Tumbas herméticas - Gustavo Maher - E-Book

Tumbas herméticas E-Book

Gustavo Maher

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Beschreibung

Cuando buscamos incansablemente una respuesta, tarde o temprano llega. Pero... ¿qué pasaría si no fuera la que esperábamos? Germán Nevin es un hombre común, que transita su vida en un entorno que le resulta alienante. Pero, en su interior, es una persona curiosa, inestable, que galopa incansablemente detrás de la Verdad Suprema, y está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias para alcanzarla. Un día, en medio de su investigación sobre sociedades secretas y obras de arte, conoce una mujer misteriosa, enigmática. Ese será el punto de partida de una vertiginosa aventura por un terreno nunca antes recorrido; un viaje que nunca debió haber empezado. Tumbas herméticas es una novela que nos sumerge en una espiral claustrofóbica de investigaciones en clave alquímica y nos obliga a descender, junto a sus personajes, hasta las catacumbas mismas del conocimiento. "Algunos días despertamos siendo nosotros mismos. Algunos días despertamos siendo Germán" (D. S. G., Maestro Masón).

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Seitenzahl: 140

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Maher, Gustavo

Tumbas herméticas / Gustavo Maher. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : El Guardián Literario, 2021.

(Biblioteca de autor)

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8346-53-3

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título.

CDD A863

© 2021, Gustavo Maher

Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.

El guardián literario es un sello de Editorial Bärenhaus

Todos los derechos reservados

© 2021, Editorial Bärenhaus S.R.L.

Publicado bajo el sello El guardián literario

Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.

www.editorialbarenhaus.com

ISBN 978-987-8346-53-3

1º edición: julio de 2021

1º edición digital: julio de 2021

Conversión a formato digital: Libresque

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.

Sobre este libro

Cuando buscamos incansablemente una respuesta, tarde o temprano llega. Pero... ¿qué pasaría si no fuera la que esperábamos?

Germán Nevin es un hombre común, que transita su vida en un entorno que le resulta alienante. Pero, en su interior, es una persona curiosa, inestable, que galopa incansablemente detrás de la Verdad Suprema, y está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias para alcanzarla.

Un día, en medio de su investigación sobre sociedades secretas y obras de arte, conoce una mujer misteriosa, enigmática. Ese será el punto de partida de una vertiginosa aventura por un terreno nunca antes recorrido; un viaje que nunca debió haber empezado.

Tumbas herméticas es una novela que nos sumerge en una espiral claustrofóbica de investigaciones en clave alquímica y nos obliga a descender, junto a sus personajes, hasta las catacumbas mismas del conocimiento.

 

“Algunos días despertamos siendo nosotros mismos. Algunos días despertamos siendo Germán.”

D. S. G., Maestro Masón

 

Sobre Gustavo Maher

Gustavo Maher nació en octubre de 1979 en Buenos Aires, Argentina. Es músico desde hace 30 años, y produjo diversos artistas desde el año 2000.

Actualmente, es productor y conductor del canal de YouTube y podcast “Teatro Del Absurdo”, donde se abordan temáticas de índole culturales e históricas.

En los últimos años, se formó en técnicas de conservación cadavérica para el rubro funerario.

Tumbas Herméticas es su primera incursión en el género de la novela.

Índice

CubiertaPortadaCréditosSobre este libroSobre Gustavo MaherPrólogoParte ICapítulo ICapítulo IICapítulo IIICapítulo IVCapítulo VCapítulo VICapítulo VIICapítulo VIIIParte IICapítulo ICapítulo IICapítulo IIICapítulo IVCapítulo VParte IIICapítulo ICapítulo IICapítulo IIICapítulo IVCapítulo VCapítulo VICapítulo VIICapítulo VIIIParte IVCapítulo ICapítulo IICapítulo IIICapítulo IVCapítulo VAgradecimientos

a Verónica Giménez,

A. D.,

E. S.

y E. A. P.

Prólogo

El lenguaje. ¿Es acaso el lenguaje una mera descripción de nuestra realidad? ¿O podría este trascender lo utilitario, para permitirnos perfeccionarla, transformarla, transmutarla en algo más perfecto, más sublime?

 

Hay belleza a nuestro alrededor que escapa nuestros sentidos. Hay sutilezas en lo cotidiano que necesitan letras para brillar y, ¿por qué no?, para darle a la vida nuevos sentidos.

 

El lenguaje, resaltado y conservado por la tinta, ha sido siempre la primera expresión de la alquimia. Una alquimia que no necesita laboratorios o complicadas fórmulas para transformar la materia o el espíritu en algo mejor, en algo mayor, en algo divino.

 

Algunos días despertamos siendo nosotros mismos. Algunos días despertamos siendo Germán. “¿Quién es Germán, acaso?”, podrías preguntar. No te preocupes. Muy pronto lo conocerás. Sólo permíteme adelantarte, por ahora, que Germán es un poco más tú, de lo que podrías imaginar.

 

Germán existe, eso te lo puedo decir.

 

Ha nacido de esta obra, una obra de ficción, eso no lo hace menos real. Podría lo anterior, de hecho, hacerlo aún más real. Más real que nosotros mismos. Germán ha nacido de las letras y las letras crean. La palabra, según un libro sagrado para muchos, fue el primer acto creador. Incluso si no quisiera creer en aquel libro, esa última afirmación sí la creería. Pues, ¿cómo podría no existir aquello que nos hace sentir? ¿Cómo podría no existir Germán, si Germán me ha hecho verme a mí mismo? ¿Si Germán ha vivido, ha experimentado, ha compartido conmigo su forma de ver el día a día y esa visión le ha dado colores al mundo que mis propios ojos desconocían?

 

Viendo las calles y las nubes a través de sus ojos, pudo Germán entonces preguntar a través de mis labios. Esas preguntas que eran tan mías, como lo eran suyas. Si son las palabras las que crean, son las preguntas las que transforman. En ocasiones, las preguntas transforman el mundo. En ocasiones, transforman nuestra forma de verlo. No encuentro la diferencia. Hermes Trismegisto, llamado por muchos el Tres Veces Maestro, dejó consignado que el universo es mental, y sólo existe en los confines de nuestra imaginación. Lo dijo hace siglos, quizá hace milenios, quizá nunca lo dijo… quizá sólo existió en las páginas de la ficción. Tampoco veo la diferencia. El cambio, la transformación, la alquimia a través de las letras, es real.

 

La vida nos da, por lo general, menos respuestas que preguntas. Y como regla general, buscar esas respuestas requiere osadía. Las respuestas son tesoros reservados para los valientes. Elegir bien nuestras preguntas, entonces, no debería requerir menos valentía.

 

Tal vez la pregunta no es quién es Germán. Puede que la pregunta no sea si la obra que estás por abordar (y disfrutar, eso tenlo por seguro) es producto de la ficción, o si tales hechos pudieron haber ocurrido. La pregunta, que no te propongo yo, sino las mismas letras de esta obra, es aún más trascendente, más osada, pide aún más de ti. Es una pregunta que podría cambiarte, podría cambiar el mundo, podría cambiarlo todo, es una pregunta que puede transformar, es una que puede transmutar. Y en este momento quiero ser yo, alguien que tal vez sólo existe para ti, así como Germán, a través de estas mismas páginas, de estas mismas letras, quien te la formule:

 

¿Acaso no quisiste siempre conocer La Verdad?

 

D. S. G.Maestro Masón

Parte I

Capítulo I

Oscuridad. Calor húmedo. Imposibilidad de movimiento. ¿Sirena antiincendios? Angustia, desesperación, claustrofobia. Piernas inertes. ¿Pantano? No. ¿Un cuerpo sobre otro? ¿Derrumbe?

No.

Germán entreabre los ojos, encandilado hasta lo insoportable por un fuego que no ofrece ninguna respuesta. Calor en la cara, tan solo calor. Nada que infunda demasiado pánico. De a poco recupera la movilidad. Y frío, mucho frío. El sol directamente en su cara. Segundos después apaga el despertador. 6 am. Comienza la tortura.

Los lunes son horribles, pero no tanto como los jueves. Especialmente si la del miércoles fue una noche atípica, a falta de mejor palabra.

 

En realidad no termina de abarcar el concepto, suscita una imagen incompleta de los hechos. Quién sabe si en cien años el término “atípico” signifique no mucho más que “poco rutinario”. Las palabras van perdiendo peso con el tiempo.

Tomó el celular de la mesita de luz y abrió una aplicación de audio. Comenzó a grabar.

 

—Jueves 8 de junio de 2017. Anoche el pelotudo de Julio me picaba los sesos con lo de Google, me decía que ojo, que ahora te pide permisos para controlar la cámara, y que seguro que va sacando fotos y afanándoselas sin que vos lo sepas, y que eso lo hacen para armar una base de datos de la gran puta con nuestras caras, nombres, domicilios, laburos y todo eso… y que saben dónde estás todo el tiempo por el asunto del gps, que por más que lo apagues anda igual, y que por más que apagues la red móvil, anda igual. Bueno, me estuvo hablando de eso todo el día en el restó. Lo peor es que mientras hablábamos yo estaba todo el tiempo pensando en cómo sacarle la batería al reputísimo teléfono para dejarlo con la cámara boca abajo sin que se dé cuenta, y no quedar como un paranoico. Y ya cuando lo quería cagar a trompadas, mira para el salón y me dice ‘mirá eso’, y la señala a la rubia, que venía como quien viene de Talcahuano, y estaba entrando al restó…

 

Bajó el celular y dejó perder su vista en la ventana de su habitación, que daba hacia la General Paz. Las gotas de rocío en el vidrio difuminaban las líneas de los edificios que se erigían a más de quinientos metros de la torre donde él vivía. No le importaba.

—Mejor —pensó—, no hay mucho para ver.

 

—Nadie es tan especial…

 

Detuvo la grabación. Abrió cuidadosamente el cajón de la mesita de luz y tomó el cargador. Lo guardaba al lado del viejo crucifijo de oro de su madre, que se lo había regalado cuando tomó la primera comunión. Le prometió conservarlo, aunque no le interesara demasiado. Para él, era menor su significado simbólico que su valor sentimental. Pero era un objeto en sí mismo hermoso, de una belleza estética indudable; con un tallado antiguo muy delicado y un brillo que, a pesar del descuido del tiempo, aún parecía resplandecer de juventud.

Prendió el wifi de su celular y lo puso a cargar un rato en el living, después preparó una camisa y unos pantalones limpios sobre la cama. Fue hasta el baño y abrió la ducha, luego llenó sus manos con abundante agua del lavatorio y se enjuagó rápidamente la cara, como si quisiera apagar un fuego incipiente en las cuencas de sus ojos. Levantó su mirada hasta el inevitable espejo; las gotas que pendían de su barbilla mojaban el piso y se apuró a secárselas con el brazo. Hace ya unos años que aparecieron esas canas aisladas en las patillas, pero aún no se acostumbraba a verlas.

—Todavía soy joven —pensó—, pero se me nota cada vez menos.

Después de ducharse, mientras se secaba el corto cabello castaño oscuro, fue a buscar nuevamente su celular.

 

—Julio me preguntó si ya la había visto, le dije que sí. Me preguntó si ya le hablé, le dije que no. No me creyó, me preguntó de nuevo. Me puteó. Y después me invitó una cerveza a la salida del laburo, fuimos al bar justo enfrente de Banchero. Nadie es tan especial gratuitamente… una mina así no viene de arriba. Fueron cinco cervezas, costó volver a casa. Nos fuimos del bar como a la una. En algún momento, esperando el bondi, me parece que le hablé del Jardín…

 

Mochila, llaves, teléfono, puchos, encendedor, billetera, manzana. Salió del departamento y se fue a tomar el 180 a Bruix y Bragado.

Capítulo II

Las telas que caen delicadamente del dosel de su cama le proporcionan calor y seguridad. Su vista se pierde en el techo de madera y en su Escudo, bordado en la guardamalleta. Un rayo de sol renacentista se derrama sobre las alfombras, da nueva vida a los azulejos a media altura de la pared, y cobija al Rey en sus últimas horas. Desde ahí, acostado, sólo podía ver el gigantesco tríptico, y a través del marco de la puerta, el Altar Mayor de la Basílica que él mismo había mandado a construir; hermosa y reluciente, había sido finalizada tan solo 12 años antes.

El palacio fue concebido y diseñado en retribución a la divinidad, tras haber sido destruido un convento de monjas durante la batalla de San Quintín, el día 10 de agosto de 1557. Ese día se conmemoraba a San Lorenzo, motivo por el cual se lo bautizó Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Construido en estilo herreriano, llamado así en honor a su arquitecto Juan de Herrera —aunque el diseño de planta original, e inclusive la colocación de la primera piedra, habrían sido labor de don Juan Bautista de Toledo—, el edificio ostenta una geometría recta y sencilla, con pocos ornamentos, y una marcada simetría de formas. Toda la construcción pareciera responder a proporciones perfectas, áureas, casi divinas.

En los aposentos ubicados al extremo sur del monasterio, compartiendo ala con el panteón que le servirá como última morada, se encuentra descansando Felipe el Prudente, como era conocido el Rey Felipe II. Aquejado por enfermedades graves como la artrosis, gota y malaria, no tardó en verse imposibilitado para ejercer tareas de gobierno, al punto de no poder mover su brazo derecho para ejecutar el elemental ejercicio de firmar documentos.

Alguna vez lleno de vigoroso rigor, de talante recio y cabello rubio que ya perdía color, este hombrecito de 71 años —era de estatura más bien pequeña— mostraba un semblante ya melancólico, opuesto a la insensibilidad que manifestaba para ocultar sus inseguridades. Su rostro anguloso fue perdiendo fuerza a la vez que juventud. Felipe, con los últimos estertores de energía, pide a sus súbditos que le traigan hasta sus habitaciones esa extraña pintura adquirida hace dos años en la almoneda de Fernando de Toledo, a su muerte en 1591. Permanecía allí, inmóvil, impaciente, mientras ingresaban el armatoste de más de dos metros de alto por las anchas, pero no tan altas puertas del cuarto. Se trataba de un cuadro al óleo sobre madera de casi cien años de antigüedad, autoría del pintor flamenco Hieronymus Van Aken —o el Bosco, como le decían en España—. Dicho cuadro es hoy conocido como El Jardín de las Delicias.

—Dejadlo aquí a mis pies —dijo Felipe—, quiero admirarlo en estos momentos finales. Que su majestuoso absurdo me acompañe y me hable, con su gloria vana y breve como el gusto de la fresa o madroño y su olorcillo, que apenas se siente cuando ya es pasado. Como aquí yo, joven ayer; y hoy, postrado en mi lecho.

El lecho donde reposa el Rey, sumido en la más acabada agonía, rodeado de huesos de santos, cabellos de Jesús y de la Virgen, cráneos y falanges ennegrecidas; reliquias almacenadas a lo largo de una existencia dedicada a la devoción más católica, utilizadas como amuletos capaces de aliviar el dolor físico y ahuyentar al Adversario en los últimos momentos de vida. Entre estos objetos, se encuentra esta pintura tan enigmática como aparentemente contrapuesta a sus más sacras creencias. El Rey moriría ante este cuadro el domingo 13 de septiembre de 1598.

Es inevitable formularse la pregunta de por qué Felipe eligió morir (o dilatar el proceso) observando semejante obra, a modo de meditatio mortis. Tal vez la imagen le reafirmara algo, alguna verdad alcanzada a fuerza de obligada reflexión. Esa Verdad que les es revelada a los moribundos. Los momentos cercanos a la extinción dotan al hombre de una sensibilidad particular; al esfumarse todos los temores se despejan las tormentas de la intuición, se ilumina la penumbra de la existencia.

La simetría del tríptico es consonante con el castillo en el que se encuentra. El postigo izquierdo —luminoso, diurno— simboliza el momento en que Dios Padre presenta a Adán y Eva, casi un retorno al arte medieval, abundante en imágenes religiosas. En el ala derecha, el aberrante y oscuro Infierno, donde instrumentos musicales gigantes y cuerpos en avanzado estado de descomposición comparten plano con demonios devoradores de hombres y representaciones de pecados capitales.

La atención de Felipe se dirigía casi invariablemente al panel central, donde según él, se muestra al hombre “como es, no como quiere ser”. En este se ve un falso paraíso, repleto de imágenes lujuriosas y lascivas, relaciones heterosexuales y homosexuales, entre mujeres y hombres, blancos y negros, en donde la Humanidad toda parece haberse entregado al pecado. Pero también se pueden verificar estas acciones entre animales, incluso entre plantas. Seres insólitos, jamás vistos ni en los más delirantes grabados hasta ese momento. Y lo más importante: fuentes o construcciones extrañas, de formas y funciones misteriosas.

En la escena de la izquierda, la presencia de una de esas estructuras en un lago, un posible simbolismo de la Fuente de la Vida, debe haberlo remitido a su otra pasión: la alquimia. Felipe II era un gran estudioso y apasionado del tema. Incluso creó un gabinete de alquimia en la biblioteca del monasterio, que fue organizada por el humanista Benito Arias Montano. Dichas construcciones se repiten en la tabla central, concretamente cinco de ellas, en lo que parecen ser los cuatro ríos del Paraíso terrenal. Finalmente, en el postigo derecho repleto de bestias de toda clase e instrumentos musicales monstruosos, se erigen edificaciones humanas consumidas por la putrefacción y el ardiente fuego del Infierno, en clara referencia a la ruina y decadencia del Bien entre los Hombres.