Tras las cámaras - Lucy Gordon - E-Book

Tras las cámaras E-Book

Lucy Gordon

0,0
3,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¡El actor Travis Falcon, fotografiado con otra mujer! Travis Falcon, una estrella de las series de televisión, estaba volviendo loco a su jefe de prensa con sus continuos escándalos amorosos. Así que, cuando la sensata y poco llamativa Charlene Wilkins apareció en el plató, Travis pensó que era perfecta para hacerse pasar por su novia y poner fin a las habladurías. De repente, Charlene se encontró entre los brazos de una estrella. No era una actriz profesional, pero supo estar a la altura de su papel. Hasta que sus sentimientos por Travis se volvieron reales y todo se complicó.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 174

Veröffentlichungsjahr: 2013

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2012 Lucy Gordon. Todos los derechos reservados.

TRAS LAS CÁMARAS, N.º 95 - Noviembre 2013

Título original: Plain Jane in the Spotlight

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2013.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3865-9

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo 1

–Por Dios, Travis, ¿es que no escuchas nunca? Te lo he advertido una docena de veces. Te dije que te alejaras de ese tipo de clubs...

Denzil Raines, jefe del Sandora Studio de Los Ángeles, respiró hondo e intentó refrenar su mal humor; pero fue difícil, porque Travis Falcon tenía la extraña habilidad de acabar con la paciencia de cualquiera.

El estudio producía varias series de televisión con mucho éxito, pero ninguna era tan famosa como El hombre del paraíso, protagonizada por Travis. Y Denzil estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario por proteger su inversión.

Una inversión que, en gran medida, se concentraba en el joven que soportaba sus recriminaciones sin protestar. Alto, guapo, encantador y de cuerpo absolutamente perfecto, tenía la sonrisa devastadora de un hombre al que le gustaba disfrutar de la vida. Sus juergas nocturnas eran tan legendarias como su disposición a vivir nuevas experiencias; pero resultaban más que inconvenientes para las personas que, como él, lo intentaban proteger.

–No sabía que fuera un club de strippers –replicó Travis, encogiéndose de hombros–. Lo eligió un amigo mío para su despedida de soltero.

Denzil suspiró. Sabía que su imagen de chico malo era uno de los motivos que le habían dado la fama, pero también sabía que perdería el apoyo de la audiencia si sus excesos llegaban al conocimiento del gran público.

–¿Despedida de soltero? –bramó–. ¿Y no se te ocurrió que estaría lleno de chicas medio desnudas?

–Vamos, no es para tanto...

Travis lo dijo con despreocupación, sin apartar la mirada del letrero de Hollywood que se veía en la distancia; un letrero que, durante noventa años, había simbolizado el glamour, la riqueza y el esplendor de la ciudad de Los Ángeles.

–¿Que no es para tanto? Mira esto.

Denzil alcanzó un periódico y le enseñó la fotografía de portada. Travis aparecía con una joven prácticamente desnuda que se había sentado en su regazo y lo estaba besando.

–Tienes que dejar de ligar con ese tipo de chicas –continuó.

–No intenté ligar con ella –protestó–. Me estaba tomando una copa, tranquilamente, cuando esa dama se acercó a mí y...

–¿Tranquilamente? ¿Tú? ¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo tranquilamente? –se burló Denzil–. Además, la señorita en cuestión no era ninguna dama. La habían contratado para... entretener a los invitados masculinos, por decirlo de un modo suave. Y, según parece, te entretuvo toda la noche.

–Yo no le pedí que se sentara en mi regazo.

–Pero tampoco te la quitaste de encima.

–No, claro que no; habría sido una grosería. Solo quería ser educado.

–Y supongo que te abrazaste a ella y la besaste en la boca por pura educación, ¿verdad? –ironizó Denzil.

–Soy de carne y hueso –se defendió Travis–. Cuando una mujer medio desnuda se echa encima de un hombre, espera que le demuestre su agradecimiento.

–Pues se lo demostraste muy bien –replicó–. Tú también estabas medio desnudo... Fíjate en tu camisa. Abierta hasta la cintura, para que te pudiera tocar tanto como quisiera. ¿Te la desabrochó ella? ¿O llegaste así al club, para provocar?

Travis gimió.

–¿Podríamos dejar el asunto? No sabía que hubiera un periodista en la sala.

–Los periodistas están en todas partes. Ya lo deberías saber. Te han estado vigilando desde que la serie se puso de moda. Buscaban algo que alimentara el escándalo, y tú se lo has ofrecido en bandeja.

–Creo que voy a guardar silencio hasta que llegue mi abogado –dijo Travis con humor.

–No le veo la gracia –Denzil gruñó–. Esto te podría hacer mucho daño. No sería un problema si tu personaje fuera distinto, pero siendo como es...

La serie era la comidilla del mundo del espectáculo. A simple vista, parecía una historia clásica sobre un hospital, centrada en el guapo y joven doctor Brad Harrison, que interpretaba Travis.

Sin embargo, el médico llevaba una vida de hombre estricto y virtuoso que contradecía su atractivo sexual, y todo giraba alrededor de la sospecha de que Harrison no era un ser humano normal y corriente, sino un espíritu de otra dimensión.

La contradicción entre la existencia austera del doctor Harrison y las posibilidades sexuales de un hombre tan atractivo era la clave del éxito de la serie. Y los productores tenían miedo de que las actividades nocturnas de Travis lo pusieran en peligro.

–La gente no debe saber que el actor que interpreta a tu angelical personaje es un hombre que se deja dominar por sus instintos –continuó Denzil.

–Pero yo no soy angelical...

–¿Crees que no lo sé? –replicó–. Mira, la gente está loca por ti y las cosas van tan bien que ya se está pensando en una serie nueva. Pero eso puede cambiar.

–Denzil...

–No te estoy pidiendo que vivas como un monje. Comprendo que disfrutes de la compañía femenina. Solo te pido que busques compañías menos peligrosas.

Travis suspiró.

–De acuerdo. Tendré más cuidado.

–¿Por qué no sales con alguna chica respetable, para variar? Y no pongas esa cara... sé que lo de respetable suena poco apetecible, pero necesitamos que el público crea que eres un buen chico, no un mujeriego.

–Es que soy un mujeriego.

–Pues finge lo contrario. Eres actor. Actúa.

–No puedo actuar en la vida real, Denzil. ¿Quie-res que finja estar enamorado cada vez que ligo con una chica? Sería verdaderamente injusto por mi parte. Y también contraproducente, porque después irían con el cuento a la prensa.

Esa vez fue Denzil quien gimió.

–Hagas lo que hagas, pon tu vida en orden. Nos jugamos mucho, Travis. Piensa en tu carrera. Pien-sa en el dinero.

–Está bien, pensaré en el dinero.

–Pues ya que estamos hablando de eso, esta no-che...

–No voy a asistir a esa cena –lo interrumpió, vehemente–. Entre Brenton y yo hay demasiada mala sangre.

Travis salió del despacho con una mezcla de indignación y alivio. Y mientras se alejaba por el corredor, sonó su teléfono.

Era Pete, su agente.

–¿También te ha molestado a ti? –preguntó Tra-vis.

–Por supuesto. Denzil me ha llamado en cuanto has salido de su despacho. Está enfadado contigo porque no quieres ir a la cena de esta noche.

–Ni quiero ir ni voy a ir.

La cena era un acto en honor de Frank Brenton, que cumplía sesenta años. Denzil estaba empeñado en que asistiera porque Brenton, un mandamás de la industria del cine y la televisión, era uno de los principales inversores de la serie.

–Ni él me puede soportar a mí ni yo lo puedo soportar a él –continuó–. Hizo todo lo que pudo para que no me dieran el papel y me odia a muerte porque no lo consiguió. Es mejor que no nos encontremos.

–Bueno, no te preocupes... le he prometido que iré en tu lugar y se ha quedado más tranquilo –dijo Pete–. Pero quiere estar seguro de que has entendido el mensaje en lo tocante a tus andanzas nocturnas.

–¿Por qué tengo que ser el único hombre virtuoso de Los Ángeles? –protestó.

–Porque te hace diferente a los demás, y esa diferencia es la clave de la fortuna que te pagan –respondió su agente–. ¿Es que ya no te importan el dinero y la fama?

–Claro que me importan.

–Entonces, cambia de actitud.

–¿Y qué me estás pidiendo? ¿Que lleve una vi-da de celibato?

–Te conozco demasiado bien para pedirte eso. Solo se trata de que tengas cuidado cuando estés en público –respondió–. Te recuerdo que hay muchos actores que estarían encantados de sustituirte en la serie.

Pete cortó la comunicación sin despedirse, para enfado de Travis. Pero su agente y Denzil tenían razón.

Si seguía por ese camino, pondría en peligro su carrera, su reputación, su orgullo y, por supuesto, el dinero que manaba a raudales de su estrellato; la fortuna que lo había convertido en un hombre con éxito y que le aseguraba el respeto de su familia.

–Creen que es tan fácil... –se dijo en voz alta–. Como si interpretar a un personaje inmaculado en una serie de televisión fuera lo mismo que comportarse igual en la vida real. Pero la vida real es otra cosa.

Travis soltó una carcajada sin humor y añadió:

–Bueno, será mejor que lo olvide y que me ponga a trabajar. Además, ¿quién sabe? Puede que uno de estos días, cuando salga a la calle, me encuentre con mi lado virtuoso... Signifique lo que signifique eso.

Charlene respiró hondo mientras la cola avanzaba hacia la entrada de los estudios.

Había llegado el momento. Segundos después, traspasaría aquella puerta en calidad de miembro del grupo de privilegiados que iban a gozar de una visita guiada por las instalaciones. Pero cabía la posibilidad de que alguien la reconociera y se diera cuenta de que era un fraude; de que no estaba allí para ver los estudios, sino para ver a Lee Anton, el hombre del que seguía enamorada.

Al entrar, la cola se detuvo un momento y Char-lene se miró en el espejo de la pared. Estaba tan atractiva como podía estar, pero pensó que eso no era suficiente. No era fea, pero tampoco una belleza monumental. Lee la había descrito en cierta oca-sión como una mujer bonita, y había añadido que adoraba sus ojos oscuros y chispeantes.

Durante su relación, Charlene se había aferrado a aquellos halagos y al hecho de que Lee la hubiera elegido a ella en lugar de a cualquiera de las mujeres impresionantes del grupo de actores aficionados donde se habían conocido.

Lee era un actor profesional, pero en aquella época estaba sin trabajo y a punto de dejar la profesión, así que se había apuntado al grupo y a la obra de teatro que estaban ensayando para matar el tiempo.

Lo suyo fue amor a primera vista; al menos, para ella. Y Charlene se entregó a él por completo, sin contención alguna.

Poco después del estreno de la obra, que fue un éxito, Lee le anunció que tenía algo importante que decirle. Charlene se quedó sin aliento y cruzó los dedos, pensando que le iba ofrecer matrimonio. Pero no fue así.

–He estado esperando el momento apropiado para decírtelo –declaró, entusiasmado–. Es tan maravilloso...

–Oh, Lee...

–Entre el público del estreno había un agente artístico, de Estados Unidos.

–¿Cómo?

–Quiere trabajar para mí. Dice que me puede conseguir un papel en El hombre del paraíso. Por lo visto, están buscando a un actor inglés. ¿No te parece increíble? ¿No es la mejor noticia que has oído nunca?

–Sí, claro que sí...

Dos días después, Lee se marchó a Los Ángeles tras prometerle que se mantendría en contacto con ella.

Y, en cierto modo, cumplió su promesa. La llamó por teléfono y le envió mensajes de correo electrónico, pero no la invitó a Estados Unidos. Era evidente que se estaba alejando de ella, y Charlene no lo podía permitir. Tenía algo importante que decirle; algo que no le podía contar por teléfono.

Al final, se subió a un avión y se marchó a Los Ángeles, donde llevaba tres días. Pero Lee no contestó a sus llamadas y, como tampoco tenía su dirección, terminó por apuntarse a la visita guiada donde estaba ahora.

Justo entonces, el guía les empezó a hablar de los protagonistas de El hombre del paraíso. Y tras unas cuantas reflexiones sobre la historia y sus personajes, les comenzó a contar detalles del hombre que había conquistado el corazón de Charle-ne.

–La serie contará pronto con la presencia de un actor inglés, Lee Anton. Interpretará el papel del doctor Franklin Baker, un médico que llega al hospital Mercyland y se hace amigo y confidente de Brad Harrison, el personaje de Travis Falcon. Fran-cis será la única persona que esté al tanto de su misterioso secreto.

Charlene se acordó del periódico que había comprado esa misma mañana, cuando vio que incluía una noticia sobre los actores de la serie. Su lectura le había resultado decepcionante e inquietante al mismo tiempo. Decepcionante, porque solo dedicaban un par de líneas a Lee; e inquietante, porque se había llevado un buen susto al ver la imagen de portada: un hombre con la camisa desabrochada y una chica pelirroja sobre sus piernas.

Como la cara del hombre estaba semioculta, Charlene necesitó un momento para darse cuenta de que no se trataba de Lee, sino de Travis Falcon. Y se sintió inmensamente aliviada. No esperaba que Lee se hubiera mantenido célibe durante su estancia en Los Ángeles, una ciudad llena de tentaciones; pero albergaba la esperanza de que volviera con ella cuando supiera lo que le tenía que decir.

La cola se empezó a mover otra vez. Charlene siguió al resto del grupo hasta el interior del plató, donde iban a ser testigos del rodaje de una escena. Su mente era un caos de sentimientos contradictorios. Su razón le decía que cometía un error al buscar a Lee, que la había abandonado y que no quería saber nada de ella; pero su corazón se negaba a admitirlo.

Segundos después, lo divisó al final de un pasillo. Estaba apoyado en una pared, leyendo el guion de la serie.

Charlene intentó llamarlo, pero descubrió que la emoción la había dejado sin habla. Luego, él desapareció tras una esquina y ella empezó a correr, hasta que chocó con algo duro y oyó una voz de hombre.

–¿Adónde crees que vas?

–Déjame pasar, por favor... –le rogó–. Tengo que hablar con él.

Charlene se lo quitó de encima y siguió corriendo, pero se detuvo al llegar al final del corredor. Lee estaba de espaldas a ella, a pocos metros de distancia. Hablaba con una persona que se encontraba fuera de su campo visual.

–Por fin te encuentro –dijo–. ¿Dónde te habías metido? Anda, ven aquí y dame un beso.

Una chica preciosa salió de una habitación, se arrojó a sus brazos y lo besó apasionadamente, una y otra vez.

–Oh, cariño mío...

–Me vas a dejar sin aliento –protestó él, entre risas.

Lee y la chica se alejaron juntos, sin dejar de acariciarse. Charlene se sentía como si le hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago. No sabía qué hacer. Solo sabía que tenía que salir de allí.

Desesperada, dio media vuelta. Y se volvió a topar con el hombre que se había interpuesto en su camino unos segundos antes.

–Yo... –acertó a decir, al borde de las lágrimas–. Yo...

Él le puso una mano en el hombro.

–No llores. Ese tipo no merece que lloren por él.

–No estoy llorando.

La negativa de Charlene fue tan sobrante como absurda, porque las lágrimas ya caían por sus mejillas. Pero el hombre no perdió el tiempo con discusiones sin sentido; simplemente, sacó un pañuelo y, mientras la secaba, dijo:

–De todas formas, la gente se besa todo el tiempo. No significa nada... por lo menos, en este lugar. Aquí, un beso es como un saludo.

Charlene supo que lo había dicho por animarla, e intentó tranquilizarse.

–Sí, bueno... gracias por tu ayuda. Será mejor que me vaya. No quiero molestarte más.

–No me estás molestando. ¿Conoces a Lee?

–Creía que lo conocía, pero ahora...

El hombre asintió como si la comprendiera perfectamente.

–A mí tampoco me cae muy bien –le confesó–. ¿Eres una de sus seguidoras? Por tu acento, pareces inglesa como él... ¿Has venido a verlo desde Inglaterra?

–No, por supuesto que no –respondió con vehemencia–. Qué tontería.

–Lo siento, no lo he dicho con intención de ofenderte.

–¿Por quién me has tomado? Encapricharse de un actor famoso es una estupidez. Te partiría el corazón.

–Bueno, no serías la primera mujer que se encapricha de uno –comentó con sarcasmo–. Pero si no es así, me alegro. Te aseguro que este no es lugar para gente con corazón... Por cierto, ¿cómo te llamas?

–Charlene Wilkins. ¿Y tú?

Él la miró con asombro.

–¿Qué has dicho?

–Que cómo te llamas... Tengo la sensación de haberte visto en alguna parte, pero no recuerdo dónde.

–Me llamo Travis, Travis Falcon.

–Ah, claro... Estás en la serie, ¿verdad?

Él sonrió.

–Es una forma de decirlo, sí. Pero, ¿qué te parece si salimos de aquí y nos tomamos un café? Tengo unos minutos de descanso.

–No te molestes. Estoy bien, en serio.

–Oh, vamos... –dijo él, sin dejarse engañar–. No puedo dejarte sola en un sitio que desconoces. Especialmente, en tu estado.

Charlene estaba haciendo esfuerzos por comportarse de forma civilizada. Aunque no lo parecía, se encontraba al borde de un ataque de nervios.

Y cuando él le puso una mano en el brazo para acompañarla a la salida, perdió los estribos y le dio una bofetada.

Asombrada por lo que había hecho, dio un paso atrás y lo miró con horror.

–Oh, Dios mío...

Travis se frotó la mandíbula y dijo tranquilamente, como si no se sintiera ofendido:

–No te preocupes. No es para tanto.

–¿Cómo que no? Te he pegado una bofetada... Discúlpame, por favor. Te prometo que no tenía intención de... Lo siento tanto...

–Y más que lo sentirás si no te tomas un café conmigo. Venga, no discutas.

Travis habló con suavidad, pero la agarró del brazo sin contemplaciones. Charlene no se resistió. En parte, porque no le podía negar un simple café después de haberle pegado una bofetada y, en parte, porque se sentía como si todas sus fuerzas la hubieran abandonado.

Poco después, se encontró sentada en la cafetería de los estudios.

–Voy a la barra a pedir los cafés. Si huyes, me enfadaré mucho... Y no sabes lo terrible que soy cuando me enfado –dijo con una sonrisa.

Charlene se quedó sola y desconsolada. No podía creer que ella, una mujer tranquila, todo sentido común, se hubiera comportado de ese modo. Especialmente, con un desconocido que solo pretendía ayudar.

Con Travis Falcon.

Para entonces, ya se había acordado de que Tra-vis era el protagonista de la serie; el hombre que había visto esa mañana en la fotografía del periódico. Pero, a pesar de ser famoso, no se comportaba con la arrogancia y la insensibilidad habituales en una estrella de televisión. Ni siquiera se había enfadado por la bofetada.

Al cabo de unos momentos, él volvió a la mesa con una bandeja que contenía dos cafés con leche y unos rollitos de canela.

–Ya estoy aquí... Me alegra observar que te has calmado. Empezaba a estar preocupado por ti –declaró.

–Siento lo que ha pasado. No tenía intención de pegarte.

–Lo sé.

–No se te habrá hinchado la cara, ¿verdad? –di-jo ella, escudriñándolo–. Tu productora sería capaz de denunciarme.

–Descuida, estoy acostumbrado a que me abofeteen –comentó con humor–. Y, si se me hincha, no importará hasta mañana. Hoy solo tengo que ensayar. No voy a rodar ninguna escena.

Ella sonrió, más tranquila.

–Ah, por fin sonríes... excelente. Pero dime, ¿qué estabas haciendo aquí? ¿Has venido a ver a Lee?

–Sí.

–En ese caso, tendrías que haberle avisado antes.

–Lo intenté, pero no lo podía localizar. No contestaba a mis llamadas.

Travis asintió. Lee no le caía bien. Era un hombre egoísta y completamente indiferente a las necesidades de los demás. Pero optó por no decir nada al respecto. Además, no era necesario; obviamente, ella se estaba empezando a dar cuenta.

–¿Lo conoces bien?

–Fuimos compañeros de reparto.

–Entonces, eres actriz...

–Trabajo en un banco, pero formo parte de un grupo de actores aficionados. Lee y yo nos conocimos en él.

–Ah, ahora me acuerdo... Lo leí en una revista. Lee estaba sin trabajo y se metió en vuestro grupo.

–En efecto.

–Hasta que un agente artístico se fijó en él.

Charlene asintió.

–Sí. Estábamos haciendo una versión de El sueño de una noche de verano.

Él arqueó una ceja.

–¿Lee ha hecho un Shakespeare?

–Y muy bien... Interpretó el papel de Demetrio –respondió–. Yo era Helena.

Travis pensó que era un papel muy adecuado para ella, porque Helena se pasaba media obra persiguiendo a Demetrio y preguntándole por qué la había dejado de amar. Pero naturalmente, se lo calló.

Durante los segundos siguientes, la observó con detenimiento y se preguntó qué habría visto Lee en aquella mujer. Era alta, de ojos grandes y tan oscuros como su pelo, que le caía por encima de los hombros. No se podía decir que fuera una belleza; ni siquiera se podía decir que fuera guapa en un sentido clásico del término. Tenía rasgos regulares, pero de expresión ligeramente severa, que solo se suavizaba cuando sonreía.

En cualquier caso, era obvio que Lee había perdido su interés por ella. Tan obvio como que le había partido el corazón.

–Oh, no... –dijo ella de repente.

–¿Qué ocurre?

–Aquella mujer, la que acaba de entrar en el bar, es la guía del grupo con el que estaba visitando los estudios. Seguro que me está buscando.

La recién llegada se acercó a Charlene y le dedicó unas palabras de preocupación y recriminación.