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Veröffentlichungsjahr: 1903
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Tijeretazos y plumadas
Juan León Mera
Índice
CUBIERTA
PORTADA
Preliminares
Tijeretazos y plumadas
CARTA-PROLOGO
ARTÍCULOS HUMORÍSTICOS
LOS PRODIGIOS DEL DOCTOR MOSCORROFIO
EL ALMA DEL DOCTOR MOSCORROFIO
UNA BOTELLA DE CHAMPAGNE
CUANDO DIOS QUIERA DAR
LIBROS PRESTADOS
¡YA NO SE CASAN!
¡NO HAY ARTÍCULO!
UNA CORRIDA DE VENADOS
LA CIVILIZACIÓN
LA REINA DEL MUNDO
LOS DISFRACES
EL MATRIMONIO JUZGADO POR UN LIBRERO.
REPARTOS Y OTROS NEGOCITOS
LOS CURANDEROS
LOS MALHECHORES SOCIALES
PROYECTO DE RETRATO.
POESÍA CULINARIA
DICIEMBRE
NOTAS
ACERCA DE ESTA EDICIÓN
ENLACES RELACIONADOS
Sr. D. J. Trajano Mera.
UN refrán de los más afirmativos, á pesar de apoyarse como sobre cuatro ruedas sobre cuatro adverbios de negación, asegura que no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague. Reconociendo yo la infalible verdad en lo relativo al plazo, pues todos se cumplen, abrigo mis dudas respecto á lo de las deudas, pues conozco muchas de dinero, de gratitud y de honor que nunca se pagan, y no digamos nada de las deudas públicas de muchos Estados, que son papel mojado cotizable en la gran Bolsa de la trampa adelante.
A pesar de mis dudas, el refrán hoy para mí y por mí ha de cumplirse en toda su integridad, puesto que expira el plazo y llega el día en que el cartero pone en mis manos los pliegos impresos de un libro humorístico titulado TIJERETAZOS Y PLUMADAS, del gran escritor ecuatoriano D. Juan León Mera, y en que usted, su hijo, digno heredero de su nombre y su talento literario, viene á recordarme la deuda que, en momento de debilidad, contraje con usted, de escribir el prólogo; plantándome, como quien dice, á la puerta del libro para señalar sus méritos é invitar á los lectores á saborear sus picantes, ingeniosas y divertidísimas páginas.
Contra un refrán, cuando se empeña en encumbrarse al rango de axioma, nada puede la voluntad y yo someto la mía al kantiano imperativo categórico de la palabra empeñada, no sólo por ser usted quien me la recuerda, sino por la calidad del libro que sirve de motivo y recordatorio.
¡Un prólogo! ¿Pero usted sabe lo que pide? ¿Un prólogo á un poeta casi apolillado y atrofiado por las prosas profesionales que le embargan?
No, piadoso amigo; concédame una rebaja, un paulo minora, una simple carta-prólogo, á que podemos llamar episto-prólogo, ó, si usted quiere, pisto-prólogo, pues pisto han de ser unos simples renglones, ó renglones simples, íntimos, confidenciales, sin tendencias críticas, estéticas, eruditas, docentes y tantas otras cosas como requiere un prólogo, si ha de ser digno vestíbulo del libro, voz que señale sus antecedentes y consecuentes literarios, su significación en el mundo en que nació y vive, su sentido esotérico, como dicen los sabios, que del esotérico ya se encargan los lectores, más ó menos tontos, de interpretarle á gusto del consumidor.
Si la crítica fuese una ciencia matemática y la belleza se pesase y midiese por gramos ó milímetros; si hubiera un Estetómetro para apreciar los grados del calórico literario de un libro, la tarea crítica sería facilísima. Mas no disponiendo de tan precioso instrumento me atendré á la mera impresión personal que el libro me produce. Y aun así tropiezo con otra dificultad: la impresión, el juicio individual para juzgar libros y personas tiene un grave peligro; el de que esa impresión sea parcial, apasionada, errónea; el que veamos las cosas del color del cristal con que las miramos y llamemos azul á lo encarnado y verde á lo amarillo. Y si no, vea usted lo que son los juicios personales. Aristóteles, con ser... un Aristóteles y escribir cua y por mí ha de cumplirse en toda su integridad, puesto que expira el plazo y llega el día en que el cartero pone en mis manos los pliegos impresos de un libro humorístico titulado TIJERETAZOS Y PLUMADAS, del gran escritor ecuatoriano D. Juan León Mera, y en que usted, su hijo, digno heredero de su nombre y su talento literario, viene á recordarme la deuda que, en momento de debilidad, contraje con usted, de escribir el prólogo; plantándome, como quien dice, á la puerta del libro para señalar sus méritos é invitar á los lectores á saborear sus picantes, ingeniosas y divertidísimas páginas.
Contra un refrán, cuando se empeña en encumbrarse al rango de axioma, nada puede la voluntad y yo someto la mía al kantiano imperativo categórico de la palabra empeñada, no sólo por ser usted quien me la recuerda, sino por la calidad del libro que sirve de motivo y recordatorio.
¡Un prólogo! ¿Pero usted sabe lo que pide? ¿Un prólogo á un poeta casi apolillado y atrofiado por las prosas profesionales que le embargan?
No, piadoso amigo; concédame una rebaja, un paulo minora, una simple carta-prólogo, á que podemos llamar episto-prólogo, ó, si usted quiere, pisto-prólogo, pues pisto han de ser unos simples renglones, ó renglones simples, íntimos, confidenciales, sin tendencias críticas, estéticas, eruditas, docentes y tantas otras cosas como requiere un prólogo, si ha de ser digno vestíbulo del libro, voz que señale sus antecedentes y consecuentes literarios, su significación en el mundo en que nació y vive, su sentido esotérico, como dicen los sabios, que del exotérico ya se encargan los lectores, más ó menos tontos, de interpretarle á gusto del consumidor.
Si la crítica fuese una ciencia matemática y la belleza se pesase y midiese por gramos ó milímetros; si hubiera un Estetómetro para apreciar los grados del calórico literario de un libro, la tarea crítica sería facilísima. Mas no disponiendo de tan precioso instrumento me atendré á la mera impresión personal que el libro me produce. Y aun así tropiezo con otra dificultad: la impresión, el juicio individual para juzgar libros y personas tiene un grave peligro; el de que esa impresión sea parcial, apasionada, errónea; el que veamos las cosas del color del cristal con que las miramos y llamemos azul á lo encarnado y verde á lo amarillo. Y si no, vea usted lo que son los juicios personales. Aristóteles, con ser... un Aristóteles y escribir cuatrocientos tomos, fué juzgado por Sócrates, Cicerón y Plutarco, como un ignorante, ambicioso y lleno de vanidad. A Plinio y á Séneca les aburría Virgilio por su falta de inventiva. Horacio no podía soportar á Plauto. No recuerdo qué Cardenal llamaba á los Ensayos de Montaigne el Breviario de los Holgazanes. Para Cicerón, Sócrates no era más que un usurero. Platón, el Sol de la Filosofía, el Santo Padre del Idealismo, para Clemente de Alejandría era el Moisés de Atenas, para Cicerón el dios de los filósofos, para Ateneo un envidioso, para Teoponipo un embustero, para Suidas un avaro, para Aulo Gelio un ladrón, para Porfirio un libertino y para Aristófanes un impío. ¡Vaya usted á juzgar hombres y libros con imparcialidad y por impresión personal!
Pero dejemos Atenas y vámonos al Ecuador que es de lo que ahora se trata.
Así como los griegos creían que el aire de aquella sabia ciudad hacía filósofos, sospecho yo que el aire ecuatorial, el sol torrificador de aquella zona torrificada, y la humedad, creadores de aquella vegetación gigantesca, de aquellos frutos paradisiacos, de aquellas aves, flores de pluma ó ramilletes con alas, que decía Calderón, de aquellas mariposas ó insectos, chispas de iris vivas, han de dar á la imaginación, también tórrida, del escritor y el poeta, fecundidad de manigua, tonos, colores y calores, esencias, en fin, de vegetación forestal.
Cuando el escenario en que un escritor nace, vive y se agita se llama los Andes, el Chimborazo y el Amazonas, hasta la prosaica geografía se torna literatura y las inspiraciones han de tomar algo del carácter grandioso, poemático, de la naturaleza. Los escritores y vates de aquellas regiones brotan casi por generación espontánea, se producen con ecuatorial abundancia, y si bien hay muchos de ellos, por allá como por acá, que en sus inconscientes lirismos de ruiseñor ó sinsonte son capaces, como decía Ben Jonson, de poner en verso unas tijeras y un peine, los grandes, los verdaderos maestros tienen extraordinaria fantasía y originalidad.
Afirmación tal no he de probarla aquí citando nombres y obras que harían de esta carta una antología, sobre todo hoy en que, dejando á un lado la impedimenta de la erudición, trato de hablar á la ligera de uno solo de los libros, de uno solo de los autores, de una sola de las Repúblicas, de una sola de las Américas, y va de soledades, que ni las de Góngora.
Y cuidado que es atrevimiento meterse á hablar de autor que apenas se conoce. ¿Cómo juzgar con acierto á escritor tan fecundo y vario como el que me ocupa, quien entre sus numerosas obras, que le han dado gloria patria, cuenta escritos de tan rica y lozana inspiración como Cumandá, especie de novela-poema que acaso Chateaubriand trocara por su Atala y sus Natchez?
Porque, sin hacer juego de palabras y calembour de gacetilla, bien puedo asegurar que la literatura de Mera no es mera literatura, sino una filosofía política y social sutilísima y rebozada con todas las galas del ingenio y la gracia del estilo. Dicen que para muestra basta un botón y el que usted me ha enviado es de oro, botón de mandarín literario.
TIJERETAZOS Y PLUMADAS. Pláceme el título por aquello de que yo también he vivido dando mis tijeretazos y plumadas sobre las flaquezas humanas. La tijera y la pluma: ¡qué pequeñitas, pero qué poderosas armas! Como que con ellas se dan las grandes batallas de la Idea que son las más decisivas del humano destino.
La spada é un arma stanca, decía el mordacísimo Giusti. Cansada, en efecto, está la espada de dar tajos y mandobles y romper molleras inocentes sin lograr imponerse á la conciencia humana como fuente de derecho. Embotada está en el campo de batalla, ante el poder de las infernales pólvoras y melinitas; reducida se vé á mera lanceta en los duelos con padrinos de frac, almuerzo preparado y actas, casi notariales, con que hoy se ventilan los más de ellos. La tijera, bien manejada, vale más, hace más mella, corta por lo sano unas veces y por lo gangrenado otras. Cuatro tijeretazos cortando abusos, textos constitucionales, títulos del Código, hacen más radical revolución que el chafarote de cuatro dictadores neronianos.
¡Pues y la pluma! Espada del espíritu, ella ha cambiado la vida humana, enterrando el pasado y abriendo la puerta del porvenir. La pluma es un cetro: reina y gobierna.
Y si la pluma la maneja escritor de tanta substancia como el que motiva el manejar yo ahora la mía; y si con ella hace continuo alarde de humorista y por el humorismo disimula sus pesimismos y mal humor de filósofo, figúrese usted la simpatía que despertará en quien, como yo, es humorista por esencia y presencia, ya que no por potencia intelectual. Bien haya el escritor que en vez de hacernos sacar el pañuelo para llorar nos alegra, nos impone la sonrisa, nos presenta un ameno estereoscopio de la vida y nos tiñe de rosa la negrura de la realidad. Ya que, como dijo Aristóteles, el universo es una mala tragedia, qué diantre, pongamos su letra en música con acompañamiento de castañuelas y cascabeles, bombos y platillos, zambombas y rabeles, y hasta cencerros y demás instrumentos del alboroto y la locura para aturdimos. Vivir en broma es toda una filosofía. Rire est le propre de l'homme dijo el gran reidor ó risificador Rabelais.
Risa y muy sana y sonora rebosa en el libro que unas veces á tijeretazos y otras á plumadas, escribió el autor cuyas obras hoy compila y publica usted, dando ingreso y renombre en el Parnaso español al que tanto honra el nuevo Parnaso que sobre el Chimborazo colocaron las Musas ecuatorianas.
Sí, risa, y muy franca, que hasta se eleva á la sonoridad de carcajada, me producen las Aventuras de una pulga examinada al micrófono-tijeras; pulga, como muchos personajes, nacida del polvo, pasando de la lana de un perro al lecho de una maritornes y de allí encumbrándose al pecho de un militar, no muy valiente, pero sí enamorado de una dama, á cuyo blanco cuerpo pasa la buena pulga, enterándose de algo íntimo que liga á la tal señora con el militar, sin permiso del casero, ó sea el marido.
Finísima sátira son los Prodigios del Doctor Moscorrofio, haciendo, entre otros, el de extraer á un enfermo los sesos para curarlos y limpiarlos, metiéndole, después, por error, los sesos de un borrico. Los descendientes de aquel hombre burrificado obtienen á pesar de su hereditario y asnal encéfalo, grados y títulos, gozan fama de doctos, desempeñan altos destinos y son lumbreras del Parlamento. En cuanto al pobre burro, se muere de pena al ver que los sesos humanos no le sirven de nada. A una mujer arisca y fiera la pone un corazón de oveja y sus descendientes se distinguen en el ejército y llegan á supremas jerarquías y mandos militares. A un joven plebeyo le infunde en la sangre añil disuelto en alcohol para que tenga sangre azul y pueda casarse con ilustre dama, enorgulleciéndose después los descendientes de tener su origen en tan nobilísimo y azulado tronco. Picaresca é ingeniosa burla del valor, el talento y la nobleza... cuando son de pega, se entiende, pues jamás tan discreto autor se hubiera burlado de esas tres aristocracias del espíritu, verdaderos agentes de la gloria humana.
En Una botella de Champagne rebosa, como la espuma de este vino, el espumoso y picante ingenio y la vis cómica al pintarnos á Chanita, viuda de Verdete, su hija Venturita y su hijo Nicasito, sublime terceto del gran reino de los cursis, y al describirnos aquel famoso banquete, verdadero Simposio, no de Platón, sino de platos trinchados por Tiberio (alias) Torbellino, quien de tontería en tontería y de torpeza en torpeza concluye por tener que salir escapado, salvándose así, la inocente Venturita de caer en las conyugales manos de tan ridículo personaje.
Ya no se casan. Tragedia archi-cómica la de Arturo y Fernandinal Ruptura de relaciones, boda desbaratada, no por celos, ni por desdenes, ni por dudas, ni por rival oculto, ni por temor á la suegra, la clásica suegra Can Cerbero, ni por defecto antes ignorado, ni por desenfrenado lujo, ni por presunción, ni porque se pinte, ni... ¿Pues por qué? ¡Por la política! ¡Por la maldita política que todo lo envenena! la perra política que divide razas, naciones, provincias, ciudades y familias. No: Fernandina ha aparecido, ¡oh sorpresa! dominada por la pasión política. Se iban á casar, á ser felices, á conllevarse y compartir la vida, á... pero ella es política: todo se lo lleva la trampa. Ya no se casan.
No hay artículo. ¡Con qué entusiasmo y buena disposición va á escribirle! Pero... tas, tas: la cocinera que viene á pedir dinero para la compra. Tas, tas: el cochero que viene á pedir la orden. Tas, tas: el sastre que viene á probar la levita. ¡Ya se fueron! Va á escribir, va á... Tas, tas: Pancho que viene á dar un sablazo.—Toma diez duros.—¡Adiós!—Ahora sí que va de veras. Ahora... Pero abren la puerta sin llamar. ¿Quién es? Un ángel con su cabeza iluminada de sonrisas. ¡Es el hijo! Ya no hay artículo; las ideas vuelan y el padre se abisma en el abrazo paterno. Ya no hay cuento para que otros se diviertan; el escritor saborea su mejor escrito: su hijo. Y ese ángel, ese hijo acaso era usted amigo mío; usted, hoy ángel patudo y barbudo con las alas cortadas, que ahora responde á aquel artículo, por usted interrumpido, publicando este libro en honra de aquel padre. Ya no hay artículo, dijo el padre. Haya libro, dice el hijo. La deuda de amor está pagada.
La reina del Mundo. ¿Quien es esa reina? se pregunta el escritor. ¿Es la opinión? No; dice el interrogante pesimista. La reina del mundo es la Mentira. Esta señora es la Alejandra, la Cesárea, la Napoleona, que gobierna, impera y conquista la redondez de la tierra. Y el punzante humorista aguza el ingenio, chasquea la fusta, acentúa el elocuente apóstrofe y afila las ironías de su filosofía política, para denunciar á esa audaz y descarada Mentira que rige la gran farsa social. El alegato contra esa entrometida y usurpadora reina, está hecho de mano maestra y yo aplaudo la chispeante diatriba; pero... ahora viene mi pero, mi impugnación al ataque, mi defensa de la ultrajada reina, de la que me declaro partidario, á riesgo de que usted se escandalice y hasta crea mentira la amistad que le profeso.
Sí; la Mentira es reina del mundo y debe ser reina del mundo, pese al insigne y severo ecuatoriano. ¡La Mentira! Si ella fuese destronada, abolida y desterrada, la vida sería un infierno, la sociedad una Cittá Dolente. Si dijéramos la verdad de cuanto pensamos, sentimos, creemos y hacemos, no nos podríamos aguantar los unos á los otros.
—¡Qué tonto es usted, D. Ermeguncio!—¡Qué fea es usted, Rosita!—¡Es usted un canalla, don Severo!—¡Su vino de usted es detestable!—¡Soy el amante de su mujer de usted, Sr. Borrego!
Dígame usted lo que sería la vida y el trato social con sinceridad de tal calibre; sinceridad que sería obligatoria si la Verdad amarga, la Verdad insolente usurpare el cetro de la encantadora Mentira.
Que la Mentira, miente: ¡claro está! Que usa disfraces, antifaces y artificios: ¡bah! pues por eso está tan guapa, tan elegante, tan seductora. La Verdad, aunque tuviese lepras y jorobas se mostraría en el traje con que la sacaron del pozo; desnuda, in puris naturalibus. ¡Bonito traje para desbancar á su emperifollada rival!.
¡Ahí no: engañémonos, adulémonos. ¡Viva la careta risueña que nos esconde la cara adusta y arrugada! Viva la Mentira, madre de la Ilusión, de la Esperanza, de la Poesía, que es una ficción, y del Arte, que es una apariencia. La Verdad es la prosa analítica, es el escalpelo que diseca para mostrar un esqueleto y probar que somos fantasmas, que la vida es sueño y que lo único cierto es la muerte, el polvo, la nada. El Egoísmo, el Odio, la Desvergüenza, la Procacidad, la Grosería, toda una legión de demonios invadirían el mundo el día en que la Verdad absoluta y absolutista nos impusiere llevar el corazón en la mano, y nos obligase á que el labio fuese órgano fiel del pensamiento y dejase ver todos los sapos y culebras que se anidan en ese basurero llamado el alma humana. Después de todo, ¿qué es un insolente, un desvergonzado, si no un ser cínico y mal educado, que dice lo que le viene á las mientes sin el freno de esa cultura, educación y miramientos sociales que nos impone el código de la Mentira?
Vivan, vivan las fórmulas dulcísimas de la Mentira. Que me llamen mi querido amigo, aunque no me quieran; que me digan que son mi afectísimo y seguro servidor, aunque no me sirvan; que besen mi mano, aunque deseen mordérmela. La cortesía, que nos diferencia de los salvajes y hace la vida una divertida comedia, es la hija predilecta de la Mentira. Vivan las pelucas que encubren calvas, los coloretes que fingen rosados cutis, los dientes que imitan perlas, los algodones que sustituyen carnes.
¡Qué hermosa, qué joven, qué elegante y fascinadora está Serafina! Un serafín terrenal, el non plus del chic y la moda. Me siento de ella enamorado: ¡Ah! ¡va á ser mía! Despójase de sus galas... ¡horror!, ¿qué queda entre mis manos? Una jamona flaca, huesuda, arrugada, pálida. ¡Maldita Verdad, que me la presenta tal cual es! Horrible metamorfosis que reduce á polvo mi ilusión de enamorado y á espectro aquella linda muñeca, aquel maniquí que la Mentira y la Moda, su hermana, vistieron de galas para seducirme. Helena se me ha transformado en la dueña Quintañona por culpa de... ¿de quién? De la implacable y estúpida Verdad.
El mundo es un titirimundi, un gignol, una deslumbradora fantasmagoría y el desfantasmagorizador que la desfantasmagorizare, maldito desfantasmagorizador será.
¡Que aquel cielo del soneto de Argensola no es cielo ni azul! ¿Qué importa si lo parece? Aparece bordado de estrellas y nubes, bañado en luz: basta y sobra. Ya sé que el espacio es negro, que el vacío es la nada aterradora. ¡Bendita la Mentira que ha cogido su brocha de escenógrafo y le ha pintado de azul y oro para fingirnos una techumbre de dioses á estos pobres diablos prisioneros en esta bola de barro, montados en esta bicicleta-mundo que nos conduce á la muerte!
Claro está que el autor de TIJERETAZOS Y PLUMADAS no se enfada tanto como parece contra esa retozona Mentira que probablemente le dió los mejores ratos de su vida y le inspiró los mejores libros, las más hermosas páginas novelescas y poéticas de su rica fantasía.
Pero basta y preparemos el punto final á este escrito de charlatán, más que de crítico, y ya prolongado en demasía.
Yo bien quisiera haber hecho un estudio detenido, erudito y de seria crítica, no sólo de este libro, si no de la obra toda de tan esclarecido autor. Pero, fiel al modesto propósito expuesto al principio, limitóme á declarar ante el público que los TIJERETAZOS y PLUMADAS del escritor Mera constituyen un libro castizo, gracioso, amenísimo y divertido; que por su vivo lenguaje, por su rico vocabulario y su correcta sintaxis, demuestra que el autor ha bebido en las mejores fuentes y se ha nutrido de la savia clásica castellana.
El ingenio, el chiste, la ironía finísima, la gracia delicada, la sátira sin hiel juvenalesca, sin las sombrías iras de Carlyle, rebosando humorismo de buen tono, filosofía discreta, erudición copiosa, hacen el libro multicolor, multi-olor y multi-sabor, y sobre todo multi-entretenido. El autor no empuña las disciplinas; sabe, como decía Erasmo, admonere non mordere. El látigo de seda punza sin levantar ampollas, sin hacer vulnus inmedicabile. Sátira-risa, no clava las uñas; hace cosquillas, hace reir con la risa de Rabelais, Quevedo, Fray Gerundio y Larra, sin poner de mal humor ni dejar pensativos y cabizbajos á los lectores. Hay sus trozos amargos; pero, como el Palé Ale, pasan con la espuma del epigrama, refrescan y entonan el espíritu.
Glicera, la ramilletera de Atenas, daba á sus ramos más variedad que el pintor Pausias, y usted, al coleccionar los escritos del que fué el eximio escritor D. Juan León Mera, ha ofrecido un precioso, variado y perfumado ramillete literario que ha de deleitar á los lectores. Doce tomos suyos, según veo, han sido publicados por prensas españolas y han dado carta de naturaleza en España é ingreso en el gremio de los buenos escritores castellanos al autor á quien hoy pago este humilde tributo. Los elogios que de él he leído en otros de sus escritos, hechos por mi queridísimo tío y gran maestro en críticas, el sapientísimo é inmortal D. Juan Valera, y por los insignes Alarcón y Pereda, limitan mi tarea á poner mi visto bueno á sus juicios sobre el escritor ecuatoriano, de cuyo nombre es usted heredero.
Poco soy yo para apadrinar á lo crítico obra como la que sigue á estos renglones que le sirven de ingreso. El libro se basta y se sobra, y logrará volitare per ora y por sus propias alas. Honróme yo en servir, gracias á usted, de portero de tal libro, y aseguro desde mi chirivitil que en vez de poner el conocido letrero «Nadie pase sin permiso del portero», pondré este otro: «El portero invita á todos los españoles á pasar sin su permiso, seguro de que se lo agradecerán cuando penetren en sus páginas.» Y cuando, como aquellos monjes de la Edad Media, cuyo ideal era vivir in angello cun libello, en un rinconcito con un librito, se sienten sus lectores á saborearle, habrán de consumir el petróleo de sus lámparas antes que ellos le suelten de la mano.
Porque ese libro, al propio tiempo que uno de gratísima lectura, es un vínculo literario que une nuestra vieja España con sus hijos queridos de América, de aquella virgen del mundo América inocente que cantó Quintana; de aquella América que ha perdido su virginidad paradisiaca y á quien yo invito á que pierda la inocencia que aún le queda, pues hoy día los pueblos inocentes son sacrificados por los Herodes-Pueblos, que los degüellan y se los comen como niños crudos; es decir, que se los tragan en nombre del principio de expansión, anexión y asimilación, tres personas distintas y un solo diablo verdadero: el Imperialismo.
Formen ustedes los americanos latinos, no sólo fraternal alianza, sino el trust literario (hoy que tan de moda está la palabreja), para exportar su rica literatura á esta vieja Europa. Hoy que la literatura mundial, la Weliliteratur, de que hablan los germanos, es un hecho; hoy que los pueblos, al cambiar sus productos, intercambian su saber, sus ideas, su cultura y sus letras, libros como el que motiva estos ya abusivos renglones, tendrá en los mercados de la inteligencia segura demanda y merecida fama.
Que la del padre sea continuada y aumentada por el hijo, lo desea y lo espera su afectísimo,
JOSÉ DE ALCALÁ GALIANO
Marsella.—Diciembre, 1902
AVENTURAS DE UNA PULGA
CONTADAS POR ELLA MISMA
Antes que me lo digas, lector amado, ya sé que ha sido bastante extraño para tí el abandono en que por dilatado tiempo ha yacido mi péñola junto al tintero cubierto de ignominiosa borra. Detén la acusación que me aparejas y, por el contrario, alista una corona para las sienes de tu viejo amigo Pepe Tijeras. Ella me será más grata, puedo jurarlo mil veces, que el privilegio exclusivo por noventa y nueve años, once meses y veintinueve días, que voy á solicitar del Congreso, y que estoy seguro de obtener.
¡Qué cosa la que vas á saber! ¡qué descubrimiento tan maravilloso el mío! ¡qué luz la que con él voy á derramar en el mundo científico, y qué impulso recibirá el progreso universal, gracias al éxito casi increíble de mi asiduo trabajo de dos mil días con sus noches!
No, sino, dime si será bicoca el haber traído el micrófono al último grado de perfección. Esta es mi obra y aquí está mi gloria. Da acá esa corona, y venga el privilegio, y prepáreme estatuas la posteridad, y ábranse mis arcas á recibir tesoros, y pásmense los sabios del mundo y, en fin, muéranse de envidia las cuatro quintas partes de ellos; y si tal sucede, ¿á mí qué se me da? Mi gloria es mi gloria.
