Tiempo de leyendas - M. J. Mauriz - E-Book

Tiempo de leyendas E-Book

M. J. Mauriz

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Beschreibung

En una tierra mística, repleta de secretos y misterios ocultos en antiguas leyendas, las fuerzas más poderosas de la naturaleza, los elementos, se alzan una vez más para combatir la gran sombra que se cierne sobre el mundo.En esta ocasión, acompaña a Alex, el joven hijo adoptivo de un carpintero, en la modesta y tranquila aldea sureña conocida como Lago Viejo, resguardada tras una gigantesca cadena montañosa que divide todo un continente. Deberá luchar contra los demonios de un pasado que desconoce, en una apasionante historia llena traiciones, batallas épicas entre las fuerzas del bien y del mal, y poderes ancestrales que despertarán el terror en los hombres… y en el lector.

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Seitenzahl: 1103

Veröffentlichungsjahr: 2019

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M. J. Mauriz

Tiempo de leyendas

UNA LUZ EN LA OSCURIDAD

Editorial Autores de Argentina

M.J.Mauriz

Tiempo de leyendas : una luz en la oscuridad / M.J.Mauriz. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-761-966-9

1. Narrativa Argentina Contemporánea. 2. Novela. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Diseño de portada: Felipe Knudsen

Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

En un mundo gobernado por antiguas leyendas, a veces, el destino nos juega una mala pasada.

Sombras

–¡Alex! ¡Alex! –Otra vez ese grito desesperado de una voz femenina que no conozco. Otra vez el mismo escenario aterrador. La tierra negra y chamuscada en este campo de batalla infinito. El cielo oscurecido por las espesas nubes de humo, y el viento huracanado que forma remolinos de furia a mi alrededor. Me encuentro caminando solo, entre los cientos de cuerpos de soldados mutilados que yacen esparcidos por los alrededores. Yo mismo cargo una pesada armadura que rechina con cada paso que doy. Y ese llamado... una y otra vez ese grito de auxilio. Pero no hay señales de vida en millas a la redonda, estoy solo.

‘¿De dónde vendrá esa voz? ¿A quién pertenece? –me pregunto mil veces–. Otra vez ese sueño. ¿Qué significa? ¿Será que algún día dejaré de tener esa horrible pesadilla?”.

La he sufrido desde que tengo memoria, y aún no encuentro un significado. Tantas preguntas, y tan pocas respuestas.

Al menos hoy no me desperté de un salto, será que me estoy acostumbrando. En fin, por ahora, me conformaré con empezar el día.

El sol brilla radiante, y no alcanzo a ver ni una nube en el cielo desde el ángulo que me permite mi ventana. Una típica mañana de verano en la aldea de Lago Viejo. Solo han pasado quince días desde la última águila blanca. Cada vez que una de esas majestuosas aves gigantes aparece en el cielo, anuncia la llegada de un nuevo año y el comienzo del verano.

Alcanzo a escuchar a mi padre abriendo el portón de su pequeño taller de carpintería junto a la casa, está a punto de ponerse a trabajar, y se supone que yo debería estar ahí. Otra vez voy a llegar tarde.

Por otro lado, mi hermana menor, Meggy, ya está en el chiquero jugando y perdiendo el tiempo con los cerdos, más que alimentándolos como debería.

Y yo, tendría que levantarme y ponerme en marcha hacia el taller, pero como de costumbre, necesito de unos momentos para aclarar mi mente después de esa horrible pesadilla.

Me levanto de un salto, y me pongo la ropa del día anterior. Atravieso mi habitación hasta salir al pasillo que conduce a la cocina. Sobre la mesa, hay un tazón repleto de manzanas recién cosechadas, una tarea que suelo realizar junto a mi hermana en las mañanas. Es claro que otra vez le fallé.

Tomo una impulsado por el hambre, la más roja y jugosa que puedo encontrar. Luego salgo por la puerta del frente.

Meggy me saluda moviendo su mano de manera eufórica, como siempre, y con una sonrisa pronunciada. No puedo creer que ya tenga ocho años, me parece que fue ayer cuando la sostuve por primera vez entre mis brazos, y ahora, no hay quién la detenga. Siempre correteando de aquí para allá, con su larga cabellera castaña danzando al viento, y la luz del sol reflejándose como en el agua en sus diminutos ojos verdes.

Le contesto el saludo con un suave movimiento de cabeza, mientras le doy una gran mordida a la manzana.

Luego de caminar unos pasos por el sendero, me encuentro con el rústico taller. Mi padre ya se puso a reparar la silla de jardín de la señora Molle, la dueña de la granja vecina. Una viuda de cincuenta y tantos, tan corpulenta como entrometida. Ya van tres veces en menos de cinco días que le trae la misma silla. ¿Cómo se las arregla para romperla?

Se podría decir, que Sean Aarden es el mejor carpintero de todo Lago Viejo, si no fuera porque es el único carpintero de todo Lago Viejo.

–Buen día, padre –lo saludo, mientras me dirijo a la mesa del fondo sin mirarlo.

–Buen día, Alex –me contesta, sin hacer mención alguna a mi tardanza, y levantando una de sus gruesas manos sin apartar la vista de su trabajo.

Coloco la media manzana que me queda en el borde de la mesa, y me propongo a terminar el estante para la cocina.

Luego de algún tiempo de arduo trabajo en completo silencio, mi padre se decide a romperlo.

–¿Puedes creer que otra vez tenga que reparar esta condenada silla? –me dice medio enojado–. Esta pata la he reemplazado más veces de las que soporta, ya no sé cómo seguir arreglándola. –Sus palabras llegan hasta mis oídos, pero mi mente sigue atormentada pensando en ese maldito sueño–. Alex, hijo ¿Me estás escuchando? –me pregunta, poniendo su pesada mano en mi hombro.

–Sí padre, lo siento. Estaba algo distraído... Parece que la rompiera a propósito solo para venir a verte –le digo a modo de broma para evitar que se dé cuenta. Pero es una persona difícil de engañar.

–Te noto algo preocupado, hijo. Otra vez esa pesadilla... ¿Verdad? –Asiento con la cabeza–. Estás teniendo esas pesadillas muy a menudo últimamente, Alex. ¿Seguro estás bien? –insta.

–Sí, no te preocupes, estaré bien –le respondo, mientras empiezo a moverme de manera descoordinada buscando las herramientas para seguir trabajando.

Noto como él, vuelve a sentarse y continúa con su trabajo, pero con una gran expresión de preocupación en su rostro. Sin duda sabe que esas pesadillas me afectan, y eso lo pone mal. Sé que no va a decírmelo, nunca fue muy bueno expresando lo que siente, es muy reservado en ese aspecto. Como cuando murió mi madre al dar a luz a Meggy, se pasó días enteros llorando en silencio. Pero de alguna forma logró salir adelante, siempre con la frente en alto, algo que debió aprender en sus días como miembro del cuerpo de caballeros de Lago Viejo. Él solía decirme, que el entrenamiento militar siempre se basó en formar a los hombres para hacerlos duros de cuerpo y mente, algo que lo define bien a él, ya que es alguien de carácter fuerte que inspira respeto.

–¿Y? ¿Cómo va el nuevo estante? –Rompe nuevamente el silencio.

–Tengo que confesarte que me está costando más de lo esperado. Pero debería poder terminarlo para la tarde. –Ni bien termino de pronunciar esas palabras, una gran sombra llama mi atención desde la entrada del taller.

La mismísima viuda Molle aparece en la puerta, esperando a que alguno de los dos se fije en su presencia. Con su cabello negro como la noche todo despeinado, implicando que acaba de levantarse. Viste una camisola de lino blanca larga y harapienta, por la que se le alcanzan a ver trozos indescriptiblemente horribles de piel arrugada.

–Buen día, Sean –dice, con una voz ronca y pesada. Sus regordetas mejillas se arrugan y estiran al mismo tiempo, para formar una especie de sonrisa macabra.

–Buen día, Molle –le contesta mi padre, mientras continúa trabajando sin apartar la vista de la silla, pues tan solo con escuchar su gruesa voz como la de un hombre, se da cuenta de quién se trata.

–Veo que aún no has terminado de arreglarla –comenta algo frustrada.

–Lo siento, Molle –Sigue sin mirarla–. Recién me pongo a repararla, y no creo poder terminar sino hasta entrada la noche. Así que, me temo que tendrás que venir mañana por ella.

–¡Vaya, una lástima! –dice ella, con una mueca de frustración que le arruga toda la frente–. Esperaba poder usarla más tarde.

–Además –la interrumpe–. Se me han terminado los suministros que necesito para fabricar las clavijas y así poder reemplazar la pata... deberé ir al mercado a conseguir más.

–Iré yo –irrumpo de repente. Mi padre abre los ojos como dos enormes monedas.

–¿Seguro? –me pregunta, sorprendido.

–Sí, me servirá para despejarme.

–De acuerdo, pero no te distraigas demasiado –dice, y deposita sus herramientas en el suelo, junto a la silla estropeada por la viuda.

–Tranquilo, volveré antes de que te des cuenta.

–Muy bien, Sean –dice Molle–. Vendré mañana por la silla, si es que terminas de arreglarla. –Y antes de que pueda levantar la vista, da media vuelta y se va, sin darnos oportunidad alguna de saludarla.

–Bueno, debería ponerme en marcha.

–¡Espera un momento! –me frena–. Ya que vas al mercado, llévate a Crhisty con el herrero y haz que le cambie las herraduras. Ayer noté como cojeaba de una pata, y no quiero que se lastime.

–De acuerdo –asiento.

–Toma, necesitarás unas monedas extra –me dice, al mismo tiempo que mete su mano derecha en el bolsillo de su pantalón, y extrae una pequeña bolsita de cuero repleta de monedas de plata, cerrada con un delicado cordón del mismo material.

Agarro la bolsa con firmeza y la guardo en mi bolsillo. Luego salgo del taller sin decir otra palabra, y camino por el sendero de piedra que conduce al establo. Veo a Meggy correteando y asustando a las gallinas, algo que mi padre le prohibió que hiciera, ya que, si las altera demasiado, no pondrán ni un solo huevo.

–¡Meggy, deja eso! –le grito, a lo que ella contesta enseñándome la lengua. Yo le devuelvo una mueca de burla.

Luego de unos pasos me encuentro frente al establo. Abro el portón con cierta dificultad. Las bisagras están más oxidadas que de costumbre. Mi padre prometió cambiarlas hace tiempo, pero sé que lo hará cuando las puertas se le caigan encima.

Camino hasta la pared del fondo donde están las sillas de montar. Tomo una, y vuelvo hasta donde se encuentra Zaphiro, mi caballo negro. Lo ensillo sin problemas; parece que siempre estuviera esperándome para salir. Lo llevo afuera agarrándolo por las riendas. Lo ato a la rama más baja del gran sauce blanco frente al establo, y vuelvo a buscar a Crhisty.

La yegua blanca que algún día pertenecerá a Meggy, se encuentra descansando. Le coloco sus riendas y la llevo hacia afuera. Mientras camina, noto como cojea de una de sus patas traseras.

–Calma, amiga –le digo con una voz suave. Le reviso luego la pesuña, con cuidado para que no se altere. Noto que la herradura esta descolocada y torcida. Seguro le produce dolor al caminar. Tendré que llevarla con cuidado y a paso lento.

Siempre me gustó visitar el mercado de Lago Viejo. De niño me escapaba de casa todo el tiempo, y me iba a recorrer los callejones y puestos que hay diseminados por toda la aldea. Me pasaba casi todo el día deambulando y explorando. Cuando volvía, mi padre me esperaba siempre con un regaño.

Luego de una cabalgata incesante por el sendero que conduce a la aldea, custodiado por una larga fila de enormes y verdes álamos, la empalizada que rodea y protege el centro de Lago Viejo se hace presente. Como de costumbre, debo anunciarme con el guardia que vigila la puerta trasera desde la pequeña torre de piedra.

Levanto la vista en dirección a la torre para buscar al guardia, y me encuentro con Valerius Arson, uno de los soldados más veteranos de la aldea. Lleva puesta su típica armadura de cuero con mallas metálicas, y sostiene su gran arco de madera de fresno. Su blanca cabellera, brilla a la luz del sol de la mañana.

Lo saludo agitando mi mano.

–¡Vaya, vaya! Pero si es el pequeño Alex –me dice mirándome desde las alturas.

Mi padre me habló algunas veces del viejo Valerius. Me dijo que es tan honorable como valeroso, y dueño de una gran sabiduría. Sin duda uno de los mejores soldados de Lago Viejo, y a pesar de su edad, parece que siempre estuviera listo para dar batalla.

–¿Cómo está todo por ahí, señor? –le pregunto sonriente, cubriéndome del sol con la mano, que amenaza con dejarme ciego.

–Todo bastante tranquilo, muchacho. Dime qué te trae al mercado tan temprano. Ya no tienes edad para escaparte de tu casa y meterte en problemas –dice levantando una ceja.

–Eso forma parte del pasado, señor. Solo necesito algunos suministros para mi padre, y llevar a la yegua con el herrero. –Señalo al blanco animal a mi lado.

–De acuerdo, Alex. Solo procura que tu espíritu aventurero no me dé problemas. –Le dibujo una enorme sonrisa de aprecio. Valerius lanza un agudo silbido en dirección a los guardias del portón–. ¡Holgazanes! Dejen de descansar y abran las puertas –les grita, asomándose por la pequeña ventana de la torre. Unos instantes después, las viejas y un poco oxidadas bisagras, comienzan a crujir a medida que se abre el portón, dejando al descubierto la calle principal, donde se encuentra el gran mercado de Lago Viejo.

Como todas las mañanas, el mercado se llena de un colorido ajetreo. Los aldeanos van de aquí para allá, comprando y vendiendo, otorgándole a este lugar un cálido toque amigable. Tan solo me resta cabalgar un poco más para llegar hasta la herrería de Eudes Sadler.

El viejo Eudes es el maestro herrero de la aldea. El principal proveedor de armas y armaduras, tanto de los soldados como los caballeros. Un hombre apacible si se lo trata con la justa cordialidad.

A mitad del camino me encuentro con su taller; el inconfundible cartel de madera colgante así lo señala.

“El martillo ligero”, pone en la placa, con letras grandes hechas de hierro, y acompañado de la imagen de un yunque con dos espadas cruzadas.

Me acerco y dejo ambos caballos atados en la entrada.

Ya desde afuera, se pueden apreciar la gran variedad de hojas de espadas de todo tipo exhibidas en la pared, listas para colocarles las empuñaduras y ser entregadas.

Veo al viejo Eudes bastante concentrado, trabajando en su estrecho taller que apenas se ilumina con la escasa luz que entra por la pequeña ventana a su lado, en una armadura plateada que brilla con mucha intensidad. Se ve con claridad la imagen de un gran sauce blanco tallado en el centro; el emblema de Lago Viejo.

Su escasa cabellera blanca, se refleja sobre el metal mientras trabaja.

–Buen día, señor Sadler –le digo con entusiasmo.

–¡Oh, Alex! Pasa chico, adelante. No te vi entrar –dice con su voz gruesa–. Hacía algún tiempo que no te veía. ¿Cómo está Sean?

–Muy bien, señor. Está trabajando nuevamente en la silla de la viuda Molle.

Eudes larga una carcajada.

–Otra vez esa silla –comenta sin parar de reírse–. Si yo fuera Sean, se la lanzaría por la cabeza a Molle sin dudarlo.

–Ya sabe cómo es mi padre –digo, algo contagiado de su risa.

–Sí que lo sé. Su paciencia algún día se convertirá en su perdición. De solo pensar en todo lo que tuvo que aguantar contigo, Alex. Las veces que te escapabas de tu casa y te aventurabas solo por la aldea, y yo, que te encontraba y tenía que llevarte casi de las orejas de vuelta con él. –El herrero, me enseña todos sus ennegrecidos dientes con una sonrisa.

–No lo olvido señor –respondo con respeto, aunque hastiado por escuchar dos veces la misma anécdota por parte de los viejos amigos de mi padre.

–Vamos chico, cuantas veces debo decirte que no me digas señor. Tendré el cabello cano, pero aún conservo algo de juventud. Dime Eudes.

–Lo siento –me disculpo, mientras desvío mi atención hacia la plateada armadura que descansa sobre la mesa–. ¡Que bella pieza! –comento–. ¿Para quién es?

–Para quién crees que puede ser –resopla, con una leve expresión de desprecio dibujada en su rostro–. Para el maldito de Rendel Longridge. Ese cerdo con aires de grandeza que comanda la milicia de la aldea. Si por mí fuera, le agregaría unos cuantos picos de hierro escondidos por dentro. Así el muy desgraciado se apuñala al colocársela.

–No conozco mucho sobre él –comento, tímido frente a la reacción del herrero.

–Y lo bien que haces, Alex. Los hombres como Rendel solo sirven para deshonrar el juramento sagrado de todo buen soldado. Me orinaré sobre su tumba algún día –agrega, aún más enojado–. Te aconsejo que no le des motivos para que se fije en ti.

Eudes, todavía molesto, levanta la gruesa coraza plateada y la coloca sobre un exhibidor de madera que está a su lado, como si desistiera de seguir sacándole brillo.

–Pero bueno –me dice, mientras se limpia las manos con un pedazo de tela viejo y ennegrecido–. Dime qué puedo hacer por ti.

–Solo necesito que le cambie las herraduras a Crhisty. Tiene una un tanto descolocada, y cojea al caminar.

–Muy bien, vamos a ver qué puedo hacer –dice.

Ambos salimos del taller hasta el poste de madera donde dejé amarrada a la yegua.

El herrero, toma con cuidado la pezuña de Crhisty para inspeccionarla, cuando de pronto, veo a dos guardias caminando y tambaleándose de un lado a otro por la calle.

Noto como ambos sostienen grandes jarras que chorrean cerveza espumosa por los costados, debido al tambaleo que producen al intentar mantenerse rectos. Las vestimentas ordinarias que portan, indican que aún no son soldados. Solo son simples guardias novatos que todavía no completan su entrenamiento. Debería estar acostumbrado a ver un espectáculo como ese en este lugar, pero no puedo evitar sentirme furioso.

Los guardias borrachos caminan torpemente, llevándose por delante todo lo que hay en su camino, y riendo a carcajadas. Uno de ellos, se tropieza y cae de bruces sobre la gran colección de collares y anillos finos del joyero. Varias carcajadas aisladas inundan el aire, incluida la mía. Su compañero hace un esfuerzo sobrehumano para levantarlo, mientras los demás aldeanos los observan con ojos llenos de decepción y vergüenza, y ninguno se presta a asistirlos.

La joven hija del joyero intenta recoger todo el desorden que provocaron. Una mujer de rostro alegre y muy hermoso, con el cabello largo hasta la cintura, y negro como sus ojos. Los dos lascivos guardias, se quedan mirándola de arriba abajo, con expresiones lujuriosas en sus rostros sucios. La joven no tarda en incomodarse.

–¡Bueno, bueno, bueno! ¡Que tenemos aquí! –dice el primer guardia, con las palabras que apenas se le entienden por la gran borrachera que carga encima.

Es un hombre bastante desagradable a la vista. Tiene la cara sucia, dando la impresión de que no se ha lavado en días. Los pocos dientes que le quedan están negros, y tiene una gran cicatriz que le recorre toda la mejilla derecha. El cabello oscuro y grasiento, le cae por ambos lados de la cabeza todo desprolijo.

Se acerca a la joven y comienza a recorrerla lentamente con la mirada.

–Buen día, preciosa –le dice, enseñándole los dientes podridos, y alzando su mano derecha para acariciar la mejilla rosada de la muchacha. Esta se encoge de hombros en un intento por sacárselo de encima. El guardia, al notar el desprecio, la toma con violencia del brazo–. ¡Parece que la gatita quiere mostrar las uñas! –dice, riéndose. El otro guardia, no hace más que festejar con carcajadas mientras su compañero acosa a la hija del joyero.

–¡Suéltame, bastardo! –dice ella, tironeando del brazo para intentar zafarse.

El hombre, enfurecido, la golpea con tanta fuerza que la mejilla izquierda de la joven se torna colorada al instante.

Un sentimiento de rabia me invade por completo, y no pierdo ni un segundo en decidirme a actuar a pesar de las advertencias del herrero. No alcanzo a dar el primer paso, cuando siento una mano gruesa y fuerte que me frena agarrándome del hombro. El viejo Eudes se percata de mis intenciones,

–Déjamelo a mí, Alex –me susurra.

Veo al viejo herrero, sosteniendo una larga y afilada hoja sin empuñadura. Sin duda, tomó una de las tantas espadas a medio terminar que están exhibidas en su taller. Noto con sorpresa, que lleva envuelta la espiga con la tela que utilizó para limpiarse las manos, como improvisando un mango.

–¡Déjala ir, Darred! –grita con fuerza.

El guardia, sobresaltado, suelta el brazo de la muchacha y se voltea para ver al herrero, que se para erguido frente a él con la enorme espada en su mano.

–¡Vuelve a tu taller, viejo, si no quieres salir lastimado! –le dice Darred, señalándolo, al mismo tiempo que posa su otra mano sobre el pomo negro su espada.

–¡No me obligues a enseñarte modales, chico! ¡Déjala ir! –insta Eudes.

El segundo guardia, que está a solo unos pasos de distancia luchando por mantenerse de pie, interviene.

–¡Enséñale al viejo quien manda, Darred!

En ese momento, el guardia borracho desenvaina su espada y se prepara para atacar.

–¡Te arrepentirás de haberte entrometido, viejo! –dice, apuntando con su hoja al herrero. Apenas si puede mantenerla en alto.

Los nervios, me invaden por completo ante lo que está pasando. Nunca antes había presenciado una pelea, ni siquiera un mero choque de espadas. A pesar de que mi padre es un ex caballero veterano, jamás quiso inculcarme esos hábitos. La mayoría de los jóvenes reciben algún que otro entrenamiento de espadachín. Pero mi padre no mostró interés alguno por transmitirme esos conocimientos.

Mientras los nervios me recorren todo el cuerpo, alcanzo a ver a Darred alzando su hoja por encima de su cabeza, y comenzar a propinar golpes torpes que el viejo herrero no tarda en bloquear fácilmente. El sonido de los metales chocando entre sí me estremece.

Luego de varios intentos fallidos por parte del guardia borracho, Eudes se decide a terminar con la disputa. Sostiene con firmeza la espada improvisada, y con un movimiento certero, atraviesa la armadura de cuero de Darred hasta que la hoja se hace visible desde su espalda.

La sangre comienza a brotar de inmediato, deslizándose lentamente por la hoja hasta caer en la tierra, tiñéndola de un rojo vivo. El guardia moribundo dibuja una mueca de dolor en su rostro por un segundo, cuando los ojos se le cierran y cae desplomado al suelo. Eudes retira la espada del cadáver de Darred, y se voltea para mirar al segundo guardia, que se queda paralizado ante lo que ve.

–¡Lárgate de aquí! –le ruje, al mismo tiempo que lo amenaza con la hoja ensangrentada.

El hombre, aterrado y sin decir una palabra, sale corriendo atropellándose todo lo que se cruza en su camino, y desaparece entre la multitud curiosa que empieza a formarse alrededor del cadáver.

La hija del joyero se acerca, y le hace una leve reverencia al herrero.

–Gracias –le dice, con una voz dulce y tímida.

–No fue nada, mi niña –le contesta Eudes.

Los demás mercaderes y aldeanos comienzan a murmurar sobre el hecho. Alcanzo a escuchar a algunos discutiendo acerca de los posibles destinos que le esperan al herrero.

–¡Seguro que Rendel se pondrá furioso! –le comenta una señora avejentada a quien aparenta ser su esposo.

–Sí, pero Eudes hizo lo correcto por lo que a mí respecta –le contesta el hombre bajito y encorvado–. No es la primera vez que ocurren estas cosas, querida. Ya va siendo hora de que nos defendamos nosotros solos.

Todos los aldeanos, demuestran su preocupación por el bienestar del viejo herrero. Seguro que más de uno se opondrá a cualquier castigo que decida imponerle el comandante.

En medio de la muchedumbre, veo a Eudes dirigiéndose hacia mí.

–Debes irte, Alex –me dice–. Yo me encargaré de esto cuando venga Rendel.

–¡No me iré! –replico–. Seguro que el comandante se desquitará contigo.

–Y que puedes hacer tú, muchacho. Ya te dije, es mejor no darle motivos a Rendel para que se fije en ti. Deja que yo me preocupe por él ahora. –El viejo se ve bastante calmado, a pesar de imaginarse lo que puede pasarle, cuando el comandante se entere de que asesinó a sangre fría a uno de sus reclutas–. Dile a Sean que más tarde llevaré a Christy –agrega–. Pero ahora es mejor que te vayas. –De pronto, escucho que se acercan varios jinetes desde el norte, a todo galope por la calle principal. El que lidera la marcha lleva una larga capa negra, y su caballo porta una especie de armadura plateada que le cubre toda la cabeza. Junto a él, cabalgan tres soldados armados– ¡Vamos, vete, no pierdas más tiempo! –me ordena Eudes, casi empujándome.

Me subo a Zaphiro tan rápido como puedo, y sacudo fuerte las riendas para indicarle que galope.

De a poco veo como la multitud va quedando atrás a medida que me alejo. Giro mi cabeza un instante, en un intento curioso por ver lo que está pasando. Alcanzo a ver a los jinetes acercándose rápidamente a los aldeanos. Pero no logro descubrir nada más. Zaphiro galopa muy rápido.

Decido retomar el sendero principal para volver a casa y contarle a mi padre lo que ha ocurrido. Para mi sorpresa, el portón sur está abierto y sin vigilancia. No veo a Valerius por ningún lado, así que lo atravieso como un rayo.

Mi mente sigue algo alterada por lo ocurrido. La respiración se me agita y me cuesta mantener el enfoque.

Luego de unos momentos de cabalgar, llego al cruce que lleva directamente a la casa de Jack.

Jack Farsen, es el único hijo de Tatius Farsen, el pescador de la aldea. Siempre fuimos muy buenos amigos, sobre todo por nuestra mutua capacidad para meternos en problemas. De niño, cuando me escabullía de mi casa para ir al mercado, siempre me encontraba con él en este cruce, y ambos nos íbamos a buscar problemas a la aldea.

Su padre es el único pescador de Lago Viejo. Su casa se ubica al este de la aldea, justo sobre la orilla del lago.

Decido ir a visitar a Jack y contarle lo sucedido con Eudes. Seguro se sorprenderá al enterarse de lo que el viejo herrero es capaz de hacer para salvar a una dama.

Ya desde la distancia, a través del sendero custodiado de árboles, se pueden ver con claridad algunos detalles de la residencia de los Farsen. Como la gran chimenea de piedra que se eleva desde el ala norte de la casa.

A medida que me acerco comienzo a notar algunas irregularidades, como la falta de humo saliendo por la chimenea... Sería muy extraño que no hubiera nadie en la casa, ya que ni siquiera es mediodía.

Los botes del señor Farsen están amarrados en la orilla, como si no hubieran sido utilizados. Normalmente, a esta hora ya deberían estar en el agua.

Me acerco todavía más. Veo que las ventanas y la puerta están cerradas, como si la casa estuviera abandonada. Un mal presentimiento me recorre la espalda.

Desmonto a Zaphiro, preocupado. Lo amarro bajo la sombra de un sauce y camino hasta la entrada.

–¡Jack! –grito con fuerza golpeando la puerta, pero no obtengo respuesta–. ¿Hay alguien en casa? –insisto, pero sin resultado.

La puerta está cerrada, aunque sin llave. No me cuesta trabajo abrirla. El crujido de las bisagras me raspa los oídos.

El interior se ve muy oscuro, y apenas puedo vislumbrar por donde camino. Solo unos pocos rayos de luz que entran por el marco de la puerta me sirven de guía. Al parecer, la casa se encuentra ordenada, a excepción de la mesa y las sillas que parecen haber sido víctimas de una gresca.

‘¿Qué diablos pasó aquí? –maldigo en mi mente”.

Continúo registrando la estancia con ojos atentos y temerosos. Una extraña mancha sobre el suelo junto a la mesa destrozada, llama mi atención. No puedo ver bien que es debido a la oscuridad, así que me aproximo lento, para evitar tropezarme con los trozos de madera de las sillas desperdigados por el piso. A simple vista, parece un pequeño charco de agua sobre la madera.

Extiendo mi mano para confirmar mi teoría. Descubro una superficie un tanto espesa que me provoca repulsión. Me dirijo de inmediato a la luz que entra por la puerta, solo para llevarme una sorpresa.

Sangre. El rojo intenso y vivo de la sangre que adorna la punta de mis dedos. Comienzo a sentir un escalofrío que me sube por la espalda hasta la cabeza. Me doy vuelta, preocupado y asustado, pensando en los peores posibles escenarios.

– ¡Jack! –vuelvo a gritar. Mis manos tiemblan incontrolables. Nadie responde. Solo el eco de mi voz rebotando entre las paredes.

Mientras la mente me da vueltas, vuelvo caminando hacia el interior de la casa a buscar algún indicio de supervivencia. Paso por encima del charco, y descubro una serie de huellas de sangre que llevan directo hacia la otra estancia de la casa. Las huellas parecen ser de una persona, lo que me confirma la posibilidad de que Jack, o tal vez su padre, pueden estar heridos.

Continúo siguiendo las pisadas hasta llegar a la puerta de la sala, donde me encuentro con más manchas de sangre sobre el marco, como si la víctima hubiera estado desangrándose y se apoyara sobre la puerta. La preocupación y el miedo que me inundan, son cada vez mayores mientras camino siguiendo las manchas. Las pistas me llevan directo hacia la escalera.

Ya casi no puedo ver el camino que siguen mis pies. La oscuridad es tan grande, que me guio solo por mi conocimiento del interior de la casa.

Subo cada escalón, temeroso, imaginando miles de caóticas posibilidades sobre lo que me encontraré en el piso de arriba.

El chirrido de unas bisagras me sorprende de repente, seguido del golpe característico de una puerta que se cierra con fuerza... Casi doy un salto del susto. La puerta de la entrada acaba de cerrarse, pero no le doy mucha importancia. Sigo subiendo la escalera. La vida de mi mejor amigo puede estar en peligro.

La planta alta también está sumida en las sombras, apenas si puedo distinguir las tenues huellas que sigo. Las paredes del estrecho pasillo se encuentran muy deterioradas, como si hubieran soportado cien años de abandono en tan solo un día.

Unos pocos pasos más para alcanzar la puerta de la habitación de Jack, la cual descubro cerrada. Me acerco sigiloso, pero asustado, con las manos todavía temblorosas y el pulso agitado.

–Jack –digo en voz baja–. ¿Estás ahí dentro? –Nadie contesta. Tiene que estar en esta habitación. Al menos el rastro termina aquí, pero no se oye ni un ruido.

Decidido, giro la perilla de la puerta y la abro de un golpe. Lo que más me temía se manifiesta ante mis ojos. El cadáver de mi amigo yace tendido boca arriba sobre la cama.

Me tapo la boca con las manos de la angustia. Puedo sentir las primeras lágrimas que me caen por las mejillas. Me acerco como puedo para verlo mejor, y descubro el cuerpo de Tatius en el piso, junto a la cama.

Ambos presentan varias heridas punzantes en el pecho, y cortes profundos en el cuello, de punta a punta. Unas manchas negras en la piel, sobre todo en la cara, llaman mi atención. Las cuencas de sus ojos están completamente ennegrecidas, como si estuvieran pudriéndose. No se me ocurre qué o quién puede haber causado eso, no parecen cadáveres normales. Es como si hubieran estado en descomposición desde hace varios días. Pero no tiene sentido, apenas ayer estuve con Jack y su padre, ayudándolos a remendar unas redes de pesca. De tratarse de un asesinato, no me explico quién pudo ser capaz de cometer semejante atrocidad. Ambos siempre fueron muy queridos y respetados en la aldea.

Tengo que salir de aquí y avisarle a mi padre. Ya no hay nada que pueda hacer por ellos.

–Adiós, amigo –murmuro, sollozante.

En el instante que me doy vuelta, algo pasa junto a mí, como una corriente de aire muy fría. La puerta de la habitación se cierra de golpe.

Frente a mis ojos, se manifiesta un rostro espectral. El miedo me paraliza por completo. Siento en ese instante una mano, más como una garra que me sujeta por el cuello y me arrastra hasta la pared del fondo. La extraña fuerza invisible comienza a levantarme de a poco. Me estrangula. El aire se escapa lentamente de mi cuerpo. Entonces el rostro desaparece, no puedo ver a nadie, solo siento como me asfixio lentamente sin poder defenderme. ¿Cómo luchar contra algo que no puedo ver?

Giro la cabeza a un costado, en un acto desesperado por encontrar una salida. Veo lo que puede convertirse en mi única oportunidad de sobrevivir.

La ventana de la habitación está a mi alcance. Si tan solo lograra abrirla, quizás la luz del sol me sirva para ver a mi atacante.

Extiendo la mano, mientras el aire de los pulmones se me escapa cada vez más, tratando de encontrar algún punto de apoyo para mis pies. Pero es inútil, no consigo nada.

Hago un segundo intento, pero esta vez con mi pierna derecha. Logro darle un golpe a la perilla de madera de la ventana, pero no es suficiente para abrirla. Ya casi no me quedan fuerzas. No debo darme por vencido, no puedo morir así.

Comienzo a sentir la cabeza hinchada, como si toda la sangre de mi cuerpo se concentrara en un solo lugar. La vista se me nubla. Reúno toda cuanta fuerza me queda, y lanzo una segunda patada. La perilla se rompe en pedazos y la ventana se abre.

Los dorados rayos de luz, entran por el pequeño marco e iluminan todo el cuarto. El rostro fantasmal reaparece frente a mí, mucho más nítido que antes, como una calavera podrida, atrapada dentro de una nube de humo negra que se mueve a voluntad, y dos enormes ojos rojos que me observan fijamente.

El espectro me libera de sus garras, lanzando un alarido ensordecedor mientras vuela hacia atrás, cubriéndose la cara con sus cadavéricas manos negras. Todo su cuerpo empieza a echar humo. Sus alaridos son cada vez más fuertes, tanto que me perforan los oídos. Entonces se incendia.

El fuego lo devora en un parpadeo hasta desaparecer por completo, dejando una pequeña pila de cenizas.

Caigo al piso, agotado, con una tos muy fuerte y luchando por respirar con normalidad. Bastante mareado y con la vista nublada. Me desplomo contra el suelo. De a poco voy perdiendo noción de lo que me rodea, hasta que todo se convierte en tinieblas. Me desmayo.

–¡Es un asesino! ¡Lo llevaremos al calabozo donde pertenece!

–¡No sabemos lo que pasó ahí dentro, Marcus! ¡Los cuerpos no parecían normales!

–¡Si yo te cortara el cuello y te diera quince puñaladas, tampoco parecerías normal!

–¡Me refería a las manchas en la piel! ¡Parecía como si llevaran varios días muertos!

–¡Esas son ideas tuyas! ¡Está claro que este mocoso es el responsable!

–Y entonces... ¿Por qué estaba tirado en el suelo, desmayado? Si tú mataras a alguien, saldrías corriendo, no te quedarías en la escena del crimen a descansar.

Ambas voces se oyen lejanas, como un eco. Veo reflejos de luz por todos lados. Dos hombres envueltos en armaduras brillantes cabalgan a un lado. Me siento liviano, como si volara. Veo un techo de madera y barrotes a los costados. Intento levantarme, pero ni siquiera puedo moverme, algo me sujeta con fuerza. Escucho susurros lejanos que no alcanzo a descifrar. Todo es muy confuso. Uno de los hombres se da vuelta y me mira; sus grandes ojos se tornan de un rojo fuego intenso, y su rostro se envuelve en sombras, al mismo tiempo que se le dibuja una sonrisa macabra. Se me viene a la mente la imagen del extraño ser que me atacó. Mis ojos se cierran nuevamente, y vuelvo a desmayarme.

El sonido de una gotera en el techo me despierta. Miro a mi alrededor para tratar de encontrar algún indicio de dónde me encuentro, pero solo alcanzo a ver las paredes de roca, y los gruesos barrotes de esta estrecha y oscura celda.

Las antorchas clavadas en la pared son mi única fuente de luz. Un intenso olor a comida caliente asalta mi nariz. A mi lado hay un tazón de madera, repleto de una sopa de verduras bastante apetitosa, junto a un pequeño trozo de pan. No debe haber pasado mucho tiempo desde que me trajeron aquí. El estómago me ruge del hambre.

Me agacho para recoger el tazón, y me siento sobre el catre de madera para empezar a comer. No me tardo mucho en devorar la comida.

Luego de unos momentos, escucho pasos. Veo una luz que se acerca por el fondo de la cueva. Aparecen dos guardias que se dirigen directo hacia mí. Alcanzo a ver la insignia plateada de un sauce sobre sus armaduras. Me alivia saber que aún me encuentro en Lago Viejo, a pesar de estar en el calabozo. Los soldados se acercan, y puedo sentir el desprecio en sus miradas cuando llegan a mi celda.

–¡El comandante quiere verte! –dice uno, alumbrándome con una antorcha de mano mientras abre la reja de mi celda. La luz del fuego alcanza su rostro, revelando a un hombre joven mal afeitado, con una nariz ancha y ojos pequeños.

Se me vienen varias preguntas a la cabeza en un instante. ¿Por qué estoy en prisión? ¿Acaso me acusan por la muerte de Jack y Tatius? Nada de eso tiene sentido. Jack era mi mejor amigo y nunca se me hubiera ocurrido hacerle daño.

A pesar de esas tantas intrigas, decido no pronunciar palabra alguna. Seguiré la corriente por ahora. Tal vez pueda razonar con el comandante y explicarle la verdad, incluso conociendo las barbaridades que se dicen de él.

Luego de abrir la reja, el guardia se hace a un lado para indicarme que salga. Le hago caso para no provocarlo. Al pasar junto a él, me lanza una mirada de desprecio y asco que me deja perplejo, como si estuviera liberando al asesino más buscado del mundo.

–¡Camina! –me ladra, empujándome con descaro. El otro guardia me transmite el mismo trato descortés con sus pequeños ojos.

Atravieso el túnel húmedo del calabozo, con mis dos guardaespaldas detrás. No puedo evitar notar la cantidad de celdas vacías que hay a mi alrededor. No me explico para qué son necesarias tantas en una aldea tan tranquila.

No veo al viejo Eudes encerrado por aquí. Después de lo que pasó en el mercado, sería lógico encontrarlo en una de estas celdas. Pero no está. No sé si alegrarme o sentir pena.

El camino se hace más largo de lo que parece, hasta que por fin llegamos al final del túnel. Una escalera de piedra aguarda para llevarnos a la superficie. Instantes después, me encuentro en el centro del cuartel de la milicia de Lago Viejo.

Uno de los soldados me toma del brazo, frenándome de golpe. Saca un gran manojo de llaves que lleva colgadas del cinturón y abre la puerta. Del otro lado, me encuentro con una sala que aparenta ser la armería. La poca luz que entra por las comisuras del techo de paja, se refleja sobre el metal de la gran colección de espadas y lanzas bien acomodadas en la pared. Parecen estar preparados para una guerra.

Continuamos en silencio hasta la siguiente estancia del cuartel, donde me espera un hombre alto, de pelo corto y dorado, portando con elegancia una armadura plateada que reconozco enseguida. Es la misma que estaba fabricando el herrero cuando fui a verlo en la mañana, solo que ahora está terminada. Me siento aliviado al pensar que pudo completar su trabajo sin problemas. Parece que el comandante no lo castigó como se esperaba.

Las hombreras llenas de picos encorvados, le dan una apariencia un tanto aterradora, y los detalles en las terminaciones de la coraza, dan cuenta del trabajo artesanal del herrero. La imagen del gran sauce blanco tallada sobre el centro del peto es la prueba.

Colgada del talabarte, en su vaina, la gran espada del comandante me deslumbra. El pomo está adornado con la cabeza de un águila blanca tallada. El largo del mango, hace que la espada sobresalga por encima de su cintura, golpeando contra la coraza cada vez que se mueve. La enorme hoja, debe tener al menos cuatro pies de largo, y ancha como una mano adulta.

Junto a él, sobre la mesa, hay un yelmo plateado y brillante con dos alas talladas que salen hacia atrás. Toda una verdadera obra de arte.

Los guardias mudos me arrastran hasta una silla y me sientan a la fuerza. Luego salen del cuartel, cerrando la puerta de un golpe tras ellos.

Rendel se voltea hacia mí, arrojándome una mirada seria con sus grandes ojos verdes.

–Así que, tú eres Alex –me dice con una voz suave y clara, colocando una silla frente a mí para sentarse. La punta de su larga espada se clava en la madera del piso.

–Sí, señor... me llamo Alex –balbuceo.

–Conozco a tu padre. Un gran hombre y excelente soldado. Toda la aldea quedó conmocionada al enterarse de su retiro de la milicia; con su habilidad y experiencia, habría sido mejor comandante que yo –comenta amigablemente. Yo le contesto con una mirada insegura–. Supongo que te imaginarás por qué estás aquí, o tal vez no. Después de todo, estuviste mucho tiempo desmayado, y debes estar algo confundido –continúa diciendo. Sus palabras se oyen muy amables, a pesar de tener a un supuesto asesino frente a él–. ¿Por qué no me cuentas lo que recuerdas? –añade.

Recuerdo cada minúsculo detalle de lo que ocurrió. Pero como hacer para explicarle que el responsable de la muerte de los Farsen, era un espectro que se incendió frente a mis ojos cuando lo alcanzó la luz del sol. Hasta a mí me cuesta creerlo todavía.

Continúo mirando al piso sin decir una palabra, sabiendo que mi silencio me incrimina aún más. Me preocupa lo que pueda pensar mi padre al respecto cuando se entere, si es que todavía no lo sabe.

–Jack... –Se me escapa un suspiro.

–¿Lo conocías? –pregunta Rendel elevando su tono de voz, demandando una respuesta de una vez por todas.

–Era mi mejor amigo –murmuro, todavía con la vista en el suelo–. Yo nunca podría hacerle daño.

–Encontramos dos cadáveres en esa casa, Alex –continúa, con una inflexión severa–. Tú estabas desmayado junto a los cuerpos.

–¡Yo no los maté! –grito, motivado por el dolor. Elevo la mirada y la clavo en sus ojos.

–No estoy diciendo que lo hayas hecho, solo quiero saber que pasó en esa casa –dice. No le contesto... reanudo el silencio, cansado de este interrogatorio sin sentido. Aparto la vista a un lado. Rendel se levanta y camina hacia una mesa de fina elaboración que se encuentra detrás de él, en la que descansan una delicada jarra de barro y dos copas de cristal–. Existen dos clases de personas, Alex –comenta, mientras levanta la jarra y vierte un líquido rojo sangre hasta llenar ambas copas. Noto al instante su intención de apaciguar la conversación, con el cálido y ardiente toque del vino–. Aquellos que dicen la verdad, y quienes la esconden. –Se acerca hacia mí con las copas en alto y me ofrece una, mi mano temblorosa la recibe con desdén–. No estoy llamándote mentiroso, pero sé perfectamente que conoces la verdad.

Este no parece el egocéntrico y abusivo comandante del que tanto había oído hablar, en su lugar, veo a un hombre razonable. Le doy un gran sorbo al vino hasta sentir que me quema la garganta.

–Existen muchas cosas espantosas que se dicen sobre usted, comandante –me atrevo a contarle, algo atragantado.

Veo una leve expresión sonriente en su rostro.

–Estoy al tanto de todo lo que la gente dice y piensa de mí. Solo te diré, que sirvo a un propósito mucho mayor de lo que te imaginas. –Sus palabras se oyen confusas–. Pero no estamos aquí para hablar de mí. –Se sienta de nuevo en su silla–. ¿Me dirás que fue lo que pasó?

Decido dejarme llevar y contarle la verdad de lo ocurrido, aunque suene descabellado.

–Fui a visitar a Jack a su casa, como cualquier día. –Las palabras salen temblorosas de mi boca–. Noté algo extraño cuando llegué. Su casa parecía abandonada, como si llevara años sin ser habitada.

–¿Qué encontraste adentro?

–Era un caos. La mesa y las sillas estaban destrozadas. Había charcos de sangre por todos lados, en el piso, en las paredes. Incluso en la barandilla de la escalera. Subí hasta la habitación de Jack, y... –De pronto se me acaban las palabras. Me quedo atormentado por los duros recuerdos.

–¿Qué ocurrió, chico? ¡Háblame!

–Era una sombra... juro que era una sombra. Me tomó del cuello y me arrastró por la habitación, donde intentó asfixiarme. –La cara del comandante se torna pálida. Se le dibuja una mueca de preocupación. Se frota las manos algo nervioso, casi como si estuviera asustado, como si creyera en mis palabras–. Fue entonces cuando abrí la ventana de un golpe...

–¿Y qué ocurrió? –me interrumpe, ansioso.

–Ese espectro... se incineró frente a mí, ardió como un leño seco hasta desaparecer –respondo entre sollozos.

Rendel se frota la barbilla durante unos momentos, pensativo y serio

–¿Qué edad tienes, Alex? –pregunta luego.

–Mi padre ha contado dieciocho águilas blancas desde que me adoptó, siendo tan solo un bebé –digo, y el comandante reanuda su silencio latente, enterrándome los ojos como si me estudiara.

–Debes irte a tu casa, chico. Vuelve con tu padre y no hables con nadie sobre esto –dice, levantándose de un salto.

–¡No! –replico–. ¡Por favor, dígame que está pasando, usted sabe que era esa cosa!

–Haz lo que te digo, muchacho, tendrás todas las respuestas que buscas más pronto de lo que imaginas. –Sus enigmáticas palabras, se ven interrumpidas por una fuerte discusión proveniente de la calle. Reconozco una de las voces. Mi padre está gritándole a los guardias, demandando que lo dejen entrar al cuartel. Rendel también se percata del escándalo, y se dirige de inmediato a la puerta.

Antes de que pueda alcanzarla, se abre con violencia. Mi padre irrumpe a todo vapor como un toro embravecido.

–¡Alex! ¿Estás bien? –me dice, acercándose y tomándome entre sus brazos.

–Sí, estoy bien.

–¡Déjalo ir, Rendel, mi hijo no es ningún asesino! –ruje, encarando al comandante que parece no responder a su enojo.

–Tranquilo, Sean, sé que él no lo hizo. –Le hace señas a mi padre para que se calme–. Ven un momento por favor, necesito hacerte una pregunta.

Sorprendido, mi padre se acerca despacio hacia él. Rendel le murmura algo al oído que no alcanzo a escuchar. Ambos entablan una pequeña conversación en voz baja durante un rato, ignorando por completo mi presencia. Luego, mi padre vuelve con el rostro pálido y la mirada perdida.

–¡Vámonos, Alex! –dice, con preocupación en la voz–. ¡Vámonos a casa! –Me extiende su pesada mano toda llena de callos, por tantos años de trabajar la madera.

–¿Qué ocurre?

–Tenemos mucho de qué hablar –responde tajante.

Nunca lo había visto tan serio, algo no anda bien. Decido seguirle la corriente hasta llegar a casa, tengo muchas preguntas que hacerle, y presiento que el momento de algunas respuestas ha llegado.

Nos dirigimos a la puerta de salida del cuartel; él va adelante a paso ligero.

–Buena suerte, muchacho –escucho la voz de Rendel. Le lanzo una mirada de intriga. No puedo esperar a ver qué es lo que mi padre tiene para contarme.

Salimos del cuartel. Veo a uno de los guardias de la puerta con un poco de sangre sobre su pómulo izquierdo, me estremezco de solo pensar que mi padre haya sido capaz de golpearlo, solo para llegar hasta mí. Sé que es muy respetado por los tantos años de servicio que prestó en la milicia. Quizás solo por eso, sus acciones no tendrán consecuencia alguna.

Dirijo mi atención a la caballeriza, donde un soldado aparece con Zaphiro. Se acerca y me entrega las riendas.

–Tienes un caballo muy fiel, chico –me dice–. Estuvo todo este tiempo solo en la casa de los Farsen, esperándote hasta que lo trajimos.

–Gracias –pronuncio en voz baja.

Me subo al caballo de un salto, y me dispongo alcanzar a mi padre que ya me saca ventaja.

El cuartel de la milicia, se ubica junto a la empalizada que rodea y protege la aldea. La entrada norte está a tan solo unos cuantos pasos de aquí. Todos los visitantes que vengan de afuera, deben anunciarse siempre con los soldados de guardia.

Acelero un poco la marcha, hasta que lo alcanzo y me pongo a su lado. Aún nos queda atravesar todo el mercado por la calle principal, hacia el sur.

Levanto la vista al cielo, el sol se oculta tras unas pocas nubes en dirección oeste.

No puedo calcular cuánto tiempo habré estado inconsciente, pero debe haber sido bastante para que la mañana haya dado paso a la tarde sin que me dé cuenta. Recuerdo que ni siquiera era mediodía cuando fui a la casa de Jack.

La marcha continúa seria y en silencio.

‘¿Qué será lo que le habrá dicho Rendel en secreto, para que le cambie la cara a mi padre de repente? –me pregunto–. Espero que pronto me aclare todas las dudas”.

Al salir del mercado, cabalgamos por la ruta que lleva a casa; la extensa arboleda a mi derecha nos proporciona una reconfortante sombra. La tarde es muy calurosa.

–El comandante, ha planeado realizar un pequeño rito funerario para honrar las memorias de Jack y Tatius –me comenta de repente.

–Es una buena idea –le contesto–. Jack no se merece menos que eso.

Sin darme cuenta, estamos llegando al cruce que lleva hasta su casa. No puedo evitar soltar unas lágrimas pensando en el destino terrible que sufrieron ambos.

Tiro despacio de las riendas de Zaphiro para que se detenga, y me quedo un momento contemplando la casa desde lo lejos.

Mi padre, sin darse cuenta, continúa cabalgando un poco más. Detiene su marcha luego de percatarse de mi ausencia. Sé que el comparte mi dolor. Al igual que Jack y yo, Tatius y él fueron muy buenos amigos, además de compañeros de armas en el ejército. Y los mejores según he escuchado.

–Sabes que no hay nada que hubieras podido hacer para salvarlos, Alex –dice.

–Si tan solo hubiera llegado antes –mascullo.

–Probablemente estarías muerto también, no debes culparte, hijo. Aleja de tu mente las preocupaciones. –Lanza un suspiro corto–. Agradece que estés vivo, así tal vez puedas vengarlos en el futuro. –Jamás lo había oído hablar con deseos de venganza. Quizás sea el dolor el que lo obliga a tener ese pensamiento. Aun así, no puedo negar que una parte de mí siente lo mismo–. Vamos, continuemos. Hay algunas cosas que necesitas saber.

Retomamos el camino a casa. Mi padre se adelanta un poco y llega primero, parece más entusiasmado que yo.

–¿Dónde está Meggy? –pregunto, pensando en que habrá sido de mi hermanita menor en mi ausencia.

–La dejé con la viuda Molle antes de ir a buscarte –me contesta–. Prometió traerla más tarde, antes de que anochezca. Lo cual es bueno, no quiero que esté presente en el funeral de los Farsen. No es algo que una niña de ocho años deba presenciar.

Entramos a la casa, en silencio, y me siento en la primera silla que encuentro. Mi padre toma dos vasos y una jarra de vino de debajo del mostrador, llena ambos hasta el tope y me alcanza uno.

Todavía tengo el sabor en la boca por el trago que me ofreció Rendel, pero no puedo despreciar a mi propio padre. Le pego un gran sorbo para impresionarlo. El rojo vino me quema la garganta. Me quedo mirándolo, esperando que lance las primaras palabras.

Toma un trago tan largo, que le chorrea un poco por los costados de la boca, y se queda mirando al piso, pensativo, como si no pudiera elegir las palabras adecuadas.

Decido adelantarme y romper el silencio con una pregunta que se me viene a la mente.

–¿Qué sabes acerca de esa sombra que me atacó?

Mi padre levanta la mirada hasta que sus diminutos ojos oscuros se cruzan con los míos.

–No sé mucho acerca de eso. Pero Rendel tiene una leve sospecha de por qué estaba aquí.

–¿Por qué?

–Por ti, hijo. –Un gran escalofrío me recorre la espalda.

–¿Por mí? No entiendo nada. ¿Qué significa eso? –le pregunto, cada vez más confundido y asustado.

–Debes entender, Alex, que este mundo es mucho más complejo de lo que tú sabes. Existen cosas con las que tú solo has soñado.

–Mis pesadillas –irrumpo, nervioso.

–No conozco su origen, pero tal vez sean una muestra de lo que te depara el destino.

–Solo he visto muerte en ellas. –Aparto la mirada, recreando en mi cabeza esas horripilantes imágenes de mis sueños–. Si ese es mi futuro, no quiero ser parte de él.

–El futuro es incierto, son las decisiones que tomamos las que determinan nuestra suerte. Y en qué nos convertimos... –Un largo silencio se presenta entre nosotros–. Lo mejor será que comience por revelarte la verdad acerca de tu pasado.

Lo miro intrigado.

–¿Qué verdad? –pregunto.

–Una que creí que me llevaría a la tumba. –Se frota la cara con las manos–. Primero que nada, te mentí sobre haberte encontrado en la calle cuando eras un bebé. Esa historia la inventé para ocultarte la verdad. –Sus gruesos dedos golpean repetidamente contra la mesa.

Mi rostro se llena de sorpresa, y mi cabeza de intrigas.

–¿Cuál es la verdad? ¡Dímelo de una vez! –Levanto el tono de voz.

–Antes de tenerte entre nosotros, yo era muy diferente. Como ya sabes, pertenecía al cuerpo de caballería de Lago Viejo. Se me consideraba entre los mejores soldados. Estuve a punto de ser ascendido a comandante.

–Rendel mencionó algo al respecto cuando me retenía en el cuartel.

–En aquel entonces, él era solo un muchacho novato, no mucho mayor que tú. De una gran determinación, así como su habilidad con la espada. –Sus palabras son tan claras, que dibujan imágenes en mi mente, dándome la impresión de estar viviendo en carne propia sus recuerdos.

–¿Qué pasó entonces? ¿Cómo es que llegó a convertirse en comandante en vez de ti?

–Estaba esperando una carta que vendría de Zaraman con el sello real, anunciando mi ascenso. Cuando se trata de promover a alguien a un puesto tan importante, solo la reina puede hacerlo. –Mi padre agacha la mirada y su rostro se envuelve en tristeza, al parecer, los recuerdos son algo perturbadores.

–¿Estás bien? –le pregunto, consternado.

–Sí, no te preocupes. –Hace una pausa seguida de un largo suspiro–. Recuerdo claramente lo que sucedió después. Una noche estaba de guardia, en la torre de la entrada norte de la aldea. Estaba muy oscuro. Había un aura tenebrosa en el aire, como nunca antes había sentido. –Se aclara un poco la garganta antes de continuar–. De pronto, escuché un caballo que se acercaba despacio en la oscuridad. Apareció una figura envuelta en una túnica de pies a cabeza. No se le veía el rostro... Como es la costumbre, le pedí que se anunciara, aunque me pareció muy raro que alguien se presentara de esa manera por la noche.

–A mí me resultaría sospechoso sin duda –comento.

–No me respondió, el caballo se detuvo frente al portón, y la persona no dijo ni una palabra. Le advertí enseguida que, si no revelaba sus intenciones, la arrestaría.

–¿La? –pregunto alarmado–. ¡Era una mujer!

Asiente con su cabeza.

–Se bajó del caballo y se quitó la capucha que la cubría, revelando a una hermosa mujer joven. Me suplicó de inmediato que no la lastimara. Tenía una voz dulce, pero se oía apagada.

–¿Qué hacía una mujer en medio de la noche, cabalgando sola por el campo?

Mi padre me mira con nostalgia.

–No estaba sola –masculla. Sus ojos denotan una gran tristeza–. De entre su túnica, sacó a un bebé envuelto en mantas, y me suplicó que abriera las puertas. –Una lágrima fluye de sus ojos y resbala por su mejilla–. No me pareció una amenaza. Ordené al guardia que me acompañaba que abriera el portón, y bajé de la torre de inmediato para recibirla. –Me contagio de su emoción, imaginándome la identidad de ese niño–. Entró tambaleándose, aferrándose con todas sus fuerzas a esa criatura, y prácticamente se desplomó en mis brazos. –Me seco las lágrimas con la manga y tomo un gran trago de vino, hasta que el vaso queda vacío. Continúo en silencio, escuchando atento el resto de la historia–. Mencionó que había viajado desde muy lejos. Estaba muy delgada y convaleciente. Sus labios estaban resecos. Quién sabe cuánto tiempo había pasado desde la última vez que comió o bebió algo. Le dije al guardia que le trajera un poco de agua, pero ya era demasiado tarde. Con sus últimas fuerzas, murmuró algo acerca de que su bebé era la única esperanza del mundo, que tuvo que huir para salvarlo. –Sus ojos se llenan de lágrimas.

–Ese niño... era yo ¿Verdad?

–Sí, Alex, eras tú. Sus últimas palabras fueron que jamás te revelara la verdad, que tu destino te encontraría tarde o temprano.

–¿Qué quiso decir con eso?

–No lo sé, hijo, he pasado los últimos dieciocho años buscando esa respuesta.

–Siempre tuve la esperanza de encontrar a mi verdadera madre algún día –le confieso, con la voz cortada y entre llantos–. Pero todo este tiempo, tú supiste que había muerto.

–Lo siento, Alex, de verdad hubiera querido salvarla –me contesta inclinándose hacia delante, colocando su pesada mano sobre mi hombro.

–¿Por qué no me lo contaste antes? –digo, rechazando su toque.

Mi padre se acomoda otra vez hacia atrás en su silla.

–Tu madre me pidió que no lo hiciera, solo respetaba su último deseo.

–No estoy enojado contigo. Me cuidaste todo este tiempo, sin saber quién era o de dónde venía. Renunciaste a tus propias ambiciones. Te estoy agradecido por eso, pero es muy difícil de aceptar.

–Lo sé.

–¿Qué pasó después? –continuo–. ¿Cómo llegó Rendel a comandante?

–Dos días después, arribó a la aldea un lujoso carruaje proveniente de Zaraman. Un mensajero se bajó, y me mandó llamar, traía consigo la orden de mi ascenso, junto con una hermosa espada ornamentada. La verdad es que me sorprendió tanto espectáculo. –Se levanta de su silla y camina hasta la ventana; se queda ahí contemplando el horizonte–. Dijo que mi nuevo puesto, implicaría llevar a cabo una importante misión.

–¿Qué misión? –pregunto.

Se voltea a mirarme con el ceño fruncido, intentando hablar a través del dolor de sus recuerdos.

–No lo sé, antes de que me entregara la orden, le dije que renunciaba a ese puesto por motivos personales, y que, de ser posible, podía recomendarle a otro soldado apto para cargar con esa responsabilidad.

–¿Rendel sabía lo que le esperaba?

Mi padre sonríe.

–Claro que no, el muchacho se sorprendió tanto como el resto de los caballeros. Muchos consideraron una gran ofensa que nombrara a un simple soldado novato como comandante. Pero la ambición de Rendel era grande. No dudó ni un instante en aceptar. El mensajero estuvo de acuerdo con mi decisión.

–¿Qué clase de espada era la que te iban a entregar?

–La has visto muchas veces, incluso hoy, colgando de la vaina del comandante.

–Pero... ¿Cuál podría ser su propósito? –Cada vez encuentro más preguntas que respuestas.

Mi padre desvía la mirada hacia el piso. Una gran tristeza adorna su rostro.

–No lo sé, quizás sea un mero simbolismo. De cualquier forma, Rendel se convirtió en el comandante de Lago Viejo ese mismo día. El mismo día que yo renuncié al ejército.

–¿Por qué a él? –pregunto impulsivo, sin poder evitar pensar en todas las cosas horrendas que se dicen del comandante.

–Porque confiaba en él. Sabía que tarde o temprano llegaría lejos, con o sin mi ayuda.

–¿Fue tu decisión lo que acabó por convertirlo en una persona odiada por la mayoría?

–En parte. Pero no del todo. –Vuelve hacia su silla y se sienta frente a mí–. Un mes después de su nombramiento, Rendel tuvo que partir hacia Zaraman. Pasaron casi dos años antes de que regresara. –Mi rostro se inunda de sorpresa–. Nadie supo que pasó en todo ese tiempo... pero una cosa es segura. Rendel nunca más volvió a ser el mismo.

–¿Quién estuvo al mando del ejército en su ausencia?

–El capitán Garrick Loras. El mejor amigo de Rendel, y otro destacado espadachín. Una promesa a convertirse en caballero. Garrick fue el único entre muchos que defendía al comandante. Mucha gente, incluidos varios caballeros, no estaban muy contentos teniendo a un muchacho como líder. Intentaron varias veces arruinar su buen nombre.

–¿Alguna vez atentaron contra su vida? –irrumpo.

–No, nunca llegaron tan lejos. Todos se enterarían. El castigo sería terrible para el responsable. Lo único que podían hacer era destruir su carrera, por eso, empezaron a circular rumores de que abusaba de su cargo con los aldeanos, que se la pasaba borracho y... –Sonríe–. Junto a compañías más básicas. Todas mentiras por supuesto.

En ese momento, se viene a mi mente como un rayo el trágico destino de los Farsen. No puedo evitar sentir una profunda aflicción al recordarlo.

–¿Rendel te contó lo que pasó en la casa de Jack?

Mi padre asiente, hundido en una gran preocupación.

–Al principio no le creí. Pero luego recordé las últimas palabras de tu madre antes de morir. No puede ser solo una coincidencia. Algo está a punto de pasar, Alex, y de alguna forma u otra, tú estás involucrado.

–¿Qué debo hacer, padre? Yo no soy un guerrero –comento. Mis palabras acarrean un gran miedo detrás. Un miedo que nunca antes había sentido.

–Sin embargo, lograste acabar con un demonio, tú solo –me comenta con una sonrisa de orgullo. Su intento por levantarme el ánimo, funciona–. No hay duda de que eres especial, hijo. Tu madre dijo que tu destino se presentaría, tal vez este sea el momento.

–¿Dónde está ella? –pregunto mirándolo a los ojos–. ¿Dónde está enterrada?

Mi padre agacha la vista en silencio. Temo que su respuesta no sea agradable.

–Su cuerpo no está enterrado, Alex –me dice con la voz un tanto apagada–. Tuve que tomar una decisión apresurada por las circunstancias, y decidí que nadie debía enterarse de lo que ocurrió esa noche. –Hace una pausa tendida–. Quemé su cuerpo, y las cenizas las esparcí en el lago yo mismo. El guardia que me acompañaba esa noche fue el único testigo.

–Tatius –digo–. Él estaba contigo ¿Verdad?

Mi padre asiente.