Un asunto tenebroso - Honoré de Balzac - E-Book

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Honore de Balzac

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Beschreibung

Dentro de "La comedia humana", una serie narrativa que ha pasado a la historia como la "catedral" del realismo en literatura, destaca, por calidad e importancia, Un asunto tenebroso. Agrupada junto con otras narraciones entre las "escenas de la vida política", pertenece a una etapa de sólida madurez de Balzac y disecciona habilidosamente una historia de trasfondo político y desmanes policiacos, por lo que a menudo se la ha considerado la primera novela del género negro en Francia.

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Seitenzahl: 649

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Honoré de Balzac

Un asunto tenebroso

Edición de Mauro Armiño

Traducción de Mauro Armiño

Índice

INTRODUCCIÓN

Esbozo de una vida

La Comedia humana

La reaparición de personajes

Un asunto tenebroso

Fuentes para Un asunto tenebroso

Telón de fondo: la Historia

«El vicio apoyado en el brazo del crimen»

Personajes de Un asunto tenebroso

Un asunto tenebroso: novela histórica

La conspiración de Cadoudal

La conspiración de Fouché: el secuestro del senador

De la novela policiaca a la novela judicial

Un asunto tenebroso: novela política, histórica, policiaca, sentimental

ESTA EDICIÓN

BIBLIOGRAFÍA

CRONOLOGÍA

UN ASUNTO TENEBROSO

CAPÍTULO I. Las tribulaciones de la policía

CAPÍTULO II. Revancha de Corentin

CAPÍTULO III. Un proceso político bajo el Imperio

CONCLUSIÓN

APÉNDICE

Prefacio de la primera edición1843

Un asunto secreto

Marcel Proust El affaire Lemoine en una novela de Balzac

CRÉDITOS

INTRODUCCIÓN

ESBOZO DE UNA VIDA

Pocas cosas hay tan dispares como la abundante y movida acción que describe La Comedia humana y la biografía de Honoré de Balzac, su autor, un buen burgués con pretensiones nobiliarias (no tarda mucho en añadir ese de al apellido) cuya existencia apenas tiene altibajos o hechos de relieve, salvo la acumulación de deudas por caprichos aristocratizantes o desastres comerciales relacionados con la imprenta o la prensa, y la gestación de esa serie narrativa que ha quedado como la «catedral» del realismo en literatura. Honoré de Balzac había nacido en Tours, capital de provincia a 240 km de París, en 1799, de un padre que había pasado la cincuentena, bien situado en el seno de la burguesía provinciana, y de una joven de veintiún años que, además, fue madre de otras dos niñas y de un segundo varón, de paternidad atribuida al dueño del castillo de Saché, Jean Margonne, a quien precisamente está dedicada Un asunto tenebroso. El dato, que en principio parece carecer de importancia, la tuvo: el hijo del amor ilegítimo fue el preferido de la madre, que hizo educar a Honoré lejos; Madame de Balzac no solo no vivió nunca prácticamente con él, sino que, hasta su muerte, se comportó con tacañería y dureza hacia el novelista. «Nunca tuve madre», escribirá Balzac a los cuarenta y siete años.

De pensionado en pensionado —en ocho años solo verá en tres ocasiones a sus padres—, y una vez acabados sus estudios secundarios en 1816, el joven Balzac se traslada a París y empieza a trabajar, mientras estudia Derecho, como pasante en un bufete de abogado y algo más tarde en el despacho de un notario; ese periodo de poco más de dos años dejará múltiples huellas en La Comedia humana: por esa experiencia vivida están cortados los notarios, leguleyos, pasantes, clientes y el mundo judicial que asoma en la mayoría de sus novelas; y también resonarán en ella los dramas familiares que se confiesan en ese tipo de bufetes: «Al oír a la gente, sentía su miseria sobre mi espalda, caminaba con los pies en sus zapatos agujereados; sus deseos, sus necesidades, todo pasaba a mi alma, o mi alma pasaba a la suya. Era el sueño de un hombre despierto».

Pero, además de estudiar Derecho e introducirse en ese mundo, Balzac decidió en 1819 alquilar una buhardilla cerca del Luxembourg para tratar de abrirse camino como autor de teatro; en 1820, a los cinco años de su llegada a la gran ciudad para vivir como pensionista en la institución Ganser, ve fracasados sus denodados esfuerzos para que suba a los escenarios su tragedia, en versos alejandrinos, Cromwell1. Instalado junto a su familia en Villeparisis, a casi una treintena de kilómetros de París, se lanza a la escritura de novelas históricas tratando de seguir el modelo propuesto por Walter Scott —y en menor medida del norteamericano Fenimore Cooper, calcando incluso su técnica (Agathise, Clotilde de Lusignan, Le Vicaire des Ardennes)— y firmándolas con el pseudónimo de Honoré de Saint-Aubin, o R’Hoone (anagrama de Honoré), y que no tardarán en parecerle cochonneries (porquerías), según escribe a su hermana Laure de Surville. Pero evoluciona rápidamente hacia la novela de costumbres porque, en su opinión, piratas, tramas orientales o españoles empezaban a aburrir al público. Ni siquiera Los chuanes, la primera obra firmada con su nombre en 1829 se salvará más tarde de algún dicterio. También publica algunos tratados bajo anonimato.

Ahí, en Villeparisis, y en 1822, conocerá en la casa familiar a Laure de Berny2, «la Dilecta», que le dobla la edad y que desempeñó con el escritor en ciernes varios papeles, desde el de madre al de amiga, pasando por el de prestamista en los momentos de apuros económicos de Balzac, y el de amante, durante quince años de relación, hasta 1836, fecha en que la Dilecta muere. «La persona que he perdido era más que una madre, más que una amiga, más que toda criatura puede ser para otra. (...) Me había apoyado de palabra, de acción, de abnegación, durante las grandes tormentas. Si yo vivo, es por ella. Lo era todo para mí», escribirá en su correspondencia. Una novela dejará delicada constancia de esa pasión: El lirio en el valle (1836), novela epistolar de iniciación sentimental, relata la historia de amor vehemente y a la vez platónico entre Félix de Vandenesse y la virtuosa condesa Henriette de Mortsauf, quien empieza a desmejorar y a debilitarse hasta morir cuando se entera de la relación de Félix con lady Dudley, su amante inglesa.

Son pocos los datos que podríamos calificar de peripecias notables en su existencia, salvo el de sus publicaciones constantes, abundantes: un intento de convertirse en escritor en 1826, que fracasa; una intensa vida social por los salones de moda, y el conocimiento, al principio solo postal, de una condesa nacida en Polonia (anexionada en ese momento a Rusia), Ewelina o Eva Hanska, emparentada en grado de prima biznieta con María Leczinska, esposa de Luis XV, y casada con un noble terrateniente también polaco; tampoco carecerán de atractivo para Balzac las altas relaciones de la hermana de Mme. Hanska, Karolina Rzewuska (1795-1885), con escritores como Alexander Pushkin o Adam Mickiewicz (el poeta nacional polaco), y con el general zarista Iván Ossipovitch Witt encargado de aplicar la ley marcial en Polonia y que la utilizará como espía entre los rebeldes polacos; mal pagada por sus servicios por el zar, Karolina se instalará en París en 1836 frecuentando los salones literarios para terminar convertida en esposa del escritor Jules Lacroix. Será Mme. Hanska quien, por juego con sus damas de compañía, dirija al escritor en 1832 una primera carta admirativa a la que no tarda en responder Balzac con entusiasmo romántico, sin haberla visto ni conocer su edad o cualquiera otra circunstancia personal. Dos años más tarde, se encuentra por primera vez con ella en Neuchâtel; poco después vuelve a verla en Ginebra. El 20 de enero de 1834 será para el novelista «el día inolvidable».

Cuando la Dilecta muere en 1836, Balzac está de viaje por Italia en compañía de Ewelina Hanska y su marido; se declara entonces locamente enamorado de esta mujer; cinco años más tarde fallece el conde Hanska, y, a partir de ese momento, Balzac empieza a pensar en un matrimonio con la condesa a la que no ha visto desde ese viaje, es decir, desde hace siete años. La encuentra, muy deteriorada, en 1843, durante una estancia en San Petersburgo. Pasa el tiempo, y, mientras desde París escribe a diario —en total, las cartas a su amada ascienden a cuatrocientas catorce desde 1832— a Mme. Hanska, Balzac sigue apostando por un matrimonio que animan frecuentes viajes con ella por distintos países de Europa. Cuando vuelven a encontrarse en Italia en 1846, la boda tan deseada por el escritor queda acordada: no se hará realidad hasta 1850, pocos meses antes de la muerte de Balzac3.

Hasta ese momento, Balzac se dedicará a escribir frenéticamente mientras a su lado pasa la Historia; lo único que puede anotarse en un esbozo biográfico sumario es su reacción negativa a los sucesos revolucionarios de 1848 en París, que se producen cuando Balzac está en Ucrania, en Wierzchownia, donde reside Mme. Hanska. Estos acontecimientos, además de ser contrarios a su ideología monárquica y conservadora, retrasaban sus planes tanto matrimoniales como literarios. Enfermo, deprimido y desanimado, vivirá hasta finales de ese año citado en Ucrania, de donde regresa al siguiente.

El 14 de mayo de 1850 se casa por fin con Mme. Hanska, con la que acaba de llegar a Francia tras un viaje agotador. Su estado de salud se agrava por una hipertrofia del corazón; irreconocible y postrado en el lecho, termina muriendo tres meses más tarde, el 18 de agosto. Las circunstancias de la muerte no dejarán de dar pie a un texto que dejaba en mal lugar a la esposa. En su ensayo póstumo Balzac. La novela de una vida, Stefan Zweig ficciona una escena que había sido soterrada para no ofender la honra de la ahora Mme. Balzac, a partir del texto que el novelista Octave Mirbeau (1848-1917) incluyó en el relato de un viaje en automóvil, La 628-E8 (1907): en el último de los capítulos dedicados al novelista, «La muerte de Balzac», Mirbeau recoge las confidencias que le habría hecho el pintor Jean Gigoux (1806-1894), quien conviviría con la viuda Balzac, y que habría sido su amante en vida del novelista, incluso mientras este agonizaba en la habitación de al lado. Anna Hanska (1828-1915), hija ya única del primer matrimonio de la viuda de Balzac, se había enterado por la prensa, desde su retiro en el convento parisino de las Dames de la Croix, del contenido del capítulo, y escribió a Mirbeau para que no hiciera público algo que ofendía el honor de su madre. El autor de El jardín de los suplicios aceptó el ruego —publicaría el texto completo en 1918, una vez fallecida esa hija— aduciendo respeto por la religiosa que salía en defensa del honor de su antecesora, pero en realidad temiendo, sobre todo, la incautación del libro y una demanda por difamación que habría terminado en condena, ya que no disponía de prueba alguna y Gigoux estaba muerto desde hacía casi un cuarto de siglo. Zweig sitúa en ese 18 de agosto de 1850 a un Victor Hugo que pasa esa mañana —en realidad la visita se produjo el día anterior— por casa del novelista, al que encuentra inconsciente; los criados lo llevan hasta el cuarto donde el cadáver de Balzac aún tenía los ojos abiertos; el autor de Los Miserables se los habría cerrado (según ficciona Zweig) después de preguntar por la esposa; los criados, con significativos gestos, señalaron la puerta del cuarto de al lado, donde la mujer con la que Balzac se había casado, tras años de ruegos y pago de deudas de la aristócrata, había pasado la noche en compañía de Jean Gigoux, según confidencia de este a Mirbeau.

Se cumplía así, en carne propia, una de las características más subrayadas en La Comedia humana: la esencia del ser humano raya en lo peor y en lo mejor, se eleva hasta alturas sublimes (Papá Goriot) y se hunde en abismos de infamia en personajes como las hijas de ese mismo Goriot; un personaje de esa novela, Eugène de Rastignac, paga la mortaja del buen Goriot como precio a la iniciación en la vida; de lo que sus ojos han visto deduce que la familia es un fraude y la rebeldía un imposible; de ahí que opte por la lucha, que es la ley de la sociedad mundana, muy parecida a la ley de la selva. Desde lo alto del cementerio del Père Lachaise, Rastignac contemplará París, y, armado de las vilezas que ha visto, lanza un reto a la sociedad: «Ahora, [París], nos toca a nosotros dos».

«LA COMEDIA HUMANA»

Eso será La Comedia humana: el desafío de un escritor a una sociedad cuyos entresijos rebuscó en todas partes para pintar malvados que, como Vautrin, «el gato de un arribista», según apostilla el narrador con ironía chirriante, guerrean contra la sociedad ocultos bajo distintos disfraces y nombres; esas encarnaciones del mal manejan y manipulan a jóvenes ambiciosos como Eugène de Rastignac o Lucien de Rubempré, dotándolos deuna voluntad de lucha apoyada en el cinismo que llegará a lo más alto en Ilusiones perdidas; a usureros apasionados por el oro como Jean-Esther Gobseck (Gobseck), a banqueros capaces de vender su alma al diablo como los Nucingen (La casa Nucingen), a militares que vuelven de la muerte para encontrar a la esposa casada, ya olvidada del viejo amor porque ahora son las finanzas las que mueven la sociedad (El coronel Chabert); la lista de oscuros personajes atractivos como tales para el mundo que los rodea y para el lector sobrepasa el centenar. En última instancia, Balzac es el autor de un fresco que, por intensidad y extensión, solo tiene en la Ilíada y en la Odisea —mundos completos y cerrados— algo comparable.

Porque, en 1830, cuando aún solo había publicado algunas novelas de juventud firmadas con pseudónimo, Balzac hace una primera tentativa de contemplar el mundo como un conjunto y advertir a sus lectores que, entre sus obras, existía una unidad de intención: en esa fecha publica en dos volúmenes seis relatos bajo el título de Escenas de la vida privada, obra a la que dos años más tarde se sumaban dos volúmenes más. Pero faltan todavía ocho años para que, en una carta de 1840 a Mme. Hanska, aparezca por primera vez el título La Comedia humana: la visión es vasta, la panorámica abarca todo tipo de personas, desde las normales a las esperpénticas, de la vida francesa; la intención, evidente: el novelista quiere pintar un gran fresco, toda la sociedad, desde las alturas aristocráticas a los ínfimos y pobres diablos, todo ha de pasar bajo su pluma. Un año más tarde firma un contrato con cuatro editores reunidos para financiar la gigantesca empresa; los primeros volúmenes van rehaciendo títulos ya publicados, en los que el autor repite personajes, entrevera acciones, aúna lazos de parentesco entre los protagonistas y los personajes secundarios, además de redactar un «Catálogo de las obras que contendrá La Comedia humana», que no tardará en modificar, y tampoco podrá llevar a término.

Una tarde de 1833, cuando Balzac se disponía a iniciar la escritura de Papá Goriot, llega sin aliento a casa de su hermana Laure de Surville: «He encontrado una idea maravillosa. Seré un hombre de genio». Acababa de vislumbrar la idea de «la catedral», y, sobre todo, el mecanismo que iba a permitirle la reconstrucción de la sociedad a través de una ficción que se pretendía calco de la vida. Es al año siguiente, mientras escribe esa novela, cuando perfila y completa el plan arquitectónico. Poco después de que, en 1833, firme el contrato de Estudios de costumbres en el siglo XIX, Balzac asegura por carta a Mme. Hanska que, a partir de un denominador común, agruparía su obra publicada y la futura en tres apartados para tratar de explicar los efectos, las causas y los principios que rigen y mueven la sociedad: estudios de costumbres, estudios filosóficos y estudios analíticos, que iban a obligarle a trabajar como un forzado de la pluma «desde las doce de la noche a las doce del mediodía (...). De las doce del mediodía a las cuatro de la tarde corrijo mis galeradas; a las cinco ceno, y a las cinco y media estoy en la cama y a las doce de la noche me levanto de nuevo».

En la abundante correspondencia con Ewelina Hanska —cuatrocientas catorce cartas desde 1832—, Balzac detalla buena parte de su día a día de trabajo y los tiempos que prácticamente le cuesta cada novela del periodo. Por ellas sabemos que en 1834 empieza a pensar en una novedad narrativa: la reaparición de personajes de una obra en otras para intentar trazar la inextricable red de la vida social tal como la ve. Papá Goriot inaugura en esa fecha el procedimiento, que terminará deteniendo su trabajo creativo para, una vez «inventada» La Comedia humana, revise lo publicado hasta entonces, reforzando la acción y subrayando los nombres que más tarde aparecerán como simples comparsas de la acción o cobrarán fuerza hasta el punto de convertirse en actores principales de una trama.

Tiene Balzac en ese momento treinta y cinco años; escribe desde hace veinte y desde hace doce publica una obra dispersa que parece orientarse en muchas direcciones: desde ensayos sobre el matrimonio a cuentos filosóficos de tramas que en ocasiones pertenecen al género fantástico, entonces naciente, a novelas descriptivas de la vida burguesa, o a narraciones sentimentales sobre el fracaso de un amor. Le faltaba proyectar una red de analogías en la luminosa idea de que todos sus personajes integrasen un solo libro, como distintas facetas, «capillas», de un edificio múltiple y único: la descripción de la sociedad. Tendrá un discípulo, por más que sean tan distintos su estilo y la forma de entrometerse en la índole íntima de los personajes: Marcel Proust también concibe A la busca del tiempo perdido como una catedral con distintas capillas laterales.

El primer paso lo da, como se ha dicho, en 1834, cuando reúne las novelas y los relatos ya publicados bajo un título más amplio, Estudios de costumbres, formado por varias subdivisiones: la primera de ellas, Escenas de la vida privada, ya había englobado en 1830 seis textos narrativos, a los que se sumarán otros veintiséis títulos hasta 1845; pero desde esa fecha de 1834 van surgiendo en su cabeza nuevos agrupamientos con distintos marbetes en los que, además de lo ya publicado, va insertándose, según su categoría, la obra en marcha: Escenas de la vida de provincias, Escenas de la vida parisina, Escenas de la vida política, Escenas de la vida militar, Escenas de la vida de campo; más tarde,a los Estudios de costumbres vendrán a añadirse los Estudios filosóficos y los Estudios analíticos para completar el programa que el autor propone en su prólogo a La Comedia humana. El término estudios no debe llevar a engaño: los veinte títulos de los filosóficos encierran textos narrativos, sobre todo relatos. Los analíticos, en cambio, sí merecen ese calificativo, por reunir breves ensayos sobre aspectos como el matrimonio, la elegancia o los excitantes modernos. Un asunto tenebroso quedará incluido dentro de las Escenas de la vida política, que lleva como subtítulo, y a las que iban a pertenecer, además de El diputado de Arcis, los relatos cortos Z. Marcas y Una pasión en el desierto.

La reaparición de personajes

En 1841, cuando Balzac publica Une ténébreuse affaire el sistema ya está en marcha, y la unidad de composición de la que se reclama en el citado prólogo a La Comedia humana —fechado menos de un año después, en junio de 1842— está prácticamente perfeccionada; tres años más tarde, cuando esa Comedia humana ya ocupe un espacio en la historia de la novela francesa, Balzac ha escrito prácticamente toda su obra. El análisis de la estructura social convertido en lupa de aumento preside la acción narrativa, y la pone bajo la advocación de Dante, cuyo título Divina Comedia4 utiliza no solo como contra-título, sino como contra-visión del mundo; la teología que preside la obra del poeta italiano va a ser sustituida por un tipo de análisis que podría suscribir el naturalista Buffon (1707-1788), a quien Balzac cita expresamente en una carta de 1839: los ensayos sobre anatomía comparada física del autor de la Historia natural, así como los del zoólogo y anatomista Georges Cuvier (1769-1832), sugieren y cimentan el empleo de una «anatomía comparada moral» que sirva al estudio de las sociedades: «Para el alma, como para el cuerpo, un detalle lleva lógicamente al conjunto en el que el detalle pueda explicar el conjunto».

Tras muchos avatares, ediciones y reediciones ajustadas al proyecto definitivo, del total de los ciento treinta y siete títulos previstos, en el momento del fallecimiento del autor se habían editado noventa y seis, concluidos en menos de veinte años —1829-1848—, y en sus cajones había cuarenta y ocho novelas más, esbozadas o en proyecto. El propio autor se daba cuenta de la grandeza de su propósito, hasta el punto de exaltarse con el programa y escribir a Mme. Hanska: «Cuatro hombres habrán tenido una vida inmensa: Napoleón, Cuvier, O’Connell5, y yo quiero ser el cuarto. El primero vivió la vida de Europa; ¡se inoculó de los ejércitos! ¡El segundo abarcó el globo! ¡El tercero encarnó en sí a un pueblo! Yo habré llevado una sociedad entera en mi cabeza»6. Y en otra carta de 1845 a una vieja amiga establece una comparación: «Usted no puede figurarse lo que es La Comedia humana: es más vasta literariamente hablando que la catedral de Bourges arquitectónicamente».

Félix Davin, amigo y prologuista de la Introducción a los Estudios de costumbres del siglo XIX, subraya la idea de Balzac de la reaparición de personajes que el novelista inicia en 1836:

Recientemente se ha dado un gran paso. Al ver reaparecer en Papá Goriot algunos de los personajes ya creados, el público ha comprendido una de las intenciones más audaces del autor, la de dar vida y movimiento a todo un mundo ficticio cuyos personajes tal vez subsistan todavía, mientras que la mayor parte de los modelos «estarán muertos u olvidados».

Entre los críticos a los que esas reapariciones desagradaron estuvo sobre todo el también novelista Charles-Augustin Sainte-Beuve (1804-1869), cuya teoría crítica pretendía explicar la obra a partir de las aptitudes y cualidades de los autores. Mediante ese método, Sainte-Beuve llegó a elogiar a escritores de menor cuantía y a condenar no solo a Victor Hugo7, Balzac, parte de Flaubert, o Stendhal, sino a poetas como Musset o Baudelaire. El comentario del famoso crítico sobre esa reaparición de personajes resulta categórico, punto de partida para él de lo que calificó como «literatura industrial»:

Gracias a esa multitud de biografías secundarias que se prolongan, vuelven y se entrecruzan sin cesar, la serie de los Estudios de costumbres del señor de Balzac termina por parecerse al inextricable laberinto de los corredores de ciertas minas o catacumbas. Uno se pierde en ellas, y no se vuelve, o, si se vuelve, no aporta nada distinto (Premiers lundis, 1838).

La preeminencia de este icono de la crítica se prolongó en Francia desde 1870 hasta mediados del siglo XX, pese a que Marcel Proust, el primero en hacerlo, ya había rechazado ese punto de partida para los juicios literarios8, haciendo de la obra el objeto único de la tarea de la crítica9; las teorías de los formalistas rusos a principios del siglo XX y de ensayistas como Ernst Robert Curtius y Leo Spitzer condenaron de manera definitiva el método propuesto por Sainte-Beuve.

«UN ASUNTO TENEBROSO»

En 1841, cuando Balzac publica Une ténébreuse affaire el sistema de reaparición de personajes ya está en marcha, y la unidad de composición de la que se reclama en el prólogo a La Comedia humana —fechado menos de un año más tarde, en junio de 1842— ha perfeccionado el proyecto; tres años después, Balzac ha escrito prácticamente toda su Comedia. El primer borrador de esta novela llevaba por título «La elección en provincias. Historia de 1838»; pero en la correspondencia balzaquiana varía a medida que la escribe: primero se convierte en «Una elección en Champaña», y más tarde en «Un ambicioso a su pesar. Historia de 1939». La aparición de Une ténébreuse affaire en veinticinco folletones del periódico Le Commerce, «Journal politique et littéraire», del 15 de enero al 20 de febrero de 1841, solo debe considerarse un esbozo del texto definitivo que conocemos; en esa publicación, la novela consta de sesenta hojas y se divide en veinte capítulos, todos ellos titulados; al mes siguiente de su final en Le Commerce, y mientras preparaba la edición en volumen con los editores Souverain y Lecou, la carta de un abogado, Frantz, proponiendo a Balzac entrevistarse con el coronel Viriot —con el grado de capitán, había participado en uno de los affaires que constituyen el núcleo de la novela—, permitió a Balzac escribir un prefacio explicativo que acompañó a la primera edición en volumen10; su aparición se retrasó por razones que se han atribuido a una crisis de librería de novedades de los editores Souverain y Lecou, y a la competencia de la novela-folletón; la prisa de Balzac quedaba más que justificada porque las prensas belgas habían empezado a reproducir desde el primer momento, en dos ediciones piratas, el texto de Le Commerce; además, en ese mismo año de 1841 había aparecido una traducción alemana. Las presiones de Balzac, que corrigió pruebas en enero-febrero de 1842 y añadió, además del prefacio aludido, la dedicatoria al señor de Margonne, exigiendo al editor su aparición, dieron por resultado que la novela estuviese impresa en junio de 1842; Balzac pide en ese momento ejemplares para Mme. Hanska, para el señor de Margonne y para él mismo; pero aún se necesitaría casi un año más para que se pusiera a la venta en librerías, el 1 de marzo de 1843, con abundantes añadidos, y una división en tres partes y veintidós capítulos titulados, con algunas modificaciones leves; en total, Balzac casi triplica el texto de la primera publicación desarrollando adiciones y amplificaciones, sobre todo en las partes de las intrigas policial y judicial de la trama, solo esbozadas en Le Commerce11. Entre las escenas nuevas figuran el inicio de la novela, con Michu vigilado por Corentin y Peyrade, y el episodio de Napoleón en Jena. La edición definitiva tendrá que esperar todavía tres años, en 1846, incluida ahora en el tomo XII de La Comédie humaine editada porCharles Furne (1794-1859), que había creado expresamente una sociedad para publicar la «catedral» balzaquiana. Figura ahí, sin añadidos respecto a la anterior inmediata, salvo algunos retoques en el apartado que sitúa a Napoleón en plena dirección de la batalla de Jena, dentro de la serie de «Escenas de la vida política», subtítulo que ya había dado al primer manuscrito y con el que Le Commerce la había publicado, a continuación del relato breve Un episodio bajo el terror;en esta forma definitiva, Un asunto tenebroso queda dividida en tres partes o capítulos —en vez de los veintidós originales12, al parecer por cuestiones de espacio y ahorro por parte de la editorial—, a los que se suma el prefacio citado y una «Conclusión».

De la primera versión de Le Commerce a la del tomo XII de La Comédie humaine (1846) de Furne, pasando por la edición de Souverain, el texto no solo crece considerablemente, como es habitual en Balzac, sino que experimenta cambios de gran calado, como el desplazamiento al final de lo que era el capítulo I, que explica los misterios y secretos de la conspiración de Fouché, Talleyrand, Carnot, Sieyès y un convencional que todavía no lleva el nombre de Malin de Gondreville, contra Napoleón, con un objetivo: aclarar y razonar las intenciones de la materia narrada; por otro lado, el desarrollo y los añadidos realizados por el novelista, sobre todo en pruebas, alteran el contenido último de la obra: de ser un asunto urdido sobre un hecho político, con un pie en datos históricos fehacientes, la narración pasa a primar elementos novelescos como la entrevista de Laurence de Cinq-Cygne con Napoleón, que presenta al lector a Roustan Raza (1781-1845), el famoso mameluco, sombra del Primer Cónsul, o como la aparición de Peyrade, totalmente nuevos, y a desarrollar el papel que en la trama desempeñan personajes como Michu o Corentin13.

Balzac idea la primera versión de Un asunto tenebroso cuando, en 1839, durante la redacción de El diputado de Arcis, siente la dificultad de comprensión de los hechos sin antes remontarse a sus causas; deja entonces de lado esta novela, que quedará inconclusa y se publicará póstuma en 185414, para volcarse en la búsqueda de una trama y de un telón de fondo que ayuden a la comprensión de unas intrigas de carácter político que tienen como escenario la pequeña y ficticia ciudad de provincias de Arcis-sur-Aube, y como eje la lucha por el poder de dos partidos enfrentados y sus dos candidatos. Reaparecen en ella personajes claves de La Comedia humana, porque ese poder de provincias inquieta e interesa en París: Eugène de Rastignac, la marquesa de Espard —que también figuran en el último capítulo de Un asunto tenebroso—, el barón de Nucingen, y, sobre todo, Maxime de Trailles, el «príncipe de los malos sujetos de París», viejo conocido cuyas fechorías recorren diversas novelas de La Comedia humana(César Birotteau, Papá Goriot)... Las intrigas obligarán al diputado electo a abandonar el cargo en favor de Maxime de Trailles, miembro de la sociedad secreta de los Trece (Historia de los Trece, 1833-1839), un elegante que reina en los salones y en cuyos brazos caen desde reinas de París, como Diane de Maufrigneuse o Delphine de Nucingen, a prostitutas como Sarah van Gobseck, la «Bella holandesa», a la que arruina. Y no solo conseguirá para el partido de Luis Felipe y su «república de propietarios» un escaño, sino que, para sí mismo, logra la herencia de Gondreville —clave en Un asunto tenebroso— a través de Cécile de Beauvisage, hija del colono Beauvisage, al que, en la narración, Michu había vendido sus tierras y que debía su fortuna durante el Imperio a Malin de Gondreville; la espléndida dote que Cécile aporta al matrimonio con Maxime de Trailles no proviene, sin embargo, de los Beauvisage, sino del vizconde de Chargebœuf, padre real de la joven, apasionada por los fastos y los salones como sabemos por una novela anterior, Béatrix (1839). Los antiguos colonos servidores de la nobleza han conseguido treinta años más tarde unirse a ella y crear una burguesía terrateniente en la que la sangre de los antiguos nobles se diluye en la de los nuevos propietarios salidos de la gleba. El arribismo político se complementa con los intereses económicos del personaje capital que es Maxime de Trailles en La Comedia humana.

Han pasado casi cuatro décadas entre las tramas de Un asunto tenebroso y El diputado de Arcis, por lo que, para dar continuidad a su Comedia humana, en esta última reaparecen esos personajes supervivientes de la primera como Malin de Gondreville o Mme. de Grévin, y los descendientes de los Michu, Guiguet, Violette, los Cinq-Cygne, Simeuse, etc.; todos ellos encarnan a grupos políticos de Arcis, con la carga de un pasado propio o de sus ascendientes en la trama. Esa articulación y ensamblaje de protagonistas verá en la «Conclusión» de Un asunto tenebroso la defensa del proyecto que Balzac está poniendo en práctica desde hace casi una década: en el salón de la princesa de Cadignan varios protagonistas de otras novelas de La Comedia humana, Henri de Marsay, Eugène de Rastignac, la marquesa d’Espard o Daniel d’Arthez se encargan de desvelar, treinta años más tarde, durante la Monarquía de Julio, la operación político-policiaca que provocó el secuestro real del senador Clément de Ris en 1800, que en la ficción se convierte en 1806.

Fuentes para «Un asunto tenebroso»

En Un asunto tenebroso Balzac rebasa los límites de los subgéneros narrativos —policiaco, histórico, político— fundiéndolos en una trama que los aúna y transciende a la vez. La mezcla de sucesos reales —el secuestro de un senador, la conspiración del gobierno dejado en París por Napoleón en vísperas de la batalla de Marengo— teje una urdimbre a veces confusa por pertenecer a épocas distintas: 4 a 13 de junio de 1800, cuando Fouché maquina la conspiración contra Bonaparte en vísperas de Marengo, y su secuela: el secuestro del senador Clément de Ris, que Balzac traslada en el tiempo para que coincida con la conspiración de Polignac y Rivière de 1803; tras adjudicar el título de cabecilla de ese complot a Cadoudal, la operación concluye con la ejecución, el 21 de marzo de 1804, del duque d’Enghien y de los conspiradores (25 de junio). En la novela, el rapto del consejero de Estado Clément de Ris (Malin de Gondreville), amigo de Talleyrand, ocurrido en la realidad histórica el 23 de septiembre de 1800, se traslada al 14 de marzo de 1806, y sus consecuencias serán duras para unos inocentes: los gemelos Simeuse y los d’Hauteserre, que, huidos de la Revolución, han regresado a Francia para participar en conspiraciones contra el Emperador, son detenidos, juzgados y condenados a muerte; tendrá que indultarlos Napoleón para que salven el pellejo. Tras haber enterrado en el bosque un millón de francos, habían dejado a su guarda, Michu, al cuidado y vigilancia de esa fortuna. Balzac encaja episodios de tiempos distintos unos en otros, defendiendo en su prefacio el derecho del novelista a trasladar tanto los tiempos como los personajes.

Balzac no deja de tener sus fuentes en el plano histórico; en primer lugar, su amplio conocimiento de hechos sucedidos durante el Consulado y el Imperio, y de algunos de los protagonistas; en segundo lugar, su propio padre, que fue protegido del senador secuestrado con posterioridad a ese secuestro; luego, los conocimientos de Balzac sobre el mundo policial a través de un amigo, Horace-Napoléon Raisson (1798-1854), periodista y autor de una Historia de la familia Bonaparte (1836), así como de una Historia de la policía de París (1844), y, lo que es más, hijo de un policía secreta de Fouché; Balzac utilizó también varios libros sobre la Policía y archivos policiales que le permitieron reconstruir, por ejemplo, el subterráneo del bosque de Loches, convertido en la novela en el bosque de Nodesme; de ahí que pudiera escribir en carta a Mme. Hanska en 1843: «Es una obra muy fuerte, verdadera como suceso y verdadera como detalle». Por otra parte, no debió de ser despreciable la información recibida del general François René Jean de Pommereul (1745-1823), nombrado prefecto de Indre-et-Loire el 27 de noviembre de 1800, que no tarda en establecer relaciones amistosas con la familia Balzac y en favorecer al padre del novelista; hubo presiones de París relativas al juicio, pero Pommereul se puso de perfil en el caso. Por último, su entrevista con el coronel Viriot, juez del tribunal que condenó a muerte a los nobles acusados del rapto, y que defendió su inocencia por razones que, al parecer, y como veremos, tenían fundamento15.

Por otro lado, Balzac estaba interesado, según Bérard, por el tema de los errores judiciales, y se implicó en más de un proceso con sentencia de muerte, como el de Sébastien-Benoît Peytel, notario de Ain y periodista crítico con la monarquía, guillotinado el 31 de octubre de 1839 bajo la acusación de haber asesinado a su mujer y a un criado; a una instrucción judicial envenenada por odios políticos se enfrentaron, además de Balzac, el pintor y acuarelista Paul Gavarni y el poeta Alphonse de Lamartine; a este la opinión pública le reprocha su «parisianismo»; de Balzac se aduce el mal efecto que da su desaliño vestimentario; de Gavarni se destaca su odio al gobierno, y del acusado se presentan los artículos escritos contra la monarquía. Pese a las dudas sobre los hechos a juzgar, Peytel fue ajusticiado en lo que la investigación histórica ha calificado luego como un error judicial; el mismo que la familia del novelista había sufrido unos años antes en la persona de Louis Balssa, tío paterno de Balzac, el 5 de julio de 1818: Cécile Soulié, de treinta años, apodada «La Callore» («La Caliente») por su tipo de vida, nada acorde con los modelos de virtud propuestos por la época, fue estrangulada en la comuna de Mirandol, en el departamento del Tarn (Occitania); había servido como moza de granja en casa de Balssa y estaba embarazada de seis meses, embarazo que ella atribuía a sus relaciones con el amo, a quien enseguida señaló el rumor público como autor. Fue juzgado y condenado a muerte en un juicio en el que, según Balzac, no se consiguió demostrar que su pariente fuera el autor material del asesinato; si no lo fue, las declaraciones de testigos y la gente del pueblo insinuaban que había encargado el crimen16. La ejecución tuvo lugar al año siguiente.

Telón de fondo: la Historia

A lo largo de Un asunto tenebroso, Balzac vuelve al pasado, anclando la trama en hechos históricos manipulados por la necesidad del argumento que inventa; el propio novelista aborda en el texto, saliéndose casi del núcleo como excursos, figuras y personajes que desempeñaron las más altas magistraturas del poder, y gracias a ello pudieron articular la intriga policiaca que Balzac aprovecha. De ahí que sea preciso, por lo menos, esbozar la realidad histórica de los movimientos políticos y sociales, así como pergeñar el retrato de los tres personajes que mueven los hilos de la historia política y de la narración balzaquiana.

La Francia que Balzac describe en Un asunto tenebroso es el resultado del marasmo producido por varios cataclismos políticos acumulados unos tras otros desde que la toma de la Bastilla (1789) pone fin al Antiguo Régimen. Con velocidad de vértigo, el país pasa de la fundación de la Primera República al reinado de la guillotina, a sucesivos regímenes como la Convención, el Directorio y el Consulado, a los golpes de Estado napoleónicos, a una política expansiva y belicista de los ejércitos franceses que asolan Europa para terminar siendo derrotados de forma definitiva: Waterloo (1815) pone término al periodo más inestable de Francia y de Europa y abre la puerta a la restauración, si no de un Antiguo Régimen concebido como vuelta a la organización social del pasado, al menos de la anterior dinastía borbónica; la burguesía resultante de esa etapa de veintiséis años controlará esa nueva organización social, a pesar de que Luis Felipe de Orléans, primo del último de los Borbones, inaugure en 1830 la llamada Monarquía de Julio; de ahí que el nuevo monarca reciba el sobrenombre de «el rey burgués».

Para cerrar el periodo napoleónico al día siguiente de Waterloo, el Congreso de Viena (18 de septiembre de 1814 al 9 de junio de 1815) reordena el mapa europeo y decreta varias restauraciones monárquicas al tiempo que rechaza el derecho a las nacionalidades (de Alemania e Italia, entre otras): el reparto tendrá consecuencias, pero a largo plazo, cuando en 1848 las revueltas liberales vuelvan a poner en jaque ese orden decretado por la diplomacia europea. Sobre ese telón de fondo, en concreto el que va de 1800 a 1805, entre el Consulado y el Directorio que amenaza con convertirse en Imperio, va a desarrollar Balzac Un asunto tenebroso. Bonaparte como Primer Cónsul supone que la Revolución ha quedado liquidada, y Francia inicia una nueva etapa con un hombre providencial, jefe de Estado, que, en medio del caos, reorganiza, al principio con cierto éxito, los departamentos de la que todavía sigue denominándose República francesa.

Esa Primera República francesa, declarada en septiembre de 1792, trató de poner fin a la vorágine en la que había entrado la Revolución; para ello, también en medio de una quiebra política sin precedentes, dio paso a tres regímenes que se sucedieron con precipitación desbocada: la Convención —del 21 de septiembre de 1792 al 26 de octubre de 1795—, que aún forma parte de la Revolución, no pudo controlar los dos años intermedios, 1793-1794, cuando el periodo conocido como el Terror, con empleo masivo de la guillotina desde los poderes del Estado, tiene que hacer frente, en primer lugar, a una guerra revolucionaria en el exterior frente a parte de una Europa coaligada contra la nueva situación política que pone patas arriba el sistema social monárquico hasta entonces conocido; y, en segundo lugar, a una guerra civil contra los legitimistas17 añorantes de la monarquía por un lado y, por otro, contra los federalistas, para resolver el enfrentamiento entre las facciones de montañeses y girondinos; estos últimos se enfrentan al poder de los sans-culottes, batallan contra la anarquía y tratan de evitar el centralismo revolucionario. Antes de que la ejecución de Robespierre suponga el final del poder de los montañeses, estos se habían llevado por delante a girondinos y montañeses moderados en una orgía de sangre que se difumina cuando los thermidorianos, una vez lograda la cabeza de Robespierre, desmantelan el gobierno revolucionario y forman un gobierno moderado que no tarda en dar paso al segundo periodo.

El Directorio —26 de octubre de 1795 a 9 de noviembre de 1799— lo acaudilla una burguesía enriquecida por la especulación de los patrimonios de la aristocracia convertidos en bienes nacionales. Lo presiden cinco «directores» que, en esos cuatro años y catorce días, se encargan de ejercer el poder mientras tratan de aplastar las revueltas provenientes de esos dos campos extremos, realistas y jacobinos; y será el ya para entonces famoso general Bonaparte quien se encargue de reprimir a los primeros con la artillería el 5 de octubre de 1795. Además, el Directorio, ya desacreditado, orilló el resultado, negativo para él, de unas elecciones censitarias que, con la idea de ganarlas, habían preparado para sustituir al sufragio universal. El régimen de propietarios de la burguesía republicana que el Directorio instaura no solo no consigue acabar con una inestabilidad permanente, causa de un periodo sombrío, sino que elimina derechos conseguidos durante el periodo revolucionario, y no tarda en reaccionar contra todo lo que lo recuerde o lo invoque; el ejemplo más notorio fue el del jacobino Gracchus Babeuf (1760-1797), cuyo club, que pretende continuar la Revolución, también cerrará Bonaparte por la fuerza, poco antes de que su cabecilla fuera detenido y ejecutado junto al resto de los principales personajes de la llamada Conjuración de los Iguales; este pensamiento político pretendía imponer una especie de presocialismo utópico así como el igualitarismo18. Mejor tratados por el Directorio son los levantamientos chuanes de La Vendée, que vandalizaban a menudo la región salteando caminos y utilizando tácticas de guerrilla; aplicó esa misma ligereza a la hora de reaccionar contra las intentonas legitimistas que piensan en el general Charles Pichegru como respaldo militar a la insurrección. Los ataques a los restos revolucionarios mediante una burguesía republicana, y la lenidad en el trato a los legitimistas instauran un periodo sombrío de permanente inestabilidad que desacredita enseguida a los cinco «directores».

Pese a todas las restricciones y manipulaciones del Directorio, las elecciones de marzo-abril de 1797 proclaman el triunfo de los legitimistas, forzando a los «cinco directores», aunque divididos, a dar el 4 de septiembre un golpe de Estado dirigido por generales republicanos a su servicio; las secuelas son determinantes: los legitimistas quedan expulsados de la administración, se impone la censura en prensa y se depura al ejército, entre ellos al general Moreau, a quien los realistas mimaban para ganárselo a sus proyectos. La recuperación de los jacobinos asusta a un Directorio que, tras las elecciones de abril de 1798, reacciona contra el fuerte aumento de la izquierda mediante una ley que rechaza a los diputados elegidos de ese signo. En el exterior, el camino triunfal que, desde marzo de 1796, lleva Bonaparte en Italia, no solo cubre de gloria a su ejército frente a las tropas italianas y austriacas, sino que favorece la lucha del Directorio contra Gran Bretaña, porque el general dirige la expansión militar hacia las posesiones inglesas en Oriente; sin embargo, el memorable paseo de Bonaparte frente a las pirámides de Egipto y por Alejandría tenía un fallo capital: la flota había quedado detrás, a la espalda del ejército, con un resultado tan previsible como nefasto: había sido destruida.

En agosto de 1799, Francia tiene que enfrentarse a una Segunda Coalición europea, y Bonaparte, atascado sin posibilidad de regreso por falta de flota, pide ser reemplazado por el general Kleber; pese a ello, su vuelta a París será considerada como un triunfo absoluto y conseguirá, además de recibimientos triunfales, el marchamo de general siempre victorioso porque el abandono del ejército y su vuelta a París le permiten afirmar que «nunca ha sido derrotado» en la campaña contra las colonias de Inglaterra. Encuentra un país que se ha liberado del régimen de Terror y ha dado a luz nuevas figuras que pintan un paisaje distinto al de los sans-culottes que invadían las calles posrevolucionarias; ahora las ocupa la flor y nata de la juventud «dorada»; legitimistas por un lado, y antiguos agitadores contra el Antiguo Régimen, enriquecidos con las secuelas de la Revolución por otro, abren salones para las élites de la política y la cultura y exhiben un estilo de vida fastuoso; el aire presagia un fin de régimen que tiene en la anarquía el pretexto para que Sièyes, antiguo canónigo sulpiciano y autor de ¿Qué es el tercer estado?, considerado como el texto fundacional de la Revolución, trabaje en un golpe de Estado que privilegie el poder del ejecutivo frente al legislativo y busque a un militar para respaldar sus objetivos. Las ideas de Sièyes se verán desbordadas por las de Bonaparte, que el 9 de noviembre de 1799 (18 de brumario del año VII) lanza ese asalto al poder justificándose a derecha e izquierda para maquillar lo que era, de hecho, un golpe militar: alega, ante la derecha, que pretende restablecer el orden, acabar con la anarquía y dar estabilidad a un sistema económico liberal; y asegura a los jacobinos que defiende los principios republicanos en peligro. Sobre las cenizas del Directorio se impone el Consulado, dirigido nominalmente por tres cónsules, pero cuyo poder absoluto ejerce de hecho en exclusiva el Primer Cónsul, Napoleón Bonaparte; su éxito en las campañas de Italia lo han convertido, ante la debilidad absoluta de la política francesa, en el único personaje que puede sacar a Francia del estancamiento y la atrofia.

Entre las medidas que toma el Primer Cónsul hay algunas que dejan su huella en la trama de Un asunto tenebroso; por ejemplo, pone fin a la venta de bienes nacionales, en los que estaban incluidos grandes patrimonios como los de la casa real y de la aristocracia, sí como los bienes del clero: fue Talleyrand, en ese momento obispo de Autun, quien hizo la propuesta de que esos bienes pasaran a disposición del Estado ante la Asamblea Constituyente (octubre de 1789). No tardaron en calificarse con el mismo título de bienes nacionales los patrimonios de los emigrados; los beneficios de esas medidas dictadas por la Revolución habían aprovechado a la burguesía, sobre todo a la rural; se había llegado así al enriquecimiento de unos pocos en medio de un clima de especulación y vandalismo —término que se pone de moda y populariza durante el Terror— sobre abadías y palacios, y sobre sus contenidos, por ejemplo obras de arte capitales que se dispersaron en múltiples subastas.

Napoleón elimina también el sistema de rehenes que afectaba a las familias de los emigrados; estos dejarán de figurar desde ese momento en las listas que los privaban de los derechos de ciudadanía, y a los que no tardó en conceder (1802) una amnistía general con vistas a una reconciliación que frenase el continuo enfrentamiento de esos sectores sociales. Bonaparte trataba de alcanzar la suficiente paz civil que necesitaba para dedicarse a la campaña de Italia después de pactar (1800) una tregua con las facciones del Oeste, sobre todo en La Vendée, que seguían con sus levantamientos desde la Revolución, y donde la chuanería campesina continuaba defendiendo sus aspiraciones legitimistas. Antes de abandonar París, Napoleón deja como segundo del gobierno al ministro de Asuntos Extranjeros, Talleyrand, y como ministro de la Policía a Fouché, encargado de controlar tanto el orden público como la opinión, con una policía secreta destinada a la represión política. Talleyrand logra atraer al general a su idea de un estado sólido y fuerte que obtenga, tras las importantes victorias napoleónicas, la paz en el exterior; esa paz supone, por un lado, la gloria del general y de su ejército, pero por otro una sangría económica imposible de frenar. En el interior, la represión contra jacobinos y realistas mantiene en jaque a parte del Ejército y, sobre todo, a la Policía; la lucha contra la chuanería permite a Fouché organizar una policía secreta encargada de reprimir toda oposición, controlar la libertad de circulación, limitar la libertad de expresión y reunión y realizar arrestos preventivos. Por otra parte, en el campo legitimista sigue viva la amenaza de los Borbones, que se hacía patente en un autotitulado —terminará coronándose en dos ocasiones, 1814-1815 y 1815-1824— Luis XVIII; en 1800, este llega a escribir a Bonaparte para que le ceda el poder, con la previsible respuesta negativa; los intentos de las facciones legitimistas para alterar la vida política mediante la eliminación del general producen atentados como el de la calle Saint-Nicaise19, cuyo fracaso obliga a buena parte de los jefes chuanes a refugiarse en Inglaterra; pero aquellos en cuyas manos Bonaparte ha dejado el poder, Talleyrand y Fouché, también trabajan para sustituir —será la primera vez, pero no la única, que lo intenten— al Primer Cónsul en vísperas de Marengo, conspiración que da lugar al episodio central de Un asunto tenebroso, el secuestro del senador Clément de Ris.

Por un lado, se reprimen todas las conjuras de la oposición, sean jacobinas, realistas o liberales; por otro, Napoleón decide acabar con el parlamentarismo, depurando a los representantes elegidos que se oponen a su nuevo código civil (1801); los sustituye por personas fieles al régimen, como su hermano Lucien Bonaparte, y desnaturaliza la función parlamentaria negando la legitimidad de las cámaras y convirtiendo el Tribunado, que se oponía con Benjamin Constant20 a la cabeza, en una cámara dedicada a resolver cuestiones puramente técnicas. El ejecutivo se adueñaba así del poder legislativo. Al mismo tiempo, la represión carga contra las instituciones culturales para neutralizarlas; de manera especial contra la «Sociedad de los ideólogos», creada en 1795 y heredera de la ideología de las Luces, que predicaba un materialismo antiteísta; aunque le habían apoyado al principio, los «ideólogos» rechazaron el golpe de Estado del 18 de brumario; Bonaparte, que había pertenecido (1797) a esa sociedad como miembro de la sección de artes mecánicas, manifestó su desprecio hacia ellos, y consiguió controlarlos nombrando conde del Imperio (1808) a su fundador, el filósofo Antoine Destutt de Tracy (1754-1836)21. Para Bonaparte, estos filósofos cientificistas promulgaban un materialismo antiteísta que no suponía otra cosa que clamar en el desierto.

Bonaparte manejaba todos los hilos del poder, controlaba todas las instituciones, ejercía la represión de los opositores y se había convertido en dueño de un poder omnímodo, al que las cámaras, bien dominadas por sus partidarios, no podían oponerse. Instalado regiamente en las Tullerías, había creado desde 1800, tras lograr el título de Primer Cónsul vitalicio, una especie de corte que dos años más tarde reproducía de hecho los poderes, la parafernalia, la pompa y el sistema del Antiguo Régimen. Para cerrar el círculo, volvió a integrar a la Iglesia católica entre los poderes del Estado mediante un concordato que irritó a una Sociedad de los ideólogos impotente frente a las decisiones del general. Tras los resultados de un plebiscito popular para aprobar la Constitución del año VIII (13 de diciembre de 1799), Bonaparte reafirma su poder y refuerza sus poderes; una vez decretada la Constitución del año X (4 de agosto de 1802), el Consulado estaba muerto, como confirma la Constitución siguiente, la del año XII (18 de mayo de 1804), que nombra a Bonaparte Emperador de los franceses, por senatus-consultus y por un plebiscito popular cuyo resultado favorable a Bonaparte es casi absoluto. En ella se incluye, además, que el título y el cargo de emperador son hereditarios —tentación a la que lo impulsó Talleyrand—, con lo cual se completaba la reproducción del sistema del Antiguo Régimen. Durante once años, hasta el 14 de abril de 1815, Bonaparte recorrerá Europa, desde Portugal a Rusia, desde Escandinavia hasta las riberas de cinco mares —el Adriático, el Jónico, el Egeo, el de Mármara y el Negro—, obteniendo grandes victorias —en ocasiones con clara inferioridad numérica por parte de la Grande Armée, el Gran Ejército napoleónico, como en Austerlitz o Marengo— frente a cinco coaliciones europeas, derrotadas una tras otra, formadas en conjunto y en distintos momentos por Inglaterra, Austria, Prusia, Rusia, Sajonia, Suecia, etc., hasta que la victoria de las tropas de la coalición en Waterloo (18 de junio de 1815) ponga fin al papel de Napoleón en la Historia; antes, el fracaso de la invasión de España, la calamitosa retirada de la campaña de Rusia, y las secuelas de la batalla de Leipzig (16 a 19 de octubre de 1813) —conocida como «batalla de las Naciones», que permitió a las tropas de la Sexta Coalición antinapoleónica invadir Francia— habían iniciado el principio del fin y provocado en abril de 1814 una primera abdicación; tras el episodio del regreso y la anécdota de los Cien Días durante los que Napoleón vuelve a recuperar el poder, Waterloo cierra definitivamente la aventura del Primer Imperio. Exiliado en Longwood, en la isla británica de Santa Elena, Napoleón morirá con cincuenta y un años el 5 de mayo de 1821, probablemente envenenado con arsénico, según los estudios químicos más recientes.

«El vicio apoyado en el brazo del crimen»

Desde antes de su consagración como Emperador de los franceses por el papa Pío VII en la catedral de Notre-Dame el 2 de diciembre de 1804, Napoleón gobierna a través de dos poderosos y potentes personajes, con temperamento propio e intereses políticos que no siempre coinciden con los de Bonaparte: Charles-Maurice de Talleyrand-Perigord (1754-1838) y Joseph Fouché, claves ambos durante varias décadas de la política francesa, y manos negras en distinto grado de la trama de Un asunto tenebroso. El primero, Talleyrand, príncipe de Benevento y obispo de Autun, procedía de una familia aristocrática que lo destinó a la carrera eclesiástica sin que tuviera la menor vocación para ello, como atestiguan sus aficiones sibaritas y libertinas. Ascendió en la jerarquía eclesiástica impulsado por su origen nobiliario: en 1780 era agente general del clero y en 1789 obispo de Autun. En los Estados Generales que convocó Luis XVI en ese último año representó al estado eclesiástico y fue uno de los escasos miembros de ese grupo que aceptaron los principios de la Revolución que acababa de producirse. Se vinculó políticamente al conde de Mirabeau, representante de la nobleza revolucionaria y partidario, como él, de una monarquía constitucional y de un liberalismo moderado. Elegido presidente de la Asamblea Constituyente, propuso y apoyó la nacionalización de los bienes de la Iglesia y su sometimiento al nuevo Estado surgido de la Revolución. El papa Pío VI lo excomulgó por esa actitud.

Desde entonces se dedicó a la diplomacia —interior y exterior—, en la que demostró una gran habilidad y capacidad de supervivencia bajo diferentes regímenes políticos. Abandonó Francia cuando la Revolución tomó un rumbo radical bajo la dictadura de Robespierre (1792-1794); refugiado en Inglaterra y en Estados Unidos, consolidó entonces una visión de la política exterior francesa guiada por la idea del establecimiento de relaciones amistosas con Gran Bretaña. Cuando el régimen radical es derrocado por el golpe de Estado del Directorio, Talleyrand regresa a Francia y sirve como ministro de Asuntos Extranjeros (1797-1799). El acceso al poder de Napoleón no lo apartó del cargo, en el que permanecería como uno de los grandes dignatarios del Consulado y del Imperio. Desempeñó un papel destacado en la pacificación que marcó los primeros años del periodo napoleónico: tanto en la paz exterior —negoció el Tratado de Luneville con los austriacos (1801) y el de Amiens con los británicos (1802)— como en la paz interior, trató de suavizar la persecución de contrarrevolucionarios, católicos y monárquicos, y colaboró en la redacción del Concordato con el Vaticano. Sin embargo, fue distanciándose gradualmente del Emperador por la actitud expansionista y agresiva de este contra Austria y Gran Bretaña. Dimitió en 1807, pero mantuvo los múltiples cargos y títulos honoríficos que le había conferido Napoleón, e incluso colaboró con este en tareas diplomáticas, como la Conferencia de Erfurt, en la que los monarcas europeos acordaron un nuevo orden que reconocía la hegemonía francesa (1808). Por entonces, Talleyrand conspiraba ya en secreto con Fouché, y hacía doble juego aconsejando al zar Alejandro I de Rusia sobre esas negociaciones.

Cuando los ejércitos aliados derrotaron a Napoleón en 1814, Talleyrand contribuyó a restaurar a los Borbones en el trono; y, en consecuencia, formó parte de su gobierno provisional, al principio como primer ministro (9 de julio de 1815, hasta el regreso de Luis XVIII) y luego como ministro de Asuntos Extranjeros; en ese momento, Talleyrand se apresura a recabar y ocultar toda la correspondencia mantenida con el Emperador. Desde su cargo de ministro de Asuntos Extranjeros, el «diablo cojuelo» —apodado así por su cojera— representó a Francia en el Congreso de Viena (1815), que diseñó un equilibrio europeo destinado a perdurar durante medio siglo; aprovechando las disensiones entre los antiguos aliados, consiguió que la derrota militar de Francia no se tradujera en un castigo diplomático demasiado severo ni gravoso. Sin embargo, el futuro no será tan benévolo con Talleyrand, a quien Carlos X, jefe del partido ultra, dejó de lado durante su etapa de monarca (1824-1830); los ultrarrealistas no le perdonaban su compromiso con la Revolución. Siguió perteneciendo a la Cámara de los Pares y participó en la oposición liberal contra el absolutismo de Carlos X; apoyó la Revolución de 1830 que llevó al trono a Luis Felipe de Orléans, y colaboró en el nuevo régimen constitucional como embajador en Londres (hasta 1834), y delegado en la conferencia que debía resolver la situación de Bélgica (1830-1831). Luis Felipe llegó a ofrecerle el puesto de primer ministro, que declinó para retirarse a su castillo de Valençay, aunque siempre siguió aconsejando al monarca; tras fracasar en su intento de extender las fronteras de Francia a costa del nuevo reino belga, se retiró de la política en 1834. Cuando regresó a su palacete parisino de Saint-Florentin lo hizo de hecho para morir, dentro de la Iglesia, por supuesto, y evitar el escándalo de ser rechazado en tierra sagrada. «Capaz de engañar a todo el mundo y al Cielo», dirá Ernest Renan refiriéndose a ese momento final22.

El segundo personaje clave del periodo, Joseph Fouché (1759-1820), había sido fraile de la orden de los oratorianos; al estallar la Revolución en 1789, la apoyó con entusiasmo, integrándose en el club de los jacobinos. Su participación política activa comenzó cuando la Revolución evolucionó hacia posiciones más radicales en 1792: fue diputado de la Convención (en el grupo radical de La Montaña), y miembro del Comité de Instrucción Pública, y votó por la ejecución de Luis XVI. Durante la dictadura del Comité de Salud Pública fue uno de los representantes enviados a provincias para implantar el Terror, distinguiéndose por su celo en la campaña de descristianización y en la represión de Lyon (1793). Robespierre empezó a sospechar de sus simpatías hacia los extremistas partidarios de Jacques-René Hébert (1757-1794), activista revolucionario radical; sintiéndose en peligro, Fouché participó en el golpe de Estado de Termidorque puso fin a la dictadura de Robespierre y su Comité (1794). Una vez liquidado el régimen de la Convención e implantado el Directorio, los nuevos dirigentes también desconfiaron de este político hábil y calculador, al que encarcelaron en 1795 por haber participado en la política robespierrista (1795). Al parecer, Fouché fue uno de los delatores de la conspiración de Babeuf23 en 1796, lo que le permitió ganarse la confianza de Paul Barras —uno de los cinco «directores»—, y, por su intercesión, ser amnistiado y empleado como agente diplomático del gobierno. En 1799, una vez nombrado ministro de la Policía, tejió por toda Francia una eficaz red de agentes secretos que puso al servicio del golpe de Estado que llevó al poder a Napoleón; este formó inmediatamente un gobierno provisional con Fouché al frente de la Policía, ministerio que desempeñó en 1799-1802 y 1804-1809. Desde ese puesto controló de hecho el poder en Francia durante las largas ausencias del Emperador, ocupado en sus misiones bélicas. Entre sus iniciativas destaca la implantación de una oficina de censura de prensa (el Gabinete negro). Su caída en desgracia tuvo que ver con la desconfianza del Emperador ante las continuas intrigas entre Fouché y Talleyrand, exacerbada por la oposición del primero al matrimonio de Napoleón con María Luisa de Austria. En 1809 Fouché fue alejado de París y se le encargó el gobierno de las anexionadas Provincias Ilíricas (actual Croacia). Desde 1810 conspiró en favor del retorno de los Borbones, aunque aceptó volver al Ministerio del Interior cuando Napoleón regresó de su destierro de trescientos días en Elba (del 11 de abril de 1814 al 20 de febrero de 1815) y recuperó el poder durante los conocidos como los Cien Días. Demostró gran capacidad de supervivencia política al encabezar el gobierno provisional que se formó tras la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo; negoció el traspaso de poderes con los aliados y contribuyó al retorno de Luis XVIII. Inicialmente se mantuvo como jefe de la Policía en el gobierno de la monarquía restaurada, esforzándose por suavizar la represión sobre sus antiguos correligionarios; pero, debido a las protestas de los ultrarrealistas, fue enviado ese mismo año a la embajada francesa en Sajonia. En 1816 se exilió huyendo de la ley de Luis XVIII contra los que habían votado la ejecución de Luis XVI y se estableció en la ciudad de Trieste, antigua capital de su gobernación ilírica.

El detalle de las relaciones habituales de ambos con Napoleón en el periodo de Un asunto tenebroso y más allá puede resultar significativo de la agitación de la época y de la índole del temperamento de ambos24. Talleyrand servirá al Emperador de consejero y diplomático, pero con un belicismo mucho más contenido: el antiguo obispo prefiere alianzas antes que batallas, así como la búsqueda de un equilibrio europeo que contrasta con el afán invasor de Europa que guía a la Grande Armée. Considerado por los historiadores como un astuto y hábil diplomático, siempre sacará buenos resultados de un doble o triple juego que domina como nadie en su época. Mientras tanto, y por su parte, Fouché se encarga de organizar y controlar el poder interior. Pese a sus enfrentamientos ocasionales, ambos no dudan en tramar, además de la conspiración de la víspera de Marengo, otra en los últimos meses de 1808: Napoleón, embarcado en la guerra de España que el propio Talleyrand le ha aconsejado llevar a cabo, ha de volver precipitadamente a París para deshacerla: sus dos hombres de confianza estaban preparando una regencia con la Emperatriz al frente del nuevo gobierno y el general Joachim Murat como cabeza del ejército y brazo armado del cambio, aunque, a la propuesta que le habían hecho, este militar había respondido con un silencio ambiguo. La entrevista que Bonaparte mantuvo en ese momento con Talleyrand fue, según los historiadores, la más terrible de la historia política de Francia: «Es usted un ladrón, un cobarde, un hombre sin palabra; no cree en Dios; toda su vida ha faltado a todos sus deberes, ha engañado y traicionado a todo el mundo; para usted no hay nada sagrado; vendería a su padre. Le he colmado de beneficios y no hay nada de lo que usted no sea capaz contra mí», acusándole además de haberle incitado a la guerra de España y de matar al duque d’Enghien. Pese a esa dureza verbal, el enfado de Napoleón duró poco; en el mismo instante en que lo amenaza con el exilio, le mantiene todos sus títulos y sigue consultándole, por más que le parezca «insoportable, indispensable» pero «insustituible»; así lo demostrará, pese a tener pruebas evidentes de sus traiciones y de su correspondencia y relaciones con el futuro Luis XVIII.