplié observando y haciendo dibujar muchos géneros y especies de insectos, desde el huevo hasta la mariposa, dibujos estos de los que me han quedado los más apreciables.
Aquí no hay conflicto alguno con lo que transmite la tradición escrita, y yo sólo necesitaba trazar un esquema tabular para engarzar de manera lógica mis experiencias individuales, y alcanzar así una clara visión general del admirable proceso vital de estas criaturas. De estos esfuerzos trataré de dar cuenta también, y lo haré con total tranquilidad, pues mi opinión no contradice la de ningún otro.
Al mismo tiempo que me ocupaba en estos estudios, mi atención se dirigía también a la anatomía comparada de los animales, sobre todo de los mamíferos, disciplina que había suscitado ya un gran interés. Buffon y Daubenton hicieron mucho. Campe9 aparece como un meteoro del espíritu, ciencia, talento y actividad; Sbmmerring [2] se mostró admirable; y
Merck11 aplicó a estos problemas su entusias-
9 Peter Camper (1722-1789) fue un prestigioso anatomista holandés, contrario a la hipótesis de la existencia en el hombre del hueso intermaxilar. Cuando Goethe cree haber descubierto este hueso en el cráneo humano, le envía a Camper su memoria Dem Menschen wie den Tieren ist ein Zwischenknochen der obern Kinnlade zuzuschreiben (1786), que no tiene la acogida que Goethe esperaba. Para algunos detalles de interés sobre esta cuestión cfr. G. A. Wells, Goethe and the lntermaxillary Bone, en The British Journal for the History u/ Science, 3 (1967), pp. 348-361; H. Bräuning-Oktavio, Vom Zw.schnkie-ferknochen zur Idee des Typus. Goethe als Naturforshcer in den Jahren 1780-1786, J. A. Barth, Leipzig, 1956.
mo siempre vivo. Con estos tres científicos mantuve las mejores relaciones, con Camper epistolares y con los otros dos personales o manteniendo el contacto durante las ausencias.
En el transcurso de mis estudios fisiognómicos, hubo de ocupar mi atención la significatividad y versatilidad de las formas, sobre lo cual muchas veces trabajaría y discutiría con Lavater. Más tarde, en mis frecuentes y más largas estancias en Jena, y gracias a la infatigable preocupación didáctica de Loder12, pude alegrarme de alcanzar una comprensión más exacta de la formación animal y humana. El11 J. H. Merck (1741-1791) fue discípulo de Camper, al que profesaba una veneración ilimitada.
12 Justus Christian Loder (1753-1832) fue profesor deanatomía y cirugía en Jena entre 1778 y 1803, y después lo fue en Hall, en Polonia y en Rusia. Fue el iniciador de Goclue en los estudios de anatomía y el primero en reconocer su descubrimiento del hueso intermaxilar.
método antes empleado en el estudio de las plantas y de los insectos me guió también en este camino, de modo que, en el aislamiento y la comparación de las formas, la formación y transformación tenían que poderse expresar también en el lenguaje. Los tiempos de entonces eran, no obstante, más sombríos de lo que ahora se pueda imaginar. Se afirmaba, por ejemplo, que sólo dependía del hombre caminar a sus anchas a cuatro patas, y que los osos, si se tuvieran durante algún tiempo en posición erecta, podrían llegar a ser hombres. El audaz Diderot aventuró cierta propuesta acerca de cómo se podrían producir faunos con pies de cabra para que, poniéndoles la librea, sirvieran de adorno y distinción especial en los carruajes de los ricos y de los poderosos.
Durante largo tiempo parecía imposible encontrar la diferencia entre hombre y animal, hasta que, por fin, se creyó de modo terminante que el mono se distinguía de nosotros por llevar sus cuatro incisivos en un hueso empíricamente aislable; y así, la ciencia entera oscilaba entre lo serio y lo jocoso, entre los intentos de confirmar medias verdades y los de prestar al error una apariencia cualquiera, ocupándose y manteniéndose en un tipo de actividad caprichosa y arbitraria. La confusión más grande fué, sin embargo, la que originó la disputa sobre si se tenía que considerar la belleza como algo real, inmanente a los objetos, o, por el contrario, como algo relativo al que la observa y la reconoce, y, por tanto, como algo convencional e individual.
Entre tanto, yo me había dedicado a la histología, pues en el esqueleto se nos ha conservado, de manera segura y para la eternidad, el carácter exacto de toda forma. Reuní fósiles más antiguos y más recientes y, durante mis viajes, miré atentamente aquellas criaturas cuya formación pudiera resultarme instructiva en su totalidad o en aspectos particulares.
Y enseguida sentí la necesidad de establecer un tipo, por referencia al cual poder examinar a todos los mamíferos según su concordancia o su divergencia con él. Y como ya antes había buscado la planta originaria (Urpflanze), así trataba ahora de encontrar el animal originario (Urtier), es decir, el concepto o la idea de animal.
Pero mi ardua y fatigosa investigación se vió aliviada y endulzada entonces con la obra de Herder, Ideas sobre la historia de la humanidad. Nuestras conversaciones diarias versaban sobre los comienzos originarios del aguatierra, y sobre las criaturas orgánicas que más antiguamente se desarrollaron a partir de ella. Discutíamos siempre sobre el origen primero y la evolución incesante, y los conocimientos que ya poseíamos se enriquecían así y se precisaban diariamente mediante la mutua comunicación y la confrontación de ideas.
Con otros amigos [3] me entretuve también entusiasmado con estos problemas que me apasionaban, y estas conversaciones no quedaron sin un efecto y sin un beneficio recíprocos. Por ello, tal vez no fuera presuntuoso imaginarnos que muchas de estas ocurrencias que, a través de la tradición, se han ido propagando en el mundo científico, den ahora frutos de los que podamos alegrarnos, incluso cuando no siempre se recuerda el jardín primero que proporcionó los acodos.
Actualmente, muchas cosas son de uso corriente gracias a una experiencia que se amplía más y más, y en virtud de una filosofía que profundiza también más y más; muchas cosas que, en los tiempos en que fueron escritos los ensayos aquí recopilados, eran inaccesibles tanto para mí como para otros.
Véase, pues, el contenido de estas páginas históricamente -incluso si ahora pudiera ser tenido por superfluo-, y como testimonio de una actividad silenciosa, tenaz y continuada.
Desde mi llegada al noble círculo de vida weimariano, tuve el privilegio inestimable de poder alternar el aire de casa y de la ciudad con la atmósfera de los campos, de los bosques y de los jardines. Ya el primer invierno pude sentir los azarosos goces de la caza, y, para descansar de ellos, pasábamos las largas tardes, no sólo contando toda clase de extraordinarias aventuras de la vida en los bosques, sino también con charlas sobre la necesaria selvicultura. Las cacerías weimarianas estaban compuestas por excelentes monteros, entre los cuales se pronunciaba con veneración el nombre de Sckell[1]; jóvenes de la nobleza, entre los que recuerdo con tristeza al prematuramente fallecido Wedel[2], seguían sus huellas. Una revisión de todas las reservas forestales, basada en mediciones, estaba llevándose a cabo, y se preveía con mucho tiempo la distribución de las talas anuales.
También el país empezaba a levantarse desde el punto de vista económico; se impulsaba el cultivo de las plantas forrajeras, mientras que al pastoreo se le imponían algunas limitaciones. Entre los terratenientes, los administradores y los arrendatarios se encontraban hombres expertos y reflexivos. La voluntad y las aspiraciones eran frescas, íntegras y llenas de esperanza.
La ciudad de Weimar tenía un hombre que, en más de un aspecto, era digno de estima: el doctor Buchholz [3], propietario de la única farmacia, un hombre acomodado y amante de la vida, que había orientado su actividad, con admirable afán de saber, a las ciencias de la naturaleza, buscándose para ello los ayudantes más capacitados. No por azar, el excelente Göttling [4] salió de su laboratorio formado como químico. Toda nueva maravilla físico-química descubierta en nuestra tierra o en el exterior era reproducida ante los ojos de Buchholz y comunicada, con la mayor liberalidad, a los amantes de las ciencias naturales.
También en el ámbito de la botánica, partiendo del círculo restringido de las plantas medicinales, Buchholz se esforzaba en difundir conocimientos por todo el mundo científico, y trataba de cultivar, en su grandioso jardín, plantas que en aquel tiempo eran poco comunes.
La actividad de este hombre fue puesta al servicio de una enseñanza más amplia y práctica del joven príncipe -que desde muy pronto se había interesado por las ciencias-, dedicando a un instituto botánico grandes y soleadas áreas de su jardín en la proximidad de lugares sombreados y húmedos, donde enseguida los más antiguos y expertos jardineros de palacio se pusieron a trabajar con empeño. Los catálogos, todavía existentes, de este instituto, muestran el empeño que se puso en aquellos comienzos.
En tales condiciones, también yo me sentía obligado a buscar más y más luz sobre el saber botánico. La Terminología de Linneo, los Fundamenta sobre los que debía levantarse el edificio, las disertaciones de Johann Gessner [5]para explicar los Elementos de Linneo, todo reunido en un pequeño cuaderno me acompañaba por caminos y senderos, y todavía hoy aquel cuaderno me recuerda los días frescos y dichosos en los que aquellas densas páginas me abrieron, por primera vez, a un mundo nuevo. La Filosofía. botánica de Linneo era mi estudio diario, y así avanzaba cada vez más en el conocimiento y la visión general de la naturaleza tratando de empaparme lo más posible de la tradición escrita.
Hasta dónde haya logrado llegar por esta vía, y cómo una enseñanza tan inusitada haya actuado sobre mí, es algo que puede, tal vez, mostrarse con claridad a lo largo de estas comunicaciones. Por ahora, reconozco que, después de Shakespeare y de Spinoza, la mayor influencia sobre mí procede de Linneo, pero más que nada en virtud de la posición polémica a la que éste me empujaba. En realidad, mientras trataba de asimilar sus agudas y geniales distinciones, sus leyes exactas y atinadas aunque con frecuencia arbitrarias-, la discrepancia se ponía en marcha en mi interior: lo que él trataba de mantener separado a la fuerza, debía yo, por las exigencias más profundas de mi ser, esforzarme en reunir19.
En Ziegenhain se había distinguido particularmente la familia Dietrich. Su fundador, conocido de Linneo, mostraba una carta autógrafa de este insigne hombre, y con este diploma se sentía enaltecido, sin más, al rango de la nobleza botánica. Después de su muerte, el hijo continuó su ocupación, que consistía principalmente en proporcionar a docentes y estudiosos de todas partes, las llamadas