Turing y el ordenador - Paul Strathern - E-Book

Turing y el ordenador E-Book

Paul Strathern

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Beschreibung

El ordenador ha revolucionado la era moderna de las comunicaciones y la información, y su desarrollo, al que contribuyó de forma fundamental Alan Turing, supone uno de los mayores logros del siglo XX. Sin embargo, ¿cuántos de nosotros sabemos cómo funciona realmente, y qué sabemos de Turing, el hombre que contribuyó a descifrar los códigos cifrados alemanes de Enigma durante la Segunda Guerra Mundial, pero que fue olvidado por todos tras su muerte? Turing y el ordenador es un retrato brillante de la vida y obra de Turing, y ofrece una explicación clara y comprensible de la importancia y el significado del ordenador y la forma en que está cambiando y moldeando nuestras vidas desde entonces.

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Siglo XXI

Paul Strathern

Turing y el ordenador

en 90 minutos

Traducción: Flavia Bello

Revisión: José A. Padilla

Diseño de portada

RAG

Motivo de cubierta:

Gary Brown / Science Photo Library

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

The Big Idea: Turing and the Computer

© Paul Strathern, 1997

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 1999, 2014

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 978-84-323-1704-0

Introducción

El descubrimiento del ordenador podría ser uno de los grandes logros tecnológicos de la humanidad. Podríamos considerar incluso que el ordenador está a la altura del uso del fuego, el descubrimiento de la rueda y el dominio de la electricidad. Estos avances sirvieron para domeñar las fuerzas primarias: el ordenador domestica la propia inteligencia.

Más del 90 por 100 de los científicos que han existido están vivos actualmente, y los ordenadores multiplican la rapidez de su trabajo a diario. (La secuenciación del genoma humano se concluirá probablemente medio siglo antes de lo que se predijo al descubrir su estructura, y todo gracias a los ordenadores.)

Pero no habría que dejar volar nuestras esperanzas demasiado alto. Se esperaba algo similar del desarrollo del motor de vapor, hace menos de 150 años. Y la regla de cálculo duró menos de un siglo. El avance que podría hacer que el ordenador se convirtiera en un objeto inútil nos resulta inconcebible solo porque todavía no se ha concebido.

Incluso antes de que el primer ordenador se hubiera inventado, conocíamos sus límites teóricos. Sabíamos qué podría calcular. E incluso, durante el montaje de los primeros ordenadores, se entendía la cualidad potencial de su capacidad: podrían desarrollar su propia inteligencia artificial. El nombre del responsable de ambas ideas es Alan Turing.

Hombre muy peculiar, que llegó a verse a sí mismo como algo parecido a un ordenador, Alan Turing trabajó también en la calculadora Colossus, que descifró los códigos del Enigma alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Al igual que Arquímedes, Turing tuvo que dejar de lado una brillante carrera para intentar salvar a su país. Arquímedes fracasó, y fue asesinado a golpe de espada por un soldado romano. Turing lo logró, y su agradecido país lo llevó a juicio por su homosexualidad.

Tras su prematura muerte, Turing fue condenado al olvido, pero actualmente cada vez más personas creen que tal vez fuera la figura más importante en la historia de la informática.

La era a.C.: los computadores antes de su tiempo

El primer ordenador fue, por supuesto, el ábaco. Este método de cálculo fue inventado incluso antes que la rueda (evidentemente, nuestro deseo de no ser engañados es más profundo que el de viajar con comodidad). Algunos restos arqueológicos demuestran que, en torno al 4000 a.C., ya se utilizaba en China y Oriente Próximo una forma de ábaco, que parece haber evolucionado de forma independiente en las dos regiones. Algunos sugieren que esto muestra la primacía de las matemáticas: la necesidad de calcular como una función aparentemente inevitable de la condición humana.

Ábaco deriva de la palabra babilónica «abaq», que significaba «polvo». Los estudiosos han dado explicaciones particularmente ingeniosas de esta manifiesta incongruencia. Según una de las versiones, todos los cálculos se realizaban originalmente sobre el polvo, por lo que «polvo» acabó definiendo toda forma de cálculo. Otra opción es que el método de cálculo utilizado por el ábaco se dibujara en un principio con líneas y rayas en el polvo.

En realidad, el ábaco no es en absoluto, estrictamente hablando, un ordenador. El cálculo real lo hace la persona que utiliza el ábaco, que debe tener en su cabeza el programa (los pasos matemáticos necesarios).

Sea un ordenador o no, lo cierto es que el ábaco y su programa humano se utilizaron en toda Europa y Asia para realizar cálculos hasta bien avanzada la Edad Media. Después se introdujo el cero en las matemáticas, lo que supuso un obstáculo para los trabajos en los que se utilizaba el ábaco. Como consecuencia de esto, los matemáticos serios desecharon rápidamente esta aportación infantil. Sin embargo, durante varios siglos el ábaco siguió utilizándose como calculadora, caja registradora, ordenador y para fines similares (y no tan similares). Es más: hasta hoy, el ábaco sigue desempeñando un papel fundamental en las economías locales de algunas zonas de Asia central y Rusia.

La primera calculadora conocida sigue siendo un auténtico misterio. En 1900, submarinistas cazadores de esponjas en Grecia descubrieron cerca de la diminuta isla de Antikythera restos de un antiguo naufragio del primer siglo antes de Cristo. Entre las estatuas y vasijas rotas se encontraron algunas piezas de bronce corroído, que parecían ser parte de una máquina. Los estudiosos tardaron 50 años en descubrir cómo encajaban estas piezas y lograr que el aparato funcionara. El resultado fue una especie de calculadora astronómica, que funcionaba igual que un ordenador analógico moderno, con piezas mecánicas para hacer los cálculos. Al girar una manivela se accionaban unas palancas; estas, a su vez, accionaban unos cuadrantes con los que se podía leer la posición del Sol y los planetas del zodiaco.

Lo que hace a este descubrimiento tan asombroso es su singularidad. Nunca se ha encontrado nada de ese periodo ni remotamente semejante a esto. En la literatura griega clásica no se menciona una máquina como esta, ni similar. Ningún filósofo, poeta, matemático, científico o astrónomo hace referencia a un objeto así. Además, según los conocimientos actuales sobre la ciencia de la antigua Grecia, no había tradición ni conocimiento capaz de producir tal máquina. Aparentemente, el primer ordenador fue una construcción estrafalaria, tal vez un juguete, de algún desconocido genio mecánico, que simplemente desapareció de la historia. Al tratarse de un objeto estrafalario sin influencias, desapareció como un cometa. Después, durante más de 1.500 años, nada.

En general, se considera la primera calculadora «real» la que fabricó en 1623 William Schickard, catedrático de hebreo en la Universidad de Tubinga. Schickard era amigo del astrónomo Johannes Kepler, que descubrió las leyes de los movimientos planetarios. Kepler despertó el interés latente por las matemáticas del catedrático de hebreo, cuya habilidad para realizar cálculos se había apolillado un poco con el paso de los años. Así que decidió fabricar una máquina que lo ayudara con sus sumas. La máquina de Schickard se ha descrito como un «reloj de cálculo». Se pretendía que sirviera de ayuda a los astrónomos, al permitirles calcular las efemérides (las futuras posiciones del Sol, la Luna y los planetas).

Desgraciadamente, nunca sabremos si esta máquina funcionaba, o cómo se pretendía que funcionara exactamente. El primer y único prototipo aún no se había terminado cuando tanto este como los proyectos de Schickard fueron destruidos por el fuego, durante la Guerra de los Treinta Años. Schickard quedó así reducido a un mero pie de página histórico, en lugar de convertirse en el inventor del mayor avance tecnológico desde la invención del arnés.

Lo que sí sabemos es que la máquina de Schickard fue una precursora del ordenador digital, en el que los datos se introducen en forma de números. En el otro tipo de ordenador, el analógico, los números de entrada (y salida) se sustituyen por una cantidad susceptible de ser medida, como la tensión, el peso o la longitud. Esta última se utilizó en el primer ordenador analógico: la regla de cálculo, inventada en la década de 1630. La regla de cálculo más simple consta de dos reglas, ambas marcadas con escalas logarítmicas. Al deslizar las dos reglas, de forma que quede un número frente a otro, se pueden multiplicar y dividir con facilidad.

La regla de cálculo fue inventada por William Oughtred, cuyo padre había trabajado como escribiente en Eton, y enseñaba a escribir a los alumnos analfabetos. Su hijo recibió las órdenes sagradas como sacerdote, pero siguió los pasos de su padre al dar algunas clases particulares aparte. En la década de 1630 creó la primera regla de cálculo rectilínea (es decir, con dos reglas rectas). Pocos años más tarde, se le ocurrió la idea de la regla de cálculo circular (que tiene un círculo móvil dentro de un anillo, en lugar de reglas deslizantes). Desgraciadamente, uno de sus alumnos se apropió la idea y la publicó primero, afirmando que el descubrimiento había sido suyo. Aunque el gesto no gustó a Oughtred, se puede decir que acabó sus días feliz. Devoto monárquico, se dice que falleció en «estado de éxtasis», al oír que Carlos II había recuperado su trono.

La regla de cálculo primitiva fue evolucionando con el tiempo, hasta convertirse en un dispositivo capaz de realizar cálculos complejos. Entre los que contribuyeron a su desarrollo se encuentra James Watt, que la utilizó para calcular el diseño de sus máquinas de vapor originales, en la década de 1780. Amédée Mann­heim, un oficial de artillería francés, fue el artífice de un nuevo avance. Diseñó una forma más sofisticada de regla de cálculo, cuando aún era estudiante, lo que le permitió obtener unos resultados sobresalientes en los exámenes, que a su vez lo lanzaron a una brillante carrera dentro de la educación militar. Fue precisamente la versión de la regla de cálculo de Mannheim la que alcanzó gran popularidad durante la primera mitad del siglo xx: era el accesorio característico de rigeur en el bolsillo de la pechera de cualquier científico de bata blanca.

Pero volvamos al ordenador digital. El siguiente avance en este campo vino de la mano del matemático francés del siglo xvii