Un favor muy especial - Marjorie Lewty - E-Book

Un favor muy especial E-Book

Marjorie Lewty

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Beschreibung

Heredar una casa en el sur de Francia era lo mejor que le había pasado jamás a Josie. Después de la pérdida de su madre, pasar una temporada al sol, relajada y sin una sola preocupación, era precisamente lo que necesitaba. Sin embargo, las cosas no iban a ser tan sencillas como ella esperaba; de hecho, nada más llegar descubrió que la villa había sido dividida en dos mitades, que la otra pertenecía al arquitecto Leon Kent, y que él actuaba como si fuera el propietario de las dos. Dadas las circunstancias, Josie no estaba dispuesta a hacerle ningún favor, por muy encarecidamente que se lo pidiera, y menos si el favor consistía en hacerse pasar por su prometida para ayudarlo a librarse de una joven insistente. Lo peor empezó cuando el anillo que le regaló le hizo desear que el compromiso fuese real...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Marjorie Lewty

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un favor muy especial, n.º 1428 - septiembre 2021

Título original: A Real Engagement

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-883-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

TODO había empezado esa mañana de Junio, cuando Charles, a su padre le gustaba que ella lo llamara así, la había llamado para invitarla a almorzar.

–Me voy mañana a Nueva York, Jo, y hay una pequeña cuestión de negocios que tenemos que hablar antes de que me marche.

Ella se imaginó que era algo que tendría que ver con el testamento de su madre.

–Y tengo noticias para ti –continuó Charles excitado, casi eufórico–. A las doce y media en el Claridge, ¿de acuerdo? Mandaré a Baker a que te recoja con el Rolls.

Luego no le dio tiempo para contestar.

Así que esa mañana, a las doce y media, el brillante Rolls & Royce de Charles Dunn, la había llevado al Claridge y ella estaba en la recepción buscándolo. Su atractiva figura atrajo las miradas de unos hombres sentados en una mesa cercana.

Charles estaba sentado en una pequeña mesa con una botella de champán en un cubo junto a él y dos copas en la mesa. Se levantó sonriendo encantadoramente cuando ella se acercó. Estaba ganando peso, pero seguía tan atractivo como siempre, inmaculado con su traje gris a rayas y una camelia en la solapa. La besó afectuosamente en la mejilla.

–Hola, pequeña. Estás preciosa Me gusta ese vestido, es nuevo, ¿no? Siéntate y acompáñame en la celebración.

Ella le devolvió la sonrisa. Era su padre y lo quería mucho, a pesar de la tristeza que le había producido a su pobre madre.

–¿Qué estamos celebrando? –le preguntó ella aceptando una copa de champán.

–Me voy a casar.

Josie levantó las cejas.

–¿Por cuarta vez?

Charles jugueteó con su copa.

–Bueno, ya sabes como es esto.

Ella no pudo evitar reírse.

–Sé como eres tú. Muy bien, háblame de ello.

Charles no necesitó que lo animara.

Sólo se interrumpió un momento cuando se dirigieron al comedor.

Josie había oído la misma historia un par de veces antes, la única diferencia era que esa mujer era americana. Se llamaba Gabrielle y era medio francesa. Divorciada, por supuesto, y muy rica, supuso. No es que eso le importara mucho a Charles, que era un hombre muy rico de por sí. Eso sin tener en cuenta la enorme cantidad de dinero que debía estar pagando en concepto de pensiones alimenticias. Era un enamoradizo incorregible, pensó ella medio divertida y medio enfadada. Pero por lo menos, se casaba con las chicas. Esperó que esa última le durara.

Charles le dijo:

–He estado tratando de convencerla de que se case conmigo. Se estaba quedando en Londres con unos amigos y, cuando se volvió a Estados Unidos, pensé que la había perdido. Pero anoche me llamó y me dijo que sí. Como te puedes imaginar, me quedé encantado. Te gustará Gabrielle, no lo vas a poder evitar.

Josie pensó en su madre, cuya vida había sido arruinada por ese Don Juan. Pero no se puede cambiar a la gente. Levantó su copa y brindó.

–Enhorabuena –dijo–. Espero que seáis muy felices.

–Gracias, Jo, sé que así será. Por fin he encontrado a la mujer adecuada.

Luego siguió halagando a la mujer durante el resto del almuerzo. Josie disfrutó de la comida, pero dudó que su padre supiera lo que se estaba comiendo él mismo.

Por fin pareció recordar por qué le había pedido que fuera allí.

–Hay un pequeño asunto entre nuestros abogados, Jo, concerniente a una propiedad en el sur de Francia que compré hace muchos años. Siempre he pretendido renovarla y venderla, pero nunca lo hice. Mis agentes de allí se la han estado mostrando a distinta gente, pero ahora ha aparecido un cliente que la quiere comprar tal como está y he decidido venderla por fin.

Como vio que Josie se quedaba un poco extrañada, él continuó rápidamente.

–Pero mi abogado ha descubierto que la propiedad está a nombre de tu madre y que te la dejó a ti en su testamento. ¿Me sigues?

–Eso creo. ¿Qué quieres que haga?

–En pocas palabras, que arregles las cosas con tu abogado y hagas que la propiedad se ponga a mi nombre. No sé por qué la puse a nombre de tu madre, pero la compré hace muchos años. Probablemente lo hiciera por librarme de los impuestos o algo así. ¿Harás eso por mí?

Ella asintió.

–Veré al tío Seb y arreglaré las cosas.

–Muchas gracias, querida. Si hay que pagarte algo, ponte en contacto con mis abogados.

Luego él se terminó su café de un trago.

–¿Estás lista? Lamento apresurarte, tengo una cita a las tres y mañana me voy a Nueva York.

–Debo hacer muchas cosas antes de marcharme.

Cuando Charles se marchó, Josie llamó a su tío Seb a su bufete y quedó con él para cuando hubiera terminado con su último cliente. Eso le dio tiempo para irse a ver escaparates a Oxford Street. Había pensado tomarse dos semanas de vacaciones ahora que había vendido la casa familiar en St John´s Wood. Tal vez se fuera a Cornualles. Se estaría muy bien allí en junio y no habría demasiada gente.

Compró tres vestidos de verano y luego tomó un taxi hasta el bufete de su tío Seb. Tío Seb era Sebastian Cross, de Cross, French y Abercrombie, uno de los más prestigiosos bufetes del país. Él había sido amigo de su madre y su abogado desde siempre, y ahora era el suyo. Había visto cómo su madre soportaba el divorcio hacía siete años y la había ayudado mucho a superar ese mal momento y los que siguieron. Su madre siempre se había apoyado en él y él nunca les había fallado ni a su madre ni a ella.

Cuando Josie entró en su impresionante despacho, él la saludó afectuosamente y la hizo sentarse delante de su mesa.

–Iba a llamarte para tener una charla acerca de tu propiedad en Francia, Josie –le dijo al tiempo que le ofrecía una carpeta.

–¿Mi propiedad? No es mía, es de mi padre. Acabo de almorzar con él y me ha pedido que la ponga a su nombre.

Sebastian frunció el ceño y sacó unos papeles de la carpeta.

–No entiendo, Josie. Cuéntame exactamente qué te ha dicho.

–Dijo que, si había que pagar algo, que me pusiera en contacto con sus abogados.

–¡Muy generoso por su parte!

Josie lo miró preocupada. Siempre había sabido que su padre y el tío Seb nunca se habían llevado bien.

–¿Crees que hay algo de malo en ello? Charles parecía un poco raro, pero estoy segura de que nunca trataría de engañarme.

Sebastian examinó los papeles que tenía delante. Después de una larga pausa, levantó la cabeza y le dijo:

–Escucha, Josie. Yo conocía a tu madre y a tu padre incluso de antes de que se casaran y no me extraña lo que sucedió. Siempre he llevado las cosas de tu madre y estuve presente cuando se puso la casa de Francia a su nombre. Tu casa es una de dos. Los dueños primitivos tenían una gran villa que dividieron para hacer dos casas separadas. Poco después de que se casaran tus padres, salieron a la venta al mismo tiempo. Tu padre las quiso comprar las dos para reconstruir la gran villa primitiva, que luego podría vender a buen precio. Compró la casa más grande, pero no tuvo suficiente dinero líquido para comprar ambas. Como estaba al principio de su carrera, no quiso pedir un préstamo bancario mayor. Por esa época, tu madre recibió una herencia de una madrina y utilizó el dinero para comprar la segunda y más pequeña casa. Yo hice la compra en su nombre y, por supuesto, la casa fue puesta a su nombre. Siempre le perteneció. Así que, dado que tú eres la única beneficiaria del testamento de tu madre, la casa te pertenece a ti. Tenemos todos los papeles aquí, en este bufete y, en la actualidad, todo está a tu nombre. Por supuesto, puedes venderle la casa a tu padre, pero eso no será una simple cuestión de si hay que pagar algo, como ha dicho él. Estamos hablando de una gran cantidad de dinero.

Josie tenía el ceño fruncido.

–Pero no entiendo. ¿Por qué no he sabido nada de eso? ¿Por qué no me lo contó mi madre?

Sebastian suspiró.

–A tu madre no se le daban bien los negocios. Dejó que Charles se ocupara de todo a ese respecto. Probablemente nunca más volvió a pensar en esa casa.

Josie se acomodó mejor en su silla.

–Así que ahora tengo una casa en Francia. ¡Maravilloso! ¿Dónde está? ¿La has visto tú?

Sebastian asintió.

–La vi por fuera hará un par de años, cuando recorrí el sur de Francia. Está en las colinas sobre Menton, que es un pueblecito encantador de la Costa Azul, a cosa de un par de kilómetros de la frontera italiana.

Josie dio una palmada.

–Suena muy bien. ¿Cuándo la puedo ver?

–En cualquier momento. He permanecido en contacto con los agentes de allí y tienen instrucciones de cancelar cualquier intento de venta o alquiler. Así que tu casa está ahora libre. Creo que alguien ha comprado la casa de al lado, así que espero que tengas unos vecinos decentes.

–Espléndido –dijo ella–. Iré tan pronto como pueda. No puedo esperar para ver mi casa.

Sebastian frunció el ceño de nuevo.

–Sólo una cosa más, una advertencia. No sé en qué estado te la vas a encontrar, ya que ha estado abandonada mucho tiempo.

–No me importa. Mientras tenga cuatro paredes y un techo podré arreglármelas con lo demás.

Sebastian se levantó y se dirigió a un archivador murmurando algo sobre el optimismo de la juventud. Sacó una llave y le escribió la dirección.

–Aquí tienes, la dirección de la casa y de los agentes en Menton.

Josie se lo metió todo en el bolso y se dirigió a la puerta.

Sebastian la acompañó hasta la escalera y allí ella le dijo:

–Estoy muy emocionada con esto, tío Seb. Es lo mejor que me ha pasado desde hace años, tal vez nunca. Gracias por todo –dijo y le dio un beso en la mejilla–. Te prometo que te haré saber lo que pasa.

–Hazlo, Josie. Y, si necesitas alguna ayuda, ya sabes donde encontrarme.

–Lo recordaré.

Luego bajó las escaleras.

Por supuesto, no supo que Sebastian se quedó allí mirándola, pensando que cada vez se parecía más a su madre a su edad. Pero Marion había sido una chica cariñosa y dócil y Josie era bastante independiente. Había pasado una mala temporada cuidando de su madre y tratando de mantener su trabajo como diseñadora todos esos años, nunca había tenido el tiempo para divertirse que se merecen las chicas de su edad. Se merecía un descanso y esperaba que esa casa se lo proporcionara. Aunque, con veintitrés años, todavía era demasiado joven como para hacerse cargo de una casa en un país extranjero. Pero esperaba que todo le fuera bien.

Josie se sintió como si estuviera caminando por el aire cuando dejó la oficina de Sebastian. Hacía mucho calor y más gente de lo habitual por la calle, pero ella apenas se percató cuando una mujer la empujó o cuando un señor la pisó y no se disculpó.

Pronto estaría lejos de todo aquello, lejos del piso de dos habitaciones que tenía alquilado en una casa vieja de Bloomsbury. Pronto estaría en su propio hogar, ya que pensaba en ella como si ya lo fuera. Una casa en la Costa Azul, con el azul mediterráneo abajo.

Cuando llegó a su piso, lo sintió caluroso y agobiante, abrió las ventanas y se hizo un té en la minúscula cocina. Luego apartó de la mesa del salón los diseños en los que había estado trabajando cuando la llamó Charles. Dejó allí la bandeja con el té y sacó un cuaderno y un lápiz. Después, con la misma excitación de una niña planeando sus vacaciones, empezó a hacer una lista.

Primero, tenía que pagar el piso y avisar de que se iba.

Segundo, tenía que ir al banco a enterarse de cómo iba eso de los cheques de viaje.

Tercero, debía empaquetarlo todo y pensar dónde podía dejar lo que no se fuera a llevar hasta que pudiera pedir que se lo enviaran.

Cuarto, tenía que elegir la ropa que se iba a llevar, no más de lo que le cupiera en una sola maleta.

Y siguió así hasta que llegó al final de la hoja de papel.

Más tarde se sentó a beberse el té. Sí, iba a tener muchas cosas que hacer, pero si trabajaba duro, podía tenerlo todo terminado en pocos días. Luego… ¡a Menton! Posiblemente dentro de una semana podría estar allí, respirando la fresca brisa del mar y empezando una nueva vida.

Estaba ansiosa por empezar.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

QUÉ está haciendo aquí? ¿Ocupando la casa?

La profunda e irritada voz la despertó de un sueño muy profundo. Fue a tirar del edredón para taparse la cabeza, pero no estaba allí.

–¡Maldita sea! –exclamó.

Debía haberse vuelto a caer al suelo.

Se dio la vuelta y fue a encender la lámpara de la mesilla de noche. Pero no la encontró, ni la mesilla. Abrió los ojos.

Entonces se quedó helada cuando vio la gran figura que se inclinaba sobre ella y supo que estaba teniendo una pesadilla. Trató de gritar, pero no salió ningún ruido de sus labios. La figura amenazante no se movió y ella se llevó las manos al cuello. Estaba helada y se estremecía con todo el cuerpo.

Entonces, por fin, la figura se movió. Se oyó como crujía el suelo de madera y a ella se le acostumbraron los ojos a la oscuridad.

Josie se dio cuenta de que, aunque el cerebro aún no le estuviera funcionando correctamente, aquello no era una pesadilla. Había un hombre en la habitación.

La indignación reemplazó al miedo.

–¿Cómo se atreve? ¡Salga de mi habitación!

De repente recuperó la memoria. Estaba tan cansada y acalorada después del largo viaje desde Londres al sur de Francia que cuando encontró su casa, Mon Abri, y había entrado en lo que parecía ser un salón, lo único que fue capaz de hacer fue meterse en su oscuro interior, quitarse el vestido y dejarse caer en un diván.

El hombre retrocedió y siguió mirándola. De repente ella se dio cuenta de que sólo llevaba el sujetador y unas minúsculas bragas. Tragó saliva y buscó el vestido. Estaba mojado de sudor y arrugado, pero se lo puso por delante para taparse algo.

–Ah, qué pena –dijo el hombre y Josie, completamente despierta ahora, sintió más miedo del que había tenido en toda su vida.

–Salga de aquí –gimió.

–Eso es exactamente lo que va a hacer usted. ¿Y qué se cree que está haciendo aquí? ¿Ocupando la casa? ¿O es que ha estado viendo mis idas y venidas y ha decidido mostrar sus… encantos? –dijo el hombre al tiempo que extendía el brazo y le quitaba el vestido–. Está perdiendo el tiempo, muchacha. Las prefiero morenas.

Josie soltó una exclamación de furia. ¡Si estuviera de pie y pudiera darle una patada en donde más le doliera! Pero él estaba tan cerca que, si intentara levantarse, tendría que tocarlo. Y no se atrevía a pensar en lo que podría suceder entonces. ¿Qué clase de hombre sería él? Lo miró, pero estaba a contraluz de la ventana y, aparte de que era alto y ancho de hombros, no podía verlo muy bien. Tenía una voz educada, pero eso no significaba nada.

Antes de que pudiera pensar en nada que decirle, él ya le estaba hablando de nuevo.

–No sé por qué se ha instalado aquí, ni si está esperando a que se reúnan con usted sus jóvenes amigos. Pero sea cual sea la razón, le sugiero que se vista y que salga de aquí a toda velocidad. Si no está fuera de aquí dentro de diez minutos, volveré y la sacaré yo mismo. Estoy viviendo en la casa de al lado, así que podré ver si se marcha o no.

Con una mirada final a su cuerpo semidesnudo, el hombre se volvió y salió de allí rápidamente.

Josie se levantó por fin, pero las rodillas le temblaban. Se quedó un buen rato mirando a la puerta cerrada llena de ira.

Cuando su tío Seb le había advertido que podría tener vecinos, ella no le había dado ninguna importancia al asunto, pero si ese hombre horrible era su vecino, aquello podría ser desastroso. ¿Tendría familia o estaría solo? Si estaba solo, ella no podía quedarse allí.

¿Pero en qué estaba pensando? No iba a dejar que ese cerdo le destruyera el placer de disfrutar de su nueva casa en la Riviera Francesa. Tener un vecino tan horrible y tan cerca podía ser una sorpresa desagradable, pero se dijo a sí misma que era sólo cuestión de mala suerte el que su primer encuentro con él se hubiera producido de esa manera.

¿Por qué habría sido ese hombre tan abominablemente rudo? No se lo podía imaginar, pero sólo había una forma de averiguarlo, enfrentarse a él y exigirle una explicación y una disculpa.

Así que se acercó a su bolsa de viaje y sacó otro vestido. Su mano se encontró con un par de bolsas de té y las sacó encantada. Una taza de té era exactamente lo que necesitaba para revivirla y darle la energía necesaria como para enfrentarse con ese insolente vecino.

Se puso el vestido y luego, por primera vez, echó un vistazo a su alrededor. Era una habitación larga y en forma de L que tenía toda la evidencia de que hubieran pasado por allí varias hordas de inquilinos veraniegos. Había dos sillones desvencijados, una mesa muy arañada con cuatro sillas. En una de las paredes había una gran estantería y en la otra, que debía ser la que dividía las dos casas, estaba el diván donde se había tumbado. Había también una escalera que daba al piso de arriba y una puerta a su izquierda que debía dar a la cocina.

La cocina resultó ser bastante pequeña, como vio cuando abrió la ventana para tener luz. Había una pila, una mesa con una tetera encima y tres tazas, unos cuantos ganchos en la pared y eso era todo. Iba a tener que cambiarlo todo, pensó, pero mientras tanto, se iba a tomar un té.

Abrió el grifo, pero no pasó nada salvo que se produjo un ruido de cañería vacía. Evidentemente, habían cortado el agua. Se puso de rodillas y trató de encontrar la llave de paso bajo la pila. No había ninguna, pero la cañería desaparecía en la pared hacia la casa de al lado.

Su ira estalló entonces. El muy canalla debía haberle cortado el agua para asegurarse de que no se pudiera quedar allí. Bueno, eso ya se vería.

Con los ojos iluminados por la ira, salió de la casa y se dirigió a la puerta de al lado, en donde había un cartel que decía: Maison les Roches. No había timbre, así que llamó a la puerta fuertemente, lo que la calmó un poco. Como no obtuvo respuesta, empujó la puerta y se abrió, dando a lo que, evidentemente, era el salón principal, que estaba en mucho mejor estado que el suyo. Había sillones cómodos, alfombras, cojines en el suelo y una elegante escalera a un lado. Su elegancia se veía un poco disminuida por el hecho de que la pared que dividía las dos casas parecía un postizo que la empujara al centro de la habitación. Una pequeña mesa con dos sillas al otro lado de la habitación tenía encima, maravilla de maravillas, una tetera humeante, una jarra de leche y una taza.

El delicioso aroma a té recién hecho fue demasiado para Josie. se sentó en una de las sillas y se sirvió una taza, le puso leche y se la bebió disfrutando. Aquello estaba mejor. Ahora podía concentrar toda su atención en derrotar al enemigo.

Oyó unos pasos por encima de su cabeza y, un momento más tarde, el enemigo apareció sobre las escaleras, Josie dejó la taza vacía y se levantó, preparada para la batalla.

El hombre, evidentemente, todavía no la había visto, así que esa fue su primera oportunidad de verlo bien. Estaba claro que acababa de darse una ducha. Llevaba unos pantalones cortos color caqui y nada más. Su oscuro cabello estaba mojado. Bajó las escaleras descalzo, tomó la toalla que llevaba al hombro y se frotó vigorosamente el cabello.

Esa mirada le mostró a Josie que era un hombre alto, de hombros anchos, probablemente de treinta y tantos años. Tuvo que admitir que estaba muy bien, tenía el cuerpo de un atleta. La toalla le tapó en parte el rostro, pero podía ver sus ojos. Eran unos ojos extraños, de un color gris acero con el centro más oscuro.

Entonces la vio y ella le sonrió levemente.

–Me he servido una taza de su té –le dijo–. Pensé que me lo debía. Pero queda más en la tetera.

Él ignoró sus palabras, se quedó muy quieto y apretó los puños.

–No se rinde, ¿verdad? –dijo–. Creía que se lo había dejado muy claro.

–Bueno, como puede ver, he decidido no obedecer su orden. He venido a…

Pero no tuvo posibilidad de terminar la frase. En tres pasos él cruzó el salón y un segundo más tarde, ella estaba en sus brazos.

–Oh, ya sé por qué ha venido –dijo él desde muy cerca–. Y, si es esto lo que quieres, es lo que tendrás.