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El libro –como su título expone- se interna por los vericuetos de diferentes conductas con el objetivo de mostrar que el egoísmo no es una condición perversa de las personas. Por el contrario, al egoísmo se lo puede encontrar de modo evidente en la ingenuidad de los niños, pero también está soterrado en todas las conductas cotidianas de los adultos. Para saber si esto es cierto no hace falta otra cosa que leerlo.
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Seitenzahl: 159
Veröffentlichungsjahr: 2016
ángel rodríguez kauth
todos somos egoístas
(o como comprender mejor a los otros y a nosotros)
Editorial Autores de Argentina
Kauth, Angel Rodriguez
Todos somos egoístas / Angel Rodriguez Kauth. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2016.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-711-642-7
1. Ensayo Literario. 2. Comportamiento Social. 3. Características Individuales. I. Título.
CDD 301.01
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail:[email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Inés Rossano
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723.
A mí.
Índice
Introducción
Para comprender el sentido del libro
a) coincidentes
b) no coincidentes
Bibliografía
Capítulo 1
El egoismo en el amor de parejas
Bibliografía
Capítulo 2
El egoísmo en el amor por los hijos
Bibliografía
Capítulo 3
El egoísmo en el amor a los padres
a) de los pequeños hacia sus progenitores
b) de cuando somos adultos hacia nuestros padres
Bibliografía
Capítulo 4
El egoísmo ante la muerte de los otros
Bibliografía
Capítulo 5
El egoísmo en el “amor” caritativo
Bibliografía
Capítulo 6
El egoismo en el trabajo
a) en la relación de iguales
b) en la relación con los superiores
c) en la relación con los inferiores:
Bibliografía
Capítulo 7
El egoismo en la politica
El egoísmo en los procesos revolucionarios y en sus actores
La participación electoral
En la política internacional
El egoísmo “contra” los otros
El egoísmo al interior de los partidos
Bibliografía
Capítulo 8
El egoismo con los “amigos”
Bibliografía
Capítulo 9
Bibliografía
Conclusiones
INTRODUCCIÓN
“Un egoísta es aquel
Que se empeña en hablarte
De sí mismo cuando tú te estás muriendo
De ganas de hablarle de ti.”
JEAN COCTEAU (1889-1963)
PARA COMPRENDER EL SENTIDO DEL LIBRO
Sospecho que, seguramente, el lector ya se estará haciendo un sinfín de interrogantes que son ineludibles en estos casos, es decir, cuando se rompe con los férreos cuadros de pensamiento heredados de nuestra cultura pacata y de una enseñanza pedagógica de tipo “bancaria” (Freire, 1970) que solamente nos ha estado transmitiendo sistemáticamente los valores de las elites gobernantes.
Esto estará surgiendo al preguntarse Usted acerca ¿de por qué en el título de este libro se afirma que todos somos egoístas, de una u otra forma en los vericuetos de nuestra vida cotidiana y también con relación a los otros? Esto va a contrapelo de lo que nos enseñaron verbalmente cuando éramos pequeños y que nos dijeron que el egoísmo era algo despreciable, desdeñable, algo que debe “sanarse”, porque es una enfermedad. Aunque -en realidad- la enseñanza era que debíamos ser egoístas, esto es que teníamos que cuidar nuestros útiles en el colegio y los juguetes cuando estábamos con amigos.
Y también es casi seguro que se hacen tales interrogantes por la simple y sencilla razón que intentaremos demostrar -esto sobre las altas cuotas de hipocresía con que nos movemos diariamente- para así creer -y también hacerles creer a los otros- que buena parte de nuestras acciones, de nuestras conductas cotidianas, son altruistas o, que al menos, no tienen dejo alguno de egoísmo; cuando en realidad no lo son de tal forma, son en sentido contrario. De tal suerte, la mayoría de nuestras conductas están motivadas por sentimientos y pensamientos egoístas que de alguna manera pueden llegar a satisfacer a nuestro ego.
Esto es debido a que todos los seres humanos -y aquí es válido hacer una generalización tal como la de “todos los seres humanos”- intentamos encontrarnos permanentemente a la búsqueda de lograr las satisfacciones a nuestros deseos, aún cuando ingenuamente -o no con tanta ingenuidad como a veces se presume desde la pacatería hipócrita- nos llegamos a creer que actuamos más de una vez -por no decir que siempre lo hacemos así- de una manera desinteresada o altruista y, en consecuencia, pensamos que somos personajes tan impolutos como pretendió serlo la por demás conocida, festejada y homenajeada –ya fallecida- religiosa conocida como la Madre Teresa de Calcuta1.
Ahora bien, aquella monja que había nacido en Albania en 1910 y que murió en la India en 1997, a la que se la utiliza –desde diferentes medios- para presentarla como un dechado de las virtudes altruistas; pero, sin embargo, no fue el tan proclamado altruismo de ella sobre el que escarbaremos un poco dentro de las motivaciones de sus conductas fácticas y de sus dichos verbales. Aunque parezca extraño y despierte suspicacias en el conocimiento popular y en el de la ingenuidad de los creyentes religiosos, también ella se movió conducida por razones egoístas en todo aquello que hizo aparecer públicamente como si fueran hechos y dichos realizados de manera altruista, mostrándolo así surgiendo como el ejemplo concreto y terrenal de dar todo de sí en beneficio de los otros y sacrificando su vida en aras del mejoramiento de la calidad de vida de los más menesterosos, los humildes, los enfermos, los marginados, los pobres, los excluidos y -en particular- aquellos que vivían en la India.
Pero esto si bien fue del modo en que venimos relatando para su presentación en superficie, es decir, lo que era visible para los ojos de propios y extraños, en realidad no fue del todo tan así como se vendió al exterior de su persona. Ella, la famosa Madre Teresa de Calcuta, en su interior –al interior de su psiquismo- gozaba con intensidad realizando lo que hacía, en la manera cómo lo hizo y dónde lo realizó: en beneficio de los otros, junto a los menesterosos y hasta con los leprosos.
De tal suerte que ella así ofreció su vida terrenal por los otros, por los pobres, los indigentes, los que sufren, los menesterosos, etc., ella lo hizo porque de tal manera le encontró un sentido para darle a su vida y con eso halló la satisfacción de sentirse bien, de hacer lo que quería, lo que sentía y así de estar cómoda en su pasaje por este mundo.
Si se quiere y siendo blasfemos, puso toda su libido en ese quehacer. “Dios no pretendió de mí que tenga éxito. Sólo me exige que le sea fiel”, afirmó en alguna oportunidad, señalando que la fidelidad a su dios solamente la podía demostrar de la manera en que lo hacía. Lo cual no significaba que no tuviese éxitos terrenales, como así lo demuestran los múltiples premios que recibió en vida –hasta le entregaron un Premio Nóbel de la Paz en 1979- y luego el póstumo, el que ella en su fuero íntimo más esperaba y deseaba- que se supone haber llegado a estar sentada a la diestra de quien ella siempre dijo querer: ¡su dios! Y eso lo logró en el último acto de su vida, es decir, cuando dejó de transitar por el mundo de los vivos.
Sin embargo, hay que recordar que el Premio Nóbel de la Paz no es un Premio dignificante para nadie que se respete, ya que entre otros lo han recibido los presidentes de los Estados Unidos mientras estaban librando guerras en otros territorios. Entre ellos cabe recordar a: Woodrow Wilson -en 1919- luego de haber participado en la Primera Guerra Mundial y a Barack Obama, en 2009, mientras llevaba adelante las guerras de Afganistán e Irak y que simultáneamente mantenía ilegalmente a presos políticos en la base militar de Guantánamo. Y el premio lo recibió hasta el Secretario de Estado de aquél país en medio del fragor de la criminal guerra de Vietnam, en 1973, el inolvidable y repudiable Henry Alfred Kissinger.
Ya volveremos sobre aquel punto de un párrafo anterior de sentarse a la diestra de dios2para desarrollarlo con más intensidad en lo que se refiere a la vida de los “santos”, aquello que en lenguaje religioso se conoce como las “leyendas”. Si se quiere, más allá de lo que entra estrictamente en el terreno del dogma religioso, todos somos y tenemos a nuestro interior algo de santos y algo de demonios3y, siendo que la relación no es ni puede ser equilibrada, es decir, perfectamente balanceada, entonces siempre primará más algo de uno que de lo otro, algo más de santos o algo más de demonios. Si se quiere, se trata simplemente de una relación dialéctica.
Esto último significa que no debemos preocuparnos mayormente porque alguien -un conocido, amigo, pariente, vecino, etc.- con mala intención o bajo la influencia de la mala fe -esto no está dicho en sentido religioso sino en el que oportunamente le diera el pensador francés J. P. Sartre (1943)- nos acuse de ser egoístas. En tales casos solamente debemos estar seguros que también él es egoísta, ya que él encuentra su gratificación acusándonos de ser egoístas y esa es -al fin y al cabo- una forma en que se testimonia la presencia del egoísmo en cada una de las personas con las que compartimos algo a diario.
Con este libro pretendo servirle de ayuda al lector a sentirse más cómodo con las acciones cotidianas que él lleva a cabo, para que no termine por llenarse de culpas con las cosas que hace creyendo que ellas son perversas, en tanto y cuanto no se ajustan a los patrones que durante cinco mil años de historia judeocristiana nos han hecho creer que estaban mal porque tenían algo de egoístas; cuando en realidad están bien -cuidado, aquí debemos advertir que siempre que ellas no se salgan de lo legalmente pautado y de lo legítimamente constituido. Con esta última indicaciónme estoy refiriendo a conductas delictivas- ya que tales conductas cotidianas no tienen nada de reprochables; esto es debido a que esas conductas que repetimos a diario responden a la naturaleza misma con que viene conformado el ser humano.
Una prueba sobre lo dicho -que cualquiera que tenga niños, engendrados o ajenos, es decir, por adopción, puede constatar con su experiencia de la vida cotidiana- acerca de la conformación en la naturaleza egoísta de la persona humana la encontraremos en los bebés y en los chicos menores de una manera más que fidedigna en sus conductas con respecto a sus progenitores en los primeros de los nombrados y con relación a sus pertenencias materiales -y también de afecto- para requerirles a los segundos.
De tal manera, cualquiera puede observar que los bebés pretenden una atención única y exclusiva de sus madres en los primeros días de vida y, cuando son un poco más grandecitos lo hacen con ambos progenitores, si es que aún tienen a ambos viviendo juntos.
El bebé es una máquina de demandar atención con sus llantos y, con un poco de teta y cariños, rápidamente se calma, salvo, por supuesto, que esté enfermo, en cuyo caso hace señales inequívocas con sus berrinches hacia los padres para que hagan lo posible por curarlos rápidamente; vale decir, utiliza diferentes señales para concitar la atención de los otros sobre él.
En los chicos de más de dos años y que han aprendido a balbucear sus primeras palabras que, obviamente son papá y mamá como una forma de reclamarlos a su lado, aparecen otros términos, entre los cuales se encuentra la repetición que realiza ante objetos materiales como “mío, mío”. Vale decir, lo que el bebé considera que es suyo no permite que otra persona se lo toque, que intente jugar o utilizar a ese objeto.
Esto puedo graficarlo con la observación de mi nieto que, cuando le daba un caramelo envuelto en papel e intentaba abrírselo, entonces inmediatamente me lo quitaba diciendo el remanido “mío, mío”. Sin embargo, cuando él se daba cuenta que no tenía habilidades para sacarle el envoltorio entonces me lo ofrecía para que lo abriese y -una vez que lo había hecho- inmediatamente me lo retiraba de las manos diciendo que era de él para llevárselo rápidamente a la boca. ¡Si las descriptas no son conductas egoístas, entonces que alguien explique qué es lo que son!
Del mismo modo, en el adulto una expresión de por sí egoísta es –por ejemplo- cuando se le muere algún pariente querido o cuando él sufre alguna enfermedad dolorosa o terminal. Ahí es el momento cuando aparece la consabida y repetitiva expresión verbal -egoísta ella- de “y porqué a mí”; es claro, si esto le sucediera a otro entonces se podrá lamentar exteriormente lo que le sucede, pero en lo íntimo se está feliz y contento de que le haya tocado a otro la desgracia por la que aquel está atravesando. Y que no se niegue que algo parecido a esto nos haya ocurrido, que sea un proceso que se dio aunque ni siquiera se lo haya pensado, inclusive puede ser un fenómeno que ha sucedido de manera inconsciente.
Es algo así como que el egoísmo que llevamos metido en lo más profundo de nuestras entrañas nos impide pensar con la lógica necesaria como para entender que a alguien debe tocarle pasar por esos trances y -más tarde o más temprano- los mismos -o semejantes- episodios tristes a todos nos han de llegar. Sin embargo, somos incapaces de admitirlo conscientemente, preferimos que le hubiera tocado a otro la mala suerte de tragar el mal trance y muchos elevan preces al cielo para que a ellos eso nunca les ocurra.
El egoísmo es la contrapartida -el opuesto- del altruismo, si se quiere, es el par dialéctico que necesariamente lo complementa. Dios no podría existir sin la existencia simultánea del Demonio; el bien sería irreconocible si no existiese el mal con el cual compararlo y comprenderlo; la salud no podría ser un bien apreciado -y hasta comprado en centros médicos y en farmacias- si no sabemos y lo hemos sufrido, o visto sufrir a alguien de los dolores que trae consigo aparejada la enfermedad; la riqueza sería un bien inapreciable si no conociéramos -aunque más no sea a través de las tétricas imágenes televisivas- los sinsabores de la pobreza; etc. etc.
Al egoísmo se lo ha pretendido presentar -desde los “saberes” eclesiásticos- como un sinónimo de la maldad, pero no es así. Por el contrario, si el lector quiere tomarse el trabajo de recurrir a las Sagradas Escrituras encontrará que en algún lugar dicen que dios afirmó que se deberá “amar al prójimo como a sí mismo”. Esta es una premisa básica de la presencia del egoísmo en todas las religiones -todas ellas y cualquiera sean, expresan algo semejante a lo trascripto- como así también en las resultantes filosóficas que las apoyaron con posterioridad en sus largos desarrollos a través de los tiempos. Y lo mismo es posible encontrarlo en la filosofía atea –sin necesidad de recurrir a autor alguno- la que nos ha formado bajo una consigna semejante a la de los religiosos.
Sin embargo nuevamente debemos poner un signo de advertencia ¡cuidado!: esta relación de complementariedad que hemos señalado anteriormente entre el egoísmo y el altruismo no significa que a cada conducta egoísta le corresponda necesariamente la expresión de otra conducta altruista complementaria, puede ocurrir que así sea, pero no es necesario que suceda en todas las conductas egoístas.
Tal situación puede llegar a suceder, pero no necesariamente ha de ocurrir de esa forma. En realidad, las que existen, son conductas que aparecen a la lectura de la luz pública, para la consideración de los otros. Las mismas pueden ser calificadas –muchas veces rápida y alegremente por aquellos que creen ser impolutos- como egoístas o altruistas. Lo que aquí trataremos de develar es que en todas ellas coexiste una otra parte, es decir, en los hechos altruistas hay una cuota de egoísmo y en los hechos egoístas estará presente -por lo general- una cuota, por pequeña que sea, de altruismo.
Debo reconocer frente a los lectores que este libro está siendo escrito fundamentalmente sobre la base de mi experiencia de vida -que, habiendo pasado los setenta años con creces- me han permitido no sólo acumular una gran cantidad de hechos vividos personalmente en un tránsito bastante agitado por este mundo. Al respecto, puedo dar fe de aquello que dijera más arriba acerca de cuando somos acosados por una enfermedad terminal y que entonces aparece la remanida vocalización del “¿por qué a mí?”, “¿por qué no al vecino o a alguien con quien mantengo enemistad”.
Esto me ocurrió cuando debieron operarme de un tumor cerebral, no dejaba de observar a otros pasajeros del ómnibus que me transportaba para la cirugía a Buenos Aires y entonces no dejaba de pensar y devanarme los sesos acerca de cual era la razón por la que estadísticamente me tocara a mí sufrir tan amargo trance habiendo otras personas entre los pasajeros que bien –o mal- podrían haber tenido la misma enfermedad y así yo me hubiera escapado de estar en tan dolorosa situación que ponía en juego mi vida.
Asimismo, otra situación -peor aún que la relatada en el párrafo anterior- la viví cuando un hijo mío de tan sólo 26 años entró en coma por una dolencia cardíaco pulmonar y, que tras larga agonía en quince días, se murió; en esos momentos nuevamente me surgió el sonsonete de “¿por qué a mí?””, a lo cual se añade por decantación, una suerte de “¿por qué no a otro?”. Esto es el reflejo del más puro egoísmo que nos atraviesa en circunstancias dolorosas. Obvio que en esos momentos no llegué a tener en cuenta que la muerte de un hijo es más común de lo que habitualmente llegamos a creer los padres.
Obsérvese que normalmente -los que han pasado por el trance comentado en el párrafo anterior- dicen algo así como que “se me murió un hijo”, lo cual es otra forma más de egoísmo, ya que el hijo no se “me” murió a mí, sino que él -con su muerte- nos dejó con un vacío interior imposible de llenar y con algunas -muchas o pocas- culpas. La criatura no se muere para hacernos un daño sino que quien se murió fue él. Su muerte no fue producida ni inducida por él para dañarme a mí -o para alguno de nosotros- ya que nada se puede hacer para evitar la llegada de la muerte en un niño -o en un joven- que es hijo de alguno de nosotros, más allá de haber tenido la previsión de algunas circunstancias que no supimos advertir a tiempo.
Pese a lo que dijimos antes, hay que tener en cuenta que -sin embargo- algunas veces los niños y adolescentes se mueren -o matan- para de esa forma castigar a sus progenitores. Eso puede ocurrir con los suicidios de aquellas criaturas que, por lo general, tienen el objetivo de castigar a los padres, lo cual también es un síntoma por demás egoísta por parte del suicida.
A su vez, para la producción de este escrito no he perdido la oportunidad de recoger las experiencias de vida de otras personas que han estado de algún modo conectados cercanamente con mi persona, con el objeto de traerlas a éstas páginas y, sobre todo, también he podido rescatarlas del estudio concienzudo de la psicología -en especial de la social y la política que han sido mi profesión- como así mismo del estudio de la historia universal, que es la que ha sido una afición sistematizada vocacionalmente en el transcurso de tantos años, ya que ella me ha permitido sistematizar conductas a lo largo del tiempo que me han llevado a sostener, sin titubeo alguno, que “todos somos egoístas”.