Un heredero y un escándalo - Dani Collins - E-Book
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Un heredero y un escándalo E-Book

Dani Collins

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Beschreibung

Esperando el heredero secreto del príncipe… Una noche, Trella Sauveterre, la heredera enclaustrada, se olvidó del lastre de que la hubiesen secuestrado cuando era una niña y se dejó llevar por una seducción irresistible. Además, se quedó embarazada. Le resultaba insoportable ser el centro de atención y, para evitarlo, ocultó el nombre del padre... Entonces, una revista sensacionalista publicó una foto de un beso abrasador que implicaba al príncipe heredero de Elazar en el escándalo. Él estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para reclamar a su hijo, ¡hasta secuestrar a Trella! Además, su hijo tenía que ser legítimo... ¡y él iba a tener el placer de convertir a Trella en su esposa!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Dani Collins

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un heredero y un escándalo, n.º 176 - mayo 2021

Título original: Prince’s Son of Scandal

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1375-393-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Seis meses antes…

 

CUANDO el recepcionista que estaba en la puerta del salón de baile le preguntó su nombre, Trella Sauveterre estuvo a punto de contestarle, con arrogancia, que ya lo sabía.

Se mordió la lengua porque su hermana no era nunca hiriente con los desconocidos y mucho menos con los subordinados. Su gemela era perfectamente capaz de ser implacable y seguramente le dijera cuatro cosas cuando se enterara de lo que estaba haciendo, pero Angelique era sensible, empática, delicada y amable.

Ella, no tanto.

–Angelique Sauveterre –mintió Trella esbozando la sonrisa tímida y cortés de su hermana.

Debería sentir más remordimiento, debería sentirse como un tópico manoseado de una película infantil, pero se sentía viva… y temerosa. El terror podía adueñarse de ella si se adentraba demasiado. Era como nadar hacia el centro de un lago de profundidad desconocida. Era imposible saber los peligros que acechaban en la oscuridad. Existían los monstruos y los había conocido, casi habían acabado con ella.

Sin embargo, no iba a pensar en eso.

Su aspecto exterior no reflejaba los latidos desbocados de su corazón ni las batallas que libraba por dentro. Se movía con elegancia aunque tenía los músculos agarrotados y anhelaban salir corriendo

Sin embargo, a pesar del miedo, se sentía rebosante de felicidad. Le costaba contener las lágrimas en los ojos y la risa en la garganta. Quería llamar a su familia y exclamar que estaba consiguiéndolo, que estaba en público y sola, que no estaba descomponiéndose como un vampiro a la luz de sol.

No obstante, no sabían dónde estaba y era mejor que no lo supieran. Era como si se asomara a una ventana a la que debería haberse asomado cuando era adolescente, pero, en cambio, había sido una superviviente maltrecha, con desórdenes alimenticios y cicatrices por todos lados.

Si toda esa gente supiera…

Dejó a un lado esos pensamientos negativos y se movió como una persona normal entre la multitud. La miraban, constataban que Angelique Sauveterre había llegado, pero su guardaespaldas impedía que se le acercara alguien.

Devolvió, con el mismo gesto distante de su hermana, el saludo de algunas personas que, seguramente, debería conocer.

Dentro de unas semanas, podría salir como Trella sin tener que ocultar nada. Ya no habría muros, ni físicos ni metafóricos. Ya no necesitaría los anchos hombros de sus hermanos. Ya no tendría que fingir que era su hermana para evitar ser ella misma. Había decidido, se había jurado, que ese año se liberaría de la prisión que se había creado ella misma.

Por el momento, seguía escondiéndose detrás de Angelique. Últimamente se había hecho pasar algunas veces por su hermana, con su permiso. Había acompañado a su hermano Henri a ver una carrera de Ramón, su otro hermano. También habían ido a ver el desfile de otro diseñador durante la semana de la moda. Eran acontecimientos donde era una mera espectadora y no tenía que tratar con nadie, y donde ya habían visto antes a Angelique con alguno de sus hermanos.

Ella jamás había estado sola en público. No había hecho casi nada sola en toda su vida. De pequeñas, Angelique, Geli para la familia, había sido la más apocada y ella la protectora. Sus hermanos no les habían dejado ni respirar incluso antes de que secuestraran a Trella cuando tenía nueve años, siempre habían estado vigilantes para que no les pasara nada ni se alejaran demasiado.

Tragó saliva y dejó de pensar en eso. Solo conseguiría que le diera un ataque y estaba haciéndolo muy bien, ya hacía dos años que no le daba ninguno.

Los ataques habían aparecido años después de que la rescataran.

Sus hermanos no lo dirían nunca, pero tenían que estar hartos de estar pendientes de ella… y ella estaba harta de ser el eslabón más débil. Tenía que cambiar. Esa noche era un paso más en esa dirección. La prensa enloquecería dentro de unas semanas, cuando por fin saliera de su reclusión para asistir a la boda de una amiga. Estaba poniéndose a prueba un poco impulsivamente porque ese acto benéfico no estaba en su agenda cuando llegó a París.

Se había sentido desbordante de orgullo consigo misma cuando aterrizó. Había viajado desde el refugio familiar en España en avión privado y con guardaespaldas, como siempre, pero sin su madre ni ningún hermano… y había llevado esa independencia recién encontrada al nivel siguiente.

Por eso, cuando Geli le había preguntado, con indecisión, si podía irse a Londres a pasar un fin de semana con su nuevo amante, ella le había contestado que naturalmente. Su hermana no había podido disimular la emoción cuando le había hablado del príncipe Kasim. Evidentemente, era alguien especial.

Ella quería que su hermana fuese feliz y quería dejar de coartarla. Pasar la noche sola en el piso que tenían encima de Maison des Jumeaux, su casa de modas, le había parecido una alegría más que sumar a la de haber superado los miedos.

Sin embargo, a medida que avanzaba la tarde, había empezado a dar vueltas por el piso identificándose con su hermana y sintiendo lástima por sí misma, la añoranza se había adueñado de ella.

¿Alguna vez tendría una aventura romántica? Su sentimientos hacía los hombres eran contrapuestos. A los catorce años, había tenido el natural arrebato de hormonas e, incluso, se había abrazado con el hijo del jardinero detrás de un rosal. Entonces, había muerto su padre y los depredadores más ruines habían surgido en Internet para amenazarla de la forma más atroz. Su miedo hacia los hombres, hacia todo, se había multiplicado por cien. A medida que aumentaban los ataques de pánico, el miedo más profundo de todos le había atenazado por dentro; estaba tan maltrecha, tan defectuosa, que nadie la desearía jamás.

No había dejado que se le acercara ningún hombre durante años. Había ido de un sitio seguro a otro acompañada siempre por su servicio de seguridad, casi todas mujeres. Sus hermanos, de vez en cuando, le presentaban a un amigo, pero aunque le hubiese gustado que ese banquero o piloto de coches intentara algo, sus hermanos no le habrían dejado.

Sadiq, el amigo más querido de la familia, era el único hombre con el que pasaba algo de tiempo y jamás habían tenido una relación sentimental. Era un bicho raro de la informática, tímido y con un corazón de oro, que había ayudado a la policía a que la encontrara. Le quería, pero como un salvador, no como un hombre.

Por eso su compromiso la había sacado de su torre de marfil. Haría cualquier cosa por Sadiq. Si quería que fuese a su boda, iría, aunque tuviera que superar todos sus miedos y reaparecer en público.

Le había costado llegar hasta allí, pero en ese momento, cuando estaba a punto de lograr algo parecido a una vida normal, también estaba replanteándose las cosas.

Quería sentir la emoción que sentía su hermana por ir a pasar un fin de semana con un hombre. Quería ser la persona que habría sido si no la hubiesen secuestrado, maltratado y hostigado. Sin embargo, ¡no lo conseguiría nunca si seguía viviendo detrás de esos malditos muros!

Había golpeado con rabia un montón de revistas de moda que había encima de la mesa y toda la correspondencia había caído el suelo, entre ella, la invitación a ese baile. Era una recaudación de fondos para una asociación benéfica que ayudaba a los niños huérfanos, algo que tocaría el sensible corazón de Geli. Aunque Geli se hubiese disculpado, la presencia de un Sauveterre se agradecía siempre.

Sin pensárselo mucho, había reunido a un equipo de seguridad y se había puesto una de las creaciones de su hermana. A ella le gustaban detalles más atrevidos como hombros marcados, cortes acampanados, lentejuelas o colores llamativos, pero el estilo de su hermana era más sobrio. El vestido color champán tenía unas mangas que le daban cierto aire desvalido, el corpiño se le ceñía al torso y se fruncía en las caderas dando la impresión de capas de satén sobre un cuerpo desnudo. También se puso unos pendientes de su hermana y un colgante con el botón del pánico, pero mantuvo un aire sencillo, dejó que el pelo moreno le cayera como una cascada ondulada y se pintó los labios con un rosa muy suave.

En ese momento, allí estaba, petrificada y sin poder respirar, pero con un optimismo que no había sentido desde hacía muchos años. Se dirigió a saludar al anfitrión, un ruso distante, y a su más cálida esposa británica, Aleksy y Clair Dmitrev.

–Me alegro mucho de que hayas venido –Clair hizo un aparte con ella, lo que le indicó que no sabía que estaba hablando con la gemela de Geli–. No eres mi única mecenas que ha venido sin acompañante, pero sí sé que serás la única que no se pondrá tonta con nuestro invitado de honor, y no me preguntes cómo lo he traído aquí. Fui bastante descarada al interrumpir la conversación de trabajo y ponerlo contra la espada y la pared delante de todo el mundo. Lo convencí para que se subastara a sí mismo para el primer baile.

Trella buscó semejante personaje con la mirada y Clair siguió con su confesión mientras se abría paso entre el gentío.

–Aleksy dijo que al menos utilizaba mis poderes para bien y no para mal, pero me siento un poco malvada porque los cuervos lo rodearon en cuanto apareció. Aunque se retirarán cuando te vean. Sé que se quedará más a gusto. Todo del mundo te adora, ¿te importa?

Trella se dio cuenta de cómo conseguía Clair lo que quería, parecía sincera cuando halagaba y daba por supuesto que la otra persona aceptaba, pero sintió curiosidad.

–Bien sûr… –murmuró Trella en francés, como habría hecho su hermana.

Clair sonrió y le abrió paso entre las mujeres apiñadas.

El misterioso hombre se dio la vuelta y ella pudo ver una banda roja debajo de la chaqueta negra del esmoquin. Era imponentemente alto, tenía las espaldas muy anchas y se movía lo justo, como si hubiera un cazador debajo de esa vestimenta tan sofisticada. El reflejo rubio del pelo castaño parecía natural porque las cejas tenían el mismo reflejo dorado.

Y esos ojos… Eran de un azul tan penetrante que parecían dos bloques de un glaciar. El resto de sus rasgos estaban tallados con toda precisión: unas mejillas alargadas bajo unos pómulos prominentes, una mandíbula cuadrada de acero forjado y una boca con un labio superior simétrico y otro inferior implacable. Era tan cautivador, algo tan desconocido para ella, que el resto de la habitación se le borró de las consciencia. Se quedaron mirándose y atrapados en una burbuja silenciosa.

¿De verdad había anhelado que la vieran como a una mujer? Eso era lo que estaba pasando. Él la miró de arriba abajo sin tapujos, y ella captó un brillo de interés cuando volvió a mirarla a los ojos, le gustaba lo que veía. Sin embargo, veía a Geli, a la dulce Geli que estaba acostumbrada a estar en público, donde los hombres la consideraban una posible conquista. Lo que provocó una reacción muy extraña en Trella. Debería haberle irritado la amenaza o debería haber pasado por alto su interés como si le diera igual o no lo hubiese percibido, como habría hecho Geli.

Sin embargo, le fastidió que viera a su hermana como a un trofeo y el instinto protector, que había sentido desde pequeña, hizo que su aspecto más beligerante saliera a la luz mientras escondía a Geli detrás de ella.

Él la miró con más intensidad, la abrasó, la vio. Fueran los que fuesen los escudos que había llevado allí, la apariencia de su hermana entre otros, se esfumaron. Se sintió completamente desprotegida ante esa mirada que le acariciaba cada saliente y cada entrante de su rostro.

Fue una sensación mágica, notó un hormigueo en las mejillas y tuvo que disimular un arrebato de sensualidad que no había sentido nunca. Lo hombres no le afectaban, pero ese hechizo le producía toda una serie de sensaciones desde el cuello a la entrepierna pasando por los pezones, unas sensaciones que la dejaban clavada al suelo.

–Alteza… –Trella oyó a Clair como si su voz llegara de otro mundo–. ¿Conocéis a Angelique Sauveterre?

–Señorita Sauveterre, el príncipe heredero de Elazar, Xavier Deunoro.

 

 

Xavier había sabido muy bien lo que estaba haciendo cuando Clair Dmitrev lo había arrinconado para que apareciera en su acto benéfico. Estaba comprando un futuro favor de su poderoso marido, un hombre famoso por lo difícil que era influirle.

También había sabido que sería una rifa con lo que tenía delante; mujeres con vestidos atrevidos que contoneaban las caderas y parpadeaban con falsa timidez mientras sacudían el pelo insinuantemente.

Él, como el soltero más codiciado de Europa, estaba acostumbrado a elegir lo que más le apetecía. Solo tenía que dejar caer la garra y daba igual cuál cayera entre sus manos. Todas le proporcionaban una diversión fugaz, algo cálido para abrazarlo por la noche antes de olvidarlo en la habitación del hotel cuando se marchaba a la mañana siguiente.

A juzgar por la noticia que le habían dado esa mañana, la acompañante de esa noche sería la última antes de que se impusieran sus obligaciones reales. Ese era otro de los motivos para que hubiera aceptado participar en semejante ridiculez. Al menos, tenía una buena selección para su última visita al parque de atracciones.

Estaba eligiendo acompañante con calma. Todas tenían sus encantos si la quería más o menos voluptuosa. ¿Debería ser pragmático y elegir a una que llevara tanto oro encima que no buscaría el de él?

Entonces, la anfitriona le presentó a una recién llegada como si fuera un regalo… y el resto de mujeres contuvieron la respiración y retrocedieron un paso.

Era más alta que la mayoría y tenía unos rasgos divinos a juego con su nombre. Tenía el cutis dorado como la luz del amanecer que se reflejaba en una cima nevada.

Evidentemente, era una musa, porque despertaba su inspiración poética solo con verla. ¿Cómo no iba a admirarla? Tenía un cuerpo de diosa, una boca tentadora, los ojos misteriosos, de un tono entre verde y gris. Si pudiera sacarla de la nube de perfume que los rodeaba, estaba seguro de que olería a musgo y a arroyos cristalinos.

Al menos, eso era lo que transmitía superficialmente. En un abrir y cerrar de ojos, se había movido levemente, como si hubiera buscado el ángulo exacto para que reflejara la luz del sol. Algo menos tangible que la belleza exterior pareció concentrarse con un resplandor deslumbrante, como una estrella que nacía.

Era un diamante entre un montón de imitaciones, una mujer con facetas y contrastes, infinitamente fascinante y de valor incalculable. Si darse cuenta de todo eso le producía una punzada de fastidio porque no tendría tiempo para llegar a conocer todos sus recovecos y contradicciones, lo pasó por alto. Su vida era así. Tomaba lo que podía cuando podía… y esa noche la tomaría a ella.

–Buenas tardes… –él se inclinó hasta que el aliento le rozó los nudillos y notó la levísima reacción de ella–. Es un honor conocerte.

–Un placer muy especial, desde luego –ella hizo un gesto con los labios que indicaba una broma personal–. El honor es mío.

–Os he sentado en la mesa VIP –comentó Clair–. Por favor, sentaos cuando os apetezca. ¿Habéis visto los objetos de la subasta secreta?

Clair deshizo el grupo de mujeres contrariadas y la mayoría se alejó y solo se quedaron algunas oportunistas, como una pelirroja con expresión de firmeza. Él suspiró para sus adentros cuando la pelirroja se dirigió a Angelique con una sonrisa demasiado almibarada.

–¿Qué tal está tu hermana? ¿Sigue recluida?

Claro, por eso le había sonado el nombre. Su familia había tenido una historia muy trágica. Habían secuestrado a una de las gemelas cuando era pequeña. Se rumoreaba que estaba mal de la cabeza y la mantenían escondida. También habían dicho de todo sobre él y le daba poco crédito a esas habladurías, pero se preguntaba cómo respondería a semejante provocación.

Ella le dirigió una mirada demoledora a la pelirroja.

–Está fantástica –contestó Trella con ironía–. ¿Cómo te llamas? Le diré que has preguntado por ella.

–Ah… –la pelirroja se quedó atónita, pero lo miró como si quisiera dar la puntilla–. Lady Wanda Graves.

–Me ocuparé de que te añadan a nuestra lista –Trella sonrió con frialdad y se dirigió a él–. ¿Buscamos nuestros sitios?

Ella no vio que la pelirroja se sonrojaba de rabia. Las otras mujeres se quedaron boquiabiertas y miraron hacia otro lado antes de que ellos se dieran la vuelta.

Le ofreció el brazo y se inclinó para hablarle al oído.

–¿Tienes una lista negra?

–No nos gustan las personas entrometidas.

¿Era malvada o implacable… o las dos cosas a la vez? Fuera lo que fuese, le divertía. Entonces, se acordó de que las hermanas tenían una casa de modas o algo así. La moda femenina no le interesaba lo más mínimo, pero se fijó en su vestido, en la abertura que le permitía ver parte de su muslo y en el cuerpo sin tirantes que dejaba a la vista gran parte de la redondez de sus pechos.

–¿Es una de tus creaciones? Es puro arte.

–Sé muy bien cuándo están tratándome con condescendencia –le avisó ella.

–Entonces, sabrás que soy sincero cuando digo que el vestido es precioso, pero que veo a la mujer que hay debajo. Se trata de eso, ¿no?

–¿De verdad?

Ella lo miró con la cabeza ladeada y un brillo burlón en los ojos verdes, aunque él habría jurado que hacía un minuto eran grises. Trella desvió la mirada hacia la banda de seda que llevaba por encima del corazón.

–Yo veo la corona, no el hombre –siguió ella–. Es lo que intenta transmitir eso, ¿no?

Muy astuta, pero una mujer que se ganaba la vida con la ropa debería entender esos matices.

Era una banda muy opresiva esa noche. El deber le rondaba muy cerca, su secretario le había pasado una breve información sobre Bonnafete, un pequeño principado del Mediterráneo. Patrizia, la hija del príncipe reinante, había cancelado su matrimonio con un magnate del sector inmobiliario estadounidense.

Conocía a Patrizia desde hacía mucho tiempo, pero no lo había lamentado tanto como parecía en las condolencias que le había mandado. Él necesitaba una esposa de sangre azul y su abuela quería que se casara para que ella pudiera abdicar. Patrizia era especialmente apta.

Él había pedido que su abuela se enterara de que se había roto el compromiso, era una forma de reconocer la responsabilidad que tenía con ella, con su linaje y con la corona. Se resistía al matrimonio, pero prefería tomar la iniciativa antes de que ella empezara a dar órdenes. Ella sería la única persona con capacidad para dictar lo que tenía que hacer, pero no hacía falta facilitárselo. Estaba seguro de que ella le daría el visto, bueno. Si no, también estaba seguro de que se lo diría con toda claridad.

–¿Pesa mucho? –le preguntó la que sería su última conquista.

El tono de la pregunta le demostró que era más perspicaz de lo que él se había imaginado. Sin embargo, él no buscaba nunca la compasión, y menos de sus acompañantes pasajeras. La debilidad no cabía en su vida. Nadie lo veía encogerse y nadie sabía toda la amargura que le había deparado la vida.

Por eso, pasó por alto la posibilidad de que ella lo entendiera como no había hecho nadie y le retiró la silla.

–Nada podría pesarme mucho mientras estoy en tu cautivadora compañía, bella.

Ella se quedó helada y lo miró por encima del hombro.

–¿Por qué me has llamado eso?

–Es una expresión cariñosa. El idioma oficial de Elazar es un dialecto del italiano, pero también es habitual que se use el francés y el alemán, además del inglés –él colocó la silla mientras ella se sentaba y se inclinó para hablarle de cerca–. ¿Por qué? ¿No te gusta?

Ella sintió que se le ponía la carne de gallina y que se le endurecían los pezones debajo de la seda que los cubría. Él sonrió y a ella le gustó.

Dominado por una excitación que no había sentido desde hacía mucho, quizá nunca, también se sentó y se alegró de que fuera a despedir tan a lo grande su soltería.

 

 

Trella era extrovertida por naturaleza. La charla, el colorido, la música y las atenciones que la rodeaban eran como salir a la luz del sol después de haber estado en una mazmorra.

Además, que el hombre que tenía sentado al lado la mirara con tanta admiración era el colmo del placer. Evidentemente, era un seductor consumado que empleaba su atractivo y descaro con la misma naturalidad que la banda roja, pero, aun así, le emocionaba que la hubiese elegido. Era el coqueteo que siempre había anhelado.

–¿Qué haces en París? –le preguntó él.

Aunque, si iba a meterse en eso, no iba a conformarse con soserías, se dijo ella.

–¿No se te ocurre nada más original que preguntarle a una chica qué hace en un sitio como este?

–Voy a consultar mi aplicación –él fingió que miraba un teléfono imaginario–. ¿De qué signo eres? –preguntó él como si le interesara sinceramente.

–Géminis –contestó ella con una mueca–. Gemelos, evidentemente. ¿Tú?

–Ni idea, del seis de agosto.

–Leo. El león, el rey de la selva.

–Evidentemente –replicó él en un tono abatido.

Ella contuvo una sonrisa, pero le intrigaba su situación, aunque solo fuera porque también sabía lo que era ser el centro de atención. Él no le había contestado a su pregunta sobre el peso de la corona, pero tenía que estar cansado de que lo miraran con lupa.

–¿Te tomas en serio los horóscopos? –le preguntó él haciendo un gesto con la cabeza a un camarero que les ofrecía champán.

–No creo lo que dicen, pero lo utilicé como inspiración en una colección de hace unos años. Lo utilizamos –se corrigió ella inmediatamente.

Trella se aclaró la garganta y miró alrededor para cerciorarse de que no le habían oído. Era bien sabido, en el mundillo de la moda, que ella había diseñado esa colección concreta.

–¿Cómo? –preguntó él con una curiosidad que pareció sincera–. ¿Pusiste los símbolos en la tela?

–No fue algo tan obvio. Más bien, era cómo se percibía cada signo. Tienen características distintas, los hay de aire o de fuego… Ofrecen muchas posibilidades. Dediqué un mes a cada signo. Fue un ejercicio interesante –ella se acercó un poco arrugando la nariz–. También fue un extraordinario gancho de marketing.

–Belleza y cerebro, una combinación que siempre es irresistible –comentó él.

Ese príncipe, que le daba un vuelco al corazón con cada halago, debería hacer que saliera corriendo. Había aprendido a ser prudente desde la infancia, pero aunque la mayoría de los hombres le alteraban, ese le producía una falta de miedo que le daba vértigo. Era como salir de un cascarón, como darse cuenta de que podía volar.

Sin ninguna duda, quería estar más tiempo con él antes de que acabara la velada.

Llevada por un impulso, llamó a su guardaespaldas, que era una de las de Geli, y le dio instrucciones sobre la subasta secreta. Ella se esfumó.

¿Estaba yendo demasiado lejos? ¿Estaba siendo irreflexiva?

Llevaron la comida y tuvo que esperar para averiguarlo.

La cena pasó entre una nebulosa de conversaciones casi intrascendentes. Alguien le preguntó al príncipe por lo que hacía su país en relación con la energía renovable y ella se acordó vagamente de que se había acusado a ese principado entre Italia y Austria de haber sido un paraíso fiscal entre las dos guerras mundiales. En ese momento, Elazar parecía muy moderno y autosuficiente. Él contó que exportaban energía hídrica porque los ríos y arroyos eran unos de sus pocos recursos naturales. También llevaban unos diez años invirtiendo en formación para atraer empresas innovadoras de tecnología e ingeniería relacionadas con la energía solar y eólica.

La empresaria que llevaba dentro debería haber estado tomando nota en la cabeza, pero estaba hipnotizada por la naturalidad que tenía para encandilar a los oyentes y estaba seducida por lo cerca que estaba su manga de su brazo. También le parecía notar la calidez de su muslo a unos milímetros del de ella. Solo podía pensar en bailar con él.

Bailar… Sintió que le escocían los ojos por lo mucho que anhelaba un placer tan sencillo.

Esa reacción de adolescente era ridícula, pero la recibió con agrado. Eso era lo que debería haber estado haciendo a los veinte años, y no cosiendo lentejuelas en minivestidos para que otras jóvenes los llevaran en los clubs más exclusivos ni matando las horas concentrada en el trabajo para así pasar un día más sin desmoronarse ni tomar los fármacos que, en teoría, lo evitaban.

Entonces, el príncipe Xavier giró hacia ella su rostro indescriptiblemente atractivo.

–Tendrás que viajar mucho por tu trabajo, ¿no? ¿Qué te llevó a la moda?

Él había dedicado a todos un momento de su resplandeciente atención y, en ese momento, le tocaba a ella. Él debería de hablar de todo un poco con miles de personas al día, ya fuera cortando cintas o en hospitales infantiles, pero ella habría jurado que se le relajaron los ojos cuando la miró. Había estado cumpliendo con su obligación y había esperado con impaciencia el momento de volver con ella.

–Las dos somos bastante creativas –contestó ella, aunque no era verdad del todo.

Geli lo era más, era la artista que diseñaba por amor y que dirigía la empresa por necesidad. Ella era la ambiciosa, la que estaba dispuesta a que el beneficio fuera considerable. Se había hecho su propia ropa por pragmatismo, no por pasión, porque no podía soportar que los trolls la juzgaran porque solo compraba algo, y por cómo le sentaba.

–Nuestros hermanos nos ayudaron un poco al principio, pero les sorprendimos, como a nosotras mismas, con el éxito.

Eso tampoco era verdad del todo. Ella no habría descansado hasta que hubiesen ganado montones de dinero. Era competitiva y le movían las ganas de vengarse de quienes habían proyectado sombras sobre ella.

–No puede ser un terreno fácil. Estoy seguro de que vuestro éxito se debe al trabajo tanto como a cualquier otra cosa.

Estaba intentando llevársela a la cama. Ella lo sabía con ese cerebro que, según él, admiraba, pero sus halagos daban resultado. Se sentía ridículamente afectada y tenía ganas de decirle que, efectivamente, habían trabajado como mulas, que gracias por haberse dado cuenta. Geli era la cara visible de Maison de Jumeaux y recibía la mayoría del mérito. Se merecía gran parte, pero ella había trabajado lo mismo y no era humilde por naturaleza. Oír su alabanza había sido como una transfusión y había caído más bajo su hechizo.

Los anfitriones subieron a la tarima, dieron las gracias a los asistentes por sus donativos y anunciaron los ganadores de la subasta. Trella se sintió cohibida. Evidentemente, había perdido la cabeza, debería haberse marchado antes de que…

–Para terminar, nuestro premio más codiciado, un baile con el príncipe de Elazar, es para… ¡Angelique Sauveterre!

Se oyeron unos aplausos de cortesía y notó lo puñales clavados en la espalda. Ella sonrió con sarcasmo para sus adentros y se sonrojó cuando Xavier no mostró ninguna sorpresa. ¿Tan seguro estaba…?

–Me siento halagado.

–No me extraña. He prometido el doble que la puja que más se aproximara. Más te vale que bailes lo bastante bien para que me compense…

–Lo hago –él le retiró la silla y volvió a hacer ese gesto tan erótico de inclinarse para hablarle al oído–. Bella, te concederé toda la noche por tu generosidad.

Le daba un vahído cada vez que la llamaba «bella», el mismo apelativo que utilizaba su familia. El pulso le latía con tanta fuerza que le parecía que podía dejarle una marca en el cuello, pero era esa emoción incontenible que se había adueñado de ella. Hacía que se sintiera seductora, sexy. Hacía que se sintiera como si la deseara.

Era arrebatador. Se había pasado muchas noches sombrías diciéndose que estaba llena de defectos, que no deseaba a los hombres y que, por lo tanto, le daba igual que los hombres no la desearan a ella. Sin embargo, sí quería sentirse viva y normal, contenta y deseable.

El contacto de su mano en la parte más baja de su espalda tuvo un efecto increíble. ¿Estaba excitándose?