Un esposo muy atractivo - Millie Criswell - E-Book

Un esposo muy atractivo E-Book

Millie Criswell

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Beschreibung

¿Cómo podía un hombre ser tan sexy teniendo una familia como aquélla? Lisa Morelli había regresado a casa incapaz de enfrentarse a la rígida familia de su seductor y flamante esposo. Aunque allí tampoco encontró la paz, decidió recuperar su vida de soltera, a pesar de que nadie entendía que hubiera dejado escapar a un hombre como Alex Mackenzie. Pero había un detalle con el que no había contado; Alex quería seguir casado con ella y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para volver a seducir a su mujer... hasta había comenzado a utilizar vaqueros rotos y camisetas ajustadas con tal de hacerla volver a su lado. ¿Quién podría resistir tanta tentación?

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Seitenzahl: 186

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2004 Millie Criswell

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un esposo muy atractivo, n.º1563- mayo 2017

Título original: Suddenly Single

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9561-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

La posibilidad de estar embarazada flotaba en la mente de Lisa Morelli mientras llamaba a la puerta del apartamento de su hermana.

Por supuesto, sabía que, de ser cierto el embarazo, su madre estaría encantada. Lo único que Josephine Morelli deseaba más que ver a sus dos hijas casadas era poner sus manos sobre un nieto. Niño o niña, daba igual, mientras estuviera sano y tuviera diez deditos… aunque admitiría la variante de nueve dedos si no hubiera más remedio.

La fijación de su madre con los nietos era similar a la que tenía con los novios. Encontrar al novio perfecto para Lisa había sido su propósito en la vida y su único criterio de selección era que respirasen. Aunque algunos de los vejestorios que Josephine le había presentado a duras penas cumplían ese requisito.

Morris Parker, el anciano contable de sus padres, llevaba una botella de oxígeno a todas partes y Lisa no tenía duda de que también se la llevaría al dormitorio. Y había algo muy poco apetecible en una piel arrugada.

Su hermana también estaría encantada con el embarazo. Francie contaba los días, y las píldoras anticonceptivas, hasta que su marido y ella pudieran formar una familia. Pero como acababan de casarse, la pareja había decidido esperar un poco, lo cual era muy sensato. Porque una nunca sabe cuándo su matrimonio se va a romper.

No. La única que iba a pasarlo mal si al final estaba embarazada, era ella.

Y no porque no estuviera casada. Sino porque lo estaba. Estaba casada con Alexander Hamilton Mackenzie: el cobardica, el niño de mamá, el guapísimo, listísimo y sexy. El idiota de Alexander Mackenzie.

Que pronto sería su ex marido, si Lisa Morelli Mackenzie tenía algo que decir, y lo tenía. Mucho.

Casarse con Alex había sido un error, uno de tantos que había cometido en la vida. Ella siempre había sido impulsiva y frívola en cuanto a los hombres y enamorarse de Alex era un ejemplo más de ese comportamiento.

Lo último que había esperado era enamorarse de un banquero; no un empleado de banco, sino un banquero. Alex y ella eran tan diferentes como la noche y el día. Pero cuando lo vio en la pista de baile del club Zero, vestido con un traje de chaqueta y chaleco, ni más ni menos, completamente fuera de lugar en aquel sitio, su corazón empezó a latir como si quisiera salirse de su pecho. Evidentemente, él sintió la misma atracción fatal, porque tres semanas después se escaparon para casarse en Las Vegas.

Y luego ocurrió el desastre: se fueron a Florida para vivir con los padres de él… ese fue su segundo error.

Cada vez que recordaba el gesto de desdén de los Mackenzie se ponía mala. Ella no solía mostrar su temperamento italiano muy a menudo, pero cuando se enfadaba… ¡Cuidado! Y estaba furiosa con Alex por haberla hecho pasar por eso. Los Mackenzie eran peores que Bonnie y Clyde.

No. Descubrir que estaba embarazada no iba a hacerla feliz. No podría ocurrir en peor momento.

Además, estaba segura de que no sería una buena madre. Era demasiado egocéntrica como para compartir el estrellato con un niño… porque ella misma aún seguía siendo una niña. Al menos, eso decían sus padres. Y Lisa empezaba a creerlo.

Intentar complacer a Josephine y a John Morelli, tarea imposible en su opinión, era lo que la había metido en aquel lío.

Lisa no había esperado lo suficiente para conocer bien a Alex antes de lanzarse de cabeza. Sólo llevaban unas semanas saliendo cuando aceptó casarse en aquella horrible capilla en Las Vegas. Aunque, si debía decir la verdad, la eligió ella misma. Alex era demasiado conservador como para sugerir algo así.

Su marido planchaba los calzoncillos, por favor.

El juez de paz y su mujer eran antiguos artistas de circo. Y, para demostrarlo, habían celebrado la boda montados en sendas bicicletas y haciendo malabarismos con naranjas.

Alex había recibido un naranjazo en la cabeza mientras daba el «sí, quiero» y casi quedó inconsciente, lo cual habría sido terrible para la noche de boda… un evento memorable, sin embargo.

Lisa había tomado precauciones para no quedar embarazada. Por supuesto, sabía que los preservativos no eran seguros al cien por cien, pero, claro, sólo lo era la abstinencia, y no acostarse con Alexander habría sido un esfuerzo monumental para una mujer enamorada hasta las cejas.

Hacer el amor con Alex era maravilloso, delicioso, lo mejor del mundo. Eso fue lo que le hizo perder el poco sentido común que tenía; según su padre, cero, y por eso había olvidado todas las precauciones.

John Morelli tenía una opinión muy poco favorable sobre la capacidad de su hija pequeña de actuar racionalmente y, desde luego, casándose en Las Vegas, Lisa no había demostrado que estuviera equivocado. Sus padres se pusieron furiosos al saber lo que había hecho… especialmente al descubrir que el novio no era católico, ni italiano, sino un anglosajón, protestante y banquero.

Sus hormonas siempre la metían en líos.

Pensándolo bien, seguramente no había sido buena idea acostarse con Alex la noche antes de hacer las maletas, decirle adiós a la bruja de su madre y volver a Filadelfia, sola y con el corazón roto.

Lo más positivo que había sacado de sus tres meses de matrimonio con Alex Hamilton Mackenzie, además de unos revolcones fabulosos, era un bonito bronceado.

Al menos, esperaba que eso fuera todo.

Intentando borrar de su cabeza aquellos tormentosos pensamientos, Lisa volvió a llamar a la puerta del apartamento y, después de esperar unos minutos, empezó a soltar tacos.

Ella sabía muchos tacos; al fin y al cabo, era digna hija de su madre. A Josephine Morelli la llamaban «Terminator» por algo.

Después de pasar una noche en casa de sus padres, soportando una interminable charla sobre lo egoísta que era, Lisa necesitaba desesperadamente un sitio donde dormir hasta que encontrase trabajo y pudiera tener su propio apartamento.

No le gustaba tener que pedirle ayuda a su hermana, sobre todo porque Francie acababa de casarse, pero se estaba quedando sin opciones… por no hablar de dinero.

—No está. Francie y Mark se han tomado unos días libres para ir a Bucks County a mirar casas. Se marcharon anoche.

Leo Bergmann, el antiguo compañero de piso de su hermana, estaba detrás de ella en el descansillo. El chico rubio, que le recordaba a un joven Elton John, orientación sexual incluida, llevaba una bolsa del supermercado y sonreía de oreja a oreja, como siempre.

—¡Hola, Leo! ¿Sabes cuándo volverán?

Bucks County, la tierra de las granjas con valla de piedra y elegantes hoteles rurales donde se habían afincado artistas de todo tipo, estaba muy cerca de Filadelfia. Comprar una casa o una finca allí costaba un dineral, pero el marido de su hermana trabajaba para Associated Press como fotógrafo, así que podían permitírselo.

Leo se encogió de hombros.

—El domingo por la noche, supongo. Por cierto, tienes una pinta horrible, cariño. ¿Le ha pasado algo a tu madre?

Lisa se miró la camiseta arrugada y los vaqueros manchados. No había tenido tiempo de hacer la colada, aunque no era una sorpresa para nadie que ella no fuera un ama de casa ejemplar.

—No, qué va. Esa mujer está más sana que un caballo. Bueno, tiene algo que ver con mi madre, pero no está enferma. Josephine es experta en poner enfermos a los demás.

Leo, que conocía bien a su madre porque había sido «dama de honor» en la boda de Francie, asintió con la cabeza.

—He oído que te habías casado. ¿Dónde está tu marido? Me muero por conocerlo. Francie me ha dicho que está buenísimo.

Lisa suspiró, sintiéndose cansada y sola.

«¡Maldita sea, Alex! ¿Por qué no me querías lo suficiente?».

—Es una historia muy larga.

—Tengo tiempo y… —sonrió Leo, sacando una botella de vino de la bolsa.

Lisa sonrió también.

—¿Por qué no? Me hace falta un poco de alcohol.

Quizá eso la haría olvidar el dolor. Y Leo siempre compraba buenos vinos, además. Tenía una bodega impresionante, aunque no era una bodega en el estricto sentido de la palabra, sino un armario con control de temperatura y todo.

—¿Tienes galletitas saladas?

—Por supuesto. En mi casa, siempre hay galletitas saladas.

—¿Por qué no estás trabajando? Pensé que mi hermana y tú queríais levantar el negocio.

Leo tenía una tienda de diseño y decoración y había contratado a su hermana como ayudante cuando la despidieron de su trabajo como publicista.

Francie siempre había tenido mucha suerte, y Lisa la envidiaba por ello. De una forma o de otra, siempre acababa cayendo de pie.

—La tienda va muy bien, y Francie me ayuda muchísimo. Pero hoy es sábado, por si no te has dado cuenta, y no abrimos los sábados. Los fines de semana son para ir de fiesta.

¿Cómo podía haber olvidado que era sábado? Como su matrimonio, la cabeza se le estaba yendo por la alcantarilla.

—Eres mi tipo de hombre, Leo. Siempre lo has sido.

—Bueno, cariño, si algún día decido hacerme heterosexual, tú serás la primera en saberlo… ahora que Francie está casada. Ah, espera, que tú también estás casada. ¡Porras!

—No por mucho tiempo.

—¿No?

Leo abrió la puerta de su casa, llenó dos copas del Cabernet Sauvignon que había comprado y señaló el sofá rojo, de piel.

—Cuéntame. Y quiero detalles. Desde que Francie se marchó, no tengo a nadie con quien cotillear por las noches.

Lisa tomó un sorbo de vino, pensativa.

—Creo que no debería haberme casado, Leo. Fue una estupidez. No pensé lo que tendría que soportar…

—¿Por ejemplo?

—Por ejemplo, a la familia de Alex, que son una pesadilla.

«¿Una pesadilla? Más que eso».

—Entonces, ¿el problema no es con Alex, sino con su familia?

—También él tiene la culpa. Alex no ha sacado la cabeza por mí, ni se ha puesto de mi lado. Ha dejado que esa bruja me insultara.

Y nunca se lo perdonaría. Si ella tenía alguna virtud, era la lealtad, y esperaba la misma lealtad de los demás.

—Miriam me odió nada más verme. Pensé que podría ganármela, pero… ¡Ja! Esa mujer hace que Margaret Thatcher parezca una santa —suspiró Lisa—. Todo lo que hacía le parecía mal.

—¿Qué hacías?

—Nada, ser yo misma. No le gustaba cómo vestía porque, según ella, parecía una hippie, pero lo que quería decir era que parecía una puta. Insistía en llevarme de compras con ella para que comprase unos vestidos que no se pondría ni mi madre… Te lo juro, Leo. Las amigas de mi suegra visten como si fueran las viudas de Stepford: blusitas con sus iniciales, bolsos a juego, chales oscuros… ni te lo imaginas.

—Algo así como La noche de los muertos vivientes, ¿eh?

—Eso es. Y cuando me negué, me dijo que era una egoísta, que avergonzaba a Alex delante de sus amistades.

—Qué crueldad.

—Y luego intentó obligarme a que me cortara el pelo y me lo tiñera de rubio.

—¿Esa melena negra? —exclamó Leo, horrorizado—. Lo dirás de broma.

—Me temo que no.

—¿Y el padre de Alex? ¿También era un monstruo?

—¿Rupert el Magnífico? —suspiró Lisa, recordando las miradas de desdén que el padre de Alex le lanzaba—. Igual, aunque no lo decía en voz alta. Los Mackenzie son muy ricos y esperaban que Alex se casara con otro tipo de chica… ya sabes, blanca, anglosajona y protestante, para ser exacto. Y si fuera del sur, mejor. Que yo sea italiana y católica estuvo en mi contra desde el principio. Odiaban mi forma de vestir, mi forma de hablar, mi forma de respirar. Lo odiaban todo de mí.

Miriam esperaba que llevase guantes blancos para tomar el té con sus amigas. Y Lisa se los puso. Bueno, más o menos. Se puso unos guantes blancos hasta el codo, acompañados de un top de lentejuelas. Sabía que eso sacaría de quicio a la madre de Alex, pero para entonces ya le daba igual.

—Lo siento, cariño —suspiró Leo—. Veo que no lo has pasado bien. Sé lo que es no estar a la altura de lo que esperan los demás, y también sé que la gente puede ser muy cruel. ¿Qué piensas hacer?

—Divorciarme en cuanto pueda pagar un abogado.

Y eso, dado el estado de su cuenta corriente, podría tardar algún tiempo.

—¿Tienes trabajo?

Lisa negó con la cabeza.

—Intenté recuperar mi puesto de trabajo en la librería, pero ya habían contratado a otra persona.

En realidad, el director de Carlton Books se había mostrado horrorizado ante la idea de volver a contratarla.

Aunque a Dick Lester no le había importado pellizcarle el trasero cada vez que tenía oportunidad. Un día, Lisa se hartó y le dio un puñetazo en las pelotas, poniendo así fin a su carrera como vendedora de libros.

—Me temo que no estoy cualificada para hacer muchas cosas, ese es el problema.

Odiaba levantarse temprano y conformarse con las reglas de otros. Ser adulta era un rollo, en general, y por eso no había podido conservar ningún trabajo más de un par de meses.

Leo sacó su cartera.

—Yo puedo prestarte algo de dinero…

—¡No, por favor! Eres muy amable, pero no puedo aceptar tu dinero.

Además de la tienda de decoración, Leo vivía de un fideicomiso que le habían dejado sus padres. Era muy generoso con todos sus amigos, pero Lisa no podía aceptar dinero de nadie.

—Aún me queda algo de dinero, hasta que encuentre un trabajo. Lo que necesito es un sitio donde dormir. No pienso pasar una noche más en casa de mi madre. Esa mujer es una pesadilla. ¿Te puedes creer que me ha acusado de destrozarle la vida?

Una imposibilidad, ya que Lisa estaba muy ocupada destrozando la suya.

Leo volvió a llenar las copas y dejó la botella sobre la mesa.

—Primero tu suegra y luego tu madre. De la sartén al cazo, ¿no?

—Algo sí. Yo esperaba que Francie estuviera en casa para pedirle que me dejara quedarme unos días —suspiró Lisa.

Sus tarjetas de crédito estaban machacadas porque, entre otras cosas, el billete de avión le había costado carísimo. Por supuesto, en aquel momento habría pagado lo que fuera para salir de Florida. De hecho, habría vuelto andando a casa si hubiera sido necesario.

—Pero acaba de casarse, cariño. Dudo que a Mark le haga mucha gracia. Y es normal. Una carabina molesta cuando uno está enamorado y haciéndolo a todas horas.

Ella asintió. Tenía razón. Era una molestia para todo el mundo.

—Pues prefiero vivir en la calle antes que volver a casa de mis padres. Estamos en enero, no creo que haga tanto frío.

Leo la miró, horrorizado.

—No seas tonta. Puedes quedarte aquí hasta que vuelva Francie. Su antigua habitación está como la dejó.

Lisa dejó escapar un largo suspiro de alivio.

—¿Estás seguro? No te quiero molestar.

Era mentira. No pensaba aceptar su dinero, pero le hacía mucha falta la habitación. No quería aprovecharse de Leo, pero ella era una oportunista, y si la oportunidad se presentaba, sería tonta de no aprovecharla.

—Sólo serán unos días, ¿verdad?

—Sólo unos días, sí —contestó Lisa. Pero ya estaba dándole vueltas a la cabeza para convertir algo temporal en algo permanente.

 

 

—Quiero que dejes de hacer la maleta ahora mismo y te pienses las cosas, jovencito.

Alex miró a su madre. Miriam Mackenzie seguía siendo una mujer atractiva, aunque a la antigua Miss Julepe de Menta se le empezaba a notar la edad. A pesar de los liftings y del carísimo tinte rubio, últimamente parecía cansada y mayor.

Alex solía tomarle el pelo diciendo que podría competir con Michael Jackson, pero esa broma no le hacía ninguna gracia. Su madre no tenía sentido del humor cuando se referían a su aspecto físico.

Alex y su madre siempre se habían llevado muy bien… aunque a veces Miriam era mandona y castradora, como en aquel momento. Pero, por mucho que la quisiera, quería más a su mujer.

—He pensado mucho lo que estoy haciendo, madre. Y me marcho. Tengo que recuperar a Lisa. La quiero y no puedo vivir sin ella.

Miriam se dejó caer sobre el sillón, con las manos cruzadas sobre el regazo, como haría una dama del sur.

—Lisa no es la mujer adecuada para ti, Alex. No pega en nuestro… en tu estilo de vida. Pensé que te habías dado cuenta. Nosotros hemos intentado hacerla cambiar, pero…

—Lo que está claro es que yo soy idiota —la interrumpió Alex—. Sé que Lisa no es perfecta desde vuestro punto de vista, pero es perfecta para mí. Es como un soplo de aire fresco.

—Por favor…

—Papá y tú no os habéis molestado en conocerla. Si lo hubierais intentado, la querríais tanto como yo.

—Pero no sabe tratar con la gente, hijo. No acepta ninguna de mis sugerencias: ni comprar un vestuario más apropiado, ni tomar clases de baile de salón para poder ir al club de campo…

—Habéis intentado cambiarla —la interrumpió Alex—. No sé cómo he estado tan ciego. No debería haberla traído aquí, ahora me doy cuenta. Éramos muy felices en Filadelfia. Deberíamos habernos quedado allí.

Miriam se levantó, con expresión decidida.

—Ese no era el mundo real, Alexander… no era tu mundo. Tú vienes de un mundo de riqueza y privilegio. Nada, incluyendo un cambio geográfico, va a cambiar lo que eres o de dónde vienes.

—Pues a lo mejor necesito cambiar. No digo que no os agradezca todo lo que habéis hecho por mí, mamá… la excelente educación, la oportunidad de trabajar en el negocio familiar. Pero es hora de hacer las cosas a mi manera, de cometer mis propios errores.

—Eso ya lo has hecho, hijo, ¿no crees?

Alex miró por encima del hombro. Su padre estaba en la puerta de la habitación. Con el pelo gris, los hombros anchos y una mirada imponente, Rupert Mackenzie era un nombre importante en el mundo de la banca y el comercio. Y en su propia familia. Pero, aunque Alex le quería, no estaba dispuesto a dejar que destrozase su vida.

—Tengo veintinueve años, ya es hora de que cometa mis propios errores. Y no creo que casarme con Lisa fuera uno de ellos. Habéis sido muy desagradables con ella, criticando todo lo que hacía o decía… Yo he intentado morderme la lengua y evitar los enfrentamientos para que la aceptarais, pero no esperaba que la echaseis de aquí.

—Una mujer con más carácter no habría salido corriendo como un conejo asustado —replicó su padre—. Tú lo sabes tan bien como yo.

Cerrando la bolsa de viaje, Alex se volvió para enfrentarse con los dos.

—Lisa tiene más valor que mucha gente que conozco. No le da miedo el mundo. Ella no es una niña mimada, no ha tenido todo lo que quería y, sin embargo, ha conseguido sobrevivir. Yo la admiro y la quiero por eso. Y pienso seguir con ella como sea.

—Ten cuidado, hijo. Te estás jugando mucho.

—Si estás amenazándome con la herencia, no te molestes —replicó Alex—. Sé lo suficiente sobre el mundo de las hipotecas como para abrir mi propia empresa de gestión, y dudo que vaya a tener ningún problema para encontrar trabajo en Filadelfia.

—¿Estás dimitiendo de tu puesto en el banco? —exclamó su padre—. Yo levanté ese banco como legado para ti.

—Pues parece que sí, papá.

Y nadie se sorprendía de eso más que él mismo.

Miriam dio un paso adelante para tomar a su hijo del brazo.

—Eres nuestro único hijo, Alex, y te queremos. Lo que nos importa es que seas feliz, tú lo sabes. Por favor, no hagas algo que podría destrozar tu futuro.

—Lo que sé es que estoy enamorado de Lisa y que lo he estado desde que la conocí. Voy a recuperarla, tenga que hacer lo que tenga que hacer. Y créeme, considerando que viene de familia italiana, eso no va a ser fácil.

Su madre se llevó una mano al corazón, alarmada.

—¿Por qué? ¿Los Morelli están conectados con la mafia? ¿Estás en peligro?

Alex se habría reído si su madre estuviera de broma. Lamentablemente, no era así.

—No todos los italianos son miembros de la mafia, mamá. Los Morelli son una familia trabajadora, me parece que no están emparentados con los Soprano.

—Pero no los conoces bien…

—Conozco a su hija, y eso es suficiente.

Alex tomó su bolsa de viaje y se dirigió a la puerta.

—Si te vas de aquí lo lamentarás, hijo —le advirtió su padre.

—Y si no lo hago, lo lamentaré durante el resto de mi vida.

Capítulo 2

 

Lisa llevaba todo el fin de semana esperando el regreso de su hermana y cuando oyó la voz de Francie en el contestador, informando a Leo de que había vuelto, salió corriendo del apartamento.