Un artista del trapecio - Franz Kafka - E-Book

Un artista del trapecio E-Book

Franz kafka

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Beschreibung

Los personajes de Kafka que protagonizan "Un artista del trapecio" y "Un artista del hambre" son criaturas excepcionales que dominan sus habilidades hasta lograr perfección en sus disciplinas. Ambos ponen en peligro sus vidas con tal de lograr el arte, ambos eligen una vida fuera del mundo para consagrarse, tanto uno como otro encuentran en su actividad el sentido. ¿Pero qué son el trapecio y el hambre, realmente? Kafka ofrece en estas historias extraordinarias una nueva muestra de su genio lleno de originales metáforas sobre la desesperación y el absurdo.

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Seitenzahl: 25

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Inhalt

Un artista del hambre

Un artista del trapecio

Un artista del hambre

En los últimos decenios, el interés por los ayunadores ha disminuido muchísimo. Antes era un buen negocio organizar grandes exhibiciones de este género como espectáculo independiente, cosa que hoy, en cambio, es totalmente imposible. Eran otros tiempos. Entonces, toda la ciudad se ocupaba del ayunador; aumentaba su interés por cada día de ayuno; todos querían verlo al menos una vez al día; en las últimas etapas del ayuno no faltaba quien estuviera días enteros sentado ante la pequeña jaula del ayunador; había, además, exhibiciones nocturnas, cuyo efecto era realzado por medio de antorchas; en los días buenos, se sacaba la jaula al aire libre, y era entonces cuando les mostraban el ayunador a los niños. Para los adultos aquello solía no ser más que una broma, en la que tomaban parte, medio por moda; pero los niños, tomados de las manos por prudencia, miraban asombrados y boquiabiertos a aquel hombre pálido, con camiseta oscura, de costillas salientes, que, desdeñando un asiento, permanecía tendido en la paja esparcida por el suelo, y saludaba, a veces, cortésmente o respondía con forzada sonrisa a las preguntas que se le dirigían o sacaba, quizá, un brazo por entre los barrotes para hacer notar su delgadez, y volvía después a sumirse en su propio interior, sin preocuparse de nadie ni de nada, ni siquiera de la marcha del reloj, para él tan importante, única pieza de mobiliario que se veía en su jaula. Entonces se quedaba mirando al vacío, delante de sí, con ojos entrecerrados, y sólo de cuando en cuando bebía en un diminuto vaso un sorbito de agua para humedecerse los labios.

Aparte de los espectadores que sin cesar se renovaban, había allí vigilantes permanentes, designados por el público (quienes, y no deja de ser curioso, solían ser carniceros); siempre debían estar tres al mismo tiempo, y tenían la misión de observar día y noche al ayunador para evitar que, por cualquier recóndito método, pudiera alimentarse. Pero esto era sólo una formalidad introducida para tranquilidad de las masas, pues los iniciados sabían muy bien que el ayunador, durante el tiempo del ayuno, en ninguna circunstancia, ni aun a la fuerza, tomaría la más mínima porción de alimento; el honor de su profesión se lo prohibía.

A decir verdad, no todos los vigilantes eran capaces de comprender tal cosa; muchas veces había grupos de vigilantes nocturnos que ejercían su vigilancia muy débilmente, se juntaban adrede en cualquier rincón y allí se sumían en los lances de un juego de cartas con la manifiesta intención de otorgar al ayunador un pequeño respiro, durante el cual, a su modo de ver, podría sacar secretas provisiones, no se sabía de dónde. Nada atormentaba tanto al ayunador como tales vigilantes; lo atribulaban; le hacían espantosamente difícil su ayuno. A veces, se sobreponía a su debilidad y cantaba durante todo el tiempo que duraba aquella guardia mientras le quedara aliento, para mostrar a aquella gente la injusticia de sus sospechas. Pero de poco le servía, porque entonces se admiraban de su habilidad que hasta le permitía comer mientras cantaba.