Tras el rastro del maestro - Diego Leandro Couselo - E-Book

Tras el rastro del maestro E-Book

Diego Leandro Couselo

0,0
3,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Armando César, oriundo de la Ciudad de Buenos Aires, Argentina, historiador, y un fanático de la curiosidad y el misterio, decide, ante una intriga desmedida por la obra del Poeta Fernando Nogueira Pessoa, partir a Lisboa, Portugal, ante los rumores de su figura fantasmal, y documentos sobre la existencia de un poema épico sobre los enigmas del universo. En aquella tierra tendrá la oportunidad de conocer a quien será su compañero de aventuras José Sarachago, redactor, fanático del Poeta en aquel asunto, y comunista, y con él, una amplia gama de personajes que se disputan entre la realidad y la ficción a fin de dar con ese objetivo que tanto los impulsa.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 391

Veröffentlichungsjahr: 2017

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


Diego Leandro Couselo

Tras el rastro del maestro

Editorial Autores de Argentina

Buenos Aires, 2017

Couselo, Diego Leandro

Tras el rastro del maestro / Diego Leandro Couselo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2017.

246 p. ; 20 x 14 cm.

ISBN 978-987-761-004-8

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas de Aventuras. I. Título.

CDD A863

Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: [email protected]

Coordinación de producción: Helena Maso Baldi

Diseño de portada: Justo Echeverría

Maquetado: Eleonora Silva

Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

...Para Sara, y José. Ella en el cielo, él en la tierra, y ambos en mí.

Prólogo

En cada tierra existe un misterio. Sea ciudad o sea pueblo. Sea Buenos Aires, Montevideo, Río de Janeiro, Puerto Príncipe, París o Lisboa. La tierra lusitana que tiene su propio río de vida como el Nilo en Egipto. Y en ella (tierra de nieblas y cultura) era la búsqueda del hombre a quien muchos poetas y escritores llamaron maestro. Aquel que en una época no muy distante escribía por las noches en su eterna soledad para marcar el rumbo de su historia. Siempre me pareció interesante su mística y es por esa razón por la que tomé la decisión de dar un poco de ficción a la realidad, pintándola de maravillosa. Lisboa tiene sus calles cruzadas de manera irregular. Cada avenida lleva al Tajo, el río más conocido de esta y en cada sitio un bar, un café donde llevar a cabo la búsqueda, y es que pienso que los cafés y bares, como afirmaban y frecuentaban muchos escritores como Eduardo Galeano, Jorge L. Borges o Ernest Hemingway, son los sitios elegidos para que surja ese realismo mágico, lo surreal, lo fantástico o lo real maravilloso. ¿Y qué magia? Los diálogos. La palabra y sus sonidos. En ella nacen los misterios, las leyendas. Las narraciones a viva voz, de algún orate lleno de razón humana que quiere contar su realidad fantástica. En cada palabra se llama la atención a un efecto que puede ser una broma de cierto relato, una crónica, biografías de seres de la vida real que disputan el poder atizando el brasero de cada país. Sucesos que acontecen para que dos personajes se mimeticen en una sola razón: ese mito de Fernando Pessoa, el poeta científico de sus personajes a los cuales les dio vida en Lisboa. Todos nosotros somos vida de algo místico que nos hizo llegar al mundo para cumplir un objetivo. Y solos o no adquirimos la capacidad de conversar y de hallar respuestas a esa, nuestra curiosidad, y al mismo tiempo creamos nuestra vida. Este, nuestro diario, hemos de contar y en él otros personajes vinculados a la fábula aparecen para dar más intriga. Una amplia gama de sortilegios que se dan a conocer. Entre ellos el amor y la amistad son la moneda corriente. No podemos vivir en un mundo sin estos dos sentimientos que son propios del ser humano. El amor es el impulso y la amistad el accesorio que forma parte de un equipaje de nuestro personaje que llega a una tierra que no conoce en lo más mínimo y de a poco la siente tan parecida a su madre que atrás quedó.

Lisboa es así de prodigiosa y a la vez se ve corrompida por las llamadas dictaduras desde la llegada de Antonio Salazar al poder, como Francisco Franco en España. Toda una península ibérica bajo un control que restringía la libertad. Y nuevamente nuestro personaje siente identidad de su tierra con músicas de tango y fado. Al final las culturas no difieren tanto. Solo las personas se separan en espacio diferentes, tiempos insólitos de nacimiento, y lenguas, y estamos ahí para vincularnos, y unirnos.

El maestro, en su rastro, es la búsqueda de las respuestas. Ellas en definitiva son respuestas internas que uno se hace por sí mismo. Y tal vez precisamos de alguien que nos las dé para abrir los sentidos al mundo y no dejar que nada aplaque a lo que debemos llegar.

Para las respuestas preferí indagar mucho en la historia, porque como digo siempre es el fiel documento de nuestro presente y será quien nos indique el futuro. Como vemos en ella, los errores son repetitivos hasta el punto de que el hombre no es otra cosa que un lobo hobbiano falto de razón y estos menesteres son claves para entender por qué estamos en determinadas situaciones. El maestro cuenta tanto como nexo tertuliano de su búsqueda. Y habla no ya por sí mismo, sino por otros en este periplo por sus heterónimos. Se tocarán tantos temas que harán perder al lector, pero todo desemboca en los caminos ya mencionados, en el amor y la amistad, y todo por la llamada indagación de aquello que nos apasiona; si no, ¿de qué sirve la vida? Y el maestro expresaba: … las cosas son la materia de mis sueños; por eso aplico una atención distraídamente concentrada sobre ciertos detalles del exterior. Para dar relieve a mis sueños necesito conocer de qué manera se nos revelan los paisajes reales y los personajes de la vida. Porque la visión del soñador no es como la visión del que ve las cosas. Es claro que la intención de soñar se logra a través de lo que vemos y de lo que nuestra mente pueda crear. Creando hacemos la historia ficticia con ánimo de ser conocida y en ella –como les mencioné– los factores de determinados sentimientos se fusionan para llegar a ser una realidad.

Diego Leandro Couselo

El encuentro I. La Venus de las flores

Anotaciones de un viaje de quien viene desde muy lejos: (…) No cabe mención decir que llegar a un nuevo sitio alejándose del vientre materno de una ciudad de origen es el llamado al punto cero de un nuevo comienzo. Y el comienzo, una etapa. Concepto vago. Empezar, arrancar desde la óptica de quien busca una poesía escrita en un manuscrito de aquel hombre. Maestros de maestros.

Mil personajes, y solo una vida con papel, bolígrafo y tinta.

El barco que ha salido del puerto de Buenos Aires está arribando en el viejo continente europeo. Destino: Lisboa, Portugal. Un viaje estable, pero largo e intenso para llegar a rumbo lusitano y con ella la ciudad bajo dominio dictatorial. Tomo nota desde la cubierta: las aguas mansas, un sinfín de casas, edificios altos y bajos. Un número determinado de ventanas en cada uno de estos inmensos rectángulos de la arquitectura. De un lado y del otro. Arriba al cielo. Son claraboyas. Paneles de vidrio que marcan una línea entre el interno mundo de cada familia y un exterior que los unifica a todos. Retomo mi vista: un río. El Tajo que forma parte en su desembocadura con las aguas del Atlántico. Nuevamente giro la cabeza con las manos apoyadas en el barandal del barco. Pienso que cada contorno de cuadrados, cada hogar me habla de una metrópoli que no es otra cosa que la nostalgia de un pintor que colorea el paisaje desde el otro lado del océano y cada toque es una leyenda de aquel a quien intentaremos encontrar. Aquel poeta loco de desasosiego, si esa es la palabra justa, porque no tenemos todas las palabras y entonces pensamos en una retórica distinta para designar. Y confundimos hasta que logramos la codificación indicada.

Mi periplo no es en vano, en cada urbe existen misterios, y las calles de esta ciudad son una de ellas (no sé, por decir una de tantas). Ciudad donde las ánimas salen de sus casas en una oscura noche de bufandas, nieblas y soledades. Cada vez que el Carris nocturno aparece, un personaje desciende de él y el espectro sigue un camino. En esta tierra la bruma abunda con certeza abierta de aquellos mundanos hombres de tantos años que dicen que, por las oscuras llegadas de la luna en el aquelarre nocturno, el maestro de gafas y sombrero se aparece con su ropaje de sobretodo y alimenta su gracia con algún verso para cerrar el crepúsculo en la noche.

El barco traza un último cruce a fin de anclar. La trompa toca por fin suelo y recorre en sí su maquinaria un complejo de cadenas que bajan rápidamente. Cerca, otros barcos. Estamos en un puerto pesquero y de cargas. Los marinos expertos bucaneros en su oficio cargan y descargan. Dos filas de pasamanos. El capitán del buque Filho esperanza nos anuncia: fin de viaje. Un marino ayudante indica que en fila bajaremos a la plataforma del puerto. De a poco vamos descendiendo. Algunas personas esperan a otras. Otras ofrecen servicios de hotel, y movilidad. Otras solo ven. Hora de chequeos. Aduanas, papeles y el sellado de pasaporte para dar por terminada la historia.

Tomo el primer taxi que aparece, y un viaje de media hora hasta la Rua Dos Camoes intercepción con la Rua Fraga, en las cuales tengo mi hospedaje. En adelante voy marcando estas calles en mi mapa de viajero. Un anotador sencillo que llevo conmigo siempre que realizo alguna travesía en una nueva ciudad. Hablando con aquel portugués me cuenta que la capital esconde siempre un enigma propio de los lusitanos. Me recomienda música, paisajes y otras atracciones para venderla. Mi misión es totalmente diferente.

Un año antes no hubiese pensado en viajar, pero lo enigmático de las leyendas me convenció de que aquella poesía escondida en Lisboa no podía ser más que su obra cúlmine sin publicar. Él hacía tiempo que no pertenecía a esta tierra, sino en sus letras. Sea o no de conocimiento de muchos de sus trabajos y entre ellos aquellas palabras. Ahora se dice que anda por ahí escapando y fingiendo que se ha ido. La realidad es hija de lo arcano. Y el mito lo dice de manera simple en uno de sus célebres poemas.

El poeta aquel que se dice fingidor… y lo explayo tan claro como un día de sol en un fragmento de poema:

Siento que soy nadie salvo una sombra de un bulto que no veo y que me asombra, y en nada existo como las tinieblas frías.

¿El poeta está vivo o muerto? No lo sabemos. O solo es una figura espectral que vaga por algo en especial. Un designio. La sola cuestión de tantas historias y un rompecabezas de puros fragmentos que dicen que algo nos quería legar el hombre de las mil caras.

Y estoy dispuesto a saber qué. A saber el por qué, me digo. Soy un hombre que vino hasta aquí en búsqueda de alguien a quien llaman el maestro del desasosiego, pero estoy solo en una ciudad que fue su hogar y preciso de quien me ayude. Debo determinar por dónde comenzar, cómo continuar y cuándo terminar. Solo un hombre que ya no existe puede tal vez ayudarme a dar con la verdad y ese misterioso lugar en que la fantasía se vuelve razón de la verdad.

Llego a un hotel barato de unos pocos escudos. Incluye desayuno y nada más. Lo justo, lo preciso. Haremos que lo sea, hasta instalarnos en un lugar simple. Nuestra misión no son vacaciones ni tampoco una guía de estudio, sino la búsqueda de ese señor de gafas, moño, y sombrero de ala color negro, que no hacía más que fumar y dar pie a la bebida en un bar del interior de Lisboa. Para ser específicos, nos hallamos tras un misterio fantasmal.

Por las calles solo camino (ahora comienzo a tomar nota de cada una de ellas, porque de aquí en adelante serán mi mapa de ruta. Siempre los hago en cada sitio en el cual me encuentro. Uno debe saber dónde está parado y para dónde quiere ir, como parte del viajero), y mi primer objetivo es A Brasileira, el mítico bar de don Fernando Pessoa. Llego a visualizar un asiento a las afueras del bar. Tan cerca que hasta parece que hoy siguiera allí sentado. Una ginjinha, licor dulce de Morello, frutas ácidas. Me recomienda quien acostumbra dar los tragos calmadamente. Preferiría un trago de un vino de la nación o de otra. Un malbec o sauvignon, unas cosechas que serían extrañas en esta tierra. Es a lo que el paisano latino se acostumbra cuando se nace en un país vinícola. A pesar de todo quiero un trago. Todos en algún momento lo precisan y el deseo les avisa tarde. No es hora, me dice una mente aplacada a la responsabilidad. Observo el ir y venir de las personas, y mi cabeza suele ser un poco más sensata que mi cuerpo. Solo pido un té inglés y alguna tostada.

El hombre del negocio de frutas y verduras sale a la calle y le da unas monedas a un niño en busca de un periódico local. Otro bohemio. Una persona de camiseta a rayas, pantalón de algodón, zapatillas y un gorro anda en bicicleta con un manubrio oxidado, y sigue en una calle cerrada el Carris (tranvía, transporte ferroviario eléctrico de redes externas correspondiente al año 1872 aproximadamente).

Me tomo el tiempo preciso. Un tiempo que no tenemos, sino para una actividad y si se presenta otra, veremos. El tiempo no se dobla a no ser que repartamos ese aquel y dividamos súbitamente en cada actividad. Y para cada cual podamos hacer lo que no podemos en un solo tiempo.

Y me tomo mi tiempo.

Aquel se termina y unos billetes con propina incluida dejan a un mozo satisfecho. Buena suerte por estos lugares.

Sigo mi rumbo y al seguir el empedrado (calle de complejo de piedras casi sueltas, en mal estado, imposible para la circulación de personas, ni hablar de los vehículos) me dice que hay piedras en ella que dan lugar a un castillo, del cual por el momento no conozco su nombre. Y mi rumbo no se detiene por ellas, y continúo a pie. Por cada piedra irregular me imagino como piezas con mensaje para armar algo que se encuentra deteriorado en cada ser. Todos debemos tener piedras irregulares esparcidas esperando lograr algo con ellas. Un día construiré aquella fortaleza con mis rocas, mientras tanto me concentro en las piedras de un rompecabezas que deberé concretar.

Doblo en la primera esquina que visualizo. Unas cuadras de calles, y cruzo un puesto de flores. Una dama con cierta simpatía me sonríe. Me acerco y devuelvo los cumplidos. Ella pregunta y yo respondo:

–¿Qué hace un hombre así como usted por la ciudad de la pesadumbre? Un hombre con patillas y un leve bigote. Camisa y pantalón de vestir, rozagante de actitud que podría estar en las Ferias de Holanda, fiestas de Alemania, o bellezas de Italia.

–¿Yo pregunto? –le dije–. ¿Qué hace una mujer detrás de tantas flores cuando el encanto se opaca al esconderse en una pared mediana? Teatro de esplendor. La pared no deja ver los ojos y la belleza proviene de ahí mismo en comunicación con el alma.

El cumplido era típico de un sudamericano. Ella de cumplidos debería saber al estar detrás de aquel muro y ver el paso de tanta gente.

–¿Usted cree mi buen hombre?

–¡Lo creo! Y lo aseguro, ¡y si quiere lo certifico!

–¡Gracias! ¡Ja, ja!

Su risa fue tal vez la mejor comunicación que teníamos, y tendremos, porque este capítulo no acababa aquí.

–Usted parece un hombre simpático, tome una flor.

–Gracias. No tengo que ofrecerle más que un café si lo desea.

–Vea, yo…

–Si se complica, ¡no quiero molestarla!

–No es molestia, solo que no acostumbro a salir con desconocidos.

–Entiendo. Gracias de todos modos.

–¡Gracias por su simpatía, buen hombre!

–Presiento que nos volveremos a ver, me digo a mí mismo.

Y tenía elocuencia aquella locución femenina. Se volverían a ver solo que nuestro hombre de poco pelo capilar, patillas y efímero bigote tiene un designio enunciado y tras sus pasos él está.

Con quién hablar por el momento no lo sabe. Sigue su trayecto con una flor en la mano que huele de a ratos para recordar cuanto sea posible a esa dama de las flores. Lo complicado es creer que un rostro de pelo negro, ojos café y cintura que lleva en su anatomía junto con el más bello trasero que una mujer puede adquirir llegue a olvidarse tan fácilmente. ¿Quién puede olvidar tal figura?

Hay mujeres que mueven montañas, que fueron hechas para admirarse y admirada será ante los ojos del mundo. Ante los ojos del Señor Todopoderoso que todo lo ve, y con certeza habrá escudriñado para que esa Venus de la cual no sabemos su nombre cruce entre el empedrado de vida que aquel hombre con patillas y casi calvo con unos pelos ralos recorría.

El azar tiene especial devoción por el amor. Y el amor, fórmula química de sentimientos que se unen como la mitosis. Si una célula combina con otra jamás se separan. ¡Qué fusión tan sublime!, ¡tan perfecta! Algo que la propia naturaleza tuvo previsto tanto para la formación de un cuerpo animado. Ser vivo. Como para el amor mismo.

El amor es honesto, discreto, audaz, valiente y decidido. Lamentable es que no sepamos tratarlo. El amor es el bello arte de las células.

El hombre que cuenta esta historia huele la flor y continúa. Huele la flor de ella, la mujer de la florería, de nombre desconocido a la cual bauticé como Venus al fin y por el momento.

Se detiene en una biblioteca en búsqueda de bibliografía de nuestro objetivo (un individuo escritor). Solo encuentra lo mismo de siempre. Se toma la cabeza golpeteando con sus dedos la sien. Ha leído más de la cuenta y sigue sin tratar el enigma.

El hombre pone sus manos en la nuca en ademán de mirar al techo y suspira. Vuelve a suspirar. Ahora muda la posición y se saca unos lentes semiempañados que tenía puestos para pasar su mano derecha en su ojo derecho.

El portero (hombre ayudante de bibliotecario de tez retraída, y un tanto lúgubre) de aquel recinto llamado biblioteca hace tiempo que examina a una criatura preocupada en su asiento.

–Lo puedo ayudar –le comenta con cierta curiosidad ese ser ceñudo.

–¡¡Mmm!! La verdad es que estoy buscando cierta información.

El portero lee y asiente con la cabeza.

–¡Fernando Pessoa!

–¡El mismo!

–¿Y qué busca del misterioso poeta?

–Unos poemas, alguna que otra bibliografía, tal vez un poema único que habla de él mismo y descifra su obra.

El portero se toca la cabeza como rascándose la parte superior, cavilando sobre lo que el señor extranjero le manifiesta.

–¡Que se sepa que no existe tal escrito!

–¡Entiendo que sí! Y cada pieza es un enigma que da con él y ese poema.

–No se moleste, mi buen hombre, pero don Pessoa dejó una obra y nada más. Murió a una temprana edad.

–Esa es la historia oficial. La verdad de sus poemas dice otra cosa.

–¿Usted es uno de los tantos que cree que él no murió y dejó un poema inédito? Por favor, esta es su tierra, todo sobre él se sabe aquí.

–¿Como su fantasma vagando en los caminos de asfalto de Lisboa?

–¡Otra leyenda de un tranvía fantasma! Señor, se dicen muchas y muchas tonterías aquí en esta tierra de nieblas y nostalgias.

–¡No sé! Solo quiero encontrar respuestas.

–¿Por qué?

–Porque sí –le expresó con firmeza.

–¡Mmm!... Lo entiendo.

–Todos entienden, y no consigo respuestas.

–Mire, dicen que hay un hombre que conoce la historia de Pessoa tanto como el propio Pessoa. Es un hombre un poco cerrado. Tiene ideas disconformes con este duro régimen. ¿Quién no las tiene? Es un joven entusiasta. Redactor y algún día ¿quién sabe? Escritor.

–¿Quién es él?

–Su nombre es José Emiliano. Apellido, Sarachago.

–¿Él sabrá del asunto?

–Sí, pero no siempre está aquí. A veces viaja, desaparece, vuelve y se va. Es una especie de hombre errante, cuya carrera es de redactor y hace las veces de sujeto curioso, pero como le expresé viaja tal vez a otras ciudades, Coímbra u Oporto. Conocí a su padre y lo conocí a él de mucho más joven. Muy pequeño. Un crío llorón. Años después tendría sus mismos ímpetus o preguntas.

–¿Y qué pasó? ¿Puede que dé con él?

–No volvió por aquí. La última vez fue hace un par de años. Se lo ve por las calles rondando de cafés a bares y viceversa. Muchos no vuelven por aquí. La biblioteca siempre está abierta y cerrada gracias al sistema dictatorial. Ocurre como en otros lugares. Solo que aquí el conocimiento es una pólvora eficaz para crear balas de conciencia. Una Alejandría subversiva.

… El hombre me susurra al oído muy despacio sin que nadie se entere en aquel lugar. Al fin y al cabo, es una biblioteca. Un lugar silencioso y eso es lo peor del asunto. No poder conversar como Dios manda. Entre el respirar de su voz me invita a que haga una travesía. Posiblemente se haya dado cuenta de las intenciones. Palabras confusas de un bibliotecario.

No comprendo lo que dice, pero lo tomo como una pista para arrancar. La clave de una de las piedras.

Luego me expresa en palabras con voz acallada:

–Debido a Salazar (se refiere a la policía y el sistema dictatorial de Salazar). Nos vemos obligados a desaparecer o ser desaparecidos. Nuestro amigo se recluye demasiado. Se dice que Salazar quiere dar con todos los que se consideren contrarios al partido. Poco amigable de su parte. Lo persiguen hasta que él como otros caigan en alguna trampa. Lo buscan y no precisamente para una charla amigable. No hay lugar para comunistas alborotadores. Encuéntrelo y él le dará las pistas precisas.

–Gracias. ¿Pero dónde lo puedo ubicar?

–Amigo. Ni siquiera sé dónde. Pero tengo por dicho que se lo encuentra muy de vez en cuando por una intersección de la Rua de la Regueira en el barrio de Alfama. Otras en el castillo Sao Jorge en las cercanías y otras en el misterioso Patio Do Carrasco.

–Gracias por su tiempo.

–De nada. Jamás tocamos el asunto. Es peligroso ser poeta.

–¡Lo creo! Sé de sufrir la llamada clandestinidad.

–Suerte, señor.

–¡Gracias!

Dejo los libros y me dispongo a salir de la Biblioteca Nacional de Portugal. Un oficial de azul realizando su rutina diaria observa.

Voy derecho por la Rua Campo Grande. El ir y venir de las personas me permite camuflarme como camaleón extranjero. Estamos en 1968, años complicados de dictadura que tanto han sacrificado con punzante filo de navaja la gloria de la libertad durante años. No obstante, no muere aquel pálpito, de esos vientos de cambio.

Camino al llegar a un mural, que en letras color rojo manifiestan con sangre de revolución: Liberdade para nossas almas… fora ditador longa a vida ao nosso heroi viriato. Un grafiti del Partido Comunista portugués.

Viriato, el héroe pastor que venció a los romanos en una guerra de guerrillas, en una etapa de la vida en que vivir de una manera secundaria ante el arte del oprimido no era otra cosa que la palabra “libre”.

El encuentro II. A Gloriosa

Ya es pasada la tarde, los santos mencionan la hora de escudriñar en algún sitio donde un extranjero de Buenos Aires pueda recibir por bendición de Dios un buen café, y el periódico, junto al mapa célebre de la misteriosa urbe.

Afortunadamente en América del Sur no predomina como lengua la castellana, y aprender de pequeño un portugués del Brasil en la escuela es beneficio extra al viaje. He aquí la razón de mi entendimiento con ellos: aristócratas, burócratas, burgueses y anarquistas, ricos y plebeyos; dictadores y comunistas. Escritores y poetas, y la razón de mi viaje un poema, y un fantasma que hace las veces de escritor y las veces de soñador y son solo leyendas de lecturas que un fanático desmedido toma como clave crucial para llegar a aquella tierra de neblinas, edificios abarrotados de claraboyas y un pasado medieval de lucha entre cruzados y moros por un lado a la actual versión de fascistas y comunistas. Antes la religión dividía al mundo y ahora en plena generación beat lo hace la ideología.

Sin lugar, apenas terminada la guerra, los aliados tomaron el poder. Las fuerzas del Tercer Reich se desvanecieron en errores y ahora muchos constan en las filas del bando contrario. Nunca sabremos quién sería el villano de la película. Franco quedó en España con una guerra civil y Salazar hizo las suyas en Portugal. Las cosas no andan bien del otro lado del Atlántico. Luego de la caída del general Juan Domingo Perón debido al golpe de Estado, en la Revolución Libertadora encabezada por Aramburu se sucedieron hechos ilícitos, delitos, masacres. Asesinatos y otras atrocidades. Un amigo, Rodolfo Quintela, periodista de estirpe, trató de documentar, tomó una serie de entrevistas, todas las maldiciones de esos años a inocentes opositores, que solo tenían como única posesión sus ideas. Se perpetraron todo tipo de odiseas: el levantamiento de Juan José Valle, José León Suárez, y su llamada masacre. Los primeros militares opositores, los segundos civiles. Luego otro nuevo golpe en el año 62, gobierno democrático en el año 63 y nuevamente un golpe en el 66 y vendrían los bastones largos. Un golpe de estos es como un cross de boxeo bien puesto de improvisto. Uno cree que va todo bien, trata de planificar su combate y llevarlo y ¡pum! Viene golpe de la nada.

Rodolfo es muy comprometido con su legado defensor y ahora que vi ese grafiti de batalla. Emblema de lucha me acuerdo de él cuando me dijo un día caminando por la Plaza de Mayo (centro de la ciudad de Buenos Aires, enfrente de la Casa de Gobierno y del Cabildo) ante una frase que por casualidad mencionaba libertad y paz a los nuestros:

–Sabés, Armando. Nos quitan el derecho a todo. A la libertad, a la palabra. ¡A la vida! Pero nuestra voz no calla. Las paredes son la palabra del pueblo.

–¿Será pues que estamos destinados a padecer y esperar y trabajar como decía un autor cubano? ¿O no es así, Rodolfo?

–Cómo no acordarme de aquella obra. Padece, espera y trabaja para gente que nunca conocerá, y que a su vez padecerán y trabajarán para otros que tampoco serán felices…, cita Rodolfo.

–Pues el hombre ansía siempre una felicidad situada más allá de su porción que le es otorgada…, le digo.

–Pero la grandeza del hombre está en querer mejorar lo que es. En imponerse tareas, dice aquel conocido escritor, Alejo Carpentier, en el reino de los cielos no hay grandeza que conquistar, para él no hay libertad para aquel esclavo haitiano, sino en el mundo de la tierra o como él decía en el reino de este mundo. Es aquí en donde el hombre busca su grandeza y, cito, es capaz de amar en medio de las plagas.

–¿Ese es tu concepto de lucha?

–Es mi concepto de no rendición.

–Lástima que aquel personaje de ficción al final no logro su cometido.

–Prefiero eso de llamar a todos los seres de aquella isla para dar un recado de lucha. Y es que siempre alguien quiere imponer su poder y avasallar al otro.

–Será pues razón de lanzar una declaración de guerra al cielo y vencer a nuestros nuevos amos. Pero no ahora para alguien al que lo llama otra gracia histórica. Por el momento debo irme, mi amigo.

–¿Vas a partir?

–Sí. Me llama mucho esa aventura que alguna vez te mencioné.

–No entiendo mucho de poesía. Ni de ese hombre, de origen portugués. ¡Pero cuídate! Estoy seguro de que vas a llegar a lo que buscas. Trata de ser libre. Vive en el espacio de un pálpito, los momentos que serán capitales en tu vida. Si tienes que ser ave, sé ave; si eres hormiga, sé hormiga; si eres valiente, sé valiente. Todo por el repudio oscuro de la cobardía de los dictadores de órdenes que manejan los vientos, las tierras, aguas, cielos e infiernos con su llamado gobierno hostil disfrazado de apacible. Y ante la duda pide ayuda que algún santo te la dará para que abras tus caminos. Sé que no debes tener mucha idea de estas religiosas palabras, solo tenlas en cuenta.

Rodolfo rio movido por una imperiosa levedad.

Reí con él ya que él era un lector de muchas letras, palabras, religiones, destinos, historias.

– Mi amigo, no conozco de religión, ni de paganismos, pero lo tendré presente. Cuídate si es que vas a declarar arriba de una mesa mirando hacia el palacio tus propósitos, mientras la humareda gris se expande en todo este país y las palomas te ayudan en tu voz.

Esa última despedida de aquel compatriota, ¡cuídate!, vuelve a mí, en ese baúl de recuerdos, una y dos y tres veces, y luego se retira fuera y regreso a mi mundo, después de ver por última vez la imagen de Rodolfo. Estará bien con seguridad. Me prometo llegar a la Argentina y complotar un encuentro con él.

Solo que no sé cuánto permaneceré aquí. Experimento un cierto gusto en tan poco tiempo por esta ciudad, y sus misterios. De todas maneras, no siento, ni creo que lo mío sea un autoostracismo. Soy el arquetipo de Buenos Aires, que es la madre que me vio nacer, pero no sabré si es la madre que me verá morir, porque soy el arquetipo de un errante, como cuando se está en un sitio mucho tiempo y se siente por dentro la necesidad de escapar. Tan necesaria como respirar.

Esa inverosímil ficción que me trae de tan lejos de la propiedad de realizar este objetivo, como Rodolfo lo tiene ante su lucha inconcebible, pero audaz, de informante. Digo inconcebible porque la vida tiene un precio alto ante una elección, de la cual no podemos tomar en nuestra razón, para apostar en un juego de dados con armas que nos despojen de todo el mundo, aunque nuestra alma luche por el ideal en la tierra del dictador Juan Carlos Onganía, u otro que tome el poder. Lo mío es un poco más salutífero, si los policías no se interesan ante un fantasma poeta. Esa fue mi mejor introspección para llegar a manifestar una rotunda conciencia de lo divino y lo real. Tengo ciertas probabilidades de sobrevivir, respecto de Rodolfo que compromete su vida. De eso tengo certeza. Intuyo de igual forma que si pudiera ayudaría a crecer al país, y al mundo. La comprensión que tengo es la absoluta madre del entendimiento de todos los seres humanos. Dentro de ellos están las desdichas de los que juegan el papel de avasallados sin presentar batalla alguna, y a continuación, los otros y me incluyo, los que discernimos de libertadores que vencerán a los intolerantes de una vez para siempre. El planeta está lleno de ellos. Pero no hay tiempo para estas tertulias. Un poema y un fantasma esperan ser encontrados en tierras de ficciones y laberintos de calles en las cuales cada una esconde individuos sumisos que, a través de música, conversaciones a escondidas y grafitis se arrojan en voz repulsiva contra la oscura dictadura del hombre que ya lleva años en este gobierno.

Qué más que una manera divina de luchar.

Comienzan levemente a caer gotas del cielo. Me habían anticipado que, en Portugal, en Lisboa preferentemente, suele llover, es por eso por lo que en esta parte del mundo el olor a petricor resulta ser tan profundo como indicando pesadumbre. Algo que se puede notar en las caras de las personas en este momento. ¿Por qué será? ¿Quién sabe? Acaso las venas de los dioses están como enérgicas ante la humedad del Atlántico en toda la península ibérica y descargan esa pena, suerte de morriña aquí justamente, aquí. Como si el sentimiento de tristeza fuera faltara.

Acelero el andar, y llego ante la precipitación próspera del clima húmedo lisbonense a un recinto. Una confitería de nombre A Graciosa. Un saludo de buenas tardes; buenas, me dice un señor de unos cincuenta años que tiene unos libros en una mesa junto a un marcador y un cuaderno en cuyas hojas tiene escritos de trazados y tachaduras.

Me siento en la mesa frente a él, y atrás de una señorita. Saco mi mapa de la ciudad de Lisboa con las calles ya marcadas, para saber guiarme. El mozo se acerca hasta donde estoy ubicado.

–¡Buenas tardes! –Cierto entusiasmo del mozo se podía notar en su saludo.

–¡Buenas tardes!

–No es de por aquí, ¿no?

–No. Vengo del continente sudamericano.

–Qué bueno encontrar hermanos.

–Hermanos.

–Es del Brasil. ¡Tiene acento carioca!

–Buena observación. No, no vengo de Río de Janeiro. Soy de Buenos Aires, Argentina. Tuve la suerte de aprender la lengua (el uso de mi portugués era preciso a veces gracias al acento heredado de los brasileros de Río de Janeiro cuando la realeza portuguesa no tuvo más remedio que exiliarse en aquella ciudad por causa de la invasión de Francia).

–¿País sudamericano?

–Limita al norte con Brasil, Paraguay, Bolivia.

–Bien (el hombre queda dubitativo tras la explicación geográfica del continente), ¿y qué lo trae por esta tierra?

–Mucho. Poesía, paisajes, escritura, Pessoa y añoranza –espeté con voz jocosa.

–¡¡Ja, ja!! Espero que le agrade. La escritura y Pessoa, ¿sabe? Es, fue y será nuestro baluarte en el arte de las palabras.

–Muy cierto y trato de llegar a un tal José Sarachago.

–Mmm. Quisiera ayudarlo, pero soy de otra ciudad a la cual hace poco abandoné y no conozco a muchas personas, a pesar de que todos con el tiempo se conocen por aquí.

–Claro. No se preocupe, daré con él. Mientras puedo pedirle un café y azúcar, por favor.

–Claro. Ya llega. Un gusto.

–El gusto es mío.

Ahora a pensar por dónde arrancar. Tengo tres sitios que el tal hombre suele frecuentar. ¿Por cuál calle de la ciudad comenzaría mi búsqueda de ese José Emiliano Sarachago? No había demasiada información, así que tomé papel, lápiz y anoté los diferentes lugares que podrían dar con el sujeto en el diario de viajero.

Tres eran los diferentes lugares.

El hombre seguía trazando, ahora un libro de historia de Portugal. Levantó la vista y me miró ya dispuesto a conversar. Sin mirar sabía por sentido que su visión estaba clavada en la dirección justa en la cual un extranjero se ubicaba.

–Usted para buen observador –me manifiesta–. ¡No se asuste! Aquí todos suelen hablar con todos.

–No hay inconveniente –contesté y proseguí con mi diario.

Sin faltar el respeto a los modales de caballero londinense, en este caso latino, le pregunté su nombre al señor de cincuenta años aproximados.

–Mi nombre Raimundo Silva para servirle. ¿Usted?

–Armando César.

–¡Un gusto! Escuché en su charla con mi amigo que viene del otro lado del Atlántico.

–Sí. Vine a la ciudad a conocer un poco la vida de don Fernando Pessoa, y de Lisboa. Soy historiador, ¿sabe?

–¡Muy bien! No se puede ser historiador y no conocer estando aquí, al poeta, como tampoco se puede estar en Rusia y no conocer a Chejov o Tolstoi.

–Totalmente de acuerdo… ¿y usted?

Se hizo una pausa en la cual el silencio nos marcó un alto en la charla, para que meditáramos sobre lo que estábamos hablando y no apresuráramos nuestras respuestas. El silencio es así de discreto cuando quiere.

–Soy corrector. Me dedico a realizar las correcciones de los libros, y dar otra cara al mundo. Siempre con sumo cuidado.

–Es un trabajo honesto y difícil ante el descuido.

–Sí, pero tiene sus contrariedades. Sobre todo, con la verdad y ese descuido que menciona.

–¡Sí! Solo puedo decir que la verdad duele a veces.

–Duele y debe aceptarse.

–Veo que corrige un libro de historia.

–Precisamente, usted lo ha dicho. Un asunto de Estado. Portugueses asediando una parte de la ciudad contra los infieles moros. Qué diría usted si supiera que unos guerreros valientes, los cruzados, jamás ayudaron al pueblo como narra este libro.

–Y para sincerarme, anunciaría al público que no conozco mucho de la historia de Portugal.

–Ja, ja. Mi buen amigo, está perfecta su respuesta.

–La verdad lastima. El cerco de Lisboa fue tomado a la fuerza por nuestros compatriotas gracias a la ayuda de los caballeros cruzados, ¿o no? Las fuentes hablan otras lenguas.

–Interesante, ¿y entonces?

–Entonces, debo debatirme a mí mismo sobre la verdad del cerco de Lisboa.

–Solo puedo decir… la mejor de las suertes.

–¡Gracias!

–Y ahora usted busca al tal…

–¿Cómo sabe?

–Todo se sabe aquí. Ya le dije que escuché su conversación con mi buen amigo. Todos somos amigos.

–Los portugueses tienen un concepto extraño de la amistad no muy diferente de Sudamérica. Allá la calidez es notable en épocas difíciles de oscuridad. No bien puede verse un abrazo en medio de la clandestinidad.

–Acá pasa lo mismo. No sé por qué. Será que la fuerza del odio genera una suerte de amor, y hermandad entre desconocidos a pie de llamar de amigo a quienes se nos aparecen de cara a la casualidad. Las dictaduras logran eso.

–Y más. Generan lucha y anarquía.

–Mi joven compatriota. Usted es todo un comunista, debería encontrar a José, él es otro loco.

–¿Y dónde hallarlo?

–Mire, hay varias opciones. El castillo de Sao Jorge. Pasa momentos de tardes. A veces solemos juntarnos y otras solo un encuentro de cartas. Por obra de Salazar no podemos reunirnos sino a veces. Como ve soy parte del Partido Comunista. No obstante, mi participación es escasa. Estoy viejo y prefiero dejar que la vida me lleve por los lugares que ella indique.

–Uno no es viejo para luchar.

–Pero sí para entorpecer los pasos de otros. Contactaré a ese señor, para que usted pueda reunirse con él.

–La verdad agradezco mucho su atención y la familiaridad que tiene con esa seguridad ciega ante un desconocido.

–No agradezca. Es mi amigo. Y un amigo es un heraldo que Dios no envió para hacernos entender que en un mundo de violencia y maldad aún podemos guardar reparo en esa palabra que llamamos confianza.

–Es muy certero. Sabe. La confianza es la piedra angular para la buena fe.

–¡Y el tiempo! ¿Puedo preguntar por qué Fernando Pessoa? ¿Y no otros como Luís de Camões o Camilo Castelo Branco?

–Porque sí. No por no tener presente la rica literatura lusitana, pero este poeta es diferente. Tanto por descubrir en las calles y nosotros aquí sin hacer nada. Un poema inédito de él. Y nos cuenta por qué el mundo es como realmente trata de ser.

–Y su fantasma merodeando por las calles, ¿no?

–Otro enigma para resolver, ¿vio? No deja de ser interesante el asunto Pessoa.

–Amigo, nadie ha visto al tal Pessoa y su fantasma. Y nadie sabe de ese poema revelador del mundo y para qué estamos aquí. Son solo cuentos y leyendas de la gente de la ciudad y de los pueblos. No se encapriche por historias mundanas.

–¡Muchos relatos lo manifiestan!

–Sí. Pero no hay pruebas. Un poema revelador de los secretos del universo y nuestra existencia en el mundo. El tal Pessoa era un hombre abocado al esoterismo. Nada dicen sus relatos. Como corrector que soy, de todas maneras, no soy yo con quien debe manifestar esos menesteres.

–Lo sé. José puede que conozca mejor.

–Él dedicó mucho tiempo en la búsqueda de lo que usted llama piedra filosofal pessoana.

–Me lo han dicho, y por eso estoy tanto en su rastro para llegar a Pessoa.

–Este es mi número de teléfono.

–Perfecto, le dejaré el número del hotel. Puede pedir por mí.

–Mejor no. Los agentes secretos de la dictadura de Salazar. Ven, oyen y tocan a su alrededor. Son como tiburones hambrientos. En este instante, afuera hay uno. Vea el hombre de paraguas, y saco negro. Algo espera, o presiento que intuye de nosotros por la actitud de su rostro al clavar como flecha la vista aquí.

Don Raimundo tenía razón, al voltear la mirada podía verlo como poste apoyando un solo pie en la pared y fumando, a la sombra con paraguas.

–Estaré atento, entonces.

–Comuníquese usted conmigo en unos días de ser posible.

Al terminar de conversar con el señor Raimundo y despedirme, nuevamente por seguridad volteé la vista hacia la calle. El hombre ya no estaba.

El encuentro III. Anécdotas. Una cita, y el mago

Tranquilo y seguro. El señor Raimundo Silva se encargaría de llevar a cabo el encuentro con aquel hombre de doctrina comunista. Estaba ansioso. No por el hecho de recibirlo, sino por esa inquietud de humano inseguro de poder llegar a mi meta.

Tomo nota en el hall del hotel. Un letrero dice: café da manha – de 7 á 10 horas.

Un café, azúcar para no entrar en un golpe de gastritis. El café negro es un potente herbicida intestinal propenso a una úlcera. Aunque la edad todavía me ayuda. No obstante, hay que ser agradecido de poder degustar todo tipo de comidas exóticas que otros cuerpos, otros sistemas digestivos, no tolerarían. Nuestro cuerpo es frágil. Una máquina taylorista de los tiempos modernos. Constantemente trabajando.

Puede que del estudio de la anatomía humana haya nacido la Revolución Industrial, y con ello las ideologías.

Un bolo (torta de crema) para degustar. Junto al café con tres cucharadas de azúcar.

Desde el hall central de la sala un vidrio grande nos separa de la Rua Dos Camoes en el cual el hotel se encuentra.

Enfrente, del otro lado de la calle, se ve a aquel hombre ya mencionado en ocasiones anteriores con sombrero y saco negro. Tiene bigote. Ojos color marrón. Mirada de piedra. Pequeño de contextura física.

Observa cada tanto en sentido al hotel. En dirección al hall central. No parece el típico agente de Salazar. Incluso hay dos policías que también observan para este sector de la calle.

Uno de ellos conversa con el otro. Luego de verificar unos términos, deciden. Uno tan alto como el otro. Pelo negro corto. El bajo es rubio de ojos claros. El pequeño asiente ante un dicho del otro agente y se dirige hasta el hotel.

Camina a paso lento. El otro oficial observa. El hombre de sombrero también se propone la misma función. Saca de su bolsillo un paquete de cigarrillos. Finamente con el dedo pulgar e índice toma uno, y lo lleva a la boca con una gran calada orientando el humo del tabaco hacia su lado derecho. Continúa su posición de centinela.

El oficial bajo de cabello rubio está del otro lado de la vereda. Se posiciona e ingresa a la puerta central del hotel.

Recorre unos metros hasta dar con el encargado de llaves. Cruzan unas palabras en un ir y venir.

Ambos sujetos me observan. Siguen hablando. El encargado toma su libro de ingresos y muestra al oficial la nómina de ingresantes del hotel.

Lo cierra, y devuelve a su sector. El oficial da dos pasos atrás, y recorre el hall al living de desayunos. Se detiene al lado mío como sabueso.

–¡Señor! ¡Espere un minuto!

–Buenos días, oficial (trato la cordialidad que de seguro este hombre olvidó hace tiempo para aparentar agresividad).

–Preciso que me deje su identificación y pasaporte. Extranjero, ¿no?

Por suerte tenía a mano mi cartera, con la documentación requerida por el oficial de guardia de calle.

–Aquí tiene, oficial. ¿Algún problema?

–¡Nada grave! Solo controles de rutina.

El sabueso de gorra toma nota en un cuadernillo de mis datos de identidad.

–¿Motivo de viaje, señor?

–¡Vacaciones!

–¿Gusta del Viejo Continente?

–Me agrada. Es algo diferente a lo que se puede admirar en Sudamérica.

–Bien. ¿Conoce las normas en el país?

–Conozco, sí. Ser turista da lugar a curiosidad.

El sabueso maligno frunció el ceño. No debí decir curiosidad. Es una palabra nefasta en una etapa de irradiación de sangre. Denota investigar. Y los tiburones huelen la sangre. Tanto que se dividen en grupos de caza. La investigación es una fetidez. Y con ello la verdad de resolver lo que la organización tiene tras sus manos sucias.

–Todo en orden, señor, le devuelvo sus documentos.

–¡Gracias!

–Que tenga buen día, buena estadía en el país, y ande con precaución.

–Gracias. Lo tendré en cuenta.

El agente dio un paso atrás y se fue lentamente hasta la puerta central saludando con un ademán facial al encargado de llaves.

En pocos minutos estaba fuera, y en pocos minutos cruzaría la calle para comentar a su compañero. Los dos tomaron rumbo ahora tal vez a molestar con datos a otro personaje transeúnte.

Esta era una prueba de lo que sería Lisboa, y la búsqueda de José y Pessoa.

Debía cuidarme, no sabía qué pasaría en adelante. No era muy distinta Portugal de la Argentina en ese sentido. Control, documentos, allanamientos. Y mucha precaución por donde se pisa. Son campos minados. Un paso en falso, y la nueva Inquisición estará ahí para interrogar de ser posible con cualquier método de decir la verdad. Todo un proceso.

Saco mi libro de poemas e historias. Algunas tienen los ejemplares de Ricardo Reis, el médico; otros de Alberto Caeiro, el poeta filósofo, y otros de Álvaro Campos, el ingeniero. Y así nuestro mago se multiplicó como Dios en la sagrada Biblia decía multiplicaos. Pessoa logró parir mil hijos de su cabeza. Cada uno. Una vida. Un sueño. Un objetivo. Y la magia de este brujo proviene de su cerebro.

El maestro dice:

… Tengo el deber de encerrarme en la casa de mi espíritu y trabajar cuanto pueda y en todo cuanto pueda para el progreso de la civilización y el ensanchamiento de la conciencia de la humanidad.

Este hombre fue una persona completa en sus sentidos. Un escritor que se autodefinía como individualista, y enemigo de la mediocridad.

Un dato interesante: la revista Orpheu, de carácter vanguardista en la literatura y el arte, fundada por el propio Pessoa. Tres ediciones (solo dos vieron la luz), y un régimen conservador que estuvo en desacuerdo por la información que en esos tiempos se compartía. Tener un periódico sea el tema que fuese dará lugar a preguntarse uno mismo sobre muchas cuestiones de este mundo, entre ellas religiosas e ideológicas.

Hasta en sus últimos años, su mirada antifascista en la génesis de Salazar. Con la mediocridad intelectual que se vendría.

Sigo leyendo. Sus restos están en el monasterio de los Jerónimos de Belem. Nuestro poeta tuvo una novia, Ophelia Queiroz, a la cual creó un personaje llamado Ferdinand Personne. Lo extraño es por qué la dejó. Ese personaje era el vivo retrato de nuestro poeta. Es el amor que siente una dama hacia un hombre el crear un heterónomo.