Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
«Un drama en el campo» es una novela corta de Alberto Blest Gana, publicada en «La Semana» durante 1858. La historia narra la rivalidad entre dos hermanos, en una pobre hacienda del departamento de San Fernando. Antonio tuvo que dedicarse a la agricultura desde bien joven, mientras su hermano estudiaba en Santiago y vivía de manera acomodada en casa de su tío. Esta desigualdad hace crecer un odio silencioso entre ellos y precipita el conflicto familiar.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 38
Veröffentlichungsjahr: 2021
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Alberto Blest Gana
Saga
Un drama en el campo
Copyright © 1860, 2021 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788726620429
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
This work is republished as a historical document. It contains contemporary use of language.
www.sagaegmont.com
Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com
En el interior de una casa de la calle Ahumada, un joven se hallaba en una pieza pequeña, sentado delante de un escritorio. Después de arrojar el resto de un cigarro que humeaba entre sus dedos, tomó la pluma y se puso a escribir lo siguiente:
"Querido Pablo:
"Al fin vamos a vernos, después de tan larga separación. Con esta idea vienen en tropel a mi memoria los alegres juegos de nuestra niñez y los amores fugaces de colegio: vuelvo a estar contigo, en una palabra, y recorro una a una las horas felices de nuestra fraternal amistad.
"A todo esto se me olvidaba decirte el objeto de mi viaje, que te comunicaré en dos palabras: voy, encargado por mi padre, a entregar la hacienda al nuevo arrendatario, y como no me acomodaría vivir solo en ese viejo caserón donde he pasado mi niñez, voy a pedirles a Uds. hospitalidad por algunos días.
"Da un abrazo en mi nombre a la buena tía, otro al selvático Antonio y tú, mi querido Pablo, recibe uno muy cordial de tu amante primo.
Emilio".
Esta carta llevaba la fecha del 23 de octubre de 1834.
El joven que acababa de escribirla salió al patio después de cerrarla y la entregó a un hombre que esperaba al lado de un caballo ensillado con el avío clásico de los campos.
Tres días después, el hombre que había recibido la carta se bajaba delante de una casa de campo de pobre apariencia, situada en la provincia de Colchagua.
Después de acomodar las riendas de su cabalgadura con ese cuidado por sus arreos de viaje que distingue a nuestros huasos, el viajero penetró en una pieza en la que se veían tres personas: una mujer que parecía rayar en los cincuenta años, y dos jóvenes, entre los cuales habría sido muy difícil conocer una diferencia en la edad; pues ambos aparentaban tener de veinticinco a veintiséis años cuando más.
En la figura de la mujer no resaltaba nada de notable. Cierta melancolía de la mirada, cierto tinte de tristeza que reinaba en su persona, eran indicios que sólo a un observador muy avisado y perspicaz habrían servido para adivinar los pesares que amargaban aquella vida oscura, dejando apenas un rastro en el semblante como tan a menudo acontece. El dolor es un huésped sombrío que las más veces gusta de aposentarse en el alma, sin revelar al exterior su devastadora existencia.
Entre los dos jóvenes sentados junto a la señora se veían notables y muy marcadas diferencias.
El uno, bien que vestido con el desaliño natural a la vida del campo, revelaba en su porte, en la elegancia y finura de sus movimientos, al hombre que en medio de las sociedades y por una educación esmerada, ha recibido la gracia que sabe conquistarse irresistiblemente las simpatías de todos. Veíase además en sus cabellos negros desarreglados con arte, en sus ojos embellecidos por una expresión indefinible de dulzura, en las formas de su cuerpo delgado y vigoroso, cierta elegancia natural, que decía bien claro que aquel joven no había vivido siempre entregado a las duras fatigas de las tareas campestres.
El otro formaba en toda su persona un singular contraste con aquél. Sus miradas revelaban la indomable fuerza de voluntad que jamás retrocede: los labios abultados, la espesa barba desgreñada y áspera, las pobladas cejas, habitualmente contraídas, quitábanle la gracia, natural de la juventud, imprimiéndole el sello que las pasiones fuertes hacen, casi siempre, contraer a los músculos del rostro.
Cualquiera que hubiese tenido que dirigirse por casualidad a uno de estos dos jóvenes, habría elegido maquinalmente al primero.