Un hombre entre dos mujeres - Anne Mather - E-Book

Un hombre entre dos mujeres E-Book

Anne Mather

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Beschreibung

Grace Horton sólo había esperado encontrar sol y tranquilidad en las vacaciones que iba a pasar con su amiga en Italia, pero se vio envuelta en un torbellino emocional. Su amiga estaba completamente decidida a casarse con el atractivo y acaudalado Matteo di Falco. Sin embargo, él parecía igualmente decidido a empezar una relación con Grace… La joven no quería hacer daño a su amiga y tampoco quería caer ella misma en los brazos de Matteo. Entonces su amiga desveló una noticia que podía apartar para siempre a Matteo del lado de Grace…

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Seitenzahl: 216

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 1999 Anne Mather

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un hombre entre dos mujeres, n.º 1062- mayo 2022

Título original: The Baby Gambit

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-659-5

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

GRACE salió al balcón del apartamento y miró por primera vez las azules aguas de la bahía. Respiró profundamente y se echó a temblar, más por la excitación del momento que por el aire fresco de la mañana. Por fin estaba allí, estaba en Italia. Durante las dos próximas semanas, no tendría que pensar en nada, excepto en lo que iba a hacer para pasar el tiempo.

Más allá de la decadente grandeza del edificio de apartamentos, las escalonadas laderas de Portofalco se abrían camino hacia el puerto. Portofalco no era el lugar de veraneo más exclusivo o más conocido de aquella parte de la costa italiana, pero era uno de los más hermosos. Julia le había dicho que muchos de sus acaudalados visitantes volvían año tras año.

Grace se apoyó sobre la barandilla de hierro forjado del balcón y sintió el frío del metal contra los brazos. Sin embargo, ella sabía que, cuando el sol subiera un poco más, aquel balcón se vería inundado por el sol y se agradecería infinitamente el cobijo que proporcionarían las persianas de cada habitación.

Grace se preguntó a qué hora volvería Julia de Valle di Falco. Su amiga vivía allí todo el año ya que trabajaba en uno de los hoteles que había a lo largo de la costa. Sin embargo, aquel fin de semana se había marchado y Grace no la esperaba de vuelta hasta el día siguiente.

Aquella situación no la molestaba. Cuando había aceptado la invitación de Julia, lo había hecho con la condición de que su amiga no cambiara sus planes mientras ella estuviera allí. Julia tenía una vida social muy apretada, pero Grace esperaba no verse implicada en absoluto.

Las dos amigas se conocían desde el colegio y, aunque no se veían mucho, habían conseguido mantenerse en contacto incluso cuando Julia se marchó a Italia. Entre ellas, había un trato familiar, que no parecía haberse visto afectado por el paso del tiempo. Por eso, Grace había aceptado encantada la invitación, sabiendo que con Julia no se vería obligada a nada.

Todo lo que Grace quería era descansar, a pesar de que había tenido que sufrir una neumonía para darse cuenta. Además de tener dos trabajos, cuidaba de su madre inválida, y todo aquello resultaba tan agotador que no se había dado cuenta de que estaba descuidando su propia salud hasta que se derrumbó.

Ella era la única de su familia que seguía soltera, por eso había tenido que dejar su apartamento y mudarse a la casa de su madre en Brighton para cuidar de ella. Y desde entonces, la vida había sido un ajetreo constante. Iba a Londres todos los días a trabajar en el museo y la mayoría de las tardes trabajaba de camarera en un pub cercano para ganar algo más de dinero. Pero aquello había sido demasiado. Se resfrió y rápidamente aquella ligera dolencia se hizo mucho más grave.

Tras una estancia en el hospital, se convenció de que no podía seguir cuidando de su madre ella sola. Finalmente, sus dos hermanas pequeñas accedieron a compartir la responsabilidad. Sin embargo, las dos hermanas tenían marido e hijos, y Grace sospechaba que aquella ayuda sólo sería temporal, por lo que estaba dispuesta a disfrutar al máximo de aquellas vacaciones.

La alternativa era poner a su madre en una residencia, pero a Grace no le agradaba aquella idea. Ella quería mucho a su madre, que no tenía la culpa de haber contraído una clase de osteoartritis degenerativa dos años atrás, mientras Grace se sacaba su doctorado. Al principio había podido cuidarse ella sola, pero poco a poco su estado se había ido deteriorando hasta verse confinada a una silla de ruedas.

Por eso Grace había vuelto a vivir con ella. Además, ella estaba segura de que ya no se casaría, por lo que no tenía que dejar demasiadas cosas atrás. De acuerdo con la creencia popular, se había convertido en una solterona, pero la verdad era que había llegado a la conclusión de que nunca conocería a un hombre que no se viera intimidado ni por su apariencia ni por su inteligencia. Grace medía casi un metro ochenta y tenía una figura que todas las mujeres anhelaban, pero ella siempre se había considerado una rareza. No veía nada atractivo en sus generosos pechos ni en las curvas de sus caderas. Además, llevaba siempre la larga y rizada melena rubia platino en una apretada trenza para dominar la incontrolable tendencia del cabello a formar unos rizos dorados en torno a su ovalado rostro.

Por supuesto, no siempre había sido tan cínica. Cuando era más joven, mientras los hombres se peleaban para salir con ella, se había imaginado que un día se enamoraría, se casaría y viviría feliz para siempre. Nunca había tenido prisa, pero no había encontrado al hombre que buscaba.

Al cabo del tiempo, se había dado cuenta de que la mayoría de los hombres que salían con ella sólo querían acostarse con ella. No parecían ser capaces de ver más allá del físico de Grace y no llegaban a ver la mujer tímida e inteligente que había detrás de aquella espectacular fachada. Además, los hombres que a ella le gustaban la rechazaban por su apariencia, que encajaba con la de la rubia tonta. Finalmente, cuando se dio cuenta de que las chicas que conseguían relaciones duraderas no se parecían en absoluto a ella, perdió la esperanza y la inocencia.

De vez en cuando salía con alguien, pero estaba cansada de defender su celibato frente a unos hombres que parecían pensar que con su aspecto debía de estar más que interesada en el sexo. La verdad era que sus experiencias sexuales no habían sido nada satisfactorias y había terminado por no sentirse atraída por algo con lo que, a fin de cuentas, no disfrutaba.

Mientras contemplaba el mar apoyada en la barandilla llegó a la conclusión de que, a la edad de treinta y cuatro años, lo prefería de aquella manera. Por eso la invitación de Julia para pasar en su apartamento las dos próximas semanas parecía haber venido en el momento más oportuno. Todo lo que quería era un lugar cálido y soleado, sin nada más que hacer que descansar.

—Me temo que no podré pasar mucho tiempo contigo —le había dicho Julia cuando Grace la llamó desde el hospital para decirle lo que estaba pasando—. Estamos en temporada alta, pero puedes venir y quedarte todo el tiempo que quieras. Portofalco es un lugar precioso, pero si te aburres, puedes alquilar un coche y explorar los alrededores.

A Grace todo aquello le había sonado a música celestial y por eso se había animado y allí estaba, al día siguiente de su llegada, en el balcón del apartamento de Julia, embelesada con la vista de la bahía de Portofalco y Viareggio, ya algo apartado de la costa.

Grace respiró profundamente y olió el perfume que provenía del pequeño jardín que había debajo del balcón. A pesar de que estaba algo descuidado, el aroma de los jazmines y la verbena se entremezclaba deliciosamente con el de las rosas. De alguna manera, incluso aquel jardín sin podar tenía un encanto especial y parecía que le susurraba secretos a la pequeña fuente cubierta de musgo que había en el centro.

Entonces, Grace decidió que era hora de ducharse y vestirse. La noche anterior había estado demasiado cansada como para hacer poco más que llamar a su madre para decirle que había llegado y meterse en la cama. Antes de desayunar, desharía el equipaje. Entonces recordó que Julia le había dicho que había una panadería un poco más abajo. La perspectiva de tomarse unos bollos calientes y olorosos le resultaba tan atractiva que se dirigió a toda prisa al cuarto de baño.

Quince minutos más tarde, después de haber decidido dejar las maletas para más tarde, se puso unos pantalones cortos color crema y una camiseta a juego. Al mirarse en el espejo, decidió que no era necesario maquillarse, por lo que simplemente se puso algo de colorete en las mejillas para intentar mitigar su palidez. Después se hizo su trenza habitual y cuando los rizos se le hicieron en las sienes a ella le pareció que iba muy mal peinada. Sin embargo, el portero, que le había dado las llaves del apartamento la noche anterior, la saludó con mucha efusividad, con los ojos brillándole de admiración mientras contemplaba a Grace salir a la calle.

La Villa Módena, tal y como a Grace le gustaba llamarla, estaba rodeada por similares viviendas a mitad de camino de una calle, Vía Cortese, que zigzagueaba desde el puerto. Mientras iba andando, podía ver una magnífica vista del puerto y los mástiles de los barcos moviéndose suavemente a ritmo de la marea, con el agua brillando entre parras y coloreados tejados.

El olor a pan recién horneado le anunció la proximidad de la panadería y sintió que la boca se le hacía agua. No había tenido aquella sensación desde que empezó con su enfermedad, pero estaba deseando llegar al apartamento para saborear los deliciosos panecillos con el café que había dejado haciéndose.

El panadero era un hombre de rosadas mejillas y aspecto afable, que interrumpió con un gesto de la mano los esfuerzos de Grace por hacerse entender en italiano.

—Va bene, signorina —aseguró él con firmeza, mientras le mostraba todas las variedades que tenía disponibles—. Yo entiendo el inglés, ¿no? Dígame lo que quiere.

—Grazie. No se me dan muy bien los idiomas, pero espero que mi italiano mejore en las dos semanas que voy a pasar aquí.

—Prego! —exclamó el hombre, riendo—. Nosotros los italianos siempre perdonamos a una mujer hermosa.

—Es muy amable —respondió Grace, aceptando el cumplido, mientras señalaba unos crujientes panecillos—. Me llevaré tres de ésos, por favor, y dos bollos. Grazie!

Grace se sintió muy aliviada cuando otro cliente entró mientras ella se guardaba el cambio.

—A domani —exclamó el hombre mientras ella salía.

—Hasta mañana —respondió Grace, mientras salía de la tienda.

Tan pronto como abrió la puerta del apartamento olió el café y se dirigió a la pequeña cocina que estaba a la izquierda del salón. Grace encontró mantequilla en el frigorífico y la untó en los fragantes panecillos, luego se sirvió una taza de café bien cargado y se sentó en uno de los altos taburetes que había al lado de la encimera de la cocina.

Mientras estaba hojeando una revista, alguien llamó a la puerta. Grace pensó enseguida que sería alguna persona que no sabría que Julia estaría ausente unos días. Mientras se limpiaba la boca, esperó fervientemente que no fuera un hombre. Sabía que Julia estaba pasando el fin de semana con el hombre que en aquellos momentos ocupaba su corazón, y por lo que le había dicho, a Grace le parecía que aquél podía ser el hombre que su amiga había estado esperando.

Grace sonrió al darse cuenta que su amiga era mucho menos cínica que ella. A pesar de tener un matrimonio fallido a sus espaldas, Julia todavía mantenía la esperanza de encontrar al hombre de su vida. Tal vez el amoroso de aquel fin de semana, tal y como decían en Italia, sería aquel hombre.

El timbre volvió a sonar, por lo que Grace se bajó del taburete y se dirigió a la puerta. Tal vez sólo era el portero, que había subido esperando que ella le invitase a tomar café. Si era así, se iba a llevar una desilusión. Ella no tenía ninguna intención de invitar a un extraño al apartamento.

Pero el hombre que esperaba al otro lado de la puerta no era el portero.

—¿Señorita Horton? —preguntó él con una atractiva y profunda voz. No tenía nada de acento a pesar de que ella estaba segura de que era italiano.

Grace notó que tenía una maleta a los pies, aunque sólo de reojo, ya que no podía apartar la mirada de aquel hombre, uno de los pocos que la aventajaba en centímetros. Era alto, extremadamente moreno, tanto de pelo como de piel y tenía un cuerpo esbelto y muy musculoso. Sin lugar a dudas, era uno de los hombres más atractivos que Grace había visto y, sin embargo, nadie podría decir que era guapo.

Tenía los ojos oscuros algo hundidos y casi cubiertos por los párpados. Las pestañas eran tan negras y espesas que ocultaban la expresión de su mirada. La angulosidad de los pómulos daba al rostro una expresión más propensa a la severidad que al buen humor. Sin embargo, la boca negaba aquella conclusión. A pesar de tener los labios finos, reflejaba una evidente tendencia a la risa.

—¿Sí? —preguntó ella fríamente, consciente de que había estado mirándolo más de lo que hubiera debido. No podía imaginarse quién sería, aunque la había llamado por su nombre—. ¿En qué puedo ayudarlo?

—Sólo quería dejar esto aquí para Julia —respondió el hombre, inclinándose para recoger la maleta—. Es de ella. Se alojó en mi casa anoche y yo accedí a traérsela a su apartamento.

—Es decir, que usted es…

—Matteo di Falco —respondió él, mientras ella se apartaba para que él pudiera poner la maleta dentro—. Desgraciadamente, Julia se vio obligada a acortar el fin de semana. Tuvo que volver al hotel.

—¿De veras?

—La telefonearon esta mañana. Alguien ha caído enfermo y les hace falta más personal. Le pidieron que volviera inmediatamente —explicó él, encogiéndose de hombros—. Cosi sia! ¡Y así fue!

—Bueno… gracias por hacérmelo saber.

—Ha sido un placer.

—Um, gracias de todos modos. Siento que se les haya estropeado el fin de semana.

—Sobreviviré —replicó él secamente—. Espero que disfrute de sus vacaciones, señorita Horton. Arrivederci!

Sin más, Matteo se dio la vuelta y se marchó, andando pausadamente por la galería a la que daban todas las puertas de los apartamentos. Grace esperó hasta que empezó a bajar las escaleras de mármol antes de volver al apartamento y cerrar la puerta.

Durante un momento, se quedó apoyada contra la puerta antes de respirar profundamente y dirigirse a la cocina. Pero mientras se llevaba la taza de café a los labios, le resultó imposible apartar la imagen de Matteo di Falco de su mente.

Aquél era el último hombre en el corazón de Julia. Mientras se apoyaba sobre la encimera, empujando el plato con el panecillo a medio comer, pensó que aquella vez, Julia no había estado exagerando. ¿Cuál era la expresión que ella había utilizado? ¿Que estaba de muerte? Pues efectivamente así era, pero por eso no dejaba de ser diferente de los demás.

Cuando recogió los platos del desayuno y deshizo las maletas era casi mediodía. Se preguntó si Julia la llamaría para confirmar el cambio de planes, pero no lo hizo, así que después de ordenar el apartamento, Grace se marchó a explorar la ciudad.

Hacía mucho calor, con el sol del verano cayendo con tanta fuerza que ni siquiera se estaba fresco a la sombra de los viejos edificios. Grace estaba a mitad de camino del puerto cuando se paró a pensar si tenía sentido lo que estaba haciendo, pero al final decidió no regresar y seguir su camino. Además, había cafés en cada esquina, con las mesas de la terraza cubiertas por toldos. Había mucha gente, pero no le resultó difícil conseguir una mesa a la sombra. Pidió un Campari helado con soda y se puso a estudiar el menú.

Soplaba una ligera brisa marina. Grace no podía apartar los ojos del muelle, donde los botes de pesca estaban amarrados al lado de lujosos yates y barcos de vela. Hombres y mujeres de moreno envidiable iban de un lado para otro luciendo ropa de diseño o tomaban el sol en la cubierta de las motoras que estaban ancladas en la bahía. Toda la escena parecía sacada de un folleto de vacaciones a todo color. Mientras el camarero anotaba lo que iba a tomar, Grace, sin saber por qué, se sintió de repente muy sola y se sorprendió deseando volver a tener un hombre en su vida.

—Tomaré una ensalada de risotto —le dijo al camarero, señalando el plato en el menú en caso de que no le entendiera.

—Bene —respondió el hombre, sonriendo—. ¿Quiere vino?

—No, gracias. Sólo la ensalada.

—De acuerdo, signora.

Tras inclinar la cabeza, el camarero se marchó, dejando a Grace pensando si se habría dirigido a ella de aquella manera porque le habría parecido mayor. No había duda de que el camarero era mucho más joven que ella, por lo menos unos doce años. Sin embargo, ella le sorprendió mirándola mientras anotaba el pedido en la caja registradora. Ella apartó la vista enseguida, ya que no quería que él pensara que estaba interesada en él, y se preguntó cuándo había dejado de sentirse halagada por la atención de un desconocido y se había hecho tan cautelosa como para sospechar de los motivos de todos los hombres que se le acercaban.

Al sospechar que el camarero seguía mirándola, se dio la vuelta, pero no pudo verlo. Grace pensó que se estaba volviendo una paranoica, pero, sin embargo…

—Nos encontramos de nuevo, señorita Horton —dijo una voz masculina por encima de su cabeza, mientras ella se llevaba un susto de muerte.

Ella miró hacia atrás y vio que era Matteo di Falco. También se dio cuenta de que estaba solo.

—Oh, hola —respondió ella con una sonrisa forzada—. Estoy intentando protegerme del sol.

—Ya veo. Bene, que disfrute de la comida.

—¿Va… va usted a comer aquí también… signore? —preguntó ella, con más interés del que había demostrado hasta entonces.

—¿Qué es lo que dicen ustedes los ingleses? —preguntó él, con los ojos llenos de sorna—. «Como si le interesara», ¿no? Pero para responder a su pregunta —añadió con rapidez, como si se arrepintiera de su ironía—, no. Estaba charlando con un amigo, cuando la vi aquí sentada, sola.

—En realidad, me gusta mucho estar sola.

—Estoy seguro de ello —respondió él cuidadosamente.

A pesar de la cortesía que había en sus palabras, Grace se dio cuenta de la intención que llevaban y se dio cuenta de que él iba a pensar que era una idiota.

—No sonó de la manera que yo quise que lo hiciera —protestó ella rápidamente.

—Estoy seguro de eso, señorita Horton —replicó él secamente—. Una vez más, acepte mis buenos deseos. Ha elegido muy bien —añadió, mirando el toldo—. La comida aquí es de las mejores de la ciudad.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

GRACE estaba haciendo un sofrito de verduras cuando Julia llegó a casa. Después de tomar el almuerzo en el café, estuvo un rato paseando por la ciudad. No pudo resistir la tentación de comprar algo de fruta fresca y de otros comestibles que vio en las pequeñas tiendas. Los pimientos y el maíz dulce que había comprado producían un aroma de lo más apetitoso mientras se hacían en la sartén.

Había preferido no pensar en si volvería a encontrarse con Matteo di Falco, pero no podía negar que le había resultado muy difícil apartar la vista de él. Sin embargo, fuera lo que fuera lo que le había traído a Portofalco pareció haber finalizado, ya que no volvió a encontrárselo.

Se alegró mucho al ver a Julia, por lo que apartó la sartén del fuego antes de ir a saludar a su amiga. Las dos se abrazaron e intercambiaron saludos y luego Julia se dejó caer en uno de los taburetes de la cocina.

—¡Estoy rendida! Pero me alegro de ver que te sientes como en casa —añadió, mirando la sartén.

—Espero que no te importe. No sabía si ibas a volver a casa, o a qué hora, pero pensé que no te apetecería salir por ahí a cenar. He preparado suficiente para las dos.

—Genial —respondió Julia, apoyando la cabeza sobre el brazo—. Siento no haber estado aquí cuando llegaste, pero tenía todo mi fin de semana planeado —añadió, con un gesto de tristeza.

—¡Pero te lo estropearon! —exclamó Grace compasivamente, mientras le servía una copa de vino—. Bueno, ya te puedes relajar, la cena está casi lista.

—Gracias.

Mientras su amiga se tomaba el vino, Grace se tomó tiempo para mirarla. ¿Sería sólo las horas extras lo que la hacía parecer tan cansada o habría algo más? Probablemente, Julia se lo explicaría todo a su debido tiempo.

—Entonces, ¿cómo estás? —preguntó Julia—. Tengo que decirte que, dadas las circunstancias, te veo muy bien. Esperaba que estuvieras toda pálida y con ojeras. En vez de eso, soy yo la que parece que ha estado en cama una semana.

—Yo no diría eso —respondió Grace contemplando a su amiga que, a pesar de los años, todavía poseía el encanto infantil de cuando eran niñas. Julia era más baja que su amiga, pero muy esbelta, con el pelo rubio y corto—. Ha sido una pena que los del hotel supieran dónde encontrarte. Si no hubiera sido así, supongo que habrían tenido que llamar a otra persona.

—Sí, fue culpa mía. Si no hubiera estado presumiendo de que iba a ir al Valle di Falco el fin de semana, no habrían sabido dónde estaba. Pero no se conoce todos los días a una verdadera marchesa y no me pude resistir y se lo dije a todo el mundo.

—Ah —replicó ella, con una cierta tirantez en la garganta—. ¿Significa eso que… que el signor di Falco es verdaderamente un marchese?

—¿Matteo? —preguntó Julia, con ojos soñadores—. Bueno, sí, lo es. Pero hoy en día, como muchos otros aristócratas italianos, no utiliza el título.

Grace agradeció la excusa de tener que ir a dar una vuelta a las verduras. Así que Matteo di Falco era en realidad el Marchese di Falco. Las cosas parecían ir a peor. ¿Qué se habría pensado de ella? Grace sólo esperaba que no le hubiera dicho a Julia como se había portado con él.

—En cualquier caso —prosiguió Julia—, no me has dicho lo que te ha parecido él. Bueno, Matt. Ha traído mi maleta, ¿verdad?

—Sí, la ha traído —respondió Grace, tan casualmente como pudo, mientras sacaba un plato de gambas del frigorífico—. Llegó a media mañana. Me explicó que habías tenido que volver al hotel.

—Sí, pero ¿qué te ha parecido? —insistió Julia—. ¡Venga, Grace! ¿No te parece que él es otra cosa? Todavía no me puedo hacer a la idea de que esté interesado en mí. Esto es lo que estaba buscando. Estoy segura.

—Me pareció… muy agradable.

—¡Muy agradable! —protestó Julia—. ¿Es eso todo lo que se te ocurre? Cuando yo lo miro, la palabra «agradable» no es lo primero que me viene a la cabeza.

—De acuerdo, es todo lo que me habías dicho que era —dijo Grace, de mala gana, mientras removía el revuelto de gambas y verduras—. La comida ya está casi lista. ¿Comemos aquí o prefieres que ponga la mesa en el salón?

Julia parecía querer seguir hablando, pero se terminó el vino y no insistió.

—Comamos aquí —dijo ella, mientras se servía más vino—. Huele fenomenal. Podría acostumbrarme fácilmente a todo esto.

Afortunadamente, mientras comían, la conversación se fue haciendo más general. Julia quiso saber cómo su amiga se puso enferma y se escandalizó al saber que les hubiera tenido que pedir ayuda a sus hermanas y mostró poca simpatía por las responsabilidades que ellas tenían con sus familias.

—Ella también es su madre —le recordó a Grace, mientras recogían los platos—. Y ellas no trabajan. Probablemente tienen más tiempo libre que tú.

Grace admitió que lo que decía su amiga era cierto. Sin embargo, nunca le había parecido que lo que hacía fuera una carga. Sólo cuando cayó enferma se había empezado a dar cuenta que era demasiado para ella.

—Bueno, ahora estás aquí y no quiero que creas que tienes que cuidarme mientras tú estás convaleciente —afirmó Julia, colocando los platos en el armario—. Esta cena ha sido fantástica, pero yo estoy acostumbrada a comer algo de camino a casa si no he cenado antes y, además, salgo varias noches a la semana.

—No te preocupes —respondió Grace, secándose las manos, mientras observaba como Julia preparaba el café—. Sólo quiero relajarme, leer libros, ponerme al día con mi correspondencia… esa clase de cosas. Incluso puede que tome el sol. Como ya te dije cuando me invitaste —añadió, mientras Julia llevaba la bandeja de café al salón—, yo no quiero interferir en tu vida.