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Ha tenido un hijo mío y no lo he sabido hasta ahora… La camarera Talia Parrish ha estado demasiado ocupada sirviendo a ricos y famosos como para pensar en el amor… De hecho, ni siquiera ha besado nunca a un hombre, hasta que conoce a Dain Anzelotti. El breve encuentro deja a Talia con deliciosos recuerdos… y un precioso hijo. Dain dirige su imperio multimillonario desde Australia. Cuando descubre que tiene un hijo de Talia, le propone un contrato de crianza conjunta. Dain supone que cumplir con ese acuerdo debería ser fácil, sobre todo porque le ha resultado muy natural conectar con su hijo. Sin embargo, cuando la tórrida química que hay entre ellos no se apaga, Dain se arriesga a que el deseo que siente por Talia se convierta en algo mucho más complicado…
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Seitenzahl: 191
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28036 Madrid
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© 2024 Natalie Anderson
© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un acuerdo sin complicaciones, n.º 3169 - junio 2025
Título original: My One-Night Heir
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.
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® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9791370005658
Conversión y maquetación digital por MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Portadilla
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Si te ha gustado este libro…
Talia
–¡Vaya, Talia, gracias a Dios que estás aquí!
A pesar de mi cansancio, le dedico a Kiri una amplia sonrisa.
–¿Dónde me necesitas?
–¡En todas partes! –exclama la chef, a punto de echarse a llorar–. Los camareros tienen tan poca experiencia que necesitan que les enseñen más, que los ayuden. La freidora no alcanza la temperatura adecuada y no puedo…
–Déjame a mí a los camareros –la interrumpo. Resulta evidente que Kiri está muy estresada y que yo tengo que ponerme en funcionamiento. Por suerte, reconducir una cocina que está a punto de implosionar es algo que he hecho muchas veces, más de las que quiero recordar. Si consigo que la sala funcione como un reloj, Kiri podrá concentrarse en sus maravillosos platos. Solo necesita confiar en mí para que retorne la tranquilidad.
–No hay suficientes copas para los affogatos –dice Kiri, prosiguiendo con la enumeración de catástrofes.
–Pues encontraré otras que nos sirvan.
–Sí, pero la máquina de café está funcionando mal y la anfitriona de la fiesta ha pedido un Espresso Martini hace diez minutos, aunque todavía vamos por el tercer plato y tenemos otros dos…
–¿Affogatos y Espresso Martini? –pregunto, volviendo a interrumpirla.
–Sí, y también ha pedido un tiramisú –gruñe Kiri.
Suelto una carcajada. La clienta es de las mías. El café es mi único amor verdadero y voy a necesitar yo también un buen chute de cafeína para conseguir superar las próximas dos horas.
–Y los de la actuación musical llegan tarde. Acaban de montarse en el teleférico –dice Kiri arrojando una cacerola al fregadero con más fuerza de la necesaria–. Lo que nos faltaba.
Hay un trayecto de veinte minutos hasta el exclusivo restaurante en lo alto de la montaña, así que, entre la máquina de café dando guerra y la ausencia del número musical, tenemos un problema con el funcionamiento del restaurante. Yo no sé entretener a la gente, pero sí domar una máquina de café.
–Prepararé los cócteles –intento tranquilizar a Kiri mientras ella se gira hacia otra cacerola y comienza a remover con fuerza su contenido.
–¿Has visto el tiempo? –gruñe Kiri, atrapada en su propia espiral de negatividad–. Parece que viene una tormenta de dimensiones apocalípticas.
–¿Sí? –repongo, conteniendo una carcajada. Entonces, recurro a mi truco habitual para distraer a Kiri–. Bueno, lo único que necesitamos es que tarde un par de horas. Entonces habrás bajado de esta montaña y habrás llegado a tu casa para que te dé un masaje ese marido tan escandalosamente guapo que tienes.
Kiri cierra los ojos durante un instante y deja de moverse frenéticamente. Entonces, me mira y sonríe.
–Lo sé. Me estoy volviendo loca…
–De eso nada. Tú céntrate en tus platos, que yo me ocuparé de todo lo demás. Menos de lo del tiempo, claro. Ni siquiera yo puedo hacer algo así.
–¿Estás segura? Eres una diosa –afirma Kiri mientras corre de un lado de la cocina al otro.
Por supuesto que no lo soy, pero estoy acostumbrada a trabajar un turno tras otro. Llevo haciéndolo desde que tenía trece años, cuando conseguí mi primer trabajo de pinche. Ya he trabajado una jornada completa y, además, tengo un turno para hacer la caja en un bar a última hora de la noche, pero necesito el dinero. Y no solo por el coste de la vida aquí.
Queenstown es una ciudad muy cara. El paraíso montañoso y nevado de la Isla Sur de Nueva Zelanda tiene una belleza asombrosa, con increíbles vistas y numerosas oportunidades de aventura. Es muy popular entre los ricos y hay muchísimas mansiones de lujo por todas partes. Y muchos locales de restauración. Trabajo en varios restaurantes mientras creo un perfil en las redes sociales. No solo necesito dinero para mi propia supervivencia, sino también para la de mi hermana. Ava tiene cuatro años menos que yo y es un genio, pero necesita apoyo a pesar de todas las becas que recibe. No quiero que nuestra disfuncional familia le impida salir adelante en la vida.
Me pongo manos a la obra inmediatamente para solucionar la situación, que, sinceramente, es algo caótica. La anfitriona de la fiesta es Simone Boras, australiana como la mayoría de sus invitadas. Celebra su setenta y cinco cumpleaños y ha reservado todo el restaurante. Las mujeres gritan, se ríen. Se ve que tienen toda la intención de divertirse, por lo que vamos a necesitar el espectáculo pronto para mantener los ánimos altos y evitar que se den cuenta de que el postre lleva retraso.
–Simone, soy Talia –le digo con una sonrisa–. Voy a preparar tu Espresso Martini.
Simone se muestra cortés y encantadora, pero reconozco perfectamente la tensión que hay en su sonrisa. Espera lo mejor. Si soy capaz de dárselo, me dará su aprobación. Por lo tanto, me pongo a ello inmediatamente. No tardo mucho en hacerme con la máquina y prepararle su cóctel. Nadie hace el café mejor que yo.
Su satisfacción es auténtica.
–Muchas gracias, Talia.
No me importa que los clientes sean exigentes cuando aprecian mi trabajo.
–¿Nos puedes preparar dos más de estos? –me dice una de las invitadas–. Tienen una pinta deliciosa.
–Por supuesto –respondo con una sonrisa–. Se los llevaré enseguida.
Mientras preparo más cócteles, trato de organizar a los camareros y les encargo que los repartan. Poco a poco, el ambiente de la sala mejora. Cuando tengo un momento, voy a ver cómo está Kiri. Sigue sudando la gota gorda, pero el ambiente de la cocina es menos caótico.
Satisfecha conmigo misma, respiro profundamente y estiro los hombros. Aunque me ha dado tiempo a darme una ducha rápida, ponerme un vestido limpio, peinarme y aplicarme un ligero maquillaje, mi descanso solo ha sido superficial. Daría lo que fuera por poder sentarme un rato, pero, en vez de eso, me dirijo al almacén para buscar más copas, con la esperanza de que unos instantes de silencio me ayuden a descansar un poco.
Cuando entro en el almacén, me apoyo en la puerta con la espalda para cerrarla y… se me corta la respiración. Me quedo boquiabierta.
Alto. Fuerte. Anchos hombros. Cabello revuelto. Abdominales marcados. Ojos azules. Intensosojos azules. Muy intensos… Sé lo de los abdominales porque está medio desnudo. Es un chulazo impresionante, esculpido y no apto para cardiacos. Y está medio desnudo.
Tiene una camisa blanca entre las manos y, aparentemente, le importa muy poco su estado de desnudez y mi ávida observación. Mientras lo observo, él sacude la camisa y se ciñe con ella los anchos hombros. Me doy cuenta de que me he quedado boquiabierta, pero no la cierro. En realidad, no puedo hacer nada porque mi cerebro es absolutamente incompetente. Los estímulos visuales son mucho más de lo que puedo asimilar. Poco a poco, él comienza a abrocharse los botones de la camisa, mientras que sus abdominales, sus pectorales y otros músculos de los que desconozco el nombre se tensan con cada movimiento. Ese hombre no parece haber salido del planeta Tierra. Entonces, de repente, lo comprendo todo.
–Usted es… el entretenimiento –murmuro lentamente. Estoy maravillada.
Guau. Bien por Simone. Quiero ser como ella cuando sea mayor.
Los largos dedos del hombre se detienen en el tercer botón empezando por abajo. Abre los ojos de par en par.
–Llega tarde –añado después de una incómoda pausa–, pero no importa. Aún no están con el postre. Están demasiado ocupadas hablando, pero usted las va a dejar sin palabras.
Silencio. Un silencio que no parece que vaya a interrumpirse en un futuro próximo.
El hombre está paralizado. La camisa a medio abrochar aún revela una amplia extensión de cuerpo musculado. Y yo siento que empiezo a ruborizarme.
–¿Algún problema? –preguntó. Parpadeo y una pequeña parte de mi cerebro reacciona. Estoy acostumbrada a solucionar problemas–. ¿Necesita ayuda o alguna otra cosa?
–Tuve que quitarme una mancha de la camisa con una esponja.
–¿Dónde? –preguntó, escudriñando la prenda. A mí me parece perfecta.
–Aquí.
Tengo que dar un paso al frente para ver dónde está la minúscula manchita.
–¡Vaya! Le aseguro que no se van a fijar en esto –comentó en tono jocoso–. Debería haberla mojado más –bromeo–. Así sería….
Al ver que él se tensa, doy un paso atrás y me aclaro la garganta.
–¿Sería…? –pregunta él, animándome a seguir.
Levanto los ojos hacia los de él y me pierdo en su mirada. Es guapo a rabiar. Por supuesto. Simone solo quiere lo mejor que pueda comprar con su dinero. Este hombre debe de cobrar un pastón por actuación.
–Creía que teníais camisas de esas especiales que se arrancan y esas cosas –murmuro sin saber qué decir. Trato de darme la vuelta, pero solo lo consigo a medias. Acabo de darme cuenta de que no lleva un traje de raso barato con velcro en los costados. Es lo mejor de lo mejor–. Esos botones son algo duros. ¿Es algo deliberado para que dure más la actuación?
–¿La actuación? –pregunta él con tono extrañado. Se pone de nuevo a abrocharse los botones.
Trato de contener el escalofrío que me recorre la espalda.
–Se trata de eso, ¿verdad? –digo, prácticamente tartamudeando–. Tomarse su tiempo, crear expectación…
«Cállate, Talia».
–Hmm…
Él asiente y echa mano a una americana negra de la que yo ni siquiera me había percatado y que está colgada de una estantería cercana. Entonces, saca una tira de seda del bolsillo. Sus ojos tienen un brillo que intensifica el temblor que me recorre todo el cuerpo.
–¿Me podría ayudar con la pajarita?
No me creo ni por un segundo que no sea capaz de atarse la pajarita, dado que se la va a quitar y poner montones de veces a lo largo de la noche.
–Es que no sé hacerlo sin un espejo –añade, probablemente para tranquilizarme.
–Por supuesto.
Doy un paso al frente y tomo la pajarita. Él es mucho más alto que yo y tengo que ponerme de puntillas. Está recién afeitado y su mandíbula es afilada y suave. Noto un ligero olor a canela. Sus ojos son muy azules y, sinceramente, se me olvida lo que tengo que hacer. Vacilo. Inmediatamente, me pone una mano en la cintura para sostenerme, pero el contacto tiene el efecto de una descarga eléctrica y me paraliza el corazón. Después, este empieza a latir a toda velocidad. Mi respiración también se acelera. Me parece también que la sensibilidad de mi piel se ha triplicado, porque estoy segura de que noto el calor de su cuerpo a través del vestido. Las piernas empiezan a temblarme y, de repente, no es solo una mano en la cintura, sino el brazo entero rodeándome la espalda hasta que quedo pegada contra su cuerpo. Me resulta super embarazoso, pero veo en sus ojos un brillo que me impide dar un paso atrás y admitir mi sufrimiento.
Los dedos se me aturullan. Me esfuerzo por recordar lo que se supone que debo hacer. Simone. La clienta que debería disfrutar de la mejor noche de su vida.
–Son bastante ruidosas, pero están muy animadas –balbuceo mientras anudo la pajarita–. La mayoría son mujeres. Es un cumpleaños, ¿sabe?
–Lo sé.
Claro, por supuesto que lo sabe. Es un profesional como la copa de un pino. Emana tranquilidad y seguridad en sí mismo. No se apresura. No me puedo resistir a respirar de nuevo su aroma para disfrutar de la canela. Su cabello tiene un aspecto ligeramente mojado.
Una oleada de deseo se apodera de mí. Estoy a punto de atragantarme. Este comportamiento no es propio de mí. Yo no miro así a los hombres. En realidad, prefiero evitarlos. Tengo otras prioridades. Además, no quiero arriesgarme a que descubran que he heredado el mal gusto que mi madre tiene con los hombres. Sin embargo, no puedo dejar de mirar, ni de apoyarme en él. Incluso le palmeo suavemente el torso cuando termino de abrocharle la pajarita.
–Ale, ya está. Va a hacer que se lo pase bien, ¿verdad? Simone es muy agradable.
–¿Que se lo pase bien? –parpadea él.
Parece que me resulta imposible apartar los dedos de su torso. La fuerza que emana de él es magnética. Instintivamente, separo los dedos y él se tensa un poco más. Estamos tan cerca… Es una locura. Consigo apartar la mirada de la de él, pero no de sus labios.
–¿He pasado la inspección? –murmura.
–Supongo… –admito mordiéndome el labio.
–¿Acaso no es usted la que está a cargo de todo esto?
Niego con la cabeza. En estos momentos, no estoy a cargo de nada. Esto es tan impropio de mí…
–Es mejor que vaya a…
–¿A qué? –pregunta él inclinándose un poco más hacia mí.
Consigo respirar, pero solo para oler de nuevo su aroma. Una vez más, soy incapaz de pensar.
–A hacer café. Hago mucho café, pero no importa. En realidad, me encanta hacer café.
Él asiente.
–A mí también me encanta mi trabajo.
–Me apuesto lo que sea a que se le da muy bien.
–Eso me han dicho, sí –afirma él con voz grave.
Debería dar un paso atrás, pero él no me suelta y yo me siento completamente inmovilizada. Los dos permanecemos inmóviles, en silencio, muy cerca. El corazón me late con tanta fuerza que estoy segura de que él es capaz de notarlo. Sonríe. Todo parece tan íntimo, tan fácil… No reconozco este sentimiento. Es como si hubiera atravesado un portal, en el que la calidez y la ligereza me envuelven y me provocan extrañas sensaciones en el vientre, sedosas y prohibidas. Esas sensaciones me envuelven como una cinta que me une aún más a él. No quiero que esto termine.
Oigo algo como un gruñido. Entonces, me doy cuenta de que he sido yo.
Estoy demasiado ocupada. Demasiado sola. Es necesario. Ava depende de mí. Kiri depende de mí. Igual que Simone. Y yo dependo de mí también, dado que no puedo depender de nadie más.
–Creo que no debería retrasarse más –digo firmemente.
–¿Le importa de verdad que ella se divierta?
–Sí, claro que sí. Y no solo porque lo ha pagado, sino porque es una persona muy agradable. El modo en el que personas como ella tratan a gente como usted y yo es muy revelador.
–¿Personas como ella?
–Personas con un nivel de riqueza obsceno –digo. Aparte de reservar todo el restaurante, Simone tiene el aspecto de una mujer acaudalada. Ropa cara, joyas relucientes. La mayoría de las personas ricas que he conocido están demasiado acostumbradas a conseguir lo que quieren. Suelen ignorar a las personas como yo o, en el peor de los casos, tratarnos como si fuéramos basura. Sea como sea, yo sé que no encajo en su mundo–. Pero ella es de las buenas.
–¿Qué quiere decir con eso de personas como usted y como yo?
–Supervivientes del sector servicios –respondo con una media sonrisa–. Ella se merece disfrutar de su noche –añado suavemente–. No le haga esperar más.
–Está bien –dice él, pero sin soltarme–. No le haré esperar…
En ese momento, tengo la descabellada sensación de que él va a besarme. Y lo más alocado de todo es que yo estaría dispuesta a permitírselo…
–¿Talia?
La voz de Kiri atraviesa la puerta.
–¿Las has encontrado?
Me tenso y vuelvo a la realidad con un sobresalto. Él da un paso atrás. El frío del almacén se desliza por el espacio que el brazo de él había ocupado sobre mi espalda. La pregunta de Kiri me hace recordar el motivo que me había llevado al almacén… Me froto los ojos para salir de mi sopor.
–Tengo que encontrarlas –digo, mientras comienzo a buscar a tientas, como si no viera bien, por los estantes del almacén.
–¿Por eso te has tenido que acercar tanto a mí? –exclama él con una carcajada–. ¿Porque no ves bien?
Yo me giro y lo miró fijamente, pero su sonrisa lo roba todo.
–Lo siento, corazón. No vas a tener suerte esta noche.
Con eso, se inclina hacia delante y me da un beso en la mejilla. Un contacto tan suave y rápido que me pregunto si me he imaginado el roce de sus labios.
No respondo. No puedo. Mi cerebro está hecho papilla.
Dain
No recuerdo quién soy ni por qué estoy aquí. Tampoco lo que se supone que tengo que hacer. Lo único que sé es que una esbelta camarera me ha animado a hacer un «buen trabajo» y lo único que yo quiero es darle placer de todas las maneras imaginables. Esa ansia llegó a ser tan abrumadora que le di un beso en la mejilla y sentí que mi cuerpo se tensaba como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Por suerte, recuperé el sentido común con la misma intensidad. Aun así, la miré durante un segundo más de lo debido. Tiene unos hermosos y grandes ojos castaños, como los de un ciervo. En realidad, me recuerda un poco a Bambi en general, con su esbelta constitución y su cabello negro y brillante. Apareció justo cuando estaba tratando de limpiar la mancha de tinta de la camisa y me ayudó a vestirme como si fuera una niñera, con ágiles dedos y dulce concentración. La mayoría de las mujeres me desnudan, pero ella me ayudó a hacer precisamente lo opuesto y ese fue uno de los instantes más sensuales de mi vida. Quién lo iba a decir.
Talia. Es un delicado nombre para la delicada criatura de la que ansío saborear mucho más que su nombre. El sexo es un placer íntimo que no me tomo demasiado en serio, pero debo admitir que es la primera vez que me confunden con un stripper. Si quiere, la desnudaré a ella y le quitaré aquel vestido negro. En realidad, quiero hacer mucho más que eso. Quiero oír cómo gime una vez más. Quiero que se deshaga contra mí.
Instantánea e intensamente.
La razón de una reacción tan fuerte podría ser que no me he dejado llevar últimamente por los placeres de la carne. El equilibrio entre trabajo y vida personal ha estado más desequilibrado que de costumbre. Sin embargo, ella está trabajando y no puedo seducirla. Además, está totalmente confundida sobre quién soy y la razón por la que estoy aquí. En estos momentos, me hace demasiada gracia esa confusión como para sacarla de su error.
Salgo del almacén y avanzo por el pasillo. Me dirijo hacia Simone, que está sentada en el centro de la fiesta. La mujer que hay a su lado se aparta para hacerme sitio.
–Se suponía que debías llegar hace horas –me reprende Simone mientras nos abrazamos–. Pero no me importa. Me alegro de que hayas venido –añade–. ¿Qué te ha retenido?
–La reunión se prolongó más de lo debido –miento–. Pero me perdonas, ¿verdad?
Simone sonríe.
–Si inviertes en mi proyecto, sabes que soy capaz de perdonarte cualquier cosa.
Mi sonrisa se vuelve algo tensa. Aunque Simone es como de la familia, quiere mi dinero. Como todo el mundo.
–Ya sabes que no puedo darte una respuesta sin ver los papeles.
–¿Siempre tienes que ser tan precavido, Dain? –pregunta ella suspirando dramáticamente.
–Siempre.
Los negocios son lo más importante, pero estoy en deuda con Simone. Esa es la razón por la que estoy aquí.
Mi familia lleva décadas en el negocio del desarrollo urbanístico. Mi tatarabuelo fundó la empresa y la llevó a un nivel de éxito que se vio casi totalmente destruido por el agrio divorcio de mis padres. Los dos destrozaron la empresa de la misma manera que destrozaron su matrimonio. Y a mí.
Por lo tanto, quedó en mis manos resucitar todo lo que pudiera de tanta destrucción. Gracias a Simone, pude cumplir la promesa que le hice a mi abuelo. Anzelotti es la mayor empresa constructora de apartamentos de lujo en Australia.
La expansión a Nueva Zelanda no era una prioridad, pero Simone lleva dos años animándome a que invierta aquí. Su fiesta de cumpleaños fue en parte un acto deliberado para atraerme a Queenstown. A mí no me importó ceder a su capricho, pero, en este momento, me siento distraído porque Talia ha entrado en la sala. Sí. Ella está al mando. Es muy eficiente. Necesita muy poco para lograr la máxima eficiencia. Me alegra ver que se percata de mi presencia. No tarda ni dos segundos en verme sentado junto a Simone. Su rostro reacciona brevemente antes de adquirir una máscara totalmente profesional. Se acerca inmediatamente. Y yo encantado.
–¿Está todo a su gusto, Simone? –pregunta.
No me mira mientras Simone responde afirmativamente. Yo no me puedo resistir a meterme con ella.
–He oído que ya ha llegado el espectáculo… ¿O acaso estoy equivocado?
Ella se sonroja y me mira algo amenazadoramente.
–Iré a averiguarlo y se lo confirmaré en cuanto pueda.
No puedo evitar una carcajada y luego cuento los segundos hasta que ella regresa.
–Según me han dicho, falta ya muy poco para que llegue el cantante –dice.
–¿Cantante? ¿No era un bailarín?
–No –replica ella con una tensa sonrisa.