Terapia sin fronteras - María Gómez Soler - E-Book

Terapia sin fronteras E-Book

María Gómez Soler

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Beschreibung

Terapia Sin Fronteras se erige como la opera prima de la destacada psicoterapeuta argentina María Gómez Soler, quien desarrolló su carrera profesional entre su país y los EE.UU., hacia donde emigró en 2003. Su labor le ha dado el privilegio de poder escuchar e intervenir en cientos de historias de pacientes que también habían migrado en circunstancias muy diversas, y la llevó a especializarse en diferentes técnicas que la posicionan a la vanguardia del tratamiento de personas que han abandonado sus países de origen. La obra relata seis casos reales basados en transcripciones verdaderas de diferentes sesiones de terapia, que la autora ha tomado como íconos de las problemáticas típicas de la migración. Ilegalidad, estigmatización social, conflictos escolares, discriminación, racismo, dificultades idiomáticas, burocracia estatal, precarización laboral e identidad ampliada son algunos de los temas que Gómez Soler ha desentrañado con suma sensibilidad y profesionalismo. El libro recorre historias de migración, personificadas en pacientes que atravesaron circunstancias muy distintas y que calaron hondo en la piel de la autora, recorriendo como hilo narrativo común el desafío que plantea un mundo diferente, con otros códigos, otro lenguaje y otros valores. Cada capítulo de Terapia Sin Fronteras deja mensajes de ayuda implícita y explícita para los inmigrantes y su entorno, pero busca atrapar la curiosidad más allá de los vaivenes migratorios, sumergiendo al lector en el desafío de responder a los cambios que se ponen en juego en todas las etapas evolutivas de la vida.

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Seitenzahl: 186

Veröffentlichungsjahr: 2021

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María Gómez Soler

Terapia sin fronteras

Gómez Soler, María Terapia sin fronteras / María Gómez Soler. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-1996-2

1. Ensayo. I. Título. CDD 158.1

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Copyright © 2021 por María Gómez Soler. Todos los derechos reservados.La transmisión, duplicación o reproducción del siguiente trabajo, incluida información específica, se considerará un acto ilegal, independientemente de que el mismo se realice de forma electrónica o impresa. Esto se extiende a la creación de una copia secundaria o terciaria de la obra, o una copia grabada, las cuales se permiten solo con consentimiento expreso por parte de su autor.

Este libro también está disponible en formato de libro electrónico.

A pesar de haber tomado como referencia acontecimientos de la vida real, los hechos y personajes de cada una de las historias contenidas en este libro han sido cuidadosamente modificados para resguardar la identidad y la privacidad de los pacientes reales.

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723Impreso en Argentina – Printed in Argentina

A mis padres, Susana y Pedro, por estar siempre a mi lado y enseñarme a descubrir que el amor  y el apoyo incondicional no conocen fronteras.

Prólogo

He tenido el gusto de conocer a la autora de este maravilloso libro hace varios años. También soy una mujer migrante, pero, en mi caso, ha sido por elección, ya que viajar y vivir en diferentes países y culturas es una parte intrínseca de la carrera diplomática.

Sin embargo, entiendo que migrar no es fácil. Puedo comprender perfectamente a quienes transitan este proceso, y más aún a quienes lo recorren junto a su familia, ya que, en mi caso, lo he vivido acompañada de mi esposo y mi pequeño hijo.

Cuando empecé a cumplir funciones como diplomática en la ciudad de Atlanta, encabecé uno de los proyectos más hermosos de mi gestión en Georgia: organizar encuentros de mujeres argentinas migrantes en el sudeste de EE. UU. Dicha tarea me permitió conocer a profesionales de diferentes disciplinas, dispuestas a compartir su experiencia personal y laboral.

Con el tiempo, fui descubriendo muchas historias de vida, protagonizadas por mujeres con mucha fortaleza, energía y resiliencia. Entre todas, fuimos creando lazos de comunidad.

Allí, María fue de las primeras en forjar liderazgo con creatividad, para construir vínculos fuertes y sustentables. Junto a un grupo de psicólogas, comenzó a organizar encuentros para abordar temáticas que nos atraviesan a todas las mujeres migrantes: crianza, barreras idiomáticas, discriminación, conflictos escolares e inserción laboral, entre otras.

En 2020, debí atravesar, como al resto de la humanidad, uno de los momentos más desafiantes de mi profesión: la pandemia, como consecuencia del covid-19, nos plantó ante un escenario social y humanitario inimaginable.

En mi caso, tuve la principal responsabilidad de asistir y acompañar a personas de la comunidad argentina que se encontraban en situación de vulnerabilidad. Debía hacerlo en un contexto dinámico e impredecible, donde los recursos no siempre son abundantes.

En ese escenario, hostil, mientras asistía a compatriotas que habían quedado “varados” en el sudeste de EE. UU., María estuvo allí. Recordaré por siempre nuestra conversación de aquella tarde de marzo:

—¡Contá conmigo! ¿Cómo puedo ayudar? —se leía en la pantalla de mi teléfono móvil. Vi aquel mensaje algo borroso, mis ojos estaban muy cansados, dado que llevaba ya varios días con apenas unas pocas horas de descanso.

—¡No te ofrezcas porque acepto tu ayuda ya mismo! —le contesté, con ironía.

Apenas unos segundos después, mi teléfono empezó a sonar y atendí sin mirar quién era. Del otro lado escuché su voz.

—¡Acá estoy! —apenas dijo.

Mis ojos volvieron a borronearse, pero de emoción. Me había dicho las palabras justas, un clásico de María.

A partir de ese día, esa experimentada terapeuta, a quien admiraba y con quien solía compartir debates académicos más que interesantes, se convirtió en una profesional a la altura de las circunstancias, desplegando su talento al servicio de los demás de manera incondicional. Siempre abordó cada experiencia con paciencia, amor y dedicación. Nunca he recibido un “no puedo”, cuando la he convocado para solicitarle su “guía profesional”.

María trabajó ad honorem en la asistencia a personas migrantes vulnerables. Atravesamos juntas situaciones de estrés, angustia y tristeza, pero también celebramos con alegría, y emocionadas hasta las lágrimas, cuando los vuelos humanitarios repatriaban a las personas argentinas que habían quedado varadas lejos de su patria.

La pandemia nos atravesó, nos transformó, nos hizo cuestionar la “cotidianidad” y hasta el sentido de nuestro existir. No somos, ni seremos los mismos.

María podría no haberme enviado nunca aquel mensaje cuando las fronteras comenzaban a cerrarse, y quizás nos hubiésemos seguido viendo posteriormente a la pandemia en los encuentros de mujeres argentinas, pero todo fue diferente.

María decidió trascender sus propias barreras y puso a disposición de la comunidad argentina su contención en una situación sin precedente. Nuestros caminos se enlazaron, y juntas comprendimos que siempre se puede dar un paso más para asistir a quienes nos necesitan.

Hoy, este libro llega con historias particulares, que han sido seleccionadas quirúrgicamente para que cada capítulo nos deje un mensaje y una enseñanza, desandando la actividad de una terapeuta que se ha desafiado a develar su técnica y su estilo propio de trabajo, en pos de ayudar a quienes transitan las situaciones traumáticas que presenta la migración en su conjunto.

Algunas historias símiles a las que relata este atrapante volumen las he escuchado en primera persona, como consecuencia del ejercicio propio de mi profesión, pero otras no son conocidas para mí. Sin embargo, del escrito en general se desprende que, independientemente de la problemática de cada migrante, siempre hubo una profesional preparada al máximo para abordar el encuadre terapéutico apropiado.

A lo largo de la lectura, verán que uno de los grandes aportes de María tiene que ver con su perspectiva de género. El hecho de que sea una mujer migrante, sin duda, marca una diferencia, librando conceptos potentes, sin tapujos, con franqueza y reflejando la pluma del corazón de una persona resiliente, empática y profesional.

Desde el primer capítulo, María ha logrado atrapar la atención. Su narración ha recreado la atmósfera de intimidad necesaria para comprender los cambios que atraviesan las personas migrantes.

Los lectores lograrán situarse en su consultorio, como seres invisibles, donde podrán observar cómo la técnica profesional de la terapeuta le brinda el espacio necesario a cada paciente migrante para construir un refugio espiritual.

Cada relato es diferente y permite reflexionar sobre situaciones cotidianas, y no tanto, de quienes han sufrido el desplazamiento migratorio. La redacción es potente, porque al finalizar cada segmento, los hará reflexionar y retrotraer la lectura hacia el título y a la frase que ilustra el inicio de cada historia, comprendiendo su sentido de principio a fin.

María, con mucho respeto, ha logrado comunicar y transmitir cómo las personas migrantes que han hecho terapia con ella han podido encontrar un lugar solaz y de acogida. 

El libro es atrapante, no solo por su temática, sobre todo para personas a las que nos ha tocado migrar en algún momento de nuestras vidas, sino también porque está abordado desde la perspectiva de una mujer que ha vivido la migración en primera persona.

Las mujeres migrantes, en general son las que lideran el envío de remesas a sus países de orígenes, suelen ser las primeras en reaccionar en el momento de crisis cuando se encuentran en pleno desplazamiento y son quienes lideran los campamentos en los países de tránsito hasta su destino final, cumpliendo un rol fundamental en la reconstrucción de un terreno de “entendimiento común” entre los desplazados.

Por todo esto, imagino que para cualquier migrante, encontrar la ayuda de una profesional de su talla hará la diferencia, porque, según ella misma dice, “muchas veces, la ayuda práctica es más terapéutica que cualquier interpretación”. 

Ojalá que cada lector pueda disfrutar de las páginas siguientes tal como lo he hecho yo. Pero no solo eso, espero que también les sirva para aportar una mirada diferente acerca del migrante, tanto como material de ayuda para quienes atraviesan situaciones similares, como para generar empatía en el conjunto de la sociedad.

Hago la salvedad de que las expresiones subjetivas contenidas en las historias del presente libro son mera responsabilidad de su autora, y en modo alguno representan la posición oficial de mi persona y mi país.

Úrsula Eyherabide 

Diplomática argentina

Introducción

Crecí en un barrio de clase media alta de Buenos Aires. He vivido fuera de mi país por casi dos décadas. Emigré a EE. UU. con 32 años, poco tiempo después de la crisis política y económica que atravesó la Argentina en 2001. Me acompañaban mi marido y mi hija de apenas 4 meses, pero, por sobre todas las cosas, llevaba conmigo la esperanza de que en mi nuevo destino iba a poder acceder a todo lo que en mi patria me era esquivo: seguridad, capacidad de progreso, estabilidad y, principalmente, previsibilidad.

Sin embargo, debo reconocer, que transité todo ese proceso con mucho temor e incertidumbre. Era consciente de que apostar por esa ilusión nos llevaría, inexorablemente, a estar muy lejos de nuestras familias y amigos, y que le estaba negando a quien por entonces, era mi única y pequeña hija la oportunidad de crecer con la presencia cotidiana de sus abuelos, tíos y primos, que siempre tuvieron una importancia preponderante a lo largo de toda mi vida.

Inmersa en esa vorágine analítica, que me ha hecho pasar más de una noche en vela, nunca me detuve a considerar el impacto que tendría cambiar de cultura. En aquel entonces, entendía que nuestra ubicación social, que no era nada mala por cierto, viajaría conmigo. Creía que, si era una privilegiada en la Argentina, lo sería aún más en un país con los niveles de desarrollo que se ostentan en EE. UU. de Norteamérica. Aquí mi primer error.

Permítanme un pequeño pecado de vanidad, pero podrá resultar curioso que alguien con una muy buena formación académica e intelectual no haya deparado en el choque cultural que siempre, y sin distinciones, trae aparejada la inmigración. Y la verdad es que, si bien había oído hablar miles de veces de la discriminación contra las minorías en EE. UU., no creía que eso se aplicara a mi situación, ya que no me consideraba parte de ese grupo.

Así como la gente dice que recuerda dónde estaba exactamente cuando le dispararon a John Fitzgerald Kennedy o, para mi generación, cuando nos enteramos del ataque a las Torres Gemelas, es así como yo recuerdo el preciso momento en el que descubrí que en EE. UU. me consideraban “hispana”.

Me acuerdo de que estaba en mi oficina y le mencioné a un colega estadounidense que estaba buscando comprar un auto. Él me recomendó un concesionario cercano que era conocido por trabajar asiduamente con la comunidad hispana. Lo siento como si fuera hoy mismo: de pronto caí en la ficha de que, en EE. UU., pertenecía a una categoría que nunca había sentido como propia.

Recuerdo también cuánto me perturbaba que generalizaran a todas las personas que veníamos de países donde se hablaba español, borrando de un plumazo las diferencias entre las distintas naciones y regiones que componen el amplio telar de Latinoamérica, especialmente rico en diversidad, ya sea por su música, cultura o gastronomía.

Eso me generó mucha confusión, ya que no comprendía en qué consistía esa nueva identidad, impuesta por otros, que no me representaba.

Mi carrera como psicoterapeuta me dio el privilegio de poder escuchar cientos de historias de pacientes que también habían migrado en circunstancias muy diversas. Si bien las razones que argumentaban cuando llegaban a terapia no estaban directamente conectadas con su condición de migrantes, había una “música de fondo” que era común a todos.

Así, escuché muchos relatos de pacientes que habían llegado a EE. UU. cruzando el desierto de noche, sin documentos y arriesgando su vida, y muchos otros, propios de personas que arribaron en circunstancias de mayor privilegio, como académicos contratados por universidades norteamericanas, o directivos de empresas multinacionales que aterrizaron viajando en primera clase y con generosos “paquetes de compensación de expatriados”.

Aunque a primera vista parece que poco y nada tenían esos casos en común, empecé a descubrir que compartían la misma confusión que yo misma había notado respecto a la nueva identidad que emerge, naturalmente, al cambiar de ubicación social.

Como patrón compartido en todos los casos, durante mucho tiempo, el inmigrante vive en un estado de confusión. Se pregunta quién es, cómo debe considerarse a sí mismo. Como un espejo, recibe a diario distintas imágenes y definiciones de las personas que lo rodean. En sus países de origen, muchos son calificados como “privilegiados” que pudieron escapar y aprovechar nuevas oportunidades, mientras que para otros son “traidores” que abandonaron el barco, en vez de quedarse a “lucharla” en su propia tierra.

A su vez, en EE. UU., el que llega deberá enfrentarse a una adjetivación disímil, según el caso: por un lado, puede ser tratado como el “intruso” que busca sacarle trabajo a los nativos, que atenta contra la pureza de la identidad “americana”, pero, por el otro, también pueden hacerle sentir que le tienen “lástima” por verlo como una “víctima”. Además, en el mejor de los casos, entre los americanos más progresivos, también están quienes lo cobijan, demostrando agradecimiento por tener nuevos inmigrantes que ayudan a seguir ampliando la diversidad cultural que está en el ADN de la cultura del país.

Los inmigrantes se “prueban” estas definiciones, como si fueran distintos tipos de calzado. A veces se identifican con una u otra, pero pelean día a día por entender en dónde están parados.

Sin embargo, llega el día en que reconocen que ninguna de esas caracterizaciones refleja su realidad, y que no se trata de una u otra, sino de todas a la vez. Deben amigarse con esta identidad ampliada, enriquecida, como resultado de estos nuevos aspectos que la propia inmigración les ha permitido explorar.

En este libro quiero compartir algunas historias de migración, personificadas en pacientes que atravesaron circunstancias muy distintas, recorriendo como hilo narrativo común el desafío que nos plantea la identidad cultural que comienza a forjarse cuando salimos del lugar en donde nacimos y nos sumergimos en un mundo diferente, con otros códigos, otro lenguaje y otros valores.

Si bien mi corte narrativo está circunscripto al universo de la migración, la experiencia que los acompañará en las próximas páginas busca atrapar la curiosidad de todos los lectores, sumergiéndonos en la evolución y los cambios que se ponen en juego en todas las etapas de la vida.

Por eso, espero poder abrir las puertas al conocimiento de distintas realidades, pero, por sobre todas las cosas, que mis lectores logren empatizar con la vivencia de sentir que la identidad es interpelada a cada momento por una situación nueva y diferente.

Si estas historias los emocionan, despiertan compasión o hacen reflexionar, mi tarea se habrá cumplido.

Contexto social

La inmigración en EE. UU. tiene una enorme influencia sobre la demografía y cultura del país. Desde su fundación, millones de migrantes se han trasladado por causas religiosas, políticas, o económicas.

El pico de inmigración se produjo en el período comprendido entre 1892 y 1924. Hoy, EE. UU. tiene más inmigrantes legales que cualquier otro país del mundo.

Después de la liberalización de la política de migración, en 1965, el número de inmigrantes de primera generación que residen en este país ha crecido cuatro veces: de 9.6 millones en 1970, a, aproximadamente, 38 millones en 2007.

Por su parte, el censo realizado en 2018 en EE. UU. arrojó que en ese momento ya residían unos 44.7 millones de inmigrantes. Según datos publicados por la Organización de las Naciones Unidas, al momento de la publicación de este libro, ya había más de cincuenta millones de inmigrantes, lo que supone más de un 15 % de la población.

Si bien hacia el final del siglo XIX un 85 % de los inmigrantes provenían de Europa, hacia 1990 esa proporción se redujo hasta un 22 %, y, al mismo tiempo, la parte de los inmigrantes de Asia y América Latina creció de 2.5 % a 68 %. Durante esa década, la inmigración ilegal comenzó a superar a la llegada legal de migrantes, y es esta una situación que se mantiene hasta hoy.

Las mayores causas de la inmigración ilegal son la pobreza y la falta de recursos, sumadas a la violencia causada por la inseguridad social en las que suelen estar inmersas sus naciones de origen.

Aproximadamente la mitad de los inmigrantes que residen en EE. UU. son personas naturales de México y otros países de América Latina, predominando considerablemente los adolescentes y jóvenes de entre 15 y 34 años.

El flujo migratorio de los países de Centroamérica hacia los EE. UU. es muy significativo. Por ejemplo, el stock de migrantes representa el 23 % de la población de El Salvador, el 8 % de la población de Honduras y el 6 % de la de Guatemala. Cada año, más de 300 000 ciudadanos de estos países comienzan su viaje hacia el norte, compartiendo siempre objetivos similares, pero con distintos niveles de éxito.

El Gobierno de EE. UU. reconoce desde hace años que la situación en la frontera con México se ha convertido en un “gran problema”. Y crece a un ritmo mucho más rápido cuando se acerca el período en que tradicionalmente se produce el mayor número de entradas, a finales de la primavera.

En ese marco, subyace otra problemática que tiene que ver con la inmensa cantidad de niños y adolescentes migrantes que cruzan la frontera cada día. Allí, son retenidos por el Departamento de Seguridad Nacional (DHS) para “procesarlos” por un máximo de 72 horas.

Luego, los niños son entregados al Departamento de Salud y Servicios Humanos “para atender sus necesidades”, que incluyen la investigación de las familias que los albergarán, mientras sus casos son adjudicados a un tribunal de inmigración.

A nivel estatal, el gobierno de Joe Biden comenzó a implementar diversas medidas para reformar el sistema legal de inmigración del país.

En ese sentido, se propuso un importante proyecto de ley de inmigración que ofrecería un camino de 8 años hacia la ciudadanía a los aproximadamente 11 millones de indocumentados que están en el país.

Pero el árbol no puede tapar el bosque. Dichas intenciones no lo son todo en el universo migratorio. Si bien la burocracia estatal y los frenos administrativos constituyen uno de los principales escollos para los inmigrantes, hay todo un marco adicional de situaciones hostiles que los condenan a vivir como prisioneros espirituales de sus propias vidas. Pasado, presente y futuro parecen, muchas veces, guionados por el mismo autor.

Ayudarlos psicológicamente para poder romper esas cadenas es una de las tareas más arduas porque, independientemente de las leyes y de las acciones de gobierno, hay un escenario social interno y externo a sus emociones que los convierten en nómades espirituales.

Llegar es solo el comienzo de una larga travesía. Derechos vulnerados, discriminación, violencia racial, dificultades idiomáticas, estigmatización social, conflictos escolares, precarización laboral, drogas y depresión son solo algunos de los daños naturales que sufren la mayoría de los inmigrantes. Cientos de historias que nutren mi porfolio profesional dan cuenta de ello.

Capítulo I

Brian“El niño adulto”

“El papel del terapeuta es análogo al de una madre que ofrece a su hijo una base segura desde la que podrá explorar el mundo”.

John Bowlby

Era un miércoles de invierno, más tarde de lo habitual, casi de noche. Había visto a mi último paciente del día y estaba apagando la computadora para marcharme a casa.

La clínica donde trabajaba no nos permitía hacer las notas en nuestras propias laptops por un tema de seguridad: en las desktops de la clínica tenían todo tipo de barreras tecnológicas para garantizar que las historias clínicas de los pacientes no pudieran ser “hackeadas”. Esto era una fuente de irritación para los terapeutas que trabajábamos allí, ya que nos obligaba a quedarnos fuera de hora haciendo un trabajo administrativo que bien podríamos hacer desde nuestras casas.

De pronto, Carla, la recepcionista, entró con un paso apresurado a la sala de reuniones. Tenía cara de preocupación.

—¡Ay, qué suerte que aún no te fuiste, María! Llegó un hombre hispano que habla muy mal inglés y parece desesperado —me dijo—. Necesito que vengas a verlo porque dice que necesita hablar urgente con un psicólogo —agregó.

En la clínica donde trabajaba, yo era la única psicóloga que hablaba castellano, y como era tanta la demanda de inmigrantes latinos y tan poca la oferta de terapeutas que pudieran atenderlos, no me sorprendió para nada que Carla asumiera que debía hacerme cargo de la situación.

Pero lo que más me llamaba la atención era que todos sabíamos bien cómo era el protocolo de admisión. Era muy estricto, dado que la clínica prestaba servicios gratuitos para gente de bajos recursos y la demanda desbordaba la oferta.

Por lo tanto, los potenciales pacientes debían comunicarse, brindar sus datos y explicar su problemática, para que luego la directora de la clínica priorizara y asignara los casos. Todo eso ocurría mucho antes, incluso, de que pudiéramos comenzar el tratamiento.

La lista de espera era larguísima y obtener un turno llevaba semanas. Por eso, no dudé en que algo había impactado a Carla profundamente. Así fue como decidí confiar en su intuición y le dije que la seguía. Casi chocándonos, caminamos juntas hacia la recepción.

Pocos metros antes de llegar, vi a un hombre de unos 60 años, de estatura pequeña, pelado y con barba de dos o tres días. Vestía ropas de trabajo, manchadas con pintura seca. Imaginé que sería pintor o albañil.

Recuerdo que caminaba de un lado a otro del hall principal y que parecía hablar consigo mismo. Apuré mi tranco y cuando estaba dispuesta a presentarme me interrumpió, aún sin conocerme…

—¡Doc, doctora! —dijo tartamudeando y casi a los saltos—… ¡Necesito ayuda para mi sobrino! ¡Es un buen chico!, recién sale del centro de detención para inmigrantes indocumentados, pero sufrió muchísimo…—agregó.

—Buenas noches, señor. Mi nombre es María. No se preocupe y pase al consultorio, así me cuenta tranquilo qué es lo que le está sucediendo. ¡Ah, y otra cosa! No soy doctora —le aclaré.