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Víctor quería salvar el mundo y Pablo quería salvarlo a él. Pablo lleva varios años trabajando en un periódico digital de la Bahía de Cádiz. Le gusta lo que hace, pero un cambio de directrices en la redacción le lleva a escribir sobre la defensa del medioambiente y a relacionarse con ecologistas de todo el mundo. Así conoce a Víctor, un chico con un objetivo claro en su vida: hacer entender a todo el mundo la importancia de salvar el planeta. Aunque pueda parecer que Víctor tiene sus ideas claras y un futuro prometedor ante él, el pasado le ha obligado a renunciar a muchas cosas para poder seguir adelante. Conocer a Pablo ha sido una bendición y una maldición a la vez, y ambos lucharán hasta el último momento por resistirse a ese sentimiento inesperado que ha nacido entre ellos.
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Seitenzahl: 286
Veröffentlichungsjahr: 2021
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2021 Heather Lee Land
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Todas las cosas que me gustan de ti, n.º 7 - junio 2021
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Elit y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Mar Varela Varela.
I.S.B.N.: 978-84-1375-642-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Dedicatoria
Buenas noches
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Agradecimientos
Si te ha gustado este libro…
Para Winchester…
Aunque tú ya no estás, no importa.
Seguiré dándote en voz alta
las buenas noches,
esperando tu mano en mi mejilla,
y la seguridad,
la taza de café, como siempre,
tu beso como nunca,
y el dolor ya bien lejos
allá donde mueren los malos sueños.
Cómo se atreve
el día a amanecer
sin ti.
Rosario Troncoso
-Transparente-
Odiaba el calor, los mosquitos, el verano, y todo lo que hiciera referencia a una subida brusca de temperatura. Había nacido en un pueblo de Extremadura y estaba acostumbrado al calor, pero Cádiz no se quedaba atrás cuando el sol apretaba por derecho y se aliaba con el levante.
Se había levantado con las sábanas enredadas en las piernas y el ventilador en marcha. No recordaba haberlo hecho, pero vivía solo, así que en algún momento de la noche tenía que haberse despertado y haber encendido el aparato.
Aún medio zombi por su apartamento, desbloqueó la pantalla del teléfono móvil y miró con un ojo abierto y otro cerrado. Había un mensaje de su madre. Entró en el baño y, mientras abría el grifo de la ducha, le dio a reproducir.
Pablo. Soy mamá. ¿Vas a venir este año de vacaciones? Tu hermana me ha dicho que va a pedirse unos días. Estaría muy bien que pudieras venir tú también. Hace mucho que no estamos toda la familia junta. Llámame luego, ¿de acuerdo? ¡Ah! y tu abuela te pide que vengas con un novio, que quiere alardear de abuela moderna con las vecinas. Venga, llámame. Un beso.
Pablo sonrió. Estaría bien eso de ir unos días. No los veía desde Navidad y les echaba de menos. Alguna que otra vez se había planteado volver a casa. Dejar su trabajo y buscar otro cerca de su hogar, pero sabía que la cosa estaba complicada. Demasiada suerte había tenido. Era consciente de que, si regresaba a su pueblo, iba a comerse los mocos, y acabaría trabajando de panadero o de repartidor de butano. Eran trabajos dignos, por supuesto, pero a él le gustaba ser periodista. Había nacido para eso.
Otra cosa que había pensado era buscar trabajo en Madrid. Estaría algo más cerca de casa y quizás podría visitarles más a menudo, pero si era sincero consigo mismo, el problema no estaba en la ciudad donde trabajase, sino que siempre tenía muchas cosas por hacer y poco tiempo libre. Además, no se veía viviendo en Madrid, sufriendo dos horas de metro para ir a trabajar todos los días y pagando una millonada por poder conducir y estacionar su coche en el centro.
Esa era una de las cosas que le gustaba de su trabajo: siempre había sitio para aparcar en el polígono. Aún recordaba la primera vez que pisó la redacción. Le habían mandado a hacer las prácticas a ese periódico gracias al máster que había elegido, y le extrañó un poco que las oficinas estuvieran en el polígono El Trocadero, en Puerto Real, Cádiz. Era un sitio que parecía estar medio abandonado. Muchas naves grandes estaban cerradas, y por la pinta que tenían, parecían llevar así mil años. Eso le dio mala impresión porque un periódico medianamente decente no se encontraba ubicado en un sitio así, ¿no? Por fortuna eso se quedó solo en apariencia porque la redacción resultó ser un lugar moderno, actual, y con un buen ambiente entre los compañeros. Llevaba allí varios años y, aunque al principio había dicho que ese trabajo sería algo temporal, lo cierto era que se había acostumbrado y le gustaba el lugar.
—¡Pablo!
Pablo se giró cuando escuchó su nombre. Ernesto, uno de sus compañeros, venía por la misma acera donde acababa de aparcar. Pulsó el botón del mando del coche para cerrarlo y caminó hacia él.
—¿Qué haces tan temprano aquí? ¿Tu mujer te ha vuelto a echar de casa?
Ernesto le enseñó el dedo corazón cuando llegó a su lado a modo de saludo.
—No fue mi mujer, sino mi suegra, y estaba borracha, no lo olvides.
Pablo se rio porque esa era la versión que le había dado Ernesto, que a saber si era verdad o no. Su compañero siguió hablando.
—He venido a la reunión. El jefe la ha convocado antes porque hay mucho lío hoy. ¿Tú por qué no has estado? ¿Te has quedado dormido?
Un millón de alertas saltaron en la cabeza de Pablo.
—¿Qué reunión? Nadie me ha dicho nada.
Ernesto sonrió porque pensó que le estaba vacilando.
—Anda ya, ¿qué dices? El jefe nos llamó ayer a última hora uno a uno para decírnoslo. Por eso nos podemos ir hoy una hora antes. ¿No te llamó a ti?
—No.
La sonrisa de Ernesto desapareció. Se había enterado de que habían despedido a dos trabajadores y esos no habían ido a la reunión, pero jamás se imaginó que Pablo fuera uno de ellos.
—Pues no sé. Habla con él. —Se intentó quitar el muerto de encima porque no quería decirle a Pablo lo que sabía. Para los marrones ya estaba el jefe.
—Sí… —La respuesta de Pablo no fue convincente, porque de pronto toda su carrera profesional pasó ante sus ojos. Dejó a Ernesto atrás y caminó hacia la puerta del edificio, uno de los pocos que había en el polígono que no era una nave industrial y que no estaba abandonado.
El ascensor estaba libre en ese momento y, aunque solo tenía que subir una planta, decidió montarse para poder mirarse en el espejo. Quería comprobar si se le notaba la cara de panoli que se le había quedado tras hablar con Ernesto. Esa mañana apenas se había peinado, y debería haberlo hecho, porque se había cortado el pelo bastante por detrás, pero por arriba lo llevaba algo más largo y revuelto. Así se le notaba más las hebras color castaño dorado que se le habían clareado en la playa con el sol.
Cuando llegó a la planta, la puerta se abrió y caminó hacia el fondo de la redacción. Ismael, el director de la redacción, alzó la cabeza de su mesa y lo vio llegar. Allí no había ni una sola pared. Todas las oficinas estaban separadas unas de otras por enormes mamparas de cristal.
—Ah, Pablo. Ya has llegado. Perfecto. Quería hablar contigo. Siéntate, por favor. —Le indicó la moderna silla que había frente a su mesa.
Pablo obedeció, pero prefirió comenzar a hablar él.
—¿Por qué no me he enterado de que había una reunión? Soy uno de los que han echado, ¿no es cierto? Lleva varios días habiendo rumores, pero pensé que, después de todo este tiempo, me lo habrías dicho a mí primero. —Le habría gustado ocultar lo mucho que le afectaba, pero no pudo—. Creo que al menos me merecía eso.
Ismael dejó el bolígrafo que tenía en la mano sobre la mesa y se ajustó las gafas. Desde que había cumplido los cincuenta, su visión había caído en picado.
—¿Qué? ¿Quién diablos ha dicho nada de despedirte? Los únicos que han salido son Mayoral y Borja. Uno porque se le acababa el contrato y no quiere renovar, y el otro porque tiene planes para irse al extranjero.
Pablo se relajó. Mucho. Al menos ya no sentía esas ansias de sangre que había tenido minutos atrás mientras hablaba con Ernesto.
—Ah. —No le salió nada más. Había metido la pata, y odiaba cuando eso sucedía.
—No te voy a mentir, Pablo. Estoy muy contento contigo y con tu trabajo.
—Gracias —respondió con la boca pequeña—. Aunque suena a que tiene un pero detrás.
—Y lo hay. Verás, como sabes, la era digital se lo ha comido todo. De como yo empecé a trabajar, a como he terminado, no se parece en nada. Antes todo era mucho más lento: la llegada de las noticias, las impresiones de las revistas y los periódicos… Ahora todo vuela con internet. Y todo cambia. A lo largo de mi vida profesional he pasado por distintos movimientos y modas. De todo tipo. ¿Me sigues?
—No.
Ismael se rio.
—Esa es una de las cosas que más me gustan de ti. Tu sinceridad.
Pablo se estaba cansando de tantos rodeos.
—Ismael, por favor. Cuéntamelo ya. Si tantas vueltas estás dando, es que va a dolerme, si no me habrías invitado a la reunión como a los demás.
—Si no te he invitado, es porque sé que ibas a quejarte, y no puedo permitir ahora tus quejas.
Pablo alzó las cejas porque seguía sin comprender.
—¿De qué se supone que voy a quejarme?
Ismael decidió dejar de andarse por las ramas.
—Como sabes, nuestro periódico digital no estaba en un buen momento. En Navidad hicimos un brainstorming, cambiamos parte de nuestros contenidos y enfoques, y a la gente le ha encantado. Nuestro periódico ha subido en popularidad en estos últimos seis meses, más que en los últimos seis años, y eso ha sido gracias al cambio de contenidos y distintos puntos de vista.
—Lo sé. He estado al tanto en estos últimos seis meses.
—Y ha sido en parte gracias a ti.
Pablo sonrió porque la cosa pintaba bien. Había tenido varios artículos que habían tenido mucha notoriedad, ambos relacionados con el cambio climático y con el despertar de la nueva sociedad al mundo actual.
Ismael siguió hablando.
—Lo que trato de decirte es que ahora tienes tu propia columna, eres tu propio jefe, y podrás gestionar tu tiempo y tu trabajo.
—¿En serio? —Pablo se puso de pie y se apoyó sobre la mesa con los brazos estirados—. No es una broma, ¿no?
—No lo es. Pero hay un pero; tendrás que escribir sobre medio ambiente y los derechos de los animales.
Pablo alzó las cejas, sorprendido, y se puso derecho.
—¿Qué? Eso no es mi especialidad. Es cierto que los artículos que escribí gustaron mucho, pero lo mío son sucesos y actualidad.
—Es que todo eso es algo que está sucediendo y cambiando día a día y, por lo tanto, están de moda. Es actual.
—No le des la vuelta a mis palabras. Yo no quiero escribir ni de animales, ni de arbolitos, ni de cómo nos estamos cargando el planeta. No me gusta.
—Pues tiene que gustarte, porque no hay alternativas. Es el nuevo rumbo que ha tomado el periódico, todo el mundo está de acuerdo y no tengo otras opciones que ofrecerte.
—Ya veo. Por eso no me has dicho nada sobre la reunión. Para que no te la liara delante de todos.
Ismael le conocía bastante bien como para saber que no iba a quedarse callado, y así había sido.
—Tenemos nuevos accionistas, y esto es lo que se ha decidido.
—¿Y si me niego?
—Si te niegas tendría que despedirte, y no porque quiera, sino porque necesito a alguien que trate esos temas, y el resto de tus compañeros no le pone tanta pasión como tú.
—O sea, que beneficias al resto, y me jodo yo. —Pablo iba cabreándose más por momentos.
—No. Todos han sufrido cambios. Muchas secciones han desaparecido, otras han variado, y han surgido otras nuevas. Entre ellas, la tuya. De todos tus compañeros, eres el que ha salido mejor parado, Pablo, porque eres el único que tendrá su propia columna.
Pablo estaba muy confundido. La cabeza le iba a mil y la indecisión lo estaba atormentando.
—¿Cuánto tiempo tengo para pensármelo?
—Veinticuatro horas. Ve y tómate el día libre, pero mañana a primera hora necesito una respuesta porque tengo varios temas medioambientales que me corre mucha prisa tratar, y si no quieres hacer el trabajo tú, tendré que llamar a otro. —Ismael lo miró. Le gustaba Pablo. Le recordaba un poco a él cuando tenía su edad, y entendía que estuviera enfadado, por eso mismo le estaba dando tiempo para que reflexionara—. A mí no me gustaría que nos abandonaras, Pablo, pero entiendo que prefieras escribir otra cosa.
Pablo asintió, aún estupefacto por la noticia.
—Mañana te diré lo que he decidido. —Caminó varios pasos de espalda y luego se dio la vuelta para agarrar el borde de la puerta de cristal. Necesitaba salir de esa oficina y del edificio. Había empezado a sentir que se asfixiaba. Sí. Tenía que marcharse de allí cuanto antes.
Había llegado antes de tiempo al trabajo. Apenas había vehículos aparcados y los talleres de coches de la zona aún estaban cerrados. Sin embargo, el Ford Mondeo azul metálico de Ismael ya estaba allí. Sabía que llegaba pronto, por eso decidió darse el madrugón de su vida para hablar con él antes de que aparecieran sus compañeros. Total, tampoco es que hubiera dormido demasiado. Desde que se fue de allí el día anterior, se había encerrado en casa y lo único que había hecho había sido pensar y comer. Y no siempre en ese orden. Había tomado una decisión después de darle demasiadas vueltas. No sabía si había elegido la opción correcta, pero después de sopesarlo mucho, era a lo que había llegado.
—¡Pablo! —Ismael estaba metiendo varias carpetas en el primer cajón de la mesa de su despacho cuando lo vio. Cerró de golpe y se acomodó en su asiento—. Por favor, pasa y siéntate.
Pablo obedeció y se sentó en la misma silla del día anterior.
—Gracias. —Se quedó quieto, sin moverse, a la espera de que su jefe le hiciera la pregunta.
—Y bien. ¿Qué has decidido? ¿Vas a quedarte?
Aún podía echarse atrás. ¿Estaba seguro de lo que iba a decir?
—Sí —respondió. Dejó todos sus pensamientos a un lado y se centró—. Voy a aceptar la propuesta que me has hecho.
Ismael no pudo ocultar su alegría.
—¡Perfecto!
—Pero… —Lo paró, porque aún no había terminado—. Escribiré lo que me has ofrecido con una serie de condiciones.
Ismael alzó una ceja.
—¿Cuáles?
—Una vez al mes dejarás que haga algún artículo. El que yo quiera, con la noticia que yo elija. Y quiero una subida del 5%.
—Ya te he subido el sueldo.
—Lo sé, pero quiero el 5% más. Porque tendré que desplazarme a los sitios, ¿no?
—Aquí pagamos las dietas y desplazamientos, Pablo, ya lo sabes. No somos como los rácanos de la competencia. —Ismael parecía un poco ofendido.
—Lo sé, pero esa es mi oferta. Lo tomas o lo dejas.
—Lo acepto. —Ismael estiró el brazo para darle un apretón de manos y formalizar así el acuerdo, aunque luego lo reflejara detallado en su nuevo contrato—. Hablaré con Paula para que tenga los papeles listos hoy mismo.
Pablo sonrió contento. Paula era la secretaria de Ismael. Una mujer muy eficaz en su trabajo. Si le había dicho que ese mismo día preparara los papeles, ella los tendría listos varias horas antes.
—Ahora, al lío. —Ismael sacó una carpeta y se la tendió. Esperó a que el joven la abriera y comenzara a mirar la documentación que había dentro.
—¿El pinar de Sancti Petri? ¿En serio? —Levantó la vista del dossier y miró a su jefe—. Pensaba que íbamos a empezar con algo más… gordo.
—Esto es gordo. Una empresa, propiedad de un fondo buitre, quiere hacer una urbanización de lujo en uno de los pocos pinares que quedan. Varias asociaciones medioambientales y ONG de todo el mundo han venido para salvar el pinar. De hecho, han realizado distintas visitas desde marzo, que es cuando se empezó a dar la voz de alarma. Dentro de poco habrá una asamblea donde asistirán un grupo de ecologistas muy importantes. Quiero que te pegues a ellos como una rémora a una ballena. ¿Me entiendes?
Pablo levantó los ojos de los papeles y lo miró.
—Tus ejemplos me dan miedo, pero te he entendido. Quieres que sea la sombra de estos tíos. —Buscó entre los papeles donde había leído el nombre de la organización—. SOS Alert World. ¿Has hablado ya con alguien que lleve el tema o llego y me presento?
—He hablado con el hombre que está al mando del equipo. Ahí tienes su teléfono. Un tal Jansen. Es holandés. Búscale y pégate a él.
—De acuerdo. —Guardó los papeles en la carpeta y se puso en pie—. Me imagino que no tengo que venir aquí todos los días, ni picar ni nada.
Ismael negó con la cabeza.
—Eres libre de organizar tu tiempo como quieras. Mientras traigas información de calidad…
—Perfecto. Te iré contando. —Pablo agitó la carpeta y se dio la vuelta, dispuesto a salir del despacho y emprender rumbo a su nuevo destino, pero la voz de su jefe lo detuvo.
—¿Pablo? —Ismael no siguió hablando hasta que el joven no se volvió por completo—. No la cagues.
—Descuida. Sé hacer mi trabajo.
Ismael lo vio marcharse. Confiaba en él, sino no le habría propuesto ese trabajo, y precisamente porque lo conocía bien, sabía que Pablo era muchas veces impulsivo, y eso podría traerle problemas si no conocía el terreno que pisaba.
La A-4 aún no estaba atestada de coches. Era temprano, pero pronto se formarían los típicos atascos veraniegos de todos los que querían ir a las playas de Chiclana. Él había sufrido alguno más de una vez. Al llegar al polígono industrial El Torno, decidió coger por la Nacional 340. Tenía otra opción, que era seguir por la A-48, pero le pareció dar demasiado rodeo.
Le había costado un poco averiguar de qué pinar se trataba porque había varios y no conocía mucho la zona. Había pasado por allí varias veces para ir con sus amigos a la playa, pero nunca había conducido él y se había pasado todo el trayecto hablando, o durmiendo. No era una distancia muy larga, unos treinta minutos si no había atascos, y ese día, al ser tan temprano, no tardó demasiado en llegar.
Antes de aparcar, decidió dar un rodeo con el coche al pinar. Había unas anchas aceras que rodeaban el amplio espacio verde y mucha zona de aparcamientos.
Decidió poner el coche a la sombra. Cogió su carpeta y caminó hacia el centro del pinar. Había visto movimiento dentro. Con suerte, sería el hombre que estaba buscando y no tendría que dar demasiadas vueltas.
Conforme se iba acercando, pudo apreciar a un grupo de personas. No eran más de diez. Algunos estaban agachados, rematando lo que parecía ser una pancarta enorme. Estaba al revés, por lo que no podía leer bien lo que ponía.
Cuando se percataron de su presencia, un hombre fue directo hacia él. Tenía cara de guiri, por lo que Pablo dedujo que era el holandés.
—Hi, my name is Pablo Toledo Soto, and I’m a journalist from the Alerta Bahía de Cádiz digital newspaper. I’m looking for… —Pablo se calló cuando vio que el hombre lo miraba con una ceja levantada—. Sorry. Maybe I’m wrong. Where can I find Mr. Jansen, please?
—Soy yo. Y no hace falta que me hables en inglés.
Pablo se mordió los labios porque el tono desagradable de ese hombre indicaba que no estaba de muy buen humor.
—Perdón. Me dijeron que era holandés, entonces decidí…
Jansen lo cortó.
—Ya. Bueno, por suerte para ti, hablo español, aunque no te vendría mal seguir practicando. —Y se marchó hacia las personas que trabajaban en la pancarta.
Esta vez, Pablo se mordió los labios para aguantarse las ganas de soltarle algo, porque ese hombre había sido muy maleducado cuando él solo había pretendido ser amable.
La verdad es que se esperaba a un hombre mucho más mayor, con canas y con una barba poblada, en su mayoría blanca, pero no; ese tío tendría varios años más que él, quizás llegase a la mitad de los treinta. Tenía el pelo castaño claro, corto, algo revuelto, y los ojos azules. Si lo miraba bien, no tenía pinta de holandés y por su apariencia podía ser de cualquier parte del mundo.
—Hola, me llamo Ana.
Pablo se centró en ella y le tendió la mano para saludarla. Por el acento de la chica, no podía negar que era de alguna parte de la Bahía.
—Yo Pablo. Soy periodista y vengo a informarme sobre lo que está pasando en el pinar.
—Bienvenido, Pablo. Ahora mismo estamos haciendo algunas pancartas para la manifestación de mañana. Únete si quieres. Todo el que quiera colaborar es bien recibido.
—Gracias. —Menos mal que no todo el mundo parecía ser un maleducado allí—. Tú eres de la zona, ¿no?
—Sí, vivo en El Colorado. Colaboro con varias organizaciones y soy bastante activista. Cuando me dijeron que SOS Alert World iba a venir a unirse a las demás asociaciones para intentar salvar este pinar, no dudé en unirme a ellos. Aunque suelo participar con Toniza-Ecologistas en Acción.
Pablo no pudo evitar buscar con la mirada al tal Jansen, que estaba bastante alejado de él, mientras ayudaba con la pancarta.
—Es complicado unirse a gente que no es demasiado simpática.
Ana giró la cabeza hacia donde Pablo estaba mirando para comprender sus palabras.
—No sé qué te ha dicho, pero no se lo tengas muy en cuenta. Esta mañana han tenido una reunión en el ayuntamiento y la cosa no ha ido bien. Víctor es un amor.
—Así que se llama Víctor.
—Sí. Víctor Jansen Luna. Aunque la mayoría lo llama Jansen.
Pablo asintió a toda la información que esa chica le estaba dando. Que hubiera tenido una mala mañana no era motivo para responderle como lo había hecho.
—Vente, te enseñaré el pinar.
Pablo asintió y la siguió. Le vendría bien conocer ese trozo de tierra por el que estaban luchando.
El pinar del Edén no era demasiado extenso, no al menos si se comparaba con otros pinares que existían en Chiclana, aunque sí que era el único que sobrevivía allí, rodeado de tantos chalets y edificaciones.
—Uno de los animales autóctonos de la zona es el camaleón. Llevamos años luchando contra su desaparición, pero la tala indiscriminada, los incendios de todos los veranos, y la invasión de otras especies depredadoras, no le están ayudando mucho.
Pablo asintió. Ana le había explicado en el rato que llevaban dando un paseo por el pinar, los problemas más graves que habían tenido.
—Lo sé. Vivo en Puerto Real, y allí la cosa es parecida.
Ella lo miró asombrada.
—No sabía que vivías en la zona. Tienes un acento que no es de aquí.
—Soy de un pueblo muy pequeño de Cáceres. De Robledillo de la Vera. Estudié periodismo en la universidad de Badajoz y las prácticas del máster que hice me trajeron hasta aquí. Llevo en Puerto Real desde entonces.
—¿Y te gusta esto?
—No está mal. —Pablo había hecho muy buenos amigos y no se podía quejar—. A veces echo de menos a mi familia, pero imagino que es normal.
—Es lógico. Cualquier cosa que necesites, no dudes en pedírmelo.
—Gracias. —Pablo la miró de reojo mientras regresaban porque ese ofrecimiento había sonado extraño. La conocía apenas de un rato atrás, pero parecía que esa chica tan bajita y menudita le había echado la caña.
—Ana.
La voz retumbó por todo el pinar y los asustó a ambos. La chica se volvió al escuchar su nombre y Pablo la imitó, curioso por ver de quién se trataba.
Era él. El holandés.
—Te necesitan en la pancarta para darle sombra. Ninguno dibuja tan bien como tú.
Ana sonrió y asintió. No parecía intimidada, cosa que le resultó extraño a Pablo, que estaba allí casi sin respirar. Antes de marcharse, se volvió hacia él.
—Te veré por aquí. Ya sabes, si me necesitas, ando por la zona.
—Gracias, Ana. Eres muy amable. —Pablo se despidió de ella con la cabeza y se quedó allí parado, a varios metros de Jansen. Le daba miedo acercarse a él.
—Tú vienes del periódico digital Alerta Bahía de Cádiz, ¿no?
Pablo estuvo a punto de decirle que si no le hubiera respondido como lo hizo, habría escuchado lo que tenía que decirle.
—Sí. —No se atrevió a decir nada más, por muchas ganas que tuviera. No le gustaba ese tío.
—Pablo dijiste que te llamabas, ¿correcto?
—Sí. —Odiaba ser tan monosilábico al responder, pero no quería darle pie para que volviera a soltarle alguna pullita más.
—Soy Víctor. —Se acercó a él y le tendió la mano.
Pablo la miró y dudó un segundo, luego se la estrechó. Víctor siguió hablando.
—Por favor, acepta mis disculpas por mis palabras de antes. Me has pillado en un mal día.
A Pablo le habría gustado mandarle a la mierda, pero se vio respondiendo con educación. Era su trabajo, y cuanto más cordial fuera su relación, mejor para todos.
—No te preocupes. Todos tenemos días así.
—¿Qué experiencia tienes en cubrir noticias de este tipo?
—Ninguna. Escribí dos artículos para mi periódico y ahora llevo la sección de medio ambiente y ecología.
—¿Y te gusta?
—No —respondió con sinceridad—. De hecho, ayer estuve a punto de irme de mi trabajo, pero al final estoy aquí.
Víctor no tenía mejor cara que antes. Era más que obvio que no le había gustado su respuesta.
—Pablo. Una de las razones por las que esta mañana estaba de mal humor fue porque varios periódicos de todas partes han mandado reporteros. Y eso está bien, ¿sabes? que la gente esté informada, que se una, que se conciencien, pero esos reporteros que mandan y que la mayoría se queda aquí en el campamento, son chavales que no tienen ni idea. ¿A quién se le ocurre venir a un pinar en zapatillas deportivas de tela y suela de goma blanda? Y como eso, mil cosas más. Estar aquí es muy complicado. Es muy duro lo que nos espera, te destroza los nervios y te hace estar de mala leche todo el día, como me pasa a mí, pero es que, además, tengo que andar de niñera de todos los periodistas nuevos que han llegado ya que muchos no han visto un pino en su vida, porque si les pasa algo, el responsable soy yo. ¿Entiendes?
Pablo asintió. Tenía la mirada perdida en sus zapatillas de goma blanda. Ese hombre llevaba razón, pero no eran las formas de decirlo.
—Yo no necesito niñera, Víctor. —Se atrevió a decir—. Puedo no tener experiencia en sentadas de este tipo, pero no soy tonto.
Víctor tenía la mandíbula apretada, y se le notaba, pero no añadió nada a lo que ya había dicho. Tras lanzarle una mirada algo escueta, volvió a desaparecer de la misma forma en que había aparecido. Iba a tener problemas serios con ese tío. Se lo olía.
Pablo llegó con el tiempo justo al aeropuerto de Jerez. Le había prometido a su amiga Eva que la recogería cuando volviera de ver a su familia en Barcelona. Su hermana acababa de tener un niño y había ido a visitarlos.
Desde que Eva había llegado, no había parado de contarle cosas, y Pablo había intentado por todos los medios seguir la conversación, pero su amiga hablaba demasiado rápido. Estaba orgullosa de su nuevo sobrinito y, en los diez minutos que llevaba sentada en el coche, le había enseñado un millón de fotos del bebé. Pablo apenas había podido echarle un vistazo a la mitad porque iba conduciendo y no quería apartar los ojos de la carretera. Aparte, no se podía quitar de la cabeza el encontronazo que había tenido esa mañana con el holandés. Aunque había vuelto a casa después de comer, y no había regresado por la tarde al pinar, la dura actitud de Jansen le había dejado huella.
—Bueno, ¿y a ti qué te pasa? —Eva guardó el teléfono en el bolso y miró a su amigo—. Estás más callado de lo normal, y eso no es propio de ti.
En ese momento, Pablo se maldijo por lo bien que lo conocía su amiga, porque no estaba seguro de querer contarle lo que había vivido esa mañana.
—Me han ascendido en el trabajo.
Eva abrió la boca, asombrada, y palmeó como si fuera una niña pequeña.
—¡Pero eso es maravilloso! Espera. —Pausó todo ese entusiasmo que tenía acumulado y se tranquilizó—. Deduzco que la cosa no es tan bonita, sino no tendrías esa cara de acelga cocida.
Pablo le contó toda la historia, desde el principio, para que supiera cómo había llegado a conocer a ese imbécil del holandés.
—Mmm… —La chica parecía estar meditando lo que había escuchado—. Ese tío es tonto. Es obvio que tiene algún problema. Tú pasa de él y ve a lo tuyo.
—Ese es el caso, Eva, que ni puedo pasar de él, ni puedo ir a lo mío. Es el coordinador. No puedo ignorarle. Ya me gustaría a mí.
—Pues hazle la guerra tú también. No te quedes callado. No es tu jefe.
—No es mi jefe, pero puede prohibirme la entrada, echarme, o yo qué sé. Y a ver quién aguanta luego a Ismael.
—No creo que pueda hacer que te echen. De todas formas, creo que le estás dando muchas vueltas.
Pablo se quedó callado y se concentró para dirigirse a la salida correcta de la autovía, porque no era la primera vez que se la pasaba de largo. Iba a dejar a su amiga en casa y luego se iba a ir a la suya, a lamentarse de su desgraciada existencia. Al menos él lo veía así. ¿Por qué no podían ser las cosas un poco más sencillas?
Ese había sido el plan inicial de Pablo, pero apenas llegó a su casa, recibió una llamada de que iba a celebrarse una reunión urgente en un hotel de Chiclana.
Maldijo en varios idiomas mientras regresaba al coche. En realidad, no le molestaba ese tipo de cosas porque estaba acostumbrado ya que formaban parte de su trabajo. Lo que le fastidiaba era tener que verle la cara al holandés errante ese. Se había disculpado, sí, pero tenía la sensación de que lo había hecho por compromiso y no porque lo sintiera en realidad. De cualquier modo, tenía que acudir, tenía que verle la cara, y no podía hacer otra cosa.
Encontrarse con gente que no le gustaba en su trabajo era algo bastante normal y él había aprendido a poner al mal tiempo, buena cara.
Mientras conducía hacia la dirección que le habían pasado, puso su emisora de radio favorita. La música de los años ochenta era la que más le gustaba y si había algo que podía quitarle el mal humor de encima, era escuchar una buena canción.
Lo consiguió cuando llegaba al aparcamiento exterior del hotel. Iba bien de tiempo, por lo que decidió quedarse dentro del coche, con las ventanillas subidas para que no se escuchara nada. Subió el volumen y se puso a cantar.
—Takeeee onnn meeeee. Takeeee meeee onnn. I’ll beee goneee in aaa… —Siempre se callaba en la misma parte porque jamás llegaría a ese tono tan alto que tenía el cantante de A-ha, aunque la mayoría de las veces le daba igual. Ese estribillo tenía el don de ponerle una sonrisa en la cara, incluso de bailotear de cualquier manera. Sin ritmo ni compás. Todo estaba permitido.
Terminó de escuchar la canción para acumular toda la energía positiva posible, apagó la radio, y salió del coche. No había recargado las pilas del todo, pero al menos se encontraba de mejor humor que antes. Apretó el mando a distancia para bloquear las puertas mientras caminaba hacia el hotel, a la sala de conferencias B1 y aceleró el paso.
Víctor se quedó sin moverse unos minutos más dentro del coche que le habían dejado. Había aparcado en un lateral del aparcamiento minutos antes de que Pablo llegara, pero se había quedado dentro para organizar todo el papeleo que llevaba y que tenía que soltar ante los periodistas. Estaba siendo una semana complicada, los augurios de salvar el pinar no eran nada buenos, y él recibía cada vez más quejas y presión por parte de aquellas empresas que querían invertir en el nuevo proyecto urbanístico que consistía en arrasar con aquella zona verde que tanto estaba costando defender.
La imagen de Pablo metido en el coche lo desconcertó y dejó los papeles a un lado para mirarle. El periodista se había quedado sentado tras el volante, pero, a diferencia de él, se había puesto a cantar con la radio a todo volumen. Estaba convencido de que pensaba que no le veía ni escuchaba nadie, porque seguro que no se habría puesto a aullar como un lobo herido de haber sabido que él estaba ahí observándole. Saberlo le produjo cierta satisfacción y no pudo evitar esbozar una sonrisa.