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"¿Qué hace un cerezo en un balcón? ¿Qué hace una persona buscando la iluminación en medio de la cotidianeidad de la ciudad? Hacen exactamente lo mismo, ejercitarse en vivir el instante presente con plenitud." La vida en la ciudad no proporciona muchas oportunidades para permanecer en contacto con nuestro ser profundo. Sin embargo, como demuestra la autora, es posible practicar el zen en el día a día, incluso mientras fregamos platos o vamos en metro. Un cerezo en el balcón explica de manera sumamente sencilla los principios elementales de la postura de za-zen, las técnicas de respiración, silencio, meditación y cómo integrarlas en nuestro día a día.
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Seitenzahl: 69
Veröffentlichungsjahr: 2012
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UN CEREZO EN EL BALCÓN
Practicar Zen en la ciudad
Introducción
1. La postura. De la posición al gesto
2. La respiración. Dejarse respirar
3. El silencio. Ponerse a la escucha
4. Vivir el instante presente
5. El desapego. Las nubes que pasan
6. ¿Zen sin maestro?
7. El encuentro con la sombra
Hace unos años me regalaron un cerezo.
Exactamente un cerezo japonés.[1]
Yo vivo en la ciudad.
Quien me lo regaló sabe muy bien que me gusta el campo y la naturaleza, pero cuando lo vi aparecer con el cerezo… ¡pensé que era un desatino!
¿Qué vida podía ofrecerle yo al arbolito? ¿Sería suficiente para su sano desarrollo un tiesto en mi balcón? ¿Podría llegar a desarrollarse, dar frutos y ser feliz sin expandir sus raíces en plena tierra?
Hace años que practico la meditación Zen y mirando mi árbol comprendí de repente que teníamos mucho en común. Yo, como él, vivía con limitaciones de espacio, en un pequeño apartamento de la ciudad, sin demasiado contacto con la tierra. Como él, procuraba adaptarme lo mejor posible a mis circunstancias y, a pesar de todo, el fructificar en medio del humo, el ruido y el estrés de la ciudad.
Mirándolo día a día fui aprendiendo de él. Se convirtió en motivo de reflexión y en maestro en el difícil arte de la práctica del Zen en la ciudad. Lejos de cualquier monasterio donde la única preocupación es profundizar en el ejercicio de la meditación, la vida en la ciudad no proporciona muchas oportunidades para permanecer en contacto con nuestro ser profundo. Sin embargo, yo, igual que otras tantas personas, tengo claro que mi vida se orienta hacia la transparencia al Ser Esencial, ese es el motor que impulsa todas mis acciones y todas mis decisiones. El ejercicio de za-zen es mi compañero inseparable, mi maestro y mi enseñanza.
Procuro que cada día sea un campo de experimentación en el arte del vivir centrado. No dudo en actuar, equivocarme, aprender y rectificar constantemente.
Mi cerezo se convirtió en la perfecta alegoría para mi vida. En la plasmación de esa parte de mí serena, que saca provecho de todo lo que tiene alrededor para crecer interiormente, que expresa constantemente su fuerza y su plenitud a través de las más diversas circunstancias.
¿Qué hace un cerezo en un balcón? ¿Qué hace una persona buscando la iluminación espiritual en medio de la cotidianeidad de la ciudad?
Exactamente lo mismo, ejercitarse en vivir el instante presente con plenitud.
[1]. Prunus serrulata Kanzan, con flores dobles colgantes que nacen en apretados ramilletes.
¿De dónde surge ese gesto erguido que nos muestras?
¿De dónde el impulso de crecer?
Magia de la tierra que deviene sabia y se mezcla con la luz.
Cada vez más arriba. Cada vez más abajo.
Unión de Cielo y Tierra; expresión de un juego infinito corporeizado en árbol, en flor, en fruto.
Transmutación.
Lo primero que hice fue plantar mi cerezo en un gran tiesto. Compré un magnífico recipiente redondo de cerámica, fabricado en China. Su color azul oscuro era muy bello. Pensé que haría un bonito contraste con el tronco rojizo y las flores rosáceas de mi árbol.
La plantación es un momento importante. Se debe mezclar la tierra con un buen abono, bien descompuesto. Las raíces deben estar en pleno contacto con la mezcla, sin aire. Se tiene que observar que el tronco esté derecho, bien vertical. Es necesario compactar la tierra para mantener la estabilidad y asegurarse de que el viento no arrancará el árbol.
Pasé un magnífico momento dedicándome a la plantación. Sabía que cada gesto era importante para el bienestar del cerezo. Realicé mi ejercicio con una concentración plena, totalmente atenta y… sentí una inmensa felicidad al ver el árbol plantado, ahí erguido frente a mí. Su presencia me impresionó.
Mientras realizaba este ejercicio comprendí la importancia del gesto de sentarse en za-zen. El ejercicio de sentarse en silencio es el corazón mismo del Zen. Practicar Zen es aprender a sentarse en una postura correcta, enraizada en la Tierra y en el Cielo.
El Zen es una experiencia. Dicha experiencia reposa sobre la práctica del ejercicio de sentarse en silencio. El aprendizaje y la repetición de la técnica son esenciales. Sin ello, la experiencia del Zen puede verse instrumentalizada rápidamente, es decir, ser sometida a la voluntad de un ego demasiado entrenado en conducirnos a donde él desea, en lugar de estar a disposición del Ser Esencial. Entrenarse en una práctica concreta y atenerse a una técnica precisa enseña a nuestro ego el camino para ponerse en la buena disposición, es decir, al servicio de la Trascendencia. Como veremos más tarde, no podemos “deshacernos de nuestro ego”, debemos utilizar esta función de nuestra psique, no “ser utilizados” por ella… ¡Todo un camino que hay que recorrer!
El hecho de realizar el ejercicio de sentarse en silencio es una puerta abierta a adoptar el estado meditativo mientras se realizan las demás actividades de la jornada. La experiencia Zen en todo momento del día debe apoyarse en la práctica de los ejercicios de Zen.
• La técnica de meditación Zen es tremendamente simple, y por ello deviene un ejercicio complejo para nuestra mente, ¡tan habituada a complicar las cosas!
La primera vez que se ve a un practicante de Zen sorprende su presencia. Su postura, inmóvil y silenciosa, emana algo trascendente que percibe el observador.
¿Qué tiene de particular esa postura? Precisamente que, con la práctica, la postura se ha convertido en gesto de Presencia al Instante Presente.
Veamos a continuación la técnica adecuada para realizar el ejercicio de la meditación en silencio o cómo plantarse correctamente en el cojín…
• El practicante debe sentarse si es posible en el suelo. El cojín tradicional es negro y redondo, de unos 25 cm de altura y 35 cm de diámetro. La buena altura viene determinada por la longitud de las piernas de la persona. Puede ser necesario realzar un poco más el cojín.
• Las tres cuartas partes del cojín deben estar libres, es decir, el practicante debe sentarse en el cuarto anterior. Esto favorece que las rodillas toquen el suelo y que la espalda esté derecha.
• Las piernas deben doblarse en cuarto de loto o en loto entero. Desaconsejo el medio loto, ya que produce un gran desequilibrio entre un lado y otro de la cadera.
• Las rodillas deben tocar el suelo. Si esto no es posible, hay que afianzar la posición colocando un cojín en la rodilla que no llega al suelo. Es necesario que la persona se sienta totalmente estable en la postura, y si esto no es posible, el ejercicio tiene que realizarse en una silla.
• Se debe buscar la sensación de una base amplia sobre la que se puede reposar confortablemente (aunque en algunos momentos se pueda sentir dolor en las rodillas o cierta incomodidad). Las dos rodillas y la pelvis forman un triángulo que es la base sobre la que se apoya todo el cuerpo.
• Si la persona no puede sentarse en el suelo de forma suficientemente confortable, se debe optar por instalarse en una silla. Se utiliza el mismo cojín que hemos descrito. No hay que apoyarse en el respaldo, sino seguir el principio de sentarse en el cuarto delantero del cojín. Los pies deben estar bien apoyados en el suelo, separados lo suficiente como para formar un triángulo con la pelvis y estar paralelos entre sí.
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