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La narrativa contemporánea se renueva de la mano de Walter Torres. Una voz propia muy fuerte con un poderoso manejo de las atmósferas que siempre da paso a personajes singulares que persisten en la memoria como un mal sueño. Torres escribe con verdadera y rabiosa vitalidad poética. Leerlo es como atravesar con espanto las oscuras entrañas de una ballena. Carla Pravisani
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Seitenzahl: 114
Veröffentlichungsjahr: 2024
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Walter Torres Rodríguez
Todas las ballenas mueren ahogadas
Premio Joven Creación 2024
Agradecimientos
A mi madre y a mis hermanas,
mi Divina Trinidad.
En seguida tomaron a Jonás y lo arrojaron por la borda
al mar enfurecido, y ¡la tempestad se calmó de inmediato!
Jonás 1:15
Pero la mujer de Lot, que iba tras él, miró hacia atrás
y se convirtió en una columna de sal.
Génesis 19:26
Y Dios dijo: «Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas,
a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto
sobre uno de los montes que Yo te diré».
Génesis 22:2
Split your lungs with blood and thunder
When you see the white whale
Break your backs and crack your oars men
If you wish to prevail.
Mastodon
Lo más triste fueron los capítulos aburridos
que eran solo descripciones de ballenas,
porque sabía que el autor trataba de
salvarnos de su triste historia,
solo por un momento.
Ellie Sarsfield
Apartamentos Azul Profundo
Está solo. Otra vez. Es siempre el mismo final para su pesadilla recurrente, solo que esta parte siempre la vive despierto. O eso supone. La línea entre sueño y realidad ha dejado de ser estática desde hace años; se parece más a la separación entre el mar y la tierra. Un fundido a blanco, un límite espumoso, frágil como las burbujas que lo componen. El sueño estalla como las olas y erosiona el mundo real. Diría que amanece hecho polvo, pero es, más bien, arena. Siente que se desmorona camino al baño.
Se muerde las uñas. No logra recordar el nombre del muchacho de anoche. Nunca lo recuerda. ¿Qué es ese sabor? Poco importan los nombres, jamás hay un contacto para guardar en el teléfono, es probable que no lo vuelva a ver. Piensa que se ha roto una uña, tal vez la manía de comerse los uñeros volvió a llegar demasiado lejos. Tampoco recuerda su rostro, cómo llegaron al apartamento, dónde dejó las llaves. Ya recuerda, la sangre es de él, del muchacho, recuerda los arañazos en la espalda, las mordidas. ¿Habrá cerrado la puerta al irse? La sangre en las encías y en el cielo de la boca tampoco es suya, supone. Al menos tuvo la decencia de quedarse un rato y salir en silencio. No recuerda si hoy trabaja, tampoco le importa.
A pesar del agua helada, un zumbido constante nace de la termo ducha. Los cables cuelgan cerca del chorro, aún conectados a la electricidad. El bombillo encierra un brillo moribundo y pulsante. El agua tiene sabor y color a óxido, mancha la piel más de lo que la limpia. Las gotas saltan de una costilla a otra y el pellejo está tan hundido que no llega a mojarse.
Sabe que lo volverá a ver, siempre es lo mismo, lleva una vida recurrente. Piensa esto y corre el prepucio para atrás, para adelante, arde, quema. Tal vez no vea al mismo muchacho en sí, pero lo verá simbólicamente. Le gusta pensar que se está masturbando, pero es incapaz de conseguir una erección a solas, nunca lo ha logrado. Un muchacho es, a fin de cuentas, todos los muchachos, todos los que pesca son exactamente su tipo. Se acaricia el glande en busca de alguna protuberancia, cualquier cosa que traiga el karma. Altos, delgados, inseguros, pómulos prominentes, clavículas y costillas casi expuestas, ojeras profundas, mirada superficial. Otra vez ha olvidado lavarse el resto del cuerpo.
Sobre la mesa de noche, la foto de una mujer embarazada. Embarazada y sola, piensa siempre que la ve. Cualquiera pensaría que, después de tantos años, la conserva porque es la única foto que le queda de su madre, pero solo la guardó porque es la única foto en donde aparece con su hermano. Es la única foto de su hermano y punto.
Ya no se lo toma personal. A los muchachos los asusta el sexo tan brusco, las mordidas, los arañazos. Jonás lleva a otro nivel el salvajismo encerrado en la idea de «comerse a un hombre». Algunos huyen a la primera, pero otros se quedan más por curiosidad, miedo o porque no tienen a dónde más ir. Aun así, ninguno ha llegado hasta el amanecer.
Tres llamadas perdidas del acuario. Ha de ser lunes. Desayuna otra lata de atún. Nunca ha escuchado la alarma, supone que el teléfono tiene algún problema de fábrica. Se corta detrás de los dientes, otra vez esa cuchara. ¿Qué importa un nombre? ¿Qué importa un hombre? A cada bocado, se raspa el paladar, recuerda de nuevo lo de la cuchara. Digamos Isaac, ese nombre elegiría su madre para un muchacho. Su sangre se mezcla con la que anoche quedó atorada en sus encías. Tal vez su madre eligió ese nombre para todos los muchachos, un nombre de pescador, de marinero, de náufrago.
Isaac, ese es un nombre que se rehúsa a morir.
Capítulo 3.
¿Por qué encallan las ballenas?
Extraído de La gran enciclopedia del mar para niños
¿Alguna vez te has topado con el cadáver hinchado y podrido de un cachalote? Si sueles pasar los veranos en la costa junto a tu madre, lo más probable es que sí. Aunque no lo creas, las ballenas no tratan de arruinar tus vacaciones. De hecho, probablemente sea un mero accidente o, incluso, que tú y tu familia tengan algo de responsabilidad sobre el asunto.
Las razones por las que ballenas y demás cetáceos (mamíferos marinos de gran tamaño) encallan en la arena no se conocen con certeza y es posible que se deba a varias causas al mismo tiempo. Las hipótesis más comunes señalan enfermedades, topografía del suelo del océano, errores de navegación, presencia de depredadores o condiciones meteorológicas extremas.
Hay algunos lugares en el mundo donde este fenómeno se produce más a menudo. Esos sitios tienen similitudes de topografía y de condiciones medioambientales; por ejemplo, una costa estrecha y aguas bajas con grandes variaciones de mareas. Algunos califican a esas zonas de «trampas para ballenas» debido a la velocidad con la que baja la marea. Este es solo un ejemplo del odio de Dios en contra de la obra de sus manos.
Se cree que la cantidad de casos podría ir en aumento en los próximos años. Varamientos de ballenas han sido documentados desde la antigüedad, pero la salud de los océanos se ha deteriorado en las últimas décadas. El fenómeno podría volverse más común con prácticas humanas, como el aumento del tráfico marítimo, la contaminación química y el turismo irresponsable, como el que practica tu familia. El cambio climático ocasionaría modificaciones en la distribución de depredadores y presas. Para algunas especies, esto haría que las ballenas se acerquen a la costa.
Las enfermedades también podrían aumentar los casos, pero aún queda mucho por entender sobre el tema. Una ballena se dirige hacia la costa tras haberse enfermado. Algunos científicos teorizan que esta forma de eutanasia natural les permitiría evitar una muerte dolorosa a algunos ejemplares. Un dato curioso es que los cetáceos tienen fuertes lazos sociales, por lo que, cuando esto sucede, varios individuos siguen al enfermo. A pesar de la alta inteligencia de estos animales, no se debe confundir este comportamiento con un rito funerario o con un suicidio en masa. No se descarta que estos ejemplares padezcan algún tipo de enfermedad mental, como la depresión o la dependencia a la tetrodotoxina de los peces globo.
Es poco lo que se puede hacer con las ballenas encalladas. Un cetáceo muerto en la costa se convierte en foco de contaminación y enfermedades. Debido a su gran tamaño, suele ser imposible retirarlas intactas, por lo que se recurre a explosivos. Un caso famoso ocurrió en Florence, Oregón, Estados Unidos, en 1970. La explosión desintegró solo una parte del cachalote y provocó que grandes pedazos de grasa de la ballena aterrizaran en el poblado cercano. Un automóvil resultó destruido en el proceso.
Ha habido también algunos esfuerzos pedagógicos relacionados con este fenómeno. Algunas escuelas de zonas costeras optan por llevar a sus estudiantes de excursión cuando un cetáceo encalla. Los niños son obligados a presenciar por horas la muerte agónica de la ballena. Los especialistas en educación apuntan a que esto les permite entender el problema de una forma más inmersiva, pues deben interactuar con el cadáver a través de todos sus sentidos. Esto último contribuye a un aprendizaje mucho más significativo, por lo que el sentimiento de culpa por la muerte del animal suele perpetuarse en el subconsciente.
Un sueño recurrente
Este es ese mismo sueño, Jonás, vos lo intuís. Como con cualquier otro, no recordás cómo llegaste aquí, ni siquiera sabés que estás soñando, pero lo sentís en la memoria muscular. Es un déjà vu, un eterno retorno. La mente es traicionera, Jonás, siempre se las arregla para cambiar todo, para disfrazarlo y que pensés que es otra cosa, para que, aunque creés saber qué sucederá a cada momento, la duda te consuma. El insomnio nunca te deja ver el final y solés aparecer en partes distintas de la secuencia, las escenas se suceden sin un orden aparente.
Estás en medio de una costa al atardecer, los edificios ocultan el sol a tus espaldas. La ballena se extiende en toda su árida inmensidad entre dunas de arena. Pone cara de que todo fue un accidente. A vos te gustaría creerle, te gustaría también que ella te creyera. Su piel se resquebrajó con el sol de la mañana y las aves carroñeras hunden el pico entre las grietas.
Qué animal absurdo es la ballena, la hija pródiga de la evolución, emergió del mar solo para volver a él sin branquias. Ellas mismas sellaron un destino terrible para toda su descendencia. Todos sabemos que no llegó a aguas poco profundas porque se arrepintiera, porque pretendiera que sus aletas atrofiadas la llevaran con el resto de los mamíferos. La ballena huye de una muerte a través de otra no menos terrible, pero al menos voluntaria.
¿Cómo puede algo tan grande verse tan hinchado? Vos lo sabés, Jonás. Desde hace horas, se hace la muerta porque entiende que ya lo está, que no hay camino de vuelta al océano. Su olor haría a cualquiera pensar que es un pez masivo o una masa putrefacta de mariscos. La mirás con lástima y asco en partes iguales, como si miraras tu reflejo en el agua.
La ballena tiene una herida en un costado, espantás al ave que devora su hígado. Entrás por puro instinto. Es lo que sigue, a fin de cuentas, es el único camino. No sentís temor a la oscuridad absoluta, a las vísceras. Por el contrario, adentrarse en sus entrañas es un momento, digamos, entrañable, como un niño que es reintroducido al útero después de ser cegado por la luz del quirófano.
Ya es hora de despertar. Te tragás el resto del sueño de golpe; pasa como tu vida ante tus ojos, Jonás. La asfixia, la completa oscuridad, el espacio reducido en las entrañas de la ballena. Habrá alguien más allí con vos, ambos sabrán que solo uno podrá salir con vida. El forcejeo, sentirás los ojos estallando contra tus pulgares, lo sabés, escucharás el cráneo partirse contra algo duro entre las vísceras, ¿un arpón encarnado? Sentirás el cadáver con las puntas de tus dedos: alto, delgado, pómulos prominentes, clavículas y costillas casi expuestas, ojeras profundas, la mirada vacía de la muerte.
Luego el acantilado, la muchedumbre, el espiráculo, los ojos estallados, los rayos, la…
Bar El Pescador de Hombres
¿Ven esa figura detrás de la barra? En el congelador, un cadáver conservado en alcohol, entre botellas. Tiene el porte de un cazador de focas sobre hielo quebradizo. Lo ve fijamente, como si no fuera su reflejo. Se mece en el banco cojo, el del respaldar chueco, el de siempre. Ya el asiento se amolda perfectamente a él. El cantinero lo conoce, no insiste más en lo del posavasos.
Afuera del bar, la fila da la vuelta a la cuadra. Para algunos, todos allí tienen, simultáneamente, cara de cazador y de presa. Nadie se explica cómo, con tanta clientela, el letrero de neón sigue estando incompleto después de tantos años. E esc do e Ho br s. Todos saben que eso es una ballena por pura costumbre, pero cualquier desentendido lo confundiría con un garabato fluorescente, un puñado de luces enfermo y absurdo. La entrada tiene la forma de la boca de un tiburón al que le faltan varios dientes.
El vaso de whisky etiqueta roja da vueltas compulsivamente sobre la barra. El hielo se derritió hace horas. La marca en la madera se erosiona con el paso de las noches. Para asegurarse un lugar, Jonás sale temprano del acuario y llega desde las cinco de la tarde. La entrada solo incluye una bebida. De todas formas, necesita mantenerse sobrio.
Este es su número favorito. Lleva el nombre del bar o, más bien, le da al bar su nombre. La versión drag queen de Jesucristo. Un Jesús con tetas. La coordinación de los labios es perfecta, le recuerda a los labios de Camilo Sesto, lo más cercano que tuvo a un padre cuando era niño. «Yo tenía fe/cuando comencé/ahora estoy triste y cansado…». Camina sobre el agua y lanza una red al público, los pescados suben al escenario y beben y beben y vuelven a beber. El milagro de la transubstanciación, el agua convertida en aguardiente, la multiplicación de los peces.
Lo ve allá al fondo, donde todas las noches. Alto, delgado, inseguro, pómulos prominentes, clavículas y costillas casi expuestas, ojeras profundas, mirada superficial. Si se contagiara de una enfermedad mortal, no lo notaría en meses, no podría perder más peso. Aun así, su piel brilla tersa, inmaculada, su barba es apenas un puñado de vellos rubios, como el pelaje de una foca arpa recién nacida. Tiene cara de cédula falsificada, de no tener un padre. Mira hacia todos lados, teme que alguien lo reconozca, aún siente que Dios lo observa y lo juzga.
Todo termina cuando lo crucifican. Lo clavan. En el madero de tormento. El chiste se cuenta solo. «Clava, azota, rompe, mata/Pero pronto, hazlo pronto/O yo me voy a arrepentir». Un soldado romano dominatrix